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MEDITACIÓN DE LA MONTAÑA

1. Sitúate en una posición cómoda en la silla. Siéntate en posición vertical, con los pies
apoyados en el suelo, los brazos y las piernas sin cruzar, y las manos descansando en tu
regazo (las palmas hacia arriba o hacia abajo, lo que sea más cómodo). Permite que tus ojos
se cierren suavemente [pausa de 10 segundos].
2. Ahora toma unos momentos para ponerte en contacto con las sensaciones físicas del cuerpo,
especialmente de las sensaciones del tacto o la presión en el cuerpo al entrar en contacto con
la silla o el suelo, Notando la subida suave y la caída de la respiración en el pecho y el
vientre. No intentes controlar la respiración de ninguna manera, simplemente respira [pausa
de 10 segundos]. Permite tomar esta actitud de suave aceptación para el resto de tus
experiencias.
3. Ahora imagina, lo mejor que puedas, la montaña más hermosa que conozcas o que has visto,
o que puedas imaginar. Simplemente mantén la imagen y las sensaciones de esa montaña en
tu mente, prestando gradualmente mayor atención en ella, observando su forma, su elevada
cima, la gran base, sus raíces en la roca de la corteza terrestre, sus empinadas laderas o las
suaves pendientes. Puede tener vegetación en unas zonas y en otras es árida. Puede haber
praderas, matorrales, árboles, arroyos y, en lo más alto, nieve. O zonas con claros en medio
del bosque. Mira los detalles de la montaña, obsérvalos sin cambiar nada, sin reaccionar.
Siente que la montaña y tú os vais acercando hasta que ambas os fusionáis. Te vas fundiendo
con la montaña y observas cómo crece ella en ti hasta que te sientes montaña.
4. Ahora imagina que eres la montaña y que soportas los cambios estacionales, permaneciendo
sentada con las imágenes de una estación del año en la mente. Tus brazos son las inclinadas
faldas de la montaña; tu cabeza, la elevada cima; las rodillas y las nalgas, su base. Todo el
cuerpo, majestuoso y magnífico, como las laderas de la montaña. Ahí está inmóvil, firme,
equilibrada. Con el sol, sus colores cambian, se hacen más intensos, brillantes y también
aparecen sombras. Por la noche, el cielo se llena de estrellas y recibe el reflejo de la luna.
Pero la montaña no se inmuta, permanece firme y estable; no le afecta el ciclo del sol y la
luna, del día y la noche. Date cuenta de lo grande, lo sólida y lo inmóvil que es. Ahí sentado
se comparte la quietud, el silencio y la grandeza. Sentado, tú formas parte de las raíces de la
montaña.
5. Es primavera. Hay vida a raudales. Cuando llega la primavera los ríos recuperan su caudal,
los
cantos de los pájaros se escuchan en el ambiente. La montaña observa esos cambios sin
alterarse. Todos los árboles visten hojas nuevas y las flores están en todo su esplendor. Cada
día es distinto: unos está nublado, hace fresco y llueve. Otros luce el sol y la temperatura es
cálida. Tanto al amanecer como al anochecer seguimos allí plantados, experimentando la
vida que bulle por todas partes. Como montaña que somos, permanecemos firmes y estables,
experimentando todos los cambios que se producen. Percibe ahora qué sientes siendo una
montaña en primavera, notando toda la actividad a tu alrededor.
6. En verano la vegetación se seca, se marchita y la temperatura aumenta. El sol se hace más
intenso y en la noche la brisa suaviza la temperatura. La montaña observa todos esos
cambios, no se inmuta, se mantiene firme y estable. Los días son más largos y hay luz hasta
muy tarde. El aire está con frecuencia tranquilo y el sol brilla. Pero, a veces, hay violentas
tormentas, caen rayos y llueve torrencialmente. Toda esta actividad se despliega mientras
permanecemos allí plantados, completamente sólidos, observándolo todo. Como montaña
que somos, permanecemos firmes y estables, experimentando todos los cambios que se
producen. Percibe ahora qué sientes siendo una montaña en verano, notando la actividad a tu
alrededor.
7. En otoño los colores cambian al rojo y al amarillo. El viento va arrancando las hojas de los
árboles una a una. Hasta la última hoja que continúa prendida y sola. Pero la montaña no se
inmuta, permanece firme y estable. El sol se pone antes y las noches empiezan a ser frescas.
Cada día es distinto, unas veces llueve suavemente y otras todavía hace un tiempo tranquilo
y apacible. Los días van siendo cada vez más cortos hasta que notamos que anochece muy
pronto. Mientras todo se transforma, permanecemos firmes y estables, experimentando
todos los cambios que se producen. Percibe ahora qué sientes siendo una montaña en otoño,
notando la actividad a tu alrededor.
8. En invierno aparecen nieve, hielo, lluvia y niebla. Se suceden días más oscuros, brumosos, y
otros brillantes y claros. Pero la montaña permanece inmóvil, firme y estable. Han caído las
primeras nieves y todo se ha transformado, todo está cubierto de blanco. Solo
ocasionalmente se ven animales, y también algunas huellas en la nieve. Unos días son
cálidos y soleados; otros muy fríos. Hay fuertes tormentas, con nieve y viento cortante.
Podemos seguir sentados tranquilamente, observando sin miedo. Mientras todo se
transforma, permanecemos firmes y estables, experimentando todos los cambios que se
producen. Percibe ahora qué sientes siendo una montaña en invierno, notando la actividad a
tu alrededor.
9. Tu montaña no se inmuta, está firme y estable ante los cambios que se van sucediendo en el
ciclo de la vida. La montaña permanece inalterable. Ya sea un día oscuro, tormentoso o
desapacible; o un día claro, brillante y cálido. La montaña no se inmuta, sabe que todo
cambia, que siguen los ciclos desde siempre. Observar la montaña, convertirnos en montaña
en el interior. Los ciclos de la montaña también están en los ciclos de los seres vivos, en los
ciclos de la vida humana. Notamos los cambios en nosotros mismos. Aceptamos como
somos, como estamos en cada momento. Observar los cambios sin reaccionar a ellos.
Convertirnos en montaña, desarrollar la paciencia, crecer en ecuanimidad. Permanecemos
sentados en silencio, siendo solo lo que somos, igual que las montañas, inamovibles a los
cambios del día y de la noche, climáticos o estacionales. De cerca o de lejos, cubierta de
nieve o de verdor, empapada por la lluvia o envuelta en nubes, la montaña es siempre la
misma. Igual que nosotros: ser nada más que lo que se es. La montaña nos recuerda que
podemos permanecer estables frente a las tormentas de nuestras mentes para anclarnos en la
práctica de la meditación y hacer más profunda su calma y ecuanimidad. Dentro de ti, tu
fuerza es intocable y poderosa, fuerte y estable, solo tienes que ser consciente de ello,
dejando que esta certeza te llene y penetre hasta tus células. Consciente y lleno de confianza,
fuerza, y energía, estás completamente presente en este momento. Permanece así sentado
por un momento, en contacto con lo que ahora sientes, puedes hacer frente a mucho más de
lo que crees, las montañas no piensan en su solidez, simplemente lo son.
10. Y así, en el tiempo que queda, mantén la meditación en la montaña por ti mismo, en
silencio, momento a momento, durante unos minutos.

Puedes volver a esta meditación y a esta sensación tan frecuentemente como quieras, y repetir el
ejercicio por completo o solo pensar en él, en la solidez. No puedes detener las tormentas que haya
en tu vida, no puedes evitar el frío y la oscuridad, pero si puedes evitar sucumbir a ello. Te deseo
muchos momentos de fortaleza en los que puedas sentirte como la montaña, visible, fuerte y estable

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