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El ser las principales responsables del cuidado del hogar y de los/as hijos/as las limita en su desarrollo
académico y profesional.
Muchas mujeres buscan trabajos más flexibles, aunque sean más precarios y peor pagados, para poder
compatibilizar el trabajo productivo con el reproductivo.
La dependencia económica hace que muchas mujeres se mantengan en relaciones abusivas y violentas,
por no sentirse capaces de sostener económicamente su hogar.
Al estar dedicadas al trabajo que se realiza en el espacio privado, las mujeres han estado históricamente
excluidas de las esferas de poder político y social.
A partir de la década de los 70, en el seno de las discusiones en relación al desarrollo que se
daban en Washington, Naciones Unidas y Agencias de la Cooperación Internacional, se
comienza a poner en evidencia que las mujeres estaban siendo marginadas del desarrollo,
que ellas no estaban recibiendo sus beneficios en la misma medida que los varones, y a la vez
las estrategias de desarrollo no están aprovechando las capacidades de las mujeres. Frente
a esta realidad, diversos grupos, señalan que para que el desarrollo sea exitoso, y sea sostenible,
debe tener en cuenta a las mujeres.
Así, surge el enfoque “Mujeres en el Desarrollo”, más conocido como MED. Este enfoque,
tiene por objetivo integrar a las mujeres de una manera funcional a una estrategia de
desarrollo dada. Es decir: el desarrollo necesita a las mujeres. Para esto pone el énfasis en el
papel productivo de ellas entendiendo su subordinación por su exclusión del mercado.
as acciones que se enmarcan en el enfoque MED, han estado mayoritariamente enmarcadas
en enfoques tradicionales, reforzando los roles tradicionales de género sin cuestionar la
división social del trabajo.
A finales de los 70, se comienza a cuestionar el Enfoque MED (principalmente por parte de
las organizaciones de mujeres y de funcionarias de organizaciones internacionales), porque no
aborda las relaciones de poder que subyacen al género, y porque no apuesta a la
transformación de estas relaciones.
Este debate permitió paulatinamente pasar de una concepción de “Mujeres en el Desarrollo”
(MED) a la de “Género en el Desarrollo” (GED), y definir herramientas y metodologías para
la planificación. Se comienza a instalar así la noción de que no se trata sólo de un “tema de
mujeres”, sino más bien de cómo nos relacionamos hombres y mujeres, y de cómo esas
relaciones están marcadas por jerarquías, desigualdades, injusticias, etc.
Otra crítica que se realizó al Enfoque MED, es que considera a las mujeres como un grupo
homogéneo, sin ver las diferencias de clase, etnia, edad, ruralidad, etc.
Refiere a su situación práctica y material (la que suele ser desfavorable: mayor pobreza,
excesiva carga de trabajo, salud precaria, falta de igualdad ante la ley). Para su análisis y
abordaje se deben considerar variables: sociales, económicas, educacionales, acceso a
recursos, capacitación, etc.
En general, la situación de las mujeres se deriva del cumplimiento de los roles que les son
socialmente asignados: ser madre/padre, esposa/esposa, trabajadora/trabajador. Y tiene que
ver con la insatisfacción de necesidades básicas: vivienda, salud, ingresos, educación, etc.
Refiere a los mecanismos sociales, económicos y culturales que mantienen a las mujeres
en una situación desventajosa y subordinada en relación con los hombres. Tiene que ver con
concepciones culturales que impiden la participación plena e igualitaria de las mujeres en la
sociedad.
Tabla comparativa
Recordemos que:
Los derechos humanos corresponden a garantías jurídicas universales que buscan
proteger a las personas y a los grupos contra omisiones y acciones que interfieren con las
libertades y derechos fundamentales, en definitiva, con la dignidad humana.
Los derechos humanos son derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales
inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de
residencia, sexo, orientación sexual, origen nacional o étnico, color, discapacidad, religión,
lengua, etc
Los derechos humanos están formulados y garantizados por marcos normativos y
leyes que establecen las obligaciones de los Estados de actuar con el fin de respetar,
garantizar, promover y reparar dichos derechos.
Estos marcos normativos o leyes (Convenciones, Tratados, etc.) son vinculantes para
los países que los suscriben, debiendo rendir cuentas ante Naciones Unidas y la
comunidad internacional.
Paralelamente a las reflexiones en torno a los Modelos de Desarrollo y la forma de incorporar a
las mujeres y al género en ellos, Naciones Unidas declaró la década de 1975 a 1985 como la
“Década de la Mujer”. Así, en 1975 se realizó la “Primera Conferencia Mundial sobre la
Mujer” en Ciudad de México, y en 1976 se aprueba la “Convención para la Eliminación de
todas las formas de Discriminación contra la Mujer”, más conocida como CEDAW (por su
sigla en inglés), la cual es ratificada por Chile en 1989. La CEDAW es clave cuando
hablamos del género en las políticas públicas, ya que define el concepto de discriminación,
señalando que “…cuando la intención de discriminar no haya existido, si una política pública,
un programa social o una ley, tienen como resultado afectar el ejercicio de derechos de las
mujeres en comparación con los hombres, es discriminatoria…”. Es decir, una política pública,
aun teniendo la mejor de las intenciones, si afecta de alguna manera a los derechos de las
mujeres, es discriminatoria. En otras palabras, la CEDAW señala que las políticas públicas
no son neutrales, y que pueden tener resultados diferentes para hombres mujeres.
Además, la CEDAW:
Señala que los Estados desarrollarán acciones para avanzar hacia la igualdad de hombres y
mujeres (equidad).
Mandata a los Estados a modificar patrones socioculturales vinculados con estereotipos de
mujeres y hombres, superioridad entre un sexo y otro.
Señala que cuando una acción busca reducir las desigualdades entre hombres y mujeres,
aun cuando haga un trato preferente hacia las mujeres, no se trata de discriminación.
ENTONCES… ¿POR QUÉ CORFO DEBE INCORPORAR EL ENFOQUE DE
GÉNERO?
En este punto, y como entrada a los temas que trabajaremos en este
módulo, es importante considerar que, de acuerdo a datos del INE para el
año 2018, un 32,8% de las mujeres en Chile de 15 años o más no tiene
ingresos autónomos propios, lo que corresponde a 2.241.895 mujeres.
Si bien este porcentaje ha ido disminuyendo a través del tiempo (en gran
medida gracias a la oferta pública que propicia el empleo femenino y que
fomenta los emprendimientos de mujeres), para el 2018 más de 2,2
millones de mujeres dependen económicamente de otras personas (y/o
de los apoyos estatales) para subsistir.
De acuerdo con datos de la Encuesta Longitudinal de Empresas (ELE), para el año 2017, las
mujeres representan sólo el 29,6% de las gerencias generales de empresas (considerando
empresas de todos los tamaños). Así, la brecha alcanzó -40,8 puntos porcentuales.
A medida que aumenta el tamaño de las empresas disminuye el porcentaje de gerentas
generales, aumentando la brecha de género. Así, mientras que la brecha en las microempresas
fue de -37,2 puntos porcentuales, en las empresas grandes esta asciende a -68,3 puntos
porcentuales.
De acuerdo al Ranking de Mujeres en Alta Dirección que elabora Comunidad Mujer, en el
año 2018 la presencia de mujeres en directorios alcanzó un 42,1% en SEP, disminuyendo
drásticamente a un 15% en IPSA , y a sólo un 6,2% en otras empresas públicas.
Para hacer referencia a las dificultades de las mujeres para alcanzar cargos de poder, se ha
acuñado el concepto de “Techo de Cristal”. El Techo de Cristal refiere a las barreras invisibles
(al no ser formales) que dificultan el ascenso de las mujeres. Estas barreras dicen relación con:
Al ser las principales responsables de los cuidados y la crianza tienen mayores dificultades que
sus pares varones para aceptar cargos que impliquen viajes, horarios extensos, disponibilidad
completa, etc.
Redes masculinas informales que “heredan” y traspasan a otros varones los espacios de poder.
Dificultad en ciertas habilidades de liderazgo o baja autoestima a causa de la socialización de
género, entre otras.
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Síntesis de resultados Encuesta Suplementaria de
Ingresos (ESI) 2019, Nacio
En el Estudio “Mayor Participación de Mujeres en la
Economía” (ISÓNOMA/Subsecretaría de Economía, 2016), para analizar este
asunto, se construyó una medida que distingue entre el diferencial salarial Hombre-
Mujer explicado por los diferenciales en términos de educación y experiencia de
ambos géneros y aquella parte que no se puede explicar por un diferencial
observable en términos de estas variables. De esta forma, el diferencial salarial no
explicado constituye una medida de discriminación salarial.
La brecha salarial también está presente cuando hablamos del trabajo independiente,
ya sea en el caso de las mujeres que son empresarias/empleadoras como en aquellas que
realizan trabajo por cuenta propia. En el caso de las empleadoras podemos ver que la
brecha salarial es persistente independientemente de su nivel educativo, alcanzando un
-31,6% en el caso de aquellas con estudios universitarios y un -37,7% en el caso de las que
cuentan con postgrado. Es decir, una mujer empleadora con estudios de postgrado gana
un 37,7% menos que un empleador hombre con el mismo nivel educativo.
Ingreso medio mensual de los empleadores por sexo, según nivel educacional. 2018
Con este antecedente histórico respecto a la brecha salarial, y considerando que esta brecha
es un desincentivo para las mujeres que se encuentran inactivas, como también para
aquellas que participan en el mercado laboral, vale la pena realizar un análisis más
profundo de esta situación, en el sentido de indagar si esta brecha está o no justificada en
términos de criterios objetivos tales como nivel de educación, experiencia laboral, etc.
Para estos efectos, se utilizó la descomposición de Blinder-Oaxaca, una de las
metodologías más comunes para estudiar diferencias promedio en determinada variable
entre distintos grupos.
Ocupando esta metodología y sobre la base de las encuestas ESI/NESI entre 1990 y 2013 se
estimaron los diferenciales salariales no explicados tanto a nivel agregado como
sectorial, los cuales mostraron que, si bien la brecha salarial no explicada ha descendido de
manera sostenida, está aún persiste en un 17% para el año 2013. Es decir, las mujeres ganan
en promedio un 17% menos que sus colegas hombres, realizando el mismo trabajo, con
igual nivel de estudios y con la misma cantidad de años de experiencia.
En otras palabras, las mujeres en Chile ganan en promedio un 17% menos que los
hombres sólo a causa de la discriminación de género.
Fuente: OIT Perspectivas sociales y del empleo – Tendencias del empleo femenino
2017.
Nota: Las tasas de participación y las disparidades para 2017 son proyecciones.
PANDEMIA Y MUJERES