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La Solidaridad

«Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo»


Gal 6, 2
Son cuatro los principios de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Bien común, dignidad de
la persona, subsidiaridad y solidaridad. A continuación queremos presentar a grandes
rasgos este último principio de la DSI, apoyados principalmente de lo que se dice en el
Magisterio de la Iglesia sobre la solidaridad, plasmado en el Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia (CDSI) y el DOCAT.
El Compendio, en el número 149, nos dice que tenemos «la exigencia de reconocer en el
conjunto de los vínculos que unen a los hombres y a los grupos sociales entre sí, el espacio
ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común, compartido por todos»,
es decir, este es el principio de la solidaridad. En otras palabras, «la solidaridad expresa la
dimensión social de la persona humana. Ningún ser humano puede vivir aisladamente, sino
que siempre está remitido a otro, y no solo para experimentar una ayuda práctica, sino
también para tener un interlocutor con quien hablar, para crecer junto con los demás
intercambiando ideas, argumentos, necesidades y deseos, y poder desarrollar así
plenamente su personalidad» (DOCAT 100).
Con la consciencia de la urgencia de acción en la sociedad, nuestro principio, al permear la
vida social de cada hombre, y la participación pueden dar respuesta a la cultura del descarte
que antepone los propios intereses haciendo leyes que no respetan el verdadero sentido de
la Ley, la vida y la libertad y por tanto, en la actualidad, nuestro interés debe ser el otro. Por
eso la solidaridad « debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de
las instituciones, según el cual las «estructuras de pecado», que dominan las relaciones
entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de
solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado,
ordenamientos» (CDSI 193).
Finalmente, es en Jesucristo que podemos ver la solidaridad en acto, pues él es «el Hombre
nuevo, solidario con la humanidad hasta la «muerte de cruz» (Flp 2,8): en Él es posible
reconocer el signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con
nosotros, que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo
constituye en la unidad» (CDSI 196).

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