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1.

Compara las desamortizaciones de


Mendizábal y Madoz, y especifica los
objetivos de una y otra.

A lo largo del reinado de Isabel II se produce la sustitución de la economía feudal, propia del
Antiguo Régimen, por un sistema económico capitalista basado en la propiedad privada. Esto
también afectará al ámbito agrario. En el Antiguo Régimen gran parte de las tierras eran
inalienables, debido sobre todo a dos circunstancias: las propiedades de la Iglesia y las de los
municipios estaban en “manos muertas” [Las «manos muertas» eran, según los religiosos, los
bienes y las tierras pertenecientes a Dios. Que no se podían arreglar por tener un destino
específico que era el cielo. En su origen se refería tanto a bienes civiles como eclesiásticos,
aunque se utilizó principalmente para significar la propiedad eclesiástica], ya que los clérigos
o los regidores municipales no tenían capacidad legal para venderlas; y lo mismo ocurría con
las vinculadas a mayorazgos, pues estos pertenecían al linaje familiar y debían transmitirse
íntegros de un titular a otro.

La eliminación de las trabas legales heredadas del Antiguo Régimen era una condición
necesaria para liberalizar el mercado de la tierra. En consecuencia, a partir de 1836 se
adoptaron tres medidas fundamentales:

1. La supresión de los mayorazgos (1836), que transformó los bienes vinculados a


ellos en propiedades plenas y libres en poder del titular de la familia correspondiente.
2. La abolición del régimen señorial (1837), que transformó las tierras de los señoríos
en propiedades plenas y libres de sus legítimos dueños.
3. Las desamortizaciones​. Consistió en poner en el mercado, previa expropiación
forzosa y mediante una subasta pública, las tierras y bienes que hasta entonces no se
podían enajenar (vender, hipotecar o ceder) y que se encontraban en poder de las
llamadas «manos muertas», es decir, la Iglesia católica y las órdenes religiosas y los
llamados baldíos y las tierras comunales de los municipios. Aunque se dieron algunos
precedentes a finales del siglo XVIII, el verdadero proceso de desamortización se
desarrolló a partir de 1837 en dos fases, a cada una de las cuales se la conoce por el
nombre del ministro que la decretó: la desamortización de Mendizábal y la de Madoz.

1. La desamortización eclesiástica de Mendizábal


(1837-1849)
Como medida previa, en 1835 se disolvieron las órdenes religiosas y sus fincas se declararon
bienes nacionales, es decir, propiedad del Estado. La desamortización de Mendizábal (1837)
se inició en una etapa de gobierno progresista. Consistió fundamentalmente en la venta por
subasta de las tierras expropiadas a la Iglesia, por lo que se la conoce también como
desamortización eclesiástica. Sus objetivos, determinados por la crítica situación que
atravesaba el país (primera guerra carlista y estado ruinoso de la Hacienda), fueron
esencialmente tres:

1. Sanear la hacienda mediante la amortización parcial de la deuda pública


2. Financiar la guerra civil contra los carlistas.
3. Convertir a los nuevos propietarios en adeptos para la causa liberal, que necesitaba
apoyo social frente a la amenaza carlista.

2. La desamortización general de Madoz (1855-1867)


La segunda fase o desamortización general de Madoz, se inició durante el bienio progresista e
incluía todo tipo de tierras amortizadas:

1. Las de la Iglesia aún no vendidas


2. Las de propiedad municipal, principalmente

La situación política y fiscal no era tan grave como en la etapa de la desamortización anterior,
ya que la segunda guerra carlista no supuso tanto gasto como la primera y el régimen liberal
estaba más consolidado. Por consiguiente, además de reducir la deuda pública, se pretendía
destinar parte de los ingresos obtenidos a financiar la construcción de las infraestructuras
necesarias para modernizar la economía, en especial la red de ferrocarriles

Para valorar el alcance real de las desamortizaciones basta con tener en cuenta que la
extensión total de las tierras vendidas equivaldría a una quinta parte de todo el territorio
nacional o, lo que es más importante, a la mitad de la tierra cultivable. Sin embargo, las
desamortizaciones no fueron concebidas como una reforma agraria de carácter social, sino
como una medida económica de carácter esencialmente fiscal (disminuir la deuda pública
para sanear la Hacienda). De esta manera, las desamortizaciones no modificaron
sustancialmente la estructura de la propiedad. Lo único que produjo fue un cambio de
propietarios. Por tanto, se mantuvo en gran medida la estructura surgida con las
repoblaciones y los procesos de señorialización medievales.

2. Describe las características esenciales de la


Constitución democrática de 1869

El deterioro del régimen isabelino, deslegitimado y sumido en una deriva autoritaria desde
1864, se había visto agudizado por la crisis económica de 1866. La oposición comenzó a
unirse para derribar a la reina. Los progresistas, con Juan Prim a la cabeza, y los demócratas
suscribieron con este fin el ​Pacto de Ostende en 1866. Más tarde, los republicanos y los
unionistas, liderados por Serrano tras la muerte de O’Donnell, se incorporaron a este bloque,
que se vio así reforzado con la incorporación de un gran número de mandos militares. El 18
de septiembre de 1868 estalló la Revolución conocida como “La Gloriosa”. El almirante
Topete levantó la escuadra fondeada en la bahía de Cádiz. Poco después se forzó el exilio de
la reina. Comenzó así el ​Sexenio Democrático​, un período de seis años en el que se
ensayaron diversas alternativas políticas tendentes a la democratización del país. Los
revolucionarios de 1868 deseaban implantar una auténtica democracia y convocaron
elecciones para redactar una nueva Constitución. éstas dieron una amplia mayoría a
progresistas, unionistas y demócratas. Con esta composición, las Cortes redactaron la
Constitución de 1869.

Se trata de un texto con curiosos influjos del constitucionalismo radical de impronta francesa,
pero también norteamericana. Es una Constitución rígida (el Título XI está dedicado a regular
la reforma) y de mayor extensión que las tres anteriores: 112 artículos, de los cuales nada
menos que 31 aparecen agrupados bajo la rúbrica “De los españoles y sus derechos”, que es
la que corresponde al Título I. Allí aparecen los derechos que ya figuraban en las
Constituciones de 1837 y 1845, pero con mayor detalle y mejor técnica jurídica. Además,
encontramos, por vez primera, los derechos de reunión (artículo 18) y asociación (artículo
19). Y vemos también proclamada, rompiendo la tradición de los textos anteriores, una tímida
libertad de cultos para los extranjeros y para los españoles que profesaren otra religión
diferente a la católica (artículo 21). La estela norteamericana se aprecia claramente en el
artículo 29, con su compromiso a favor de los derechos no escritos: “La enumeración de los
derechos consignados (...) no implica la prohibición de cualquier otro no consignado
expresamente”.

En materia organizativa, la Constitución mantiene el bicameralismo, aunque el Senado pasa a


ser electivo. La aceptación de la Monarquía como forma de gobierno de la Nación (artículo
33) va precedida de la solemne reafirmación de la soberanía nacional (artículo 32) y, en
consecuencia, desaparece la posibilidad de veto y queda estatuida la convocatoria obligatoria
de las Cortes con reunión de al menos cuatro meses por año.

La Constitución de 1869 definió un nuevo sistema político basado en el liberalismo


democrático. La Carta Magna estableció también una clara división de poderes y el principio
de la soberanía nacional, defendido por progresistas y demócratas, abandonando la noción
doctrinaria de soberanía compartida (Rey y Cortes) que inspiró la Constitución moderada de
1845. En una interpretación radical de este principio, próxima a la soberanía popular, se
instauró el sufragio universal masculino, directo en la elección de diputados e indirecto en la
de senadores. Aunque el Estado se comprometía a mantener el culto y el clero católicos, se
declaró la libertad de culto y la aconfesionalidad del Estado. Sin embargo, la opción por la
monarquía como forma de Estado frustró las aspiraciones de los republicanos y las
reivindicaciones básicas de los sectores populares no se vieron reflejadas en su articulado,
que atendió a los intereses de las clases medias progresistas.
En suma, el texto elaborado por las Cortes de 1869 es considerado como la primera
Constitución democrática de nuestra historia, que se anticipó en varias décadas a otros países
de Europa en cuanto a conquistas políticas y sociales.

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