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La estructura de la persona humana

Citas extraídas del libro de Edith Stein, Madrid, BAC, 2003

Teoría y modelos educativos

En toda actuación del hombre se esconde un logos que la dirige. Es muy difícil
reproducir en una lengua moderna el significado que encierra el sustantivo logos,
como resulta patente en los esfuerzos de Fausto por encontrar una traducción
certera de este término. Con logos nos referimos por un lado a un orden objetivo
de los entes, en el que también está incluida la acción humana. Aludimos
también a una concepción viva en el hombre de este orden, que le permite
conducirse en su praxis con arreglo al mismo (es decir, “con sentido”.). El
zapatero debe estar familiarizado con la naturaleza del cuero y con los
instrumentos para trabajarlo. Debe saber también, para poder desempeñar su
oficio de modo adecuado, qué es lo que se exige a unos zapatos utilizables. Pero
esta concepción viva que subyace al trabajo no tiene por qué haberse convertido
en todos los casos en una clara imagen mental, en una “idea” del asunto de que
se trate, y menos en un concepto abstracto. Siempre que utilizamos palabras
terminadas en “-logía” o “-tica” estamos intentando captar el logos de un campo
concreto e introducirlo en un sistema abstracto basado en un claro conocimiento,
esto es, en una teoría. Toda labor educativa que trate de formar hombres va
acompañada de una determinada concepción del hombre, de cuáles son su
posición en el mundo y su misión en la vida, y de qué posibilidades prácticas se
ofrecen para tratarlo adecuadamente (p. 3).

La teoría de la formación de hombres que denominamos pedagogía es parte


orgánica de una imagen global del mundo, es decir, de una metafísica. La idea
del hombre es la parte de esa imagen global a la que la pedagogía se encuentra
vinculada de modo más inmediato.

Pero es perfectamente posible que alguien se entregue a una labor educativa sin
disponer de una metafísica elaborada sistemáticamente y de una idea del
hombre amplia y desarrollada. Ahora bien, alguna concepción del mundo y del
hombre ha de subyacer a su actuación, y de ésta se podrá deducir a qué idea
responde. Es asimismo posible que las teorías pedagógicas se hallen insertas en
contextos metafísicos de los cuales los representantes de esas teorías, y quizá
incluso sus autores, no tengan una clara percepción. Puede también suceder que
alguien “tenga” una metafísica, y al mismo tiempo construya una teoría
pedagógica que corresponda a una metafísica completamente diferente. Y es
bien posible que alguien proceda en la praxis educativa de modo poco
congruente con su teoría pedagógica y con su metafísica (pp. 3-4).

1
La existencia humana en la filosofía de Heidegger

La gran pregunta de la metafísica es la que versa sobre el ser. Esta pregunta nos
viene planteada por nuestra propia existencia humana y, según piensa Heidegger,
sólo puede encontrar respuesta desde la existencia humana misma. El hombre
está rodeado en su existencia cotidiana por todo tipo de preocupaciones y
anhelos. Vive en el mundo y trata de asegurar su puesto en el mismo. Se mueve
en las formas tradicionales de la vida social. Entra en relación con otras personas,
y habla, piensa y siente como “se” habla, “se” piensa y “se” siente. Pero todo este
mundo firmemente establecido, en el que se encuentra y al que contribuye, toda
su atareada actuación, no son sino una gran pantalla que le mantiene apartado de
las preguntas esenciales que están inseparablemente unidas a su existencia, a
saber, las preguntas: “¿qué soy yo?” y “¿qué es el ser?”. Y, sin embargo, no logra
sustraerse permanentemente a esas preguntas (pp. 8-9).

La idea del hombre como fundamento de la pedagogía

La naturaleza espiritual del hombre –razón y libertad– exige asimismo


espiritualidad en el acto pedagógico. Es decir, exige una colaboración del
educador y del educando que siga los pasos del paulatino despertar del espíritu.
En virtud de esa colaboración, la actividad rectora del educador deba dejar cada
vez más espacio a la actividad propia del educando, para terminar permitiéndole
pasar por completo a la autoactividad y a la autoeducación. Todo educador debe
ser bien consciente de que su actividad tiene unos límites. Estos le vienen
marcados por la naturaleza del educando, de la que no se puede “hacer” todo lo
que se quiera, por su libertad, que se puede oponer a la educación y hacer vanos
sus esfuerzos, y, finalmente, por las propias insuficiencias del educador: ante
todo por la limitación de su conocimiento. Así, por más que lo intente, el
educador no logrará nunca comprender perfectamente la naturaleza del
educando (p. 16).

El objetivo último de toda labor educativa es pasar de la educación a la


autoeducación (p. 18).

El método fenomenológico

El método con el cual trataré de solucionar los problemas es el fenomenológico.


Es decir, el método que E. Husserl elaboró y empleó por primera ve en el tomo II
de sus Investigaciones lógicas, pero que, estoy convencida, ya había sido
empleado por los grandes filósofos de todas las épocas, si bien no de modo
exclusivo ni con una clara reflexión sobre el propio modo de proceder (p. 33).

Acabo de mencionar el principio más elemental del método fenomenológico: fijar


nuestra atención en las cosas mismas. No interrogar a teorías sobre las cosas,

2
dejar fuera en cuanto sea posible lo que se ha oído y leído y las composiciones
de lugar que uno mismo se ha hecho, para, más bien, acercarse a las cosas con
una mirada libre de prejuicios y beber de la intuición inmediata 1. Si queremos
saber qué es el hombre, tenemos que ponernos del modo más vivo posible en la
situación en la que experimentamos la existencia humana, es decir, lo que de
ella experimentamos en nosotros mismos y en nuestros encuentros con otros
hombres (p. 33).

Todo esto suena mucho a empirismo, pero no lo es, si es que por “empiria” se
entiende solamente la percepción y la experiencia de cosas particulares. En
efecto, el segundo principio reza así: dirigir la mirada a lo esencial. La intuición
no es solamente la percepción sensible de una cosa determinada y particular, tal
como es aquí y ahora. Existe una intuición de lo que la cosa es por esencia, y
esto puede tener a su vez un doble significado: lo que la cosa es por su ser
propio y lo que es por su esencia universal (p. 33).

El acto en el que se capta la esencia es una percepción espiritual, que Husserl


denominó intuición. Reside en toda experiencia particular como un factor que no
puede faltar, pues no podríamos hablar de hombres, animales y plantas si en
cada “esto” que percibimos aquí y ahora no captásemos algo universal a lo que
nos referimos con el nombre universal. Pero la intuición también se puede
separar de esa experiencia particular y ser efectuada por sí misma (p. 33).

Estas breves observaciones pueden ser suficientes como una primera


caracterización del método fenomenológico. Lo conoceremos más de cerca
cuando lo pongamos en práctica (p. 33).

Análisis preliminar del hombre

La experiencia exterior de los seres humanos es variada y distinta a la experiencia


interior del ser propio. Lo primero que percibimos de los demás son sus características
externas, su constitución corporal o naturaleza material. Pero nunca los vemos
solamente como cuerpos materiales sino como algo vivo, como seres animados que se
mueven por sí mismos.

Más aún, cuando percibimos al otro frente a nosotros, lo distinguimos de las demás
cosas y lo sentimos como alguien presente. Más allá de sus exterioridades, captamos
su interioridad y establecemos con él una relación típicamente humana, un intercambio
de pensamientos.

En el trato cotidiano se va develando el ser del hombre. Nuestro conocimiento del otro
va de lo indeterminado a lo determinado. Si estoy en una cabaña del bosque y oigo

1
“Siéntete como un niño pequeño ante los hechos y prepárate a abandonar cualquier noción
preconcebida, sigue humildemente adondequiera y a cualquier abismo que conduzca la
naturaleza, o no aprenderás nada”. T. H. Huxley

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pisar la hojarasca, me doy cuenta que se acerca un animal o un ser humano. Al
escuchar el ritmo de sus pasos, sé que se trata de un ser humano. Luego toca la puerta
y habla con voz varonil. Sé que se trata de un varón adulto. Cuando el visitante vuelve a
hablar, reconozco la voz de un vecino conocido. Al pasar a la cabaña y quedarnos
enfrascados en una larga conversación, voy sabiendo más de él, de la historia de su
vida, de su modo de pensar, de los criterios que orientan su conducta, de sus anhelos y
de sus ilusiones.

El trato mutuo no se limitó a lo externo sino que llegó a la intimidad de las personas
involucradas. Más aún, este encuentro representa una confluencia de horizontes
cognitivos y valores, propios del espíritu humano. Éste abarca todas las dimensiones
del ser del hombre, como son lo conceptual, lo emotivo y lo valoral.

Si pasamos del encuentro aislado a la convivencia duradera, lo externo y lo


universal casi siempre retroceden más y más ante lo interno y personal. La
relación se hace más expresa. Se va convirtiendo paulatinamente en un estar
uno con otro duradero y que se da por supuesto, quizá también en un estar junto
al otro o contra el otro en diferentes formas de comunidad. En la idea que nos
formamos de él va entrando cada vez más algo de la “historia” del hombre, de su
“destino”, y en relación con ello una conciencia de la recíproca responsabilidad.
La vida del hombre es una vida en comunidad y un proceso recíprocamente
condicionado (p. 36).

La existencia del hombre es comunitaria y, por tanto, necesariamente vida cultural.


Como el agua al pez, así es la cultura al hombre…

El hombre experimenta la existencia del hombre y la condición humana en otros,


pero también en sí mismo… La experiencia que tiene de sí mismo es por
completo distinta de la que tiene de todo lo demás. La percepción externa del
propio cuerpo no es el puente hacia la experiencia del propio yo. El cuerpo
también se percibe por fuera, pero ésta no es la experiencia fundamental, y se
funde con la percepción desde dentro, con la que noto la corporalidad y a mí en
ella. Mediante esa percepción soy consciente de mí mismo, no meramente de la
corporalidad, sino de todo el yo corporal-anímico-espiritual. La existencia del
hombre está abierta hacia dentro, es una existencia abierta para sí misma, pero
precisamente por eso está también abierta hacia fuera y es una existencia
abierta que puede contener en sí un mundo (p. 37).

Buscador de Dios

Tanto en su interior como en el mundo externo, el hombre halla indicios de algo


que está por encima de él y de todo lo demás, y de lo que él y todo lo demás
dependen. La pregunta acerca de ese ser, la búsqueda de Dios, pertenece al ser
del hombre (p. 37).

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Todo ello nos recuerda que el auténtico educador es Dios. Sólo Él conoce a todo
hombre en su interior más profundo, sólo Él tiene a la vista con toda nitidez el fin
de cada uno y sabe qué medios le conducirán a ese fin. Los educadores
humanos no son más que instrumentos en las manos de Dios (p. 16).

En la naturaleza humana y en la naturaleza individual de cada joven está inscrita


una ley de formación a la que el educador debe atenerse. Las ciencias (la
psicología, la antropología, loa sociología) le ayudarán a conocer la naturaleza
humana, también la naturaleza juvenil. Pero sólo podrá acceder a la singularidad
de cada individuo mediante un contacto espiritual vivo (p. 16).

Cuando el educador esté plenamente convencido de que la educación es al cabo


cosa de Dios, terminará por procurar que en el niño se despierte esta misma fe.
Sólo así podrá alcanzar el objetivo último de toda labor educativa: pasar de la
educación a la autoeducación. La fe en que su personalidad ha sido trazada por
la mano de Dios, y en que le ha sido confiada una misión divina, ha de suscitar
también en el joven aquella conjunción de responsabilidad y confianza que es la
actividad correcta del educador (P. 18).

Principios del método fenomenológico

El primer principio del método fenomenológico consiste en dirigir nuestra atención a las
cosas mismas, es decir, a cuanto se presenta ante nosotros, ante nuestra conciencia.
Mirarlas sin prejuicios, dejando aparte cuanto sabemos acerca de ellas. Lo que
percibimos nos conduce a captar las cosas, plantas, animales o humanos, en una
intuición inmediata. Este encuentro nos revela su esencia, lo que son en su ser propio;
esta esencia es, a la vez, universal. Visto desde la conciencia, esta percepción surge de
la intencionalidad, es decir, de la capacidad o apertura que caracteriza al humano para
conocer y apreciar lo que se le manifiesta. Se trata de una percepción espiritual, que
Husserl denominó intuición2.

Nos ocupamos de los fenómenos concretos; a partir de ellos elaboramos nuestras


descripciones, luego hacemos los análisis y abstracciones necesarios, para acabar
volviendo nuestra atención a los fenómenos. Nuestro interés consiste en conocer su
estructura y así llegar a comprenderlos.

Durante mucho tiempo, el ideal científico ha sido explicar todos los fenómenos
biológicos explicándolos mediante leyes físicas y químicas. Hemos llegado así a un
mundo de los vivientes carente de vida: la ciencia ha interpretado la vida de un modo tal

2
El método aquí empleado es el fenomenológico, que Edmund Husserl describe en el tomo II
de sus Investigaciones lógicas. Se trata de un método nuevo y a la vez antiguo, empleado por
los grandes filósofos de todas las épocas, aunque tal vez sin una reflexión tan clara sobre el
propio modo de proceder.

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que la nulifica. Paradójicamente, el físico llega al resultado que los colores y los sonidos
no son tales sino sólo vibraciones.

Que las cosas son, y que hay una pluralidad cualitativa de cosas, es el primer
hecho de experiencia, del que parte todo conocimiento. Llegar desde él hasta las
últimas estructuras fundamentales todavía accesibles a la razón: tal es el camino
que sigue el análisis filosófico radical (p. 74).

La percepción sensible

Experimentamos los fenómenos, no como meros estímulos sensoriales, sino como


cosas, plantas, animales o personas. Aunque nuestros sentidos captan figuras, colores,
sonidos y otros datos gustativos, olfativos y tactiles, nuestra percepción procesa, unifica
e interpreta esas impresiones como provenientes de las cosas o personas. Nos damos
cuenta que somos afectados sensiblemente por algo externo a nosotros, al tiempo que
advertimos esas sensaciones en nuestro cuerpo y reaccionamos ante ellas de modo
institivo. Con las sensaciones se producen también sentimientos diversos como el
agrado o desagrado, el placer o el dolor.

Es en la captación del ser anímico duradero, del hombre como totalidad


psicofísica, de sus potencias, etc., donde contemplamos a nosotros mismos por
analogía con los demás... Que el hombre posee una doble experiencia de sí
mismo, una interna y otra externa, y que ambas se subsumen a su vez en una
experiencia unitaria que engloba a las dos, es algo que pertenece a la esencia
del hombre mismo (p. 91).

La estructura del alma: potencias-hábitos-actos

Al hombre no le es posible desarrollar todas sus potencias simultáneamente y en


igual medida, al igual que tampoco puede actualizarlas todas a la vez. Cuando su
entendimiento trabaja intensamente, apenas oye o ve lo que sucede a su
alrededor. Cuando está muy afectado emocionalmente, no puede valerse de su
entendimiento. El alma parece disponer de una cantidad concreta de fuerza, que
puede ciertamente ser empleada en diversas direcciones, pero con la
limitaciones de que su empleo en una de ellas priva de fuerza a las direcciones
restantes (p. 92).

A ello se debe que en cada momento concreto el hombre sólo puede actualizar
muy poco de lo que él potencialmente, y que no todas sus potencias, ni mucho
menos, pueden llegar a convertirse en hábitos. Muchas de las capacidades del
hombre quedarán sin realizar lo largo de toda su vida (p. 93).

Así contemplado, el hombre se revela como un organismo de estructura muy


compleja: como un todo vital unitario en continuo proceso de hacerse y

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deshacerse. La del hombre es una unidad corporal-anímica que va tomando una
figura corporal cada vez más diferenciada y de funciones cada vez más variadas,
a la que simultáneamente se expresa en un carácter anímico más rico y
firmemente establecido. Tanto la conformación anímica como la corporal se
desarrollan en continua actividad, que es el resultado de la actualización de
ciertas capacidades, y a la vez decide cuáles de las diferentes posibilidades
prefiguradas en el ser del hombre se harán realidad (p. 93).

Las capacidades del hombre que no encuentran ocasión para actualizarse


pueden quedar atrofiadas. Llegamos aquí al límite a partir del cual es imposible
comprender al hombre desde los estratos inferiores de su ser, al punto en el que
nos sale al paso lo específicamente humano (p. 93).

Lo específicamente humano

¿Qué decir que el hombre es responsable de sí mismo? Un punto fundamental en la


experiencia del ser humano consiste en que es dueño de sí mismo y responsable de lo
que hace. A diferencia de los animales, seres irracionales movidos por sus instintos, el
humano es racional. Esto significa que es capaz de pensar, conocer en profundidad a
las personas y las cosas, determinarse a sí mismo, decidir, elegir; es capaz de decir sí
o no a los estímulos exteriores. Cuando miro a los ojos de una persona, lo capto como
alguien semejante a mí, como otro yo, con una vida interior y capaz de conocer y de
valorar.

Decir yo implica estar abierto al no-yo, al otro, a las cosas. Es la intencionalidad de mi


conciencia, donde se dan tres elementos: el yo que mira a un objeto; el objeto al que el
yo mira; el acto mediante el cual el yo se dirige al un objeto. Gracias a esta apertura, el
mundo nos entra por los sentidos, lo percibimos. No se nos presenta todo y en un
instante, sino mediante diversos actos, en diferentes momentos. Nuestra percepción de
las personas y las cosas se da acto por acto, paso por paso, día a día. Así vamos
construyendo nuestro mundo, no idéntico al de los demás ni totalmente distinto, sino
semejante, análogamente parecido, como fruto de una compleja estructura da datos
sensibles e intenciones.

El espíritu que con su vida intencional ordena el material sensible en una


estructura y, al hacerlo, penetra con su mirada en el interior de un mundo de
objetos, se denomina entendimiento o intelecto (p. 97).

La materia sometida a formalización espiritual no está constituida por meras


sensaciones, y el mundo en el que vivimos no es meramente un mundo
perceptivo. Las dos cosas están estrechamente relacionadas. Sus sentimientos
son, por un lado, una escala de sus estados interiores, en los que se reconoce a
sí mismo como estando de uno u otro “humor”; por otro lado, son una pluralidad
de actos intencionales en los que se le dan al hombre ciertas cualidades de los
objetos, a las que denominamos cualidades de valor... Así, por lo que a los
objetos, el mundo se nos revela como un mundo de valores; como un mundo de

7
lo agradable y lo desagradable, de lo noble y lo vulgar, de lo bello y lo feo, de lo
bueno y lo malo, de lo sagrado y lo profano (p. 97-98).

Siendo el ser humano al mismo tiempo corporal y espiritual, su desarrollo y plenificación


forman parte de un mismo proceso. Cuerpo y alma conforman un mismo ser,
interactúan y se condicionan mutuamente. Cada acto humano proviene del yo, del alma
espiritual, pero implica ambas dimensiones; sus límites provienen también del cuerpo
material.

El hombre, con todas sus capacidades corporales y anímicas, es el “sí mismo”


que tengo que formar. Pero ¿qué es el yo? Lo denominamos persona libre y
espiritual, cuya vida son los actos intencionales... Yo no soy mi cuerpo, sino que
lo poseo y lo domino. También puedo decir: soy en mi cuerpo. Puedo separarme
idealmente de él y contemplarlo como desde fuera. Pero en realidad estoy atado
a él: estoy allí donde está mi cuerpo, por mucho que “con el pensamiento2 pueda
trasladarme al otro extremo del mundo, e incluso superar todas las barreras
espaciales (P. 100).

El yo, en efecto, no es una célula del cerebro, sino que tiene un sentido espiritual
al que sólo podemos acceder en la vivencia de nosotros mismos. Asimismo, la
localización del yo sólo es posible desde la vivencia. Esta localización vivida no
se puede determinar físicamente. Puedo dirigirme a cualquier punto de mi cuerpo
y estar presente en el, si bien ciertas partes del mismo, como la cabeza y el
corazón, me son más cercanas que otras (p. 101).

El hombre posee un cuerpo personal: un cuerpo en el que vive un yo y que puede ser
conformado por la libre actuación del yo. Su alma funciona como “forma del cuerpo” que
lo anima, lo vivifica; es una substancia espiritual que, al morir el ser humano, se separa
del cuerpo.

Debido a que es un alma personal, los actos de su vida presentan la forma


básica de la intencionalidad, de la dirección del yo hacia objetos, y en ello se
distingue de toda vida anímica meramente animal. Su personalidad le confiere
asimismo la posibilidad de dirigir su propio desarrollo (p. 102).

1. Lo que el individuo humano es y puede llegar a ser no depende únicamente de


lo más elevado que haya en él, sino también de todos los niveles de ser mas
bajos a los que pertenece... La enfermedad y la debilidad del cuerpo, las
anomalías de sus funciones normales, provocan un dificultamiento y una cierta
modificación de la vida espiritual-anímica (p. 102).

2. El ser espiritual-anímico y la vida se expresan en el cuerpo, nos hablan a


través de él. Pero también aquí lo corporal puede poner obstáculos:
malformaciones patológicas, por ejemplo, paralizaciones de músculos y nervios,
o un crecimiento desmesurado de los tejidos, perjudican a la capacidad de
expresarse, mientras que un cuerpo sano, que funcione con normalidad y esté
bien ejercitado, “responde” con facilidad. (Con todo, hay que tener en cuenta que
la correcta constitución del cuerpo es una condición meramente negativa, cuyo

8
cometido se limita a posibilitar la formación espiritual. La formalización como tal
es realizada de hecho por el alma espiritual: un cuerpo sano, entrenado e
inclujso bello puede ser bien poco “espiritual”, mientras que uno enfermo, débil y
poco ejercitado puede estar muy espiritualizado) (p. 106).

3. El cuerpo no es solamente expresión del espíritu, sino el instrumento del que


éste se vale para actuar y crear. El pintor, el música y la mayor parte de los
artesando dependen de la habilidad de sus manos, al igual que para muchas
profesiones se requieren fuerza o movilidad de todo el cuerpo, y para otras un
alto grado de desarrollo de este o de aquel sentido (p. 107).

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