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0. INTRODUCCIÓN.
La desamortización fue un hecho fundamental en el proceso de la revolución burguesa. Significó
un cambio esencial en el sistema de propiedad y tenencia de la tierra.
Por desamortización entendemos la incautación estatal de bienes raíces de propiedad
colectiva, eclesiástica o civil, que, tras la nacionalización y posterior venta en subasta, pasan a formar
una propiedad nueva, privada, con plena libertad de uso y disposición; así pues pasan a tener la
condición de bienes libres.
1.- PRINCIPALES TRANSFORMACIONES AGRARIAS.
2. EVOLUCIÓN DE LA DESAMORTIZACÓN.
En primer lugar, durante el reinado de Carlos III, los reformistas ilustrados del siglo XVIII, habían
insinuado la necesidad de cambiar el sistema señorial de propiedad de la tierra. En el Antiguo Régimen,
una gran parte de la tierra era de manos muertas, es decir, tierras vinculadas a dominios monásticos o a
municipios y, además de no tributar, no podían ser vendidas por sus titulares, estaban fuera del
mercado y, por ello, no podían ser capitalizadas ni mejoradas. Si se quería promover la reforma agraria
era necesario que pasaran a ser bienes privados susceptibles de mejoras técnicas.
Posteriormente con Godoy en 1798-1808, donde el crecimiento brutal de la deuda pública
obliga a iniciar una desamortización de bienes municipales y eclesiales, obteniendo permiso de la Santa
Sede para expropiar y vender los bienes de los jesuitas y de obras pías.
Ya durante las Cortes de Cádiz se llevaron a cabo legislaciones que contemplaban la supresión
de conventos y órdenes religiosas y la puesta en venta de sus propiedades.
La restauración del absolutismo en 1814 significó la anulación de las exclaustraciones y la
devolución de los bienes vendidos a los frailes.
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Por último, en el Trienio Liberal (1820-1823) volvieron a entrar en vigor las decisiones de las
Cortes de Cádiz, pero en 1823 retornó el régimen absolutista, y Fernando VII obligó a restituir los bienes
vendidos.
Por tanto, será a la muerte de Fernando VII, cuando los Liberales, fundamentalmente los
progresistas, pongan en marcha la maquinaria jurídica-económica, capaz de poner en venta ingentes
cantidades de tierra.
3. DESAMORTIZACIÓN DE MENDIZÁBAL
En efecto, durante la Regencia de Mª Cristina (1833-1840) serán los progresistas los que
verdaderamente inicien la revolución liberal. Concretamente su hombre fuerte Mendizábal, emprendió
reformas fundamentales, para lo cual asumió personalmente las carteras de Estado, Guerra, Marina y
Hacienda. Su programa incluía la reforma de la Ley electoral de 1834, con sufragio censitario muy
restrictivo, por otra más amplia; el restablecimiento de la libertad de imprenta; la reforma de la
Hacienda y sobre todo fue el principal responsable de la ley de desamortización eclesiástica más
importante aprobada en España, indispensable marco jurídico para acometer la “reforma agraria” que
querían los liberales.
Tres fueron los objetivos que Mendizábal aspiraba a alcanzar:
- Objetivo financiero: buscar ingresos para pagar la deuda pública del Estado.
- Objetivo político: ampliar el número de simpatizantes al liberalismo, crear un sector de
propietarios que se sintieran unidos al régimen liberal isabelino porque los compradores de
bienes desamortizados ligarían su suerte a la victoria del bando liberal en la guerra carlista.
Además, hay que tener en cuenta que buena parte del clero era simpatizante de la causa
carlista.
- Objetivo social: crear una clase media de campesinos propietarios.
Octubre de 1835, Mendizábal promulgó un decreto mediante el cual se suprimían las órdenes
religiosas y se justificaba la medida, en tanto se consideraban desproporcionados sus bienes a los
medios que entonces tenía la nación. Otro decreto, promulgado febrero de 1836, se declaraban en
venta todos los bienes de las Comunidades y corporaciones religiosas extinguidas.
La secuencia desamortizadora se sustenta en dos niveles. El primero hace referencia a la
supresión de instituciones religiosas y la aplicación de sus patrimonios para la extinción de la deuda
pública. Por otro lado, el decreto de febrero de 1836 establecía los principios y mecanismos de la
desamortización: se declaraban en venta todos los bienes que se calificarán como nacionales. Entre
otras cuestiones, el decreto fijaba en su artículo 3º la subasta pública como norma para realizar las
ventas, previa tasación, y en su artículo 10º como forma de pago se admitía el dinero en efectivo o los
títulos de la deuda consolidada por todo su valor nominal.
En total entre 1836 y 1844 se habían desamortizado el 62 % de las propiedades de la Iglesia,
primero del clero regular (tierras, casas, monasterios y conventos con todos sus enseres) y después del
clero secular (Catedrales e iglesias en general).
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Entre las raras voces de los sectores progresistas que se opusieron a Mendizábal destacó la de
Flórez Estrada. En un artículo publicado en “El Español”, en febrero de 1836, se declaraba partidario de
la desamortización, pero contrario al sistema propuesto por el ministro de Hacienda. Su preocupación
reformista era fundamentalmente social. Admitía la desamortización para mejorar la condición de las
clases rurales y estaba preocupado por favorecer al proletariado agrario. Flórez Estrada volvió a enlazar
con el espíritu de los ilustrados: desamortizar para reformar la estructura agraria. Su propuesta era
arrendar por 50 años a los mismos colonos que las estaban trabajando a la Iglesia, con la posibilidad de
renovación del contrato al expirar dicho plazo. Esta propuesta era ventajosa para el Estado, que no
perdía la propiedad de los “bienes nacionales” y podía invertir el importe de las rentas en el pago de las
deudas. Al mismo tiempo advertía que con las ventas todas las clases de la sociedad saldrían
perjudicadas y solo ganarían los especuladores.
Aunque los moderados paralizaron el decreto de desamortización durante la década en la que
gobernaron en solitario (1844-1854), en realidad ya quedaba muy poco eclesiástico que nacionalizar.
Fue iniciada, de nuevo con los progresistas en el poder (1854-1856), que habían accedido otra
vez a través de un pronunciamiento militar.
En efecto, con la Ley Madoz o de “desamortización general”, de 1 de mayo de 1855, se
procedió a la última y más importante etapa de esta gran operación liquidadora. Se hablaba de
“desamortización general” porque se trataba ahora no ya solo de los bienes de la Iglesia, sino de todos
los amortizados, es decir, de los pertenecientes al Estado y a los municipios también, los propios y
baldíos de los municipios y, en general, todos los bienes que permanecieran amortizados.
La finalidad de la ley Madoz era fundamentalmente, como lo había sido la de Mendizábal, la de
obtener medios económicos para el Estado. Tampoco en esta ocasión aparece como una preocupación
por parte de los progresistas el acceso a la tierra de los desposeídos. Los bienes desamortizados
pasarían a propiedad de aquellos que más pudieran pagar por ellos. Es decir, se utilizó también el
procedimiento de la subasta pública para su venta. No obstante, se introdujeron algunas mejoras
técnicas en cuanto a la forma de pago, pues ésta sólo podría hacerse en metálico y en un plazo de
quince años, con un descuento del 5% sobre los plazos adelantados.
La Ley Madoz se desarrolló a gran velocidad. Entre 1855 y 1856 se subastaron más de 43.000
fincas rústicas y unas 9.000 urbanas, por un valor cercano a los 8000 millones de reales. De otro lado, la
desamortización de los bienes del clero incluidos en esta ley replanteaba de nuevo, a los cuatro años de
la firma del Concordato, las relaciones con la Santa Sede. Por este motivo, la reina se negó en un
principio a aceptar la ley, pero no tuvo más remedio que sancionarla, lo que provocó la ruptura con
Roma.
los bienes obtenidos tenían como fin la industrialización del país y la expansión del ferrocarril.
La valoración del proceso indica que la alta burguesía fue nuevamente la beneficiaria, aunque la
participación de los pequeños propietarios rurales fue más elevada en este caso que en la anterior
desamortización de Mendizábal. Este proceso, al igual que el anterior, no sirvió para que las tierras se
repartieran entre los menos favorecidos porque no se trataba de abordar una necesaria reforma
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agraria, aunque trajo consigo la expansión de la superficie cultivada y, como resultado, una agricultura
algo más productiva.
Consecuencias sociales:
El proceso de desamortización no sirvió en general para que las tierras se repartieran entre los
campesinos.
La otra clase social beneficiada fue la nobleza, ya que no solo, no fueron expropiados sus bienes,
sino que sus tierras quedaron en plena libertad para poder venderlas o cambiarlas, además de
poder comprar otras, al suprimirse las leyes de mayorazgo.
Los pequeños campesinos salieron muy perjudicados, ya que no solo no adquirieron nuevas
propiedades, sino que sufrieron la pérdida del uso de los bienes comunales tras la
desamortización de Madoz, que para muchos era vital (prados y bosques), además del
endurecimiento de las condiciones de arrendamiento por los nuevos propietarios. También se
consolidó un proletariado agrícola de jornaleros con muy malas condiciones de trabajo, casi
siempre de tipo estacional.
Consecuencias económicas:
Hemos visto cómo la burguesía fue la clase social que más beneficiada, ya que pudieron comprar
más y más tierras, lo que les permitía ser más ricos. Esta inversión tuvo una contrapartida negativa
porque al hacer una inversión segura en tierras, se dejó sin capitalización nuestra naciente
industria.
Crisis económicas de los municipios, que perdieron una fuente importante de financiación y
tuvieron que renunciar a dar determinadas prestaciones.
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Consecuencias culturales:
La desamortización de las fincas urbanas cambió el modelo de ciudad. Aquí también la burguesía
fue la más beneficiada. Esta desamortización abrió el camino a un tipo de ciudad diferente, con
mejoras urbanísticas: grandes edificios públicos, ensanches, nuevas calles (ej. la Gran Vía).
6. CONCLUSIÓN