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Volvieron a llamar.
Unos segundos más tarde volvieron a llamar; esta vez más fuerte.
Fulgencio, que no se lo esperaba, cayó patas arriba del susto que se llevó.
—¡Eras tú! —exclamó Fulgencio con los ojos muy abiertos, a punto de volver a
caer al suelo.
Entonces, sin decir nada a su amigo, pensó en lo tonto que había sido dando
rienda suelta a su miedo.