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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR


PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA
UNIVERSIDAD BICENTENARIA DE ARAGUA
NÚCLEO SAN CRISTÓBAL EDO. TÁCHIRA
CÁTEDRA: DERECHO PENAL CONTEMPORANEO

ENSAYO
SOBRE EL ESTADO DE LAS PRISIONES DE JHON HOWARD

Abg. – CARMEN LILIANA OLIVO


C.I: 11.654.159
Dr. - ALEXANDRO PIAZZA ORTIZ

San Cristóbal 09 de JULIO de 2016


En el campo de la filantropía y el humanismo se destaca el trabajo del
inglés John Howard (1726-1790), quien, a partir de 1773, y en su calidad de
alguacil de la localidad de Bedfordshire, realiza una serie de visitas a cárceles de
Europa para conocer las condiciones en las que se encuentran los prisioneros. En
estos viajes el autor es testigo de las prácticas comunes de la época en materia
carcelaria; por ejemplo, que los prisioneros debieran pagarle a los carceleros por
su manutención y que, en el caso de no pagar, fueran retenidos por los guardianes
incluso después de la fecha legal de su puesta en libertad, hasta que cancelaran
su deuda. También observa las deficientes instalaciones carcelarias de su tiempo:
oscuros calabozos subterráneos, húmedos y sucios, en los que se agrupan los
prisioneros, sin hacer distinción de sexo, edad o situación procesal.

Howard al comienzo de su labor “Lo que me impulsó a trabajar a favor de


[los presos] fue ver que algunos, a quienes el veredicto del jurado había declarado
inocentes; que algunos en quienes el gran jurado no había encontrado indicios de
culpabilidad que permitiera someterlos a juicio; que otros cuyos acusadores a fin
de cuentas no se presentaron a declarar, tras permanecer detenidos durante
meses, se les enviaba de nuevo a la cárcel, donde seguirían encerrados mientras
no pagasen cuotas diversas al carcelero, al empleado del juzgado,

Howard también es testigo de la poca preocupación que existe por separar


a los internos según su situación procesal, sexo, edad o experiencia criminal. Así,
en las cárceles que visita todos los internos se encuentran mezclados:
delincuentes que han sido sentenciados en materias penales comparten el
espacio con deudores y con acusados que se encuentran a la espera de
sentencia. De la misma manera, hombres jóvenes y viejos comparten el espacio
con mujeres e incluso niños y tampoco se hace distinción entre delincuentes
avezados y primerizos. Para el autor inglés esta práctica resulta perniciosa tanto
para la moral como para las costumbres de los reclusos: “Se encierra a los presos
juntos, sin establecer ninguna distinción: deudores y malhechores, hombres y
mujeres, jóvenes delincuentes novatos y delincuentes empedernidos. Durante el
día en pocas cárceles se separa a los hombres y mujeres. En algunos condados la
cárcel también se utiliza como correccional; en otros, estos establecimientos están
contiguos y comparten un mismo patio. En estos casos el delincuente menor
aprende mucho de los delincuentes envilecidos. Hay prisiones donde se ven
chicos de 12 a 14 años escuchando atentamente los relatos de aventuras, éxitos,
estratagemas y evasiones por parte de criminales de gran experiencia y largo
historial”.

Producto de lo anterior, el filántropo convertido en inspector de prisiones


reflexiona sobre la necesidad de distribuir a los internos según su condición
procesal y penal, proponiendo para ello la separación en células; esto es, que
cada interno disponga de su celda individual, separado de los demás prisioneros y
que, a través del silencio, la reflexión y la educación pedagógica y moral, se logre
su rehabilitación. Se trata de una propuesta que tiene sus orígenes en las celdas
de los antiguos monasterios medievales y en las ideas religiosas sobre la
necesidad de la introspección y los exámenes de conciencia como herramientas
para reconocer los errores que se han cometido y remediarlos. Para Howard se
trata de una necesidad imperiosa, puesto que: “es una verdadera atrocidad
destruir en las cárceles la moral, la salud y (como sucede a menudo) la vida de
quien la justicia condena únicamente a trabajos forzados y corrección en medio de
la ociosidad y la inmundicia, padeciendo hambre y con compañeros ya muy
influidos por esta educación”.

El instrumento para llevar a cabo estos ideales será la arquitectura, que a


través de nuevos diseños y propuestas intenta plasmar materialmente los nuevos
conceptos en seguridad, administración, distribución e higiene. La influencia del
autor de El estado de las prisiones en Inglaterra y Gales se percibe ya en 1779,
cuando es llamado a participar en el Acta Parlamentaria sobre Establecimientos
Penitenciarios de su país, que tiene por objetivo la construcción de nuevos y
modernos establecimientos penales e ir reemplazando, en muchos casos tipos de
delito, la pena de muerte y la deportación por la reclusión. En este momento
Howard aprovecha para dar a conocer los lineamientos arquitectónicos y
administrativos más ventajosos que ha observado en sus viajes, incluyendo la idea
de reclusión celular.

El filántropo inglés continuará posteriormente con su labor de visitar


establecimientos carcelarios y denunciar las irregularidades que en ellas ocurren,
pero ahora extendiendo sus viajes por toda Europa. Así, en 1778 termina un
periplo en el que visita los establecimientos carcelarios de Prusia y Austria. En
1780, inspecciona las cárceles italianas; en 1781, recorre los establecimientos de
Holanda y algunos de Dinamarca, Suecia y Rusia; y en 1783, arriba a las cárceles
de Portugal y España, pasando a su regreso a Inglaterra por Francia, Flandes y
nuevamente por Holanda. De esta forma, el autor va dando cuenta de las mejoras
que encuentra en cada país y su posible aplicación a distintas realidades
carcelarias.

Es así como a través de las nociones de Beccaria y Howard se va


configurando una nueva concepción del castigo, en la que el encierro aparece
cada vez más como la mejor opción para rehabilitar a los delincuentes y
reinsertarlos en el medio social. Surge de esta manera la Penitenciaría, un nuevo
paradigma de construcción, en el que se acentúa por una parte la responsabilidad
de la sociedad con sus prisioneros y delincuentes; y por otra, el ideal de la
penitencia y el arrepentimiento como los caminos esenciales para superar el
estigma del delito: “La prisión se convierte en un lugar de penitencia, a medio
camino entre el mundo de los pecadores o delincuentes y el hombre redimido,
transformado en otro arrepentido”.

John Howard (1726-1790) encontró su vocación a los 48 años, al ser


designado alguacil de Bedfordshire (High Sheriff of Bedfordshire), Gracias a una
ley del Parlamento pudo corregir esa situación. A partir de entonces y hasta su
muerte, se dedicó a visitar y hacer diagnósticos del estado en que se encontraban
las cárceles y los reclusorios de Inglaterra y Gales; introdujo una serie de reformas
y luchó por conseguir un trato humanitario y digno para los presos.

Por todo ello, se le considera hoy un ilustre precursor entre los defensores
de los derechos humanos.

Reformador en el campo de la Criminología y en el de la salud pública,


Howard, además de recorrer las prisiones, dedicó parte de su vida a la inspección
detallada, descripción de los lazaretos, leprosarios y lugares donde se atendía a
los contagiados por la peste y otras enfermedades infecciosas que asolaron a la
Europa dieciochesca..

Howard, el Filántropo, gozó en vida de un amplio reconocimiento entre sus


contemporáneos; actualmente, su nombre figura a la cabeza de innumerables
prisiones y sociedades que se dedican a promover reformas penitenciarias.

John Howard murió como apóstol de su propia causa a consecuencia del


tifo contraído durante sus visitas a hospitales y casas de salud en el lejano
territorio de la Tartaria rusa, lugar adonde lo había llevado su curiosidad científica
y su espíritu humanitario.

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