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Expropiaciones de las propiedades urbanas y rurales contra los bienes de realistas y


emigrados. (Durante los años del protectorado hasta 1824) pasando a manos del Estado,
encarnado en el Juzgado de Secuestros, creado en 1821 con este propósito. Esta institución
remató las propiedades y benefició a militares y comerciantes patriotas con la transferencia de
dichos bienes.

Las normas de secuestros se modificaron hacia 1825, cuando se permitió que los parientes de
los secuestrados reclamaran sus propiedades.

Las ventas de bienes estatales de Temporalidades, Inquisición y otros, para que los gobiernos
consiguieran liquidez, tal medida permitió asegurar un mercado libre de bienes, que favoreció
a militares, comerciantes y a antiguos aristócratas.

Bolívar firmó en Trujillo el decreto del 8 de abril de 1824, que ordenaba la entrega de la
propiedad de las tierras comunales a sus usufructuarios, así como la venta de diversos bienes
del Estado. La idea subyacente era que el uso precario que se les había dado desde la época
colonial, con títulos también precarios y vinculantes, era perjudicial a la “prosperidad” de la
agricultura y del Estado.

Con la Independencia, las cajas de censos pasaron a integrar la Hacienda republicana y sus
capitales, además de servir para fines de instrucción o beneficencia ya previstos, ayudarían
al pago de las cuantiosas deudas adquiridas por y tras la guerra.

Altas tasas de intereses, por parte de mercaderes y otros agentes económicos, debido a los
tiempos de guerra y, luego, a las inestabilidades de los primeros años republicanos

hacia 1830, la producción y flujos mercantiles se habían normalizado, aunque en la práctica


recobraron los niveles conseguidos a inicios del siglo XIX.

La producción de azúcar en las chacras y haciendas de la costa central atendía a los


mercados urbanos cercanos y era exportada a Chile; mientras que la producción de la costa
norte cubría su demanda local, la de la sierra norte y algunos lugares del Ecuador. La misma
lógica era seguida por el resto de lugares de producción, en la sierra y los valles cálidos.

El creciente mercado textil, motor de la Revolución Industrial, insaciable de este insumo,


debió ser la causa trascendental, aunada al interés de algunos comerciantes y hacendados
por arriesgarse y vender las variedades locales en el mercado británico.

la producción de productos agrícolas de primera necesidad, destinados para el autoconsumo


y para los centros urbanos cercanos cubrían las demandas locales y, a veces, comerciantes
dedicados al arrieraje llevaban pequeños excedentes que eran colocados en pueblos
fronterizos vecinos, o bien los trasladaban, como antaño, hasta zonas tan lejanas como la
Argentina.

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