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Arquidiócesis de Quito

Escuelas Vicariales de Formación

Doctrina Social
De La Iglesia

1
Presupuestos

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Presupuestos

El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha


ungido para anunciar la buena noticia a los pobres,
me ha enviado para liberar y dar vista a los ciegos.
(Lc 4, 18)

Ver – Escuchar

Conversamos en grupos para definir las siguientes palabras:

Dignidad, justicia, libertad y caridad

Discernir – Acoger

Jesucristo nos revela que «Dios es amor» (1 Jn 4,16) y nos enseña que la ley fundamental de la
perfección humana y, por tanto, de la transformación de las relaciones sociales según las
exigencias del Reino de Dios, es el mandamiento nuevo del amor, siendo este el instrumento más
potente de cambio: solo el amor es capaz de transformar de modo radical el mundo y las relaciones
que los seres humanos tienen entre sí. La transformación interior de cada hombre, la conversión del
corazón, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con los demás y, en
consecuencia, de todo cambio social.

Solo descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende su propia dignidad trascendente, y
es capaz de salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente
humanas. Para esto es necesaria la gracia que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar sus
fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a
volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red de relaciones auténticas y sinceras con sus
semejantes .

Expresión de esto es el Decálogo que pone de relieve los deberes esenciales así como los
derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana. Connotan la moral
humana universal. Constituyen las reglas primordiales de toda vida social

2
a) Evangelización y doctrina social

La Iglesia está al servicio de la salvación, no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino


en el contexto de la historia y del mundo en el que el hombre vive. En efecto, la sociedad, y con
ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura, etc., no constituyen un ámbito
meramente secular y mundano, y por ello, marginal y extraño al mensaje de la fe, sino que, por el
contrario, todo ello forma parte del ministerio de evangelización de la Iglesia. Si bien la misión que
Cristo confió a la Iglesia no es de orden político, económico o social, de ella se derivan funciones,
luces y energías también para que el hombre sepa conducir ese orden social de acuerdo con la ley
divina.

Por eso podemos decir con propiedad que la doctrina social de la Iglesia no pertenece al ámbito
de la ideología, sino al de la teología y, más en concreto, al de la teología moral, ya que se trata de
una doctrina que debe orientar la conducta de las personas en el ámbito de lo social; o, con otras
palabras, sus principios interpelan a la conciencia en orden a reconocer y cumplir los deberes de
justicia y de caridad en la vida social.

Sus enseñanzas se fundan en los valores universales que derivan de la Revelación y de la


naturaleza humana; de ahí que estén dirigidas, no solo a los hijos de la Iglesia, sino a todos los
hombres de buena voluntad.

El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los principios de
reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción, como base para promover un humanismo
integral y solidario. Estos principios se exigen y se iluminan mutuamente, ya que son una expresión
de la antropología cristiana. Difundir esta doctrina constituye una verdadera prioridad pastoral para
la Iglesia (cfr. Compendio n. 7). En particular, los fieles laicos, que buscan el Reino de los Cielos
«gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (LG 31), encontrarán luces para
su compromiso específico, sean cuales fueren sus personales circunstancias.

b) Dignidad y primacía de la persona

El misterio irrepetible y la dignidad de cada persona humana solo puede explicarse desde una
antropología cristiana que ve en cada hombre la imagen viva de Dios mismo, e invita a reconocer
en todos, cercanos o lejanos, conocidos o desconocidos, y, sobre todo, en el que sufre, un hermano
por el que murió Cristo.

Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de
la persona humana. Esta representa el fin último de la sociedad. De ahí que toda la doctrina social
de la Iglesia sea expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana.

3
c) La justicia

Según su formulación más clásica, «consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo
que le es debido» (Sto. Tomás de Aquino). Constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito
intersubjetivo y social. «la justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La
política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta
están precisamente en la justicia, y esta es de naturaleza ética» (Deus caritas est, n. 28).

La justicia no viene determinada por una simple convención humana, porque lo que es «justo» no está
determinado originariamente por la ley, ni por una mayoría más o menos cualificada de votos, sino que en su
sentido más radical deriva de la identidad profunda del ser humano, por lo que adquiere un sentido pleno y
auténtico en la antropología cristiana.

d) Justicia y caridad

La plena verdad sobre el hombre permite abrir la justicia al horizonte de la solidaridad y del amor. En
efecto, por sí sola la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma si no se abre a la fuerza
más profunda que es el amor. Por ello, junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad
y la caridad, en cuanto vía privilegiada de la paz, que solo se alcanzará con la realización de la justicia social y,
además, con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para
construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor (cfr. Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, n. 203).

La caridad presupone la justicia, pero la trasciende. La experiencia del pasado y, cada vez más, la de
nuestro tiempo, demuestra que no se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la
justicia; esta, por sí sola, no es suficiente; más aún, la pretensión de practicarla en exclusiva, sin el
acompañamiento de otras virtudes socialmente esenciales, puede conducir a la negación y al aniquilamiento
de la justicia misma. De ahí que «el amor –caritas– siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa.
No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor» (Deus caritas est, n. 28).

Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones, lograrán persuadir a hombres y pueblos
a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar la llamada de la caridad.
De ahí que sea cada vez más urgente persuadir al mundo de que solo la caridad contiene la fuerza necesaria
para inspirar y proponer nuevas vías para renovar profundamente, desde su interior las estructuras sociales y
los ordenamientos jurídicos.

Solo la caridad social nos puede llevar a amar el bien común por encima del bien particular: amar, no solo
al individuo aislado, sino también en el ámbito social, significa, según las situaciones, servirse de las
mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia; en
definitiva, organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria en
cualquiera de sus formas (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 208)

4
e) La libertad de la persona

La libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de
la sublime dignidad de cada persona humana. Por ello, toda persona tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable. La libertad solo es auténtica cuando los lazos
recíprocos que unen a las personas son regulados por la verdad y la justicia (cfr. Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, n. 199).

El hombre puede dirigirse hacia el bien solo en la libertad que Dios le ha dado como signo
eminente de su imagen. Pero esta libertad no se opone a la dependencia creatural del hombre
respecto a Dios, no conlleva el poder de determinar el bien y el mal. Por el contrario, el ejercicio de
la libertad implica la referencia a una ley moral natural de carácter universal que precede y aúna
todos los derechos y deberes

La ley natural «no es otra cosa –dirá Sto. Tomás– que la luz de la inteligencia infundida en
nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Esta luz o
esta ley, Dios la ha donado a la creación».

En las más diversas culturas, la ley natural une a los hombres entre sí, imponiendo principios
comunes. Aunque su aplicación requiera adaptaciones a la multiplicidad de las condiciones de vida,
según los lugares, las épocas y las circunstancias, la ley natural es inmutable, de tal modo que,
como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. n. 1958) «subsiste bajo el flujo de ideas y
costumbres y sostiene su progreso (...) Incluso cuando se llega a renegar de sus principios, no se la
puede destruir ni arrancar del corazón del hombre».

Sin embargo, sus preceptos no son percibidos por todos con claridad e inmediatez. Se necesita
la ayuda de la Gracia y de la Revelación, pues la libertad del hombre se encuentra misteriosamente
inclinada a traicionar la apertura a la verdad y al bien humano.

En definitiva: la plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con


vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal.

5
Celebrar-Participar

Señor Jesús,
que nos llamas con insistencia a nuestra renovación interior,
ayúdanos a volver constantemente a la fuente de toda vida cristiana,
que es tu Evangelio.

Que nuestra fidelidad, Señor, sea dinámica y creativa,


abierta al aliento de tu Espíritu, que conduce la historia
y se manifiesta en la trama de los acontecimientos,
a quienes nos sentimos enviados.

Haz que permaneciendo siempre como pequeña levadura


perdida en la masa de tu pueblo, podamos ser,
desde la debilidad, expresión viva de tu amor infinito
y, desde la pobreza, manifestación clara de las riquezas de tu amor
que todo lo renueva.

Que seamos, Señor, como tú mismo fuiste en tu vida


y con tu muerte, signos y testimonio del amor invisible del Padre.
Amén

Tarea

Leer el discurso del Papa Francisco a los miembros de la fundación “Centesimus Annus
pro Pontifice” del 23 de octubre de 2021
https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2021/october/documents/20211023-
fondazione-centesimus-annus.html

Escribir un breve resumen resaltando las ideas importantes

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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Doctrina Social
De La Iglesia

2
Principios

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Principios
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y
una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como
propios, sino que todo era común entre ellos.
(Hechos 4, 32)

Ver – Escuchar

Veamos este breve video y compartamos nuestras impresiones

https://www.youtube.com/watch?v=HB7nsT0dOwk

Discernir – Acoger

Los llamados principios de doctrina social constituyen el fundamento de la enseñanza social


católica. Entre ellos, cabe destacar el principio del bien común, el de la subsidiariedad y el de la
solidaridad.

Estos principios, expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y
de la fe, surgen del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias –comprendidas en el
Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia– con los problemas que surgen
en la vida social.

Por su permanencia en el tiempo y universalidad de significado, la Iglesia los señala como el


primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y valoración de los fenómenos
sociales, principios necesarios porque de ellos se pueden deducir los criterios de discernimiento y
de guía para la acción social en todos los ámbitos (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, n. 161).

Estos principios tienen un significado profundamente moral pues interpelan profundamente a la


conciencia en orden a la bondad o maldad de sus actos en el ámbito social.

2
a) Principio del bien común

Según el Concilio Vaticano II, debe entenderse este principio como «el conjunto de condiciones
de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más
pleno y más fácil de la propia perfección» (Gaudium et spes, n. 26). Se puede considerar como la
dimensión social y comunitaria del bien moral. Por ello, ninguna formación social puede dejar de
lado la cuestión del bien común, un deber que implica a todos los miembros de la sociedad.

La persona no puede encontrar realización solo en sí misma, no puede prescindir de su ser con y
para los demás, lo cual le impone una búsqueda incesante, de manera práctica, del bien, del
sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Este deber exige
la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuera el bien propio, lo cual es
un objetivo arduo de alcanzar (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 165).

Sin embargo, la persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios, no están en condiciones
de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo. Por ello, asegurar el bien común es la razón de ser
de la comunidad política, que debe armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales o, con
otras palabras, lograr la correcta conciliación de los bienes particulares de los individuos y de los
grupos (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 168).

El bien común social debe tener necesariamente una dimensión trascendente; una visión
puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar
económico (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 170).

b) El principio de subsidiariedad

Se trata de una de las directrices más constantes de la doctrina social de la Iglesia. Se traduce en
que todas las sociedades de orden superior deben adoptar una actitud de ayuda respecto de las
menores, en un doble sentido: en sentido positivo, que se traduce en ayuda económica,
institucional y legislativa; en sentido negativo, implica no suplantar la iniciativa, libertad y
responsabilidad de los individuos y grupos sociales menores (cfr. Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, n. 186).

Este principio protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores, e insta a
estas a ayudar a los particulares y grupos intermedios a desarrollar sus tareas. Se impone este
principio porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la
comunidad. Con el principio de subsidiaridad contrastan las formas de centralización, de
burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato
público (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 187).

3
c) El principio de solidaridad

Es un principio social y una virtud moral, no un sentimiento superficial y estéril, como con
frecuencia es entendido. Consiste en la determinación firme y perseverante de colaborar en la
consecución del bien común, es decir, el bien de todos y de cada uno (cfr. Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, n. 193).

Implica que los hombres cultiven la conciencia de deuda con la sociedad en la cual están
insertos: son deudores de aquellas condiciones que facilitan la existencia humana, así como del
patrimonio, indivisible e indispensable, constituido por la cultura, el conocimiento científico y
tecnológico, los bienes materiales e inmateriales, y todo aquello que la actividad humana ha
producido (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 195).

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la


igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia
una unidad cada vez más convencida, en contraste con un mundo en el que persisten fortísimas
desigualdades.

Celebrar-Participar

Gracias, Padre, por el Espíritu

Te bendecimos, Padre, por el don del Espíritu, que por tu Hijo haces al mundo.
Lo hiciste al principio, en los orígenes de todo, cuando incubabas el universo
al calor del Espíritu para que naciera un mundo de luz y de vida.

Te bendecimos por haber puesto tu Espíritu en hombres y mujeres, niños y adultos.


Por el don continuo que de él has hecho siempre en la historia humana:
Espíritu de fuerza en sus jueces y gobernantes,
espíritu rector, en sus líderes fieles.
Espíritu creador en sus sabios e investigadores.
Espíritu solidario en sus pobres.
Espíritu de vida en el pueblo siempre.

Te alabamos por la presencia de tu Espíritu en los profetas, educadores,


revolucionarios, mártires, santos, en todas las personas de buena voluntad.
Por Jesucristo, tu Hijo resucitado y hermano nuestro. Amén

4
Tarea

Responder brevemente las siguientes preguntas:

• ¿Cómo podemos aplicar estos principios desde nuestros lugares y puestos de


trabajo?
• ¿Las parroquias pueden aplicar estos principios de la DSI entre ellas? ¿Cómo
se daría esto?

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Doctrina Social
De La Iglesia

3
El Trabajo

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


El trabajo
Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de
todo corazón, teniendo en cuenta que es para el
Señor y no para los hombres (Colosenses 3, 23)

Ver – Escuchar

Veamos el siguiente video y conversemos sobre lo que pide el Papa Francisco con
relación al trabajo y la seguridad laboral

https://www.youtube.com/watch?v=BVYwSTfJVkA

Discernir – Acoger

El trabajo se ha ido convirtiendo en un argumento cada vez más central en la Doctrina Social de
la Iglesia . El trabajo es la clave de la cuestión social “En nuestro tiempo es cada vez más
importante el papel del trabajo humano en cuanto factor productivo de las riquezas inmateriales y
materiales” (Centesimus Annus, n 31)

El trabajo es una de las cuestiones que hoy suscita más interés. No hay campo desde el que no
sea objeto de estudio: interesa desde el ángulo filosófico, antropológico, sociológico, teológico,
ético, jurídico, económico, histórico, médico, psicológico. La Doctrina Social de la IGlesia lo aborda
desde un análisis antropológico y teológico.

Base antropológica

Hoy somos cada vez más conscientes de que el trabajo es una dimensión constitutiva del ser
humano. Estamos ya lejos de consideraciones falsamente religiosas que consideraban al trabajo
como un castigo divino, así como de la concepción grecorromana donde el “ocio” estaba sobre el
“negocio”. Más bien pensamos que el trabajo es un bien, aunque sea arduo. Fundamentalmente
porque, además de proporcionarnos lo necesario para vivir, es una expresión de cada ser humano y
contribuye a realizarnos.

Pablo VI en la Populorum Progressio (n.27) subraya que el trabajo:

2
• Es querido por Dios, aunque puede darse una mística exagerada del trabajo.

• Permite que el ser humano imprima su sello personal en la obra realizada.

• Proporciona al trabajador tenacidad, ingenio y espíritu de invención.

• “Más aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un sufrimiento, de


una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus y funde los
corazones; al realizarlo, los hombres descubren que son hermanos”.

Advierte de todas maneras la ambivalencia del trabajo:

“… porque promete el dinero, la alegría, el poder, invita a unos al egoísmo y a otros a la


revuelta; desarrolla también la conciencia profesional, el sentido del deber y la caridad hacia el
prójimo. Más científico y mejor organizado, tiene el peligro de deshumanizar al que lo realiza,
convirtiéndolo en esclavo suyo, porque el trabajo no es humano sino cuando permanece inteligente
y libre. Juan XXIII ha recordado la urgencia de restituir al trabajador su dignidad, haciéndole
participar realmente en la labor común: se debe tender a que la empresa llegue a ser una
verdadera asociación humana, que con su espíritu influya pro- fundamente en las relaciones,
funciones y deberes.” (n 28)

En esta línea san Juan Pablo II advierte también del peligro de la alineación en el trabajo
“cuando se organiza de manera tal que «maximaliza» solamente sus frutos y ganancias y no se
preocupa de que el trabajador, mediante el propio trabajo, se realice como hombre” (Centessimus
Annus, n. 41). Añadirá a continuación que lo que más aliena al hombre es la inversión entre medios
y fines, el olvido de Dios. En este sentido, el colectivismo ha aumentado la alineación.

Benedicto XVI en Caritas in Veritate proporciona un nuevo marco no sólo al trabajo, sino a toda
la actividad económica en cada uno de sus elementos y momentos, en cuanto es actividad humana
responsable; la cual, por consiguiente, ha de ser “articulada e institucionalizada éticamente” (n. 36).
Llega a afirmar que aun el mercado, si no posee ninguna dimensión de gratuidad -por ejemplo,
“formas internas de solidaridad y confianza recíproca y generalizada”, y “cohesión social”- es
incapaz de cumplir aun su misma función económica (n. 35). Aún más, la justicia no solamente es
“intrínseca a la caridad”, su “primera vía” y su “medida mínima”, sino que, “mientras que antes se
podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un
complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza siquiera la justicia” (n. 38),
pues, sin caridad, la justicia se hace rígida e impersonal, y deja de ser justicia plenamente humana.
Por tanto ”el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano,
dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (n.34).

3
Perspectiva teológica

El trabajo es una colaboración con Dios Creador. El trabajo, junto a la procreación, son en el
relato del Génesis dos formas privilegiadas que tiene el ser humano de continuar lo que Dios
empezó: transmitir la vida y mejorar el universo. Todo ello porque Dios ha creado al ser humano “a
su imagen”:

“El trabajo es querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, el hombre debe
cooperar con el Creador a completar la creación y marcar a su vez la tierra con la
impronta espiritual que él mismo ha recibido. Dios, que ha dotado al hombre de
inteligencia, también le ha dado el modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o
artesano, empresario, obrero o campesino, todo trabajador es un creador” (Populorum
Progresismo n. 27)

Desde esta perspectiva trabajar es, además de un deber, una posibilidad para el espíritu, una
necesidad de la naturaleza, una apertura a la trascendencia. Si en algún momento se ha podido
pensar que la fe lleva a desentenderse de las tareas temporales al sobrevalorar lo espiritual, una
visión no sesgada debe reconocer que el creyente encuentra en su fe una motivación más poderosa
para interesarse por el mundo. Por otra parte, no es de hoy esta atención creyente al trabajo: la
divisa monacal “Ora et labora” tiene muchos siglos de existencia.

El trabajo acrecienta la unión e identi cación con Cristo. Precisamente como lo dice Gaudium
et Spes los hombres con su trabajo “se asocian a la obra redentora de Jesucristo” (n. 67). Esta idea
la ha desarrollada ampliamente Juan Pablo II en Laborem exercens llegando a afirmar que: con su
trabajo, el hombre se une al misterio pascual, a la muerte y resurrección de Jesús:

“La muerte de Jesús fue consecuencia de la injusticia del mundo, que cayó sobre Él. Al
trabajar, con frecuencia, sufrimos injusticias. La resurrección de Jesús es el paso a una vida
nueva. Con nuestro trabajo, colaboramos a crear un mundo nuevo” (n. 27)

Junto a lo ya dicho, hay que recordar un tercer elemento de tipo moral : el trabajo nos permite
ejercitar el amor y el servicio a nuestros hermanos. Sin duda dedicamos muchas horas en nuestra
vida al trabajo y éste nos ofrece la oportunidad de vivir lo básico del evangelio: el amor al hermano.

4
fi
Celebrar-Participar

Dios, nuestro Señor, que creó el mundo y lo llenó de maravillas como signo de su
poder, santificó también en sus orígenes el trabajo del hombre, para que éste,
sometiéndose humildemente a la bondad del Creador, se dedicara con perseverancia a
perfeccionar de día en día la obra de la creación. Roguémosle, pues, diciendo:
R. Guía, Señor, las obras de nuestras manos

Bendito seas, Señor, que nos has dado la ley del trabajo, para que, con nuestra
inteligencia y nuestros brazos, nos dediquemos con empeño a perfeccionar las
cosas creadas. R.

Bendito seas, Señor, que quisiste que tu Hijo, hecho hombre por nosotros,
trabajara como humilde artesano. R.

Bendito seas, Señor, que has hecho que en Cristo nos fuera llevadero el yugo y
ligera la carga de nuestro trabajo. R.

Bendito seas, Señor, que en tu providencia nos exiges que procuremos hacer
nuestro trabajo con la máxima perfección. R.

Bendito seas, Señor, que te dignas aceptar nuestro trabajo como una ofrenda y
como una penitencia saludable, motivo de alegría para los hermanos y ocasión
de prestar ayuda a los pobres. R.

Bendito seas, Señor, que elevas a la sublime dignidad de la Eucaristía el pan y el


vino, fruto de nuestro trabajo. R

Padre nuestro…

Tarea

Leer los numerales 255-266 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y preparar
una catequesis para padres de familia sobre lo dicho ahí.
Se puede usar el esquema Ver-Juzgar-Actuar.

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Doctrina Social
De La Iglesia

4 Opción
preferencial por
los pobres

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Opción preferencial por los pobres

En verdad les digo que cuanto hicieron con uno de


estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicieron (Mt 25, 40)

Ver – Escuchar

Leer el mensaje del Papa Francisco a los participantes de la XLIII Conferencia de la FAO (1 de julio
de 2023) y compartir las impresiones

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2023/documents/
20230701-messaggio-fao.html

Discernir – Acoger

El regreso a la escena eclesial de la opción preferencial por los pobres ha sido una de las
contribuciones más importantes que ha hecho la Iglesia latinoamericana. Esta opción preferencial
ha sido el modo concreto como el Vaticano II ha sido recibido en nuestra región. Hoy se puede
afirmar que es una enseñanza oficial de la Iglesia. Benedicto XVI, en el discurso inaugural de la V
Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, recordó que «la opción
preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre
por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Optar por el pobre es hacerlo por
ese Dios que se revela en Jesús. Y es, ante todo, una opción de Dios mismo por ellos, según ha
sido comunicada por medio de la vida de Jesús y transmitida a todos nosotros a través de los
Evangelios.

Documentos Magisteriales

Empecemos haciendo una muy breve síntesis de la presencia de los pobres y la opción
preferencial por ellos en los documentos magisteriales:

En Rerum Novarum, a la que Centesimus Annus denomina «una Encíclica sobre los pobres»,
afirma: «la misma voluntad de Dios parece más inclinada del lado de los aflig dos, pues Jesucristo
llama felices a los pobres» (n. 17).

2

Quadragesimo Anno: El Evangelio nos inculca el respeto privilegiado a los pobres, lo que
implica, por parte de los más favorecidos, renuncia a algunos de sus derechos para poner los
bienes al servicio de los demás (n. 23).

La Segunda Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación der va la opción por los pobres del
mismo Cristo, que «de rico se hizo p bre por nosotros, para enriquecernos mediante su
pobreza» (n. 66).

Cristo, además de hacerse pobre, estuvo con los pobres (67);

la Iglesia, desde sus orígenes, ha optado por los pobres y, mediante su do trina social, ha
promovido reformas estructurales en la sociedad (68);

la Iglesia, amando a los pobres, da también testimonio de la dignidad del hombre


solidarizándose con quienes son rechazados por la sociedad (68);

la opción por los pobres no es exclusiva (68).

Laborem Exercens: los pobres se encuentran bajo diversas formas, aparecen en m chos casos
como resultado de la violación de la dignidad del trabajo h mano (n. 8).

Sollicitudo Rei Socialis señala la opción o amor preferencial por los pobres, «una forma especial
de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana», referida no sólo a la pobreza material, sino
también a la privación de los derechos fundamentales de la persona, y, en concreto, el de la
libertad religiosa e iniciativa económica (n. 42). En el ámbito internacional se traduce en estas
medidas concretas:

reforma del sistema internacional de comercio;

reforma del sistema monetario y financiero mundial;

intercambios de tecnologías, y

revisión de la estructura de las organizaciones internacionales (n. 43).

Centesimus Annus alude igualmente a la opción preferencial por los pobres, no excl siva ni
discriminatoria de otros grupos (n. 57), opción que vale no sólo p ra la pobreza material, sino
también para la cultural y religiosa.

El mismo principio del destino universal de los bienes, afirma el Compendio de Doctrina Social
de la Iglesia, exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por los marg nados y, en
cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado.

Por ello hay que reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres (nn.
182-184):

3








este amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bi naventuranzas,
en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres;

no se refiere sólo a la pobreza material, sino también a las numerosas formas de pobreza
cultural y religiosa;

no se reduce a la práctica de la caridad, sino que es un deber de justicia;

es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta

Magisterio del Papa Francisco

El magisterio de Francisco continúa esta senda y entiende que el «pobre es una categoría
teológica» (Evangelii Gaudium 198), que «los pobres son la carne de Cristo». En este sentido es una
condición fundamental para la vida cristiana que la define en su identidad discipular, porque la
propuesta de Jesús, que es la del Reinado de Dios, no es la de una relación privada e íntima con
Dios (EG 183), sino la de una relación que implica construir una sociedad de fraternidad, paz, justicia
y dignidad para todos (EG 180).

A pocos días de su elección, el 15 de marzo del 2013, Francisco pronunciará aquella frase que
definirá a su pontificado: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!», significando
con ella que no estamos ante una opción facultativa entre tantas otras posibles, sino ante una
opción fundamental en la vida del cristiano y de la Iglesia en su conjunto, pues la falta de
solidaridad para con el pobre «afecta directamente a nuestra relación con Dios» (EG 187) y limita
nuestro modo humano de ser y vivir en esta historia.

El modelo eclesial que recibe en Aparecida será el que Francisco profundice en la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, donde llama a desandar los espacios públicos, los nuevos ágoras,
para rechazar los intentos de privatización de la religión; a alejarse de formas devocionales de
arraigo individualista y sentimental (EG 70) y a superar una mentalidad social asistencialista (EG
204). En fin, hay que recuperar un cristianismo con Evangelio (EG 11) para poder ir al encuentro de
las periferias (EG 20) con un «nuevo discurso de la credibilidad» (EG 132).

Esta opción conduce a discernir el lugar social en el que nos movemos y desde donde
pensamos, para descubrir los signos de la presencia de Dios (Gaudium et Spes 11). Cuando leemos
las Escrituras nos damos cuenta de que el lugar social para Jesús, donde pasa su tiempo y deja su
cansancio, es la realidad de los pobres en sus luchas cotidianas por mejorar sus condiciones de vida
sociopolíticas y económicas. Es ahí y a ellos a quienes ofrece palabras de esperanza y gestos de
sanación.

Comprender esto implica un desplazamiento de nuestra zona de seguridad hacia el lugar donde
se encuentran y viven los excluidos, los desechados por la sociedad, porque es desde ahí, con ellos,

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donde se puede entender «la verdad de la realidad», la verdad de lo que sucede. Este
desplazamiento significa convertirnos, conocer por experiencia lo que vive la gente, y no dejarnos
llevar por la tentación del sistema dominante actual que nos hace pensar sobre la realidad de los
otros pero sin ellos, sin conocer ni padecer sus mundos de vida y las condiciones en las que se
encuentran.

Así lo explicó Francisco en una entrevista que le concediera en el año 2014 al jesuita Antonio
Spadaro: «Hago muy seguido referencia a una carta del padre Pedro Arrupe, que fue General de la
Compañía de Jesús. Era una carta dirigida a los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS). En
esta carta, el padre Arrupe hablaba de la pobreza y decía que es necesario un tiempo de contacto
real con los pobres. Para mí esto es realmente importante: es necesario conocer la realidad por
experiencia, dedicando un tiempo para ir a la periferia para conocer de verdad la realidad y lo
vivido por la gente. Si esto no ocurre, entonces, se corre el riego de ser abstractos ideólogos o
fundamentalistas, y esto no es sano».

Sin esta mirada desde la periferia la predicación del Evangelio será intranscendente. Por ello, es
preciso entablar una atención amante que considere al pobre como sujeto, en relación horizontal y
trato igualitario. Esta atención amante no se basa en una conversión solo del trato personal o de las
costumbres, sino del cambio de mi orientación de vida de modo que todo lo que haga sea en
función del bien del otro. Para Francisco esto está ocurriendo entre aquellos «sacerdotes y agentes
pastorales que cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el
mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando
abnegadamente en los campos de salud, el deporte y la educación» (FRANCISCO, II Encuentro
Mundial de Movimientos Populares, Bolivia 9 de julio de 2015).

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Celebrar-Participar

Abre nuestros ojos a tu presencia en los que sufren.


Abre nuestros oídos a tu llamada en los necesitados.
Abre nuestros corazones a tu amor.

Abre nuestros ojos para ver en la vida tu voluntad.


Abre nuestro corazón para que no se nos quede desentendidamente frío
ante el sufrimiento de los hermanos.

Que nuestros brazos se abran a los otros.


Que nuestras puertas se abran a los que llaman.
Que estemos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido.

Que estemos abiertos hacia ti, Señor.


Que veamos la realidad que nos rodea desde ti, Señor.
Que estemos con los de abajo para ver desde ellos.
Que sus causas y luchas sean las nuestras. Amén.

Tarea

Leer los numerales 391-398 del Documento Conclusivo de Aparecida y responder


brevemente las siguientes preguntas:

• ¿Por qué decimos que la opción preferencial por los pobres está implícita en la
fe cristológica?
• ¿Cuál debe ser nuestra actitud como cristianos y como Iglesia con los pobres?

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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Doctrina Social
De La Iglesia

La Familia

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


La Familia

Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién


nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían
oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban
quedaron admirados de que decían los pastores. (Lc 2, 16-18)

Ver – Escuchar

Veamos el video “La familia, un tesoro” y compartamos brevemente las impresiones

https://www.youtube.com/watch?v=BohqcTYMEHs

Discernir – Acoger

La familia ha sido considerada siempre como la expresión primera y fundamental de la


naturaleza social del hombre. En su núcleo esencial esta visión no ha cambiado. La familia posee
una específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de las relaciones
interpersonales, es unidad primera y vital de la sociedad, fundamento de la vida de las
personas y prototipo de toda organización social.

La familia puede ser considerada la primera comunidad de personas, para las cuales el propio
modo de existir y vivir juntos es la comunión. Solo las personas son capaces de existir «en
comunión».

La familia constituye una comunidad de amor y de solidaridad: una comunidad que no encuentra
su fundamento último ni en la ley que le otorga la reglamentación ni en la utilidad que pueden
extraer de ella sus componentes, sino en la capacidad intrínseca al ser humano de amar
familiarmente y de fundar una comunidad de vida.

La familia es un hecho universal, una realidad presente en todas las culturas de todos los
tiempos. Los antropólogos están hoy de acuerdo en que algún tipo de organización familiar,
cualquiera que sea la forma que haya adquirido, es identificable en «todas» las sociedades
humanas y ha acompañado al hombre desde sus orígenes.

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El hecho-familia existe en cuanto tal, aunque difiera según las culturas, del mismo modo que el
hombre difiere según esas mismas culturas, pero sigue siendo hombre. Si no existiera esa
semejanza, el término familia sería equívoco y no sabríamos a qué nos referimos al utilizarlo. Y sin
embargo, no es así.

Pero, además, matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de
situaciones particulares históricas y económicas. Por el contrario, hunde sus raíces en la esencia más
profunda del ser humano y solo puede encontrar su respuesta a partir de esta. En este sentido,
matrimonio y familia son una realidad natural. En el ser-hombre y en el ser-mujer está inscrito un
significado que no pertenece a la libertad de inventar, sino solo descubrir e interpretar en la verdad.
La masculinidad y la feminidad son un lenguaje dotado de un significado originario. No son un dato
puramente biológico apto para recibir cualquier sentido que la libertad decida atribuirle. ¿Cuál es
este significado? Es la apertura y el don total de sí al otro para constituir la comunidad de personas
que es la familia.

En definitiva, la familia está presente en todas las sociedades porque es inherente a la naturaleza
humana, pero adopta formas diferentes en cada una de ellas porque, es también e
inseparablemente, una realidad cultural.

a) Familia y persona

Es una afirmación central y permanente de la ley moral natural –asumida por la visión cristiana–
sobre la persona humana y la familia, la que dice que la persona humana encuentra su cuna, no solo
biológica, sino espiritual, en la comunidad de la familia. Santo Tomás habla de la necesidad para el
hombre, no solo de un útero físico para su desarrollo, sino también de un «útero espiritual»,
constituido por la comunión conyugal de los padres.

El matrimonio, en cuanto comunión de amor oblativo (de donación) entre un hombre y una
mujer, es el ámbito en el que la persona humana está llamada a nacer y desarrollarse dignamente.
El varón y la mujer viven en la familia una singular experiencia de socialidad: la experiencia de la
gratuidad, del reconocimiento de la persona como persona, en la cual no domina la regla de la
utilidad. De este modo, el hombre es capaz de vivir las demás experiencias de la socialidad humana
con una conciencia crítica que le impide el predominio de la norma utilitarista en la organización de
las relaciones sociales.

Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona es
reconocida, aceptada y respetada en su dignidad: en el clima de afecto natural que une a los
miembros de una comunidad familiar, las personas son reconocidas por sí mismas (no por lo que
tienen o aportan a la sociedad) y responsabilizadas en su integridad. En cualquier otra institución –

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en una empresa, pongamos por caso– resulta legítimo que se tengan en cuenta determinadas
cualidades o aptitudes, sin que al rechazarme por carecer de ellas se lesione en modo alguno mi
dignidad (el igualitarismo que hoy intenta imponerse para «evitar la discriminación» sería aquí lo
radicalmente injusto). Por el contrario, una familia genuina acepta a cada uno de sus miembros
teniendo en cuenta, sí, su condición de persona. Y basta. Y, al acogerlos, les permite entregarse y
cumplirse como personas. Por eso, cabe afirmar que sin familia no puede haber persona o, al menos,
persona cumplida, llevada a plenitud.

En la familia, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unidos en matrimonio, crea un


ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su
dignidad y prepararse a afrontar su destino. La primera estructura fundamental a favor de la ecología
humana es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien;
aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir ser persona

b) Familia y sociedad

La prioridad entre familia y sociedad, corresponde a la familia, mientras la sociedad sería una
articulación de familias. Al menos así se entendía hasta que en el siglo XVIII irrumpió con fuerza el
individualismo, que ve en la familia una simple asociación voluntaria y artificial, no basada en la
naturaleza, y localiza en la sociedad (y en última instancia, el Estado) la verdadera organización
natural.

Esta perspectiva es la que predomina hoy todavía en amplios sectores, hasta el punto de
constituir, en opinión de algún autor, el origen último de la crisis por la que pasa la familia: la mayor
amenaza a la familia se encuentra en la pérdida de la visión del hombre como persona, y su
sustitución por una visión del hombre como individuo; las razones se podrían resumir en tres puntos:

a) La visión individualista niega la existencia de lazos originarios del hombre con el hombre. Por
tanto, todo lazo humano ha de ser pensado como una contratación, una negociación entre sujetos
autónomos. Es el producirse de un consenso social lo que determina la comunidad humana, lo que
instituye los lazos entre los hombres.

b) Desde el punto de vista ético, una visión individualista es incapaz de pensar y de buscar un
bien común humano si no es planteándolo como la suma de bienes individuales o meras condiciones
externas en las que cada uno puede, libremente, perseguir el propio interés privado.

c) Desde una perspectiva individualista, la institución matrimonial y familiar carece de consistencia


porque no es más que la contratación de dos individuos que buscan una felicidad individual; los hijos
corren entonces el riesgo de ser pensados dentro de una lógica de autorrealización personal: y, o
bien suponen un impedimento que hay que evitar, o bien son una necesidad a satisfacer, cueste lo
que cueste.

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Que la familia es unidad fundamental de la sociedad viene a significar su carácter estructurante
del entramado social: la sociedad debe construirse partiendo de la familia y tomando de la familia
su estructura esencial: una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda
tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella, la persona es siempre el centro de
atención en cuanto fin y nunca como medio.

El bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente


relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Sin familias fuertes en la
comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los
primeros años de vida los valores morales personales y de la convivencia, se transmite el patrimonio
espiritual y cultural de la nación. En ella se aprenden también las responsabilidades sociales y la
solidaridad.

Si hemos dicho que la familia es unidad fundante de la sociedad, es evidente que la precede, no
solo en orden cronológico, sino también ontológica y funcionalmente. La familia no está en función
de la Sociedad y del Estado, sino que estos están en función de la familia.

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Celebrar-Participar

Jesús, María y José, en ustedes contemplamos


el esplendor del amor verdadero,
a ustedes nos dirigimos con confianza.

Sagrada Familia de Nazaret,


haz que también nuestras familias
sean hogares de comunión y cenáculos de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.

Sagrada Familia de Nazaret,


que nunca más en las familias se vivan experiencias
de violencia, cerrazón y división.
Que todo el que haya sido herido o escandalizado
conozca pronto el consuelo y la sanación.

Sagrada Familia de Nazaret,


que, como Iglesia en camino, podamos despertar en todos
la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia.

Jesús, María y José,


escuchen y atiendan nuestra súplica. Amén

Tarea

Leer el capítulo 3 de Amoris Laetitia y sintetizar las ideas principales

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-
francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#La_familia_y_la_Iglesia_

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