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¿Qué impulsa la discriminación?

En el fondo de todas las formas de discriminación están el prejuicio basado en conceptos de


identidad y la necesidad de identificarse con un grupo determinado. Esto puede generar
división, odio e, incluso, la deshumanización de otras personas porque tienen una identidad
diferente.

En muchas partes del mundo, las políticas de la culpa y el miedo están en auge. La
intolerancia, el odio y la discriminación causan una fractura cada vez mayor en las
sociedades. La política del miedo divide a la población mientras los dirigentes difunden un
discurso tóxico y culpan de los problemas económicos o sociales a determinados grupos o
personas.

Algunos gobiernos intentan reforzar su poder y el statu quo justificando abiertamente la


discriminación en nombre de la moral, la religión o la ideología. La discriminación puede
incorporarse a la legislación nacional, a pesar de infringir el derecho internacional: por
ejemplo, la criminalización del aborto, que niega a las mujeres, a las niñas y a las personas
embarazadas los servicios de salud específicos que necesitan. Las autoridades pueden
incluso considerar que ciertos grupos tienen más probabilidades de delinquir por el mero
hecho de ser quienes son, como los pobres, los indígenas o los negros. 

Discriminación contra las personas lesbianas, gays,


bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI)
En todo el mundo, las personas sufren discriminación por amar a quien aman, por sentirse
atraídas por determinadas personas y por ser quienes son. Las personas LGBTI pueden ser
tratadas injustamente en todas las esferas de su vida, ya sea en el ámbito de la educación, el
empleo, la vivienda o el acceso a los servicios de salud, y pueden sufrir acoso y violencia.

Algunos países castigan a las personas por su orientación sexual o su identidad de género
con penas de prisión o incluso con la muerte. Por ejemplo, en octubre de 2019, el ministro de
Ética e Integridad de Uganda anunció que su gobierno tenía previsto introducir la pena de
muerte para actos sexuales consentidos entre personas del mismo sexo.

En 2019, Amnistía Internacional documentó la violencia, los abusos y la discriminación


generalizada que sufren los soldados gays y trans en Corea del Sur a causa de la
criminalización de las relaciones sexuales consentidas entre hombres en las fuerzas armadas,
y examinó los obstáculos a los que se enfrentan las personas tránsgenero para acceder a
tratamientos de afirmación de género en China. También trabajamos para garantizar que las
marchas del orgullo pudieran celebrarse en países como Turquía, Líbano y Ucrania.

Para las personas LGBTI, es muy difícil, y en la mayoría de los casos imposible, vivir su vida
en libertad y obtener justicia por los abusos sufridos cuando las leyes no están de su parte.
Incluso cuando lo logran, las identidades LGBTI están muy estigmatizadas y estereotipadas, lo
que les impide vivir su vida como miembros de la sociedad en condiciones de igualdad o
disfrutar derechos y libertades que están disponibles para otras personas. Por eso los y las
activistas LGBTI trabajan sin descanso por sus derechos, por ejemplo a no sufrir
discriminación, poder amar a quien quieran, conseguir el reconocimiento legal de su identidad
de género o gozar de protección contra los riesgos de agresiones y abusos.
Discriminación de género
En muchos países, en todas las regiones del mundo, existen leyes, políticas, costumbres y
creencias que niegan a las mujeres y niñas sus derechos.

La ley prohíbe a las mujeres vestir como quieran (Arabia Saudí e Irán), trabajar por la noche
(Madagascar) o solicitar un préstamo sin la firma de su esposo (Guinea Ecuatorial). En
muchos países, las leyes discriminatorias limitan los derechos de las mujeres al divorcio, a la
propiedad, a ejercer control sobre su propio cuerpo y a disfrutar de protección contra el acoso.

En la lucha permanente por la justicia, cientos de miles de mujeres y niñas han salido a las
calles para exigir sus derechos humanos y pedir igualdad de género. En Estados Unidos,
Europa y Japón, las mujeres se han manifestado contra la misoginia y el abuso en las
marchas del movimiento #MeToo / #YoTambién. En Argentina, Irlanda y Polonia, las mujeres
se han manifestado para exigir el fin de las leyes opresivas sobre el aborto. En Arabia Saudí
han pedido que se ponga fin a la prohibición de conducir, y en Irán han pedido el fin del uso
obligatorio del velo (hiyab).

En todo el mundo, las mujeres y niñas lideran las peticiones de cambio.

Sin embargo, pese al estratosférico aumento del activismo de las mujeres, la cruda realidad es
que muchos gobiernos en todo el mundo apoyan públicamente políticas, leyes y costumbres
que las someten y reprimen.

En todo el mundo, el 40% de las mujeres en edad de procrear viven en países en los que el
aborto sigue estando estrictamente restringido o es inaccesible en la práctica, aunque esté
permitido por ley, y alrededor de 225 millones de mujeres no tienen acceso a métodos
anticonceptivos modernos.

Las investigaciones de Amnistía Internacional confirmaron que a pesar de que las plataformas
de redes sociales permiten que personas de todo el mundo se expresen participando en
debates, estableciendo redes y compartiendo información, empresas y gobiernos han dejado
sin protección a las personas usuarias frente a conductas abusivas en Internet, lo que ha
hecho que muchas mujeres, en concreto, se autocensuren e incluso abandonen
definitivamente estas plataformas.

En cambio, en algunas partes del mundo, las redes sociales han dado más relieve a las
peticiones de las mujeres de igualdad en el trabajo, una batalla que obtuvo una atención
renovada en forma de llamamientos para reducir la brecha salarial de género, que
actualmente es de un 23% a nivel global. En el mundo, las mujeres no sólo reciben de media
un salario inferior al de los hombres, sino que tienen más probabilidades de hacer trabajos no
remunerados y de trabajar en empleos informales, inseguros y no cualificados. Gran parte de
estas condiciones se deben a unas normas sociales que consideran que las mujeres y su
trabajo tienen una categoría inferior.

Aunque la violencia de género afecta de forma desproporcionada a las mujeres, sigue siendo
una crisis de derechos humanos que la clase política continúa ignorando
Articulo tomado de “Amnistia internacional” movimiento internacional, defensor de derechos humanos.
https://www.amnesty.org/es/what-we-do/discrimination/?
utm_source=google&utm_medium=cpc&gclid=EAIaIQobChMIyZK8uZSa7QIVFo7ICh1EgAC5EAAYAiAAEgI5EfD_
BwE

Eliminar la violencia de género: ¿Qué función


desempeña la educación?

La violencia de género en la escuela (SRGBV, por sus siglas en inglés), es un


fenómeno mundial que trasciende las fronteras geográficas, culturales, sociales,
económicas, étnicas o de otro tipo, y que afecta profundamente a unos 246
millones de niñas y niños. Es uno de los principales obstáculos para la
consecución de la igualdad de género y tiene consecuencias de largo alcance que
afectan a la capacidad de aprendizaje del alumno y su permanencia en la escuela.
Mediante la Declaración de Incheon, los Estados Miembros y toda la comunidad
educativa, se comprometieron “a apoyar políticas, planes y contextos de
aprendizaje en que se tengan en cuenta las cuestiones de género, así como a
incorporar estas cuestiones en la formación de docentes, los planes y programas
de estudios, y a eliminar la discriminación y la violencia por motivos de género en
las escuelas”. Esta idea fue reforzada en el Marco de Acción Educación 2030
(FFA) a fin de brindar orientación para llevar a la práctica ese compromiso. El FFA,
que ofrece un enfoque estratégico basado en “insistir en la equidad, la inclusión y
la igualdad de género”, recomienda que los sistemas educativos actúen de
manera explícita con miras a erradicar los prejuicios de género y la discriminación.

A partir del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las


Mujeres, el 25 de noviembre de 2015, la campaña “16 días de activismo contra la
violencia de género” que se desarrollará este año centrará la atención en la
educación. La campaña, que comenzó en 1991, permite dinamizar la acción
encaminada a erradicar la violencia contra las niñas y las mujeres en todo el
mundo.

Como parte de la campaña, la UNESCO, en colaboración con la UNGEI, ONU


Mujeres, el UNICEF y otros asociados, celebrará una mesa redonda el 2 de
diciembre, en la Casa del UNICEF en Nueva York, en la que se debatirá sobre la
importancia de la educación en el tratamiento de la violencia de género y se
presentará una orientación mundial para abordar la SRGBV.
Esta mesa redonda tendrá por objeto presentar diversas perspectivas de
gobiernos, entidades de la sociedad civil, asociaciones de jóvenes y de docentes,
y asociados de ámbito mundial sobre cómo el sector de educación y otros
colaboradores pueden combinar sus esfuerzos para responder al abuso que se
produce en las escuelas y sus alrededores. Al poner de relieve la función esencial
de la educación como mecanismo de socialización, los participantes debatirán
sobre cómo impugnar las normas culturales nocivas y reforzar las sociedades que
promueven los derechos humanos, a fin de contribuir a la prevención de la
violencia de género.

En la mesa redonda se presentará además un llamamiento a la acción, con 16


medidas para eliminar la violencia de género en la escuela. Asimismo, se
presentará una nueva Guía Mundial sobre las respuestas del sector de la
educación a la SRGBV, preparada conjuntamente por la UNESCO y ONU
Mujeres, que se publicará en 2016. 

https://es.unesco.org/news/eliminar-violencia-genero-que-funcion-desempena-
educacion

¿Se puede combatir la discriminación de género?


Antes de casarse, Sonia (nombre ficticio) y su entonces marido decidieron que
ella abandonaría su trabajo. A partir de ese momento llevaría la casa y, con el
tiempo, cuidaría de sus hijos, dos chicas que hoy tienen 22 y 20 años y acaban de
hacerla abuela. Unos años después sobrevino el divorcio y los problemas con el
pago de la manutención. Tras más de un decenio sin desempeñar un cargo
remunerado, Sonia tuvo que volver a buscar empleo. Y los puestos –“limpiando un
museo, un laboratorio…”– se fueron encadenando. “Casi todos han sido a tiempo
completo, pero siempre trabajos temporales”, explica esta burgalesa de 50 años.
Unos contratos alcanzan los tres meses, otros siete días. Alguno apenas cubre un
fin de semana. “Y a veces requieren traslados de una hora y media, con lo que el
sueldo ni siquiera te alcanza”. Antes de la crisis, y de su matrimonio, Sonia se
ganaba el sueldo realizando tareas de limpieza doméstica o cuidando enfermos o
ancianos. “Pero eso ahora lo hacen los familiares”. Esta mujer tiene muy clara la
palabra con la que definiría su coyuntura: “Incertidumbre”. Lo significativo es que
su caso se encuentra lejos de ser algo excepcional.

La atención a niños y dependientes junto con las tareas domésticas suponen


cargas que casi invariablemente, y en cualquier latitud y contexto, recaen sobre
las mujeres. Muchas veces gratuitamente. Por doquier, ellas tienden a
especializarse en este tipo de trabajos no pagados, en oposición a los empleos de
los hombres, asalariados. Como señala Nilüfer Çagatay, experta de ONU Mujeres,
lo hacen en una proporción global de 2,5 veces más. “De ahí que necesitemos
expandir nuestra visión de la economía más allá del dinero, porque las mujeres
llevan a cabo una labor no reconocida pero fundamental para cubrir las
necesidades de los seres humanos”. Hace falta reflexionar sobre lo que realmente
significa trabajar, y cómo, cuánto y por qué se prolonga esa actividad a lo largo de
la jornada. Para las mujeres, esos esfuerzos se acaban convirtiendo en horas
extras de balde: según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
extraídos a finales de 2015 de 65 países desarrollados, ellas pasan de media 4
horas y 20 minutos llevando a cabo tareas no remuneradas, casi el doble que las 2
horas y 16 minutos que invierten ellos.
Para el desarrollo profesional de Sonia, mantener sola a sus hijas le ha supuesto
“simplemente, un lastre”. “Me han ofrecido trabajos fuera de Burgos, pero cuando
pides la conciliación te borran de la lista de candidatos”. La traducción de la mayor
implicación femenina en los cuidados y las tareas domésticas se resume en que
muchas mujeres tienen que conformarse con que, fuera de casa, solo cuenten con
ellas en puestos a tiempo parcial o temporales. En la UE de los 28,
según Eurostat, en 2015 los contratos de jornada parcial sumaban 42.097.000
(19,6% del empleo total), de los que 31.820.000 correspondían a mujeres y
10.277.000 a hombres. Una proporción –en torno al triple– muy similar a la de
España. Esos trabajos, añade Çagatay, “plantea un impedimento para su
integración en la economía formal y es causa de desigualdades como la brecha
salarial o la inferioridad de estatus”. ¿Un ejemplo flagrante de este último caso? A
junio de 2016, solo un 22,8% de los parlamentarios del mundo eran mujeres,
mientras que una decena habían alcanzado el nivel de jefas de Estado y nueve el
de presidentas nacionales.

Un claro inconveniente de este desequilibrio procede del hecho de que se trata de


un sesgo “involuntario”. No es una elección, sino todo lo contrario. En una
encuesta reciente se preguntó a mujeres de 142 países qué percibían como un
reto a la hora de ingresar en el mundo laboral. “Y las que no forman parte del
mercado señalaron que querrían incorporarse, pero no pueden”, subraya Verónica
Escudero, investigadora de la OIT, que apunta que en ese sondeo “se mencionó
casi universalmente como razón la imposibilidad de conciliar familia y empleo,
dado que no se ofrece ni flexibilidad horaria ni acceso asequible a cuidadores”. El
encadenamiento del trabajo no remunerado con la precariedad desemboca a su
vez, como ilustra la también investigadora Sheena Yoon, “en una segregación
ocupacional”: la mayoría de mujeres, un 62%, se colocan en el sector servicios,
que engloba desde el turismo y la hostelería hasta las ventas o la educación. La
agricultura y la industria, del otro lado, son coto de los hombres.

Islandia, el país con mejores condiciones laborales para las mujeres, tiene una
brecha salarial del 17,5%.

La muy documentada “sobrerrepresentación” de las mujeres en el sector terciario


y, sobre todo, en los espacios de mayor inestabilidad y pobreza se acrecienta
inevitablemente con las crisis económicas. De ahí que en España “la reducción de
la inversión pública en los servicios haya penalizado particularmente a las
mujeres”, como indica Cristina Borderías, experta en desigualdades de género de
la Universidad de Barcelona. Como le ha ocurrido a Sonia, que de soltera se
ganaba la vida cuidando a dependientes, ya que hoy día son sobre todo las
mujeres del entorno las que cubren estas necesidades gratuitamente. Desde
entidades como ONU Mujeres se intenta llevar a cabo acciones que ayuden a
equilibrar la balanza, desde analizar qué significa trabajar hasta dar soporte a las
estructuras legales de los diferentes países. “Pero un problema importante es que
en las crisis se tiende a construir infraestructuras físicas para potenciar la creación
de empleo, cuando esos trabajos van a parar generalmente a hombres”, alerta
Çagatay. Una solución pasaría, según recomienda la experta, por “fomentar las
infraestructuras de asistencia y cuidados de personas”.

En países como Islandia hace décadas que combaten la discriminación de género


tanto desde el activismo como a través de las instituciones. Un reflejo de los
resultados puede verse en un dato: en los últimos ocho años, el país ha alcanzado
el mejor resultado en la lista del informe que elabora el Foro Económico Mundial
sobre las brechas de género. En el documento de 2016, España se sitúa en el
número 29. “La experiencia de otros países muestra que es posible implantar
medidas”, subraya Borderías. “No hablamos de una revolución, sino de reformas
razonables que benefician a toda la sociedad”. Los remedios abarcan desde la
reducción de la jornada para hombres y mujeres hasta la implementación de
políticas de conciliación, así como los permisos de paternidad y maternidad
intransferibles, la inversión en guarderías públicas o las políticas fiscales.

Incluso en Islandia, aún no se puede hablar de unas condiciones laborales


igualitarias. Allí, por ejemplo, la brecha salarial continúa siendo pronunciada: en
2015 ascendía al 17,5%. “Debemos entender que no se puede castigar a la mujer
por tener hijos y cuidar de ellos, y que hay que tomar medidas no solo en lo que se
refiere a los salarios, sino también en cuanto al reconocimiento social”, receta
Çagatay. De lo contrario, se malgasta el potencial y se generan repercusiones:
“Desde las éticas, ya que vives sabiendo del sufrimiento del otro, hasta las
políticas, dado que crecen las tasas de desempleo generales, lo que provoca un
aumento de la violencia social. Eso sin mencionar las consecuencias físicas y
mentales, puesto que a mayor desigualdad, más casos de suicidios y depresiones”

https://elpais.com/elpais/2017/04/28/eps/1493330781_149333.html

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