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Hermes Tovar Pinzón da suma importancia en su texto a tres componentes relacionados entre sí.

La población, el reconocimiento de la tierra como un recurso importante para el Estado y


finalmente, el reconocimiento y legislación sobre los terrenos baldíos. Los tres elementos
mencionados anteriormente son los que le ayudan a responder la siguiente pregunta al autor;
cómo estaban distribuida la tierra en la Colombia del siglo XIX.

En primer lugar, el autor da una descripción detallada del crecimiento, la distribución y


movimientos entre las zonas rurales y urbanas, así como la actividad económica que
desarrollaban principalmente de la población colombiana en el siglo XIX factores que
culminaron en la ocupación de poblaciones particulares de los terrenos baldíos.

En el primer elemento del capítulo, el autor señala el rápido crecimiento de la población a pesar
de las incontables tragedias que podrían haber reducido la misma. Contra todo pronóstico, la
población colombiana en 1870 se duplicó con respecto a la de 1825 y casi triplicado con respecto
a 1778. Este gran crecimiento en la población se puede explicar con el surgimiento de la
posibilidad de poseer la tierra que cultivasen, modelo que no existía previamente en la época
colonial.

Ya sabiendo aproximadamente cuantas personas habitaban el territorio nacional, la siguiente


incógnita que expone el autor es donde se encontraban las poblaciones dentro de este. Las
concentraciones poblacionales se mantuvieron en los mismos centros que habitaban en la época
colonial; en el centro del país, Santa fe y Tunja, en el sur occidente en la provincia de Popayán,
así como en las de Neiva y Mariquita. Sin embargo, surgieron otros centros con importancia
tanto demográfica como económica como Antioquia, que crecía sorprendentemente a un ritmo
de 2.5% a finales de los mil ochocientos.

El gran movimiento demográfico ocurriría a mitades del siglo, donde las poblaciones rurales
disminuirían y serian reemplazadas por grandes concentraciones de habitantes en los centros
urbanos. En la primera mitad del siglo, el número de habitantes de los pueblos con 5000
habitantes o menos eran el estándar. Más desde 185 a 1870, los centros urbanos reunían
poblaciones de entre 5000 a 15000 habitantes y las ciudades con más de 7000 habitantes se
duplicaron, mientras que los pueblos de menos de 1000 habitantes se redujeron casi a la mitad.
En el final de la primera parte de su análisis, Tovar Pinzón se dedica a indagar la actividad
económica y la población que la tenia durante el inicio del nuevo siglo. A razón del crecimiento
de la población debido la gran cantidad de nacimientos vs. la cantidad de defunciones, existían
una gran cantidad de jóvenes y adultos que dedicaban su vida a diferentes tipos de trabajo. Según
el censo de 1859, la mayoría de estos se vinculaban a la que sería la segunda ocupación más
común de la época, las actividades agrícolas. Así mismo se dedicaban a la minería, la artesanía,
ganadería y el comercio, la cantidad de personas en cada trabajo variaba según la región;
mientras que la población del Cauca trabajaba la minería, la de Boyacá se dedicaba a la artesanía.

Con la expansión y el desarrollo de la agricultura en 870, los trabajadores ubicados en los altos y
bajos de la cordillera andina, saturados de gente en sus regiones, se dispersarían a lo largo de
Antioquia, Tolima y Santander buscando dominios para trabajarlos y serían denominados como
“colonos”.

Toda la introducción del primer capitulo es presentada por el autor con el objetivo de brindar un
contexto de la naturaleza y movilización de la población colombiana que más tarde se trasladaría
a los terrenos baldíos en los territorios más desocupados del Estado Colombiano.

El Estado, para ese entonces, ya se hallaba consciente de la importancia del derecho a la tierra y
su explotación. Entonces, el Estado vio en los terrenos baldíos una oportunidad para recaudar el
recurso fiscal que tan desesperadamente necesitaba en la época posterior a la independencia. Con
los colonos y posteriormente la llegara de empresarios que asimismo aspiraban a poseer grandes
cantidades de tierra, vino la disputa sobre la tierra. Y así iniciaron las legislaciones sobre los
terrenos baldíos, que se remontaban hasta el siglo XVIII y la normativa española sobre la
apropiación tierra en la colonia. Con la ley 2, de agosto de 1780, los terrenos baldíos se le
atribuían a los que quisieren trabajarlas, bajo la condición de mantenerlas cultivadas y que
aportaran mediante a su trabajo a la economía colonial. Primeramente, las legislaciones
favorecían a los colonos, ya que contaban con auxilios por parte del Estado como excepción de
ciertos impuestos y la inversión de fondos públicos. Como la de 1812, en la que el senado y
cámara de la región antioqueña autorizaba a los jueces de la región a entregarle a familias no
propietarias de tierras o que, aunque fuesen propietarias necesitasen mayor terreno para
satisfacer las necesidades de sus familias. Sin embargo, el Estado comenzó a mostrar esfuerzos
para recuperar las zonas que estaban siendo ocupadas para reinstaurarlas al servicio de la Nación.
Por medio de un número de decretos y leyes, el Estado

Primeramente, se les ofreció los territorios a fuerzas extranjeras, ya que la inversión externa era
vista como una oportunidad de generar riqueza para su posterior desarrollo, empero, la política
fracaso y la idea de que extranjeros fuesen compradores de las tierras desocupadas paso a un
segundo plano, resurgiendo la idea de entregárselas a los pobladores nacionales. Luego, con la
decisión de que los baldíos debían ser colonizados por colombianos, el Estado vio la oportunidad
de cumplir su objetivo (disminuir su deuda fiscal) haciendo uso de los terrenos desocupados para
financieras los bonos de deuda pública interna.

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