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Vicepresidente de Administración. Celia pidió la reunión para discutir ciertos cambios propuestos
respecto a la política de incorporación de nuevos empleados. Celia piensa que estos cambios son
un abuso y deberían ser rechazados, mientras que Patricia los cree convenientes. La columna de
la derecha refleja lo que cada una dijo en la conversación, la columna de la izquierda presenta lo
que Celia pensó y sintió, pero decidió no expresar:
Introducción
Esta forma de analizar la conversación entre Celia y Patricia, fue creada por Chris Argyris
y Donald Schön. El ejercicio permite examinar una conversación difícil, revelar los
pensamientos y emociones ocultos que la acompañan y buscar formas de utilizarlos para
mejorar la calidad de la interacción y su resultado operativo.
El ejercicio de la columna izquierda es una herramienta práctica, para usar cuando uno
desea revelar la conversación oculta que está por detrás de lo explícitamente dicho. Los
pasos son sencillos:
Tómese el tiempo necesario par investigar cada pregunta; hacerlo puede aportarle un
mayor entendimiento de su modelo mental, de su proceso conversacional y del problema
en cuestión.
Algunas personas creen que no pueden hacer el ejercicio porque no tienen columna
izquierda. La verdad, sin embargo, es que pensamos mucho más rápido de lo que
hablamos. Por lo tanto, siempre queda un remanente de pensamientos sin tiempo
material para expresarlos. Cuando la gente dice no tener columna izquierda, ello implica
que su columna izquierda es inocua, pues ellos “dicen todo lo que piensan”. Aunque estas
personas puedan creerse muy “honestas”, su nivel de efectividad es bajo, ya que por lo
general se encuentran involucrados en peleas improductivas. Su honestidad genera
fuertes rechazos. En estos casos, el ejercicio puede hacerse igual dejando la columna
izquierda en blanco. El trabajo sobre la columna izquierda es mucho más sutil que
simplemente aprender a decir lo que uno piensa.
Cuando uno revisa su columna izquierda y descubre las “sombras” que allí yacen, puede
sorprenderse. ¿Es posible que yo tenga pensamientos y emociones tan borrascosos? Sí,
es posible. ¿Tienen las demás personas pensamientos y emociones similares?
Ciertamente que sí. Éste ejercicio revela un enorme territorio sobre las interacciones
humanas, terreno que por lo general permanece oculto. Lo sorprendente es que esto no
es sorprendente para nadie.
Las conversaciones con columnas izquierdas cargadas, nos recuerdan la historia del traje
del emperador. En este cuento, dos embaucadores convencen al emperador de comprar
un traje hecho con una tela mágica “invisible para tontos”. Por supuesto, ni hay tal tela ni
tal traje, pero para no parecer tontos, el emperador y todo el mundo aparentan ver el traje.
La mentira queda expuesta finalmente cuando un niño, sin saber que todos deben
guardar silencio, exclama sorprendido que el emperador está desnudo. El secreto en
estas conversaciones es que todos tenemos columnas izquierdas, que todos sabemos
que tenemos columnas izquierdas, pero todos fingimos no saber que tenemos columnas
izquierdas.
Uno puede decidir que la mejor manera de tratar con las sombras de su columna
izquierda es eliminarlas. “Quizás”, pueda pensar, “la forma de mejorar mi comunicación
con mi jefe (o mi compañero, cónyuge, hermana, hijo) sea librarme de esas ideas y
pensamientos que llenan mi cabeza en cada conversación”. Lamentablemente, esa
estrategia no es viable.
De hecho, si uno presta atención, podrá descubrir que en todo momento estamos en
medio de un pensamiento o una emoción. Los pensamientos se descubren desde adentro
ya que la conciencia se encuentra en el seno de aquello de lo que es consciente. No es
uno el que elige que pensamientos o emociones tener; podemos decir que son los
pensamientos o emociones los que eligen venir a uno. Por eso es que intentar no pensar
lo que pensamos, es contradictorio. El poder de decisión que uno sí tiene, es elegir qué
hacer con sus pensamientos: si expresarlos u ocultarlos.
Expresar lisa y llanamente la columna izquierda puede producir un alivio inmediato. Como
la descarga de cualquier impulso emocional, “volcar” la columna izquierda sobre el otro
nos da cierto placer. Pero los efectos secundarios son severos. Como basura tóxica los
pensamientos ”crudos” suelen contaminar el espacio conversacional, generando conflicto,
agresión, falta de cooperación, recelos y malestar en todos los participantes. Cuando uno
derrama sin procesar al contenido de su columna izquierda, su vínculo con los demás se
asienta en la inconsciencia, la impulsividad y los mecanismos automáticos de defensa.
“Vomitar” la columna izquierda puede hacer que uno se sienta mejor, incluso le puede
permitir creerse “honesto”. Pero esa “honestidad” es lamentable. Tal honestidad
“expresada en forma literal” es totalmente improductiva y antisocial: dificulta la resolución
de los problemas, destruye las relaciones humanas y contradice nuestro valor del respeto
que nos merece el otro. Esta es la razón por la cual tanta gente conserva escondidas sus
columnas izquierdas.
Cuarto, ¡no tiene realmente alternativa! Aunque uno pueda guardarse los detalles del
contenido de la columna izquierda, no se puede esconder su “energía”.
Tal vez uno crea que puede ocultar sus conversaciones internas, exhibiendo
públicamente una cara impermeable. Ciertamente es posible mantener secretos los
detalles de la columna izquierda, pero su esencia se trasluce. De la misma manera que
uno tiene una idea aproximada (o una inferencia) sobre la columna izquierda de su
interlocutor, su interlocutor tiene una idea aproximada sobre la de uno. ¡Y si no tiene idea,
se imaginará una columna izquierda aún más tóxica y negativa que la verdadera!
Uno puede pensar que su identidad pública, esa cara controlada que presenta al mundo,
es todo lo que los otros ven cuando interactúa con ellos. Uno imagina que el esto de su
personalidad queda al margen (aquellas partes conscientes o inconscientes ocultas). El
diagrama 1 representa la forma en que uno piensa que interactúa con los demás:
P e rs o n a 1 P e rs o n a 2
O c u lt o O c u lto
P r iv a d o P r iv a d o
P ú b lic o P ú b lic o
Diagrama 1: Cómo pensamos que nos comunicamos
Cada persona tiene un discurso público, uno privado (que se reserva) y uno oculto (que ni
siquiera él conoce). La interacción (flechas gruesas) parece ocurrir entre los discursos
públicos, mientras que los otros discursos se mantienen escondidos. No revelar los
discursos privados y ocultos, sin embargo, no parece ser importante. Ellos son
“pequeños” en relación a los discursos públicos.
P e rs o n a 1 P e rs o n a 2
P ú b lic o P ú b lic o
P r iv a d o P r iv a d o
O c u lto O c u lto
Todo dilema nace a partir de una condición de contexto que se supone invariable. Al
modificar esta condición, la “tercera alternativa” del proverbio sale a la luz. En el caso de
la columna izquierda, el supuesto es que los pensamientos y emociones tóxicos deben
mantenerse en su forma original. Por eso, la única opción es “decirlos” o “no decirlos”.
Pero hay otra opción: “procesarlos”, destilando la columna izquierda hasta encontrar su
esencia de pureza y efectividad. Al igual que con el petróleo crudo, podemos refinar
nuestra columna izquierda y transformarla en energía que impulse nuestra efectividad,
nuestros vínculos y nuestra dignidad. La misma columna izquierda que genera las peores
rutinas defensivas, es la materia prima capaz de cimentar conversaciones más efectivas,
amistosas y honorables.
En A Path With Hearth (Bantam Books, 1993), Jack Kornfield cuenta la historia de tres
hombres, cada uno en un estadío diferente de sabiduría, que se encuentran con un árbol
venenoso. El primer hombre, mirando sólo el riesgo personal, quiere talarlo. Su reacción
es: ”Destruyámoslo antes que alguien coma su fruto envenado”. El segundo hombre, más
adelantado en el camino de la sabiduría, no siente miedo; aprecia la tensión existente
entre la belleza y el peligro del árbol. El sabe que el estar abierto a la vida, demanda una
actitud comprensiva por todo lo que existe. “No talemos el árbol”, dice, “pero pongamos
un cerco a su alrededor para que nadie se envenene”. El tercer hombre, aún más
avanzado en el camino de la sabiduría, dice: “Oh un árbol venenoso. ¡Perfecto!
Exactamente lo que estaba buscando. Tomaré sus frutos y los utilizaré para preparar
medicinas”.
Las interacciones tóxicas, pueden envenenar los vínculos. Pero como todos los veneno,
las mismas toxinas conversacionales contienen los agentes necesarios paa transformar
los vínculos difíciles en inmensas oportunidades de aprendizaje. El desafío es desarrollar
habilidades y sabiduría para aprovechar esas oportunidades.
El objetivo de procesar la columna izquierda es crear nuevas formas de pensar, de ser y
de interactuar que resulten más efectivas. Al tomar conciencia de los emociones y los
pensamientos que yacen debajo la superficie, uno puede identificar qué es importante y
por qué es difícil expresarlo. La experiencia de quienes han analizado éstos casos, revela
que generalmente lo que impide la comunicación es la forma, no el contenido. Al pulir la
columna izquierda buscando su expresión esencial, lo que se encuentra es altamente
generativo. El problema es que este corazón precioso, como todo diamante en bruto, está
recubierto por una capa de carbón tóxico. El secreto está en quita la capa irritante y
revelar el valioso centro.
El primer paso del procesamiento es la toma de conciencia. Antes de ser auténtico con los
demás uno debe ser auténtico con uno mismo. El mero hecho de escribir la columna
izquierda implica un esfuerzo de auto-observación genuina. A esto le sigue el proceso de
auto-aceptación. Uno necesita abrir su conciencia para aceptar aún aquellas cosas que
contrarían su auto-imagen. Es imposible transformar en forma consciente aquello que
permanece inconsciente. Aceptar, sin embargo, no quiere decir validar. Uno puede
aceptar que experimenta un impulso automático de agredir a quien está en desacuerdo
con lo que uno dice, pero eso no significa que sucumba (acuerde) a esa tentación. El
espíritu de aceptación no tiene nada que ver con el espíritu de indulgencia.
El tercer paso es revisar las intenciones que uno trae a la conversación. Como la
tendencia automática en nuestra cultura es dominar la conversación: tener control es más
importante que ser efectivo. Objetivos como “convencer al otro que tengo razón”, ”hacer
que cambie de idea” o “conseguir que haga lo que quiero” son sospechosos. La regla de
oro a aplicar aquí es: “no hagas a los demás lo que no quieres que ello te hagan a ti”. A
nadie le gusta sentirse manipulado, por lo tanto es contraproducente intentar manipular a
los demás. La manera de transformar esos objetivos, objetivos que llamamos “de
resultado otro-dependiente” ya que están bajo el poder de otros, es convertirlos en
objetivos de proceso o “auto-dependientes”: en vez de condicionar el éxito a la conducta
del otro, incorporar una condición de satisfacción sólo condicionada a la conducta de uno.
El último paso, (g), es darse cuenta que así como uno puede procesar su propia columna
izquierda, también pude procesar las expresiones tóxicas de sus interlocutores. El mismo
filtro que uno aplica para refinar su columna izquierda puede aplicarse a las pares
“urticantes” de la columna derecha de su interlocutor. La imagen refleja del análisis que
abarca los puntos desde (a) hasta (f) es un proceso de indagación donde se invita al
interlocutor a tomar conciencia y responsabilidad por sus opiniones y a fundarlas de
manera efectiva.
Estas preguntas son también válidas para los otros participantes de la conversación. La
mejor forma de iniciar una interacción de aprendizaje mutuo es con una preparación
compartida.
Esto resulta difícil. Tan difícil como ejecutar un swing de golf. Por eso requiere de una
práctica sostenida y diligente. El aprendizaje de las herramientas para procesar la
columna izquierda requiere del “gimnasio” más que de la “biblioteca”. La incorporación
psico-física de estas habilidades tiene un componente cognitivo (leer este artículo, por
ejemplo) pero para hacerlas automáticas, tan automáticas como un swing de golf, es
necesario ejercitarlas en forma recurrente.
El precio de este proceso es abrir los ojos a aquellas rutinas defensivas que se mantienen
enquistadas en nuestros modelos mentales y culturales. Para ello debemos aceptar la
responsabilidad más allá de la causalidad. Aunque uno no inventó la cultura del engaño y
la hipocresía, uno puede elegir ser el pivote de cambio de esa cultura. Así como todos los
seres humanos giran al unísono con la rotación de la tierra, todos los seres humanos
también se mueven en armonía con las corrientes sociales.
El costo de nadar contra la corriente es alto. Hay grandes riesgos en revelar que “el
emperador está desnudo”; en no hablar de lo que importa y el perder el tiempo peleando
por cosas que no importan. Aceptar que la verdad propia no es la verdad última;
reconocer que manipular al otro atenta contra la ética del respeto, descubrir que en la
superficie de la mente hay un nido de víboras que ocultan el diamante de la verdad y paz
que yace en las profundidades, posibilita que nos hagamos la pregunta: ¿Vale la pena
soportar el costo de mantener esa actitud inconsciente?.