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CAPITULO 1.

CONTEXTO HISTORICO DE LA PENA PRIVATIVA DE LIBERTAD


(ENTENDIENDO LAS PRISIONES MODERNAS)

José Ignacio Ruiz

Elementos históricos sobre las instituciones penitenciarias y la psicología penitenciaria

Se ha dicho, y creemos que con bastante fundamento, que la psicología penitenciaria nace
solamente a partir de que se constituye la prisión moderna y el sistema de castigo de delitos más
extendido en la actualidad: la pena privativa de libertad. En efecto, la prisión, con sus dimensiones
arquitectónicas, organizacionales y sociales, y la legislación que regula sus funciones determinan el
tipo de tareas a realizar y las problemáticas en las que deben intervenir el psicólogo y los demás
profesionales que trabajan en estas instituciones.

Estas consideraciones hacen pertinente conocer algunas generalidades históricas de las prisiones
y de la pena privativa de libertad así como realizar una revisión sobre la valoración actual que este tipo
de castigo penal tiene en la actualidad desde el punto de vista de su eficacia como mecanismo para
reducir la reincidencia y del tratamiento general que reciben en los diversos aspectos –educativos,
laborales, médicos, alimentarios, etc.- las personas privadas de libertad en el ámbito penal.

La prisión en la antigüedad y la Edad Media


En este sentido, diversos autores (por ejemplo, Del Pont, 1974) señalan que aunque en épocas
muy tempranas de las sociedades se ha recurrido a aislar del grupo a quien hubiera causado algún daño
a la comunidad, esta medida iba destinada a proteger al grupo del desviado y era transitoria mientras se
le aplicaba el castigo propiamente dicho, como el trabajo en minas o en galeras, la esclavitud o la
muerte.
En la edad media europea, imbuida por el cristianismo, coexisten diversas formas de
administrar justicia y de castigos como el denominado juicio de Dios, que consistía en someter al
enjuiciado a una prueba dolorosa, como introducir el brazo desnudo en aceite hirviendo, o agarrar una
barra de hierro al rojo vivo con el fin de que verificar el tipo de daño que se causaba en el cuerpo, de
forma que si la persona decía la verdad, Dios –se postulaba- evitaría que el sujeto saliera lesionado.
En esa época la Iglesia intentó a menudo evitar o, al menos regular las guerras y
enfrentamientos bélicos entre nobles, que se disputaban tierras, cargos u otros privilegios. Así se
amenazaba con la excomunión a quien, en el curso de esas guerras, atacar a población humilde e
indefensa, y a miembros de la Iglesia. En estos enfrentamientos, las huestes plebeyas tenían prohibido
matar a las figuras de la nobleza del bando contrario, pero éstos, los nobles si podían darse muerte entre
sí el curso de la batalla –además de poder matar o herir a los enemigos plebeyos. La muerte en sus
diversas formas –por ejemplo, ahorcamiento, desmembramiento, quema en la hoguera- era un castigo
común para los delincuentes de las clases más bajas, mientras que para los casos de miembros de
nobleza y de la Iglesia era más frecuente el encierro en calabozos de castillos o monasterios.
Algo común a estas formas de castigo tan aparentemente diferentes según la clase social del
infractor, era el componente religioso de los mismos: su finalidad salvadora. La medida del encierro
tenía como fin la búsqueda del arrepentimiento mediante la reflexión en la celda individual del
monasterio1, y las penas físicas se daban por un lado en un contexto social en el que el paso por la vida

1
Idea que volverá a tener vigencia siglos más tarde con el Sistema del Silencio ideado por los
cuáqueros en la Pensilvanya de finales del siglo XVIII.
terrenal era visto como un paso transitorio hacia la vida eterna, y el paraíso era el premio a haber
soportado todas las penalidades y sufrimientos que la vida le deparaba a cada quien. El sufrimiento
tenía una función purificadora para ser salvado y entrar al paraíso. De la misma manera pues, el
sufrimiento se justificaba en la aplicación de muchos castigos de la época para los crímenes.

Renacimiento
Lustros más tarde, a finales del siglo XV, se da otro hito histórico relacionado con la actual
concepción de la institución carcelaria. A nivel religioso, es la época de la reforma en la Europa del
norte y central. El luteranismo y el calvinismo se desmarcarán de la Iglesia católica también en la
forma de afrontar la mendicidad. Si el pensamiento cristiano tradicional ve la limosna como una
manera de expresar la caridad cristiana y ejecutar obras que garanticen al dador la salvación, el
pensamiento reformador subraya la necesidad de ayudar al prójimo a ganarse su sustento. Dado que,
según los postulados luteranos y calvinistas, el ser humano está predestinado a salvarse o condenarse,
la prosperidad en el trabajo son interpretadas como signos de salvación divina. Por tanto, hay que
ayudar al prójimo a ganarse su propio sustento. En este sentido, la vida de mendicidad y la limosna
impide al individuo conocer si le corresponde salvarse.
En el plano social, político y económico, Europa vive también una serie de transformaciones
importantes. En el campo, los señores feudales pierden poder frente a los monarcas nacionales, se
suprimen las mesnadas –ejércitos de los señores feudales-, y sus integrantes quedan sin ocupación. Al
mismo tiempo se empieza a dar una concentración de la propiedad de la tierra: se expropian posesiones
de los monasterios y poco a poco el campo comienza a mecanizarse, tras la invención de la máquina de
vapor por James Watt en 1765. Paralelamente, tras años de buenas cosechas, aumenta la población.
Con todo ello, un ejército de desocupados invaden las ciudades dedicándose a la mendicidad y la
delincuencia, y al trabajo en las fábricas, con lo cual se da inicio a la aparición de una nueva clase
social, el proletariado: personas que, carentes de propiedad agrícola, artesanal o industrial, sólo
disponen de su fuerza de trabajo como capital. De ahí que a fines del siglo XV, y durante todo el siglo
XVI proliferó en toda Europa occidental una severa legislación contra la vagancia.
Una institución antecesora tanto de la fábrica como de la prisión moderna en su concepción de
resocialización mediante el trabajo fue las casas de Rasp-Huis, o casas de raspado, que se dieron en
Holanda, a partir de 1596. Este país tenía una intensa actividad mercantil, la cual comprendía la compra
de materia prima para tejidos y su confección. El “raspado” hace referencia al raspado de ciertas
maderas con cuyas virutas se elaboraba los tintes de los tejidos. La primera de estas instituciones se
inauguró en un antiguo convento, en Amsterdan, y acogía jóvenes autores de infracciones menores,
mendigos, vagabundos, ladrones, etc., que llegaban a esta casa de trabajo por mandato judicial o
administrativo. Las sentencias eran generalmente breves y la duración del internamiento era delimitada
según el comportamiento del interno. Esta forma de castigo se dio al mismo tiempo que se mantenían
otras, más leves, como la multa o el castigo corporal leve, o más graves, como la deportación, el
destierro y la pena de muerte. La estructura de las casas de rasp-hui era celular, y en cada celda había
varios detenidos. El trabajo se ejecutaba en estas celdas o en el patio, según la estación del año y
consistía, como se indicó arriba, en el raspado de maderas finas mediante la sierra, con el fín de hacer
polvo para obtener los pigmentos para teñir tejidos. Para las mujeres, el trabajo consistía en tejer.
En cuanto al personal de estas instituciones, los cargos de dirección eran honoríficos, y los
guardias recibían un salario, a diferencia de las antiguas cárceles donde los guardias no recibían sueldo
y extorsionaban frecuentemente a los prisioneros. El sistema de la Casa del oficio se extendió a otras
regiones de Holanda –Lubeck y Bremen, en 1613- y de la actual Alemania –Hamburgo, 1622; Danzing,
1630). Estas instituciones fueron visitadas muchas veces por personas de otras ciudades, lo cual ayudó
a difundirse el sistema.
En Italia, hacia el siglo XVIII, es también la política de tratamiento/resocialización de jóvenes
infractores la que abre el camino para una reforma más amplia en la organización de la política
criminal. Antes, en 1530, se intentó hacer trabajar a los pobres y vagabundos en los astilleros por la
mitad del salariio. Como el desarrolló industrial no fue tan considerable en este país como ocurrió en
Inglaterra, Holanda o Alemania, la preocupación por el trabajo de los jóvenes acogidos no fue
primordial en las instituciones que se crean en ésta época para ellos. En este contexto tienen lugar las
experiencias de Franci, en Florencia en el siglo XVII, y el Hospicio para adolescentes anexo al Hospital
de San Michel, en Roma, impulsado por el Papa. La ocupación que se daba a los jóvenes internados
era diversa, dependiendo de la época y de la región italiana donde estuviese ubicada la institución. La
situación de las cárceles para adultos, por otra parte, era pésima, especialmente en Turín, y al final de
siglo los detenidos no trabajaban sino que eran enviados a las Galeras.

Revolución Francesa
Avanzado el siglo XVIII van a concurrir varias circunstancias que van a transformar la
concepción de castigo del delito y van a aportar los rasgos definitorios de la prisión y de la pena de
privación de libertad propia de la mayoría de los sistemas penales de hoy en día. Estas circunstancias
son el auge de los valores de la Ilustración Francesa y la obra de Cessare Beccaria, “De los delitos y de
las penas”, cuya primera edición fue en el año 1764.
A partir de la revolución francesa, la prisión está intimamente ligada a la privación de libertad
como forma institucionalizada de sancionar al desviado social, al delincuente. Tamarit y colaboradores
(1996) han señalado algunas rasgos que distinguen el proceso judicial y el cumplimiento de la pena antes y
después del periodo revolucionario. De acuerdo a estos autores, en el antiguo régimen el proceso penal
estaba lleno de arbitrariedades, tenía como herramienta principal el tormento y era oscuro, inquisitorial y
secreto. En cuanto al cumplimiento de la pena, ésta consistía habitualmente en castigos corporales, con
mutilaciones, descuartizamientos, y la ejecución de la pena era pública.

En cuanto al primer factor, a partir del XVIII, la obra de los ilustrados franceses, junto a los
cambios económicos, sociales y políticos, dieron lugar a un giro radical en los sistemas penales. El proceso
se hace público, con progresivas garantías para el encausado: abogado defensor, invalidez de las
confesiones obtenidas bajo tortura, etc. La ejecución de la pena, en cambio, se hace austera, sobria y
oculta, en parte debido a que las ejecuciones públicas habían caído en el descrédito, la gente se
compadecía de la víctima o se volvía contra el verdugo. La privación de libertad, valor puesto por la
Ilustración como uno de los ejes de partida de la estructura social, pasa a ser el elemento básico en torno al
cual se vertebra el nuevo sistema punitivo, y ello debido a la confluencia de varios factores (Tamarit y
colaboradores, 1995):
1) El carácter de valor preemimente que toma la libertad individual.
2) El sistema público asume la organización de instituciones penitenciarias permanentes, el derecho penal
enfatiza su carácter de derecho público y se desarrollan otras instituciones de control social, además de la
prisión.
3) La privación de libertad responde al ideal racionalista de proporción y precisión: ajustar la duración de
la privación de libertad a la gravedad del delito.
4) Sirve a las necesidades del sistema económico capitalista, pues permite educar a una clase social
necesaria como mano de obra.
5) Se ajusta a los ideales de disciplina y de distribución del espacio y del tiempo.
6) El encarcelamiento permite hacer efectivo el ideal cristiano del arrepentimiento del culpable.
En este contexto la prisión va a destacar como la columna vertebral del nuevo régimen punitivo.
Aparece la prisión moderna, el cuerpo de guardianes de prisiones y la reglamentación que regulará quienes
deben ser condenados a la privación de libertad (Códigos Penales) y cómo deben regirse las instituciones
(Códigos o Reglamentos Penitenciarios). Se construyen instalaciones adaptadas a la nueva visión del
encarcelamiento, con diseños ambientales dirigidos a la racionalización del espacio, de manera que se
pueda mantener a los detenidos con el mínimo de recursos de vigilancia y espacio.

Modelos de instituciones de detención: Prisión anexa al Hospital de San Miguel, Roma, 1735

Prisión de Guent, 1773


Prisión de Fresnes, Francia, 1898

En esta línea de diseños arquitectónicos penitenciarios orientados a la racionalización de los


espacios destaca en la historia del penitenciarismo, sin duda alguna, el diseño del panóptico, de Jeremy
Bentham (1748-1832). Esta era una estructura de varios pisos, en forma circular, con las celdas de los
internos orientadas hacia un eje central que atravesaba los diferentes niveles y desde el que se ejercía la
vigilancia sobre los internos. El diseño del panóptico ha servido de modelo para la construcción de
numerosos establecimientos de detención –como el edificio del actual Museo Nacional de Bogotá-,
aunque sólo uno, la antigua prisión estatal de Virginia se ciñó rigurosamente a la propuesta
arquitectónica de Bentham.
El panóptico, de Jeremy Bentham

Escuelas Penitenciaristas

Algunas décadas antes del triunfo de la revolución francesa, Beccaria, abogado italiano, publica
“De los delitos y de las penas”, obra que recoge sus reflexiones a partir de las visitas a las prisiones de
su patria italiana, en las que constató las condiciones de maltrato, injusticia y desatención a los presos,
publica. En esta obra, que al comienzo publica en anonimato para protegerse de las reacciones que
podría suscitar, a la par que denunciar las condiciones de las prisiones propone una serie de medidas
para evitar esa serie de tratos inadecuados a los detenidos. Estas medidas están formuladas en una serie
de principios que caracterizan a la legislación penitenciaria de muchos Estados y que se citan dentro de
los primeros artículos de dicha legislación. Estos principios, propios de los sistemas penales de
influencia románico-germánica son:
 Principio de legalidad: nadie puede ser condenado por comportamientos que no estén previamente
recogidos en la ley como delitos. Y –esto también es muy importante-, nadie puede ser castigado a
formas de sanción no determinadas en la ley previamente para cada delito en particular.
 Principio de la no retroactividad de la pena: se refiere a que nadie podrá ser castigado por un
comportamiento que en la época en que se realizó era delito pero que después deja de serlo (por
cambios en las leyes penales). Al mismo tiempo, si un comportamiento sigue siendo delito en la
actualidad, se le impondrá al reo la pena más favorable de entre la vigente en la época en que se
cometió el delito y la pena prevista en la ley en el momento de la sentencia, si esta pena se hubiera
modificado legalmente.
 Principio de proporcionalidad: indica que la dureza de la pena debe ser proporcional a la gravedad
del delito: así, a más gravedad, más años de privación de libertad.
 Principio de publicidad en el proceso: los juicios no deben ser realizados a puerta cerrada y lejos
del control social. Por el contrario, deben ser abiertos a la participación de la comunidad como
observadores del proceso de forma que contribuyan con su presencia a que el proceso respete los
procedimientos previstos en la ley, tales como el derecho del acusado a defenderse de las
acusaciones.

La preocupación de Beccaria por los presos de su época, tiene su parangón en la figura de Sir
J.Howard, (1726-1790), quien fue sheriff en Bedfordshire, Inglaterra, en 1776. Procedente de una
familia acaudalada, pudo visitar las prisiones de varios países europeos, en los que pudo constatar la
situación de abandono en la que se mantenía a los presos. Escribe “El estado de las prisiones en
Inglaterra y Gales” en donde dió cuenta de los abusos y abandonos que sufren los reclusos de su país,
actuando para que el parlamento aprobara diversas leyes de mejora de la vida de los reclusos.
Es significativa, para entender la sensibilidad de esta figura del penitenciarismo, la alusión que
hace al comienzo de su obra:

“Los abusos inhumanos me han hecho escribir esta obra; es en la piedad que me inspiraron los
prisioneros que se lo dedico”

Una aportación muy importante en la concepción de la pena y del tratamiento del delincuente va a
provenir de los autores que con su trabajo a lo largo del siglo XVIII y XIX (por ejemplo, Ferri,
Lombroso) conforman la Escuela Positivista Italiana, de donde proviene la concepción moderna del
tratamiento penitenciario –y de la idea misma de “tratar”, no sólo castigar el delito. Las bases de esta
Escuela eran:
 Base filosófica en Comté y científica en Darwin
 Enfasis en los métodos de las ciencias naturales: observación, inducción-experimentación
 Interés por el autor y por su comportamiento
 Postula que criminales y no criminales se diferencian en las condiciones biológico-antropológicas
 Por ello, el libre albedrío no existe: se concluye que hay un determinismo para delinquir, por la
influencia de esas condiciones biológico-antropológicos
 Ya que tratar las causas del delito: por ello se sostiene la noción de sanción penal como tratamiento,
no como sufrimiento
 La sanción debe ser proporcional a la peligrosidad del delincuente y durar lo necesario para el
tratamiento de esos determinantes biológicos
 El derecho a sancionar debe corresponder al Estado, quien debe reglamentar el sistema de
sanciones del delito, atendiendo a criterios de responsabilidad social y de rehabilitación del
delincuente.
 Algunos criminales constituyen una variedad de la especie humana. Por ejemplo, Lombroso escribe
sobre el criminal atávico, en “L’Uomo delinquente”, cuya primera edición sale en 1876.
 -La legislación penal debe estar basada en los estudios antropológicos y sociológicos

Sistemas Penitenciarios Clásicos


Por otro lado, en Estados Unidos se dan otros acontecimientos que contribuyen también a
configurar la actual concepción de la pena de prisión. Antes, en 1683, existía en la ciudad de Nueva
York una legislación colonial dirigida a limitar el fenómeno de la vagancia. Estas leyes obligaban a los
capitanes de los barcos a registrar los nombres de los pasajeros y a reembarcar por la fuerza a quienes
no pudieran demostrar que tenían propiedades o trabajo seguro en el lugar de destino. En 1721 las
sanciones contra la inmigración clandestina se endurecieron. En general la pena capital no fue
infrecuente en las colonias inglesas, donde también había azotes y picota, como formas de sanción
penal pública.
La situación penal en la Pensylvania colonial giraba alrededor de la “jail”: ésta era una
institución para prisión preventiva, en la que eran frecuentes los abusos de los guardias –o jailers-,
como violencia corporal o abusos disciplinarios. La “jail”, que surgió en un principio de acuerdo con
el modelo europeo y servía para que los pequeños transgresores de la ley purgaran sus penas, con el
tiempo se convirtió o utilizó como hospedaje obligatorio para los “pobres residentes”, y en cárceles
para los deudores. Esta “casa de corrección” fue tomando una función típicamente punitiva,
desvirtuándose la finalidad original de la misma, consistente en la reeducación por el trabajo. En su
lugar, el aspecto de terror e intimidación tomó significativamente la delantera, sobre la inicial finalidad
reeducativa.
En esta ciudad se da uno de los sistemas que suelen citarse como modelos clásicos
penitenciarios: el Sistema de Pensylvania o de Silencio. Fue ideado por el cúaquero William .Penn,
que había estado en prisión por sus sectas religiosas. Los cuáqueros son una iglesia evangelista,
caracterizados, entre otros postulados, por su pacifismo y su negativa a reconocer cualquier jerarquía.
El seguimiento de estos principios les causó problemas con las autoridades del Gobierno. La iglesia
cuáquera es una de las agrupaciones religiosas que surge en esta época junto a otras como los
adventistas, los testigos de Jehová, Mormones, etc., impregnados de una visión milenarista de la Biblia
y de un afán de convertir o reformar a los pecadores. Penn, al conocer por experiencia propia el estado
lamentable de las cárceles, ideó un sistema nuevo, en el que mediante el aislamiento físico y la
orientación religiosa fuera posible la regeneración de los condenados. Lutero hace referencia al
aislamiento entre los hombres como forma de que el individuo llegue a Dios desde la lectura personal
de los textos sagrados. En el sistema de Pensylvania los presos están aislados unos de otros en celdas
individuales y deben guardar silencio, con la única actividad de leer la Biblia. No recibían visitas, y los
paseos se realizaban en pequeños patios separados por paredes. Las primeras celdas de este sistema se
levantaron entre 1790 y 1792 en el patio de una prisión de Filadelfia, y el mantenimiento de este
sistema era proporcionado por varias sociedades filantrópicas de Filadelfia. Debido a los efectos
destructivos del aislamiento absoluto sobre el equilibrio psicológico de los reclusos. este sistema fue
abandonado en EE.UU.

Sistema Pensilvanya o de silencio 1790-1792

Años más tarde, en 1818 se implantó un sistema que pretendía superar las deficiencias del
sistema de silencio. Esto tuvo lugar en la ciudad de Auburn, en el Estado de Nueva York, por lo que se
le conoce como Sistema Auburn o de Trabajo. Sus características eran: mantenimiento del aislamiento
celular nocturno, pero con vida en común y trabajo durante todo el día aunque los presos no podían
hablar entre ellos. El trabajo de éstos se dirigía, en parte, a paliar los costos de mantenimiento de la
institución, que eran elevados en el sistema filadélfico. Este sistema se implantó en casi todos los
estados de la Unión, y se exportó a Cerdeña, Suiza y algunas cárceles de Alemania e Inglaterra, pese a
sus efectos desastrosos: cinco penados murieron en el primer año de la implantación del sistema en la
primera ciudad.
Sistema Auburn o de trabajo, Filadelfia, 1818

Mientras tanto, en Europa en las primeras décadas del siglo XIX se sientan las bases del
denominado Sistema Progresivo. Su fundamento básico era dividir el periodo total de cumplimiento en
diversas etapas, cada una de las cuales supone una mayor distensión de la disciplina y más libertad para
el interno, desde el aislamiento absoluto del sujeto hasta la libertad condicional. El paso de una fase a
otra se da conforme a la conducta del sujeto y a su rendimiento en el trabajo. En España, un modelo de
este sistema fue el implantado por el Conde Montesinos en la Prisión de Valencia, en 1834. El sistema
que implantó se dividía en tres fases o periodos (de hierros, de trabajo, y de libertad intermediaria).

Algo más tarde surge en Norteamérica en la segunda mitad del siglo XIX el Sistema
Reformador, como preocupación por la reforma de los delincuentes jóvenes. El primer centro empezó
a funcionar en 1876, de la mano de Brockway, y estaba destinado para personas entre los 16 y 30 años.
La duración del internamiento era función de la evolución de la conducta de cada sujeto. Este sistema
presentaba algunas semejanzas con el progresivo, ya que los sujetos recibían una clasificación inicial,
después de la cual podía haber regresiones o progresiones de acuerdo al comportamiento del interno.
Este sistema introduce el ideal de rehabilitación del condenado mediante un tratamiento. En este centro
se realizaban actividades de carácter físico, de instrucción, enseñanza religiosa y trabajo. La disciplina
en estos "reformatorios", extendidos en EE.UU, era muy severa, y las características arquitectónicas no
responden al ideal reformador.

Conclusiones: síntesis sobre el tratamiento penitenciario


La cárcel moderna no supone una ruptura total con las formas de castigo de otras épocas, sino
que, en cambio, recoge todas ellas de manera que en los sistemas penitenciarios actuales encontramos
concepciones y reminiscencias de otras épocas que hacen que se den, en cuanto al tratamiento y
resocialización de los internos
 una dimensión de arrepentimento, proveniente de influencias religiosas cristianas
 una dimensión del delito como enfermedad a curar, muy influenciada por la Escuela Positivista
italiana
 una dimensión laboral, que atribuye el delito a la falta de capacitación laboral de los internos,
concepción ya presente en la Casa del Raspado de Holanda
 una concepción psicosocial, donde se ponen de relieve la importancia de variables del entorno de la
persona, como ambiente familiar, de barrio, de pares.
 Una dimensión de reforma del interno, próxima a la del tratamiento de los factores que conducen al
individuo a emitir conductas violentas
 Una dimensión de mejora progresiva del interno en su comportamiento, hasta que llegue a hacerse
merecedor de volver a la vida en libertad, proveniente del sistema progresivo.
Hay que señalar que la primacía de una o varias dimensiones puede variar entre países, y dentro de
un mismo Estado entre tipos de establecimientos y entre profesionales. En particular, el lector de este
documento puede preguntarse a sí mismo con cual o cuales de las anteriores concepciones se identifica
realmente, ya que ello puede tener consecuencias en el enfoque que dé a su ejercicio profesional en el
ámbito penitenciario.
FUNDAMENTOS DE DERECHO PENITENCIARIO

José Ignacio Ruiz

Introducción

En las últimas décadas, más exactamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la
legislación internacional (ONU, Consejo de Europa, Comisión Interamericana de Derechos Humanos),
a través de los Reglamentos y Convenciones que regulan el trato mínimo que deben recibir las personas
privadas de libertad o que prohiben el uso de la tortura y de los tratos inhumanos y degradantes, ha
contribuido a perfilar una filosofía del régimen y del tratamiento penitenciarios respetuosa con los
Derechos Humanos de los detenidos y orientada a su resocialización, aunque en la práctica no se
cumplan cabalmente siempre y en todos los lugares estas directrices.

En este marco garantista internacional merece destacarse las Reglas de las Naciones Unidas
para el tratamiento de las personas detenidas en establecimientos penitenciarios (Resolución
1984/1947). A continuación, se expondrá los aspectos centrales de la legislación más relevante,
creemos, actualmente vigente en Colombia en materia penitenciaria y carcelario: la Ley 65 de 1993, el
Acuerdo 011 de 1995 y las resoluciones 7302 de 23 Noviembre del 2005 y 2392 de 3 de Mayo del
2006.

Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de las Personas Detenidas en
Establecimientos Penitenciarios

Como se indica en las Observaciones preliminares del citado documento de Naciones Unidas, se
trata de recomendaciones, no obligaciones, que los Estados deberían ir incorporando en su praxis
penitenciaria, como elementos mínimos de la misma, es decir, que el cumplimiento de las mismas no
disculpa a los gobiernos de seguir profundizando en el desarrollo de la filosofía comprendida en ellas.
Por ello, son reglas que “evolucionan constantemente”, si bien “no se puedan aplicar indistintamente
todas las reglas en todas partes y en todo el tiempo”.
Estas Reglas contienen dos secciones principales. Por un lado las reglas generales y por otro las
aplicables a determinadas categorías de internos. Las reglas generales también se refieren a las
características ideales del personal de trabajadores de las instituciones penitenciarias.

Las reglas generales incluyen aspectos sobre un trato respetuoso en las acciones de registro del
detenido, su derecho a alimentación, ropa, servicios médicos e higiénicos suficientes y adecuados, al
tiempo que estipulan la separación de los detenidos por edad, sexo, o tipo de delito, el derecho a las
visitas, la necesidad de mantener vínculos con el exterior, la regulación del sistema de sanciones al
interior de la institución, etc. Respecto al personal penitenciario, las Reglas generales establecen que,
entre otros aspectos, aquel debe caracterizarse por:
-Selección adecuada del personal, en aspectos de su integridad, humanidad, aptitud personal y
capacidad profesional.
-Concientización del personal y de la sociedad de que la función penitenciaria constituye un
servicio social de gran importancia
-Procurar que el personal penitenciarios tenga la condición de empleados públicos, con
estabilidad laboral y sueldos adecuados para obtener y conservar los servicios de hombres y mujeres
capaces
-Capacitación general y especial, actualización profesional
-Deben formar parte del personal penitenciarios profesionales como psiquiatras, psicólogos,
trabajadores sociales, maestros e instructores técnicos
-Los directores de los establecimientos: deben caracterizarse por haber recibido una
capacitación adecuada y mostrar auténtica dedicación a su trabajo.

Por su parte, las reglas aplicables a categorías especiales establecen para los detenidos
condenados (Arts. 56 a 81) que “el fín y la justificación de las penas y medidas privativas de libertad,
son, en definitiva, proteger a la sociedad contra el crimen. Sólo se alcanzará este fin si se aprovecha el
periodo de privación de libertad para lograr en la medida de lo posible, que el delincuente una vez
liberado no solamente quiera respetar la ley y proveer a sus necesidades, sino también que sea capaz de
hacerlo” (Art. 58) y para lograr este propósito, el régimen penitenciario debe emplear tratando de
aplicarlos conforme las necesidades del tratamiento individual de los delincuentes, todos los medios
curativos, educativos, morales, espirituales y de otra naturaleza y todas las formas de asistencia de que
puede disponer” (Art. 59). Otros artículos de esta sección aconsejan la separación de los condenados
por tipo de delito, el acceso a un trabajo remunerado en condiciones similares a las del exterior, el
acceso a la educación, que deberá compensar déficits anteriores al ingreso en prisión, o aspectos
relacionados con la atención post-penitenciaria.

Código Penitenciario y Carcelario (Ley 65 de 1993)

La Ley 65 de 1993 sustituye al anterior Código de 1964, el cual constaba de 237 artículos –el
cual sustituyó al primer Código de 1934. El Código vigente aspectos reúne aspectos como las formas
de detención que regula –medidas de aseguramiento, penas privativas de libertad y medidas de
seguridad-, los tipos de establecimientos de detención, las fases y orientación del tratamiento
penitenciario, los beneficios penitenciarios a los que podría acceder el hombre o la mujer condenados a
pena privativa de libertad, la carrera de funcionariado en el Instituto Nacional Penitenciario y
Carcelario (INPEC), o la prestación del servicio militar en dicha institución.

En el artículo 4 se indica que “nadie podrá ser sometido a pena o medida de seguridad que no
esté previamente establecida por ley vigente”, lo cual completa al principio de legalidad referido en el
artículo 2, el cual afirma que “nadie podrá ser sometido a prisión o arresto, ni detenido sino en virtud
de mandamiento escrito proferido por autoridad judicial competente, con las formalidades legales y por
motivo previamente definido en la Ley.

Con relación al tipo de establecimientos, los artículos 20 y siguientes diferencian entre:


-Cárceles: son establecimientos para detenidos en prisión preventiva (sujetos sindicados, en la
denominación de uso en Colombia).
-Penitenciarias: son centros para la custodia y tratamiento de personas condenadas, es decir, de quienes
recibieron una sentencia judicial condenatoria.
-Reclusión de mujeres: Se designan así los establecimientos para mujeres, tanto sindicadas como
condenadas.
-Casa-Cárcel: son lugares para la prisión preventiva y cumplimiento de condenas por delitos culposos
en accidentes de tránsito. En Colombia, estos lugares dependen administrativamente de las Reclusiones
de mujeres. Ello explica que en las estadísticas de detenidos aparecen ocasionalmente hombres
detenidos en establecimientos de mujeres.
-Colonias agrícolas: son establecimientos para condenados, ubicados en entornos rurales, pensados
preferentemente sujetos de extracción campesina o para favorecer la capacitación del interno en
actividades agrícolas.
-Establecimientos de rehabilitación y pabellones psiquiátricos: Estos entornos están destinados a alojar
y rehabilitar personas declaradas judicialmente inimputables –autores pero no responsables penales de
un delito-, por padecer un trastorno mental (grave) o inmadurez psicológica.
-Cárceles para miembros de las Fuerzas Públicas: son establecimientos de detención preventiva para
miembros de aquellas instituciones –Policía, Ejércitos-, acusados de haber cometido un delito durante
el desempeño de su cargo. En caso de condena serían trasladados a una penitenciaría.
-Cárceles y penitenciarias de alta seguridad: para internos cuya detención y tratamiento requieran
mayor seguridad.
-Cárceles Departamentales y Minucipales (incluidas aquí la Cárcel Distrital de Bogotá): son
establecimientos cuya administración directa no corresponde al INPEC, sino al Municipio o
Departamento correspondiente. Están orientadas en principio a sujetos en prisión preventiva por
acusaciones de delitos menores –hurtos, inasistencia alimentaria. También pueden alojar, en pabellones
especiales, a condenados por contravenciones. A pesar de estas características, hemos sido testigos de
cambios en la composición jurídico-penal de alguno de estos establecimientos: de una mayoría de
sujetos en prisión preventiva se pasó a la situación inversa, incluyendo condenados por delitos graves.
Estos establecimientos pueden contar con pabellones de mujeres.

En tercer lugar, la Ley 65 de 1993 dedica un buen número a un tema central de la política
penitenciaria dirigida a los condenados/as: el tratamiento penitenciario. Así, se indica que el objetivo
del tratamiento penitenciario es preparar al condenado mediante su resocialización para la vida en
libertad (art. 142). Este tratamiento se estructura en una serie de fases, que son:
-Observación, diagnóstico y clasificación: el interno o interna condenado/a al llegar al establecimiento
debe ser sometido a una evaluación de la cual dependerá su asignación a una de las siguientes fases,
que constituyen las etapas del sistema progresivo en el cual se estructura el tratamiento penitenciario.
Así mismo, de esta observación y diagnóstico se derivaría el diseño de un tratamiento individualizado
para cada persona condenada.
-Alta seguridad: en esta etapa, denominada también periodo cerrado, el condenado pasa prácticamente
todo el día en la celda, con una o dos horas de salida a patio para pasear.
-Mediana seguridad: se designa también periodo semiabierto. La mayor parte de los internos
condenados se encuentran asignados a esta fase, en la cual, se sale de la celda por la mañana y se
regresa a la hora fijada por la dirección del establecimiento para dormir.
-Mínima seguridad o periodo abierto: en este periodo abierto, el sujeto puede salir del establecimiento
durante el día, por razones de trabajo o estudio, y retornar al mismo durante la noche. Ello comprende
el trabajo en áreas agrícolas del centro donde las haya, que suelen estar ubicadas extramuros. Vemos
con frecuencia que en estas áreas se suelen destinar los internos de la tercera edad.
-De confianza (libertad condicional): en esta fase, el sujeto condenado sale del establecimiento para
llevar una vida totalmente en libertad, con la obligación de presentarse al director del establecimiento
de forma periódica, hasta que cumpla el total de la condena impuesta por el juez, menos los descuentos
por actividades de trabajo, estudio, participación en talleres, etc. La comisión de un delito durante el
disfrute de la libertad condicional constituye quebrantamiento de condena, el cual se sanciona con la
suspensión del disfrute de la libertad condicional, y la sanción correspondiente en cumplimiento de
privación de libertad condicional, además, claro está, del cumplimiento de una nueva sanción penal en
caso de sentencia condenatoria con relación al nuevo delito imputado al sujeto.
La Ley 65 de 1993 prevé el acercamiento progresivo del interno a la vida en libertad no sólo
mediante las fases de mínima seguridad y la libertad condicional, sino a través de la configuración de
los beneficios penitenciarios. Estos son el permiso de salida de hasta 72 horas, la libertad preparatoria y
la franquicia preparatoria.
En general, la concesión al interno de cualquiera de estos beneficios depende de la satisfacción
de dos grupos de aspectos o factores: el jurídico (factor objetivo) y el de comportamiento y actitudes
adecuadas (factor subjetivo). Examinemos a continuación cada uno de estos beneficios penitenciarios.
a) Permiso de hasta 72 horas. Como Es concedido en última instancia por el Director del
establecimiento. En cuanto al factor objetivo el interno debe, entre otros aspectos, estar clasificado en
mediana seguridad, haber cumplido un tercio de la condena, y haber trabajado, estudiado o enseñado
durante el tiempo de condena cumplido y haber observado buena conducta. Hay que señalar aquí que la
“observación de buena conducta” corresponde a la evaluación del factor subjetivo, y que sobre este
último aspecto se presenta con frecuencia una carencia de procedimientos estandarizados entre
establecimientos, que posean validez predictiva y anclaje en estrategias replicables, objetivas y
comparables entre internos. La validez predictiva se refiere a la evaluación de dos dimensiones
diferentes, no necesariamente independientes: el riesgo de no retorno y la comisión de nuevo delito
durante el disfrute del permiso.
b) Libertad preparatoria: coincide con la fase de mínima seguridad, pues implica salir del
establecimiento durante el día, por razón de trabajo o estudios universitarios. Como factor objetivo el
interno no debe encontrarse en libertad condicional y si haber cumplido cuatro quintas partes de la pena
efectiva (es decir, la condena de la sentencia menos los descuentos por trabajo o estudio en el
establecimiento). El cumplimiento adecuado de permisos de salida puede contribuir positivamente en la
concesión de este beneficio, que, en todo caso, conlleva haber tenido buena conducta durante un lapso
de tiempo apreciable, según evaluación del Consejo de Disciplina.
c) Franquicia preparatoria: conlleva la superación positiva del beneficio anterior, y coincide con
la libertad condicional, al consistir en poder desarrollar la vida fuera del establecimiento, para trabajar,
estudiar o enseñar, con la obligación de presentarse periódicamente ante el Director del respectivo
centro.
El órgano institucional encargado de las funciones de observación, diagnóstico, y clasificación
del interno, de la ejecución de las actividades de tratamiento y de la evaluación del factor subjetivo
correspondiente a los beneficios penitenciarios es el Consejo de Evaluación y Tratamiento, que debe
ser un equipo interdisciplinario, con participación de abogados, psiquiatras, psicólogos, trabajadores
sociales, pedagogos, médicos, terapeutas, antropólogos, sociólogos, criminólogos y personal del
Cuerpo de Custodia y Vigilancia. Este equipo es uno de los denominados Organos Colegiados, que va a
concretizar y regular de forma más precisa el Acuerdo 011 de 1995.

Fase del Sistema Progresivo Beneficio Penitenciario


Mínima seguridad Libertad Preparatoria
Libertad condicional Franquicia Preparatoria

Por último, el juez de ejecución de penas y medidas de seguridad, es la autoridad encargada de


la ejecución de la sanción penal dictada por los jueces penales (Art. 51). Entre sus funciones está
ocuparse de la rebaja de penas, la redención por trabajo, estudio o enseñanza y de la extinción de la
condena. La redención por trabajo, estudio o enseñanza, consiste en que el interno puede descontar un
día de pena por cada dos en que trabaje, estudie o enseñe. Con relación a esto último, el
establecimiento debe informar al juez de ejecución de penas y medidas de seguridad de las actividades
de redención de pena en las que haya participado el interno, y del cómputo de días a descontar de la
condena. El juez es quien concede la rebaja de la pena que corresponda, sin perjuicio de que pueda
acudir al establecimiento a verificar la participación del interno o interna en las actividades de que se
trate.

Acuerdo 011 de 1995


Esta norma regula la composición y funciones de los denominados Organos Colegiados, los
cuales, aunque son mencionados ya en el Código Penitenciario y Carcelario, encuentran aquí una
orientación y razón de ser más claras.
a) Consejo de Disciplina: el artículo 75 indica que es el órgano encargado de evaluar y calificar
la conducta de los internos. Lo integran el director del establecimiento, el asesor Jurídico, el jefe de
talleres, el jefe de la sección educativa, el profesional de la psicología, el de trabajo social, el
comandante de vigilancia, el médico, el personero Municipal o su delegado y un representante de los
internos.
b) Consejo de Evaluación y Tratamiento (CET). Es un equipo interdisciplinar, con un
importante papel para profesionales de la psicología, de trabajo social y otros. De acuerdo al artículo
79, es el grupo encargado de realizar el tratamiento progresivo de los condenados.
c) Junta de Distribución de Patios. Según el Artículo 81, lo conforman el director del
establecimiento, el subdirector, el asesor jurídico, el jefe de sanidad, el comandante de vigilancia y un
profesional de trabajo social o de la psicología. Como su nombre lo dice, este Organo tiene la función
de asignar la celda –luego también el patio- al interno que ingresa al establecimiento. Aspectos que se
pueden tener en cuenta para esta asignación son si el sujeto es primario (ingresa por vez primera a una
cárcel o penitenciaria) o reincidente, si es consumidor, joven, adulto de mediana edad o adulto mayor,
si es apto para la convivencia o puede resultar un peligro para otros reclusos o el mismo ser víctima.

Resolución 7302 de Noviembre 23 del 2005

Esta resolución contiene una serie de elementos que consideramos novedosos en la concepción
de las funciones penitenciarias y carcelarias. Para empezar, esta norma subraya con la referencia a la
“Atención Integral” la necesidad de prestar atención de forma eficaz a un segmento de la población
reclusa, los sujetos en prisión preventiva, que tradicionalmente han sido marginados de las
legislaciones penitenciarias.
Paradójicamente, este olvido era resultado, al menos en parte, del respeto a la presunción de
inocencia de que debe gozar todo detenido sin una sentencia condenatoria: dado que el tratamiento sólo
puede ofrecerse a los sujetos condenados, en razón de que va dirigido a incidir en los factores
responsables o asociados a un delito del cual es responsable –desde el punto de vista judicial-, invitar a
un interno en prisión preventiva a participar en actividades de tratamiento podría ser interpretado como
violación de tal presunción de inocencia.
Desde otra perspectiva, en cambio, parece adecuado preocuparse de forma explícita por los
reclusos no condenados en razón de los siguientes factores:
a) Su importante proporción en la población carcelaria, cercana al 50% en Colombia, y en la misma
tendencia de los países de América Latina con un sistema penal inspirado principalmente en el Derecho
de fuente románica germánica.
b) La constatación de que un gran número de sujetos sindicados –lo mismo que los condenados-
proceden de entornos socio-económicos deprivados, con bajos niveles educativos y de capacitación
laboral, los cuales podrían beneficiarse de participar en actividades de educación formal e informal, de
formación para el trabajo, de manejo de tiempo libre, todo ello sin cuestionar en ningún momento el
principio de inocencia de los acusados.
c) La experiencia de contacto con la realidad de las prisiones muestra, y así es verbalizado a menudo
por los propios reclusos, que la ociosidad, la monotonía y la falta de actividades son perjudiciales para
los internos a nivel individual y para la convivencia. Como acabamos de indicar en muchos lugares y
durante bastante tiempo, la población reclusa en prisión preventiva ha estado ausente de la psicología
penitenciaria, al menos en las publicaciones, exceptuando las necesarias referencias que se han hecho a
temas como riesgo de suicidio o drogas en el medio cerrado.
d) Por otra parte, hay que recordar que el Estado es el garante de los derechos de los detenidos y que la
situación de encierro no debería de afectar otro derecho que el de la libertad de movimientos, como
retribución, protección de la sociedad o cuidado del propio recluso. En este marco, la oferta de
actividades y el reconocimiento de los deberes, también, para y de los detenidos puede contemplarse
como una necesaria oportunidad de que el sujeto en prisión preventiva continúe con el desarrollo de su
proyecto de vida, aún en el entorno intramuros.

Así, y en consonancia con la legislación anterior, la resolución que estamos comentando indica
en su primer artículo que los principios de la atención integral y del tratamiento penitenciario son el
respeto a la dignidad humana, la convivencia y la concertación, la gradualidad y la progresividad, la
legalidad, la igualdad y la equidad, la pacificación y la autonomía.
La atención integral se refiere a la recepción del interno, atención a sus necesidades en el
establecimiento, facilitar las relaciones con su familia y apoyarlo en la realización de las actividades de
tratamiento (Art. 7).
Este, como desarrollo de los lineamientos de la Ley 65 de 1993, plantea el sistema progresivo
(cuyas fases se describen en el Art. 144 de aquella Ley) en la forma de un Programa Ascendente de
Sistemas de Oportunidades (PASO), que contempla distintas oportunidades, articuladas en varios
niveles, que se podrán ofrecer al interno, de acuerdo al proyecto personal que éste elabore.
De esta manera, las fases del tratamiento penitenciario pasan a concretizarse en una serie de
aspectos y componentes:
-Observación: Pasa a comprender cuatro momentos, que son:
1) Adaptación: se trata de que el recluso/a tome conciencia de su rol de condenado y se
ubique en el espacio intramural.
2) Sensibilización: consiste en lograr que el interno adquiera nuevos conocimientos
sobre normas, hábitos y características de su entorno, y hacerle ver las ventajas del Tratamiento
Penitenciario.
3) Motivación: Se trata de ofrecer al interno/a los componentes –recursos, actividades,
etc-, del sistema de oportunidades del establecimiento.
4) Proyección: Contando con este sistema de oportunidades, el recluso/a deberá elaborar
un proyecto de vida, que contenga objetivos y metas para cada fase del Tratamiento, de cara a
su futura vida en libertad.
-Diagnóstico: se realiza, por parte del CET, un análisis de la propuesta del interno para su
proyecto de vida.
-Clasificación: supone asignar una de las fases del sistema progresivo –alta, media, mínima
seguridad- a la persona. En esta clasificación se debe tener en cuenta dos factores: el objetivo, que
nosotros llamaríamos jurídico-penitenciario, y el subjetivo, relacionado con aspectos de personalidad,
actitudes y comportamientos. El factor objetivo incluye aspectos “medibles” de forma objetivo, clara y
externa, relacionados con aspectos criminógenos como el tipo delito por el que fue condenado, la
existencia de antecedentes, condena impuesta, tiempo cumplido, tiempo por cumplir para la libertad
condicional, y antecedentes penales y disciplinarios, entre otros.
Así mismo, esta resolución determina que, para llevar este proceso de atención integral y
tratamiento, en el establecimiento deberá conformarse un Grupo Interdisciplinario de atención integral
y tratamiento penitenciario. Por otro lado, se determina que el Consejo de Evaluación y Tratamiento
(CET) conste por lo menos de 3 miembros.

Resolución 2392 de 3 de Mayo del 2006

Esta norma informa de las actividades que constituyen las oportunidades que el establecimiento
puede ofrecer a los reclusos hombres y mujeres, en el marco del Programa Ascendente de Sistema de
Oportunidades. Define a este como “conjunto de actividades educativas, laborales y de enseñanza,
estructurados con un componente psicosocial, cultural, recreativo, deportivo, axiológico espiritual”
(Artículo primero).

El Sistema de Oportunidades contempla tres momentos o fases: Inicial, Media y Final, que se
ajustan a la fase del sistema progresivo en el que esté clasificado el interno. En cada una de ellas el
establecimiento debe ofrecer a los reclusos condenados actividades de tres tipos:
-Educativas: abarcan diferentes niveles de alfabetización, artes y oficios
-Laborales: circuitos productivos, servicios (PAI), agrícolas
-Enseñanza: Instructores educativas e Instructores laborales

Problemáticas frecuentes en las prisiones actuales


Con respecto a la realidad de las prisiones, Valverde (1991) señala que éstas son las
organizaciones que más se parecen de un país a otro. Quizá esta parezca una afirmación muy extrema,
pero la experiencia de quien escribe estas líneas visitando cárceles de Sur y Centroamérica, de Estados
Unidos y de España permite concluir que se presentan en todas ellas una serie de características,
factores y problemáticas comunes a todas ellas que trascienden a menudo las diferencias de recursos
que los Estados destinan a su sistema carcelario y de las cuales se hará una revisión en este documento.
Por ello, pensando en que los lectores provienen de diferentes contextos nacionales, este texto se centra
en estas temáticas comunes y fundamentales, aunque ocasionalmente recurramos a ejemplificar ciertos
aspectos con casos de algún país concreto.

Frente a las bondades de las recomendaciones internacionales como las Reglas Mínimas de las
Naciones Unidas, lo cierto es que, algunas de las problemáticas más frecuentes de las prisiones a nivel
internacional indican que estos ideales están muy a menudo lejos de alcanzarse. Así, se presenta una
serie de deficiencias prácticas que han puesto muy en duda la eficacia de la prisión como solución o
estrategia global con relación a su objetivo de resocialización. Pese a que muchos países adoptan en su
legislación penitenciaria la filosofía de tratamiento emanada de las Recomendaciones para el
Tratamiento de las Naciones Unidas, los informes de organismos internacionales ponen de manifiesto
la infradotación de muchos establecimientos penitenciarios, especialmente, los de países en vías de
desarrollo, en servicios de alimentación, higiene, formación y programas de tratamiento.
Por ejemplo, el Informe 1996 del Observatorio Internacional de Prisiones indica que en un
grupo de 30 países se encontró las siguientes problemáticas de victimización a los internos:
P E N A D E M U E R T E

H A C IN A M IE N T O

A C T O S D E P R O T E S T A

D IS C R IM IN A C IO N , R A C IS M O

V IO L E N C IA E N T R E E M P L E A D O S E
IN T E R N O S

V IO L E N C IA E N T R E IN T E R N O S

T R A T O S C R U E L E S , IN H U M A N O S , O
D E G R A D A N T E S

0 5 10 15 20 25 30

Además de ello, no son infrecuentes la manifestación de diversas formas de violencia intra-


institucional, tanto entre internos, como la ejercida por los funcionarios o guardias penitenciarios sobre
los reclusos (OIP, 1992, 1996). Para Rosales (1997), la aparición de la pena privativa de libertad hacia
mediados el siglo XIX, supone, en su origen, una humanización de las penas respecto a épocas
anteriores, caracterizadas por la arbitrariedad y secreto de los juicios, el castigo público, la falta de
garantías penales, procesales y penitenciarias, y las condiciones desfavorables del internamiento en los
centros de reclusión. Sin embargo, al poco tiempo de implantado este sistema, autores de la época
denuncian la situación de hacinamiento y el contagio criminógeno que se posibilitan con la convivencia
de distintos (Bernardo de Quirós, 1908). En lo que se refiere al contexto latinoamericano, Arismendy
(1999) pone en evidencia algunos aspectos de la crisis del sistema penitenciario en América Latina.
Para este autor, el estado de las cárceles y la situación de los reclusos constituyen uno de los más
dramáticos detonantes del conflicto social en América Latina, debido a varias causas:
 En primer lugar, la falta de recursos para cubrir las necesidades más básicas hace que la vida en
prisión se convierta en un calvario, en el que el Estado obvia su responsabilidad por el cubrimiento
de los derechos básicos de las personas internadas.
 En segundo lugar, la prisión en América Latina se ha convertido en el mecanismo primario para
tratar y manejar casi todos los conflictos sociales, es decir, se criminaliza el conflicto social y se
emplea la cárcel como remedio.
 En tercer lugar, la aplicación generalizada de las penas privativas de libertad, sin tener en cuenta
alternativas a la prisión o programas de tratamiento que respondan a conductas delictivas
específicas, contribuye a crisis carcelaria y a la ineficacia de la pena privativa de libertad, ineficacia
que se plasma en una reincidencia del 80% al 90% en países como Chile, Uruguay, Brasil o Perú.
 Cuarto, el abuso de la prisión preventiva, que afecta sobre todo a los sectores sociales más
desfavorecidos, es decir a los infractores de delitos económicos.
 Finalmente, el proceso de estigmatización de cárcel contribuye a la doble marginación social de las
personas detenidas de estratos bajos, lo cual les empuja progresivamente a la vida delictiva.
Todo ellos hace del trabajo en prisiones una labor a menudo sumamente esforzada, ardua e ingrata,
sujeta a dificultades de recursos y a la percepción de resultados pobres, sobre todo en aquellos
contextos donde los problemas sociales son de tanta magnitud que trascienden las fronteras de las
prisiones, sumando a éstas las tensiones y conflictos de la sociedad libre. De ahí que sea necesario
realizar aquí un reconocimiento a quienes, en circunstancias difíciles como las citadas luchan por
obtener logros y mejoras con, de y para los presos y las presas, a través de un quehacer profesional
responsable, ético, ilusionado, esperanzado, esforzado y creativo.

FUNDAMENTOS DE PSICOLOGICA PENITENCIARIA

José Ignacio Ruiz

Introducción: Raíces de la Psicología Penitenciaria

Como se mostró en los capítulos precedentes, la psicología penitenciaria es deudora en su


génesis, de la concatenación de varios sucesos histórico-jurídicos que van a ir configurando su
quehacer cotidiano, quehacer que va a ir evolucionando con los cambios que en contextos diversos se
han dado acerca de la misma concepción de tratamiento penitenciario.
A modo de resumen, estos eventos históricos, legislativos y epistemológicos acerca de la
psicología penitenciaria son, en nuestra opinión, primero, el surgimiento de la pena privativa de
libertad como sanción característica de los sistemas penales en Europa y sus históricas regiones
geopolíticas de referencia.
Segundo, surge la prisión moderna como lugar destinado al cumplimiento de aquellas penas,
además de cómo lugar de encierro preventivo.
Esta pena privativa de libertad va asociada a una concepción garantista de los derechos de los
detenidos, y con una finalidad resocializadora de la pena, mediante el tratamiento penitenciario, el cual
debe ser voluntario, según se refleja en las normas penitenciarias de muchos países. Esta participación
voluntaria en los programas de tratamiento en prisión, obedece precisamente al respeto a los derechos
de los detenidos condenados, como una estrategia de la normatividad penitenciaria para evitar las
situaciones de trato degradante o inhumano.
La formulación de un tratamiento penitenciario, ofrecido a los sujetos condenados, se dirige a
paliar las deficiencias responsables de la conducta criminal o aumentar las habilidades que maximicen
las posibilidades de vivir en libertad sin cometer nuevos delitos, lo cual implica el respeto a los
derechos de los demás ciudadanos/as. Es la función resocializadora, rehabilitadora o repersonalizadora
de la pena privativa de libertad y del tratamiento penitenciario.
En este tratamiento penitenciario, se atribuye a la psicología un protagonismo importante pero
no exclusivo, ya que los psicólogos y psicólogas penitenciarios/as deben insertar su actividad
profesional en el marco de grupos de trabajo interdisciplinares –equipos de tratamiento y desarrollo,
equipos de observación y tratamiento, juntas de asignación de patios, etc.-, en donde también participan
trabajadores sociales, juristas, educadores, criminólogos, entre otros, según lo determina la legislación
penitenciaria de cada país.
Por otro lado, la noción de tratamiento penitenciario coexiste con la de proteccíón de la
sociedad mediante el aislamiento de quien ha causado algún daño penal a ella. Así, los momentos de la
prisión oscilan entre dos sinergias diferentes y con frecuencia antagónicas; la resocialización versus la
seguridad y la retribución.
Esta polaridad de objetivos de las instituciones penitenciarias, se refleja con frecuencia en su
diseño arquitectónico, el cual, como se mostró en el primer capítulo,se dirige a atender con prioridad la
función de protección de la sociedad mediante la vigilancia y custodia de los reclusos con un mínimo
de recursos humanos.
La evaluación e intervención psicológica en las prisiones, en el marco de una política
penitenciaria de atención integral y tratamiento penitenciario, es con frecuencia multi-focal, es decir,
debe responder a múltiples problemas y situaciones que confluyen en el espacio carcelario: variedad de
delitos y de factores causales o condicionantes, drogas, problemáticas especiales de las mujeres
reclusas, la atención a hijos de las detenidas, trabajo con las familias de los detenidos, correlatos
emocionales y cognitivos del encarcelamiento, intentos de suicidio, niveles elevados de reincidencia en
algunos sujetos, evaluación para permisos de salida y otros beneficios penitenciarios, etc.
Ante esta variedad de situaciones, el profesional de la psicología debe dominar una amplia
gama de habilidades –por ejemplo, intervención individual y grupal- y cualidades personales –
resistencia a la frustación, perseverancia, creatividad, optimismo realista, entre otras-, que le permitan
dar respuestas adecuadas a las demandas de la institución y de los internos.
Por ello, un aspecto que caracteriza más a la psicología penitenciaria que a otras ramas de la
psicología jurídica es que en aquella tiene tanta importancia la dimensión evaluativa como la de
intervención. Tanto una como la otra van a variar de acuerdo a los objetivos institucionales y del
momento, como de acuerdo a las concepciones sociales prevalentes con relación al cómo abordar en
prisión el manejo de la población reclusa. El siguiente cuadro resume los aspectos definitorios de la
psicología penitenciaria que acabamos de exponer.
Finalmente, la psicología penitenciaria actual está cada vez más vinculada, o debería estarlo, a
su entorno comunitario, por lo menos durante el encierro y la vida posterior en libertad de los sujetos
que salen de prisión. Y esto es así por que:
a) Ha ido apareciendo modalidades de cumplimiento de sanciones privativas de libertad en
espacios extracarcelarios: programas de desintoxicación, de capacitación, de tratamiento de
agresores sexuales.
b) Para que los establecimientos puedan dotarse de actividades y servicios de educación y
capacitación, religiosos, de tiempo libre, de apoyo a actividades de psicología, trabajo social,
asesoría jurídica con estudiantes de prácticas, etc., deben conocer y gestionar los recursos que
existen en ese entorno comunitario: iglesias, universidades, empresas, centros de formación
técnica o tecnológica, por citar algunos
c) La normativa penitenciaria a menudo incluye el servicio de atención post-penitenciaria, porque
a menudo se considera fundamental que el exrecluso disponga de un apoyo de ese naturaleza
para minimizar las posibilidades de reincidencia y lograr éxito en el retorno al mundo libre –y
esto tanto para liberados de cumplimiento de condena como de la prisión preventiva, que no en
pocos casos llega a durar meses o años.

En cuanto al momento previo al encierro, la psicología penitenciaria –de hecho, el sistema


penitenciario y carcelario, debería conocer y suministrar información desde otros servicios judiciales,
sociales y académicos, acerca de las dinámicas sociales, políticas, económicas y de criminalidad de ese
entorno social del que provienen y al que van a regresar en algún momento los detenidos.

Así, en nuestra experiencia desde la universidad investigando sobre problemáticas de la vida en


prisión o supervisando la práctica profesional de estudiantes de psicología hemos constatado cambios
en la composición de la población de detenidos –por ejemplo, de una mayoría de presos preventivos a
una de condenados- en virtud de cambios en la legislación del procedimiento penal, o, a partir de
visitas a prisiones de Estados Unidos y Centro y Suramérica, una relación entre calidad de vida y
desarrollo socioeconómico de un país con cantidad y tipo de recursos carcelarios y composición social
de la población reclusa.
CUADRO RESUMEN DE LOS COMPONENTES BASICOS
DE LA PSICOLOGIA PENITENCIARIA

 Génesis en la pena privativa de libertad y en la prisión moderna


 Contribuye en el tratamiento penitenciario realizado en un marco jurídico garantista de
los derechos de los condenados
 Contribuye a la función resocializadora-repersonalizadora de la prisión
 Mediante un trabajo interdisciplinar
 Que con frecuencia se contrapone a la función retributiva y protectora de la sociedad
 Que debe responder a múltiples y diferentes problemáticas
 Que exigen dominar habilidades profesionales y poseer cualidades personales
específicas para el desempeño laboral en esos contextos
 Varias áreas de la psicología jurídica, como la forense o la del testimonio, son
eminentemente evaluativos. La psicología penitenciaria tiene además una marcada
orientación a la intervención.
 Abierta a la comunidad, para obtener datos y recursos que redunden en una mayor
efectividad del sistema jurídico-penal-penitenciario

Modelos de psicología penitenciaria

Si la psicología penitenciaria se enmarca en un contexto histórico-jurídico determinado, también


es cierto que el enfoque que se de a la evaluación y al tratamiento penitenciario es deudor de las
concepciones sociales y científicas sobre el comportamiento delincuencial y sobre la manera de
abordarlo.
Así, basándonos en los modelos de tratamiento penitenciario enunciados por Núñez (1997) y las
perspectivas psicológicas en las que se ha apoyado la psicología penitenciaria que expone Redondo
(1997), podemos identificar los siguientes modelos de psicología penitenciaria:
1) Modelo clínico: es heredero de la escuela positiva italiana en cuanto a la concepción del
delito como la expresión o consecuencia de un trastorno mental que hay que evaluar y tratar. Los
modelos factoriales de la personalidad y el psicoanálisis, así como las estrategias psicométricas para el
diseño de instrumentos de medición son las teorías en las que se apoya este modelo, para dar respuesta
a cuestiones como la de la “personalidad criminal”.
2) Modelo educativo-social: parte de la toma de conciencia de que muchos sujetos en prisión,
sino la mayoría, no presentan trastornos graves de personalidad, sino carencias o problemas en su
proceso de socialización y educación formal/laboral. Por ello, el tratamiento debería ir dirigido a suplir
estas carencias, mediante el entrenamiento en habilidades sociales, alfabetización, capacitación laboral,
resolución de conflictos, etc.
3) Modelo organizacional: por un lado, a menudo las intervenciones enmarcadas en el
tratamiento penitenciario sufren obstáculos en su implementación y mantenimiento, diluyéndose en el
marco de la organización (Anguera, 1992). Por otro, la prisión es una organización enmarcada en un
contexto social concreto. Además, en ese marco organizacional, se dan fenómenos de grupo (normas
grupales, clima), importantes a tener en cuenta para la convivencia intramuros y la adecuada recepción
y desarrollo de los programas de atención integral y de tratamiento. Este modelo implica tener en
cuenta en las intervenciones no sólo a los internos, sino también al otro grupo humano de las prisiones:
los empleados (funcionarios, personal con contratos temporales).
4) Se puede identificar también un modelo evaluativo, centrado en analizar la eficacia de los
programas, para identificar aquellos –y sus componentes- que logran mayor éxito –o menor fracaso, si
se quiere-, en cuanto a disminuir la tasa de reincidencia.

Aunque estos modelos se han planteado en una secuencia cronológica en cuanto a su


predominio en la psicología penitenciaria, –primer el clínico, luego el educativo, por último el
organizacional-, consideramos que, en la práctica, pueden coexistir simultáneamente. Así, mientras la
última normatividad acerca de la atención integral y el tratamiento de los reclusos del INPEC, en
Colombia, parece dar mucho peso a las actividades educativas, de capacitación laboral y de enseñanza,
se ha implementado en las instituciones bajo jurisdicción del INPEC un procedimiento uniforme de
evaluación clínica de los internos/as en su ingreso al establecimiento, y, aunque son escasos los
estudios de organizacional, se está trabajando en la atención psicosocial de empleados de estas
instituciones y en su capacitación acerca de valores instituciones y derechos humanos. Por ejemplo, el
Programa “Misión Carácter: Los Verdaderos Colores del Compromiso” (Red Bussines Network, 2004),
adoptado por el INPEC se dirige a fomentar en sus empleados valores como el liderazgo, el coraje o la
identificación con la misión de la institución.

Modelos de tratamiento Teorías y enfoques psicológicos Cuestiones abordadas


penitenciario
Modelo clínico Psicometría, psicodiagnóstico Personalidad criminal
Psicoanálisis, Teoría de la Peligrosidad
personalidad de Eysenck Enfermedad mental
Drogadicción
Modelo educativo-social Aprendizaje social Habilidades (sociales,
Competencias pensamiento resolución de conflictos,
prosocial educativas, laborales)
Modelo organizacional Psicología ambiental Clima social
Conflicto intergrupal (convivencia)
Clima social (R.Moos) Cultura carcelaria
Organización del ambiente Cultura funcionarios
correccional
Modelo evaluativo Meta-análisis Eficacia y efectividad de
los programas

Areas de actuación del psicólogo en el medio penitenciario

La evolución histórica de la prisión, esbozada en los párrafos anteriores va a determinar las


posibles áreas de actuación de la psicología en este marco tan particular que es la prisión. Siguiendo a
Jiménez-Burillo (1986) sobre las formas de aplicación de la Psicología al ámbito del derecho, en la
psicología penitenciaria podríamos diferenciar entre las siguientes actuaciones:
 Evaluación
 Entrenamiento
 Intervención

Actuaciones que se dirigirán a menudo a cuestiones específicas del momento del encarcelamiento:
ingreso, permanencia, preparación para la salida. El siguiente cuadro pretende resumir el sistema de
relaciones entre tipo de actuación, momento del encarcelamiento y problemáticas a tratar.

AREAS DE LA PSICOLOGIA PENITENCIARIA

Momento de Exploración Evaluación Intervención


relación con la
prisión
Ingreso en el Impacto psicológico del Clasificación grado Intervención en
centro ingreso Adicción SPA crisis
Tendencias Diseño tratamiento
antisociales Atención integral
Riesgo de suicidio

Vida en prisión Prisionización Riesgo de suicidio Resocialización


Clima grupal Selección para Atención individual
Culturas talleres y Tiempo libre
actividades Micro-empresas
Cambio de grado
Salida del centro Actitudes sociales hacia Beneficios Ejem.:
la prisión y los penitenciarios Atención post-
exreclusos Atención post- penados
penados

De acuerdo a lo expuesto en este cuadro, la evaluación psicológica en el marco penitenciario


puede dirigirse a aspectos como:
-Características psicológicas y necesidades de los internos: personalidad general, dimensiones
específicas, adicción a sustancias psicoactivas, tendencias antisociales, actitudes y aptitudes, carrera
criminal, peligrosidad, riesgo de fuga, entre otros.
-El proceso de adaptación a la vida en prisión: que puede abarcar la respuesta y experiencia de
los sujetos con relación a los estresores cotidianos (separación de familia y de amigos, desocupación,
hacinamiento, por ejemplo), a los traumáticos (victimización sufrida en el encierro, como robos,
amenazas; eventos traumáticos como motines, peleas, etc.), la desocialización en la forma de impacto
en las habilidades sociales y cognitivas que puede conllevar la vida en prisión (por ejemplo, como
Beleña y Baguena, 1992).
-Cultura y otros fenómenos grupales de la prisión: existe abundante literatura sobre la
denominada cultura carcelaria, o código del interno (por ejemplo, Caballero, 1986; Cornelius, 1992).
La importancia de este tema radica en que estas normas informales prevalentes entre los internos
pueden oponerse -a menudo así es- a los intentos oficiales de resocialización. Se puede evaluar las
normas que caracterizan la cultura carcelaria de un establecimiento, o en un patio o pabellón específico,
mediante encuestas con preguntas abiertas sobre normas informales (Ruiz, 2004), indagando qué
términos de la jerga carcelaria conoce el recluso –a mayor conocimiento de la jerga, mayor inserción
del sujeto en las normas del patio (Becerra y Torres, 2005), mediante la observación de los tatuajes.
También hay experiencias positivas en sus resultados de pedir a los internos que van a salir en libertad
que indiquen quienes de los que queda les han agredido y cómo, o sobre quienes manejan la venta de
droga en los patios. Parece que en ese momento previo a la salida si puede romperse la ley del silencio
que impera a menudo entre los internos (Riaño, 2003).
-Evaluación de la organización: Se puede incluir aquí los estudios sobre clima social en prisión.
Al respecto, Sancha (1987) realiza una revisión exhaustiva de los trabajos de Richard Moos,
encontrándose trabajos más recientes sobre clima en establecimientos de España (Del Caño y
Domínguez, 2000), o de Colombia (Ruiz y Páez, 2002). También se ha estudiado los niveles de
satisfacción laboral en empleados de prisiones (Ruiz y Páez, 2001) y análisis de la misión y valores
instituciones de centros de detención (Cárcel Distrital, sin fecha).
-Evaluación de programas: Consideramos que la evaluación de la eficacia y eficiencia de los
programas que se apliquen en prisión desde la perspectiva de atención integral a detenidos y,
especialmente, de tratamiento debería ser un componente esencial de ese tipo de intervenciones. Así,
encontramos en la literatura revisiones sobre la eficacia de los programas de intervención con
delincuentes (por ejemplo, Garrido, 2003), estudios con mediciones pre y post de las intervenciones
(Lozano, Pinzón, Rodríguez y Ruiz, 2005); o con mediciones pre y post con grupo control y con grupo
experimental (el estudio antes citado de Beleña y Baguena, 1991). La necesidad de mejorar la eficacia
de los programas de intervención y la de justificar el destino que se de a los habituales escasos recursos
que se destinan a los entornos carcelarios y penitenciarios debería llevar a que la formación en
evaluación de programas fuera un componente de la formación de profesionales como psicólogos/as,
trabajadores/as sociales, etc.

Por su parte, con relación al entrenamiento, son posibles acciones de a) manejo del estrés
laboral, tema que puede revestir mucha importancia en el trabajo en prisión, b) participación del
personal de vigilancia y de funcionarios en los programas destinados a internos, c) entrenamiento a
empleados en tareas de observación y registro del comportamiento de ciertos internos, d) programas de
economía de fichas, destinados a mejorar el clima general de la institución y alcanzar cotas más
satisfactorias de convivencia y de acatamiento de las normas de vida institucional.
En este punto hay que señalar que la diferencia práctica entre entrenamiento e intervención es
difusa. Aquí hemos preferido emplear “entrenamiento” para designar acciones de intervención que son
derivadas de necesidades institucionales –no tanto de los internos- o que son recibidas por un grupo –
los funcionarios o empleados- para que pueden colaborar en acciones de observación o tratamiento
penitenciario. En general, podríamos indicar que el entrenamiento sería un tipo de intervención que no
se deriva necesariamente de un diagnóstico y detección previos de una patología en individuos, sino de
una necesidad institucional derivada de un diagnóstico organizacional. Por otro lado, hay que reconocer
que muchas formas de intervención dirigidas hacia los reclusos/as, suponen entrenarlos en diferentes
facetas –habilidades sociales, estrategias cognitivas, de control emocional, etc.).

Estas intervenciones dirigidas a la población reclusa puede tener múltiples objetivos, adoptar
una amplia variedad de estrategias y ser sostenidas por diferentes enfoques teóricos psicológicos. Por
ejemplo, en cuanto a las problemáticas a abordar, tenemos:
 Disfunciones psicológicas de ciertos internos
 Tratamiento de la conducta criminal, mediante el diseño, implementación y supervisión de los
programas respectivos
 Asesoramiento psicológico a internos
 Asesoramiento psicológico a empleados
 Riesgo de suicidio en prisión
 Violencia intra e intergrupal
 Prevención y tratamiento de consumo de sustancias psicoactivas

Otra forma de diferenciar entre tipos es intervención es considerar los diferentes niveles en que
ésta puede darse, teniendo así:
 Nivel individual: Clasificación de los internos en grados, programas o asignación a patios,
progresiones y regresiones de grado, atención o asesoría clínica, diagnósticos de personalidad, de
peligrosidad, de riesgo de suicidio, etc..
 Nivel grupal-organizacional: Evaluación del clima social, tratamientos psicoterapéuticos grupales,
análisis del ambiente físico, culturas de la organización, etc.
 Nivel educativo: también realizado en grupos, aunque específicamente centrado en acciones de
educación formal y no reglada, y de capacitación laboral, tanto para internos como para empleados.

En cuanto a los modelos teóricos que han respaldado las intervenciones se puede mencionar:
 Los enfoques psicodinámicos: se puede encontrar experiencias de nivel tanto individual como
grupal. Las primeras responden a diseños de caso único y suele ser difícil evaluar su efectividad. En
() se encuentra una recopilación de casos prácticos de terapia psicodinámica internos e internas de
una amplia variedad de delitos. En cuanto a los enfoques grupales se puede citar a título de
ejemplos, las aplicaciones del sociodrama de Moreno.
 Enfoques conductuales: centrados en el entrenamiento de repertorios conductuales.
 Enfoques cognitivo-conductuales: aplicados a tipos específicos de delincuentes: agresores sexuales,
maltratadotes, etc. (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000; Echeburúa y Corral, 1998; Garrido,
2005). La investigación sobre la eficacia de los programas psicológicos de tratamiento de
delincuentes muestra la mayor efectividad de los enfoques de esta orientación sobre los de tipo
informativo o educativo (ver capítulo sobre evaluación de programas).
 Otros: educativos, terapia racional-emotiva, aprendizaje mediante modelos…

Los capítulos siguientes se centran en las dimensiones evaluativa y de intervención de la


psicología penitenciaria. Se aborda de forma específica temas como la observación y clasificación de
grado, los beneficios penitenciarios y riesgo de suicidio en prisión, áreas éstas que están relacionadas
con la evaluación de características de la población detenida.
También nos referiremos a la evaluación de programas, la cual involucra la cuestión del
significado y sentido de la dentro de la resocialización. La evaluación de programas es lo que nos
permite concluir qué grado de resultados y de eficacia tienen las intervenciones. Medir estos aspectos
contribuye a lograr programas más eficaces, los cuales servirían para mostrar que el tratamiento
penitenciario tiene razón de ser y debe dársele la misma prioridad que a la faceta de la seguridad.
EVALUACION PSICOLOGICA PENITENCIARIA

José Ignacio Ruiz

Introducción

En este documento se pretende ofrecer pautas orientativas para la aplicación de herramientas


psicológicas evaluativos a las problemáticas y demandas más frecuentes que la legislación penitenciaria
sobre la población reclusa. En este marco se aborda temas como la evaluación psicológica con relación
a 1) la observación, diagnóstico y clasificación de grado, 2) las tendencias antisociales y la psicopatía,
3) las drogas en prisión, 4) los beneficios penitenciarios, y 5) instrumentos psicológicos útiles en el
medio cerrado.

Observación, Diagnóstico y Clasificación de grado


En el sistema penitenciario de muchos Estados, cuando el individuo llega con condena firme a
prisión va a atravesar por un proceso bastante similar que comienza con su observación por parte de los
equipos. áreas o juntas de tratamiento y desarrollo, para que, de acuerdo al comportamiento observado,
sea clasificado en alguno de los grados que comprenda el régimen de internamiento en prisión
establecido en la ley, el cual, tradicionalmente comprende:
a) primer grado o de máxima seguridad
b) segundo grado, régimen ordinario o seguridad media
c) tercer grado o de mínima seguridad

En el primer grado suelen clasificarse a menudo los sujetos condenados por delitos de alto impacto
social –homicidios, agresiones sexuales-, a veces para protegerlos de ataques de los otros internos, a
miembros de grupos terroristas con alta motivación para seguir cometiendo delitos, o a internos con
muchas dificultades de convivencia social con estilos agresivos de interacción social. En este grado el
interno pasa la mayor parte del día en su celda –22 a 23 horas diarias- y se le permite una hora de paseo
o de contacto con el aire libre y la luz natural, con restricciones muy severas en sus relaciones sociales
–visitas, otros internos, actividades de la institución.
El régimen ordinario consiste el habitual para la mayoría de los internos, quienes pasan en su celda
el tiempo asignado para dormir y por la mañana salen de las mismas, al patio o a las actividades
programadas, a los turnos de comidas, y, en los días permitidos a recibir visitas.
El tercer grado de mínima seguridad es concebido como un estadio de preparación a la libertad, en
el cual los internos tienen unos mínimos sistemas de supervisión, y frecuentemente trabajan en zonas
aledañas del centro, o estudian o trabajan fuera del mismo.
La clasificación de grado es el primer paso en el diseño teórico del tratamiento penitenciario
que se va a proponer a cada interno en particular. Como evaluación podrá ser seguida de otras
relacionadas con la revisión del grado asignado, la selección para participar en ciertos programas o para
ocupar empleos dentro de la institución –por ejemplo, atención en la cocina y comedores.
Lo que sigue son unas pautas generales del informe de psicología para la evaluación inicial del
grado. Se trata de líneas generales e ideales, a sabiendas que en la realidad no siempre se cumplen, por
la sobrecarga de trabajo, la falta de conocimientos sobre evaluación psicológica en contextos de
prisiones, o por la ausencia de procedimientos estándar institucionales de evaluación.

El informe psicológico penitenciario


El formato de este informe viene dado por las disposiciones que las reglamentaciones
nacionales penitenciarias determinen en cada Estado. Teniendo en cuenta esto, de acuerdo a Núñez
(1997) el informe psicológico penitenciario debería contener los siguientes aspectos:
 Anámnesis biográfica
 Aptitudes
 Personalidad
 Actitudes y motivaciones

los cuales pueden ser completados por las indicaciones recogidas por López Martín y Vela
Rubio (2001).

Anámnesis biográfica: su finalidad es recoger información del interno en áreas centrales de su pasado,
tales como:
-Proceso de socialización: en la familia, con pares –relaciones interpersonales –amigos/as- y relaciones
grupales –pandillas, con otros –adultos del mismo o del otro sexo. Estancias en reformatorios,
detenciones, otros contactos judiciales.
-Historia escolar y laboral
-Sexualidad
-Relación con drogas: historia del consumo, evolución y actitudes hacia el mismo
-Historia y trayectoria del proceso de desviación

Aptitudes: su objetivo es reunir información del interno sobre sus destrezas intelectuales y
psicomotoras, como:
-Inteligencia general, abstracta, práctica o creativa
-Curso y contenido del pensamiento
-Atención y capacidad mnémica
-Aptitudes psicomotrices
-Habilidades de solución de problemas

Personalidad: esta es un área central a evaluar en los reclusos, por la estrecha relación que puede tener
con el delito. Se puede destacar la evaluación de:
-Perfil general de personalidad
-Componentes agresivos
-Incidencia de trastornos
-Relaciones interpersonales
-Habilidades de afrontamiento
-Habilidades sociales
-Riesgo de suicidio (ver sección más adelante)
-Impulsividad

En este ámbito de la evaluación penitenciaria, el de la personalidad son instrumentos muy


reputados las versiones del MMPI, el cuestionario de H.Eysenck (EPQ) y el 16PF de Catell. Sin
embargo en cada contexto nacional hay que emplear la versión estandarizada con muestra de cada país,
ya que no siempre la estructura factorial teórica de un instrumento encontrada en el país donde se
construyó se replica en otros lugares. Si esto sucede con una prueba psicológica, no habría un respaldo
psicométrico para emplearla para fines de diagnóstico de la personalidad.

Actitudes y motivaciones: estas pueden darse con relación a:


-Hacia la institución
-Hacia el delito
-Hacia la víctima – (relacionado con la capacidad de empatía).
-Hacia el programa o tratamiento
-Procesos de atribución (Locus de Control)
-Orientación a corto o largo plazo
-Autoestima
-Motivación para el cambio

El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) de Colombia incluye muchos de los


aspectos que acabamos de mencionar en los protocolos de entrevista psicológica a internos:
Datos psicosociales: que incluye:
-Edad
-Desempeño o actividad en el establecimiento
-Relaciones interpersonales con compañeros, guardia, personal administrativo, familia
-Opinión sobre características que debe tener una persona que oriente un grupo, patio, taller
-Opinión acerca de la autoridad y las normas
-Actitud ante la frustación
Historia personal: en donde se pregunta acerca de:
-Descripción de cualidades, debilidades, valores, destrezas, autoimagen, inseguridades
-Infancia (convivencia familiar, escolar, enfermedad o accidentes)
-Adolescencia
-Adultez
-Sentimientos frente a la situación de estar condenado
-Sentimientos hacia padres, esposa, hijos, compañeros/as de celda, patio y talleres
-Sentimientos hacia la privación de libertad
-Pensamientos sobre su vida
Farmacodependencia: se exploran aspectos de:
-Consumo de alcohol, cigarrillos u otras drogas antes del ingreso en prisión.
-Edad de inicio y motivación
-Consumo actual
-Tiempo de abstinencia
-Adicciones en familiares
-Tratamiento/s recibido/s.
Comportamiento no verbal durante la entrevista
Observaciones y concepto del profesional
Recomendaciones

Es de notar que este protocolo, como otros de finalidades similares, indica qué áreas hay que
evaluar, siendo competencia del profesional decidir las estrategias de evaluación –instrumentos,
técnicas de entrevista- más adecuadas para cada aspecto, de acuerdo a las particularidades del sujeto a
evaluar como la edad, el sexo, el nivel educativo, el delito por el que está acusado o condenado,
antecedentes de consumo de sustancias psicoactivas, y/o de delitos anteriores, como variables
importantes.

La evaluación de las actitudes hacia el delito y hacia la autoridad y la ley constituye un


elemento muy importante para establecer un pronóstico de reincidencia. Dentro de esto, la evaluación
de las cogniciones, racionalizaciones y justificaciones acerca del delito es un aspecto muy importante
en la evaluación de delincuentes sexuales o con personalidad psicopática. En este punto hay que saber
diferenciar entre las justificaciones superficiales que el interno condenado tiende a dar lugar como
estrategia adaptativa frente a interrogatorios dentro del sistema judicial de las cogniciones reales que el
sujeto tiene frente a su delito.

Aspectos deontológicos en los informes penitenciarios


El ejercicio profesional responsable, en cualquier ámbito de que se trate, lleva aparejado el
respeto a unos principios éticos que deben presidir el desempeño laboral cotidiano. A continuación se
exponen algunos aspectos a tener en cuenta en la realizaciónde informes penitenciarios, tomados en
gran parte de Núñez (1997):
 Neutralidad: El profesional de la psicología no es juez ni parte en el proceso por el cual la persona
llega a prisión. Se debe estar atento a si experimentamos algún tipo de reacción emocional
inadecuada no controlada que pueda influir en la objetividad de nuestro informe: miedo,
repugnancia, saturación emocional, indiferencia, deseos de venganza por la atrocidad del delito por
el que el sujeto fue condenado.
 Objetividad en la descripción: basándose en las estrategias y técnicas necesarias para realizar la
evaluación, estrategias y técnicas que debemos conocer y manejar acertadamente. Ello ayuda a no
caer en estereotipos ni en los errores a los que puede llevar el análisis superficial de los casos o la
experiencia aplicada de forma automatizada.
 Marco teórico y metodológico actual y coherente, aplicado en un proceso planificado y replicable
 Fiabilidad y validez de los instrumentos: con sustento teórico actual, y con bondades psicométricas
de los instrumentos procedentes de adaptaciones o baremaciones de los mismos con muestras
locales –del país- similares a las que se pretende aplicar las pruebas en prisión.
 Garantía en la formación profesional del psicólogo que realiza el informe: ya que las conclusiones
de sus valoraciones tienen profundas consecuencias judiciales2.
 La actuación del profesional debería estar orientada a lograr el mayor y mejor beneficio posible
para su cliente, el interno, y para la sociedad.

Evaluación de la peligrosidad y el riesgo


¿Qué es la peligrosidad? ¿Es un concepto absoluto o bien relativo a un periodo de tiempo y un
contexto determinados? Varias son las perspectivas que pueden adoptarse para definir este constructo y
para guiar la actuación responsable y crítica de los profesionales encargados de su evaluación (una
revisión sobre las implicaciones de definir “riesgo” y “peligrosidad” en el ámbito de la evaluación
psicológica forense se encuentra en Mormont y Giovannangeli (2001).
Desde un punto de vista que podríamos definir como “cultural”, la peligrosidad asociada a un
comportamiento sería relativa a las apreciaciones de un grupo cultural sobre qué conductas son
peligrosas, y porqué son percibidas bajo esa etiqueta. Por ejemplo, en ciertos países, empujar una vaca
que está obstruyendo el paso de un automóvil podría ser percibido como una ofensa a los dioses y la
sociedad, y la peligrosidad se situaría en la probabilidad futura de que el autor de la ofensa reincida en
esa o en otras conductas similares.
Desde una perspectiva política se puede encontrar un relativismo análogo. Así, los actos que
muchas veces se proclaman como conductas valerosas que condujeron a la independencia de una
nación fueron en el pasado, o en la actualidad en conflictos armados, como hechos terroristas obra de
criminales sin remordimientos por el daño que causaron.
Por último, desde una posición jurídico-penal es necesario reconocer que, de acuerdo al
principio de legalidad, sólo son delitos aquellos comportamientos que la ley penal los haya definido

2
En general, a lo largo de todo el proceso penal –investigación, juicio, prisión-, la actuación del psicólogo como périto
experto puede tener importantes consecuencias para la vida de las personas involucradas –acusados, víctimas…
como tales (Código Penal Colombiano, 2000). De ahí, que en el ámbito penitenciario, ultimo eslabón
del sistema penal, la evaluación de la peligrosidad deba ceñirse a aquellas conductas enmarcadas en la
legislación penal o en el régimen penitenciario.
Por otro lado, siguiendo dentro del derecho penal y penitenciario, se ha constatado diferencias
entre legislaciones nacionales acerca de que en que proporciones debe repartirse entre el recluso y la
sociedad el riesgo de reincidencia o de peligrosidad. Así, con relación a los delitos sexuales por
ejemplo, mientras en ciertos estados de EEUU, el recluso que haya finalizado el cumplimiento de una
condena puede seguir internado, bajo una figura equivalente a la de medida de seguridad cuando el
estudio del sujeto concluya que existe una alta posibilidad de reincidencia, en otros lugares, como en el
caso colombiano, todo interno condenado que haya cumplido íntegramente la pena privativa de libertad
(condena dictada menos descuentos por trabajo, estudio, buen comportamiento) tiene derecho a
recobrar el ejercicio de la libertad de movimientos. Esta cuestión y las anteriormente mencionadas
muestran que la evaluación de la peligrosidad es algo más que la aplicación de instrumentos de
medición a personas encarceladas, sino que está enmarcada en un contexto sociocultural y legal que la
determina en gran manera.
A partir de lo anterior, e integrando los diferentes elementos expuestos, se podría definir la
peligrosidad como aquella conducta sobre la que hay una expectativa de realización en el futuro –más o
menos inmediato-, a partir de la ocurrencia de conductas similares o análogas en cuanto a que suponen
una lesión o perjuicio a un bien jurídico –un derecho de las personas- protegido por la ley penal.
En consecuencia la evaluación de la peligrosidad, en psicología, sería la aplicación de técnicas,
estrategias e instrumentos de evaluación, cuyo objetivo es predecir, con la mayor precisión posible el
comportamiento futuro de la persona relacionado con el respeto o el daño a bienes jurídicos protegidos
por la legislación penal, y, se podría añadir, el afectado puede ser el mismo agresor.

Aplicaciones de la evaluación de la peligrosidad


Ya que los bienes jurídicos protegidos en la legislación penal también pueden ser diversas las
conductas de carácter peligroso a predecir, así como las estrategias de evaluación posibles.
Por un lado, parte de la evaluación psicológica de una persona en su ingreso a la cárcel o
penitenciaria puede dirigirse a conocer su adaptabilidad a la convivencia en el patio, y su capacidad de
ajuste a las normas legales que regulan la vida en prisión –régimen penitenciario-, lo cual incluye
valorar su grado de aceptación de la autoridad legal. Así, los estudios sobre cultura carcelaria (Neuman
e Irúrzun, 1979; Caballero, 1986) muestran que algunos internos son dados a imponerse a los demás
mediante la amenaza y la fuerza. Otros muestran actitudes asociales, son hóstiles hacia los demás
internos, inician o se involucran en peleas y muestran grandes dificultades de ajuste a las normas
institucionales y a las normas informales del patio. Con frecuencia son rechazados por los demás
internos, quienes hacen saber a la institución que no desean tener más tiempo entre ellos a aquellos
sujetos tan conflictivos.
La peligrosidad también se puede referir, en segundo lugar al consumo de drogas. Las personas
que llegan a los establecimientos con una dependencia marcada hacia alguna SPA pueden manifestar
mayores dificultades en ajustarse a las deprivaciones que conlleva la vida en prisión y mayor
disposición que otros internos a participar en redes de tráfico de drogas intramuros, y más conductas de
robo o engaños a otros internos por la necesidad de procurarse recursos para mantener su consumo.
Como un nivel extremo de las dos situaciones a las que acabamos de referirnos –convivencia y
relaciones con las drogas-, puede darse la comisión de delitos nuevos, de carácter violento.
Indudablemente aquí también confluyen otros factores, que hacen de la violencia en prisión un
problema complejo, en el que sin embargo se puede identificar varios factores de riesgo adicionales: la
frustración individual o colectiva frente a la situación jurídica de los penados –procesos lentos, falta de
compromiso de los abogados defensores-, a las condiciones de encarcelamiento –ausencia de
alimentación suficiente y de calidad, lentitud y deficiencias en el registro de descuentos en la pena por
trabajo y estudio, lentitud en atender demandas de asistencia médica o psicológica, etc-. También son
formas de incidentes violentos de variable magnitud las luchas de poder entre internos, las agresiones
de internos hacia guardias, y viceversa.
Un tipo de evaluación de riesgo o de peligrosidad particular es la relacionada con el disfrute de
beneficios penitenciarios como permisos de salida, o libertad condicional (la cual supone, recordemos,
poder vivir fuera del establecimiento todo el día, de lunes a viernes, con el compromiso de presentarse
periódicamente ante una autoridad reconocida, como el oficial de libertad bajo palabra en Estados
Unidos o el Director del establecimiento, en Colombia). Los riesgos relativos a los beneficios
penitenciarios son el de fuga –no retorno voluntario de un permiso-, o la comisión de un nuevo delito
durante el disfrute del beneficio penitenciario.
Un aspecto a evaluar de especial interés es si el interno presenta rasgos psicopáticos, ya que se
ha encontrado que a mayor presencia de estos rasgos, la probabilidad de reincidencia 3 y de consumir
drogas es mayor (Hare, 1999).
Hare (1985, 1999) ha desarrollado una serie de instrumentos dirigidos a evaluar este trastorno
de personalidad, basados en el registro de una serie de componentes de la psicopatía mediante
entrevista al sujeto y análisis de la información presente en los expedientes que haya del sujeto –
policiales, judiciales, penitenciarios-. Dado que los psicópatas son hábiles manipuladores, Hare (1985)
indica que los test autoaplicados no son los más adecuados para medir este constructo, ya que los
individuos tienden a responder estas pruebas en el marco de la prisión con un sesgo marcado de
deseabilidad social.

Hay que tener en cuenta que lo usual es que la valoración del psicólogo se sume a la de otros
profesionales –médico, trabajador/a social, criminólogo/a, etc.- . Teniendo en cuenta esto, la
recomendación de grado deberá basarse en este cúmulo de información recogida, en la cual la obtenida
por el psicólogo es una parte, aunque muy importante. Por otro lado se debería procurar no saturar al
interno con preguntas que ya le han podido hacer en una entrevista anterior –por ejemplo, composición
de su familia de procedencia, ocupación, nivel educativo…-. Para evitar esto, la intervención de cada
una de los profesionales que van a realizar estas evaluaciones debería estar coordinada para aprovechar
al máximo la información que cada uno obtiene, no repetir preguntas o temas de exploración y evitar
transmitir una imagen de descoordinación y burocratismo.

Contamos hoy día, a nivel internacional, con diferentes instrumentos de evaluación que arrojan
resultados prometedores en cuanto a su capacidad predictiva. En Colombia se registra un avance en la
adaptación de algunos instrumentos, aunque aún son escasos con relación a las necesidades que se
presentan en el sistema penitenciario –por ejemplo, instrumentos para evaluar el riesgo de agresión
sexual o de violencia doméstica.
Con relación a los perfiles estadísticos, presentan la ventaja de lograr variables que diferencian
claramente entre grupos de alto y bajo riesgo o peligrosidad, aunque un uso no reflexivo de ellos puede
llevar a una visión estática de las personas, definidas por sus comportamientos pasados y marginados
de una posibilidad de cambio.
El uso de tales instrumentos debe estar enmarcado en una evaluación que no se reduzca a la
aplicación descontextualizada de una sola prueba. Es necesario además que los profesionales
encargados de las evaluaciones tengan el entrenamiento adecuado en el uso de estos instrumentos y
gocen de las cualidades personales –actitudes, valores- necesarias para llevar a cabo este tipo
desempeño profesional.

3
La reincidencia no tiene que ser en el mismo delito, sino en algún delito.
Drogas en medio cerrado
El consumo de drogas es un factor muy relacionado con una parte muy importante de la
criminalidad, en especial con los delitos contra la propiedad. Aspectos centrales a evaluar en esta área
son:
 Edad de inicio en el consumo
 Motivos para el inicio en el consumo
 Lugar en donde consumió por vez primera
 Motivos para el mantenimiento en el consumo
 Existencia de historial de consumo o abuso de drogas en la familia, pares, otros adultos
 Trayectoria del consumo: si ha sido continuado o interrumpido, estabilizado o recorrido por varias
sustancias
 Tipo de relación entre el consumo y el delito
 Qué sustancia consume en la actualidad (o antes de entrar en prisión) y cual le gusta más
 Existencia de policonsumo
 Motivación para dejar el consumo

Beneficios penitenciarios
Se designan como tales a aquellos permisos y autorizaciones de abandono del centro
penitenciario previos a la concesión de la libertad condicional o definitiva y que suelen tener como
finalidad ir preparando al individuo a esa vida libre en sociedad mediante aproximaciones a la misma,
siempre que se cumpla una serie de condiciones previas, las cuales suelen ser de dos tipos: jurídicas y
psicológico-sociales.
Aunque los beneficios penitenciarios varían de una legislación nacional a otra, en general hay
beneficios de corta y larga duración. Los primeros corresponden por ejemplos a permisos para
abandonar el centro con el fin de atender cuestiones familiares o empezar volver al medio abierto por
plazos de hasta 72 horas. Los segundos, los de larga duración corresponden a autorizaciones para salir
del centro durante el día para estudiar o trabajar.

Habitualmente un interno puede solicitar alguno de los beneficios penitenciarios cuando


satisfaga una serie de condiciones judiciales, como haber cumplido una parte de la condena4, y
demostrar, si es el caso, que está aceptado en algún programa académico o tiene una oferta laboral
firme. En los beneficios de corta duración se suele solicitar que alguien externo al centro y vinculado al
interno –familiar, amigo/a, miembro de una ONG- se responsabilice del interno durante la salida, y se
comprometa a ayudar a que el reclusos retorne al centro .
Entre las condiciones que podríamos llamar psicosociales se suele considerar la valoración del
comportamiento del sujeto en el centro, con relación a la institución y sus funcionarios y con relación a
la convivencia con los demás internos. Para ello, se suelen valorar como aspectos positivos del recluso
el que éste:
 No haya presentado conductas de desafío a la autoridad –hacia cualquiera de los miembros
del cuerpo de funcionarios y empleados del centro.
 Carezca de antecedentes de conflictos graves con otros internos
 No tenga denuncias de consumo o manejo de drogas en el centro

4
Lo cual muestra que estos beneficios son aplicables a las personas condenadas, no a las que estén en situación de prisión
preventiva, sindicados o procesados (según la denominación de uso de cada país).
 Haya observado una participación razonable en las diversas actividades organizadas en el
establecimiento, incluyendo el desempeño adecuado de empleos en la cocina o lavandería,
por ejemplo.
 Tenga un entorno social de acogida estructurado, pro-social y que muestre una disposición
clara de responsabilizarse del interno durante el disfrute del beneficio.

Las legislaciones nacionales pueden variar en la regulación de la concesión de estos permisos y


de la atribución de las funciones de recomendación o asignación del beneficio penitenciario. A veces el
psicólogo y los demás profesionales de las áreas de tratamiento solamente recomiendan –al director del
establecimiento, a los servicios nacionales penitenciarios, según sea el caso-, a partir de una evaluación
multidisciplinar, la concesión o denegación del beneficio. En otros casos pueden tener la potestad de
concederlo o denegarlo directamente como resultado de dicha evaluación. Cuando el equipo
multidisciplinar tiene sólo reconocidas las funciones de evaluación y de recomendación puede darse el
caso –y se da- de que la decisión final sea opuesta a la recomendación. Así, a veces se conceden
permisos de salida a internos sobre quienes se recomendó la no concesión, basada a menudo en la
percepción de un riesgo alto de fuga o de reincidencia. Estos casos ocurren cuando el sistema
penitenciario privilegia los derechos del interno a relacionarse con la sociedad libre por encima de otras
consideraciones. A veces los operadores jurídicos que conceden tales beneficios desconocen o no
valoran como se merece la aportación del psicólogo, del trabajador social y de otros profesionales que
intervienen en la evaluación de los internos, lo que da lugar también a aveces a dramáticos casos que
impactan altamente a la opinión pública de internos que, aprovechando un permiso de salida,
cometieron una violación o mataron a alguien.

Por otro lado, los psicólogos/a también pueden equivocarse. A veces la evaluación del interno
para la recomendación de un beneficio penitenciario se apoya en criterios meramente intuitivos
(Mormont y Giovannangeli, 2001), sostenidos en ocasiones por la experiencia de años de trabajo en
prisiones –lo cual en sí mismo no es algo negativo-, pero careciendo de un procedimiento estandarizado
y de reconocida validez y solvencia para tales casos. Hay que tener en cuenta que las condiciones
psicosociales generales anteriormente expuestas a tener en cuenta para la valoración de beneficios
penitenciarios no pronostican directamente el comportamiento que el individuo va a tener en el exterior
del centro, por lo menos para internos con desviaciones sexuales –agresores sexuales y abusadores- y
con personalidad psicopática, por ejemplo.
Así, los internos con delitos sexuales son en general buenos internos durante su
encarcelamiento, debido a que, al saber que son rechazados por los otros reclusos –y a veces agredidos-
procuran no tener problemas de convivencia con ellos. Por su parte,. los delincuentes con personalidad
psicopática pueden ser muy manipuladores y recurrir al engaño y a la mentira con el fin de dar la
impresión de ser una persona que ha cambiado, que respeta la ley y la sociedad y que ya no va a volver
a causar daño a los demás. Por último, los internos aprenden unos de otros a decir en las entrevistas de
evaluación aquellos contenidos que creen que se tienen en cuenta de manera favorable para que se
recomienda la concesión de un permiso de salida. Esto último es un reflejo de la cultura carcelaria, y el
profesional de la evaluación debe saber distinguir estas situaciones y dotarse de procedimientos útiles
para realizar sus valoraciones en este y otros campos.
A modo de ejemplo nos referiremos ahora a un procedimiento que se emplea en España para el
estudio de la recomendación de beneficios penitenciarios.

La valoración psicológica para la concesión de permisos de salida


El psicólogo español Miguel Clemente desarrolló a mediados de los 90 (ver Clemente y Díaz,
1994) una serie de investigaciones con el fin de identificar variables que diferenciaban a los internos
que retornaban tras el disfrute de un permiso de salida de los que no volvían. Se partió de un estudio
piloto de análisis de expedientes y de entrevistas a una muestra de internos con el fin de identificar un
primer grupo de variables de riesgo, las cuales fueron estudiadas posteriormente en una muestra más
amplia de internos de todo el ámbito penitenciario español. De esta última fase se desprende el grupo
final de variables, las cuales (ver cuadro siguiente) componen un modelo en el que cada variable tiene
un peso específico, cuya combinación con los demás pesos mediante un programa informático arroja
un coeficiente de riesgo en términos porcentuales. Un coeficiente igual o superior a 65% indica un
riesgo alto (López Martín y Vela Rubio, 2001).

Por supuesto que estas variables corresponden a lo hallado en un contexto muy particular, del
cual no deba quizás generalizarse a otras realidades. Pero lo que si cabe señalar aquí es que todo
sistema penitenciario debería contar con instrumentos de similares funciones y propiedades, de cara a
ayudar al profesional a realizar las evaluaciones que se le soliciten en esta área.

Así pues, el estudio de Clemente encontró que un mayor riesgo de no aprovechamiento correcto
de un permiso de salida estaba, por ejemplo, en los sujetos extranjeros y en los que presentaban
problemas de drogadicción. La extranjería conlleva que el interno probablemente carece en el exterior
de vínculos sociales significativos, lo cual aumenta la probabilidad de que no tenga motivación –
reforzada por los demás- para esforzarse por respetar la normativa legal.
La drogadicción, por su parte implica que el individuo que no quiere dejar la adicción, o por
influencia del entorno al que se acerque en la calle, con mucha probabilidad volverá a consumir. Tras
un periodo sin consumir es muy posible que con una mínima dosis vuelva a experimentar todo los
síntomas de los efectos de la sustancia (tolerancia secundaria) y una vez ‘enganchado’ de nuevo a la
droga, vuelva a delinquir para costearse las dosis y carezca de motivación para volver al centro, donde
la droga es más difícil y más cara de obtener.

Tabla de Variables de Riesgo


VARIABLES DE LA PERSONA:
-Extranjería
-Drogodependencia

VARIABLES DE LA ACTIVIDAD DELICTIVA


-Profesionalidad
-Reincidencia

VARIABLES DE LA CONDUCTA PENITENCIARIA


-Quebrantamiento
-Primer grado
-Ausencia de Permisos

VARIABLES DEL PERMISO SOLICITADO


-Deficiencia convivencial
-Lejanía
-Presiones Internas
En cuanto a las variables de la actividad delictiva, tanto la profesionalidad en el delito como la
reincidencia son indicadores de un estilo de vida delictivo arraigado en el individuo, más difícil de
cambiar, o de renunciar a él si la persona sale en libertad.

Respecto a las variables de la conducta penitenciaria, el quebrantamiento de un permiso


anterior, o de la libertad llevan a una lógica desconfianza de que en un nuevo permiso el recluso o la
reclusa si retornen al establecimiento. Con relación al primer grado, en el se suelen clasificar a los
internos con conductas antisociales o violentas más marcadas, lo cual lleva a un pronóstico negativo
acerca de un comportamiento adaptadop socialmente en libertad. Por último, si anteriormente se le
denegó al sujeto algún permiso, ello indicaría que hubo razones importantes que hay que estudiar si
siguen presentes en la actualidad.

Con relación a las variables del permiso solicitado, la deficiencia convivencial se refiere a
señales de conflictividad del interno en sus interacciones sociales, y en particular a la ausencia de
vínculos sociales estables, sólidos y prosociales en el exterior. La lejanía, por su parte, de la residencia
del interno respecto al establecimiento carcelario, hace más fácil que el individuo piense en no volver –
aunque sea tan solo porque de 48 horas de permiso concedido, 12 implican viajar de regreso al
establecimiento. Y las presiones internas consisten en la percepción que el interno –y nosotros- tenga
de que corre algún peligro en el establecimiento –amenazas de otros internos, malos tratos, etc.

En el modelo de Clemente, la Tabla de Variables de Riesgo se completa con otra lista


denominada Concurrencia de Circunstancias Particulares, que son las que se muestran en el siguiente
cuadro:

Concurrencia de Circunstancias Particulares


-Resultado en la TVR igual o superior al 65%
-Tipo de delito (contra las personas o contra la libertad sexual)
-Organización delictiva
-Trascendencia social (ensañamiento, pluralidad de víctimas, menores)
-Fecha de las 3/4 partes de la condena
-Trastorno Psicopatológico

Son criterios adicionales que pueden orientar la decisión de recomendar, si o no, un permiso de
salida. Como se ve, en esta lista se incluye la puntuación que el sujeto haya obtenido en la Tabla de
Variables de Riesgo y destacan aspectos relacionados específicamente con la comisión del delito –
hechos de alto impacto social –homicidios, agresiones sexuales-, con ensañamiento y con pertenencia a
grupos de criminalidad organizada. La categoría de las ¾ partes cumplidas de la condena indica que,
aunque parezca paradójico los individuos a quienes les faltaba poca condena por cumplir se fugaban
más, en el estudio español. Por último la presencia de un trastorno psicopatológico remite a la
evaluación o recopilación de información del estado mental del sujeto, atendiendo a aspectos tales
como:
 Trastornos psicóticos
 Psicopatía
 Distorsiones cognitivas e impulsos sexuales desviados en agresores sexuales
 Trastornos de dependencia o abuso de sustancias
En el caso de agresores sexuales, la evaluación de los aspectos que acabamos de señalar puede ser
muy relevante, dado que, como se mencionó antes, una buena convivencia del interno en el
establecimiento no guarda relación con sus inclinaciones e impulsos sexuales.
CORRELATOS DE LA EXPERIENCIA DEL ENCARCELAMIENTO: LA PRISIONIZACIÓN
Y LA CULTURA CARCELARIA

José Ignacio Ruiz

Introducción

El término “prisionización” se refiere al proceso mediante el cual la persona que ingresa en


prisión vive cambios en sus cogniciones, en la salud mental y física y en sus pautas de conducta como
reacción adaptativa a las exigencias del ambiente penitenciario.
En autores latinoamericanos, la prisionización involucra sobre todo aspectos emocionales (por
ejemplo, Jaimes y colaboradores, 1995), aunque el concepto prvenga de la literatura Norteamericana
aplicado a aspectos relacionados con el grado de involucramiento del interno en la cultura carcelaria
(Clemmer, 1940, en Caballero, 1986). De todas formas, el estado emocional del interno a lo largo de su
estancia en prisión también ha sido tema de estudio en los autores anglófonos, por lo que ambas
temáticas se tratarán aquí. El proceso de prisionización se relaciona con a) el grado de desadaptación
que el interno puede sufrir para vivir luego en libertad, y b) con el riesgo de suicidio en prisión. El
análisis e intervención sobre la cultura carcelaria es relevante debido a que constituye un conjunto de
valores y normas que se oponen a la institución penitenciaria y a sus objetivos, en particular, a que el
interno acepte interiorizar el respeto a la autoridad legal y a las leyes y normas de convivencia.

Prisionización

¿Cómo impacta psicológicamente el encierro en prisión?. Desde la perspectiva de la


prisionización (Zamble y Porporino, 1990), los prisioneros se adaptan al ambiente carcelario en forma
tal que se les hace dificultoso sobrevivir en libertad sin quebrantar la ley. Estos autores obtuvieron una
variedad de medidas del estado emocional y la conducta social de internos en la prisión de Canadá
durante año y medio. Después de 14 a 16 semanas los internos reportaron un incremento en el tiempo
empleado en conductas pasivas tales como: ver televisión, escuchar la radio o grabar música, e
incrementó el contacto con individuos al exterior de la prisión a través del envío de cartas. Los reportes
de conductas y solución de problemas permanecieron igual. Los sentimientos de depresión y ansiedad
disminuyeron pero la agresividad incrementó. Un año después de la segunda intervención los modelos
de resultados permanecieron igual. Los internos reportaron tener pocos amigos en la prisión y
permanecer más tiempo en su celda. La ansiedad y la depresión declinaron aún más y aquellos internos
que permanecieron en la prisión por más de 7 años evidenciaron pocos cambios en las reacciones
emocionales durante este período.

Por su parte, Bohn y Traub (1986) encuentran en una muestra de 30 hispanos monolingües en
una prisión de EE.UU, que sus puntuaciones en algunas dimensiones del MMPI –depresión,
psicastenia, manía y desviación psicopática- empeoran en el segundo turno de dos tiempos de recogida
de las puntuaciones. Los autores proponen que estos resultados se deben a la dificultad de estos
internos de comunicarse con la institución, y de aprovechar sus recursos, sintiéndose más aislados a lo
largo del tiempo. Este estudio muestra que algunas variables pueden dificultar el proceso de adaptación
psicológica al choque del internamiento en prisión.

Otros autores encuentran que los efectos negativos asociados al internamiento pueden
acentuarse a lo largo del mismo mientras otros síntomas pueden remitir o estabilizarse. Por ejemplo,
Paulus y Dzindolet (1993) evaluaron a una muestra de 106 internos, hombres y mujeres, en dos
momentos, con un intervalo entre medidas de 4 meses, en estado de ánimo, soporte social, evaluación
de la permanencia en prisión, estilos de resolución de conflictos, síntomas físicos, valoración de los
problemas dentro y fuera de prisión, tolerancia a varios aspectos de la vida en prisión, y medidas de
presión sanguínea. Entre otros resultados encontraron que las mujeres se mostraron más ansiosas por su
permanencia en prisión, con presión sistólica más baja, más preocupadas por los estresores de la vida
en prisión, y con más síntomas físicos que los hombres. En cuanto a variaciones a lo largo del
internamiento, la evaluación de la prisión fue más negativa en la segunda medida que en la primera;
aumentaron las referencias a los problemas sociales al interior de la prisión, pero disminuyeron los
problemas externos. Los rangos en enojo, depresión, ansiedad y locus de control no variaron a lo largo
del internamiento, mientras el apoyo social disponible para los internos declinó con el tiempo, así como
la satisfacción de los internos con este apoyo. Las puntuaciones en la escala de tolerancia fue un
predictor fuerte de las reacciones de los internos en ambas medidas. Los autores concluyen que los
internos reflejan respuestas diferentes a diversos aspectos del medio ambiente en la prisión. Mientras la
preocupación por algunos problemas (externos) decrece, aumenta la inquietud por los conflictos al
interior de la prisión, mientras otros indicadores emocionales permanecen en un nivel similar a lo largo
del encarcelamiento. Los autores proponen un modelo de adaptación a la prisión basado en dos
componentes: por un lado la evaluación de la vida en prisión realizada por los internos, tanto mujeres
como hombres, se vuelve más negativa a medida que aumenta el tiempo de internamiento debido a las
continuas deprivaciones de la vida en prisión y a los diversos problemas con el staff, con otros internos
y con los programas y procedimientos de la institución. Sin embargo, debido al incremento de la
familiaridad con el personal de la prisión, los procedimientos y la población, el nivel de incertidumbre
disminuye con el tiempo, y ello se reflejaría en una reducción en los niveles de estrés fisiológico.

Este modelo sería aplicable tanto a mujeres como hombres internos. Por ejemplo, Jaimes,
Montenegro, Morales, Ortiz y Quiroga (1995) comparando grupos de internas con distintos periodos de
tiempo de detención, encontraron que algunos indicadores sobre quejas y cogniciones de salud
mostraban una evolución temporal, en sentido de correlación positiva con el tiempo de internamiento,
sin controlar el tiempo de resto de condena, especialmente en lo relativo a las quejas relacionadas con
el aparato locomotor, circulatorio y del sistema nervioso, mientras el nivel de depresión, en la
realización de actividades y en las conductas agresivas tendía a decrecer con el tiempo.

Variaciones en la adaptación al internamiento en prisión en función del género y la personalidad

1.Institución
Se pueden dar variaciones en este proceso en función de las características de la institución: si
es de máxima seguridad y con hacinamiento el proceso de adaptación a la prisión puede ser más lento.
Por otra parte el proceso de adaptación a la prisión puede estar mediado por variables como el
género del interno y la personalidad.

2.Género
El estudio de Paulus y Dzindolet (1993) indicaba que las mujeres puntuaban más en ansiedad,
estrés y síntomas físicos que los reclusos varones. El mayor impacto del encarcelamiento en las
mujeres sería la razón que quizá explicaría el mayor consumo de tranquilizantes en este colectivo,
como lo mostraba el estudio de Harding (1984). MacKenzie, Robonson & Campbell (1989) estudiaron
el proceso de adaptación de 75 reclusas voluntarias, asignadas a tres grupos: de sentencia corta
(estancia en prisión menor a dos años, y con sentencias de menos de 48 meses; n=37), con ingreso
reciente y con sentencias de 96 meses o más (n=20), y con condenas largas y tiempo en prisión por lo
menos de 18 meses (n=18). Se les aplicó un instrumento que contenía: un inventario de preferencias en
prisión, control de eventos y percepción de problemas y necesidades, y una medida de ansiedad (escala
de ansiedad de estado-rasgo). Se encontró que no existían diferencias de género entre los grupos en
número de arrestos anteriores, en la medida de ansiedad ni en el afrontamiento de problemas; las
diferencias en el inventario de preferencias de prisión fueron pocas. En cambio, las internas con
sentencias cortas e ingreso reciente reportaron un control de eventos significativamente menor que el
grupo que tenía condenas largas y con ingreso reciente. Para las mujeres internas con sentencias largas
era mayor el número de problemas y necesidades experimentadas en la prisión, es decir, el ambiente de
la prisión les creaba muchas dificultades en relación con las diferentes áreas (social, laboral, familiar,
personal), y reducía las oportunidades de relacionarse con los demás. En un estudio de Maitland y
Sluder(1998) entre 81 internos (57% hombres) participantes en programas de tratamiento de drogas, el
45% habían empleado sobre todo la cocaína o el crack. Las mujeres informaron que fue un suceso
ocurrido en la vida adulta lo que les llevó al consumo de estas sustancias. También las mujeres
informaron más que los hombres sobre policonsumo de drogas, mostrando más variedad de razones
que los varones para explicar su consumo. Las mujeres indicaban más que los varones el escapar de la
realidad, acoplarse al dolor físico, evitar el impacto de eventos o sentimientos dolorosos, para ser
normal, por no poder manejarlo y por querer integrarse con amigos. También más mujeres (28) que
hombres (16) indicaban el abuso de drogas de sus padres. El 65%, hombres y mujeres informó de
abuso físico en la infancia, el 54% abuso emocional, y ambos por una tercera parte. Más mujeres (24)
que hombres (5) indicaron haber sido abusadas sexualmente en la infancia, y 32 mujeres respecto a 14
hombres informaron de haber sufrido maltrato emocional en la infancia por otro familiar. Ambos sexos
obtuvieron porcentajes altos en abuso físico y emocional en la adultez. Más mujeres que hombres
fueron víctimas de abuso físico (42 - 16), sexual (28 - 3), emocional (41 - 18). También más mujeres
que hombres fueron testigos de abuso emocional (31 - 11), y maltrato o abuso físico o emocional (16 -
4). En cuanto a síntomas clínicos un rango entre el 31% y 76% de los sujetos tenían problemas como la
depresión, el autoconcepto, el estrés personal, agresión o problemas con familia y/o con amigos. Más
mujeres que hombres tuvieron puntuaciones por encima del punto de corte clínico en sentimientos de
culpa (49% - 24%), pensamientos confusos (46.7% - 20.6%) y desorden del pensamiento (52.3% -
15.2%).
Siguiendo a Beristain y De la Cuesta (1989), algunas de las razones por las que la vida en
prisión exige mayor esfuerzo de ajuste a las mujeres que a los hombres serían las siguientes: el diseño
ambiental y el régimen de normas de la prisión se concibieron inicialmente para albergar población
masculina, por lo cual tienen menos en cuenta la problemática particular de las mujeres infractoras. Por
otra parte, debido al hecho de que la criminalidad femenina registrada es mucho menor que la
masculina existen menos establecimientos de reclusión para las mujeres, y en bastantes casos los que
existen consisten en secciones o patios de centros para hombres, que se han habilitado para albergar a
mujeres. Esta escasez de plazas para mujeres delincuentes hace más probable que la mujer sea
internada en un establecimiento alejado de su lugar de residencia, y por tanto de su red social, con lo
cual se hace más difícil que reciba visitas de familiares y amigos. A ello hay que añadir que, de acuerdo
a las publicaciones, existen muchos menos programas de tratamiento o intervención psicológica
dirigidos específicamente a mujeres, y de los que existen bastantes son extrapolaciones de programas
diseñados para hombres.

Algunos autores subrayan más la importancia de los factores ambientales/ organizacionales en


los índices de psicopatía que se encuentran en la población reclusa. Por ejemplo, Gibs (1991) considera
que el estrés psicológico en prisión puede manifestarse como psicopatología, y puede ser visto como
una transacción entre la persona y el medio ambiente. Para este autor, las personas pueden estructurar
sus ambientes en términos de intereses centrales, lo que les lleva a evaluar la capacidad del ambiente de
proporcionar estos intereses. Cuando las personas no encuentran en el ambiente lo que demandan, ellos
experimentan estrés. Para probar su modelo, el autor evalúa a una muestra de 339 internos en
sintomatología psicopatológica (somatización, ansiedad fóbica, ideación paranoide, etc.), demandas
ambientales en siete dimensiones (privacidad, autonomía, seguridad, etc.), y en la percepción del sujeto
de que el ambiente es capaz de satisfacer esas demandas ambientales. Clasifica a los internos en tres
grupos en función de las relaciones entre sus demandas ambientales y la percepción de que el ambiente
las satisface: para cada dimensión ambiental, sujetos con alta demanda ambiental y baja percepción de
que el ambiente la satisface, sujetos de baja demanda ambiental y sujetos de mucha demanda y
percepción de que el ambiente la satisface. Como resultados encuentra que aquellos sujetos con mayor
incongruencia ambiental (muchas demandas y percepción de que el ambiente no las satisface)
mostraban una mayor sintomatología psicológica, lo que le lleva a postular que la asociación entre
demandas ambientales y estrés es mayor que la de personalidad y estrés. Sin embargo, se plantea la
cuestión de si el autor está midiendo sintomatología de estrés o rasgos de personalidad (aunque sea
indirectamente), y tampoco estudia las asociaciones entre demandas ambientales y otras variables como
la carrera delictiva y penitenciaria o la adicción a tóxicos, o incluso los eventos de vida anteriores a la
prisión.

3.Personalidad y eventos de vida


Varios estudios, desde una perspectiva epidemiológica, han mostrado la presencia entre la
población reclusa de tasas de trastorno mental y de personalidad superiores a los encontrados entre la
población general. En el estudio de Harding y Zimmermann (1989), entre 208 prisioneros y de acuerdo
a puntuaciones en el MMPI el 38% mostró rasgos neuróticos distintivos y/o desorden de carácter, y el
29% había sufrido un desorden severo de personalidad. Un 17% había realizado por lo menos un
intento de suicido. En otro estudio, Hodgins y Côté (1991) estudiaron a 72 internos distribuidos en dos
unidades especiales, una de control especial y otra de segregación a largo plazo. En la primera, 29% de
los internos sufría desórdenes mentales (esquizofrenia, depresión mayor o desórdenes bipolares), y el
61% presentaba problemas de alcohol o dependencia, un 50% abuso de drogas y más del 51%
desórdenes de ansiedad generalizada. Una tercera parte reportó intentos de suicidio. La prevalencia de
desórdenes mentales severos entre los internos de esta unidad era del 46.4%, comparado con el 29.6%
de la población penitenciaria general. En la segunda unidad, el 31% de los internos había sufrido
desórdenes mentales severos (esquizofrenia, depresión mayor o desorden bipolar) y en un 64% de los
casos, estos desórdenes se presentaron antes del ingreso en prisión. Además, el 53.1% de los sujetos
presentaba problemas de alcohol o dependencia, y 11 personas intentaron suicidarse. La tasa de
desórdenes mentales era del 59.3%.
Por su parte, Medina y Zúñiga (1995) indican que los trastornos mentales más prevalentes en
una población de 83 sujetos hombres y mujeres en una cárcel peruana eran los relacionados con la
angustia y el estrés y Tengström (2000) encontró entre una muestra de internos con esquizofrenia (el
43% de una muestra más amplia, de n=141) una alta proporción de sujetos que padecían psicopatía –
medida con el Psychopatic Check List-Revised, PCL-R)- la cual era además el factor que se asociaba
con más fuerza a la reincidencia. De esta forma, la alta prevalencia de trastornos mentales en población
penitenciaria podría resultar de una interacción entre variables externas al sujeto y variables de
personalidad. Por ejemplo, mientras Grayson y Taylor (2000) señalan como uno de los factores
desencadenantes de la psicosis carcelaria a las condiciones del régimen de vida –y las restricciones
implícitas en él- en la cárcel, Jiménez-Burillo (1986) indicaba que el engranaje jurídico-penal actúa
como un filtro que selecciona a los sujetos de forma que aquellos que reinciden y vuelven a la prisión
acaban diferenciándose de otros internos, en aspectos como la personalidad. Por otra parte hay que
evitar caer en descripciones homogenizadoras de las poblaciones de internos en cuanto a variables de
personalidad y trastornos mentales (ver por ejemplo el estudio de Steadman, Holohean y Dvoskin,
1991, sobre variables que diferenciaban a internos clasificados en distintas categorías de incapacidad
psicológica).
Cultura carcelaria
Al analizar la cultura informal de la prisión, es decir, el conjunto de normas, valores, actitudes y
conductas que tienden a darse entre los internos, sobre todo hombres, en países como EEUU (ver la
revisión sobre cultura carcelaria de Caballero, 1986; Cornelius, 1992), Perú (Pérez Guadalupe, 1992),
Colombia (Ruiz, 1999) o Argentina (Irúrzun y Neuman, 1979) se identifica un conjunto de
características que definen los distintos códigos o culturas carcelarias a las que se ve expuesto el
interno que entra por primera vez en prisión, sobre todo en un centro masificado.

En cuanto a su contenido,. estas normas pueden agruparse en varias categorías. (Clemente,


1997; Cornelius, 1992):
-Normas que imponen cautela: son normas que prescriben no intervenir en la vida de los demás
internos. No preguntar sin ser invitado a hacerlo, seguir el propio camino y no hablar demasiado de los
propios problemas. Normas específicas de este grupo son no delatar (no ser "sapo") a otro interno,
especialmente no dar a conocer a los funcionarios lo que ocurre. La violación de esta norma puede
acarrear sanciones muy duras para el infractor.
-Normas que prescriben no ser conflictivo: consiste en no provocar peleas, ni discusiones. Ser duro,
frío, soportar las tensiones cotidianas con entereza. Al mismo tiempo, hay que mostrar valor y
responder antes las ofensas graves, ante las cuales si se admite una reacción violenta. En ningún caso,
estos enfrentamientos entre internos deben ser conocidos por los guardianes.
-Normas que prescriben no explotar a los demás presos mediante la fuerza, fraude o engaño. Aunque
esto último excepcionalmente se cumple, si parece más cercano a la realidad el rechazo que tiene entre
los internos no sólo la figura del delator, sino del traidor, del que falta a la palabra dada o a la confianza
otorgada por el otro. Es la figura del "faltón", en la jerga carcelaria de Bogotá.
-Normas que giran en torno al mantenimiento del yo: hay que mostrarse entero, valeroso, duro, cuando
las circunstancias lo requieran, tanto para aguantar firmemente las frustraciones y los peligros de la
vida en prisión, como al responder a las agresiones. A cambio, se respeta al preso que resiste, que es
duro y que mantiene la lealtad a los otros internos.
-Normas que prescriben desconfianza y hostilidad hacia los funcionarios: ellos son los representantes
del mundo legal y convencional que les ha condenado. Hay que recelar siempre de ellos. Por otra parte,
la vía del éxito no es el trabajo continuado y esforzado de aquellos que se someten a la ley, sino es el
engaño, el sabérselo montar, aprovechar los contactos y las oportunidades, de forma que se consigan
las cosas con el menor esfuerzo posible.
-Manipulación de los empleados: Dentro de las reglas que regulan la interacción con los funcionarios,
para Cornelius (1992), la cultura del preso puede contener estrategias de manipulación de los
empleados, para obtener determinados favores, prebendas, para sobrevivir durante el internamiento. La
manipulación puede involucrar a miembros de la familia o amigos del interno que estén de acuerdo en
ser parte de un plan de manipulación a un funcionario. Por ejemplo un interno puede decirle a su
esposa que llame a la oficina aconsejada con una historia fabricada sobre su niño que está enfermo.
Las prebendas que espera conseguir el interno con la manipulación son diversas: permiso para
llamadas, traslado a un patio menos peligroso, visitas, etc. Ante ello, el funcionario de prisiones debería
preguntarse si realmente es necesaria la demanda que realiza el interno. Para Cornelius (1992), diversos
pueden ser los métodos de manipulación que pueden usar los internos sobre los funcionarios. Uno es el
de “la organización” que consiste en preparar un escenario al funcionario que el preso ha escogido para
manipular intencionalmente: quizás el funcionario tiene problema que no le dice a ningún de los
presos, o el funcionario es desordenado en la apariencia y hábitos de trabajo que le dicen al preso que el
funcionario no presta mucha atención al detalle. Por consiguiente, el funcionario no puede verificar
detalles que la demanda de un preso requiere. Hay varias formas de manipular: una es adular, para
simpatizar acerca del problema personal, pedir una ayuda que supuestamente únicamente puede usted
dar. Otro método popular es dividir y conquistar el personal. El interno puede decir de un funcionario
al supervisor que oyó por casualidad que el funcionario en cuestión no cumple bien sus tareas. Se
espera que el oficial vea en el interno un “amigo” que tiene cuidado con él o ella.
-Adaptarse lo mejor posible a la cárcel: esta regla, identificada por Cornelius (1992) indica que la
persona presa va a intentar hacer su vida en prisión lo más fácil y cómoda posible. Por ello, buscan
ocupar el tiempo libre en actividades lo más interesantes posibles, accediendo por ejemplo a trabajos o
“destinos” en la prisión. Así, la cultura carcelaria no supone un total rechazo a la institución sino que
implica también aprender a aprovechar los recursos que ella proporciona –trabajo, servicios varios-
siempre que ello no suponga aparecer como desleal con el grupo de pares (Ruiz, 1999).
De acuerdo a Cornelius (1992), para combatir estos intentos de manipulación por parte de los
internos, se pueden seguir ciertas estrategias:
-Para prevenir la manipulación el funcionario debe decir “No” a tiempo, ante cualquier intento que
observe de adulación, de manipulación, etc. Debe recordar que siempre caba la posibilidad de que el
preso intente manipular al funcionario. Este autor da algunas pautas prácticas para ayudar a no caer en
trampas de manipulación o reducir el riesgo:
-Educar a los mismos funcionarios acerca de los presos. Para tratar eficazmente con el preso, se debe
aprender su cultura.
-Recordar ser profesional. El funcionario debe recordar que su trabajo es necesario, valioso y útil,
aunque a veces esto no se perciba a primera vista.
-Mantener una buena apariencia: Hay que guardar una imagen aseada.
-Conocer los derechos y deberes de los internos, así como su cultura.
-Los funcionarios deben guardar entre ellos las informaciones confidenciales acerca de su trabajo, o de
lo que saben de los internos o de otros funcionarios. No se deben compartir con los internos chismes,
rumores, quejas.
-Mantener una distancia alejada de los presos. La relación entre funcionario (dentro de cada cargo
específico) e interno es de cuidador-custodiado. Hay que respetar los derechos de los internos, pero el
interno no es un amigo o compañero, es una persona detenida.
-Firmeza y control del mando. En su trabajo, los funcionarios son los jefes de los internos, deben
mantenerles bajo su control. No hay que hacer favoritismos, sino que hay que procurar tratar a todos
los internos por igual.
-Mantener y mantenerse informado con el resto del personal y con el supervisor. Si se piensa que el
funcionario esta siendo manipulado o se está convirtiendo en un posible blanco, hay que discutir esta
situación con el supervisor. El preso debe darse cuenta de que funcionario se mantiene integrado y
comunicado con sus compañeros.
-Comunicar las cosas claramente al interno. Los presos tienen una tendencia a tergiversar lo que le
dicen los demás. Hay que asegurarse que cuando se habla con los presos, sobre todo cuando se le da
instrucciones, ellos entiendan.
-Si ha habido manipulación hay que admitirlo. Hablar con los superiores a tiempo es mejor que intentar
ocultarlo porque después se acaba descubriendo. Contando las cosas a tiempo la acción disciplinaria no
será tan severa. Un buen supervisor da una segunda oportunidad a sus hombres.
-Obtener detalles. Si un preso presenta un problema relacionado con el exterior, por ejemplo, la muerte
de o enfermedad de un ser querido hay que conseguir detalles. Si el problema es dentro de la
institución, hay que investigar. Hay que decir al interno que se va a comprobar lo que él está pidiendo o
denunciando. En estos casos no hay que tomar decisiones aceleradas.

Hay que tener en cuenta, que el estatus que el preso tenga entre los demás internos depende en
parte de aspectos como el no delatar a otros, no meterse –no ver, no oir- donde no le llaman y cumplir
con las promesas dadas a los otros internos. Además, el reconocimiento que el interno llegue a alcanzar
en prisión dependerá del grado en que goce de las siguientes fuentes de poder:
 Uso de fuerza o violencia: en el delito cometido (excepto para los delincuentes sexuales) o en sus
relaciones con los demás internos
 Dinero: que permite comprar seguridad, espacios, mejor comida y otros privilegios en el patio
 Información: el interno que logra reunir información de quien entra y sale de la cárcel, qué medidas
prepara la institución en el penal o en alguna de sus secciones, o el que tiene conocimientos de
derecho y ayuda a otros internos en sus causas judiciales se vuelve útil para los demás internos, lo
cual le permitirá tener una posición ventajosa en la prisión.

En resumen, como señala Cornelius (1992), la cultura de los internos es de supervivencia. Una
manera de sobrevivir es manipular a los oficiales de las correcionales e imponerse a otros internos, para
controlar el entorno penitenciario y acceder a ciertos beneficios.

Factores que inciden en la violencia y en la fuerza de la cultura carcelaria


El grado en que un individuo preso se identifique con las normas de la cultura carcelaria o
asuma comportamientos relacionados con ella depende de varios factores, los principales de los cuales
son:
-Tasa de hacinamiento: a mayor hacinamiento, mayor tendencia a formar subgrupos de presos y más
dificultad de la guardia para vigilar y controlar las interacciones de los internos.
-Tamaño de la institución: las razones son semejantes al punto anterior
-Condiciones ambientales y recursos institucionales: a mayor deprivación de los internos, se acentúa
más los sentimientos anti-institución.
-Separación entre reclusos de distintas categorías y de delitos: a menor separación, los internos más
agresivos y los más reincidentes imponen su mando a los demás.
-Capacitación de empleados de prisiones: a menor preparación, resultan más vulnerables a ser
manipulados por internos.
-Valoración del trabajo en prisión y apoyo institucional: a menor apoyo institucional el empleado se
identifica menos con los objetivos de la organización y se hace más proclive a aceptar sobornos y a
corromperse.
-Principio de autoridad: cuando son los internos, o algunos de ellos los que mandan de verdad en una
prisión se instauran liderazgos de opresión y extorsión sobre los demás internos.
-Apoyo social externo: la ausencia de vínculos con el exterior en forma de visitas de amigos o
familiares le hace al interno sentirse aislado del mundo social y ello le puede hacer volcarse hacia el
mundo social intra-muros de la prisión.

Cultura carcelaria en mujeres reclusas


En su revisión sobre la cultura carcelaria, Caballero (1986) indica que la cultura carcelaria y el
código de los internos que acabamos de exponer se daría más entre los internos varones que entre las
mujeres. En estas habría una tendencia a estructurarse como grupo de acuerdo a la estructura familiar
que prevalece en la sociedad libre, con una figura central que es reconocida como líder, quien, a modo
de una “madre”o “abuela” es la figura de autoridad informal entre las internas. Por nuestra parte, en la
supervisión de practicas de estudiantes de psicología en una cárcel de mujeres y en otra de hombres,
hemos observado que la cohesión entre las internas en cada patio tiene un importante componente
socioafectivo, por el cual las internas procurar buscar apoyo unas en otras para hacer menos dura la
vida en prisión. En ocasiones esta necesidad de apoyo socioafectivo de las nuevas internas es
manipulada por otras más veteranas quienes acaban exigiendo a la nueva, tras haberle hecho algunos
favores –información de cuales son las reglas en esa prisión, ropa, algo de plata- favores sexuales. Ello
lleva a que el lesbianismo no sea una práctica infrecuente entre estas internas, pero como expresión de
una necesidad de apoyo socioafectivo, para la mayoría. Ello se agudiza cuando la interna deja de ser
visitada por el compañero y otros familiares, por que éstos dejan de hacerlo o porque la pareja también
está encarcelada.

Efectos cognitivos de la vida en prisión

Empobrecimiento de habilidades cognitivas y sociales: razonamiento a largo plazo, primitivización de


las relaciones sociales
Alerta constante ante amenazas potenciales
Pobreza estimular en el ambiente

La vivencia de la sexualidad en prisión


Este tema puede abordarse de, por los menos, dos maneras: por un lado, los efectos negativos
que el encarcelamiento puede tener sobre la esfera sexual de los detenidos, y, por otro, desde las
experiencias realizadas para dar respuesta a esos efectos, experiencias sustentadas con frecuencia en la
normativa penitenciaria sobre las visitas conyugales. Por otro lado, hablar de desviaciones sexuales, o
de efectos negativos sobre la sexualidad supone correr el riesgo de preocuparse por esta cuestión desde
una perspectiva exclusivamente moralista.
En cuanto a los efectos negativos, tomaremos como referencia los trabajos de Neuman (1980),
Valverde (1991) y Becerra y Torres (2005), quienes, desde contextos penitenciarios diferentes,
Argentina, España y Colombia, respectivamente, coinciden en las consecuencias que la vida de
encierro tiene sobre la sexualidad. Así, tales manifestaciones de la sexualidad en prisión, serían:
 Incremento de la masturbación: relacionada con las restricciones que el régimen de aislamiento
impone a las relaciones de intimidad y sexuales, y como forma de afrontamiento ante los estresares
de la vida en prisión. Así, Becerra y Torres (2005) encontraron en un grupo de internos entrevistado
al ingreso y al llevar dos meses encarcelados que las actitudes hacia la masturbación eran más
favorables en la segunda medición –diferencia estadísticamente significativa. También encontraron
un aumento tendencialmente significativo de conductas masturbatorias a los dos meses de encierro.
 Masturbación en común: Un ejemplo de ella es el que narra Neuman (1980), al describir una escena
en un penal argentino en el que varios internos empezaron a masturbarse en presencia de otros,
durante la exhibición de una película.
 Masturbación asociada: Esta consiste en que los internos se masturban mutuamente. Neuman (1980)
menciona que esta forma de onanismo suele preceder la realización de conductas homosexuales.
 Violaciones efectuadas por la fuerza: La organización no gubernamental Human Rigth Watch
denuncia en un informe del año 2001 que las violaciones a internos hombres no son infrecuentes en
las prisiones de Estados Unidos, tanto individuales como las realizadas por grupos. El interno nuevo
y joven suele ser blanco de estas agresiones, pero especialmente el sujeto que ingresa al
establecimiento –en prisión preventiva o por condena- por un delito sexual. Por nuestra parte, a
través de la supervisión de prácticas de estudiantes en diferentes establecimientos carcelarios hemos
conocido varios casos de violaciones sobre internos hombres, hechos que en ocasiones finalizan con
el asesinato de la víctima o con graves lesiones físicas. Se incluye también en esta clase, las
relaciones sexuales solicitadas como “devolución” de favores previamente realizados a la víctima –
préstamo de dinero, de objetos de aseo o embellecimiento, apoyo emocional, apoyo informacional,
por ejemplo-.
 Homosexualidad ocasional: Nos referimos aquí a los sujetos que mantenían relaciones
heterosexuales antes del encarcelamiento, y es en éste cuando las inician con personas del mismo
sexo. Esta orientación puede haber sido precedida, como acabamos de comentar, por conductas
masturbatorias asociadas. En Colombia, Sánchez (2002) encontró que algunos reclusos de un
establecimiento se definían así mismos, en la esfera sexual, como Hombres que tienen Sexo con
Hombres (HSH), queriendo referirse con ello a que no eran homosexuales, sino que se ayudaban
mutuamente a obtener gratificación sexual.
 Los homosexuales anteriores al ingreso: Otra cuestión aparte son las personas que se declaran
homosexuales/lesbianas desde antes del encierro. Neuman (1980) llama la atención sobre el respeto
que se debe a estas personas, como a los demás internos, sobre los cuales recaen en ocasiones los
prejuicios y desprecios de los demás internos y del personal de prisiones, a menudo carente de una
formación adecuada en éste y en otros aspectos. Reconoce que, dentro de este grupo minoritario, se
dan diferencias en la manera de expresar su sexualidad, lo cual hace que cada caso deba estudiarse
particularmente, dentro de un respeto básico a la orientación sexual libremente elegida. Propone
también que los homosexuales sean segregados de los demás internos, para evitar la propagación de
conductas homosexuales, pero ello es inviable en muchos centros de los países latinoamericanos, en
los que las cifras de hacinamiento suelen ser altas. Por otra parte, la creación de unidades de
reclusión para estas personas (Neuman, 1980) sería fuente de otros problemas, como el aislamiento
de las redes sociales, y no evitaría el contagio criminógeno.
 Embrutecimiento/degeneración del instinto: Neuman (1980) indica que en los contextos de encierro
con hacinamiento tiende a darse el contagio crimenógeno y la perversión de los que llegan por
primera vez. La esfera sexual se primitiviza, por la falta de intimidad, las coacciones o las
limitaciones de tiempo para mantener contactos íntimos con la visita conyugal.
 Diferencias entre sexos: Becerra y Torres (2005) encontraron en su estudio que las actitudes más
favorables a la homosexualidad eran de las mujeres, en comparación de los hombres, más favorables
hacia la masturbación. Este hallazgo converge con lo que nos manifiestan algunas personal de
tratamiento de establecimientos de mujeres, cuando señalan la frecuencia de manifestaciones
abiertas de relaciones lésbicas entre las internas. Sin embargo conocemos poco sobre la extensión
real de tales comportamientos en estas poblaciones, sobre sus causas y sobre las estrategias más
adecuadas de intervención. Si la conducta homosexual en la mujer es una forma de buscar apoyo
social y emocional, experiencias de intervención en grupo, como las descritas por Mártinez-Taboada
y Reinoso (1999) dirigidas en un primer momento a amortiguar el impacto del encierro, podrían
incidir, quizá, en una reducción de tales manifestaciones.

Ahora bien, cuando las instituciones solicitan apoyo de practicantes para reducir las expresiones
abiertas de homosexualidad en prisión vale la pena preguntarse, ¿Cuál es el problema realmente en
torno a la sexualidad? ¿Qué es lo que nos preocupa de estas situaciones? ¿Nos interesa conocer a qué
se deben? ¿Nos planteamos intervenir en esta problemática porque nos ofende o molesta, o porque nos
preocupan los internos e internas? Ellos, los internos e internas, y nosotros, el personal que trabaja en
las prisiones, los estudiantes y los profesores, tenemos nuestra particular manera de vivir la sexualidad,
incluyendo actitudes, prejuicios, formas de expresarla, etc. Ello no quiere decir que tengamos que
compartir cualquier otra forma de expresión sexual, pero si respetarla en cuanto no supongan
comportamientos claramente peligrosos para la propia persona, ni una imposición hacia los demás. En
la vida libre, el ejercicio de la sexualidad se enmarca a menudo en marcos de intimidad, privados, por
lo cual es más fácil ser tolerante ante las diversas opciones sexuales: sabemos que las hay, pero no las
vemos. En cambio, en prisión, por las mismas restricciones que impone la escasez de espacios, el
hacinamiento y la falta de intimidad, estas expresiones de la sexualidad suelen visibilizarse más.
Es llamativo que rara vez la sexualidad, y su vivencia en prisión, se aborda en las intervenciones
con los internos/as. Sin embargo, no por ello el problema deja de existir. A tal fin se han dado
soluciones o propuestas diversas, desde las que propugnan la abstinencia total de los detenidos a otras
como (Neuman, 1980):
a) Uso de drogas para mitigar el impulso sexual
b) Facilitar las visitas conyugales
c) La ocupación de los internos mediante deporte o trabajos (pesados)
d) Establecimientos de servicios profesionales, para quienes carecen de visita conyugal.

En cuanto a las visitas conyugales, tanto el derecho penitenciario internacional como las
respectivas normativas nacionales reconocen y regulan este derecho, probablemente por sus efectos
terapéuticos sobre el estado de ánimo de los detenidos y por su contribución a mantenerles en contacto
con las redes sociales del exterior.
Evidentemente, la visita conyugal no se reduce a una relación física, sino que constituye un re-
encuentro con la intimidad y la confianza en el otro. Los procedimientos de requisa/cacheo a las visitas,
la premura de los tiempos, las condiciones del lugar donde tiene lugar el re-encuentro con el otro,
inciden en favorecer o perturbar la calidad de esa relación. Con frecuencia generan sentimientos de
resentimiento por la falta de privacidad y de tiempo.
Por otro lado, los servicios de trabajadoras sexuales suponen un desafío para las instituciones,
ya que en torno a ellos fácilmente se desarrolla un entramado de corrupción con capacidad de incidir en
los sistemas de vigilancia y en las dinámicas de los establecimientos.

Apuntes para la reflexión


EL RIESGO DE SUICIDIO EN PRISION

José Ignacio Ruiz

Introducción
El suicidio en prisión puede ser abordado desde la perspectiva del estrés psicosocial y tomado
como una posible consecuencia del encarcelamiento y de las circunstancias que, a raíz de éste,
confluyen de manera específica en cada interno.
Aunque la forma de recoger los datos o la definición legal del acto de suicidio así como la
fidelidad en el registro de estos casos puede variar en cada país, diversas fuentes muestran que la tasa
de suicidios en prisión es mayor que la reportada en la población general (Marijuán, 1997). Por
ejemplo, de acuerdo a datos de la OMS (www.who.org), la tasa media de suicidio en la población
general mundial es de 12,35 para hombres y 3,75 para mujeres por cada 100.000 habitantes, mientras
que en contextos penitenciarios se han encontrado en 1996 por cada cien mil internos, tasas de 146
suicidios en Alemania, 187 en Bélgica, 197 en Camerún, 317 en Chad, 194 en Francia, 91 en Nueva
Zelanda o 118 en el Reino Unido (Observatorio Internacional de Prisiones, 1996), con excepciones a
esta tendencia como las de las prisiones de Japón en ese año, que no registró ningún suicidio en prisión.
En Canadá se ha señalado que la tasa de suicidio en prisión es tres veces superior a la de la población
general (Arboleda-Florez y Holley, 1989) y en Francia sería ocho veces mayor (Ramsay y
colaboradores, 1985) En la prisiones escocesas, entre 1970 y 1982 la tasa media de suicidios fue de
51.8 por 100.000 (Backett, 1987).

Factores relacionados con el suicidio en prisión


Diversos autores se han ocupado del estudio de los factores que serian responsables de estas
elevadas tasas. De acuerdo a Bénèzech y Rager (1987), las causas posibles de los intentos de suicidio
serían diversas, pudiéndose diferenciar entre factores judiciales, factores asociados a la situación misma
de encarcelamiento y causas relacionadas con las características de la población penitenciaria. Entre las
causas judiciales, la persona encarcelada puede resentirse psicológicamente de problemas como la
lentitud de los procedimientos, las dificultades del proceso, el formalismo jurídico, la falta de celo del
defensor o la gravedad de las decisiones judiciales. Archel y Rauvant (1989) señalan que el intento de
suicidio o las autolesiones puede ser un recurso del interno para llamar la atención sobre sus
condiciones judiciales, acelerar una resolución o retrasar un traslado. También pueden constituir una
forma de comunicarse a nivel no verbal, a la que algunos internos pueden recurrir cuando perciben que
la institución no atiende sus demandas. Por su parte, Harding (1984) a partir de datos de una prisión
suiza indica que en los trece suicidios registrados hubo un suceso desencadenante, relativo al proceso
jurídico, al régimen del centro o relacionado con la familia del preso.
En cuanto a las causas asociadas al encarcelamiento, Bénèzech y Rager (1987) identifican el
choque del encarcelamiento en los detenidos por primera vez, la ruptura con el medio de vida habitual,
y con las coordenadas espacio-temporales y afectivas del interno, la distorsión del tiempo, que se
vuelve inmóvil e interminable en la prisión, la soledad, violación de la intimidad, aislamiento afectivo,
ausencia de comunicación positiva y de relaciones sexuales, estrés moral, tensión psicológica, ansiedad
por la aproximación de decisiones judiciales, la tensión de estar encerrado, etc. Además, la vida en
prisión favorece volverse sumiso y vegetativo, como también han señalado otros autores (García-Borés,
1998; Páez, 1988).
Señalan también Archel y Rauvant (1989) que los intentos de suicidio y autolesiones pueden ser
intentos de dar una temporalidad a la vida en prisión y de romper con el pasado: por un lado, estos
actos constituyen formas de introducir variación en la vida de la prisión, de romper la monotonía del
tiempo y por otro, el recluso intenta olvidarse, aunque sea un instante, de su pasado delictivo, que es lo
que ha determinado que él esté en prisión, y que constituye el elemento central de su identidad social
en prisión (rol del preso), identidad que está constantemente presente, sin poder sustituirla por otra -
como ciudadano/a, trabajador/a, padre/madre, etc).
Respecto al choque del encarcelamiento, algunos estudios muestran una mayor concentración
de actos de suicidio en las primeras semanas de encarcelamiento, pero otros trabajos no confirman esta
tendencia. Por ejemplo, para Backett (1987), el riesgo de suicidio aumentaba en las primeras semanas
de encarcelamiento: 9 sujetos se suicidaron en las primeras 24 horas, 13 en la primera semana y 20 en
el primer mes. De acuerdo a estos datos, el autor afirma que la probabilidad del suicidio aumenta
cuando se sobrepasa un umbral de resistencia al estrés, umbral que depende de los recursos de
afrontamiento del sujeto. De entre los estresores, el más importante sería la abstinencia de alcohol o
drogas forzada por el encarcelamiento. También son más vulnerables al suicidio los internos que no
pertenecen a algún grupo de reclusos -por la naturaleza de su delito, o por su personalidad- ya que
entonces se ven privados de la autoestima y del sentimiento de pertenencia -frente al de aislamiento-, y
del sentido de control que proporciona el grupo. Los mismos autores plantean la dificultad que se da
en ocasiones de distinguir entre tentativas de suicidio, ingestión accidental de objetos extraños,
automutilaciones y el suicidio. Por otra parte, la mayor frecuencia de suicidios no se da siempre en las
primeras semanas de encarcelamiento: García-Marijuán (1997) encuentra que de 47 suicidios en
prisiones españolas, 9 ocurrieron en el primer mes de ingreso en prisión, y 38 al año o más.
Respecto a las características de la población encarcelada, Bénèzech y Rager (1987) señalan que
las tasas de suicidio en prisión son más altas en los hombres, debido a que éstos son más agresivos y
más violentos que la mujer y escogen medios más eficaces para culminar el acto de suicidio. En
cambio, no existirían diferencias de género para tentativas de suicidio y conductas autoagresivas.
También el suicidio se daría más en los internos más jóvenes, y en sujetos psicológicamente frágiles
(psicópatas, toxicómanos, alcohólicos, etc.), con gran propensión a pasar al acto auto o heteroagresivo.
Al respecto, Rager y Bénèzech (1987) consideran que la institución carcelaria reúne a sujetos de
alto riesgo en varios factores relacionados con el suicidio: padres separados o fallecidos, ausencia de
vida familiar, ruptura de relaciones sociales, falta de formación e inserción profesionales, inactividad,
categorías sociales desfavorecidas, consumo de psicotrópicos, etc. Además, esta población presenta una
acumulación de eventos de vida traumáticos: en un estudio realizado por estos autores entre 25 jóvenes
reincidentes, 14 sujetos habían tenido accidentes de motos, 14 sufrieron en algún momento de su vida
un coma o pérdida de conocimiento, 16 sujetos padecieron un traumatismo craneal, y 22 sujetos usaban
de forma crónica productos tóxicos (16 especialmente heroína) situándose la edad media de inicio del
consumo a los 14 años. Dieciseis sujetos se habían auto-mutilado (en 10 casos en situaciones de
detención), y 10 habían informaron de tentativas de suicidio (9, fuera de la prisión): la edad media del
intento de suicidio fue los 16 años).
En esta misma perspectiva, Archel y Rauvant (1989) encuentran, en las prisiones francesas, que
los varones (que componen el 95% de la población penal francesa), se suicidan en proporción tres
veces más que las mujeres, el 70% tiene menos de 30 años, muchos son solteros (el 43%), sin
formación escolar (el 85%), y por ello de baja cualificación laboral (34% obreros). De 33 muertes
clasificadas oficialmente como suicidios, Backett (1987) encontró que las características más
sobresalientes eran ser soltero (18 casos), estar bajo observación psiquiátrica (11 casos, aunque sólo 4
fueron identificados como de alto riesgo de suicidarse), estar en detención preventiva (19), tener
antecedentes criminales (29 sujetos, y 24 habían estado antes en prisión). Otros15 sujetos tenían
antecedentes de al menos un acto de parasuicidio; 20 habían tenido algún contacto psiquiátrico pero
sólo un sujeto fue diagnosticado como enfermedad depresiva; 15 tenían problemas de alcohol o drogas
y algunas padecían síndrome de abstinencia en la época anterior al suicidio.
Por su parte, Arboleda-Florez y Holley (1989) al analizar algunas características que aparecían
más frecuentemente en un grupo de 97 internos con riesgo de suicidio, respecto a un grupo de control
de 45 sujetos encontraron que entre los primeros había más mujeres, tenían más ingresos en centros
correccionales, presentaban síntomas más severos, se mostraban más depresivos, con menos apetito y
mayor pérdida de peso, y había más sujetos que habían recibido tratamiento psiquiátrico. El pasado
suicida no diferenciaba a ambos grupos.
Con relación al estado de ánimo depresivo, Harding (1984) analizó en personas detenidas
algunos indicadores asociados a la depresión, como los trastornos de sueño, los porcentajes de internos
que recibían tratamiento psicotrópico, el comportamiento autoagresivo, y el diagnóstico psiquiátrico
dado a 50 pacientes atendidos en los servicios medico-legales de la institución. El autor concluye que el
insomnio es un fenómeno relativamente habitual entre los internos, y que no responde necesariamente a
cuadros depresivos. En cuanto al tratamiento psicotrópico, entre un 51% y un 54% de la población de
reclusos empleaban diariamente benzodiazepina, somnifero o psicotropos, elevándose los porcentajes
entre los toxicómanos (81%, 91% y 93%, respectivamente para cada sustancia) y entre las mujeres
reclusas (69%, 86% y 90%). La principal causa de esta elevada prescripción de psicotropos era ayudar
a los sujetos disminuir la reactividad del sistema nervioso al ambiente estresante de la prisión y
proporcionar un sustituto a los toxicómanos, evitando que estas sustancias se volviesen escasas en
prisión, lo que podría foemtar la entrada ilegal de drogas al centro. También, entre 50 pacientes
sometidos a tratamiento antidepresor, 12 presentaban cuadro de toxicomanía, 11 desorden de
personalidad, 11 reacción depresiva o ansioso-depresiva, y 15 un estado depresivo. Las ideas suicidas,
mostradas por 37 de los sujetos, fue el factor motivador de que el médico aplicase un tratamiento
antidepresor y aunque, por un lado, sólo en dos de trece casos de tentativas de suicidio se habían
detectado anteriormente síntomas depresivos, de 50 pacientes atendidos por el servicio de psiquiatría,
33 mostraron ideas suicidas, 28 problemas afectivos de depresión, 25 problemas neurovegetativos y 10
problemas de pensamiento. La ansiedad y los síntomas depresivos estaban presentes en 23 casos. Sin
embargo, el diagnóstico más frecuente fue el de estado reactivo, con o sin desorden de personalidad (21
sujetos). El autor concluye que la depresión no es un trastorno principal en prisión, sino más
frecuentemente un síntoma asociado a niveles altos de angustia. En este sentido, Zamble (1993)
encontró que conforme pasaba el tiempo en prisión el porcentaje de sujetos diagnosticados con
síntomas depresivos, de una muestra de 133 reclusos, disminuía: el 53% en la primera medida, el 37%
en la segunda y el 21% en la última. Por ello, en las primeras etapas del encarcelamiento podría estar
coincidiendo un mayor peso del choque del encarcelamiento –ingreso a un entorno hóstil y amenazante
y un alejamiento del modus vivendi y de la red social del sijeto- lo cual favorecería los mayores niveles
de ansiedad y de síntomas depresivos que algunos estudios encuentran en este periódo.

Valoración del riesgo de suicidio en prisión


Los párrafos anteriores permiten identificar una serie de factores que pueden aumentar la
probabilidad de que la persona piense o intente efectivamente recurrir al suicidio en el medio
penitenciario. A continuación expondremos estos y otros factores con un comentario sucinto sobre los
mismos. Estos factores han de ser tomados como elementos guía orientativos, más que como
condiciones fijas o causales absolutas del riesgo de suicidio en prisión. Estos factores son, pues,
medios, más que metas en sí mismas.

El ingreso en prisión: sobre todo para el interno primario, es decir, la persona que por primera vez
llega a prisión, el ingreso suele ser vivido como una experiencia muy impactante: la persona se siente
fácilmente con miedo, con pérdida total del control de su propia vida que va a depender de terceros –
empleados e internos.
Espera de decisiones judiciales: este factor se refiere a que el sujeto está esperando una sentencia en
primera instancia o segunda (apelación) y siente que el proceso se demora más de lo que tenía pensado
o de lo legalmente establecido, y ello le puede conducir a estados altos de ansiedad, sobre todo cuando
concurren otras preocupaciones en el sujeto, como por ejemplo familiares –alguien enfermo, o
fallecido-, o de convivencia en prisión –clima de violencia o de abusos-.

Comunicación de sentencia condenatoria: recibir la comunicación de haber sido sentenciado a una


pena de prisión de libertad de muchos años, puede tener un efecto devastador en la persona. Esta
comunicación se suele realizar de manera impersonal y sin preveer el efecto que puede tener en el
interno. Muchos de ellos sienten que la perspectiva de pasar mucho tiempo en prisión es similar a ser
enterrado en vida.

Consumo de drogas: como se ha mencionado antes, el suicidio en prisión no parece obedecer en


primera instancia a trastornos depresivos graves, sino a síntomas de ansiedad y de depresión. En el caso
de las personas consumidoras de drogas ilegales, el ingreso en prisión suele conllevar la imposibilidad,
al menos temporal de consumir droga, lo cual podría disparar las reacciones del síndrome de
abstinencia. La ansiedad extrema sería una expresión del cuadro de tal síndrome, y el suicidio podría
ser evaluado por el interno como una manera de escapar de esa ansiedad.

Tedio y desocupación: la falta de actividades con las cuales llenar el tiempo que se pasa en prisión
puede llevar a que algunos internos se dedican a rumiar mentalmente la fatalidad de su situación de
encarcelado y/u otros problemas personales que le afecten. Por otro lado, un interno puede recurrir a
autolesionarse, o a aparentar que quiere suicidarse para lograr ser trasladado, al menos unos días, a la
zona de enfermería de la prisión, donde el régimen de vida es menos severo, donde puede conseguir
medicinas como sustituto de las drogas, o donde está más seguro respecto de otros internos y de
problemas que pueda tener en el patio.

Muerte o enfermedad grave de un familiar: uno de estos problemas personales puede ser la
enfermedad grave o la muerte de un familiar muy importante afectivamente para el sujeto, como alguno
de los padres, la pareja, o algún hijo, sobre todo cuando la institución no autoriza al interno que acuda
al funeral o a visitar al familiar. EL interno puede reaccionar con enojo, frustación o depresión, y hay
que estar atento a las señales que muestre sobre su estado de ánimo.

Separación de seres queridos: el encarcelamiento conlleva la separación del interno de su red social, al
menos temporalmente. El alejamiento y pérdida del contacto con los seres queridos puede sumir al
individuo en un estado depresivo. Dentro de esto, hay que prestar atención especial a las mujeres
reclusas que deben dejar a sus hijos a cargo de otros familiares o de instituciones, y a las madres que,
habiendo tenido a su cuidado en prisión a algún hijo, cuando éste cumple la edad límite permitida por
la ley para permanecer con su madre, debe separarse de ella.

Trastornos psiquiátricos: los estudios revisados en los párrafos anteriores y otros muestran que entre la
población penitenciaria es mayor la proporción de sujetos con trastornos de psiquiátricos que en otros
grupos poblacionales. Estos trastornos pueden tener una base hereditaria, ser debidos a experiencias
traumáticas en la infancia o a la interacción entre ambos tipos de factores. Por ejemplo, los accidentes y
enfermedades graves pueden dejar secuelas psicológicas. Por otro lado, muchas personas que llegan a
la cárcel presentan una acumulación de eventos traumáticos negativos, de forma que desarrollan una
visión negativa y de desconfianza de los demás. La vida pasa por ellos más que ellos por la vida. Por
ello, la etiología del suicidio en prisión es diversa y cualquier enfoque reduccionista sería desacertado.
Entre los trastornos que merecen atención con relación al tema que nos ocupa están, según López
Martín y Vela Rubio (2001):
 Síntomas depresivos
 Intentos de suicidio
 Antecedentes de suicidio en la familia de origen
 Antecedentes de epilepsia
 Trastornos psicóticos
 Impacto del conocimiento reciente de padecer una enfermedad grave

Cultura carcelaria violenta: En una prisión de una cárcel latinoamericana los intentos de suicidio
ocurridos en el intervalo de tres meses fueron de 11, frente a los 12 intentos de todo el año anterior.
Parece que una de las razones de este aumento tan marcado en esos tres meses se debió a cambios
introducidos en la distribución de los internos en los patios. Se había pasado de un sistema de
separación de los internos más violentos o proclives a explotar de los demás internos en un patio
especial a en repartirlos entre todos los patios del centro, con el fin, se dijo, de mezclarlos con los
demás de forma que aprendieran de estos pautas no violentas de relaciones interpersonales. Esto llevó a
que estos internos más violentos fometaran en cada patio diversas formas de extorsión sobre los demás
presos, creando un clima de violencia que amedrentaba a los nuevos internos o a los más jóvenes. Por
ello, una posible razón para el intento de suicido o de autolesión de un recluso o reclusa puede ser que
esté siendo sometido a vejaciones y explotación de otros internos. Como muy raramente los reclusos
denuncian este tipo de hechos, hay que tener contacto con los patios y conocer muy bien y hasta donde
sea posible a la población de internos para saber captar qué está pasando en el penal.

Instrumentos de evaluación
Con relación a síntomas depresivos, existen diversos instrumentos de evaluación que pueden ser
empleados para conocer el estado emocional de una persona. Mencionaremos algunos de ellos a
continuación:
BDI: El Inventario de Depresión de Beck (BDI) es uno de los instrumentos más reputados de
evaluación de la depresión clínica, consta de 40 ítems con cuatro opciones de respuesta cada uno de
ellos. De esta escala se han derivado otras que miden el mismo constructo.
Escala Autoaplicada de Zung: Consta de 20 ítems con cuatro alternativas de respuesta en
formato likert. Los ítems hacen referencia síntomas depresivos con énfasis en sensaciones somáticas.
En un estudio con una muestra de más de 400 internos procedentes de 5 establecimientos
penitenciarios, la escala arrojó un coeficiente de consistencia interna de : .79.
GHQ-12: La Escala de Salud General de 12 ítems es una versión abreviada de la escala GHQ, la
cual se basa en graba parte en el BDI. La versión de 12 ítems evalúa síntomas generales de ansiedad y
depresión y puede servir para obtener una primera aproximación al estado de ánimo del sujeto. Con una
muestra colombiana de 53 internos la escala arrojó un coeficiente alfa de .79. Con una muestra de
empleados de prisiones se obtuvo una fiabilidad interna de : .81.
Escala de Indicadores de Riesgo de Suicidio: consta de varios ítems, que se ofrecen en su
versión completa en el capítulo sobre instrumentos, basados en los trabajos de Arboleda-Florez y
Holley (1989) y Archel y Rauvant (1989). Se pregunta al sujeto si ha experimentado recientemente
fantasías de morir, si se ha autolesionado o se ha intentado quitar la vida, y si ha presentado una serie
de antecedentes de enfermedades físicas o mentales. En una investigación se encontró que un mayor
consumo de drogas actualmente y una mayor percepción de falta de cariño de los padres, se asociaba a
niveles más altos en un indicador de esta escala basado en los ítems de fantasías suicidas, autolesiones
e intentos de quitarse la vida (Ruiz, 2004).
Autopsia psicológica en prisión
Frente a una muerte consumada en un establecimiento penitenciario puede surgir la duda acerca
de si se trató de un suicidio o de un homicidio. A veces los suicidios se camuflan de homicidios porque
la institución no quiere reconocer que no ha podido cuidar de la integridad psicológica de quien ha sido
asignado a su custodia, cuidado y resocialización. El caso inverso es aquel en que se intenta pasar por
suicidio un acto de asesinato, con el fín de desviar, impedir o dificultar el esclarecimiento de una
muerte violenta. La autopsia psicológica consiste en un conjunto de procedimientos de indagación de la
personalidad de quien ha fallecido a través de documentos que pudiera haber dejado y de entrevistas a
su entorno social –familiares, amigos, colegas de trabajo, etc-. En el caso de un interno, su entorno
social puede ser las visitas que recibía, los compañeros de celda o patio, etc. La presencia confirmada
de factores de riesgo expuestos en las líneas anteriores serían elementos para apoyar la hipótesis del
suicidio. En cambio, la ausencia de trastornos de personalidad, el consumo de drogas, el que le quedara
poco tiempo para terminar la condena, y/o la inexistencia de intentos anteriores de suicidio, junto a la
participación registrada en actividades del establecimiento, y un estado de ánimo razonáblemente
optimista para las circunstancias, por ejemplo serían elementos que irían en contra de tal hipótesis.

Intervención en el riesgo de suicidio en prisión


Se han propuesto distintas acciones para prevenir los suicidios en prisión. Nuñez (1997) indica
la necesidad de que los psicólogos y médicos de los establecimientos trabajen coordinadamente y a los
casos detectados se les aplique un programa de prevención de al menos una semana de duración, con
entrevistas diarias de apoyo, asistencia de otro interno seleccionado por su madurez y entrenado sobre
como proporcionar ayuda inmediata, con quien comparta celda, seguimiento de los profesionales de
salud, y con un sistema de vigilancia especial cada hora, día y noche.
Por su parte, García-Marijuán (1997) considera que en la prevención del suicidio en prisión hay
que evaluar como factores de riesgo, además de ser hombre y una edad más joven, la presencia de
intentos anteriores, pérdidas recientes, síntomas relacionados con la depresión, problemas de salud
física y psíquica, aislamiento y falta de recursos sociales y la ingesta abusiva de alcohol y fármacos.
En esta misma línea, Ramsay, Tanney y Searle (1985) llevaron a cabo un programa de
prevención del suicidio en prisión en la región canadiense de Alberta que, partiendo de una concepción
de equipo multidisciplinar, que incluía la participación de empleados., buscaba la formación de
voluntarios entre el personal de prisiones no solo de salud, sino también vigilantes, encargados de aseo
e higiene, etc., a través del entrenamiento en cinco áreas: a) identificación de actitudes y creencias
sobre el suicidio, b) formación sobre las conductas de suicidio y sus correlatos, así como de los factores
de riesgo e identificación de señales, c) la problemática del suicidio y las conductas autoagresivas en
prisión, d) entrenamiento en habilidades de intervención para reducir el riesgo de suicidio y e)
entrenamiento en trabajo en equipo multidisciplinar.
Este tipo de intervenciones no son forzosamente gravosas para los presupuestos destinados a las
prisiones, y deben cumplir con los siguientes criterios: a) elaboración de factores de riesgo y su
evaluación en las primeras entrevistas con el sujeto en su ingreso al establecimiento, b) entrenamiento
de personal en la detección de indicios de suicidio, personal que debe estar compuesto también por
guardias y vigilantes, ya que son ellos los que más tiempo pasan en contacto con los internos, c) un
sistema coordinado de información que permita activar la intervención del personal especializado –por
ejemplo, psicólogos, médicos, trabajadores sociales- a partir de la detección de sujetos en riesgo, d)
protocolos de actuación, a nivel de intervención en crisis, y a nivel de prevención primaria y
secundaria, que incluya mecanismos de seguimiento, apoyo y vigilancia de los sujetos en riesgo. A
nivel preventivo debe evitarse la lentitud y arbitrariedades del proceso judicial, que pueden actuar
como mecanismos desencadenantes del intento de suicidio.
INSTRUMENTOS EN PSICOLOGIA PENITENCIARIA

José Ignacio Ruiz

Introducción

Consideramos que son pocos los instrumentos de evaluación exclusivos del campo
penitenciario. A menudo son empleados test y protocolos que forman parte del dominio más amplio de
la psicología jurídica y forense, o, inclusive, de la psicología general. Con todo, si podemos identificar
en el ámbito de las prisiones ciertas herramientas específicas de evaluación del ajuste a la vida en
prisión. Haremos aquí una revisión no exhaustiva de toda la gama de instrumentos psicológicos de
evaluación susceptibles de emplearse en la diversidad de objetivos que puede tener la evaluación e
intervención penitenciarias, pero si completa en cuanto a las modalidades que pueden adaptar tales
pruebas psicológicas.
Hay que tener en cuenta que las estrategias de evaluación se adaptarán a cada caso particular y
al ámbito de peligro respectivo –convivencia, riesgo de fuga, comisión de nuevos delitos.
Una primera clasificación, de acuerdo a la investigación acumulada, sería la que distingue entre
métodos clínicos y perfiles estadísticos. Los primeros parten del análisis de casos individuales mediante
entrevista y aplicación de instrumentos. Entre éstos se puede diferenciar varias categorías:
 Instrumentos autoaplicados de personalidad general:
Existen pruebas psicológicas con buena reputación en el ámbito forense y penitenciario.
Destacan aquí el MCM en sus diversas versiones y, especialmente, el MMPI. En estos instrumentos el
sujeto debe responder una serie de preguntas de acuerdo a unas pocas opciones de respuesta que se le
ofrece –si, no; verdadero falso-. Existe un gran volumen de trabajo sobre la aplicación del MMPI y los
Instrumentos de Millon en el ámbito forense (ver revisión de Jiménez y Sánchez Crespo, 2002).
Actualmente, el INPEC viene aplicando a los internos e internas una versión reducida del MMPI, el
Minimult, que consta de tan solo 71 ìtems, y por su extensión y la redacción de los ítems es adecuado
para ser empleado con personas de bajo nivel educativo, como suele ser una gran parte de la población
reclusa. Ahora, aunque se han propuesto diferentes tipologías de internos o delincuentes con datos
procedentes de uno u otro instrumento, los resultados sobre la generalización de tales tipologías no son
claros.
 Instrumentos autoaplicados de dimensiones específicas de la personalidad:
Existe multitud de instrumentos de medición psicológicas dirigidos a evaluar dimensiones
específicas de personalidad, valores, actitudes, etc. La elección de uno u otro instrumento deberá estar
respaldada por los objetivos de la evaluación y las características del sujeto.
 Instrumentos o protocolos heteroaplicados sobre dimensiones específicas de la personalidad.
Para la evaluación de rasgos psicopáticos y de tendencias criminales, ciertos instrumentos van
adquiriendo mucha presencia en la literatura sobre evaluación de la conducta criminal. Son
instrumentos o protocolos heteroaplicados, es decir, se evalúa a la persona en una serie de aspectos
sobre los cuales no se le informa directamente.
 Instrumentos o protocolos heteroaplicados sobre dimensiones específicas de la personalidad.
Para la evaluación de rasgos psicopáticos y de tendencias criminales, ciertos instrumentos van
adquiriendo mucha presencia en la literatura sobre evaluación de la conducta criminal. Son
instrumentos o protocolos heteroaplicados, es decir, se evalúa a la persona en una serie de aspectos
sobre los cuales no se le informa directamente.
Seguidamente haremos una aproximación a algunos de estos instrumentos sin, como
indicábamos al comienzo, pretender realizar una revisión exhaustiva, sino con el ánimo de ofrecer una
panorámica de estrategias evaluativos.

AECS (Actitudes y Estrategias Cognitivas Sociales), de Moraleda, González y García-Gallo


(1998).
Se dirige a adolescentes pero se ha aplicado también a internos. Mide el grado en que el sujeto
es competente socialmente solidaridad, liderazgo, estrategias en la resolución de problemas sociales,
percepción social y estilos cognitivos. Consta de 123 ítems con siete alternativas de respuesta desde
“No se da nada en ti” (1) a “se da muchísimo en ti” (7), referido al grado en que cada ítem se aplique al
sujeto.

BAS-3 (Batería de Socialización), de Silva Moreno y Martorell Pallás (1995).


Mide consideración con los demás, autocontrol en las relaciones sociales, retraimiento social,
ansiedad social y liderazgo, además de incluir una escala de sinceridad. Consta de 75 ítems de
respuesta dicotómica (Si, No).

IAC (Inventario de Adaptación de la Conducta), de TEA (2004).


Se compone de 123 frases, de respuestas dicotómica (Si, No), aunque se puede marcar un
interrogante si la persona tiene dudas en la elección de la respuesta. Los ítems se distribuyen en las
cuatro escalas siguientes: adaptación personal, familiar, escolar, social.

Estos tres instrumentos que acabamos de mencionar se han empleado particularmente en la


evaluación de resultados de programas de intervención basados en el modelo de competencias
prosociales (Garrido y López, 2005). En nuestra experiencia en el contexto penitenciario colombiano
hemos encontrado que son pruebas de difícil comprensión para personas con bajo nivel educativo, aún
cuando las preguntas son formuladas y explicadas por el entrevistador. Además, el elevado número de
opciones de respuesta (7) que contempla el AECS original dificulta la tarea de entender la diferencia de
grado que se supone tiene cada opción.

PCL-R (20) y PCL-SV:


Hare y su grupo de investigación (por ejemplo, Hare, 1985, 1999; Hart y Hare, 1997) han
venido desarrollando unos instrumentos dirigidos a la evaluación de rasgos psicopáticos mediante
entrevista y análisis de los expedientes del sujeto evaluado. La ventaja de estos protocolos es que
permiten evaluar al sujeto en una serie de aspectos de manera indirecta. Por ejemplo, los ítems de la
escala PCL-R (20) son:
 Locuacidad y encanto superficial
 Sensación grandiosa de autovalía
 Mentiras patológicas
 Manipulación
 Ausencia de remordimiento y culpa
 Escasa profundidad de los afectos
 Falta de empatía
 No acepta responsabilidad de sus actos
 Necesidad de estimulación
 Estilo de vida parasitario
 Escasos controles comportamentales
 Problemas de conducta tempranos
 Falta de metas realistas
 Impulsividad
 Falta de responsabilidad
 Delincuencia juvenil
 Revocación libertad condicional
 Conducta sexual promiscua
 Versatilidad criminal
 Inestabilidad matrimonial

No se pregunta directamente al sujeto sobre estos aspectos sino que se le puntúa en cada uno de
ellos con 0 (rasgo totalmente ausente), 1 (rasgo algo presente) y 2 (rasgo totalmente presente) según su
comportamiento verbal y no verbal en la entrevistada, y a partir de la información que provea con la
que haya registrada en sus expedientes. La versión PCL-SV, consta de 12 ítems, y ha sido diseñada
para proveer una estrategia de evaluación más rápida (Cuquerella, Torrubia, Mohíno, Pujol, Subirana,
Puig, Planchat, Vilardell, 1996) y más basada en la entrevista (aunque no exclusivamente en ella). Los
ítems de esta versión son:
 Locuacidad y encanto superficial
 Sensación grandiosa de autovalía
 Mentiras patológicas
 Ausencia de remordimiento y culpa
 Falta de empatía
 No acepta responsabilidad de sus actos
 Impulsividad
 Escasos controles comportamentales
 Falta de metas realistas
 Falta de responsabilidad
 Conducta antisocial adolescente
 Conducta antisocial adulta

HCR-20 (Adaptación de Hilterman y Andrés-Pueyo, 2005, sobre el trabajo de Ch.D. Webster;


K.S. Douglas; D. Eaves y S.Hart).
Es una lista de chequeo de 20 ítems que goza hoy día de una gran reputación por su validez
predictiva, aunque los autores indican que es un protocolo en desarrollo, abierto a los hallazgos que
arroje su aplicación en los diferentes contextos. Los ítems se distribuyen en tres áreas, a saber:
históricos (10 ítems, del pasado), clínicos (5, del presente) y de gestión de riesgo (5, sobre el futuro).
En concreto, cada ítem se puntúa 0, 1 y 2, donde mayor puntaje equivale a mayor riesgo.
La puntuación de cada uno de los ítems del HCR-20 implica entrevistas al sujeto, consulta de
expedientes y aplicación de test psicológicos específicos. Así, en la versión en español se subraya el
uso de alguna de las versiones del PCL para evaluar el ítem de “psicopatía”, mientras que el MMPI o
alguno de los instrumentos de Millon podría emplearse para la evaluación de “trastornos mentales
graves”.

Cuestionario de Agresión (AQ) de Buss y Perry (1992).


De acuerdo a Morales-Vives, Codorniu-Raga y Vigil-Colet (2005), el cuestionario de agresión
(en adelante, AQ), es uno de los instrumentos más empleados para evaluar la conducta agresiva. Este
instrumento está basado en el Hostility Inventory, de Buss y Durkee (1957), que contenía 75 ítems
distribuidos en siete subescalas: ataque, agresividad indirecta, negativismo, irritabilidad, resentimiento,
desconfianza y agresividad verbal. Ante las insuficiencias y debilidades de este instrumento, como
ítems originales definidos a priori, ítems que saturaban más de una subescala, la falta de confirmación
de la estructura factorial predicha, y el formato de respuesta verdadero/falso (Bernstein y Gesn, 1997),
Buss y Perry (1992) han propuesto un nuevo instrumento, el AQ, que constaba de 29 ítems distribuidos
en las subescalas de agresión física, agresión verbal, ira y hostilidad.
Estudios subsiguientes han confirmado la estructura factorial atribuida a la escala (Bernstein y
Gesn, 1997; Morales-Vives y colaboradores, 2005; Ang, en prensa), si bien Williams, Boyd, Cascardi y
Poythress (1996) encontraron un ajuste más óptimo de un modelo de dos factores, con agresión física e
ira en un factor, y agresión verbal y hostilidad en el otro. Algunos autores han elaborado versiones más
reducidas de la escala (por ejemplo, ver el análisis psicométrico comparativo de Morales-Vives, 2005,
sobre las versiones de 29, 12 y 20 ítems que existen), aunque la escala original de los 29 ítems parece
ser la más empleada en los estudios publicados, con muestras diversas tales como policías (Juárez,
Dueñas y Méndez, 2006), reclusos y estudiantes (Williams y cols., 1997), población general (Morales-
Vives, 2005), y con mucha frecuencia estudiantes (Bernstein y Gesn, 1997; Porras, Salamero y Sénder,
2002; Tremblay y Ewart, 2005). Existen adaptaciones de la versión de 29 ítems en castellano (Juárez y
cols., 2006; Porras y cols., 2002), en japonés (Nakano, 2001), italiano (Fossati, Maffei, Acquarini y Di
Ceglie, 2003) y holandés (Meesters, Muris, Bosma, Schouten y Beuving, 1996), entre otros.

Con relación a la conducta antisocial y delictiva, se ha encontrado que mujeres reclusas


puntuaban más alto en agresión física que mujeres estudiantes, pero los hombres reclusos puntuaban
menos en agresión verbal, y en el total del AQ que estudiantes hombres (Williams y cols., 1996). Este
resultado podría contradecir la idea de que los puntajes en el AQ podrían servir para predecir conducta
antisocial en el futuro, sin embargo, los puntajes de los reclusos hombres podrían estar influidos por las
constricciones que impone el ambiente carcelario. De hecho, Tremblay y Ewart (2005) encontraron que
el puntaje en agresión física correlacionaba con el número de bebidas alcohólicas ingeridas por vez en
los últimos 12 meses. Hay que indicar que otros estudios no han encontrado diferencias entre reclusos y
poblaciones generales (Williams, Boyd, Cascardi y Poythress; 1996, 2006), en las dimensiones del AQ,
aunque ello podría ser debido a la restricciones de comportamiento y la vigilancia institucional que se
ejerce sobre el comportamiento de los internos/as. Con todo, se encontró en una muestra de reclusos en
Colombia, que un mayor tiempo en prisión se relacionó con una elevación en la sub-escala de
hostilidad.
Algunos ítems de la escala de son (en el anexo figura la versión completa de 29 ítems):

 En ocasiones no puedo controlar el impulso de golpear a otra persona


 Si debo recurrir a la violencia para proteger mis derechos, yo lo hago
 Yo he amenazado a personas que conozco
 Algunos de mis amigos piensan que yo soy una persona impulsiva
 A veces me descontrolo sin que haya una buena razón

Escala de Apoyo Social de Vaux (adaptada por Ruiz (2004) y Becerra y Torres (2005).
Originariamente, esta escala está diseñada para población general o pacientes clínicos. De la
versión original en castellano, tomada de Páez y colaboradores (1986), se cambió el ítem 6 que
indicaba “No puedo contar con mi familia, para conseguir apoyo” por “Mi familia se desinteresa de
mi”, ya que bajo la primera redacción el ítem mostraba baja correlación con el resto de la escala.
Con muestras de detenidos, puede ser pertinente sumar por separado sólo los ítems relativos a la
familia (2, 4, 6 y 8) ya que la experiencia práctica ha mostrado que la familia suele constituir el soporte
social externo más importante (a veces él único) del interno/a. Una percepción de alto apoyo social,
especialmente familiar, se ha asociado a menor malestar emocional, menor riesgo de fuga durante
permisos y menor riesgo de reincidencia, una vez la persona sale en libertad.
Las estadísticas descriptivas –medias y desviaciones típicas) encontradas con diferentes
muestras colombianas se exponen a continuación:

Medias (desviaciones típicas)


Estudiantes de tecnologías 3.32 (0.41)
Víctimas de delitos 2.77 (0.60)
Internos 2.87 (0.58) (hombres) 2.93 (0.61)

Escala de estresores cotidianos (Ruiz, 2004)


Esta escala se desarrolló a partir de la literatura sobre correlatos psicosociales de la vida en
prisión (por ejemplo, Paulus y Dzindolet, 1993) y fue elaborado ad-hoc para un estudio sobre esta
temática que contó con muestras de internos e internas de cinco establecimientos de Bogotá (4) y
alrededores (1). La fiabilidad encontrada en ese estudio fue de α: .79.
La escala está pensada para emplear el puntaje total, aunque el profesional puede considerar
pertinente realizar un análisis ítem por ítem en el marco de evaluaciones individuales de internos. Se ha
encontrado que las mujeres reclusas puntúan más alto que los hombres en “distancia de la familia” y
“pérdida de relación con amigos”, mientras que los hombres puntuaron más alto en “no poder satisfacer
sus necesidades sexuales”. Es este un instrumento que podrá completarse en investigaciones futuras
con nuevos ítems y mayor información sobre su validez predictiva y concurrente. En Ruiz (2004) se
halló que algunos de los ítems de la escala se asociaban directamente con un indicador de riesgo de
suicidio. En la misma línea, un puntaje elevado en esta escala se ha asociado en muestras de reclusos
niveles altos de sintomatología emocional (puntuación combinada en ansiedad estado, síntomas de
PTSD y síntomas depresivos).
Algunos de los ítems de este instrumento son:
¿Cuánto le cuesta aguantar?...
 La falta de libertad
 La perdida de intimidad
 El no poder satisfacer sus necesidades sexuales
 El vivir bajo las normas y las reglas del centro

Evaluación del riesgo de suicidio en prisión (Ruiz, 2004, sobre el trabajo de Arboleda-Flórez y
Holley, 1989).
Consiste en un grupo de preguntas de respuesta dicotómica, estructurado en dos bloques. El
primero reúne varios factores de riesgo, mientras que el segundo recoge información sobre el riesgo de
suicidio como tal. Este segundo bloque está formado por los siguientes ítems:

-¿Ha tenido pensamientos, deseos o fantasías sobre suicidio o morir?


-Durante el último año, ¿ha realizado algún intento de quitarse la vida?
-Durante el último año, ¿se ha causado voluntariamente alguna herida a sí mismo?

Sumando los tres ítems se obtiene un puntaje que puede oscilar entre 0 (nada de riesgo) y 3 (alto
riesgo).
Las relaciones encontradas entre este indicador de suicidio y otras variables, muestran una
asociación entre más antecedentes médicos –físicos y/o dificultades sexuales- y mayor riesgo de
suicidio y, a más dificultad en ajustarse a las normas del centro, más riesgo de suicidio. Por otro lado,
en una investigación (Ruiz, Sánchez, Gómez, Landazábal y Morales, 2003) para cada indicador simple
de riesgo de suicidio, la sintomatología emocional apareció asociada con las fantasías y con los intentos
de suicidio, los antecedentes de enfermedades físicas se asociaron con las fantasías y con los intentos
de suicidio y los antecedentes de dificultades sexuales con las autolesiones.
Resumiendo los resultados para el riesgo de suicidio global, éste sería mayor cuando hay
presencia de antecedentes médicos –enfermedades físicas o dificultades sexuales-, en los internos más
jóvenes y en aquellos en que hay peor ajuste a las normas del centro (Ruiz, Sánchez, Gómez,
Landazábal y Morales, 2003). El consumo de SPA aparece asociado sólo una vez con uno de los
indicadores de suicidio, sugiriendo una relación entre consumo actual y realización de autolesiones. En
general este perfil de riesgo de suicidio se acerca al descrito por otros (por ejemplo, Rager y Bénézech,
1987) aunque hay que recordar que son relativamente pocos los sujetos que contestaron
afirmativamente a estos indicadores, es decir, que indicar que sí habían experimentado fantasías de
suicidio, habían hecho intentos de quitarse la vida o se habían autolesionado. Mientras en otros estudios
el perfil del suicida en la cárcel, o de los factores de riesgo se describe a partir de los casos registrados
de suicidios consumados o intentados, en nuestro caso se obtiene a partir de una comparación –
implícita en el análisis de regresión logística- entre sujetos que contestaron afirmativamente o
negativamente a cada indicador.

Las medias encontradas en este indicador en un estudio con muestras de hombres y mujeres han sido:

Riesgo de suicidio Mujeres Hombres


Internos/as 0.53 (0.93) 0.46 (0.74)

Guía de entrevista para agresores sexuales (adaptada de Garrido y cols., 1993 por Ruiz, 2006)
Esta guía ha sido propuesta por Garrido y colaboradores (1993) para obtener una abundante
información sobre sujetos cumpliendo condena por un delito sexual, información que podría servir
tanto para la elaboración de perfiles de estos agresores como para orientar las intervenciones.
Algunas de las preguntas incluidas en la guía de entrevista se muestran en el anexo.

SVR-20. (Adaptación de Hilterman y Andrés-Pueyo, 2005, sobre el trabajo de Boer, Hart, Kropp
y Webster)

Es un protocolo de evaluación similar en su estructura al HCR-20 (de hecho, dos de los autores,
Webster y Hart, también lo son del SVR-20), dirigido a la predicción de riesgo de agresión sexual.
Consta de 20 ítems, agrupados en tres factores: Ajuste psicosocial, Ofensas sexuales y planes para el
futuro. Los ítems que hacen parte de cada dimensión se muestran en el anexo de este capítulo. Aquí se
puede señalar que la puntuación de cada ítems implica recurrir a múltiples fuentes de información y de
estrategias de evaluación, como sucede con el HCR-20.
Por ejemplo, los ítems 4, 5 y 6 (Psicopatía, Trastorno mental grave y Abuso de sustancias)
requieren estrategias de evaluación específicas de cada uno de estos aspectos. La información puede
provenir del sujeto evaluado, de sus familiares y amigos, de informes anteriores –expedientes,
evaluaciones previas psicologicas y de otras áreas, registros policiales, etc-, hacia las cuales hay que
mantener, al mismo tiempo, cierta actitud crítica sobre su veracidad, credibilidad y aplicabilidad.

SARA (Spousal Assalt Risk Evaluation, en Kropp. y Hart, 2001)


Es éste un instrumento acturial similar al precedente, y también fruto del trabajo del mismo
equipo de investigación. Está dirigido a la predicción del riesgo de violencia hacia el cónyuge, por lo
que puede resultar útil, además de en el ámbito penitenciario en problemáticas de separación y
divorcio. Consta también de veinte elementos a evaluar, donde tiene especial peso el comportamiento
violento ejercido en el pasado. Estos elementos se distribuyen en dos áreas: los factores relacionados
con la conducta violenta en general y los relacionados con la violencia hacia el cónyuge.

Perfiles estadísticos
Consisten en extraer las características prototípicas de grupos de sujetos que presenten el
comportamiento de interés, por ejemplo, cometer un delito durante el disfrute de un permiso o fugarse
en una salida. Los perfiles son más claros cuando se comparan grupos de sujetos –por ejemplo, los que
se fugaron durante un permiso con los que regresaron a tiempo-, ya que la estrategia comparativa
permite identificar los aspectos que son propios de cada grupo y que diferencian a los grupos.
La insistencia en los ejemplos sobre permisos de salida temporales (Art. 147, Código
Penitenciario y Carcelario) obedece a que, precisamente, es en esta cuestión donde los perfiles
estadísticos han tenido aplicación en el ámbito penitenciario (Núñez, 1997). Así, en España, las
variables de riesgo de fuga durante un permiso era (López Martín y Vela Rubio, 2001):
a) Variables de la persona:
 Extranjería
 Drogodependencia
b) Variables de la actividad delictiva
 Profesionalidad
 Reincidencia
c) Variables de la conducta penitenciaria
 Quebrantamiento
 Primer grado
 Ausencia de permisos
d) Variables del permiso solicitado
 Deficiencia convivencial
 Lejanía
 Presiones internas

En Colombia, una investigación (Tamara, 2005) ha identificado las siguientes variables


asociadas a riesgo de fuga:
-Lejanía entre el lugar de disfrute del permiso y la ubicación del establecimiento.
-Ausencia de visitas familiares
-Condenas anteriores a la actual.

Algunas reflexiones finales

Por un lado, se ha constatado que las evaluaciones psicológicas forenses o penitenciarias


basadas en criterios subjetivos del evaluador no son fiables (Kropp y Hart, 2001). De ahí la necesidad
de contar con instrumentos específicos para la evaluación en estos entornos, acompañados de guías
precisas conceptualmente actualizadas. Ahora bien, hay que evitar caer en el otro extremo igualmente
inadecuado: en basarnos exclusivamente en un único instrumento, aunque sea el que está más “de
moda” en la literatura especializada del momento.

Los instrumentos de evaluación deben estar ajustados a las necesidades de cada caso particular
y a los objetivos de la evaluación (Rodríguez-Sutil y Avila, 1997), los cuales vienen orientados en la
normativa penal y penitenciaria. Ahora bien, tendemos a medir, en prisión, dimensiones o constructos
negativos –niveles de impulsividad, de agresividad, de distorsiones cognitivas, de gravedad de
síntomas. Quizá la aplicación de guías como el HCR-20 o el SVR-20 debiera ser completada con la de
aspectos deseables en el comportamiento interpersonal –empatía, motivación para el trabajo, juicio
crítico, grado de heterocentrismo (por ejemplo, en vez de nivel de etnocentrismo), lo cual va asociado a
una visión del interno o interna como alguien capaz de cambio y con potencial de crecimiento, en vez
de evaluar un conjunto de aspectos que es deseable suprimir o reducir –adicción, impulsividad, etc.
Hay que tener en cuenta que en los protocolos basados en parte en el historial de la persona, el interno
con antecedentes delictivos siempre va a puntuar alto, porque el pasado no se puede modificar, y
aunque el comportamiento en el pasado es el mejor predictor del comportamiento futuro, las
intervenciones o experiencias de los sujetos en prisión (por ejemplo, las religiosas), pueden lograr
cambios importantes en las actitudes, estilos de razonamiento, nivel de empatía y conductas externas
(ver capítulo sobre la evaluación de programas) de los sujetos intervenidos, a pesar de una trayectoria
de reincidencia (que indudablemente hay que tener en cuenta para el diseño de la intervención).
Por último, aunque aquí no nos hemos detenido en ellos, los test de tipo proyectivo pueden ser
útiles en el medio penitenciario, en el cual es mayoritaria la población con bajo nivel educativo, y que
suele presentar dificultades para responder pruebas de lápiz y papel.
ANEXO DE INSTRUMENTOS

HCR-20
Los ítems son:
a) Históricos:
 Violencia previa
 Edad del primer incidente violento
 Relaciones inestables de pareja
 Problemas relacionados con el empleo
 Problemas relacionados con el consumo de sustancias adictivas
 Trastorno mental grave
 Psicopatía (a evaluar con el PCL-R20, o con el PCL-SV)
 Desajuste infantil
 Trastorno de personalidad
 Incumplimiento en la supervisión
b) Clínicos
 Carencia de introspección
 Actitudes negativas
 Presencia activa de síntomas de trastorno mental grave
 Impulsividad
 No responde al tratamiento
c) De gestión del riesgo
 Ausencia de planes de futuro viables
 Exposición a factores desestabilizantes
 Carencia de apoyo social
 Incumplimiento a los tratamientos prescritos
 Alto nivel de estrés experimentado
Cuestionario de Agresividad de Buss y Perry (1992)
Por favor, a continuación, indique su grado de acuerdo o desacuerdo con cada una de las siguientes
situaciones de acuerdo al siguiente código:
1 2 3 4 5
Muy poco Muy
característico característico
en mi en mi

1 2 3 4 5
1 En ocasiones no puedo controlar el impulso de golpear a otra persona
2 Si alguien me incita lo suficiente, yo le pegaría
3 si alguien me pega, yo le devuelvo el golpe
4 Yo me involucro en peleas mas que la mayoría de las personas
5 Si debo recurrir a la violencia para proteger mis derechos, yo lo hago
6 Hay gente que me ha provocado tanto que nos hemos golpeado
7 Creo que exista una buena razón para pegarle a una persona
8 Yo he amenazado a personas que conozco
9 A veces he estado tan enfadado que he roto cosas
10 Expreso abiertamente mi desacuerdo a los demás
11 A menudo estoy en desacuerdo con la gente
12 Cuando la gente me irrita, les digo lo que pienso de ellos
No soy capaz de argumentar algo cuando las personas no están de
13 acuerdo conmigo
14 Mis amigos dicen que soy algo "tropelero”, “alegón"
15 Me enfurezco rápidamente pero lo supero enseguida
16 Cuando me siento frustrado, muestro mi enojo
A veces me siento como si fuera un tonel de pólvora listo para
17 explotar
18 Me caracterizo por ser una persona tolerante
19 algunos de mis amigos piensan que yo soy una persona impulsiva
20 A veces me descontrolo sin que haya una buena razón
21 Tengo problemas para controlar mi temperamento
22 Algunas veces siento que me comen los celos
23 A veces siento que la vida me trata duramente
24 Pienso que los demás tienen mas suerte que yo
25 A veces no entiendo como me afectan las cosas
26 Yo se que mis amigos hablan de mi a mis espaldas
27 Soy incapaz de tratar a los extraños de forma amistosa
28 Algunas veces siento que los demás se burlan de mi a mis espaldas
29 Cuando la gente es especialmente amable, me pregunto que quieren

Las claves de respuesta son: Agresión física, ítems 1 a 9; Agresión verbal, ítems 10 a 14; Ira,
ïtems 15 a 21; Hostilidad, ítems 22 a 29.
ESCALA DE PSICOPATIA PCL-R (20)
(En Hare, 1987)

ITEMS Puntaje 0 Puntaje 1 Puntaje 2


Locuacidad y encanto superficial
Sensación grandiosa de autovalía
Mentiras patológicas
Manipulación
Ausencia de remordimiento y culpa
Escasa profundidad de los afectos
Falta de empatía
No acepta responsabilidad de sus actos
Necesidad de estimulación
Estilo de vida parasitario
Escasos controles comportamentales
Problemas de conducta tempranos
Falta de metas realistas
Impulsividad
Falta de responsabilidad
Delincuencia juvenil
Revocación libertad condicional
Conducta sexual promiscua
Versatilidad criminal
Inestabilidad matrimonial

PUNTAJE TOTAL ___________

0 AUSENTE TOTALMENTE
1 ALGO PRESENTE
2 PRESENTE TOTALMENTE

Punto de corte para la calificación de personalidad psicopática en los estudios de


R.Hare =30.
ESCALA DE APOYO SOCIAL DE VAUX
(adaptada por Becerra y Torres, 2005)

Le pedimos que evalué a continuación en qué medida está usted de acuerdo o en


desacuerdo con las siguientes afirmaciones. Al frente de cada frase están las opciones que
puede elegir
Total En De Total
desacuerdo desacuerdo acuerdo acuerdo
Mis amigos me respetan
Mi familia se preocupa mucho por
mi
Puedo confiar en mis amigos
Soy muy querido por mi familia
Mis amigos cuidan de mi
Mi familia se desinteresa de mi
Tengo una unión fuerte con mis
amigos
Mi familia me valora mucho
Me siento integrado en un grupo de
personas

La escala se puntúa sumando lo que la persona marcó o contestó a cada ítem, dividiendo el
resultado entre el número de ítems. Esto dará un puntaje entre 1 y 4. A mayor puntaje, la persona
percibe mayor apoyo social.
ESCALA DE ESTRESORES COTIDIANOS EN PRISION

En las siguientes frases le vamos a preguntar cuanto esfuerzo le cuesta a usted adaptarse a
algunas situaciones de la prisión. Para cada una de las frases escoja la opción que le
parezca más adecuada.

¿Cuánto esfuerzo le cuesta aguantar?


Nada Un poco Mucho Demasiado
La escasez de espacio
La falta de libertad
La presencia de otras personas a su
alrededor
La distancia de su familia
La dificultad para hacer lo que se quiere
El paso del tiempo sin tener nada que
hacer
La perdida de intimidad
El no poder satisfacer sus necesidades
sexuales
El vivir bajo las normas y las reglas del
centro
El no poder disfrutar de cosas que le
gustan como comidas, actividades, etc.
La perdida de relación con sus amigos

Uso de la escala: se suma lo que la persona marcó en cada ítem, de acuerdo a los códigos
siguientes: nada=1, un poco=2, mucho=3, demasiado=4.. A continuación se divide el resultado entre el
número de ítems (9), obteniendo un puntaje que puede oscilar entre un mínimo teórico de 1 y un
máxmo de 4. Un puntaje elevado en esta escala se ha asociado en muestras de reclusos niveles altos de
sintomatología emocional (puntuación combinada en ansiedad estado, síntomas de PTSD y síntomas
depresivos).
EVALUACION DEL RIESGO DE SUICIDIO EN PRISION
(adaptado por Ruiz, 2004)

¿Le ha ocurrido alguna de las siguientes situaciones, antes de entrar a este centro?
BLOQUE A
¿Ha tenido enfermedades graves? No Si
¿Ha tenido accidentes graves? No Si
¿Ha estado hospitalizado por una enfermedad física? No Si
¿Ha tenido dificultades afectivas? No Si
¿Ha tenido dificultades sexuales? No Si
¿Ha recibido consejos o tratamiento psicológico? No Si
¿Ha estado hospitalizado para recibir tratamiento psiquiátrico? No Si

BLOQUE B
¿Ha tenido pensamientos, deseos o fantasías sobre suicidio o morir? No Si
Durante el último año, ¿ha realizado algún intento de quitarse la vida? No Si
Durante el último año, ¿se ha causado voluntariamente alguna herida No Si
a sí mismo?
GUIA DE ENTREVISTA SOBRE ACTITUDES Y CREENCIAS SOBRE LA
SEXUALIDAD5

(adaptada de Garrido y cols., 1993 por Ruiz, 2006)

Por favor, responda a las siguientes cuestiones

 ¿Que opina de las relaciones sexuales fuera de la pareja?


 ¿Hay alguna diferencia si las practica un hombre o una mujer?
 ¿Qué piensa usted del matrimonio?
 ¿Qué opina de la virginidad antes del matrimonio?
 ¿Qué opina de las prácticas sexuales entre varias personas, o de relaciones
sexuales con animales, etc?
 ¿Qué opina de la prostitución?
 ¿Qué opina sobre la homosexualidad?
 ¿Qué opina sobre la pornografía en internet?
 ¿Qué opina sobre el incesto?
 ¿Cree que es muy importante la influencia de los padres sobre los hijos?
 ¿Cual es la mejor manera de educar a los hijos: con criterios estrictos, laxos, con
diferencias según sexo, etc.?
 ¿Cree que hay que castigar a los hijos cuando se lo merecen?
 ¿Cree que hay que premiarlos cuando hacen las cosas bien hechas?
 ¿Cree que hay que educar de manera diferente a los niños y a las niñas?
 ¿Cual es la mejor manera de educar a los hijos sobre sexualidad?
 ¿Habría mejores maneras según sea hijo o hija?
 ¿Piensa que los niños deberían de recibir educación sexual en la escuela? (o si la
reciben, ¿cree que es algo bueno?
 Los padres, ¿deberían de recibir también ese tipo de educación?

5
Por razones de espacio incluímos aquí sólo una parte de esta guía de entrevista.
SVR-20
Se compone de 20 ítems distribuidos en 3 dimensiones.

a) Ajuste Psicosocial
 Desviación sexual
 Victima de abuso en la infancia
 Psicopatía
 Trastorno mental grave
 Abuso de sustancias
 Ideación homicida/suicida
 Problemas de relaciones
 Problemas en el trabajo
 Historial de ofensas violentas no sexuales
 Historial de ofensas no violentas
 Incumplimiento en el pasado de supervisión
b) Ofensas Sexuales
 Ofensas sexuales de alta densidad
 Múltiples tipos de ofensas sexuales
 Daño físico a la/s víctima/s en ofensas sexuales
 Escalamiento en frecuencia y severidad de ofensas sexuales
 Minimización extrema o negación de los delitos sexuales
 Actitudes a favor o que justifican los delitos sexuales
c) Planes de acción futuros.
 Planes no realistas
 Actitudes negativas hacia la intervención
SARA-20
Se compone de 20 ítems distribuidos en 2 dimensiones.

a) Riesgo de violencia general


 Asalto en el pasado a miembros de la familia
 Asalto en el pasado a extraños o conocidos (cercanos)
 Quebrantamiento en el pasado de libertad condicional o supervisión en la
comunidad
 Problemas recientes de relaciones
 Problemas recientes en el trabajo
 Víctima y/o testigo de violencia familiar en la infancia o adolescencia
 Dependencia o abuso recientes de sustancias psicoactivas
 Ideación o intento recientes de suicidio u homicidio
 Síntomas recientes psicóticos o maniacos
 Desorden de personalidad con ira, impulsividad o inestabilidad de comportamiento
b) Riesgo de violencia hacia el cónyuge
 Asalto físico en el pasado
 Celos sexuales/asalto sexual en el pasado
 Uso en el pasado de armas y/o amenazas de muerte creíbles
 Reciente escalamiento en frecuencia o severidad del asalto
 Violación en el pasado de órdenes o mandatos judiciales de no
contacto con el cónyuge
 Minimización extrema o negación de historia de asalto conyugal
 Actitudes que apoyan o disculpan el asalto conyugal
 Asalto severo y/o sexual (incidente más reciente)
 Uso de armas y/o amenazas creíbles de muerte (en el incidente
más reciente)
 Violación de órdenes o mandatos judiciales de no contacto (en el
incidente más reciente)
FAMILIAS DE INTERNOS E INTERNAS:
UNA REVISION DE LA LITERATURA

Carlos Adolfo Moreno y Luis Felipe Zambrano

Introducción
La institución carcelaria está presente en la sociedad occidental como una forma de vigilancia y
castigo tendiente a la preservación de las normas legales establecidas por los estados. Esta se constituye
en la forma para realizar en el individuo sancionado un tratamiento penitenciario cuyo objetivo es
volverlo "apto" para vivir en sociedad y convertirse en un ciudadano respetuoso de las leyes; esta es la
finalidad principal de la sanción penal de la privación de la libertad (Orrego, 2001). Sin pretender
entrar en las diferentes críticas que se puedan hacer a los objetivos perseguidos por la institución
carcelaria, y a las formas mediante las cuales pretende lograrlos, se puede señalar que autores como
Freixa (2003) discrepan en que las cárceles, como funcionan en la actualidad, cumplan dichos
propósitos.

Un redireccionamiento controlado de la forma como funcionan las cárceles podría contribuir en


el logro de los objetivos que se espera de estas, pero para ello es necesario que quienes tienen la
responsabilidad del sistema judicial y carcelario, al igual que el público en general, reconozcan los
costos individuales, sociales, económicos, que conllevan las políticas que determinan la creación y
funcionamiento de las cárceles, al igual que las intervenciones que en ellas se realiza en las personas
allí recluidas.

De acuerdo a la legislación colombiana (Ley 65 de 1993), toda institución carcelaria o


penitenciaria debe desarrollar programas dependiendo de las necesidades del interno, o mejor,
dependiendo de sus dificultades para lograr ser un ciudadano respetuoso de las leyes, es decir, que la
reinserción social es el fin de los programas penitenciarios (Orrego, 2001). Es importante señalar que
los programas de tratamiento penitenciario en nuestro país se han concebido tradicionalmente para ser
dirigidos solamente al individuo encarcelado y no se ha tenido en cuenta su grupo y contexto familiar;
al respecto, el Departamento Nacional de Planeación (1995) indica que el tratamiento penitenciario de
nuestro país presenta varios problemas importantes debido a muchos factores, uno de los cuales es la
ausencia de programas que fortalezcan los vínculos familiares de los internos/as en las cárceles. Osorio
(2001) menciona que en Colombia, los programas que van dirigidos a las familias de internos se
enfocan en el "asesoramiento" para mitigar el hecho de tener a uno de sus miembros encarcelado, y en
algunos casos esto se reduce a unas visitas domiciliarias sin una clara finalidad; según Orrego (2001),
los programas que van dirigidos a las familias se reducen sobre todo a informar acerca de trámites,
procesos y horarios de visitas, además de que presentan un déficit en cobertura debido a la falta de
personal capacitado, presupuesto y las altas tasas de hacinamiento en los centros carcelarios.

Diversas teorías sobre conducta delictiva apoyan la idea de la influencia de la familia como uno
de los factores de riesgo o protección del individuo delincuente en relación con la comisión de actos
delictivos (Garrido, ; Perles, 2001), y en los estudios sobre delincuencia (véase, por ejemplo, DeHart,
2005) se encuentra constantemente la importancia de las relaciones familiares y las prácticas paternales
en el desarrollo infantil y en la prevención de la delincuencia (Hairston, 2002). López Coira (1987
citado en Ruíz, 2002) indica que es característico de la vida de sujetos encarcelados unos antecedentes
de “hogar roto”, lo cual se refiere no tanto a la ausencia de uno de los padres, sino a que eran hogares
donde no existía un clima de cariño, de protección y seguridad y con presencia de normas claras de
comportamiento.

En el estudio sobre delincuencia menor en Bogotá realizado por la Secretaría de Gobierno de


Bogotá y el Instituto de Estudios Políticos (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia (2003),
porcentajes significativos de la muestra estudiada reportaron antecedentes de violencia intrafamiliar,
condiciones de pobreza, consumo de drogas y miembros del grupo familiar que ejercen actividades
delictivas; una de las conclusiones de dicho estudio indica que "una historia familiar marcada por la
violencia y la falta de expresión afectiva sumada a una situación económica desfavorable, puede
configurar las bases para la emergencia de comportamientos directamente relacionados con la conducta
delictiva del individuo" (IEPRI; Secretaría de Gobierno de Bogotá, 2003. p. 120).

En los Estados Unidos por ejemplo, Hairston (2002) informa, tras una revisión de estudios
sobre familias de prisioneros, sobre dos hallazgos consistentes: los prisioneros varones que mantenían
fuertes lazos familiares durante el encarcelamiento tienen tasas más altas de éxito post-liberación que
aquellos que no los tenían y también, los hombres que asumían las responsabilidades de esposos y del
rol de padres después de la liberación, tienen también tasas más altas de éxito que aquellos que no
asumieron dichas responsabilidades. Un análisis de investigaciones sobre mujeres delincuentes
realizado por Dowden & Andrews (1999 citados en Hairston, 2002) encontró que las variables de
procesos familiares eran los predictores más fuertes de éxito en las mujeres delincuentes.

Los científicos sociales se han apoyado en estos hallazgos para afirmar que los programas que
incluyen a los miembros de la familia en el tratamiento de prisioneros durante el encarcelamiento y
luego de su liberación, pueden producir resultados positivos para los prisioneros, las familias,
instituciones y comunidades (Hairston, 2002). A partir de lo anterior es posible pensar que los
programas para padres en prisión involucren a los padres y/o madres prisioneros/as en el objetivo de
prevenir en sus hijos el crimen intergeneracional y que dichos programas pueden enseñar y ayudar a los
padres a ser mejores padres.

Efectos del encarcelamiento en las familias

El internamiento de una persona en prisión a veces supone que esta persona es quien vive
aisladamente esta experiencia de la pérdida de su libertad, pero la realidad es que estos efectos los sufre
igualmente su familia, para la cual implica la pérdida de su presencia cotidiana, así como el soporte
económico cuando el individuo encarcelado era quien sostenía o contribuía a los gastos del hogar
(Centro de Investigaciones Sociojurídicas [CIJUS], 2000). En un estudio etnográfico de tres años sobre
el efecto del encarcelamiento masculino en la vida familiar en el Distrito de Columbia (Estados
Unidos) realizado por Braman (2003), el hallazgo principal es que el aumento dramático de personas
encarceladas durante las últimas dos décadas ha generado muchos efectos negativos al afectar a las
familias de los internos tanto o incluso más que ellos.

La cárcel afecta por tanto drásticamente la composición familiar e incluso puede generar su
desintegración, como en el caso de madres encarceladas, en donde el núcleo familiar pierde su base
afectiva, quedando los hijos en una crítica situación emocional, y en el caso de hombres encarcelados
que desempeñan el rol de proveedores y/o jefes del hogar, generan en su núcleo familiar una
desestabilización emocional y económica, siendo esta última muchas veces solventada por sus
familiares, que incluso muchas veces deben suplir las necesidades del interno dentro de la cárcel, así
como los costos de los procesos jurídicos y abogados, entre otros. Las familias en esta situación se ven
abocadas muchas veces a vender o empeñar sus bienes o propiedades (Orrego, 2001).

Otro factor que influye en el detrimento de las relaciones familiares es la ubicación del centro
carcelario en donde se encuentra el interno/a, ya que este puede ser distante del domicilio de la familia
debido a los traslados que se efectúan, y cuando la familia es de bajos recursos económicos se ve en la
obligación de ahorrar para realizar la visita, siendo esta una, dos o tres veces en un semestre por lo
general, encontrándose casos en los cuales el interno no recibe visita durante su encarcelamiento
(CIJUS, 2000). En otras ocasiones, algunos familiares del interno/a viajan a donde se encuentra
recluido/a para visitarlo/a frecuentemente, conllevando esto un deterioro mayor de la calidad de vida y
el patrimonio familiar, ya que esto generalmente incluye gastos como el transporte al lugar de
reclusión, comidas, meriendas durante las visitas, y algunas veces alojamiento para toda la noche
(Hairston, 2002), llevando incluso a miembros de la familia a desempeñarse en oficios bajos como la
prostitución o ejerciendo la indigencia.

En el caso de mujeres detenidas, se encuentra que existe una alta probabilidad que ellas sean
internadas en establecimientos alejados de sus lugares de residencia, lejos de su familia, debido a que
en general no existen muchos lugares para internarlas. Ruíz, Gómez, Landazabal, Morales y Sanchez
(2000) indican lo siguiente:

Por otra parte, debido al hecho de que la criminalidad femenina registrada es mucho menor
que la masculina, existen menos establecimientos de reclusión para mujeres, y en bastantes
casos los que existen consisten en secciones o patios de centros para hombres, que se han
habilitado para albergar a mujeres. Esta escasez de plazas para mujeres delincuentes hace más
probable que la mujer sea internada en un establecimiento alejado de su lugar de residencia, y
por tanto de su red social, con lo cual se hace más difícil que reciba visitas de familiares y
amigos. (p. 41)

El rito semanal de la visita constituye igualmente una carga de sacrificio inherente a la privación
de la libertad, como pasar la noche en una fila, no tener con quien dejar los niños, sufrir los insultos y
vejámenes por parte de la guardia y de los demás visitantes (CIJUS, 2000; Orrego, 2001). Además de
los problemas anteriores, Carp & Davis (1989) indican que la ubicación aislada de las instalaciones de
muchas penitenciarias puede disminuir la frecuencia de las visitas.

Por otro lado, los familiares de los reclusos sufren de discriminación social y laboral, por que a
veces se ven en la necesidad de ocultar la suerte del familiar detenido, de negar su existencia, e incluso
a veces, de llegar a cambiar de circulo social, ya que se abandonan la amistades tradicionales, y en su
lugar se tejen lazos de solidaridad y compañerismo entre algunas mujeres visitantes. También los hijos
de los reclusos son víctimas del encarcelamiento de su padre o madre, ya que muchas veces se les
oculta sobre el lugar donde se encuentran y en el caso de saberlo, generalmente se les presiona a
ocultarlo ante sus compañeros, maestros u otros adultos para evitar discriminaciones o señalamientos,
lo cual genera en los menores un conflicto para el cual no están preparados. Algunos padres en prisión
prefieren que sus hijos no los visiten en prisión y/o no quieren tener contacto con ellos. Ellos creen que
el padre o madre que tiene en custodia a los hijos/as no tiene buena disposición para tales visitas o
contactos, o porque ellos mismos creen que no es bueno emocionalmente para sus hijos (CIJUS, 2000;
Hairston, 2002; Orrego, 2001). Un hecho importante es que las madres encarceladas refieren que la
separación de sus hijos es el aspecto más difícil del encarcelamiento (Hairston, 2002). Rasche (2000
citado en Pogrebin & Dodge, 2001) también indica que el aspecto particular más duro de ser
encarcelada puede ser la separación de madre e hijo.

Algunas veces la familia hace ajustes para el cuidado de los niños, proveerles de amor y de sentido
de pertenencia, sin embargo estas condiciones no son ideales. Existe una marcada ausencia física de la
figura paterna o materna en el diario vivir de los hijos.

Por ejemplo, en la revisión de estudios sobre familias de internos en Estados Unidos hecha por
Hairston (2002), se encuentra que los abuelos que asumen el cuidado de los hijos de padres o madres
encarceladas muchas veces son de edad muy avanzada, tienen muchos problemas de salud, se ven en
apuros económicos para cubrir todos los gastos y lo peor, no estaban preparados para asumir las nuevas
responsabilidades como cuidadores. Casi nunca los familiares de los menores que tienen a sus padres
encarcelados están preparados para cubrir las necesidades de orientación especiales que requieren los
niños por el hecho del encarcelamiento.

Los prisioneros y sus familias experimentan un fuerte impacto emocional debido al hecho del
encarcelamiento. Las parejas de los individuos en prisión se ven afectadas además en el aspecto sexual,
y por lo general no son hábiles para afrontar e sentimientos fuertes de soledad y pérdida del otro,
además de sentimientos de impotencia (y en ciertos casos rabia) debidos al sistema de justicia. También
se presenta confusión en la pareja en libertad debido al hecho criminal de su compañero/a detenido/a si
este evento le era desconocido y el individuo encarcelado lo reconoce.

Por otra parte, también hay conflictos generados por la honestidad y la fidelidad de la pareja, que
en mayor parte se presentan en el individuo encarcelado (Hairston, 2002); muchas veces el
encarcelamiento genera el rompimiento de las relaciones de pareja. Aunque se observa que las mujeres
acompañan con mayor constancia el tiempo de duración de condena del compañero afectivo
encarcelado, a comparación de algunos hombres que no visitan y abandonan a sus compañeras
detenidas, esto hace, en cierta medida, que los hogares de las reclusas sean mas frágiles y tiendan a
desintegrarse con mayor frecuencia (Orrego, 2001).

Se ha encontrado también que las dificultades en el ajuste a la separación y la pérdida pueden generar
problemas graves de depresión y otros problemas de salud mental en los internos/as y sus familias
(Hairston, 2002). Esto se confirma, por ejemplo, con lo referido por el CIJUS (2000): "la carencia de
relaciones familiares afecta la autoestima de los internos, lo cual fomenta la depresión y la
drogadicción" (p. 62), por tanto, las familias se convierten en el apoyo afectivo y moral del interno, que
le ayuda a soportar la condena y el tiempo de encierro (Orrego, 2001).

Papel de la infraestructura de la cárcel

Se debe observar que la relación entre la familia y el interno/a está mediada de forma particular
por la infraestructura física del centro carcelario, el funcionamiento administrativo y logístico, además
del tipo de población que recibe la cárcel para su custodia. Por ejemplo, el CIJUS encuentra en la época
de realización de su estudio que en la Penitenciaria La Picota y la Cárcel Modelo (ambas en Bogotá), la
situación es crítica por el hacinamiento y la infraestructura precaria y obsoleta, además del proceso de
requisa degradante y selectivo que se aplica a los visitantes. Esto contrasta con la situación en las casas
fiscales de La Picota, donde los mismos internos afirmaron que allí se respetaba y se realizaba una
requisa digna a los visitantes y no encontraban obstáculos de espacio adecuado para recibir la visita
general o conyugal, además de que la comunicación constante con sus familiares era excelente por el
fácil acceso a medios de comunicación (CIJUS, 2000). Mientras en el primer caso la relación del
interno/a con su familia se obstaculiza, en el segundo caso las condiciones promueven el
mantenimiento del vínculo familiar.

El hacinamiento de internos en las cárceles es una situación que puede llegar a afectar el
mantenimiento de los vínculos con las familias, debido a que esto puede implicar un flujo altísimo de
visitantes, lo que se traduce en que los procesos de ingreso sean muy demorados e incómodos, llegando
a que muchas veces las familias desistan de llevar a las visitas a los hijos pequeños, personas de la
tercera edad, discapacitados o con problemas médicos, o incluso que ningún miembro del grupo
familiar vaya a la visita. Por ejemplo, para la época del estudio del CIJUS, se encontró que la cantidad
de visitantes en un día normal en la Cárcel Modelo de Bogotá podía llegar a ser de hasta diez mil
personas (CIJUS, 2000). En contraste, la Unidad de Salud Mental de esta misma cárcel presentaba casi
una nula afluencia de visitantes; según reportes de funcionarios, nunca ingresaban más de diez
visitantes a esta Unidad. Lo anterior es debido a que por lo general las personas que se encuentran allí
han sido abandonadas por su familia porque constituyen cargas económicas, afectivas y sociales que la
familia no puede asumir, o en algunos casos particulares la familia ha querido deshacerse del "enfermo
mental" a su cargo, y le interpone una denuncia penal para lograr llevarlo a la cárcel (CIJUS).

En la actualidad la situación de hacinamiento sigue presentado niveles altos; según estadísticas


del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), el porcentaje de hacinamiento de la totalidad
de sus centros de reclusión, para el mes de enero de 2006, fue de 33,6 % , con una población carcelaria
que sumaba 66553 internos e internas, siendo la capacidad máxima establecida de 49821 cupos
(INPEC, 2006).

Conclusiones y recomendaciones

Los programas de tratamiento penitenciario en Colombia se han concebido tradicionalmente


para ser dirigidos, casi exclusivamente, al individuo encarcelado y no se ha tenido en cuenta su grupo y
contexto familiar, tal como lo señala el Departamento Nacional de Planeación (1995), que indica que el
tratamiento penitenciario en Colombia presenta varios problemas importantes debido a muchos
factores, uno de los cuales es la ausencia de programas que fortalezcan el vínculo familiar de los
internos/as en las cárceles, tal como lo estipulado en la Ley 65 de 1993, Título XIV, artículo 151.

Los programas que van dirigidos a las familias de internos se enfocan en el "asesoramiento"
para mitigar el hecho de tener a uno de sus miembros encarcelado, y en algunos casos esto se reduce a
unas visitas domiciliarias sin una clara finalidad.

Los funcionarios del sistema penitenciario y judicial deberían implementar algún tipo de
capacitación para sus funcionarios respecto al papel de las familias de internos/as, y programas
adecuados de tratamiento para los internos/as, pero antes deben comprender que las relaciones entre el
individuo detenido y su familia son fundamentales para el bienestar de ambas partes y que de dichas
relaciones depende la continuidad de la familia después de la liberación, además de gran parte del éxito
de los programas de tratamiento. La familia debe dejar de verse como un problema u obstáculo en las
actividades diarias del centro penitenciario.

En algunos países se han creado grupos de apoyo a los internos/as y sus familias, los cuales
brindan información jurídica, sobre la dinámica de la vida en prisión, prestan servicios de atención
psicológica, capacitación, facilitan la comunicación entre instituciones judiciales y cárceles con las
familias, y entre éstas y los internos/as otros, además de promover investigaciones sobre familias de
internos/as, personas en libertad condicional y en periodo reingreso a la comunidad. Por ejemplo, la red
EGPA, creada en 1993 tiene el objetivo de promover el bienestar e intereses de los ciudadanos
europeos que están detenidos fuera de su país de residencia con el fin de facilitar su reintegración en la
sociedad y también trabajan para apoyar a las familias de estos internos/as; la Asociación de Prisiones
de Mujeres (WPA por sus siglas en inglés), con sede en New York, ofrece servicios a mujeres
delincuentes (en prisión, en situación de libertad condicional o libres después de pagar condena) en
EE.UU.

En Colombia hacen falta organizaciones de este tipo, para que sirvan de apoyo tanto a la población
carcelaria como a las familias. Una de las conclusiones a las que llegó el CIJUS (2000) concuerda con
lo anterior:
Es indispensable, igualmente, aminorar los efectos negativos de la reclusión en las familias de
los presos. Ello exige la efectiva creación y funcionamiento de espacios de apoyo a los
familiares de los reclusos. De la misma manera, se pueden crear grupos de apoyo tanto en
aspectos psicológicos, como laborales y económicos, con el respaldo de la sociedad civil -
centros universitarios, fundaciones privadas - y el Estado. (p. 120)

El desconocimiento del sistema de justicia y del sistema penitenciario por parte de la familia es un
factor que entorpece el mantenimiento de la unidad familiar. Las instituciones penitenciarias no
realizan acciones para proveer información a las familias acerca de operaciones en las que se ven
afectados sus familiares en prisión. Estas deben emprender acciones para facilitar la comunicación
familiar y la comprensión de las normas y dinámicas de la institución penitenciaria.

Tanto los profesionales que trabajan en las instituciones penitenciarias como los que trabajan en
servicios sociales deben preguntarse acerca de aspectos relacionados con las visitas a las prisiones por
parte de los menores, tales como el impacto del ambiente opresivo de la cárcel, y la aceptación de la
encarcelación.
CAPITULO 9. EVALUACION DE PROGRAMAS EN EL MEDIO PENITENCIARIO

José Ignacio Ruiz

¿Qué es resocializar?
Muchas legislaciones nacionales penitenciarias señalan que sino la primera, una de las
funciones principales de las penas privativas de libertad es la resocialización de los personas
condenadas. Pero ¿qué es resocializar? (o rehabilitar, reeducar, o como quiera que sea el término que se
emplee?. La respuesta a esta pregunta no es cuestión valadí, ya que puede determinar el enfoque que la
institución y el profesional de la psicología den a su trabajo, ya que si resocializar:

es evitar que las personas vuelvan a ingresar a prisión quizá deberíamos procurar que los internos o
no cometieran más delitos o mejoraran su pericia criminal, para que no sean otra vez capturados.

es lograr que el individuo no realice más delitos nos podríamos conformar con que las personas
interiorice total acríticamente las leyes positivas. No importa si el individuo va a ser feliz en su vida en
libertad o si seguirá teniendo conflictos con pareja o con sus hijos. Lo que importa es que no delinca.

es lograr que interiorice el respeto hacia sí y hacia el otro y sus derechos, desde una sana autoestima
que le haga ver las posibilidades de una vida sin incurrir en el delito con herramientas que le permitan
no reincidir por necesidad de supervivencia.

Otra pregunta con importantes implicaciones para el trabajo del psicólogo penitenciario es
¿quién es el cliente del psicólogo penitenciario? Es la institución?, es la sociedad?, es el interno?. Esta
pregunta es relevante dado que normalmente el o la psicóloga/o penitenciario tiene el rango de
funcionario del Estado, quien, por medio de la legislación pertinente, regula sus funciones, atribuciones
y límites del ejercicio de su cargo. Por otro lado es común ver en las prisiones la aplicación de
programas que no tienen un sustento teórico sólido, que no contemplan estrategias adecuadas de
evaluación, y/o que carecen de objetivos y metas claros y realistas, todo lo cual puede cuestionar la
obligación dentológica del psicólogo de llevar a cabo las acciones necesarias –y contrastadas con la
evaluación y los resultados obtenidos en otros lugares y momentos- para obtener los resultados más
beneficiosos para la personalidad del individuo preso y de su proyecto de vida.

Bajo estas consideraciones se exponen a continuación las características básicas de la


evaluación de programas penitenciarios y de los programas y técnicas propuestas para el abordaje de
conductas específicas con relevancia penal.

La evaluación de programas: nociones de partida


En esta sección se esbozan algunos parámetros básicos de la evaluación de programas,
parámetros que permitan contextualizar las siguientes secciones. Por lo tanto no se realiza aquí una
revisión exhaustiva de todo lo que es evaluación –lo cual implicaría la elaboración de todo un manual
dedicado a esta cuestión-, sino que se dibuja el esqueleto básico de la misma, remitiendo al lector
interesado en profundizar en este tema a cualquiera de los buenos manuales de evaluación que pueden
encontrase en el mercado bibliográfico.

En primer lugar: ¿qué es evaluar?. En una primera aproximación, evaluar sería asignar un valor,
o mejor dicho, un juicio de valor sobre “algo” –objeto, situación, proceso- (Aguilar y Ander-Egg.
1992). Para éstos autores, la evaluación de programas es una forma de investigación social sistemática,
planificada y dirigida, encaminada a identificar, obtener y proporcionar de manera válida y fiable datos
e información suficiente y relevante en que apoyar un juicio acerca del mérito y valor de los diferentes
componentes del programa. Para Alvira (1991), la metodología de la evaluación queda delimitada por
a) una terminología propia, b) un conjunto de herramientas conceptuales y analíticas específicas y c)
unos procesos, fases y procedimientos también específicos. Lo específico de la tecnología de la
evaluación de programas es la mezcla de sus componentes, y no tanto sus partes constitutivas –por
ejemplo, los instrumentos de medición, y las técnicas de análisis de datos son comunes a otras áreas de
las ciencias sociales.
La evaluación de programas es para Aguilar y Ander-Egg (1992) algo distinto de medición,
estimación, seguimiento, control o programación. Para estos autores, la medición consiste en
determinar la cuantificación y/o extensión de alguna cosa. Medir conlleva obtener una información, y
evaluación sería producir un juicio de valor sobre esa información. Por otra parte, evaluar es parecido
pero también algo distinto de estimar. Estimación hace referencia a la emisión de un juicio basado en
criterios difusos y subjetivos, mientras la evaluación implica un proceso sistemático, realizado con
conocimientos y rigor científico. Por su parte, el seguimiento hace referencia a la recopilación y
tratamiento de una información, de forma continua. El seguimiento se relaciona con el logro de
objetivos a lo largo del tiempo, pero puede darse sin una evaluación. Esta sería un juicio o valoración
acerca del nivel de logro alcanzado. De la misma forma, puede realizarse una evaluación sin necesidad
de realizar un seguimiento, por ejemplo, en la evaluación de necesidades o cuando el programa o
intervención arroja índices claros de que no está funcionando. En cuanto al control, éste se centra en la
constatación de lo que pasa, mientras la evaluación se centra en porqué pasa lo que pasa. Por fin, si
programación consiste en introducir organización y racionalidad en la acción para el logro de
determinadas metas, evaluación es una forma de verificar y enjuiciar esa racionalidad, midiendo el
cumplimiento de objetivos y metas previamente establecidos y la capacidad de alcanzarlos.

De acuerdo a Alvira (1991), desde los años 40/50 en EE.UU se han desarrollado varios modelos
de evaluación. La figura 1 recoge distintos modelos de evaluación con los postulados epistemológicos
que subyacen a cada uno de ellos.

POSTURAS EPISTEMOLOGICAS
Modelos de Base Base disciplinar Objetivos Recursos Utilización
evaluación de epistemológica investigación metodológicos enfoque
programas
Naturalista Filosófica Sociología, Descripción Observación,
Cualitativa Fenomenológica Antropología general desde descripción,
Fenomenológica los participantes etnografía,
estudio de casos,
triangulación
Experimental Psicología Búsqueda e Método
Cualitativo experimental identificación de experimental,
Racional Psicopedagogía relaciones diseño
experimental causales entre experimental,
variables técnicas de
aleatorización,
análisis de
estadísticas
Ecléctico Aumentar la Diseños cuasi- Enfoque
evidencia a experimentales experimental
través de la hasta estudios de con
búsqueda de casos descriptivos elementos
relaciones y observación del enfoque
causales, participante descriptivo
estudio de naturalístico
procesos, y
datos de
contexto
Análisis del Procedente de Enjuiciar el valor
costo-beneficio tendencias del programa en
economicistas términos del
costo beneficio
del mismo
Figura 1. Modelos de evaluación de programas y posturas epistemológicas.

Por otra parte, se puede identificar varios tipos de evaluación de programas sociales, como la
evaluación ex – ante, la evaluación ex – post, la evaluación de seguimiento, la terminal, del proceso,
del impacto, de los efectos, formativa, sumativa, descriptiva, explicativa, o cualitativa, por citar
algunos.
Evaluación ex –ante :análisis que se efectúa de un programa, con la finalidad de evaluar la
factibilidad de su puesta en práctica. En ella se examina la claridad y coherencia de sus objetivos, la
determinación de la población objeto o blanco del programa, la relación de la estrategia y de las
actividades con los objetivos, los recursos que serán asignados, los resultados esperados.
Evaluación ex –post: se realiza cuando el programa ha terminado. Su propósito es determinar
con precisión los resultados logrados y los factores dentro y fuera del programa que facilitaron o
dificultaron la obtención de esos resultados.
Evaluación de seguimiento: se dirige al análisis del funcionamiento del programa durante su
desarrollo. También se le da el nombre de monitoreo, es netamente una evaluación para la toma de
decisiones.
Evaluación terminal: las evaluaciones que se hacen durante el desarrollo del programa tienden a
ser descriptivas y pragmáticas, las evaluaciones finales son de mayor exigencia metodológica. Ellas
buscan determinar relaciones entre variables propias del programa, del contexto, y explicaciones que
den cuenta tanto de los éxitos como de los fracasos que es hayan podido producir.
Evaluación de proceso: toma como focos de evaluación las actividades más importantes que se
han desarrollado dentro del programa, su funcionamiento, actitudes población, relaciones de los
participantes entre sí y con el personal del programa.
Evaluación de efectos: trata de establecer el logro de los objetivos del programa, se denomina
también evaluación de resultados.
Evaluación de impacto: determinación de las consecuencias que puede producir un programa en
dicha población.
Evaluación Formativa: sinónimo de evaluación intermedia, es el estudio que se realiza durante
el proceso de elaboración del programa, tiene como objetivo proporcionar información de
retroalimentación que permita mejorar el programa implementado.
Evaluación Sumativa o final: es el estudio que se hace de los elementos instruccionales del
programa.
Evaluación descriptiva: describe los procesos que ocurren en el programa
Evaluación Explicativa: busca causas o factores que se asocian con el éxito o el fracaso del
programa.
Evaluación Cualitativa: su objetivo suele ser buscar los significados que los participantes le dan
a su conducta y al contexto en el cual participan

Atendiendo a las etapas de desarrollo de un programa social y siguiendo a Alvira (1991), se


puede hablar de evaluación de necesidades, evaluación de la conceptualización y lógica del programa o
intervención, evaluación de la evaluabilidad, evaluación de la implementación, evaluación de la
cobertura, evaluación del proceso, evaluación de resultados, evaluación de la eficiencia y evaluación
del impacto. La evaluación de necesidades tiene como objetivo analizar el volumen y características
esenciales del problema que quiere solucionar. El concepto de necesidad se define como la
diferencia/desfase entre lo que es y lo que debería ser. El deber, a su vez, puede interpretarse de
distintas maneras: el deber ser de la normativa legal, de la frecuencia, de expectativas, de deseos, etc.
Para identificar necesidades se puede recurrir a al menos una de las siguientes fuentes de información:
a) estadísticas, datos de archivos, etc., b) encuesta a la población general, a la población objeto de la
intervención, o a expertos, c) técnicas de grupo, como grupos nominales, el método Delphi y el foro
comunitario.
La evaluación del diseño o conceptualización del programa hace referencia a si existe o no un
modelo de intervención lo suficientemente contrastado que permita esperar los resultados que se
quieren lograr con el programa. Este modelo de intervención incluiría por un lado el soporte teórico
que sustenta el programa, datos de resultados de ese programa (o de experiencias en que se basó) en
aplicaciones anteriores, y la presencia de los recursos necesarios y adecuados para ejecutar todas las
partes del programa, como locales adecuados, mobiliario, materiales, etc.
La evaluación de la evaluabilidad está conectada de alguna forma con la anterior. Muchos
programas pueden no ser evaluables porque tienen objetivos poco claros, inespecíficos, confusos, etc.,
problemas de implementación, falta de coherencia de las actividades, etc. La evaluación de la
evaluabilidad consiste en evaluar la posibilidad de evaluación de un programa: la adecuación de los
indicadores de evaluación, de los objetivos, recursos, etc. Se puede realizar mediante el análisis
documental (de los documentos del programa), con entrevistas personales con los diseñadores y por
medio del análisis de la realidad del programa, es decir, del programa en la realidad.

La evaluación de la implementación se refiere al análisis de la puesta en práctica del programa,


de si se ha puesto en funcionamiento de forma correcta o no. Esta evaluación se realiza mediante tres
pasos: 1) descripción resumida del programa de acuerdo a la normativa legal existente y a los
documentos que haya sobre el programa, 2) recogida de datos acerca del funcionamiento real del
programa, y 3) contrastar el funcionamiento ideal o previsto del programa, obtenido en el análisis
documental, con el funcionamiento real del programa, es decir, con la información obtenida de la
realidad. En este contraste hay que tener en cuenta a) cuáles son las partes o actividades esenciales del
programa, y cuales son accesorias, y en cuáles hay discrepancia entre lo previsto y el funcionamiento
real, y b) fijar una muestra de momentos, unidades de análisis y lugares para recoger la información
sobre las actividades, para que esta información tenga validez externa.

La evaluación de la cobertura se refiere en analizar hasta que punto las actividades del
programa llegan a la población objeto del mismo. Ello implica analizar: la tasa de cobertura, los sesgos
de cobertura –que el programa no llega a ciertos sectores, o que llega más a otros-, y el análisis de las
barreras u obstáculos que condicionan la accesibilidad al programa.

La evaluación del proceso o de la monitorización y seguimiento del programa consiste en la


recogida y análisis contínuos de toda la información necesaria que permita la gestión y dirección
adecuada del programa. Para realizarla, es necesario, según Alvira (1991): 1) establecer el tipo de
información a recoger y los indicadores mediante los que se recogerán, 2) elaborar un sistema de
información –normalmente informatizado- que recoja con periodicidad estos indicadores, y 3) el
análisis periódico de esta información centrada en aspectos específicos: evaluación del personal, la
calidad del programa, mantenimiento de la cobertura, etc.
La evaluación de resultados trata de analizar, por su parte, el grado en que el programa alcanza
los resultados deseados. Puede incluir también el análisis de efectos o resultados no deseados o
buscados inicialmente. La evaluación de resultados debe arrojar información sobre, al menos, los
siguientes aspectos: a) si se están logrando los resultados esperados, b) en qué grado esos resultados
son atribuibles a cuáles actividades del programa, c) si se han producido efectos secundarios no
deseados ocasionados por el programa, y d) detección de otros efectos positivos del programa no
buscados inicialmente.
La evaluación del impacto está interconectada con la anterior y se refiere a la detección de
efectos, deseados y no deseados, no en la población objeto directo de la intervención sino en el
contexto comunitario a la que ella pertenece.
Poniendo en relación a las posibles evaluaciones con cada una de las etapas de un programa de
intervención, Alvira (1991) obtiene el esquema que se reproduce en la figura 2.

Planificación/Intervención Evaluación

Identificación necesidades Evaluación de necesidades


o problemas

Programación, diseño de Evaluación de la


la intervención conceptualización y lógica
del programa o intervención

Puesta en marcha de la
1.Evaluación de la implentación
intervención
2.Evaluación de la cobertura
3.Evaluación del proceso
4.Evaluación de resultados
Etc.
Figura 2. Etapas de una intervención y tipos de evaluación (Alvira, 1991).

La evaluación de los programas de tratamiento penitenciario

Una revisión de la literatura sobre tratamiento de delincuentes permite apreciar la amplia


variedad de programas y acciones de intervención psicológica que se han desarrollado para tratar
alguna de las modalidades de la conducta criminal. Prácticamente todos los trabajos empíricos en esta
área incluyen alguna forma de evaluación de los resultados encontrados, aunque a veces esta
evaluación consista en las conclusiones que los autores suelen realizar acerca de la eficacia del
programa implementado y sobre posibles mejoras del mismo.
El objetivo directo o indirecto de tales intervenciones suele ser reducir la reincidencia, es decir,
disminuir la conducta problema que ha causado el problema legal (por ejemplo, maltrato, abuso sexual,
etc.), o aumentar los recursos del sujeto en habilidades cuyo déficit suele considerarse como un factor
causal del delito (por ejemplo, deficiencia en habilidades sociales, en resolución de problemas,
ausencia de empatía, etc.). A la hora de establecer la eficacia de una intervención psicológica o
interdisciplinar, o de diseñar tal intervención, puede ser útil –y hasta necesario- conocer algunos
aspectos tanto de las herramientas esenciales de la evaluación de programas sociales, como de los
resultados encontrados por los investigadores sobre la eficacia de los programas penitenciarios y de las
variables más relevantes que afectan al diseño, implementación y evaluación de intervenciones
penitenciarias. Aunque, como se ha indicado anteriormente, el objetivo de este trabajo es revisar no
sólo las intervenciones que se han realizado en el marco penitenciario, el conocimiento de la
problemática de la evaluación penitenciaria puede ser útil para la actuación en otros ámbitos –
judiciales, sociales, etc-, que conlleven acciones de tratamiento.

Siguiendo a Redondo y Garrido (1991), la perspectiva del tratamiento penitenciario ocasionó en


sus comienzos, hacia mitad de los años 60, una gran ilusión y optimismo entre los profesionales del
tratamiento en general y en los psicólogos en particular. El tener a los sujetos susceptibles de
intervención, acogidos en un espacio común, que permitía el control de variables extrañas, junto a la
disposición de técnicas psicológicas en principio sólidas y apoyadas en robustos cimientos teóricos
hacía concebir a los psicólogos de entonces la prisión como un espacio óptimo para dicho tratamiento.
Sin embargo, años después, ese optimismo se tornó en desánimo y fatalismo, vistos los aparentes nulos
resultados en disminución de la reincidencia que se derivaban de los diversos programas de
intervención.
Una de las respuestas de los investigadores a esta situación fue analizar la “calidad” de los
programas de resocialización, entendiendo por calidad el evaluar su rigor metodológico, teórico y
operativo. De esta manera, se podría llegar a discriminar entre programas, es decir, quizá hubiera
programas, intervenciones que si funcionaran, y/o, al menos se podrían extraer conclusiones acerca de
qué y cómo mejorar de estas intervenciones. En 1991 Redondo y Garrido indicaron que las revisiones
más amplias de programas de tratamiento hasta entonces fueron las de Walter en el 76, de Lipton,
Martinson y Wilks y colaboradores en el 75, o la de Klein en el 79.
Carbonell y Garrido en 1990 realizan un análisis de las revisiones de programas de tratamiento
realizadas por diversos investigadores desde los años 60. En la figuras 3 y 4 se ofrece un resumen de
los resultados encontrados en este estudio meta-analítico. Para estos autores los esfuerzos dirigidos a la
rehabilitación de los delincuentes han sido objeto de debates desde mediados de la década de los 70’s.
La revisión incluyó trabajos sobresalientes en la evaluación aplicada a los delincuentes, siguiendo un
orden cronológico. Acerca de las intervenciones correccionales se concluye de manera generalizada
que el tratamiento era inefectivo y podría, en ocasiones, de hecho ser perjudicial. También se encontró
que si hay tratamientos que funcionan, lo que ocurre es que tienen que darse una serie de requisitos de
fundamentación teórica, de metodología, así como de líneas de acción.

INVESTIGACION: BAYLEY (1966)


PROCEDIMIENTO Cubrió la literatura publicada en el periodo 1940-1960, abordando finalmente 22
estudios “ con alguna forma de diseño con grupo control”
HALLAZGOS  Ausencia de rigor metodológico
 Ausencia de datos apoyando la efectividad del tratamiento
INVESTIGACION: LOGAN (1972)
PROCEDIMIENTO Analizó el rigor metodológico de 100 estudios describiendo programas de tratamiento
en delincuentes, la mayoría implicaba psicoterapia (37). Estableció unos criterios como
necesarios para que un estudio tenga validez científica :
a. Descripción de la técnica de tratamiento
b. La técnica debe ser generalizable
c. Debe existir grupo control y grupo experimental
d. Evidencia de que el grupo experimental efectivamente recibe tratamiento
e. Medida Pre y pos
f. Criterios definidos de éxito y fracaso
Seguimiento para determinar efectividad
HALLAZGOS  Ningún estudio cumplió con los requisitos
 Solo 42 estudios tuvo grupo control
 Solo 9 definieron técnica empleada
 3 programas tuvieron grupo control y descripción técnica
 Sólo 1 definió criterio de éxito
 Ninguno tuvo seguimiento
INVESTIGACION: CLARKE & SINCLAIR (1974)
PROCEDIMIENTO Revisaron evidencia sobre efectividad de los programas en delincuentes
HALLAZGOS Ausencia de una metodología la cual interfiere en la posible efectividad del programa
INVESTIGACION: LIPTON, MARTINSO Y WILKS (1974)
PROCEDIMIENTO Incluyeron en su investigación informes comprendidos en el periodo 1945-1967.
Seleccionaron 231 estudios : Ubicados en dos grupos : 1) con errores metodologicos
mínimos y 2) con errores que hacían tomar con reserva los resultados. Las estrategias
evaluadas : Prisión, consejeria, desarrollo de habilidades, psicoterapia individual y
grupal, métodos médicos, actividades de tiempo libre. Los resultados fueron valorados
de acuerdo con estos criterios : reincidencia, ajuste institucional, logro educativo,
ajuste vocacional y cambio actitudinal.
HALLAZGOS La conclusión : “ No se encontró ningún tratamiento que afecte fácilmente la tasa de
reincidencia”.
INVESTIGACION: GOTTEFRED SON-GLASER
PROCEDIMIENTO Revisó trabajos de Bailey- Logan y Lipton
HALLAZGOS  Los estudios no cubrieron variables criminologicas tan importantes como :
a. Una prueba objetiva de que los delincuentes realmente aprendieran algo del
tratamiento en vez de estar simplemente expuestos a él.
b. El escenario social del programa
Figura 3. Revisión de programas de tratamiento

INVESTIGACION: JULIAN & KILMAN (1979)


PROCEDIMIENTO Revisaron 32 estudios realizados con delincuentes con edades :11 y 21años (consta
de tres partes)
1. Evaluación metodologica ( tiempo, sujetos, terapeutas, tratamiento, y resultados)
2. Análisis de resultado : ( medidas de personalidad, actitudes, conductuales,
reincidencia y puntuaciones de logro académico e inteligencia)
3. Revisión de los resultados obtenidos
HALLAZGOS  Respecto a la evaluación metodológica :
a) Algunos estudios no informan de la duración del tratamiento, b) El estado
motivacional del delincuente fue descrito inadecuadamente, c) Solo 14 estudios
mencionaron sexo del terapeuta y 2 edad, ninguno informa experiencia
 Respecto a los resultados :
a) Los instrumentos no estaban descritos, b) No informaban validez ni fiabilidad, c)
Problemas en la medición de la reincidencia, d) Se empleó la salida de la institución
como criterio de éxito, e) Las medidas conductuales estaban pobremente
operacionalizadas, f) En 2/3 partes de los trabajos no existía línea de base.
 Respecto a los comentarios de los resultados :
a) En el criterio de personalidad y actitudes los grupos de modelamiento con refuerzo
eran superiores a los de psicoterapia., b) En el criterio de inteligencia y logro no se
pudo concluir nada, ya que fueron pocos los estudios que emplearon tales variables.
INVESTIGACION: GENDRAU & ROSS
PROCEDIMIENTO Examinaron la literatura publicada entre finales de 1973 y principios de 1978.
Establecieron unos criterios para tener en cuenta un trabajo :
a. Mínimo se incluyera un diseño cuasiexperimental
Se informaron los resultados con análisis estadísticos. De acuerdo a lo anterior
reunieron 95 estudios clasificados así : Intervención en familias, Manejo de
contingencias, Consejo, Diversión, Tratamiento bio-médico, Problemas relacionados –
consumo de SPA
HALLAZGOS  Hay que emplear una pluralidad de estrategias de intervención
 Hay que medir los resultados en función de varios criterios
 Hay que tener presente que las diferencias individuales e los delincuentes, el tipo
de tratamiento y los escenarios donde éste se aplica, están en interacción.
Las agencias involucradas en la prestación de servicios a delincuentes han de operar
de manera coordinada.
INVESTIGACION: GARRET
PROCEDIMIENTO Los estudios incluidos en el análisis tenían que cumplir los siguientes criterios :
 Tenia que haber sido completado entre 1960 y 1983
 Debía haberse llevado a cabo en régimen residencia, en una institución o en la
comunidad
 Los sujetos tenían que ser delincuentes juveniles, con una edad no superior a 21
años
 El diseño de investigación debía incluir algún tipo de procedimiento de control.
El análisis de los resultados fue diseñado para clarificar las relaciones entre tipo de
tratamiento y eficacia del mismo. Las comparaciones entre variables se hicieron con
la estimación del efecto de cambio.
HALLAZGOS  De 126 trabajos que cumplían con los requisitos exigidos por su investigación. De
estos, 84 incluyeron la comparación de un grupo recibiendo un tratamiento
diferente al proporcionado de modo regular por la institución y un grupo sometido a
tal tratamiento regular.
 Otros resultados fueron:
a) 27 emplearon un diseño pre- y postest, sin grupo de comparación, b) 15 estudios
compararon la eficacia de dos tratamientos diferentes, c) El 52% de los estudios
emplearon diseños experimentales rigurosos (procedimientos de aleatorización,
emparejamiento, asignación mediante pretest), d) 48% utilizó procedimientos poco
rigurosos, e) Las estrategias de intervención más utilizada fueron: manejo de
contingencias (21.5%), técnica de grupos (16.5%), y cognitivo-conductuales (14%).
 Se encontró que :
a) Las intervenciones cognitivo-conductuales parecían ser las mas eficaces, b) Una de
las mayores criticas hechas a los programas de manejo de contingencias, ha sido que
éstos no son eficaces en el ambiente post-institucional, c) Los hallazgos referentes a
los tratamientos individuales y grupales no mostraron efectos positivos de relevancia,
d) El cambio más evidente se produjo en rendimiento académico.
Figura 4. Revisión de programas de tratamiento (continuación).

Continuando con la revisión de programas penitenciarios y de tratamiento, Redondo y


colaboradores (1999) realizaron un estudio reciente de revisión meta-analítica de 32 programas de
tratamiento realizados en Europa occidental y que incluían un seguimiento de la reincidencia durante al
menos dos años. El meta-análisis es una técnica estadística que permite resumir los resultados
obtenidos por diferentes estudios primarios (estudios empíricos sobre la propia realidad), el
investigador meta-análitico no trabaja directamente con muestras de individuos, sino que su muestra de
evaluación la constituyen investigaciones realizadas con anterioridad. Para la obtención de los
resultados de estos programas recurrieron a la búsqueda manual sobre 55 revistas especializadas,
solicitaron estudios sobre programas de delincuentes a 118 investigadores especializados. La búsqueda
de la literatura cubrió el periodo 1980 a 1991. Los programas que fueron incluidos en el meta-análisis
tenían que cumplir los siguientes criterios: 1) haberse aplicado a sujetos bajo control de la justicia
criminal, b) haber utilizado alguna estrategia de tratamiento durante algún intervalo de tiempo, c)
presentar un mínimo diseño metodológico, que permitiera establecer comparaciones a partir de las
medida pre y post, y d) incluir algún indicador de reincidencia. 29 investigaciones, correspondientes a
32 programas.

Las variables que se tomaron de cada estudio fueron las siguientes. En cuanto a los individuos
participantes en el programa, la edad, el tipo de delito y el género. Con relación al contexto, el lugar
(país-región), y el régimen del establecimiento en el que se aplicó el programa. En cuanto a la
metodología empleada se consideró el tipo de diseño, la asignación de los individuos (aleatoria o no,
voluntarios, etc.), el tamaño muestral, los criterios de selección y la calidad del diseño. Este se
puntuaba en una escala de 0 a 7, que tenía en cuenta aspectos como: el tamaño de la muestra, la
asignación aleatoria, existencia de medidas pre y post, uso de variables dependientes normalizadas,
presencia de grupo control, e inclusión de algún periodo de seguimiento. Como variables extrínsecas se
tuvo en cuenta el año de la investigación, la fuente de publicación. Las técnicas estadísticas que se
emplearon fueron: El coeficiente “d”, de la diferencia media tipificada, el coeficiente “d” para la
diferencia entre las medias de los grupos experimental y control, y la medida común de resultados, es
decir, la diferencia entre las medias post y pre-tratamiento partido por la desviación típica.
Como resultados se encontró que había una gran heterogeneidad en los programas aplicados
con respecto al modelo teórico, la duración media de estos programas era de seis meses, la intensidad
era de 32 horas por semana y sujeto y la magnitud media de duración era de 820 horas por sujeto. En
cuanto a los sujetos participantes, la edad promedio era de 25.5 años, los delitos más frecuentes eran
contra la propiedad, mixtos, y los relacionados con el abuso del alcohol y/o de sustancias psicoactivas y
el 71,4% de los sujetos eran varones. Gran Bretaña era el país más frecuente en los estudios
reportados, el 37% de éstos se aplicaron en instituciones de régimen cerrado, y el 34.5% en régimen
abierto. En cuanto a los diseños empleados, 22 programas comprendían un diseño inergrupal, y 10 de
tipo intragrupal. La calidad media fue de 3, y el promedio de seguimiento fue de 24 meses.
En cuanto al indicador criterio principal, la reincidencia, ésta se definió como cualquier medida
relacionada con la comisión de nuevos delitos: revocación de la libertad condicional, o de la libertad
bajo palabra, sentencias graves o nuevos ingresos en prisión.
Como resultados relativos a la eficacia de los tratamientos, se encontró que la mayoría de los
programas (75%) mostró una reincidencia menor en los grupos de tratamiento que en los grupos
experimentales, y el efecto fue mayor en los programas con componentes cognitivo-conductuales, un
estudio tuvo un efecto nulo, y siete programas obtuvieron resultados desfavorables, es decir, los grupos
tratados tuvieron peores resultados que los grupos no tratados, y los programas de tipo educativo fueron
los que obtuvieron menos efecto reductor de la reincidencia. Por otro lado, los resultados fueron
mejores en los delincuentes más jóvenes, y en los casos de delitos contra las personas –y, en cambio,
menos eficaces en los casos de delitos sexuales-. Además, fueron más eficaces los programas
realizados en España y Alemania, y menos los llevados a cabo en Gran Bretaña. En general, las
conclusiones extraídas por los autores de este trabajo fueron las siguientes. Respecto a los coeficientes
de correlación, los 32 programas revisados presentaron un efecto medio que equivale a : r+=0.12=12%,
es decir que los sujetos tratados reincidieron un 12% menos que los no tratados. Las tasas de
reincidencia aparecían vinculadas a los siguientes factores: a) Los programas más efectivos son los que
se fundamentan en los modelos teóricos conductual y cogntivo – conductual, b) En un primer análisis :
los delincuentes jóvenes son más susceptibles de rehabilitarse mediante técnicas mas efectivas, pero en
un segundo análisis se controló la influencia del tipo de tratamiento se obtuvo una mayor efectividad en
adultos delincuentes.
Se encontró una mayor efectividad de los programas aplicados a delincuentes contra las
personas, operando un principio denominado Principio de Riesgo: el tratamiento más efectivo es con
delincuentes en alto riesgo, debido a que estas intervenciones tienen mayor intensidad y mayor calidad.
Respecto al contexto de las intervenciones la mayor efectividad se produce en instituciones de jóvenes.
Este resultado contradice la idea de que “nada da resultado”. Por otra parte, los autores señalan que el
proceso meta-analitico descontextualiza la situación en la cual se desarrolla el tratamiento, por lo que
hay que considerar aquellos aspectos del ambiente especifico que pueden influir en los resultados
encontrados.
Se puede apreciar que, en general los resultados encontrados en este meta-análisis coinciden
con los reportados por las investigaciones primarias y con las opiniones de los especialistas. Por
ejemplo, Urra (1991) indica la dificultad de obtener logros en el tratamiento de los delincuentes
sexuales, y otros han indicado la necesidad de intervenir de forma temprana en delincuentes juveniles
para tener más garantías de logro de cambio. En segundo lugar, los programas de orientación
cognitiva-conductual pueden ser especialmente eficaces, aunque en el caso de los psicópatas se ha
señalado que este tipo de programas puede aumentar su tasa de reincidencia, debido a que por medio de
ellos los sujetos psicópatas aprenderían nuevas habilidades de manipulación de los demás, y los
cambios que mostrarían en la situación terapeútica serían sólo aparentes, conformes a su característica
de encanto superficial y manipulación del otro (Hare, 1999). Por otra parte, los resultados relativos a
los programas educativos parecen indicar que las intervenciones que tengan un carácter exclusivamente
informativo no tendrán apenas influencia en la reducción de la reincidencia. Además, hay que señalar
que los resultados de los diferentes programas pueden estar mediados por variables intervinientes
importantes. Por ejemplo, en ocasiones se escoge para recibir un tratamiento específico a sujetos con
unas características determinadas, por razón de que el programa se dirige a tratar una conducta
específica que sólo presentan esos sujetos, o debido a que el programa no se puede aplicar a toda la
población de sujetos por cuestiones de recursos, o por que se busca que los participantes en la actividad
tengan una mínima motivación o, al menos, no presenten problemáticas que interfieran en su
participación exitosa en aquella, como conducta violenta, alta reincidencia, falta de empatía, etc.
Estos resultados pueden servir de guía para el diseño de programas de intervención
penitenciaria. A ellos se puede añadir las observaciones de Anguera y Redondo (1991) acerca de las
características de la evaluación de la intervención en prisiones. Para estos autores, la evaluación de un
programa correccional debe estar claramente definida y razonada, de forma que contemple a) cómo van
a ser tratados los internos, b) qué efectos inmediatos va a producir el tratamiento, y c) cómo se piensa
que los efectos inmediatos van a influenciar la futura delincuencia de los sujetos tratados. Las
decisiones que se toman en una organización de programas y su implementación requieren evaluación,
con una previa recogida de información sistemática. Ello permite introducir mejoras después de la
intervención y aumentar la motivación, educación y socialización del interno.

Características de los programas de tratamiento eficaces


La evidencia proporcionada por los estudios meta-analíticos y los resultados encontrados en las
investigaciones primarias de tratamiento de conductas específicas, como adicción a SPA, delitos
sexuales y violencia permite extraer algunas conclusiones acerca de la eficacia de los diferentes
modelos terapeúticos.
Siguiendo, pues, a Redondo y colaboradores, (1999), los programas que tienen un efecto sobre
la reducción de la reincidencia del delito, son aquellos que:
a) Contienen componentes cognitivo-conductuales, al incidir en la modificación de actitudes, valores
y creencias.
b) Actúan sobre las habilidades sociales, de razonamiento, y en el desarrollo de la empatía (puesta en
el lugar del otro).

Efectos de los enfoques grupales


Además, cuando la intervención se realiza en forma grupal, se puede potenciar los efectos
curativos del grupo (McDevitt y Sanislow, 1987). En primer lugar, para que el grupo actúe como
factor de cambio de conducta de sus miembros es necesario lograr la cohesión del grupo y el acuerdo
respecto a los objetivos de la intervención. Los factores de cohesión en el grupos de ofensores son a
menudo los antecedentes vitales (procedencia de un estrato social determinado, similares experiencias
escolares y de socialización con los pares, estilos de vida parecidos, etc.) y la situación actual que los
reúne (encierro, situación de terapia, derivación al tratamiento por la misma instancia judicial, con el
consiguiente efecto común de etiquetamiento, etc.).
En segundo lugar, el manejo del grupo desde un estilo de liderazgo democrático permite que
todos los miembros del grupo tengan oportunidad de participar activamente. Ello potencia la
dimensión psicosocial del grupo, al proporcionar apoyo emocional, facilitando la descarga emocional
y la ventilación, y como fuente de apoyo informativo, al compatir consejos y experiencias de manejo de
las situaciones-problema que afectan a cada uno de los miembros.
En tercer lugar, el grupo tiene una dimensión cognitivo-existencialista. Cada miembro, al
escuchar las dificultades de los demás desarrolla la percepción de que “no está sólo en el mundo” , que
constituye una creencia habitual que las personas que acuden a terapia tienen sobre su problema de
conducta. (McDevitt y Sanislaw, 1987). Además, el grupo se constituye en fuente de moldeamiento, ya
que el progreso de uno de los miembros sirve de ejemplo a los demás para iniciar el proceso de cambio
(Dimensión de aprendizaje).

Una estrategia de evaluación de necesidades


La evaluación de necesidades es una estrategia que puede marcar líneas de intervención a nivel
grupal y organizacional que pueden lograr la participación motivada de internos y/o empleados en las
distintas acciones que se proyecten, incidiendo en unos mejores niveles de clima social en el
establecimiento, lo cual, a su vez puede reducir el riesgo de motines y otros incidentes de violencia. En
algunas experiencias de evaluación de necesidades de internos que hemos asesorado, el procedimiento
seguido ha sido muy sencillo:
1) Se diseña una sencilla encuesta con preguntas abiertas sobre que necesidades tiene el interno (o
pregunta cerradas a partir de listas de temas o de problemas- a nivel personal y/o que necesidades
de intervención percibe en su pabellón o patio.
2) Si se quiere tener una muestra representativa del total de internos, se ha de aplicar la encuesta a una
muestra de cada uno de los pabellones o secciones del establecimiento.
3) Se tabulan los resultados y se ordenan las necesidades por su frecuencia de mención –preguntas
abiertas- o de selección –preguntas cerradas.
4) Se escogen las necesidades o problemas más mencionados y sobre los cuales haya posibilidades
reales de intervenir y se diseñan las acciones correspondientes.
5) El diseño debe contar con un sistema de indicadores que midan el efecto que las intervenciones han
tenido

Las ventajas e inconvenientes encontrados con estas experiencias son que:


a) Permiten identificar problemáticas que se escapan a la simple observación o creencias de los
profesionales sobre los internos. A veces se detectan problemáticas sobre las que nadie había
pensado que eran importantes para los internos, o se encuentran que estas necesidades se dan más
de lo que se creía.
b) Frente a la creencia o prejuicio de que los internos siempre se quejarán de algo, y de que “piden
imposibles”, las respuestas de los internos en general se refieren a problemas reales, muchas veces
no de índole económica.
c) Estas mediciones ayudan a orientar la práctica de los profesionales hacia metas relevantes que
tendrán impacto.
d) Trasmiten la sensación a los internos de que son escuchados por la institución y de que sus
opiniones se tienen en cuenta.
e) El principal riesgo de estas mediciones es, precisamente, no hacer nada después de que se han
detectado las necesidades, ya que ello genera desánimo entre los internos, les trasmite la creencia
de que sus opiniones no cuentan y de que sólo se les pregunta para utilizarlos como “conejillos de
laboratorio”, y todo ello desalienta la participación en posteriores encuestas.

Dificultades para el logro de la resocialización


Hay que tener en cuenta que la resocialización –o el tratamiento penitenciario no se puede
imponer al interno. La ley si podría permitir, según el país, la obligatoriedad al interno de cumplir de
ciertas actividades relacionadas con el mantenimiento de condiciones óptimas de higiene y convivencia
en el establecimiento. Estas condiciones podrían ser aprovechadas para trasmitir modelos de relaciones
interpersoanles, o el aprendizaje de ciertos elementos que puedan ser de utilidad para guiar el
comportamiento del individuo ya en libertad.

En segundo lugar, el ser humano tiende a reaccionar con oposición a aquello que se le impone y
que le pretende cambiar. Pese a lo que todavía puedan pensar algunos, la conducta desviada no es a
menudo una enfermedad, o al menos muchos internos no la experimentan como algo que les molesta
por sí misma. Entonces ¿para qué cambiar?. Con mucha frecuencia el interno participa en las
actividades que se organizan para ellos en prisión más por ocupar el tiempo que por un real interés en
querer cambiar o modificar su conducta.

A nivel grupal, la resocialización también se enfrenta con la resistencia de los internos, más o
menos explícita. Ello hace que entre los internos, sobre todo los hombres, exista el valor grupal de ser
duro y resistir el impacto de la cárcel, así como la de no dejarse convencer para cambiar. Por otro lado,
los internos a menudo verbalizan a menudo que reconocen que deben pagar la condena, es decir, que
deben cumplir con el castigo impuesto. Pero una vez satisfecha la pena, en la mentalidad del interno
típico existe la concepción de que ya se pagó y que él ya no adeuda nada a la sociedad y su vida –
delictiva?- comienza de nuevo con una página en blanco, donde cualquier cosa puede escribirse.

De igual manera, con frecuencia los mismos guardias no creen en que el interno pueda cambiar
su forma de comportarse. Ello puede obedecer a que estos empleados se pueden sentir excluidos
sistemáticamente del trabajo que otros profesionales intentan realizar con los internos, y esto se plasma
a veces en un boicot implícito a las acciones de resocialización: por ejemplo, retrasar el acceso del
psicólogo u otro profesional a un patio, o el de los internos al lugar donde se va a llevar la actividad; no
permitir el ingreso de equipos o materiales indispensables para realizar la interención al lugar pre-
destinado para ella, etc.

Una observación particular concierne a la evaluación e intervención con mujeres presas.


Aunque existen experiencias de trabajo con este tipo de población, algunas de ellas publicadas, la
mayoría de programas y modelos se han desarrollado para el grupo de internos más numeroso: los
hombres. Por ello, es muy recomendable tener cuidado en no extrapolar sin cuidado al trabajo con
mujeres experiencias desarrolladas inicialmente para hombres. Además, la actualización periódica en
este campo accediendo a revistas y otras publicaciones especializadas, sea impresas o electrónicas
(internet) puede permitir encontrar informes de experiencias con resultados interesantes y
esperanzadores sobre poblaciones específicas de presos.

Por último, como se quiere dejar patente al revisar distintos modelos de intervención en prisión,
una crítica al tratamiento penitenciario tradicional es que pretende ser homogéneo para todos los
sujetos condenados, ignorando la diferente etiología que pueden tener delitos diferentes –e incluso
delitos que son idénticos desde el punto de vista legal pueden obedecer a dimensiones psicológicas y
dinámicas delincuenciales diferentes. Además, hay internos que están absolutamente convencidos de la
legitimidad con la que realizaron el delito, por ejemplo, los miembros de organizaciones armadas
terroristas o de guerrillas. ¿Qué hacer en estos casos? Por un lado las experiencias de intervención en
estos casos concretos son muy escasas y no se pueden extraer aquí elementos realmente generalizables
y de probada eficacia del cambio. A menudo, la política penitencia ignora en cuanto al tratamiento a
este grupo de internos, aplicándoles un régimen de vida en el establecimiento o más duro o más suave,
en función del momento histórico del país. Pero por lo menos, hay que plantearse esta cuestión.
ANEXO. GUIA METODOLOGICA PARA EL DISEÑO Y LA EVALUACION DE
PROGRAMAS

ELEMENTOS A TENER EN CUENTA EN EL DISEÑO E IMPLEMENTACION DE DE


PROGRAMAS DE INTERVENCION PENITENCIARIA

Los siguientes puntos, formulados en forma de preguntas, pretenden ser útiles


para el diseño de intervenciones en el marco carcelario y penitenciario, con
fundamentos en la psicología, aunque seguramente podrían servir a otras áreas
de conocimiento. Hay que recordar que los objetivos, cobertura y alcances de
una intervención pueden ser muy diversos. Por ello, estos elementos son
orientaciones muy generales, que apuntan a aumentar la eficacia de las
intervenciones, proporcionándoles mayor claridad conceptual, metodológica y
evaluativa, con relación a lo expuesto en este capítulo.

En cuanto a la metodología
a) ¿Qué se desea lograr?
b) No se trata la conducta delincuente sino sus causas
c) La conducta delictiva produce, en muchos casos, beneficios a su autor

En cuanto al personal penitenciario


a) ¿Qué grado de cualificación tiene el personal?
b) ¿Cuál es la tasa de internos por trabajador?
c) ¿Hay una resistencia general de la institución al programa?
d) ¿Cómo se inserta el programa en el resto de actividades -educativas, tiempo
libre, de régimen, etc.- de la institución?

En cuanto al programa
a) Reputación del programa:
Experiencias previas
Solidez teórica
Solidez metodológica
b) Aspectos formales del programa:
Necesidades-Objetivos
Duración
Intensidad
Etapas
Indicadores a recoger

En cuanto a la participación
a) Grado de voluntariedad en participación de los sujetos en el programa
b) Abandono voluntario del programa
c) Abandono involuntario

En cuanto a los indicadores


a) Institucionales
Macro objetivos: tasas de motines, suicidios, etc.
Macro-subjetivos: encuestas de clima social, etc.
b) Individuales
Objetivos externos: registros oficiales, registros conductuales
realizados por el personal
Objetivos internos: auto-informes conductuales
Subjetivos-internos: encuestas, test, etc-
RETOS EN LA PSICOLOGIA PENITENCIARIA

José Ignacio Ruiz

Multiplicidad de áreas de la psicología penitenciaria


Las funciones de la psicología penitenciaria vienen determinadas en gran medida por las leyes
que cada país desarrolle sobre la materia. Observación, clasificación de grado, intervención
penitenciaria, separación de internos, pronostico de reincidencia, son áreas de la psicología
penitenciaria tiene ingerencia en los sistemas penitenciarios de muchos países.
Existe, simultáneamente, otra psicología penitenciaria, la que puede ayudar en el proceso de
adaptación a la vida en prisión, la interesada en el riesgo de suicidio, la que debe tener en cuenta como
se da en los patios la cultura carcelaria, y su influencia en los programas de resocialización.
Es una psicología aplicada que, muy a menudo se realiza en condiciones muy difíciles, por la
escasez de espacios y equipos materiales, por una sobrepoblación carcelaria y una baja proporción de
personal para llevar a cabo el tratamiento penitenciario. Las condiciones y recursos del encarcelamiento
parecen estar condicionadas, al menos en parte, por las concepciones culturales acerca de la autoridad y
el respeto a las normas sociales. Así, en las sociedades con mayor jerarquización, la duración promedio
de las penas de privativas de libertad es mayor, y en las más conservadoras, la cantidad de espacio dado
por detenido es menor (Ruiz, 2005). Ello no debería llevar a la conclusión de que nada se puede hacer
en prisión, si las condiciones del encarcelamiento estarían tan determinadas por el contexto socio-
cultural. En este sentido creemos que hemos expuesto en este texto muchos elementos que prueban más
bien lo contrario: de que la rigurosidad en el análisis de la institución carcelaria y en la metodología de
la evaluación e intervención en prisión puede arrojar resultados útiles y motivadores. Lo que se trata,
más bien es de reconocer la influencia de los factores socioculturales y económicos en la configuración
ambiental y normativa de las instituciones de detención, y en la acogida que habrá de esperarse en la
sociedad hacia los exreclusos, hombres y mujeres.

La formación y vocación de los empleados de prisiones


Requiere, esta psicología, de profesionales con cualidades personales y con una formación
profesional muy concreta y especializada, aún con relación a las múltiples funciones de su rol.
En cuanto a las cualidades personales, es importante poseer una personalidad estable,
(re)conocer sus actitudes hacia el delito, que pueden conceptualizarse como un constructo bipolar con
un extremo punitivo opuesto a otro de tipo económico-preventivo (Ruiz, 2004). Estas actitudes se
modificarán a lo largo de la vida laboral con la acumulación de experiencias y con relación al nivel de
estrés experimentado. Por ejemplo, en una investigación se encontró que un nivel mayor de actitudes
punitivas se asoció con niveles más altos de burnout en empleados de prisiones (Ruiz, 2004).
El profesional que quiera trabajar con población reclusa debe, así mismo, tolerar los espacios de
encierro, las dificultades en la implementación de actividades y la frustración frente a los escasos
logros que aparentemente alcanzan las intervenciones. Debe ser creativo y recursivo para superar esas
dificultades, crítico con las propias actuaciones en el sentido de evaluar las intervenciones, ya que ello
es lo que permite refinar, mejorar o, incluso, desechar las intervenciones ineficaces o contraproducentes
(sobre la necesidad de la evaluación de programas con población delincuente, ver Garrido y López,
2005)..
Quizá las diferentes áreas de trabajo de la psicología penitenciaria debieran ser llevadas a cabo
por distintos profesionales. Por ejemplo, los autores de la adaptación al castellano del HCR-20
(Hilterman y Andrés Pueyo, 2005) indican que el psicólogo evaluador debe revisar sus propias
actitudes hacia los reclusos y no debería realizar intervenciones, debido a los lazos emocionales-
empáticos, que puede establecer con los reclusos, y que podrían sesgar la evaluación, lo mismo que
poseer una actitud hóstil hacia los detenidos. El evaluador también debe tener en cuenta el riesgo del
sesgo del riesgo confirmatorio de la peligrosidad. Diez Ripollés (2002) indica que en los Estados
Unidos los psicólogos o psiquiatras que evalúan a sujetos condenados por delitos violentos y que
solicitan la concesión de la libertad condicional, tienden a dar dictámenes en contra de esa concesión,
por el temor a ser responsabilizados de los delitos que estas personas podrían cometer durante el
periodo que dure esa libertad. El otro extremo, el de las evaluaciones favorables al interno por temor a
represalias, también puede darse y debe evitarse: el evaluador podría temer que el recluso o reclusa al
que va a evaluar podría tomar represalias en caso de un concepto negativo. El recluso podría obtener
información –y los internos/as con alta capacidad económica o extorsiva, lo pueden lograr- sobre donde
tiene su vivienda el profesional, sobre sus hábitos, seres allegados, y otros aspectos. Además en los
establecimientos pequeños, o localizados cerca de pequeños municipios es más fácil sentir una relación
de proximidad con los internos.
En cambio, las intervenciones deberían ser realizadas por personas que (Garrido y López,
2005):
 Modelen en todo momento las habilidades y los valores que desean que se aprendan
 Refuercen el comportamiento prosocial de los intervenidos
 Corrijan las expresiones y conductas antisociales
 Refuercen y corrijan los esfuerzos y logros
 Expresen empatía
 Fomenten la autoeficacia

En cuanto a su formación debe poseer, además de los conocimientos pertinentes a la lógica


evaluativa de los programas, otros como:
a) Acerca de la legislación en materia penal y penitenciaria, internacional (por ejemplo, Las
Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos de Naciones Unidas) como nacional.
b) Formación sobre las estrategias de evaluación e intervención más adecuadas para los tipos de
sujetos, problemáticas y objetivos que se dan en el entorno penitenciario.
c) Formación en psicopatología, sustancias psicoactivas y dinámicas delincuenciales –tipos,
frecuencias, distribución geográfica del delito, etc., factores de riesgo-, incluyendo estudios locales e
internacionales realizados desde enfoques sociológicos, econométricos, antropológicos, de trabajo
social, además de los de la propia disciplina.
d) Conocimiento y práctica en el manejo de instrumentos desarrollados para la evaluación de
problemáticas específicas (por ejemplo, SVR-20, para la estimación de cometer en el futuro una
agresión sexual, HCR-20, para la evaluación del riesgo de violencia).
d) Relacionado con lo anterior, debe haber una formación permanente del personal
penitenciario, lo cual ayuda a mantener la motivación por el trabajo y a afrontar con más
probabilidades de acierto los nuevos retos que se plantean en el trabajo en medio cerrado).
e) Se debe tener habilidades para buscar y hallar en el entorno social-comunitario fuentes de
apoyo para materializar los objetivos de la atención integral y del tratamiento penitenciario. Dada la
habitual escasez de recursos penitenciarios en la región latinoamericana, se puede encontrar formas de
colaboración de empresas, iglesias, ONGs, y organizaciones comunitarias, por citar algunas fuentes de
apoyo, que entren a la cárcel o que ayuden a acoger a los sujetos que salen en libertad condicional o en
la definitiva.

Los retos de la psicología penitenciaria en Colombia (y en otros lugares)

Los “reclusos invisibles”: me refiero con este término a los grupos minoritarios en prisión. La
cárcel es un reflejo de las estructuras socioeconómicas, jurídicas y políticas de la sociedad, de manera
que los cambios que hay en ella acaban apareciendo en aquella, con nuevas realidades y problemáticas
que el sistema penitenciario tarda en reconocer y en responder con la innovación o actualización de
servicios y procedimientos. Tal es el caso de las personas con anticuerpos del VIH, las minorías étnicas
intranacionales y las de otros países, es decir, los presos extranjeros. Así, con frecuencia las
enfermedades físicas o mentales reciben una atención deficiente en prisión (OIP, 1996)(aunque
también existen instituciones que cumplen a cabalidad con estas responsabilidades), mientras que los
presos/as extranjeros/as suelen ver restringidos sus derechos a la información, a la asesoría jurídica y a
la participación en programas de tratamiento que tengan en cuenta su especial situación (Ribas, Almeda
y Bodelon, 2005). También, por la lejanía de sus lugares de procedencia, esta población tiene mucho
menor acceso a las visitas de la familia o de la pareja. La diferencia de idioma contribuye al
aislamiento del recluso limitando sus posibilidades de acceso a los servicios y ocupaciones que ofrece
la institución. En las mujeres, a menudo las intervenciones que reciben son meras extrapolaciones de
los programas diseñados para varones. Aquí hemos empleado de forma insistente la diferenciación
entre “internos” e “internas”; ello ha obedecido, precisamente a la voluntad de querer visibilizar ese
colectivo de las prisiones.

Los delitos con finalidades políticas: suelen ser los grandes ausentes de los manuales de
psicología penitenciaria y de los programas de intervención en prisión. A veces debido a que estas
personas muestran un convencimiento claro sobre la necesidad/justificación del delito que cometieron,
otras veces por la capacidad de organización en prisión, que se manifiesta en jerarquías de mando en
estos reclusos, que se complementan o se oponen al organigrama de la institución. También, estos
grupos tienen una alta capacidad intimidatoria sobre el personal de prisiones. Constituye un reto pensar
políticas de intervención con esta tipología de reclusos. Estas quizá debieran orientarse, en lugar de
cuestionar los presupuestos filosóficos o ideológicos sobre los que se asientan las justificaciones para
los delitos de finalidad política, la intervención sobre otras áreas de capacitación, artes, o pensamiento
prosocial, según las necesidades de los internos. También sería adecuado contar en estas intervenciones
con la participación de modelos de autoridad que sean reconocidos como legítimos e imparciales por
los distintos agentes armados del conflicto, como miembros de iglesias, o de centros universitarios.

Políticas y prácticas penitenciarias: Debe hacerse un esfuerzo por acercar las políticas
penitenciarias a las necesidades y posibilidades que se dan realmente en los establecimientos
penitenciarios y carcelarios. A menudo, estas políticas son diseñadas desde el desconocimiento de tales
realidades, u obviando la escasez de recursos humanos para llevar a cabo los requerimientos de la
atención integral y del tratamiento penitenciario. A ello no ayuda contar con personal con contratos de
corta duración y de alta rotación, o que ingresa a la vida laboral en prisión sin reunir las cualidades
personales y la formación pertinentes a las funciones de la psicología penitenciaria.
La realización de reuniones científicas, como congresos o seminarios, puede permitir el
acercamiento entre políticas y prácticas, al favorecer la exposición de experiencias y de resultados, que
puedan ser valoradas tanto desde indicadores de cobertura y de resultados como desde su relación con
los objetivos de la normativa penitenciaria.

El desarrollo de la atención post-penitenciaria: este tipo de servicios/programas tienen un


dispar desarrollo en la esfera nacional. En el caso colombiano es incipiente el desarrollo de estos
programas, aunque la Ley 65 de 1993 ya los contempla. Hay que tener en cuenta que esta atención para
ex reclusos debería ser lo suficientemente diversa en sus procedimientos y estrategias para tener en
cuenta las distintas necesidades de una población heterogénea.
Así mismo, deberíamos conocer con mayor profundidad la tasa de reincidencia en nuestras
sociedades, y los factores que la motivan. Por ejemplo, en España, el perfil de los sujetos más
reincidentes era (Redondo, Funes y Luque, 1993): más ingresos en prisión, más condenas anteriores,
más tiempo pasado en prisión, más jóvenes en su primer encarcelamiento, más jóvenes al salir la
primera vez de prisión, y condiciones más duras vividas en el primer encierro (todo ello comparado con
sujetos no reincidentes). Además, entre los sujetos reincidentes había más solteros y menos casados y
la duración de las condenas era menor (lo que sugería que reinciden más los autores de delitos de
menor gravedad).

Complementación-Integración: en realidad, las instituciones carcelarias y penitenciarias


podrían avanzar hacia una mejora de procesos que reduzca la burocracia, que atienda puntualmente los
requerimientos de descuentos por trabajo y estudio, que complemente las funciones de
atención/tratamiento y custodia mediante una mejor formación de los funcionarios de vigilancia y una
mayor colaboración en la evaluación de los internos –por ejemplo, recogiendo mediante observación
registros de comportamiento. La atención psicosocial a los empleados puede ser vista como una más de
las estrategias de obtener una mayor eficacia en la intervención con los internos e internas.

La psicología penitenciaria podría definirse, de acuerdo a lo expuesto en este y en los capítulos


precedentes, como aquella área de la psicología jurídica que contribuye, en un entorno interdisciplinar a
la atención y tratamiento de las personas detenidas, desde el momento de su ingreso al establecimiento,
hasta tiempo después de su retorno a la libertad, creativa, abierta y crítica a las características sociales,
políticas, culturales y económicas de su entorno, que realiza acciones de evaluación e intervención en
los diferentes niveles del sistema penitenciario: internos, empleados, organización.

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