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Bloque 8: Pervivencias y transformaciones

económicas en el siglo XIX: un desarrollo


insuficiente.
Paralelamente al discurrir político, entre 1833 y 1868 se produce la
sustitución de la economía feudal y de la sociedad estamental, propias del
Antiguo Régimen, por un sistema económico capitalista y una sociedad de
clases. La nueva sociedad liberal se define por la propiedad: quien la tiene,
pertenece a la clase dirigente, quien no, es un trabajador y queda relegado en
la escala social.
A partir de mediados de siglo se inicia un continuo crecimiento
económico que, sin embargo, no se verá as acompañado de un progreso social
equivalente. Poco a poco se van acentuando cada vez más las diferencias
sociales, y la sociedad española se hace cada vez más clasista, con una
oligarquía que incrementa cada vez más su riqueza y unas clases populares
cuya miseria también se incrementa. Esta discriminación explica la toma de
conciencia de los trabajadores y el surgimiento y expansión del movimiento
obrero.

LAS TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS

Los cambios agrarios durante la revolución liberal. La desamortización

La revolución liberal trajo consigo una serie de cambios que transformaron el


campo español hacia una agricultura capitalista:

 El primero de ellos fue la supresión definitiva de la vinculación de las tierras,


tanto civiles como eclesiásticas.
 En segundo lugar, la abolición del régimen jurisdiccional, que transformó los
señoríos en propiedades privadas y a los vasallos en trabajadores libres.
 En tercer lugar, un decreto aprobó la libertad de cercamiento de tierras, de
comercialización de las cosechas y de fijación de precios, implantando así
el libre mercado en el sector agrario.

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 En cuarto lugar se suprimió el diezmo que pagaban los campesinos a la
Iglesia, aunque esta recibiría a cambio la ayuda del Estado a través del
presupuesto público.
 Aunque sin duda, la medida más importante desde el punto de vista
económico y social, fue la desamortización de las tierras de la Iglesia y los
concejos.
Las desamortizaciones consistieron en la expropiación, por parte del
Estado, de las tierras eclesiásticas y municipales para su posterior venta a
particulares en subasta pública. En compensación por el patrimonio confiscado
a la Iglesia, el Estado se hacía cargo de los gastos del culto y clero. Aunque se
dieron algunos precedentes a finales del siglo XVIII, el verdadero proceso de
desamortización se desarrolló a partir de 1837 en dos fases, a cada una de las
cuales se las conoce por el nombre del ministro que la puso en marcha: la
desamortización de Mendizábal y la de Madoz.
Con anterioridad a la Desamortización de Mendizábal conviene
mencionar:
- La Desamortización de Godoy (Ministro de Carlos IV), entre 1798 y
1807, y que afectó fundamentalmente a los bienes del clero.
- La desamortización civil y eclesiástica de las Cortes de Cádiz (1812)
y el Trienio Liberal (1820-1823). Además de la venta de los bienes de
la Iglesia, se disponía a la parcelación de bienes propios y baldíos en
el terreno civil.

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 La desamortización eclesiástica de Mendizábal (1837-1849)

Mendizábal (Ministro de Hacienda) inició una etapa de gobierno


progresista.
La medida más significativa que adoptó fue la llamada desamortización
eclesiástica (1836), proceso de nacionalización de los bienes del clero regular
para venderlos en pública subasta; aquella medida, inspirada por la Revolución
francesa, tenía por objeto dinamizar la economía agrícola del país sacando al
mercado libre el ingente patrimonio inmobiliario acumulado por las órdenes
religiosas, formando además con sus compradores una clase media dispuesta
a apoyar el régimen liberal y la causa de Isabel II; al mismo tiempo, la
operación serviría para reducir la agobiante deuda pública y proporcionar al
Estado medios económicos con los que financiar la guerra civil contra los
carlistas.
En 1837, Mendizábal, desamortizaba los bienes del clero secular y más
tarde confiscaba los diezmos eclesiásticos.
La desamortización no solucionó el grave problema de la deuda del
Estado, pero si contribuyó a atenuarlo. Los terrenos desamortizados fueron
únicamente eclesiásticos que habían caído en desuso. A pesar de que
expropiaron gran parte de las propiedades de la Iglesia, ésta no recibió ninguna
compensación a cambio. Por esto la Iglesia tomó la decisión de excomulgar
tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras, lo que hizo

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que muchos no se decidieran a comprar directamente las tierras y lo hicieron a
través de intermediarios o testaferros.
Las consecuencias de la desamortización fue el desmantelamiento casi
completo de la propiedad de la Iglesia y de sus fuentes de riqueza, toda vez
que el diezmo que abonaban forzosamente los ciudadanos fue igualmente
suprimido en 1837. La desamortización no produjo un aumento de la
producción agraria, contra lo que pretendían sus promotores. Los nuevos
propietarios, en general, no emprendieron mejoras, sino que se limitaron a
seguir cobrando las rentas y las incrementaron, al sustituir el pago de los
derechos señoriales y diezmos por nuevos contratos de arrendamiento.
Muchos de los nuevos propietarios vivían en las ciudades, completamente
ajenos a las actividades agrícolas, la desamortización provocó un
reforzamiento de la estructura de la propiedad de las tierras y se acentuó el
latifundismo.

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 La desamortización general de Madoz (1855-1867)

La segunda gran desamortización iniciada con la Ley Madoz de 1855,


formó parte del programa del gobierno progresista del bienio. Establecía la
venta en subasta pública de toda clase de propiedades rústicas y urbanas
pertenecientes al Estado, a la Iglesia, los propios y baldíos de los Municipios y,
en general, todos los bienes que permanecieran amortizados. Se trataba, por
tanto, de completar y terminar el proceso de desamortización iniciado por
Mendizábal en 1836, las consecuencia de esta Ley de Madoz fueron la
eliminación de la propiedad comunal y de lo que quedaba de la eclesiástica, lo
que provoco un agravamiento considerable de la situación económica del
campesinado, y una ruptura de las relaciones con la Iglesia, ante la flagrante
violación del concordato
El contexto histórico de la Desamortización de Madoz es precisamente el
Bienio Progresista, el cambio del gobierno va aparejado con la intención de
hacer cambios de calado. La situación financiera de España no atraviesa por
su mejor momento, a una acusada deuda pública, hay que sumar una
reducción de los ingresos al abolir el impuesto de Consumos y a una necesidad
imperiosa de financiar la construcción del ferrocarril. Además, como ya se
hiciera en la Desamortización de 1836 se pretende crear una masa de
burgueses, compradores de tierra afines al régimen liberal.

Las consecuencias de la Desamortización de Madoz son variadas,


debemos decir que tuvo éxito en la reducción de la deuda pública, si bien no la
eliminó, es cierto que se atenuó con creces.

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En lo económico puso en circulación nuevas tierras que antes habían
estado vinculadas. En el apartado social la desamortización benefició
principalmente a los antiguos terratenientes en las zonas rurales y grandes
burgueses en las ciudades, sin embargo las consecuencias sobre los
campesinos fueron muy negativas, ya que de todo lo desamortizado un 30%
pertenecía a la Iglesia, un 20% a la beneficencia y un 50% a los municipios, fue
sobre todo la pérdida de acceso a bienes de aprovechamiento común provocó
un empeoramiento de sus condiciones de vida y una emigración hacia las
ciudades. En lo económico supuso un cambio de propiedad del 20% de la
superficie nacional, sin embargo no hubo realmente un cambio en la estructura
de la propiedad, consolidándose el latifundio sobre todo en el centro y sur de la
Península y la nueva burguesía adquiriente se suma al cobro de rentas que no
permite un incremento de los rendimientos.
Otras consecuencias, se encuentran en la pérdida de patrimonio cultural, ya
que se perdieron muchos libros y obras de arte, además de significar una
ruptura de relaciones con el Vaticano al violar el Concordato con la Santa Sede
de 1851.
Consecuencias socioeconómicas de las desamortizaciones
Las principales consecuencias económicas y sociales de ambas
desamortizaciones fueron las siguientes:
- Se pusieron en cultivo grandes extensiones de tierra, hasta entonces
poco o nada explotadas por sus antiguos propietarios.
- Las ventas absorbieron una gran cantidad de capitales privados, ya
que se calcula que la extensión total de las tierras desamortizadas
equivalía a la mitad de las tierras cultivables.
- En contra de la creencia tradicional, no parece que variara
significativamente la estructura de la propiedad: en general, no hubo
concentración ni dispersión de tierras, sino tan sólo cambios de
propietarios.
- Se sacrificaron los intereses de un sector importante de campesinos,
a los que no se reconocieron sus derechos sobre las tierras
señoriales o municipales ni se les facilitó el acceso a las propiedades
desamortizadas, y sobre todo del clero, cuyas tierras fueron
expropiadas. Su descontento empujo a muchos de ellos al carlismo.

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 Los grandes perjudicados van a ser:

o La Iglesia que pierde sus tierras, pero es compensada a través de


los acuerdos del Estado con la Santa Sede y por la obligación de
mantener el culto por el Estado.

o Los ayuntamientos que pierden sus propiedades y que a partir de


entonces no tienen dinero para hacer frente a sus obligaciones
con los ciudadanos.

o Los campesinos que se ven privados de los bienes comunales


que les servían históricamente de complemento a su economía
familiar, a la vez que se convierten en asalariados.

Evolución de la agricultura a lo largo del XIX

La eliminación de los señoríos y de la desamortización no se tradujeron


en innovaciones agrícolas, ya que los nuevos propietarios prefirieron mantener
los sistemas de cultivo en vez de invertir en mejoras. Por eso, el atraso técnico
hizo que el rendimiento de la tierra no aumentara, y sólo se incrementó la
producción debido a la puesta en cultivo de más tierras de la desamortización.

Además se produjo una clara decadencia de la cabaña ganadera. La


desamortización y el cercamiento de tierras permitieron la puesta en cultivo de
tierras antes reservadas a la Mesta. Por otra parte, las telas de algodón
desplazaron a la industria lanera, lo que hizo poco rentable la cría de ovejas.

A lo largo del siglo se sucedieron periódicas crisis agrarias, derivadas de


las malas cosechas o de las fluctuaciones del mercado mundial. En las
primeras décadas de la Restauración, la producción aumentó, especialmente
en sectores como el vitivinícola, el olivar o el de cítricos, que se beneficiaron de
la prosperidad internacional y del crecimiento del consumo urbano. Pero la
sobreproducción perjudicó a los campesinos al hundir los precios y, con ellos,
los jornales.
Al iniciarse el siglo XX, la agricultura española estaba estancada. Se
caracterizaba:

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- Injusta distribución de la propiedad
- La ausencia de inversiones y de desarrollo técnico
- Situación de miseria de los campesinos y una conflictividad creciente
La “cuestión agraria” se convertirá en uno de los problemas cruciales de
la España de la primera mitad de siglo XX.

LA FALLIDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

En España se pretendió impulsar, como en otros países de Europa, el


proceso de revolución industrial para transformar la vieja estructura económica,
esencialmente agraria, en otra nueva, basada en el desarrollo de la industria y
del comercio. Pero los resultados no se correspondían con los objetivos. Este
desfase se prolongó hasta bien entrado el siglo XX, constituyendo el origen de
buena parte de los problemas del país hasta nuestros días.

Entre las principales causas del retraso:

- La geografía poco adecuada del país que dificultaba las


comunicaciones, encarecía el transporte y hacía difícil el desarrollo
de un mercado nacional articulado.
- La escasez de materias primas y fuentes de energía.
- El lento crecimiento demográfico, unido al atraso de la agricultura,
provocó falta de mano de obra industrial, la carencia de productos
agrícolas y de un mercado interior incapaz de absorber la producción
de la industria.
- La falta de capitales, ya que los capitalistas españoles en lugar de
invertir en industria lo hacían en deuda pública o en la adquisición de
tierras desamortizadas.
- El Estado desempeñó también un papel negativo, con la continua
emisión de deuda pública, que atraía los capitales y con ello una
política proteccionista que favoreció el inmovilismo y la falta de
cambios tecnológicos en el campo y en las fábricas.

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- Por último, la pérdida de las colonias americanas restó mercados
privilegiados y materias primas a la industria española.

Un sector pionero: la industria textil catalana

Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir


de capitales autóctonos, aunque predominó la empresa de tamaño mediano.
Dentro de la industria textil catalana el sector algodonero fue el más dinámico
y, como en el caso de Inglaterra, actuó como sector palanca de la
industrialización regional. Su prosperidad se debió fundamentalmente a tres
razones:

- La posición de ventaja con la que partía, dado el temprano despegue


industrial de Cataluña en el siglo XVIII.
- La iniciativa empresarial de la burguesía catalana, que modernizó sus
industrias con la incorporación de nuevas máquinas y técnicas de
producción.
- La protección arancelaria, que la puso a salvo de la competencia
inglesa y le permitió, tras la pérdida del mercado colonial americano,
orientar su producción al mercado nacional; así como a Cuba, Puerto
Rico, cuya independencia a finales de siglo supondría otro duro
golpe.

Un sector en dificultades: la siderurgia

Para el desarrollo de una industria siderúrgica potente, se requiere,


además del hierro, carbón en abundancia y de calidad; pero, sobre todo, que la
demanda de productos siderúrgicos resultaba lo suficientemente grande como
para rentabilizar las elevadas inversiones iniciales.

La inexistencia en España de buen carbón y de demanda suficiente


explica el desarrollo accidentado de esta industria, cuya localización fue
cambiando a lo largo del siglo XIX.

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Un sector acaparado por extranjeros: la minería

España era rica en reservas de hierro, plomo, cobre, mercurio y cinc.


Además, los yacimientos estaban próximos a zonas portuarias, lo que facilitaba
el transporte de los minerales.

Sin embargo, la minería española no alcanzó su pleno apogeo hasta el


último cuarto de siglo, en que se convirtió en uno de los sectores más activos
de la economía nacional.

Eso fue posible en gran medida por la ley de Bases sobre minas de 1868
–promulgadas tras el derrocamiento de Isabel II-, que simplificaba la
adjudicación de concesiones y daba importantes seguridades a los
concesionarios de minas.

Se hicieron cargo de la explotación minera sobre todo compañías


extranjeras, que extraían los minerales para su exportación en bruto a sus
países de origen. España se convirtió, por tanto, en exportadora de materias
primas: plomo, mercurio, cobre y hierro, fundamentalmente, que a fines de siglo
representaban uno de los capítulos más importantes de la balanza comercial.

Conclusiones sobre la industrialización española

El desarrollo industrial de España durante el siglo XIX fue limitado y con graves
deficiencias:

- La escasez de capital nacional fue la causa de que la moderna


industria española se levantara con predominio de capital extranjero
(salvo en Cataluña). Los capitales se invirtieron preferentemente en
la compra de tierras desamortizadas, y como se verá a continuación,
en el negocio de ferrocarriles.
- La industria se limitó en la práctica a dos focos periféricos: la
industria textil catalana y, desde fines de siglo, la siderurgia vasca.

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Pero ambos sectores eran poco competitivos en el exterior, lo que
obligaba a mantener una política proteccionista para reservarles al
menos el mercado nacional.
- A fines del siglo XIX la base económica del país seguía siendo una
agricultura de escasos rendimientos, que ocupaba a las dos terceras
partes de la población activa y generaba más de la mitad de la renta
nacional.

La revolución del transporte: el ferrocarril


La primera línea construida en España fue la de Barcelona-Mataró
(1848), pero la verdadera fiebre constructora se desencadenó a partir de la ley
General de Ferrocarriles de 1855, hasta la crisis financiera de 1866.
La ley propiciaba la creación de compañías privadas que se encargarían
de la construcción de los diferentes tramos de la red. Para ello, el gobierno
estaba dispuesto a proporcionar todo tipo de recursos y facilidades, desde
conceder subvenciones –cuyos fondos los proporcionaría la aplicación de ley
de desamortización general de Madoz de ese mismo año- hasta permitir la
importación de materiales extranjeros.
De la ley de ferrocarriles se derivó un ritmo rápido de construcción, pero
también algunas consecuencias negativas:

- Las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras, que


importaron el material ferroviario, con lo que, a diferencia de lo ocurrido en
otros países, la construcción de la red española no estimuló apenas la
industria siderúrgica nacional.
- El escaso capital privado español que no se había destinado a la
adquisición de tierras desamortizadas se invirtió en ferrocarriles, pero no en
industrias.
- Al final existía el medio de transporte, pero apenas había mercancías que
transportar; las compañías ferroviarias no podían recuperar lo invertido en la
construcción de las líneas por los escasos beneficios de su explotación; y
en consecuencia, quebraron y arrastraron en su caída a bancos y
sociedades de crédito en la crisis financiera de 1866.

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