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Se ha dicho, y creemos que con bastante fundamento, que la psicología penitenciaria nace
solamente a partir de que se constituye la prisión moderna y el sistema de castigo de delitos más
extendido en la actualidad: la pena privativa de libertad. En efecto, la prisión, con sus dimensiones
arquitectónicas, organizacionales y sociales, y la legislación que regula sus funciones determinan el
tipo de tareas a realizar y las problemáticas en las que deben intervenir el psicólogo y los demás
profesionales que trabajan en estas instituciones.
Estas consideraciones hacen pertinente conocer algunas generalidades históricas de las prisiones
y de la pena privativa de libertad así como realizar una revisión sobre la valoración actual que este tipo
de castigo penal tiene en la actualidad desde el punto de vista de su eficacia como mecanismo para
reducir la reincidencia y del tratamiento general que reciben en los diversos aspectos –educativos,
laborales, médicos, alimentarios, etc.- las personas privadas de libertad en el ámbito penal.
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Idea que volverá a tener vigencia siglos más tarde con el Sistema del Silencio ideado por los
cuáqueros en la Pensilvanya de finales del siglo XVIII.
terrenal era visto como un paso transitorio hacia la vida eterna, y el paraíso era el premio a haber
soportado todas las penalidades y sufrimientos que la vida le deparaba a cada quien. El sufrimiento
tenía una función purificadora para ser salvado y entrar al paraíso. De la misma manera pues, el
sufrimiento se justificaba en la aplicación de muchos castigos de la época para los crímenes.
Renacimiento
Lustros más tarde, a finales del siglo XV, se da otro hito histórico relacionado con la actual
concepción de la institución carcelaria. A nivel religioso, es la época de la reforma en la Europa del
norte y central. El luteranismo y el calvinismo se desmarcarán de la Iglesia católica también en la
forma de afrontar la mendicidad. Si el pensamiento cristiano tradicional ve la limosna como una
manera de expresar la caridad cristiana y ejecutar obras que garanticen al dador la salvación, el
pensamiento reformador subraya la necesidad de ayudar al prójimo a ganarse su sustento. Dado que,
según los postulados luteranos y calvinistas, el ser humano está predestinado a salvarse o condenarse,
la prosperidad en el trabajo son interpretadas como signos de salvación divina. Por tanto, hay que
ayudar al prójimo a ganarse su propio sustento. En este sentido, la vida de mendicidad y la limosna
impide al individuo conocer si le corresponde salvarse.
En el plano social, político y económico, Europa vive también una serie de transformaciones
importantes. En el campo, los señores feudales pierden poder frente a los monarcas nacionales, se
suprimen las mesnadas –ejércitos de los señores feudales-, y sus integrantes quedan sin ocupación. Al
mismo tiempo se empieza a dar una concentración de la propiedad de la tierra: se expropian posesiones
de los monasterios y poco a poco el campo comienza a mecanizarse, tras la invención de la máquina de
vapor por James Watt en 1765. Paralelamente, tras años de buenas cosechas, aumenta la población.
Con todo ello, un ejército de desocupados invaden las ciudades dedicándose a la mendicidad y la
delincuencia, y al trabajo en las fábricas, con lo cual se da inicio a la aparición de una nueva clase
social, el proletariado: personas que, carentes de propiedad agrícola, artesanal o industrial, sólo
disponen de su fuerza de trabajo como capital. De ahí que a fines del siglo XV, y durante todo el siglo
XVI proliferó en toda Europa occidental una severa legislación contra la vagancia.
Una institución antecesora tanto de la fábrica como de la prisión moderna en su concepción de
resocialización mediante el trabajo fue las casas de Rasp-Huis, o casas de raspado, que se dieron en
Holanda, a partir de 1596. Este país tenía una intensa actividad mercantil, la cual comprendía la compra
de materia prima para tejidos y su confección. El “raspado” hace referencia al raspado de ciertas
maderas con cuyas virutas se elaboraba los tintes de los tejidos. La primera de estas instituciones se
inauguró en un antiguo convento, en Amsterdan, y acogía jóvenes autores de infracciones menores,
mendigos, vagabundos, ladrones, etc., que llegaban a esta casa de trabajo por mandato judicial o
administrativo. Las sentencias eran generalmente breves y la duración del internamiento era delimitada
según el comportamiento del interno. Esta forma de castigo se dio al mismo tiempo que se mantenían
otras, más leves, como la multa o el castigo corporal leve, o más graves, como la deportación, el
destierro y la pena de muerte. La estructura de las casas de rasp-hui era celular, y en cada celda había
varios detenidos. El trabajo se ejecutaba en estas celdas o en el patio, según la estación del año y
consistía, como se indicó arriba, en el raspado de maderas finas mediante la sierra, con el fín de hacer
polvo para obtener los pigmentos para teñir tejidos. Para las mujeres, el trabajo consistía en tejer.
En cuanto al personal de estas instituciones, los cargos de dirección eran honoríficos, y los
guardias recibían un salario, a diferencia de las antiguas cárceles donde los guardias no recibían sueldo
y extorsionaban frecuentemente a los prisioneros. El sistema de la Casa del oficio se extendió a otras
regiones de Holanda –Lubeck y Bremen, en 1613- y de la actual Alemania –Hamburgo, 1622; Danzing,
1630). Estas instituciones fueron visitadas muchas veces por personas de otras ciudades, lo cual ayudó
a difundirse el sistema.
En Italia, hacia el siglo XVIII, es también la política de tratamiento/resocialización de jóvenes
infractores la que abre el camino para una reforma más amplia en la organización de la política
criminal. Antes, en 1530, se intentó hacer trabajar a los pobres y vagabundos en los astilleros por la
mitad del salariio. Como el desarrolló industrial no fue tan considerable en este país como ocurrió en
Inglaterra, Holanda o Alemania, la preocupación por el trabajo de los jóvenes acogidos no fue
primordial en las instituciones que se crean en ésta época para ellos. En este contexto tienen lugar las
experiencias de Franci, en Florencia en el siglo XVII, y el Hospicio para adolescentes anexo al Hospital
de San Michel, en Roma, impulsado por el Papa. La ocupación que se daba a los jóvenes internados
era diversa, dependiendo de la época y de la región italiana donde estuviese ubicada la institución. La
situación de las cárceles para adultos, por otra parte, era pésima, especialmente en Turín, y al final de
siglo los detenidos no trabajaban sino que eran enviados a las Galeras.
Revolución Francesa
Avanzado el siglo XVIII van a concurrir varias circunstancias que van a transformar la
concepción de castigo del delito y van a aportar los rasgos definitorios de la prisión y de la pena de
privación de libertad propia de la mayoría de los sistemas penales de hoy en día. Estas circunstancias
son el auge de los valores de la Ilustración Francesa y la obra de Cessare Beccaria, “De los delitos y de
las penas”, cuya primera edición fue en el año 1764.
A partir de la revolución francesa, la prisión está intimamente ligada a la privación de libertad
como forma institucionalizada de sancionar al desviado social, al delincuente. Tamarit y colaboradores
(1996) han señalado algunas rasgos que distinguen el proceso judicial y el cumplimiento de la pena antes y
después del periodo revolucionario. De acuerdo a estos autores, en el antiguo régimen el proceso penal
estaba lleno de arbitrariedades, tenía como herramienta principal el tormento y era oscuro, inquisitorial y
secreto. En cuanto al cumplimiento de la pena, ésta consistía habitualmente en castigos corporales, con
mutilaciones, descuartizamientos, y la ejecución de la pena era pública.
En cuanto al primer factor, a partir del XVIII, la obra de los ilustrados franceses, junto a los
cambios económicos, sociales y políticos, dieron lugar a un giro radical en los sistemas penales. El proceso
se hace público, con progresivas garantías para el encausado: abogado defensor, invalidez de las
confesiones obtenidas bajo tortura, etc. La ejecución de la pena, en cambio, se hace austera, sobria y
oculta, en parte debido a que las ejecuciones públicas habían caído en el descrédito, la gente se
compadecía de la víctima o se volvía contra el verdugo. La privación de libertad, valor puesto por la
Ilustración como uno de los ejes de partida de la estructura social, pasa a ser el elemento básico en torno al
cual se vertebra el nuevo sistema punitivo, y ello debido a la confluencia de varios factores (Tamarit y
colaboradores, 1995):
1) El carácter de valor preemimente que toma la libertad individual.
2) El sistema público asume la organización de instituciones penitenciarias permanentes, el derecho penal
enfatiza su carácter de derecho público y se desarrollan otras instituciones de control social, además de la
prisión.
3) La privación de libertad responde al ideal racionalista de proporción y precisión: ajustar la duración de
la privación de libertad a la gravedad del delito.
4) Sirve a las necesidades del sistema económico capitalista, pues permite educar a una clase social
necesaria como mano de obra.
5) Se ajusta a los ideales de disciplina y de distribución del espacio y del tiempo.
6) El encarcelamiento permite hacer efectivo el ideal cristiano del arrepentimiento del culpable.
En este contexto la prisión va a destacar como la columna vertebral del nuevo régimen punitivo.
Aparece la prisión moderna, el cuerpo de guardianes de prisiones y la reglamentación que regulará quienes
deben ser condenados a la privación de libertad (Códigos Penales) y cómo deben regirse las instituciones
(Códigos o Reglamentos Penitenciarios). Se construyen instalaciones adaptadas a la nueva visión del
encarcelamiento, con diseños ambientales dirigidos a la racionalización del espacio, de manera que se
pueda mantener a los detenidos con el mínimo de recursos de vigilancia y espacio.
Modelos de instituciones de detención: Prisión anexa al Hospital de San Miguel, Roma, 1735
Escuelas Penitenciaristas
Algunas décadas antes del triunfo de la revolución francesa, Beccaria, abogado italiano, publica
“De los delitos y de las penas”, obra que recoge sus reflexiones a partir de las visitas a las prisiones de
su patria italiana, en las que constató las condiciones de maltrato, injusticia y desatención a los presos,
publica. En esta obra, que al comienzo publica en anonimato para protegerse de las reacciones que
podría suscitar, a la par que denunciar las condiciones de las prisiones propone una serie de medidas
para evitar esa serie de tratos inadecuados a los detenidos. Estas medidas están formuladas en una serie
de principios que caracterizan a la legislación penitenciaria de muchos Estados y que se citan dentro de
los primeros artículos de dicha legislación. Estos principios, propios de los sistemas penales de
influencia románico-germánica son:
Principio de legalidad: nadie puede ser condenado por comportamientos que no estén previamente
recogidos en la ley como delitos. Y –esto también es muy importante-, nadie puede ser castigado a
formas de sanción no determinadas en la ley previamente para cada delito en particular.
Principio de la no retroactividad de la pena: se refiere a que nadie podrá ser castigado por un
comportamiento que en la época en que se realizó era delito pero que después deja de serlo (por
cambios en las leyes penales). Al mismo tiempo, si un comportamiento sigue siendo delito en la
actualidad, se le impondrá al reo la pena más favorable de entre la vigente en la época en que se
cometió el delito y la pena prevista en la ley en el momento de la sentencia, si esta pena se hubiera
modificado legalmente.
Principio de proporcionalidad: indica que la dureza de la pena debe ser proporcional a la gravedad
del delito: así, a más gravedad, más años de privación de libertad.
Principio de publicidad en el proceso: los juicios no deben ser realizados a puerta cerrada y lejos
del control social. Por el contrario, deben ser abiertos a la participación de la comunidad como
observadores del proceso de forma que contribuyan con su presencia a que el proceso respete los
procedimientos previstos en la ley, tales como el derecho del acusado a defenderse de las
acusaciones.
La preocupación de Beccaria por los presos de su época, tiene su parangón en la figura de Sir
J.Howard, (1726-1790), quien fue sheriff en Bedfordshire, Inglaterra, en 1776. Procedente de una
familia acaudalada, pudo visitar las prisiones de varios países europeos, en los que pudo constatar la
situación de abandono en la que se mantenía a los presos. Escribe “El estado de las prisiones en
Inglaterra y Gales” en donde dió cuenta de los abusos y abandonos que sufren los reclusos de su país,
actuando para que el parlamento aprobara diversas leyes de mejora de la vida de los reclusos.
Es significativa, para entender la sensibilidad de esta figura del penitenciarismo, la alusión que
hace al comienzo de su obra:
“Los abusos inhumanos me han hecho escribir esta obra; es en la piedad que me inspiraron los
prisioneros que se lo dedico”
Una aportación muy importante en la concepción de la pena y del tratamiento del delincuente va a
provenir de los autores que con su trabajo a lo largo del siglo XVIII y XIX (por ejemplo, Ferri,
Lombroso) conforman la Escuela Positivista Italiana, de donde proviene la concepción moderna del
tratamiento penitenciario –y de la idea misma de “tratar”, no sólo castigar el delito. Las bases de esta
Escuela eran:
Base filosófica en Comté y científica en Darwin
Enfasis en los métodos de las ciencias naturales: observación, inducción-experimentación
Interés por el autor y por su comportamiento
Postula que criminales y no criminales se diferencian en las condiciones biológico-antropológicas
Por ello, el libre albedrío no existe: se concluye que hay un determinismo para delinquir, por la
influencia de esas condiciones biológico-antropológicos
Ya que tratar las causas del delito: por ello se sostiene la noción de sanción penal como tratamiento,
no como sufrimiento
La sanción debe ser proporcional a la peligrosidad del delincuente y durar lo necesario para el
tratamiento de esos determinantes biológicos
El derecho a sancionar debe corresponder al Estado, quien debe reglamentar el sistema de
sanciones del delito, atendiendo a criterios de responsabilidad social y de rehabilitación del
delincuente.
Algunos criminales constituyen una variedad de la especie humana. Por ejemplo, Lombroso escribe
sobre el criminal atávico, en “L’Uomo delinquente”, cuya primera edición sale en 1876.
-La legislación penal debe estar basada en los estudios antropológicos y sociológicos
Años más tarde, en 1818 se implantó un sistema que pretendía superar las deficiencias del
sistema de silencio. Esto tuvo lugar en la ciudad de Auburn, en el Estado de Nueva York, por lo que se
le conoce como Sistema Auburn o de Trabajo. Sus características eran: mantenimiento del aislamiento
celular nocturno, pero con vida en común y trabajo durante todo el día aunque los presos no podían
hablar entre ellos. El trabajo de éstos se dirigía, en parte, a paliar los costos de mantenimiento de la
institución, que eran elevados en el sistema filadélfico. Este sistema se implantó en casi todos los
estados de la Unión, y se exportó a Cerdeña, Suiza y algunas cárceles de Alemania e Inglaterra, pese a
sus efectos desastrosos: cinco penados murieron en el primer año de la implantación del sistema en la
primera ciudad.
Sistema Auburn o de trabajo, Filadelfia, 1818
Mientras tanto, en Europa en las primeras décadas del siglo XIX se sientan las bases del
denominado Sistema Progresivo. Su fundamento básico era dividir el periodo total de cumplimiento en
diversas etapas, cada una de las cuales supone una mayor distensión de la disciplina y más libertad para
el interno, desde el aislamiento absoluto del sujeto hasta la libertad condicional. El paso de una fase a
otra se da conforme a la conducta del sujeto y a su rendimiento en el trabajo. En España, un modelo de
este sistema fue el implantado por el Conde Montesinos en la Prisión de Valencia, en 1834. El sistema
que implantó se dividía en tres fases o periodos (de hierros, de trabajo, y de libertad intermediaria).
Algo más tarde surge en Norteamérica en la segunda mitad del siglo XIX el Sistema
Reformador, como preocupación por la reforma de los delincuentes jóvenes. El primer centro empezó
a funcionar en 1876, de la mano de Brockway, y estaba destinado para personas entre los 16 y 30 años.
La duración del internamiento era función de la evolución de la conducta de cada sujeto. Este sistema
presentaba algunas semejanzas con el progresivo, ya que los sujetos recibían una clasificación inicial,
después de la cual podía haber regresiones o progresiones de acuerdo al comportamiento del interno.
Este sistema introduce el ideal de rehabilitación del condenado mediante un tratamiento. En este centro
se realizaban actividades de carácter físico, de instrucción, enseñanza religiosa y trabajo. La disciplina
en estos "reformatorios", extendidos en EE.UU, era muy severa, y las características arquitectónicas no
responden al ideal reformador.
Introducción
En las últimas décadas, más exactamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la
legislación internacional (ONU, Consejo de Europa, Comisión Interamericana de Derechos Humanos),
a través de los Reglamentos y Convenciones que regulan el trato mínimo que deben recibir las personas
privadas de libertad o que prohiben el uso de la tortura y de los tratos inhumanos y degradantes, ha
contribuido a perfilar una filosofía del régimen y del tratamiento penitenciarios respetuosa con los
Derechos Humanos de los detenidos y orientada a su resocialización, aunque en la práctica no se
cumplan cabalmente siempre y en todos los lugares estas directrices.
En este marco garantista internacional merece destacarse las Reglas de las Naciones Unidas
para el tratamiento de las personas detenidas en establecimientos penitenciarios (Resolución
1984/1947). A continuación, se expondrá los aspectos centrales de la legislación más relevante,
creemos, actualmente vigente en Colombia en materia penitenciaria y carcelario: la Ley 65 de 1993, el
Acuerdo 011 de 1995 y las resoluciones 7302 de 23 Noviembre del 2005 y 2392 de 3 de Mayo del
2006.
Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de las Personas Detenidas en
Establecimientos Penitenciarios
Como se indica en las Observaciones preliminares del citado documento de Naciones Unidas, se
trata de recomendaciones, no obligaciones, que los Estados deberían ir incorporando en su praxis
penitenciaria, como elementos mínimos de la misma, es decir, que el cumplimiento de las mismas no
disculpa a los gobiernos de seguir profundizando en el desarrollo de la filosofía comprendida en ellas.
Por ello, son reglas que “evolucionan constantemente”, si bien “no se puedan aplicar indistintamente
todas las reglas en todas partes y en todo el tiempo”.
Estas Reglas contienen dos secciones principales. Por un lado las reglas generales y por otro las
aplicables a determinadas categorías de internos. Las reglas generales también se refieren a las
características ideales del personal de trabajadores de las instituciones penitenciarias.
Las reglas generales incluyen aspectos sobre un trato respetuoso en las acciones de registro del
detenido, su derecho a alimentación, ropa, servicios médicos e higiénicos suficientes y adecuados, al
tiempo que estipulan la separación de los detenidos por edad, sexo, o tipo de delito, el derecho a las
visitas, la necesidad de mantener vínculos con el exterior, la regulación del sistema de sanciones al
interior de la institución, etc. Respecto al personal penitenciario, las Reglas generales establecen que,
entre otros aspectos, aquel debe caracterizarse por:
-Selección adecuada del personal, en aspectos de su integridad, humanidad, aptitud personal y
capacidad profesional.
-Concientización del personal y de la sociedad de que la función penitenciaria constituye un
servicio social de gran importancia
-Procurar que el personal penitenciarios tenga la condición de empleados públicos, con
estabilidad laboral y sueldos adecuados para obtener y conservar los servicios de hombres y mujeres
capaces
-Capacitación general y especial, actualización profesional
-Deben formar parte del personal penitenciarios profesionales como psiquiatras, psicólogos,
trabajadores sociales, maestros e instructores técnicos
-Los directores de los establecimientos: deben caracterizarse por haber recibido una
capacitación adecuada y mostrar auténtica dedicación a su trabajo.
Por su parte, las reglas aplicables a categorías especiales establecen para los detenidos
condenados (Arts. 56 a 81) que “el fín y la justificación de las penas y medidas privativas de libertad,
son, en definitiva, proteger a la sociedad contra el crimen. Sólo se alcanzará este fin si se aprovecha el
periodo de privación de libertad para lograr en la medida de lo posible, que el delincuente una vez
liberado no solamente quiera respetar la ley y proveer a sus necesidades, sino también que sea capaz de
hacerlo” (Art. 58) y para lograr este propósito, el régimen penitenciario debe emplear tratando de
aplicarlos conforme las necesidades del tratamiento individual de los delincuentes, todos los medios
curativos, educativos, morales, espirituales y de otra naturaleza y todas las formas de asistencia de que
puede disponer” (Art. 59). Otros artículos de esta sección aconsejan la separación de los condenados
por tipo de delito, el acceso a un trabajo remunerado en condiciones similares a las del exterior, el
acceso a la educación, que deberá compensar déficits anteriores al ingreso en prisión, o aspectos
relacionados con la atención post-penitenciaria.
La Ley 65 de 1993 sustituye al anterior Código de 1964, el cual constaba de 237 artículos –el
cual sustituyó al primer Código de 1934. El Código vigente aspectos reúne aspectos como las formas
de detención que regula –medidas de aseguramiento, penas privativas de libertad y medidas de
seguridad-, los tipos de establecimientos de detención, las fases y orientación del tratamiento
penitenciario, los beneficios penitenciarios a los que podría acceder el hombre o la mujer condenados a
pena privativa de libertad, la carrera de funcionariado en el Instituto Nacional Penitenciario y
Carcelario (INPEC), o la prestación del servicio militar en dicha institución.
En el artículo 4 se indica que “nadie podrá ser sometido a pena o medida de seguridad que no
esté previamente establecida por ley vigente”, lo cual completa al principio de legalidad referido en el
artículo 2, el cual afirma que “nadie podrá ser sometido a prisión o arresto, ni detenido sino en virtud
de mandamiento escrito proferido por autoridad judicial competente, con las formalidades legales y por
motivo previamente definido en la Ley.
En tercer lugar, la Ley 65 de 1993 dedica un buen número a un tema central de la política
penitenciaria dirigida a los condenados/as: el tratamiento penitenciario. Así, se indica que el objetivo
del tratamiento penitenciario es preparar al condenado mediante su resocialización para la vida en
libertad (art. 142). Este tratamiento se estructura en una serie de fases, que son:
-Observación, diagnóstico y clasificación: el interno o interna condenado/a al llegar al establecimiento
debe ser sometido a una evaluación de la cual dependerá su asignación a una de las siguientes fases,
que constituyen las etapas del sistema progresivo en el cual se estructura el tratamiento penitenciario.
Así mismo, de esta observación y diagnóstico se derivaría el diseño de un tratamiento individualizado
para cada persona condenada.
-Alta seguridad: en esta etapa, denominada también periodo cerrado, el condenado pasa prácticamente
todo el día en la celda, con una o dos horas de salida a patio para pasear.
-Mediana seguridad: se designa también periodo semiabierto. La mayor parte de los internos
condenados se encuentran asignados a esta fase, en la cual, se sale de la celda por la mañana y se
regresa a la hora fijada por la dirección del establecimiento para dormir.
-Mínima seguridad o periodo abierto: en este periodo abierto, el sujeto puede salir del establecimiento
durante el día, por razones de trabajo o estudio, y retornar al mismo durante la noche. Ello comprende
el trabajo en áreas agrícolas del centro donde las haya, que suelen estar ubicadas extramuros. Vemos
con frecuencia que en estas áreas se suelen destinar los internos de la tercera edad.
-De confianza (libertad condicional): en esta fase, el sujeto condenado sale del establecimiento para
llevar una vida totalmente en libertad, con la obligación de presentarse al director del establecimiento
de forma periódica, hasta que cumpla el total de la condena impuesta por el juez, menos los descuentos
por actividades de trabajo, estudio, participación en talleres, etc. La comisión de un delito durante el
disfrute de la libertad condicional constituye quebrantamiento de condena, el cual se sanciona con la
suspensión del disfrute de la libertad condicional, y la sanción correspondiente en cumplimiento de
privación de libertad condicional, además, claro está, del cumplimiento de una nueva sanción penal en
caso de sentencia condenatoria con relación al nuevo delito imputado al sujeto.
La Ley 65 de 1993 prevé el acercamiento progresivo del interno a la vida en libertad no sólo
mediante las fases de mínima seguridad y la libertad condicional, sino a través de la configuración de
los beneficios penitenciarios. Estos son el permiso de salida de hasta 72 horas, la libertad preparatoria y
la franquicia preparatoria.
En general, la concesión al interno de cualquiera de estos beneficios depende de la satisfacción
de dos grupos de aspectos o factores: el jurídico (factor objetivo) y el de comportamiento y actitudes
adecuadas (factor subjetivo). Examinemos a continuación cada uno de estos beneficios penitenciarios.
a) Permiso de hasta 72 horas. Como Es concedido en última instancia por el Director del
establecimiento. En cuanto al factor objetivo el interno debe, entre otros aspectos, estar clasificado en
mediana seguridad, haber cumplido un tercio de la condena, y haber trabajado, estudiado o enseñado
durante el tiempo de condena cumplido y haber observado buena conducta. Hay que señalar aquí que la
“observación de buena conducta” corresponde a la evaluación del factor subjetivo, y que sobre este
último aspecto se presenta con frecuencia una carencia de procedimientos estandarizados entre
establecimientos, que posean validez predictiva y anclaje en estrategias replicables, objetivas y
comparables entre internos. La validez predictiva se refiere a la evaluación de dos dimensiones
diferentes, no necesariamente independientes: el riesgo de no retorno y la comisión de nuevo delito
durante el disfrute del permiso.
b) Libertad preparatoria: coincide con la fase de mínima seguridad, pues implica salir del
establecimiento durante el día, por razón de trabajo o estudios universitarios. Como factor objetivo el
interno no debe encontrarse en libertad condicional y si haber cumplido cuatro quintas partes de la pena
efectiva (es decir, la condena de la sentencia menos los descuentos por trabajo o estudio en el
establecimiento). El cumplimiento adecuado de permisos de salida puede contribuir positivamente en la
concesión de este beneficio, que, en todo caso, conlleva haber tenido buena conducta durante un lapso
de tiempo apreciable, según evaluación del Consejo de Disciplina.
c) Franquicia preparatoria: conlleva la superación positiva del beneficio anterior, y coincide con
la libertad condicional, al consistir en poder desarrollar la vida fuera del establecimiento, para trabajar,
estudiar o enseñar, con la obligación de presentarse periódicamente ante el Director del respectivo
centro.
El órgano institucional encargado de las funciones de observación, diagnóstico, y clasificación
del interno, de la ejecución de las actividades de tratamiento y de la evaluación del factor subjetivo
correspondiente a los beneficios penitenciarios es el Consejo de Evaluación y Tratamiento, que debe
ser un equipo interdisciplinario, con participación de abogados, psiquiatras, psicólogos, trabajadores
sociales, pedagogos, médicos, terapeutas, antropólogos, sociólogos, criminólogos y personal del
Cuerpo de Custodia y Vigilancia. Este equipo es uno de los denominados Organos Colegiados, que va a
concretizar y regular de forma más precisa el Acuerdo 011 de 1995.
Esta resolución contiene una serie de elementos que consideramos novedosos en la concepción
de las funciones penitenciarias y carcelarias. Para empezar, esta norma subraya con la referencia a la
“Atención Integral” la necesidad de prestar atención de forma eficaz a un segmento de la población
reclusa, los sujetos en prisión preventiva, que tradicionalmente han sido marginados de las
legislaciones penitenciarias.
Paradójicamente, este olvido era resultado, al menos en parte, del respeto a la presunción de
inocencia de que debe gozar todo detenido sin una sentencia condenatoria: dado que el tratamiento sólo
puede ofrecerse a los sujetos condenados, en razón de que va dirigido a incidir en los factores
responsables o asociados a un delito del cual es responsable –desde el punto de vista judicial-, invitar a
un interno en prisión preventiva a participar en actividades de tratamiento podría ser interpretado como
violación de tal presunción de inocencia.
Desde otra perspectiva, en cambio, parece adecuado preocuparse de forma explícita por los
reclusos no condenados en razón de los siguientes factores:
a) Su importante proporción en la población carcelaria, cercana al 50% en Colombia, y en la misma
tendencia de los países de América Latina con un sistema penal inspirado principalmente en el Derecho
de fuente románica germánica.
b) La constatación de que un gran número de sujetos sindicados –lo mismo que los condenados-
proceden de entornos socio-económicos deprivados, con bajos niveles educativos y de capacitación
laboral, los cuales podrían beneficiarse de participar en actividades de educación formal e informal, de
formación para el trabajo, de manejo de tiempo libre, todo ello sin cuestionar en ningún momento el
principio de inocencia de los acusados.
c) La experiencia de contacto con la realidad de las prisiones muestra, y así es verbalizado a menudo
por los propios reclusos, que la ociosidad, la monotonía y la falta de actividades son perjudiciales para
los internos a nivel individual y para la convivencia. Como acabamos de indicar en muchos lugares y
durante bastante tiempo, la población reclusa en prisión preventiva ha estado ausente de la psicología
penitenciaria, al menos en las publicaciones, exceptuando las necesarias referencias que se han hecho a
temas como riesgo de suicidio o drogas en el medio cerrado.
d) Por otra parte, hay que recordar que el Estado es el garante de los derechos de los detenidos y que la
situación de encierro no debería de afectar otro derecho que el de la libertad de movimientos, como
retribución, protección de la sociedad o cuidado del propio recluso. En este marco, la oferta de
actividades y el reconocimiento de los deberes, también, para y de los detenidos puede contemplarse
como una necesaria oportunidad de que el sujeto en prisión preventiva continúe con el desarrollo de su
proyecto de vida, aún en el entorno intramuros.
Así, y en consonancia con la legislación anterior, la resolución que estamos comentando indica
en su primer artículo que los principios de la atención integral y del tratamiento penitenciario son el
respeto a la dignidad humana, la convivencia y la concertación, la gradualidad y la progresividad, la
legalidad, la igualdad y la equidad, la pacificación y la autonomía.
La atención integral se refiere a la recepción del interno, atención a sus necesidades en el
establecimiento, facilitar las relaciones con su familia y apoyarlo en la realización de las actividades de
tratamiento (Art. 7).
Este, como desarrollo de los lineamientos de la Ley 65 de 1993, plantea el sistema progresivo
(cuyas fases se describen en el Art. 144 de aquella Ley) en la forma de un Programa Ascendente de
Sistemas de Oportunidades (PASO), que contempla distintas oportunidades, articuladas en varios
niveles, que se podrán ofrecer al interno, de acuerdo al proyecto personal que éste elabore.
De esta manera, las fases del tratamiento penitenciario pasan a concretizarse en una serie de
aspectos y componentes:
-Observación: Pasa a comprender cuatro momentos, que son:
1) Adaptación: se trata de que el recluso/a tome conciencia de su rol de condenado y se
ubique en el espacio intramural.
2) Sensibilización: consiste en lograr que el interno adquiera nuevos conocimientos
sobre normas, hábitos y características de su entorno, y hacerle ver las ventajas del Tratamiento
Penitenciario.
3) Motivación: Se trata de ofrecer al interno/a los componentes –recursos, actividades,
etc-, del sistema de oportunidades del establecimiento.
4) Proyección: Contando con este sistema de oportunidades, el recluso/a deberá elaborar
un proyecto de vida, que contenga objetivos y metas para cada fase del Tratamiento, de cara a
su futura vida en libertad.
-Diagnóstico: se realiza, por parte del CET, un análisis de la propuesta del interno para su
proyecto de vida.
-Clasificación: supone asignar una de las fases del sistema progresivo –alta, media, mínima
seguridad- a la persona. En esta clasificación se debe tener en cuenta dos factores: el objetivo, que
nosotros llamaríamos jurídico-penitenciario, y el subjetivo, relacionado con aspectos de personalidad,
actitudes y comportamientos. El factor objetivo incluye aspectos “medibles” de forma objetivo, clara y
externa, relacionados con aspectos criminógenos como el tipo delito por el que fue condenado, la
existencia de antecedentes, condena impuesta, tiempo cumplido, tiempo por cumplir para la libertad
condicional, y antecedentes penales y disciplinarios, entre otros.
Así mismo, esta resolución determina que, para llevar este proceso de atención integral y
tratamiento, en el establecimiento deberá conformarse un Grupo Interdisciplinario de atención integral
y tratamiento penitenciario. Por otro lado, se determina que el Consejo de Evaluación y Tratamiento
(CET) conste por lo menos de 3 miembros.
Esta norma informa de las actividades que constituyen las oportunidades que el establecimiento
puede ofrecer a los reclusos hombres y mujeres, en el marco del Programa Ascendente de Sistema de
Oportunidades. Define a este como “conjunto de actividades educativas, laborales y de enseñanza,
estructurados con un componente psicosocial, cultural, recreativo, deportivo, axiológico espiritual”
(Artículo primero).
El Sistema de Oportunidades contempla tres momentos o fases: Inicial, Media y Final, que se
ajustan a la fase del sistema progresivo en el que esté clasificado el interno. En cada una de ellas el
establecimiento debe ofrecer a los reclusos condenados actividades de tres tipos:
-Educativas: abarcan diferentes niveles de alfabetización, artes y oficios
-Laborales: circuitos productivos, servicios (PAI), agrícolas
-Enseñanza: Instructores educativas e Instructores laborales
Frente a las bondades de las recomendaciones internacionales como las Reglas Mínimas de las
Naciones Unidas, lo cierto es que, algunas de las problemáticas más frecuentes de las prisiones a nivel
internacional indican que estos ideales están muy a menudo lejos de alcanzarse. Así, se presenta una
serie de deficiencias prácticas que han puesto muy en duda la eficacia de la prisión como solución o
estrategia global con relación a su objetivo de resocialización. Pese a que muchos países adoptan en su
legislación penitenciaria la filosofía de tratamiento emanada de las Recomendaciones para el
Tratamiento de las Naciones Unidas, los informes de organismos internacionales ponen de manifiesto
la infradotación de muchos establecimientos penitenciarios, especialmente, los de países en vías de
desarrollo, en servicios de alimentación, higiene, formación y programas de tratamiento.
Por ejemplo, el Informe 1996 del Observatorio Internacional de Prisiones indica que en un
grupo de 30 países se encontró las siguientes problemáticas de victimización a los internos:
P E N A D E M U E R T E
H A C IN A M IE N T O
A C T O S D E P R O T E S T A
D IS C R IM IN A C IO N , R A C IS M O
V IO L E N C IA E N T R E E M P L E A D O S E
IN T E R N O S
V IO L E N C IA E N T R E IN T E R N O S
T R A T O S C R U E L E S , IN H U M A N O S , O
D E G R A D A N T E S
0 5 10 15 20 25 30
Actuaciones que se dirigirán a menudo a cuestiones específicas del momento del encarcelamiento:
ingreso, permanencia, preparación para la salida. El siguiente cuadro pretende resumir el sistema de
relaciones entre tipo de actuación, momento del encarcelamiento y problemáticas a tratar.
Por su parte, con relación al entrenamiento, son posibles acciones de a) manejo del estrés
laboral, tema que puede revestir mucha importancia en el trabajo en prisión, b) participación del
personal de vigilancia y de funcionarios en los programas destinados a internos, c) entrenamiento a
empleados en tareas de observación y registro del comportamiento de ciertos internos, d) programas de
economía de fichas, destinados a mejorar el clima general de la institución y alcanzar cotas más
satisfactorias de convivencia y de acatamiento de las normas de vida institucional.
En este punto hay que señalar que la diferencia práctica entre entrenamiento e intervención es
difusa. Aquí hemos preferido emplear “entrenamiento” para designar acciones de intervención que son
derivadas de necesidades institucionales –no tanto de los internos- o que son recibidas por un grupo –
los funcionarios o empleados- para que pueden colaborar en acciones de observación o tratamiento
penitenciario. En general, podríamos indicar que el entrenamiento sería un tipo de intervención que no
se deriva necesariamente de un diagnóstico y detección previos de una patología en individuos, sino de
una necesidad institucional derivada de un diagnóstico organizacional. Por otro lado, hay que reconocer
que muchas formas de intervención dirigidas hacia los reclusos/as, suponen entrenarlos en diferentes
facetas –habilidades sociales, estrategias cognitivas, de control emocional, etc.).
Estas intervenciones dirigidas a la población reclusa puede tener múltiples objetivos, adoptar
una amplia variedad de estrategias y ser sostenidas por diferentes enfoques teóricos psicológicos. Por
ejemplo, en cuanto a las problemáticas a abordar, tenemos:
Disfunciones psicológicas de ciertos internos
Tratamiento de la conducta criminal, mediante el diseño, implementación y supervisión de los
programas respectivos
Asesoramiento psicológico a internos
Asesoramiento psicológico a empleados
Riesgo de suicidio en prisión
Violencia intra e intergrupal
Prevención y tratamiento de consumo de sustancias psicoactivas
Otra forma de diferenciar entre tipos es intervención es considerar los diferentes niveles en que
ésta puede darse, teniendo así:
Nivel individual: Clasificación de los internos en grados, programas o asignación a patios,
progresiones y regresiones de grado, atención o asesoría clínica, diagnósticos de personalidad, de
peligrosidad, de riesgo de suicidio, etc..
Nivel grupal-organizacional: Evaluación del clima social, tratamientos psicoterapéuticos grupales,
análisis del ambiente físico, culturas de la organización, etc.
Nivel educativo: también realizado en grupos, aunque específicamente centrado en acciones de
educación formal y no reglada, y de capacitación laboral, tanto para internos como para empleados.
En cuanto a los modelos teóricos que han respaldado las intervenciones se puede mencionar:
Los enfoques psicodinámicos: se puede encontrar experiencias de nivel tanto individual como
grupal. Las primeras responden a diseños de caso único y suele ser difícil evaluar su efectividad. En
() se encuentra una recopilación de casos prácticos de terapia psicodinámica internos e internas de
una amplia variedad de delitos. En cuanto a los enfoques grupales se puede citar a título de
ejemplos, las aplicaciones del sociodrama de Moreno.
Enfoques conductuales: centrados en el entrenamiento de repertorios conductuales.
Enfoques cognitivo-conductuales: aplicados a tipos específicos de delincuentes: agresores sexuales,
maltratadotes, etc. (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000; Echeburúa y Corral, 1998; Garrido,
2005). La investigación sobre la eficacia de los programas psicológicos de tratamiento de
delincuentes muestra la mayor efectividad de los enfoques de esta orientación sobre los de tipo
informativo o educativo (ver capítulo sobre evaluación de programas).
Otros: educativos, terapia racional-emotiva, aprendizaje mediante modelos…
Introducción
En el primer grado suelen clasificarse a menudo los sujetos condenados por delitos de alto impacto
social –homicidios, agresiones sexuales-, a veces para protegerlos de ataques de los otros internos, a
miembros de grupos terroristas con alta motivación para seguir cometiendo delitos, o a internos con
muchas dificultades de convivencia social con estilos agresivos de interacción social. En este grado el
interno pasa la mayor parte del día en su celda –22 a 23 horas diarias- y se le permite una hora de paseo
o de contacto con el aire libre y la luz natural, con restricciones muy severas en sus relaciones sociales
–visitas, otros internos, actividades de la institución.
El régimen ordinario consiste el habitual para la mayoría de los internos, quienes pasan en su celda
el tiempo asignado para dormir y por la mañana salen de las mismas, al patio o a las actividades
programadas, a los turnos de comidas, y, en los días permitidos a recibir visitas.
El tercer grado de mínima seguridad es concebido como un estadio de preparación a la libertad, en
el cual los internos tienen unos mínimos sistemas de supervisión, y frecuentemente trabajan en zonas
aledañas del centro, o estudian o trabajan fuera del mismo.
La clasificación de grado es el primer paso en el diseño teórico del tratamiento penitenciario
que se va a proponer a cada interno en particular. Como evaluación podrá ser seguida de otras
relacionadas con la revisión del grado asignado, la selección para participar en ciertos programas o para
ocupar empleos dentro de la institución –por ejemplo, atención en la cocina y comedores.
Lo que sigue son unas pautas generales del informe de psicología para la evaluación inicial del
grado. Se trata de líneas generales e ideales, a sabiendas que en la realidad no siempre se cumplen, por
la sobrecarga de trabajo, la falta de conocimientos sobre evaluación psicológica en contextos de
prisiones, o por la ausencia de procedimientos estándar institucionales de evaluación.
los cuales pueden ser completados por las indicaciones recogidas por López Martín y Vela
Rubio (2001).
Anámnesis biográfica: su finalidad es recoger información del interno en áreas centrales de su pasado,
tales como:
-Proceso de socialización: en la familia, con pares –relaciones interpersonales –amigos/as- y relaciones
grupales –pandillas, con otros –adultos del mismo o del otro sexo. Estancias en reformatorios,
detenciones, otros contactos judiciales.
-Historia escolar y laboral
-Sexualidad
-Relación con drogas: historia del consumo, evolución y actitudes hacia el mismo
-Historia y trayectoria del proceso de desviación
Aptitudes: su objetivo es reunir información del interno sobre sus destrezas intelectuales y
psicomotoras, como:
-Inteligencia general, abstracta, práctica o creativa
-Curso y contenido del pensamiento
-Atención y capacidad mnémica
-Aptitudes psicomotrices
-Habilidades de solución de problemas
Personalidad: esta es un área central a evaluar en los reclusos, por la estrecha relación que puede tener
con el delito. Se puede destacar la evaluación de:
-Perfil general de personalidad
-Componentes agresivos
-Incidencia de trastornos
-Relaciones interpersonales
-Habilidades de afrontamiento
-Habilidades sociales
-Riesgo de suicidio (ver sección más adelante)
-Impulsividad
Es de notar que este protocolo, como otros de finalidades similares, indica qué áreas hay que
evaluar, siendo competencia del profesional decidir las estrategias de evaluación –instrumentos,
técnicas de entrevista- más adecuadas para cada aspecto, de acuerdo a las particularidades del sujeto a
evaluar como la edad, el sexo, el nivel educativo, el delito por el que está acusado o condenado,
antecedentes de consumo de sustancias psicoactivas, y/o de delitos anteriores, como variables
importantes.
2
En general, a lo largo de todo el proceso penal –investigación, juicio, prisión-, la actuación del psicólogo como périto
experto puede tener importantes consecuencias para la vida de las personas involucradas –acusados, víctimas…
como tales (Código Penal Colombiano, 2000). De ahí, que en el ámbito penitenciario, ultimo eslabón
del sistema penal, la evaluación de la peligrosidad deba ceñirse a aquellas conductas enmarcadas en la
legislación penal o en el régimen penitenciario.
Por otro lado, siguiendo dentro del derecho penal y penitenciario, se ha constatado diferencias
entre legislaciones nacionales acerca de que en que proporciones debe repartirse entre el recluso y la
sociedad el riesgo de reincidencia o de peligrosidad. Así, con relación a los delitos sexuales por
ejemplo, mientras en ciertos estados de EEUU, el recluso que haya finalizado el cumplimiento de una
condena puede seguir internado, bajo una figura equivalente a la de medida de seguridad cuando el
estudio del sujeto concluya que existe una alta posibilidad de reincidencia, en otros lugares, como en el
caso colombiano, todo interno condenado que haya cumplido íntegramente la pena privativa de libertad
(condena dictada menos descuentos por trabajo, estudio, buen comportamiento) tiene derecho a
recobrar el ejercicio de la libertad de movimientos. Esta cuestión y las anteriormente mencionadas
muestran que la evaluación de la peligrosidad es algo más que la aplicación de instrumentos de
medición a personas encarceladas, sino que está enmarcada en un contexto sociocultural y legal que la
determina en gran manera.
A partir de lo anterior, e integrando los diferentes elementos expuestos, se podría definir la
peligrosidad como aquella conducta sobre la que hay una expectativa de realización en el futuro –más o
menos inmediato-, a partir de la ocurrencia de conductas similares o análogas en cuanto a que suponen
una lesión o perjuicio a un bien jurídico –un derecho de las personas- protegido por la ley penal.
En consecuencia la evaluación de la peligrosidad, en psicología, sería la aplicación de técnicas,
estrategias e instrumentos de evaluación, cuyo objetivo es predecir, con la mayor precisión posible el
comportamiento futuro de la persona relacionado con el respeto o el daño a bienes jurídicos protegidos
por la legislación penal, y, se podría añadir, el afectado puede ser el mismo agresor.
Hay que tener en cuenta que lo usual es que la valoración del psicólogo se sume a la de otros
profesionales –médico, trabajador/a social, criminólogo/a, etc.- . Teniendo en cuenta esto, la
recomendación de grado deberá basarse en este cúmulo de información recogida, en la cual la obtenida
por el psicólogo es una parte, aunque muy importante. Por otro lado se debería procurar no saturar al
interno con preguntas que ya le han podido hacer en una entrevista anterior –por ejemplo, composición
de su familia de procedencia, ocupación, nivel educativo…-. Para evitar esto, la intervención de cada
una de los profesionales que van a realizar estas evaluaciones debería estar coordinada para aprovechar
al máximo la información que cada uno obtiene, no repetir preguntas o temas de exploración y evitar
transmitir una imagen de descoordinación y burocratismo.
Contamos hoy día, a nivel internacional, con diferentes instrumentos de evaluación que arrojan
resultados prometedores en cuanto a su capacidad predictiva. En Colombia se registra un avance en la
adaptación de algunos instrumentos, aunque aún son escasos con relación a las necesidades que se
presentan en el sistema penitenciario –por ejemplo, instrumentos para evaluar el riesgo de agresión
sexual o de violencia doméstica.
Con relación a los perfiles estadísticos, presentan la ventaja de lograr variables que diferencian
claramente entre grupos de alto y bajo riesgo o peligrosidad, aunque un uso no reflexivo de ellos puede
llevar a una visión estática de las personas, definidas por sus comportamientos pasados y marginados
de una posibilidad de cambio.
El uso de tales instrumentos debe estar enmarcado en una evaluación que no se reduzca a la
aplicación descontextualizada de una sola prueba. Es necesario además que los profesionales
encargados de las evaluaciones tengan el entrenamiento adecuado en el uso de estos instrumentos y
gocen de las cualidades personales –actitudes, valores- necesarias para llevar a cabo este tipo
desempeño profesional.
3
La reincidencia no tiene que ser en el mismo delito, sino en algún delito.
Drogas en medio cerrado
El consumo de drogas es un factor muy relacionado con una parte muy importante de la
criminalidad, en especial con los delitos contra la propiedad. Aspectos centrales a evaluar en esta área
son:
Edad de inicio en el consumo
Motivos para el inicio en el consumo
Lugar en donde consumió por vez primera
Motivos para el mantenimiento en el consumo
Existencia de historial de consumo o abuso de drogas en la familia, pares, otros adultos
Trayectoria del consumo: si ha sido continuado o interrumpido, estabilizado o recorrido por varias
sustancias
Tipo de relación entre el consumo y el delito
Qué sustancia consume en la actualidad (o antes de entrar en prisión) y cual le gusta más
Existencia de policonsumo
Motivación para dejar el consumo
Beneficios penitenciarios
Se designan como tales a aquellos permisos y autorizaciones de abandono del centro
penitenciario previos a la concesión de la libertad condicional o definitiva y que suelen tener como
finalidad ir preparando al individuo a esa vida libre en sociedad mediante aproximaciones a la misma,
siempre que se cumpla una serie de condiciones previas, las cuales suelen ser de dos tipos: jurídicas y
psicológico-sociales.
Aunque los beneficios penitenciarios varían de una legislación nacional a otra, en general hay
beneficios de corta y larga duración. Los primeros corresponden por ejemplos a permisos para
abandonar el centro con el fin de atender cuestiones familiares o empezar volver al medio abierto por
plazos de hasta 72 horas. Los segundos, los de larga duración corresponden a autorizaciones para salir
del centro durante el día para estudiar o trabajar.
4
Lo cual muestra que estos beneficios son aplicables a las personas condenadas, no a las que estén en situación de prisión
preventiva, sindicados o procesados (según la denominación de uso de cada país).
Haya observado una participación razonable en las diversas actividades organizadas en el
establecimiento, incluyendo el desempeño adecuado de empleos en la cocina o lavandería,
por ejemplo.
Tenga un entorno social de acogida estructurado, pro-social y que muestre una disposición
clara de responsabilizarse del interno durante el disfrute del beneficio.
Por otro lado, los psicólogos/a también pueden equivocarse. A veces la evaluación del interno
para la recomendación de un beneficio penitenciario se apoya en criterios meramente intuitivos
(Mormont y Giovannangeli, 2001), sostenidos en ocasiones por la experiencia de años de trabajo en
prisiones –lo cual en sí mismo no es algo negativo-, pero careciendo de un procedimiento estandarizado
y de reconocida validez y solvencia para tales casos. Hay que tener en cuenta que las condiciones
psicosociales generales anteriormente expuestas a tener en cuenta para la valoración de beneficios
penitenciarios no pronostican directamente el comportamiento que el individuo va a tener en el exterior
del centro, por lo menos para internos con desviaciones sexuales –agresores sexuales y abusadores- y
con personalidad psicopática, por ejemplo.
Así, los internos con delitos sexuales son en general buenos internos durante su
encarcelamiento, debido a que, al saber que son rechazados por los otros reclusos –y a veces agredidos-
procuran no tener problemas de convivencia con ellos. Por su parte,. los delincuentes con personalidad
psicopática pueden ser muy manipuladores y recurrir al engaño y a la mentira con el fin de dar la
impresión de ser una persona que ha cambiado, que respeta la ley y la sociedad y que ya no va a volver
a causar daño a los demás. Por último, los internos aprenden unos de otros a decir en las entrevistas de
evaluación aquellos contenidos que creen que se tienen en cuenta de manera favorable para que se
recomienda la concesión de un permiso de salida. Esto último es un reflejo de la cultura carcelaria, y el
profesional de la evaluación debe saber distinguir estas situaciones y dotarse de procedimientos útiles
para realizar sus valoraciones en este y otros campos.
A modo de ejemplo nos referiremos ahora a un procedimiento que se emplea en España para el
estudio de la recomendación de beneficios penitenciarios.
Por supuesto que estas variables corresponden a lo hallado en un contexto muy particular, del
cual no deba quizás generalizarse a otras realidades. Pero lo que si cabe señalar aquí es que todo
sistema penitenciario debería contar con instrumentos de similares funciones y propiedades, de cara a
ayudar al profesional a realizar las evaluaciones que se le soliciten en esta área.
Así pues, el estudio de Clemente encontró que un mayor riesgo de no aprovechamiento correcto
de un permiso de salida estaba, por ejemplo, en los sujetos extranjeros y en los que presentaban
problemas de drogadicción. La extranjería conlleva que el interno probablemente carece en el exterior
de vínculos sociales significativos, lo cual aumenta la probabilidad de que no tenga motivación –
reforzada por los demás- para esforzarse por respetar la normativa legal.
La drogadicción, por su parte implica que el individuo que no quiere dejar la adicción, o por
influencia del entorno al que se acerque en la calle, con mucha probabilidad volverá a consumir. Tras
un periodo sin consumir es muy posible que con una mínima dosis vuelva a experimentar todo los
síntomas de los efectos de la sustancia (tolerancia secundaria) y una vez ‘enganchado’ de nuevo a la
droga, vuelva a delinquir para costearse las dosis y carezca de motivación para volver al centro, donde
la droga es más difícil y más cara de obtener.
Con relación a las variables del permiso solicitado, la deficiencia convivencial se refiere a
señales de conflictividad del interno en sus interacciones sociales, y en particular a la ausencia de
vínculos sociales estables, sólidos y prosociales en el exterior. La lejanía, por su parte, de la residencia
del interno respecto al establecimiento carcelario, hace más fácil que el individuo piense en no volver –
aunque sea tan solo porque de 48 horas de permiso concedido, 12 implican viajar de regreso al
establecimiento. Y las presiones internas consisten en la percepción que el interno –y nosotros- tenga
de que corre algún peligro en el establecimiento –amenazas de otros internos, malos tratos, etc.
Son criterios adicionales que pueden orientar la decisión de recomendar, si o no, un permiso de
salida. Como se ve, en esta lista se incluye la puntuación que el sujeto haya obtenido en la Tabla de
Variables de Riesgo y destacan aspectos relacionados específicamente con la comisión del delito –
hechos de alto impacto social –homicidios, agresiones sexuales-, con ensañamiento y con pertenencia a
grupos de criminalidad organizada. La categoría de las ¾ partes cumplidas de la condena indica que,
aunque parezca paradójico los individuos a quienes les faltaba poca condena por cumplir se fugaban
más, en el estudio español. Por último la presencia de un trastorno psicopatológico remite a la
evaluación o recopilación de información del estado mental del sujeto, atendiendo a aspectos tales
como:
Trastornos psicóticos
Psicopatía
Distorsiones cognitivas e impulsos sexuales desviados en agresores sexuales
Trastornos de dependencia o abuso de sustancias
En el caso de agresores sexuales, la evaluación de los aspectos que acabamos de señalar puede ser
muy relevante, dado que, como se mencionó antes, una buena convivencia del interno en el
establecimiento no guarda relación con sus inclinaciones e impulsos sexuales.
CORRELATOS DE LA EXPERIENCIA DEL ENCARCELAMIENTO: LA PRISIONIZACIÓN
Y LA CULTURA CARCELARIA
Introducción
Prisionización
Por su parte, Bohn y Traub (1986) encuentran en una muestra de 30 hispanos monolingües en
una prisión de EE.UU, que sus puntuaciones en algunas dimensiones del MMPI –depresión,
psicastenia, manía y desviación psicopática- empeoran en el segundo turno de dos tiempos de recogida
de las puntuaciones. Los autores proponen que estos resultados se deben a la dificultad de estos
internos de comunicarse con la institución, y de aprovechar sus recursos, sintiéndose más aislados a lo
largo del tiempo. Este estudio muestra que algunas variables pueden dificultar el proceso de adaptación
psicológica al choque del internamiento en prisión.
Otros autores encuentran que los efectos negativos asociados al internamiento pueden
acentuarse a lo largo del mismo mientras otros síntomas pueden remitir o estabilizarse. Por ejemplo,
Paulus y Dzindolet (1993) evaluaron a una muestra de 106 internos, hombres y mujeres, en dos
momentos, con un intervalo entre medidas de 4 meses, en estado de ánimo, soporte social, evaluación
de la permanencia en prisión, estilos de resolución de conflictos, síntomas físicos, valoración de los
problemas dentro y fuera de prisión, tolerancia a varios aspectos de la vida en prisión, y medidas de
presión sanguínea. Entre otros resultados encontraron que las mujeres se mostraron más ansiosas por su
permanencia en prisión, con presión sistólica más baja, más preocupadas por los estresores de la vida
en prisión, y con más síntomas físicos que los hombres. En cuanto a variaciones a lo largo del
internamiento, la evaluación de la prisión fue más negativa en la segunda medida que en la primera;
aumentaron las referencias a los problemas sociales al interior de la prisión, pero disminuyeron los
problemas externos. Los rangos en enojo, depresión, ansiedad y locus de control no variaron a lo largo
del internamiento, mientras el apoyo social disponible para los internos declinó con el tiempo, así como
la satisfacción de los internos con este apoyo. Las puntuaciones en la escala de tolerancia fue un
predictor fuerte de las reacciones de los internos en ambas medidas. Los autores concluyen que los
internos reflejan respuestas diferentes a diversos aspectos del medio ambiente en la prisión. Mientras la
preocupación por algunos problemas (externos) decrece, aumenta la inquietud por los conflictos al
interior de la prisión, mientras otros indicadores emocionales permanecen en un nivel similar a lo largo
del encarcelamiento. Los autores proponen un modelo de adaptación a la prisión basado en dos
componentes: por un lado la evaluación de la vida en prisión realizada por los internos, tanto mujeres
como hombres, se vuelve más negativa a medida que aumenta el tiempo de internamiento debido a las
continuas deprivaciones de la vida en prisión y a los diversos problemas con el staff, con otros internos
y con los programas y procedimientos de la institución. Sin embargo, debido al incremento de la
familiaridad con el personal de la prisión, los procedimientos y la población, el nivel de incertidumbre
disminuye con el tiempo, y ello se reflejaría en una reducción en los niveles de estrés fisiológico.
Este modelo sería aplicable tanto a mujeres como hombres internos. Por ejemplo, Jaimes,
Montenegro, Morales, Ortiz y Quiroga (1995) comparando grupos de internas con distintos periodos de
tiempo de detención, encontraron que algunos indicadores sobre quejas y cogniciones de salud
mostraban una evolución temporal, en sentido de correlación positiva con el tiempo de internamiento,
sin controlar el tiempo de resto de condena, especialmente en lo relativo a las quejas relacionadas con
el aparato locomotor, circulatorio y del sistema nervioso, mientras el nivel de depresión, en la
realización de actividades y en las conductas agresivas tendía a decrecer con el tiempo.
1.Institución
Se pueden dar variaciones en este proceso en función de las características de la institución: si
es de máxima seguridad y con hacinamiento el proceso de adaptación a la prisión puede ser más lento.
Por otra parte el proceso de adaptación a la prisión puede estar mediado por variables como el
género del interno y la personalidad.
2.Género
El estudio de Paulus y Dzindolet (1993) indicaba que las mujeres puntuaban más en ansiedad,
estrés y síntomas físicos que los reclusos varones. El mayor impacto del encarcelamiento en las
mujeres sería la razón que quizá explicaría el mayor consumo de tranquilizantes en este colectivo,
como lo mostraba el estudio de Harding (1984). MacKenzie, Robonson & Campbell (1989) estudiaron
el proceso de adaptación de 75 reclusas voluntarias, asignadas a tres grupos: de sentencia corta
(estancia en prisión menor a dos años, y con sentencias de menos de 48 meses; n=37), con ingreso
reciente y con sentencias de 96 meses o más (n=20), y con condenas largas y tiempo en prisión por lo
menos de 18 meses (n=18). Se les aplicó un instrumento que contenía: un inventario de preferencias en
prisión, control de eventos y percepción de problemas y necesidades, y una medida de ansiedad (escala
de ansiedad de estado-rasgo). Se encontró que no existían diferencias de género entre los grupos en
número de arrestos anteriores, en la medida de ansiedad ni en el afrontamiento de problemas; las
diferencias en el inventario de preferencias de prisión fueron pocas. En cambio, las internas con
sentencias cortas e ingreso reciente reportaron un control de eventos significativamente menor que el
grupo que tenía condenas largas y con ingreso reciente. Para las mujeres internas con sentencias largas
era mayor el número de problemas y necesidades experimentadas en la prisión, es decir, el ambiente de
la prisión les creaba muchas dificultades en relación con las diferentes áreas (social, laboral, familiar,
personal), y reducía las oportunidades de relacionarse con los demás. En un estudio de Maitland y
Sluder(1998) entre 81 internos (57% hombres) participantes en programas de tratamiento de drogas, el
45% habían empleado sobre todo la cocaína o el crack. Las mujeres informaron que fue un suceso
ocurrido en la vida adulta lo que les llevó al consumo de estas sustancias. También las mujeres
informaron más que los hombres sobre policonsumo de drogas, mostrando más variedad de razones
que los varones para explicar su consumo. Las mujeres indicaban más que los varones el escapar de la
realidad, acoplarse al dolor físico, evitar el impacto de eventos o sentimientos dolorosos, para ser
normal, por no poder manejarlo y por querer integrarse con amigos. También más mujeres (28) que
hombres (16) indicaban el abuso de drogas de sus padres. El 65%, hombres y mujeres informó de
abuso físico en la infancia, el 54% abuso emocional, y ambos por una tercera parte. Más mujeres (24)
que hombres (5) indicaron haber sido abusadas sexualmente en la infancia, y 32 mujeres respecto a 14
hombres informaron de haber sufrido maltrato emocional en la infancia por otro familiar. Ambos sexos
obtuvieron porcentajes altos en abuso físico y emocional en la adultez. Más mujeres que hombres
fueron víctimas de abuso físico (42 - 16), sexual (28 - 3), emocional (41 - 18). También más mujeres
que hombres fueron testigos de abuso emocional (31 - 11), y maltrato o abuso físico o emocional (16 -
4). En cuanto a síntomas clínicos un rango entre el 31% y 76% de los sujetos tenían problemas como la
depresión, el autoconcepto, el estrés personal, agresión o problemas con familia y/o con amigos. Más
mujeres que hombres tuvieron puntuaciones por encima del punto de corte clínico en sentimientos de
culpa (49% - 24%), pensamientos confusos (46.7% - 20.6%) y desorden del pensamiento (52.3% -
15.2%).
Siguiendo a Beristain y De la Cuesta (1989), algunas de las razones por las que la vida en
prisión exige mayor esfuerzo de ajuste a las mujeres que a los hombres serían las siguientes: el diseño
ambiental y el régimen de normas de la prisión se concibieron inicialmente para albergar población
masculina, por lo cual tienen menos en cuenta la problemática particular de las mujeres infractoras. Por
otra parte, debido al hecho de que la criminalidad femenina registrada es mucho menor que la
masculina existen menos establecimientos de reclusión para las mujeres, y en bastantes casos los que
existen consisten en secciones o patios de centros para hombres, que se han habilitado para albergar a
mujeres. Esta escasez de plazas para mujeres delincuentes hace más probable que la mujer sea
internada en un establecimiento alejado de su lugar de residencia, y por tanto de su red social, con lo
cual se hace más difícil que reciba visitas de familiares y amigos. A ello hay que añadir que, de acuerdo
a las publicaciones, existen muchos menos programas de tratamiento o intervención psicológica
dirigidos específicamente a mujeres, y de los que existen bastantes son extrapolaciones de programas
diseñados para hombres.
Hay que tener en cuenta, que el estatus que el preso tenga entre los demás internos depende en
parte de aspectos como el no delatar a otros, no meterse –no ver, no oir- donde no le llaman y cumplir
con las promesas dadas a los otros internos. Además, el reconocimiento que el interno llegue a alcanzar
en prisión dependerá del grado en que goce de las siguientes fuentes de poder:
Uso de fuerza o violencia: en el delito cometido (excepto para los delincuentes sexuales) o en sus
relaciones con los demás internos
Dinero: que permite comprar seguridad, espacios, mejor comida y otros privilegios en el patio
Información: el interno que logra reunir información de quien entra y sale de la cárcel, qué medidas
prepara la institución en el penal o en alguna de sus secciones, o el que tiene conocimientos de
derecho y ayuda a otros internos en sus causas judiciales se vuelve útil para los demás internos, lo
cual le permitirá tener una posición ventajosa en la prisión.
En resumen, como señala Cornelius (1992), la cultura de los internos es de supervivencia. Una
manera de sobrevivir es manipular a los oficiales de las correcionales e imponerse a otros internos, para
controlar el entorno penitenciario y acceder a ciertos beneficios.
Ahora bien, cuando las instituciones solicitan apoyo de practicantes para reducir las expresiones
abiertas de homosexualidad en prisión vale la pena preguntarse, ¿Cuál es el problema realmente en
torno a la sexualidad? ¿Qué es lo que nos preocupa de estas situaciones? ¿Nos interesa conocer a qué
se deben? ¿Nos planteamos intervenir en esta problemática porque nos ofende o molesta, o porque nos
preocupan los internos e internas? Ellos, los internos e internas, y nosotros, el personal que trabaja en
las prisiones, los estudiantes y los profesores, tenemos nuestra particular manera de vivir la sexualidad,
incluyendo actitudes, prejuicios, formas de expresarla, etc. Ello no quiere decir que tengamos que
compartir cualquier otra forma de expresión sexual, pero si respetarla en cuanto no supongan
comportamientos claramente peligrosos para la propia persona, ni una imposición hacia los demás. En
la vida libre, el ejercicio de la sexualidad se enmarca a menudo en marcos de intimidad, privados, por
lo cual es más fácil ser tolerante ante las diversas opciones sexuales: sabemos que las hay, pero no las
vemos. En cambio, en prisión, por las mismas restricciones que impone la escasez de espacios, el
hacinamiento y la falta de intimidad, estas expresiones de la sexualidad suelen visibilizarse más.
Es llamativo que rara vez la sexualidad, y su vivencia en prisión, se aborda en las intervenciones
con los internos/as. Sin embargo, no por ello el problema deja de existir. A tal fin se han dado
soluciones o propuestas diversas, desde las que propugnan la abstinencia total de los detenidos a otras
como (Neuman, 1980):
a) Uso de drogas para mitigar el impulso sexual
b) Facilitar las visitas conyugales
c) La ocupación de los internos mediante deporte o trabajos (pesados)
d) Establecimientos de servicios profesionales, para quienes carecen de visita conyugal.
En cuanto a las visitas conyugales, tanto el derecho penitenciario internacional como las
respectivas normativas nacionales reconocen y regulan este derecho, probablemente por sus efectos
terapéuticos sobre el estado de ánimo de los detenidos y por su contribución a mantenerles en contacto
con las redes sociales del exterior.
Evidentemente, la visita conyugal no se reduce a una relación física, sino que constituye un re-
encuentro con la intimidad y la confianza en el otro. Los procedimientos de requisa/cacheo a las visitas,
la premura de los tiempos, las condiciones del lugar donde tiene lugar el re-encuentro con el otro,
inciden en favorecer o perturbar la calidad de esa relación. Con frecuencia generan sentimientos de
resentimiento por la falta de privacidad y de tiempo.
Por otro lado, los servicios de trabajadoras sexuales suponen un desafío para las instituciones,
ya que en torno a ellos fácilmente se desarrolla un entramado de corrupción con capacidad de incidir en
los sistemas de vigilancia y en las dinámicas de los establecimientos.
Introducción
El suicidio en prisión puede ser abordado desde la perspectiva del estrés psicosocial y tomado
como una posible consecuencia del encarcelamiento y de las circunstancias que, a raíz de éste,
confluyen de manera específica en cada interno.
Aunque la forma de recoger los datos o la definición legal del acto de suicidio así como la
fidelidad en el registro de estos casos puede variar en cada país, diversas fuentes muestran que la tasa
de suicidios en prisión es mayor que la reportada en la población general (Marijuán, 1997). Por
ejemplo, de acuerdo a datos de la OMS (www.who.org), la tasa media de suicidio en la población
general mundial es de 12,35 para hombres y 3,75 para mujeres por cada 100.000 habitantes, mientras
que en contextos penitenciarios se han encontrado en 1996 por cada cien mil internos, tasas de 146
suicidios en Alemania, 187 en Bélgica, 197 en Camerún, 317 en Chad, 194 en Francia, 91 en Nueva
Zelanda o 118 en el Reino Unido (Observatorio Internacional de Prisiones, 1996), con excepciones a
esta tendencia como las de las prisiones de Japón en ese año, que no registró ningún suicidio en prisión.
En Canadá se ha señalado que la tasa de suicidio en prisión es tres veces superior a la de la población
general (Arboleda-Florez y Holley, 1989) y en Francia sería ocho veces mayor (Ramsay y
colaboradores, 1985) En la prisiones escocesas, entre 1970 y 1982 la tasa media de suicidios fue de
51.8 por 100.000 (Backett, 1987).
El ingreso en prisión: sobre todo para el interno primario, es decir, la persona que por primera vez
llega a prisión, el ingreso suele ser vivido como una experiencia muy impactante: la persona se siente
fácilmente con miedo, con pérdida total del control de su propia vida que va a depender de terceros –
empleados e internos.
Espera de decisiones judiciales: este factor se refiere a que el sujeto está esperando una sentencia en
primera instancia o segunda (apelación) y siente que el proceso se demora más de lo que tenía pensado
o de lo legalmente establecido, y ello le puede conducir a estados altos de ansiedad, sobre todo cuando
concurren otras preocupaciones en el sujeto, como por ejemplo familiares –alguien enfermo, o
fallecido-, o de convivencia en prisión –clima de violencia o de abusos-.
Tedio y desocupación: la falta de actividades con las cuales llenar el tiempo que se pasa en prisión
puede llevar a que algunos internos se dedican a rumiar mentalmente la fatalidad de su situación de
encarcelado y/u otros problemas personales que le afecten. Por otro lado, un interno puede recurrir a
autolesionarse, o a aparentar que quiere suicidarse para lograr ser trasladado, al menos unos días, a la
zona de enfermería de la prisión, donde el régimen de vida es menos severo, donde puede conseguir
medicinas como sustituto de las drogas, o donde está más seguro respecto de otros internos y de
problemas que pueda tener en el patio.
Muerte o enfermedad grave de un familiar: uno de estos problemas personales puede ser la
enfermedad grave o la muerte de un familiar muy importante afectivamente para el sujeto, como alguno
de los padres, la pareja, o algún hijo, sobre todo cuando la institución no autoriza al interno que acuda
al funeral o a visitar al familiar. EL interno puede reaccionar con enojo, frustación o depresión, y hay
que estar atento a las señales que muestre sobre su estado de ánimo.
Separación de seres queridos: el encarcelamiento conlleva la separación del interno de su red social, al
menos temporalmente. El alejamiento y pérdida del contacto con los seres queridos puede sumir al
individuo en un estado depresivo. Dentro de esto, hay que prestar atención especial a las mujeres
reclusas que deben dejar a sus hijos a cargo de otros familiares o de instituciones, y a las madres que,
habiendo tenido a su cuidado en prisión a algún hijo, cuando éste cumple la edad límite permitida por
la ley para permanecer con su madre, debe separarse de ella.
Trastornos psiquiátricos: los estudios revisados en los párrafos anteriores y otros muestran que entre la
población penitenciaria es mayor la proporción de sujetos con trastornos de psiquiátricos que en otros
grupos poblacionales. Estos trastornos pueden tener una base hereditaria, ser debidos a experiencias
traumáticas en la infancia o a la interacción entre ambos tipos de factores. Por ejemplo, los accidentes y
enfermedades graves pueden dejar secuelas psicológicas. Por otro lado, muchas personas que llegan a
la cárcel presentan una acumulación de eventos traumáticos negativos, de forma que desarrollan una
visión negativa y de desconfianza de los demás. La vida pasa por ellos más que ellos por la vida. Por
ello, la etiología del suicidio en prisión es diversa y cualquier enfoque reduccionista sería desacertado.
Entre los trastornos que merecen atención con relación al tema que nos ocupa están, según López
Martín y Vela Rubio (2001):
Síntomas depresivos
Intentos de suicidio
Antecedentes de suicidio en la familia de origen
Antecedentes de epilepsia
Trastornos psicóticos
Impacto del conocimiento reciente de padecer una enfermedad grave
Cultura carcelaria violenta: En una prisión de una cárcel latinoamericana los intentos de suicidio
ocurridos en el intervalo de tres meses fueron de 11, frente a los 12 intentos de todo el año anterior.
Parece que una de las razones de este aumento tan marcado en esos tres meses se debió a cambios
introducidos en la distribución de los internos en los patios. Se había pasado de un sistema de
separación de los internos más violentos o proclives a explotar de los demás internos en un patio
especial a en repartirlos entre todos los patios del centro, con el fin, se dijo, de mezclarlos con los
demás de forma que aprendieran de estos pautas no violentas de relaciones interpersonales. Esto llevó a
que estos internos más violentos fometaran en cada patio diversas formas de extorsión sobre los demás
presos, creando un clima de violencia que amedrentaba a los nuevos internos o a los más jóvenes. Por
ello, una posible razón para el intento de suicido o de autolesión de un recluso o reclusa puede ser que
esté siendo sometido a vejaciones y explotación de otros internos. Como muy raramente los reclusos
denuncian este tipo de hechos, hay que tener contacto con los patios y conocer muy bien y hasta donde
sea posible a la población de internos para saber captar qué está pasando en el penal.
Instrumentos de evaluación
Con relación a síntomas depresivos, existen diversos instrumentos de evaluación que pueden ser
empleados para conocer el estado emocional de una persona. Mencionaremos algunos de ellos a
continuación:
BDI: El Inventario de Depresión de Beck (BDI) es uno de los instrumentos más reputados de
evaluación de la depresión clínica, consta de 40 ítems con cuatro opciones de respuesta cada uno de
ellos. De esta escala se han derivado otras que miden el mismo constructo.
Escala Autoaplicada de Zung: Consta de 20 ítems con cuatro alternativas de respuesta en
formato likert. Los ítems hacen referencia síntomas depresivos con énfasis en sensaciones somáticas.
En un estudio con una muestra de más de 400 internos procedentes de 5 establecimientos
penitenciarios, la escala arrojó un coeficiente de consistencia interna de : .79.
GHQ-12: La Escala de Salud General de 12 ítems es una versión abreviada de la escala GHQ, la
cual se basa en graba parte en el BDI. La versión de 12 ítems evalúa síntomas generales de ansiedad y
depresión y puede servir para obtener una primera aproximación al estado de ánimo del sujeto. Con una
muestra colombiana de 53 internos la escala arrojó un coeficiente alfa de .79. Con una muestra de
empleados de prisiones se obtuvo una fiabilidad interna de : .81.
Escala de Indicadores de Riesgo de Suicidio: consta de varios ítems, que se ofrecen en su
versión completa en el capítulo sobre instrumentos, basados en los trabajos de Arboleda-Florez y
Holley (1989) y Archel y Rauvant (1989). Se pregunta al sujeto si ha experimentado recientemente
fantasías de morir, si se ha autolesionado o se ha intentado quitar la vida, y si ha presentado una serie
de antecedentes de enfermedades físicas o mentales. En una investigación se encontró que un mayor
consumo de drogas actualmente y una mayor percepción de falta de cariño de los padres, se asociaba a
niveles más altos en un indicador de esta escala basado en los ítems de fantasías suicidas, autolesiones
e intentos de quitarse la vida (Ruiz, 2004).
Autopsia psicológica en prisión
Frente a una muerte consumada en un establecimiento penitenciario puede surgir la duda acerca
de si se trató de un suicidio o de un homicidio. A veces los suicidios se camuflan de homicidios porque
la institución no quiere reconocer que no ha podido cuidar de la integridad psicológica de quien ha sido
asignado a su custodia, cuidado y resocialización. El caso inverso es aquel en que se intenta pasar por
suicidio un acto de asesinato, con el fín de desviar, impedir o dificultar el esclarecimiento de una
muerte violenta. La autopsia psicológica consiste en un conjunto de procedimientos de indagación de la
personalidad de quien ha fallecido a través de documentos que pudiera haber dejado y de entrevistas a
su entorno social –familiares, amigos, colegas de trabajo, etc-. En el caso de un interno, su entorno
social puede ser las visitas que recibía, los compañeros de celda o patio, etc. La presencia confirmada
de factores de riesgo expuestos en las líneas anteriores serían elementos para apoyar la hipótesis del
suicidio. En cambio, la ausencia de trastornos de personalidad, el consumo de drogas, el que le quedara
poco tiempo para terminar la condena, y/o la inexistencia de intentos anteriores de suicidio, junto a la
participación registrada en actividades del establecimiento, y un estado de ánimo razonáblemente
optimista para las circunstancias, por ejemplo serían elementos que irían en contra de tal hipótesis.
Introducción
Consideramos que son pocos los instrumentos de evaluación exclusivos del campo
penitenciario. A menudo son empleados test y protocolos que forman parte del dominio más amplio de
la psicología jurídica y forense, o, inclusive, de la psicología general. Con todo, si podemos identificar
en el ámbito de las prisiones ciertas herramientas específicas de evaluación del ajuste a la vida en
prisión. Haremos aquí una revisión no exhaustiva de toda la gama de instrumentos psicológicos de
evaluación susceptibles de emplearse en la diversidad de objetivos que puede tener la evaluación e
intervención penitenciarias, pero si completa en cuanto a las modalidades que pueden adaptar tales
pruebas psicológicas.
Hay que tener en cuenta que las estrategias de evaluación se adaptarán a cada caso particular y
al ámbito de peligro respectivo –convivencia, riesgo de fuga, comisión de nuevos delitos.
Una primera clasificación, de acuerdo a la investigación acumulada, sería la que distingue entre
métodos clínicos y perfiles estadísticos. Los primeros parten del análisis de casos individuales mediante
entrevista y aplicación de instrumentos. Entre éstos se puede diferenciar varias categorías:
Instrumentos autoaplicados de personalidad general:
Existen pruebas psicológicas con buena reputación en el ámbito forense y penitenciario.
Destacan aquí el MCM en sus diversas versiones y, especialmente, el MMPI. En estos instrumentos el
sujeto debe responder una serie de preguntas de acuerdo a unas pocas opciones de respuesta que se le
ofrece –si, no; verdadero falso-. Existe un gran volumen de trabajo sobre la aplicación del MMPI y los
Instrumentos de Millon en el ámbito forense (ver revisión de Jiménez y Sánchez Crespo, 2002).
Actualmente, el INPEC viene aplicando a los internos e internas una versión reducida del MMPI, el
Minimult, que consta de tan solo 71 ìtems, y por su extensión y la redacción de los ítems es adecuado
para ser empleado con personas de bajo nivel educativo, como suele ser una gran parte de la población
reclusa. Ahora, aunque se han propuesto diferentes tipologías de internos o delincuentes con datos
procedentes de uno u otro instrumento, los resultados sobre la generalización de tales tipologías no son
claros.
Instrumentos autoaplicados de dimensiones específicas de la personalidad:
Existe multitud de instrumentos de medición psicológicas dirigidos a evaluar dimensiones
específicas de personalidad, valores, actitudes, etc. La elección de uno u otro instrumento deberá estar
respaldada por los objetivos de la evaluación y las características del sujeto.
Instrumentos o protocolos heteroaplicados sobre dimensiones específicas de la personalidad.
Para la evaluación de rasgos psicopáticos y de tendencias criminales, ciertos instrumentos van
adquiriendo mucha presencia en la literatura sobre evaluación de la conducta criminal. Son
instrumentos o protocolos heteroaplicados, es decir, se evalúa a la persona en una serie de aspectos
sobre los cuales no se le informa directamente.
Instrumentos o protocolos heteroaplicados sobre dimensiones específicas de la personalidad.
Para la evaluación de rasgos psicopáticos y de tendencias criminales, ciertos instrumentos van
adquiriendo mucha presencia en la literatura sobre evaluación de la conducta criminal. Son
instrumentos o protocolos heteroaplicados, es decir, se evalúa a la persona en una serie de aspectos
sobre los cuales no se le informa directamente.
Seguidamente haremos una aproximación a algunos de estos instrumentos sin, como
indicábamos al comienzo, pretender realizar una revisión exhaustiva, sino con el ánimo de ofrecer una
panorámica de estrategias evaluativos.
No se pregunta directamente al sujeto sobre estos aspectos sino que se le puntúa en cada uno de
ellos con 0 (rasgo totalmente ausente), 1 (rasgo algo presente) y 2 (rasgo totalmente presente) según su
comportamiento verbal y no verbal en la entrevistada, y a partir de la información que provea con la
que haya registrada en sus expedientes. La versión PCL-SV, consta de 12 ítems, y ha sido diseñada
para proveer una estrategia de evaluación más rápida (Cuquerella, Torrubia, Mohíno, Pujol, Subirana,
Puig, Planchat, Vilardell, 1996) y más basada en la entrevista (aunque no exclusivamente en ella). Los
ítems de esta versión son:
Locuacidad y encanto superficial
Sensación grandiosa de autovalía
Mentiras patológicas
Ausencia de remordimiento y culpa
Falta de empatía
No acepta responsabilidad de sus actos
Impulsividad
Escasos controles comportamentales
Falta de metas realistas
Falta de responsabilidad
Conducta antisocial adolescente
Conducta antisocial adulta
Escala de Apoyo Social de Vaux (adaptada por Ruiz (2004) y Becerra y Torres (2005).
Originariamente, esta escala está diseñada para población general o pacientes clínicos. De la
versión original en castellano, tomada de Páez y colaboradores (1986), se cambió el ítem 6 que
indicaba “No puedo contar con mi familia, para conseguir apoyo” por “Mi familia se desinteresa de
mi”, ya que bajo la primera redacción el ítem mostraba baja correlación con el resto de la escala.
Con muestras de detenidos, puede ser pertinente sumar por separado sólo los ítems relativos a la
familia (2, 4, 6 y 8) ya que la experiencia práctica ha mostrado que la familia suele constituir el soporte
social externo más importante (a veces él único) del interno/a. Una percepción de alto apoyo social,
especialmente familiar, se ha asociado a menor malestar emocional, menor riesgo de fuga durante
permisos y menor riesgo de reincidencia, una vez la persona sale en libertad.
Las estadísticas descriptivas –medias y desviaciones típicas) encontradas con diferentes
muestras colombianas se exponen a continuación:
Evaluación del riesgo de suicidio en prisión (Ruiz, 2004, sobre el trabajo de Arboleda-Flórez y
Holley, 1989).
Consiste en un grupo de preguntas de respuesta dicotómica, estructurado en dos bloques. El
primero reúne varios factores de riesgo, mientras que el segundo recoge información sobre el riesgo de
suicidio como tal. Este segundo bloque está formado por los siguientes ítems:
Sumando los tres ítems se obtiene un puntaje que puede oscilar entre 0 (nada de riesgo) y 3 (alto
riesgo).
Las relaciones encontradas entre este indicador de suicidio y otras variables, muestran una
asociación entre más antecedentes médicos –físicos y/o dificultades sexuales- y mayor riesgo de
suicidio y, a más dificultad en ajustarse a las normas del centro, más riesgo de suicidio. Por otro lado,
en una investigación (Ruiz, Sánchez, Gómez, Landazábal y Morales, 2003) para cada indicador simple
de riesgo de suicidio, la sintomatología emocional apareció asociada con las fantasías y con los intentos
de suicidio, los antecedentes de enfermedades físicas se asociaron con las fantasías y con los intentos
de suicidio y los antecedentes de dificultades sexuales con las autolesiones.
Resumiendo los resultados para el riesgo de suicidio global, éste sería mayor cuando hay
presencia de antecedentes médicos –enfermedades físicas o dificultades sexuales-, en los internos más
jóvenes y en aquellos en que hay peor ajuste a las normas del centro (Ruiz, Sánchez, Gómez,
Landazábal y Morales, 2003). El consumo de SPA aparece asociado sólo una vez con uno de los
indicadores de suicidio, sugiriendo una relación entre consumo actual y realización de autolesiones. En
general este perfil de riesgo de suicidio se acerca al descrito por otros (por ejemplo, Rager y Bénézech,
1987) aunque hay que recordar que son relativamente pocos los sujetos que contestaron
afirmativamente a estos indicadores, es decir, que indicar que sí habían experimentado fantasías de
suicidio, habían hecho intentos de quitarse la vida o se habían autolesionado. Mientras en otros estudios
el perfil del suicida en la cárcel, o de los factores de riesgo se describe a partir de los casos registrados
de suicidios consumados o intentados, en nuestro caso se obtiene a partir de una comparación –
implícita en el análisis de regresión logística- entre sujetos que contestaron afirmativamente o
negativamente a cada indicador.
Las medias encontradas en este indicador en un estudio con muestras de hombres y mujeres han sido:
Guía de entrevista para agresores sexuales (adaptada de Garrido y cols., 1993 por Ruiz, 2006)
Esta guía ha sido propuesta por Garrido y colaboradores (1993) para obtener una abundante
información sobre sujetos cumpliendo condena por un delito sexual, información que podría servir
tanto para la elaboración de perfiles de estos agresores como para orientar las intervenciones.
Algunas de las preguntas incluidas en la guía de entrevista se muestran en el anexo.
SVR-20. (Adaptación de Hilterman y Andrés-Pueyo, 2005, sobre el trabajo de Boer, Hart, Kropp
y Webster)
Es un protocolo de evaluación similar en su estructura al HCR-20 (de hecho, dos de los autores,
Webster y Hart, también lo son del SVR-20), dirigido a la predicción de riesgo de agresión sexual.
Consta de 20 ítems, agrupados en tres factores: Ajuste psicosocial, Ofensas sexuales y planes para el
futuro. Los ítems que hacen parte de cada dimensión se muestran en el anexo de este capítulo. Aquí se
puede señalar que la puntuación de cada ítems implica recurrir a múltiples fuentes de información y de
estrategias de evaluación, como sucede con el HCR-20.
Por ejemplo, los ítems 4, 5 y 6 (Psicopatía, Trastorno mental grave y Abuso de sustancias)
requieren estrategias de evaluación específicas de cada uno de estos aspectos. La información puede
provenir del sujeto evaluado, de sus familiares y amigos, de informes anteriores –expedientes,
evaluaciones previas psicologicas y de otras áreas, registros policiales, etc-, hacia las cuales hay que
mantener, al mismo tiempo, cierta actitud crítica sobre su veracidad, credibilidad y aplicabilidad.
Perfiles estadísticos
Consisten en extraer las características prototípicas de grupos de sujetos que presenten el
comportamiento de interés, por ejemplo, cometer un delito durante el disfrute de un permiso o fugarse
en una salida. Los perfiles son más claros cuando se comparan grupos de sujetos –por ejemplo, los que
se fugaron durante un permiso con los que regresaron a tiempo-, ya que la estrategia comparativa
permite identificar los aspectos que son propios de cada grupo y que diferencian a los grupos.
La insistencia en los ejemplos sobre permisos de salida temporales (Art. 147, Código
Penitenciario y Carcelario) obedece a que, precisamente, es en esta cuestión donde los perfiles
estadísticos han tenido aplicación en el ámbito penitenciario (Núñez, 1997). Así, en España, las
variables de riesgo de fuga durante un permiso era (López Martín y Vela Rubio, 2001):
a) Variables de la persona:
Extranjería
Drogodependencia
b) Variables de la actividad delictiva
Profesionalidad
Reincidencia
c) Variables de la conducta penitenciaria
Quebrantamiento
Primer grado
Ausencia de permisos
d) Variables del permiso solicitado
Deficiencia convivencial
Lejanía
Presiones internas
Los instrumentos de evaluación deben estar ajustados a las necesidades de cada caso particular
y a los objetivos de la evaluación (Rodríguez-Sutil y Avila, 1997), los cuales vienen orientados en la
normativa penal y penitenciaria. Ahora bien, tendemos a medir, en prisión, dimensiones o constructos
negativos –niveles de impulsividad, de agresividad, de distorsiones cognitivas, de gravedad de
síntomas. Quizá la aplicación de guías como el HCR-20 o el SVR-20 debiera ser completada con la de
aspectos deseables en el comportamiento interpersonal –empatía, motivación para el trabajo, juicio
crítico, grado de heterocentrismo (por ejemplo, en vez de nivel de etnocentrismo), lo cual va asociado a
una visión del interno o interna como alguien capaz de cambio y con potencial de crecimiento, en vez
de evaluar un conjunto de aspectos que es deseable suprimir o reducir –adicción, impulsividad, etc.
Hay que tener en cuenta que en los protocolos basados en parte en el historial de la persona, el interno
con antecedentes delictivos siempre va a puntuar alto, porque el pasado no se puede modificar, y
aunque el comportamiento en el pasado es el mejor predictor del comportamiento futuro, las
intervenciones o experiencias de los sujetos en prisión (por ejemplo, las religiosas), pueden lograr
cambios importantes en las actitudes, estilos de razonamiento, nivel de empatía y conductas externas
(ver capítulo sobre la evaluación de programas) de los sujetos intervenidos, a pesar de una trayectoria
de reincidencia (que indudablemente hay que tener en cuenta para el diseño de la intervención).
Por último, aunque aquí no nos hemos detenido en ellos, los test de tipo proyectivo pueden ser
útiles en el medio penitenciario, en el cual es mayoritaria la población con bajo nivel educativo, y que
suele presentar dificultades para responder pruebas de lápiz y papel.
ANEXO DE INSTRUMENTOS
HCR-20
Los ítems son:
a) Históricos:
Violencia previa
Edad del primer incidente violento
Relaciones inestables de pareja
Problemas relacionados con el empleo
Problemas relacionados con el consumo de sustancias adictivas
Trastorno mental grave
Psicopatía (a evaluar con el PCL-R20, o con el PCL-SV)
Desajuste infantil
Trastorno de personalidad
Incumplimiento en la supervisión
b) Clínicos
Carencia de introspección
Actitudes negativas
Presencia activa de síntomas de trastorno mental grave
Impulsividad
No responde al tratamiento
c) De gestión del riesgo
Ausencia de planes de futuro viables
Exposición a factores desestabilizantes
Carencia de apoyo social
Incumplimiento a los tratamientos prescritos
Alto nivel de estrés experimentado
Cuestionario de Agresividad de Buss y Perry (1992)
Por favor, a continuación, indique su grado de acuerdo o desacuerdo con cada una de las siguientes
situaciones de acuerdo al siguiente código:
1 2 3 4 5
Muy poco Muy
característico característico
en mi en mi
1 2 3 4 5
1 En ocasiones no puedo controlar el impulso de golpear a otra persona
2 Si alguien me incita lo suficiente, yo le pegaría
3 si alguien me pega, yo le devuelvo el golpe
4 Yo me involucro en peleas mas que la mayoría de las personas
5 Si debo recurrir a la violencia para proteger mis derechos, yo lo hago
6 Hay gente que me ha provocado tanto que nos hemos golpeado
7 Creo que exista una buena razón para pegarle a una persona
8 Yo he amenazado a personas que conozco
9 A veces he estado tan enfadado que he roto cosas
10 Expreso abiertamente mi desacuerdo a los demás
11 A menudo estoy en desacuerdo con la gente
12 Cuando la gente me irrita, les digo lo que pienso de ellos
No soy capaz de argumentar algo cuando las personas no están de
13 acuerdo conmigo
14 Mis amigos dicen que soy algo "tropelero”, “alegón"
15 Me enfurezco rápidamente pero lo supero enseguida
16 Cuando me siento frustrado, muestro mi enojo
A veces me siento como si fuera un tonel de pólvora listo para
17 explotar
18 Me caracterizo por ser una persona tolerante
19 algunos de mis amigos piensan que yo soy una persona impulsiva
20 A veces me descontrolo sin que haya una buena razón
21 Tengo problemas para controlar mi temperamento
22 Algunas veces siento que me comen los celos
23 A veces siento que la vida me trata duramente
24 Pienso que los demás tienen mas suerte que yo
25 A veces no entiendo como me afectan las cosas
26 Yo se que mis amigos hablan de mi a mis espaldas
27 Soy incapaz de tratar a los extraños de forma amistosa
28 Algunas veces siento que los demás se burlan de mi a mis espaldas
29 Cuando la gente es especialmente amable, me pregunto que quieren
Las claves de respuesta son: Agresión física, ítems 1 a 9; Agresión verbal, ítems 10 a 14; Ira,
ïtems 15 a 21; Hostilidad, ítems 22 a 29.
ESCALA DE PSICOPATIA PCL-R (20)
(En Hare, 1987)
0 AUSENTE TOTALMENTE
1 ALGO PRESENTE
2 PRESENTE TOTALMENTE
La escala se puntúa sumando lo que la persona marcó o contestó a cada ítem, dividiendo el
resultado entre el número de ítems. Esto dará un puntaje entre 1 y 4. A mayor puntaje, la persona
percibe mayor apoyo social.
ESCALA DE ESTRESORES COTIDIANOS EN PRISION
En las siguientes frases le vamos a preguntar cuanto esfuerzo le cuesta a usted adaptarse a
algunas situaciones de la prisión. Para cada una de las frases escoja la opción que le
parezca más adecuada.
Uso de la escala: se suma lo que la persona marcó en cada ítem, de acuerdo a los códigos
siguientes: nada=1, un poco=2, mucho=3, demasiado=4.. A continuación se divide el resultado entre el
número de ítems (9), obteniendo un puntaje que puede oscilar entre un mínimo teórico de 1 y un
máxmo de 4. Un puntaje elevado en esta escala se ha asociado en muestras de reclusos niveles altos de
sintomatología emocional (puntuación combinada en ansiedad estado, síntomas de PTSD y síntomas
depresivos).
EVALUACION DEL RIESGO DE SUICIDIO EN PRISION
(adaptado por Ruiz, 2004)
¿Le ha ocurrido alguna de las siguientes situaciones, antes de entrar a este centro?
BLOQUE A
¿Ha tenido enfermedades graves? No Si
¿Ha tenido accidentes graves? No Si
¿Ha estado hospitalizado por una enfermedad física? No Si
¿Ha tenido dificultades afectivas? No Si
¿Ha tenido dificultades sexuales? No Si
¿Ha recibido consejos o tratamiento psicológico? No Si
¿Ha estado hospitalizado para recibir tratamiento psiquiátrico? No Si
BLOQUE B
¿Ha tenido pensamientos, deseos o fantasías sobre suicidio o morir? No Si
Durante el último año, ¿ha realizado algún intento de quitarse la vida? No Si
Durante el último año, ¿se ha causado voluntariamente alguna herida No Si
a sí mismo?
GUIA DE ENTREVISTA SOBRE ACTITUDES Y CREENCIAS SOBRE LA
SEXUALIDAD5
5
Por razones de espacio incluímos aquí sólo una parte de esta guía de entrevista.
SVR-20
Se compone de 20 ítems distribuidos en 3 dimensiones.
a) Ajuste Psicosocial
Desviación sexual
Victima de abuso en la infancia
Psicopatía
Trastorno mental grave
Abuso de sustancias
Ideación homicida/suicida
Problemas de relaciones
Problemas en el trabajo
Historial de ofensas violentas no sexuales
Historial de ofensas no violentas
Incumplimiento en el pasado de supervisión
b) Ofensas Sexuales
Ofensas sexuales de alta densidad
Múltiples tipos de ofensas sexuales
Daño físico a la/s víctima/s en ofensas sexuales
Escalamiento en frecuencia y severidad de ofensas sexuales
Minimización extrema o negación de los delitos sexuales
Actitudes a favor o que justifican los delitos sexuales
c) Planes de acción futuros.
Planes no realistas
Actitudes negativas hacia la intervención
SARA-20
Se compone de 20 ítems distribuidos en 2 dimensiones.
Introducción
La institución carcelaria está presente en la sociedad occidental como una forma de vigilancia y
castigo tendiente a la preservación de las normas legales establecidas por los estados. Esta se constituye
en la forma para realizar en el individuo sancionado un tratamiento penitenciario cuyo objetivo es
volverlo "apto" para vivir en sociedad y convertirse en un ciudadano respetuoso de las leyes; esta es la
finalidad principal de la sanción penal de la privación de la libertad (Orrego, 2001). Sin pretender
entrar en las diferentes críticas que se puedan hacer a los objetivos perseguidos por la institución
carcelaria, y a las formas mediante las cuales pretende lograrlos, se puede señalar que autores como
Freixa (2003) discrepan en que las cárceles, como funcionan en la actualidad, cumplan dichos
propósitos.
Diversas teorías sobre conducta delictiva apoyan la idea de la influencia de la familia como uno
de los factores de riesgo o protección del individuo delincuente en relación con la comisión de actos
delictivos (Garrido, ; Perles, 2001), y en los estudios sobre delincuencia (véase, por ejemplo, DeHart,
2005) se encuentra constantemente la importancia de las relaciones familiares y las prácticas paternales
en el desarrollo infantil y en la prevención de la delincuencia (Hairston, 2002). López Coira (1987
citado en Ruíz, 2002) indica que es característico de la vida de sujetos encarcelados unos antecedentes
de “hogar roto”, lo cual se refiere no tanto a la ausencia de uno de los padres, sino a que eran hogares
donde no existía un clima de cariño, de protección y seguridad y con presencia de normas claras de
comportamiento.
En los Estados Unidos por ejemplo, Hairston (2002) informa, tras una revisión de estudios
sobre familias de prisioneros, sobre dos hallazgos consistentes: los prisioneros varones que mantenían
fuertes lazos familiares durante el encarcelamiento tienen tasas más altas de éxito post-liberación que
aquellos que no los tenían y también, los hombres que asumían las responsabilidades de esposos y del
rol de padres después de la liberación, tienen también tasas más altas de éxito que aquellos que no
asumieron dichas responsabilidades. Un análisis de investigaciones sobre mujeres delincuentes
realizado por Dowden & Andrews (1999 citados en Hairston, 2002) encontró que las variables de
procesos familiares eran los predictores más fuertes de éxito en las mujeres delincuentes.
Los científicos sociales se han apoyado en estos hallazgos para afirmar que los programas que
incluyen a los miembros de la familia en el tratamiento de prisioneros durante el encarcelamiento y
luego de su liberación, pueden producir resultados positivos para los prisioneros, las familias,
instituciones y comunidades (Hairston, 2002). A partir de lo anterior es posible pensar que los
programas para padres en prisión involucren a los padres y/o madres prisioneros/as en el objetivo de
prevenir en sus hijos el crimen intergeneracional y que dichos programas pueden enseñar y ayudar a los
padres a ser mejores padres.
El internamiento de una persona en prisión a veces supone que esta persona es quien vive
aisladamente esta experiencia de la pérdida de su libertad, pero la realidad es que estos efectos los sufre
igualmente su familia, para la cual implica la pérdida de su presencia cotidiana, así como el soporte
económico cuando el individuo encarcelado era quien sostenía o contribuía a los gastos del hogar
(Centro de Investigaciones Sociojurídicas [CIJUS], 2000). En un estudio etnográfico de tres años sobre
el efecto del encarcelamiento masculino en la vida familiar en el Distrito de Columbia (Estados
Unidos) realizado por Braman (2003), el hallazgo principal es que el aumento dramático de personas
encarceladas durante las últimas dos décadas ha generado muchos efectos negativos al afectar a las
familias de los internos tanto o incluso más que ellos.
La cárcel afecta por tanto drásticamente la composición familiar e incluso puede generar su
desintegración, como en el caso de madres encarceladas, en donde el núcleo familiar pierde su base
afectiva, quedando los hijos en una crítica situación emocional, y en el caso de hombres encarcelados
que desempeñan el rol de proveedores y/o jefes del hogar, generan en su núcleo familiar una
desestabilización emocional y económica, siendo esta última muchas veces solventada por sus
familiares, que incluso muchas veces deben suplir las necesidades del interno dentro de la cárcel, así
como los costos de los procesos jurídicos y abogados, entre otros. Las familias en esta situación se ven
abocadas muchas veces a vender o empeñar sus bienes o propiedades (Orrego, 2001).
Otro factor que influye en el detrimento de las relaciones familiares es la ubicación del centro
carcelario en donde se encuentra el interno/a, ya que este puede ser distante del domicilio de la familia
debido a los traslados que se efectúan, y cuando la familia es de bajos recursos económicos se ve en la
obligación de ahorrar para realizar la visita, siendo esta una, dos o tres veces en un semestre por lo
general, encontrándose casos en los cuales el interno no recibe visita durante su encarcelamiento
(CIJUS, 2000). En otras ocasiones, algunos familiares del interno/a viajan a donde se encuentra
recluido/a para visitarlo/a frecuentemente, conllevando esto un deterioro mayor de la calidad de vida y
el patrimonio familiar, ya que esto generalmente incluye gastos como el transporte al lugar de
reclusión, comidas, meriendas durante las visitas, y algunas veces alojamiento para toda la noche
(Hairston, 2002), llevando incluso a miembros de la familia a desempeñarse en oficios bajos como la
prostitución o ejerciendo la indigencia.
En el caso de mujeres detenidas, se encuentra que existe una alta probabilidad que ellas sean
internadas en establecimientos alejados de sus lugares de residencia, lejos de su familia, debido a que
en general no existen muchos lugares para internarlas. Ruíz, Gómez, Landazabal, Morales y Sanchez
(2000) indican lo siguiente:
Por otra parte, debido al hecho de que la criminalidad femenina registrada es mucho menor
que la masculina, existen menos establecimientos de reclusión para mujeres, y en bastantes
casos los que existen consisten en secciones o patios de centros para hombres, que se han
habilitado para albergar a mujeres. Esta escasez de plazas para mujeres delincuentes hace más
probable que la mujer sea internada en un establecimiento alejado de su lugar de residencia, y
por tanto de su red social, con lo cual se hace más difícil que reciba visitas de familiares y
amigos. (p. 41)
El rito semanal de la visita constituye igualmente una carga de sacrificio inherente a la privación
de la libertad, como pasar la noche en una fila, no tener con quien dejar los niños, sufrir los insultos y
vejámenes por parte de la guardia y de los demás visitantes (CIJUS, 2000; Orrego, 2001). Además de
los problemas anteriores, Carp & Davis (1989) indican que la ubicación aislada de las instalaciones de
muchas penitenciarias puede disminuir la frecuencia de las visitas.
Por otro lado, los familiares de los reclusos sufren de discriminación social y laboral, por que a
veces se ven en la necesidad de ocultar la suerte del familiar detenido, de negar su existencia, e incluso
a veces, de llegar a cambiar de circulo social, ya que se abandonan la amistades tradicionales, y en su
lugar se tejen lazos de solidaridad y compañerismo entre algunas mujeres visitantes. También los hijos
de los reclusos son víctimas del encarcelamiento de su padre o madre, ya que muchas veces se les
oculta sobre el lugar donde se encuentran y en el caso de saberlo, generalmente se les presiona a
ocultarlo ante sus compañeros, maestros u otros adultos para evitar discriminaciones o señalamientos,
lo cual genera en los menores un conflicto para el cual no están preparados. Algunos padres en prisión
prefieren que sus hijos no los visiten en prisión y/o no quieren tener contacto con ellos. Ellos creen que
el padre o madre que tiene en custodia a los hijos/as no tiene buena disposición para tales visitas o
contactos, o porque ellos mismos creen que no es bueno emocionalmente para sus hijos (CIJUS, 2000;
Hairston, 2002; Orrego, 2001). Un hecho importante es que las madres encarceladas refieren que la
separación de sus hijos es el aspecto más difícil del encarcelamiento (Hairston, 2002). Rasche (2000
citado en Pogrebin & Dodge, 2001) también indica que el aspecto particular más duro de ser
encarcelada puede ser la separación de madre e hijo.
Algunas veces la familia hace ajustes para el cuidado de los niños, proveerles de amor y de sentido
de pertenencia, sin embargo estas condiciones no son ideales. Existe una marcada ausencia física de la
figura paterna o materna en el diario vivir de los hijos.
Por ejemplo, en la revisión de estudios sobre familias de internos en Estados Unidos hecha por
Hairston (2002), se encuentra que los abuelos que asumen el cuidado de los hijos de padres o madres
encarceladas muchas veces son de edad muy avanzada, tienen muchos problemas de salud, se ven en
apuros económicos para cubrir todos los gastos y lo peor, no estaban preparados para asumir las nuevas
responsabilidades como cuidadores. Casi nunca los familiares de los menores que tienen a sus padres
encarcelados están preparados para cubrir las necesidades de orientación especiales que requieren los
niños por el hecho del encarcelamiento.
Los prisioneros y sus familias experimentan un fuerte impacto emocional debido al hecho del
encarcelamiento. Las parejas de los individuos en prisión se ven afectadas además en el aspecto sexual,
y por lo general no son hábiles para afrontar e sentimientos fuertes de soledad y pérdida del otro,
además de sentimientos de impotencia (y en ciertos casos rabia) debidos al sistema de justicia. También
se presenta confusión en la pareja en libertad debido al hecho criminal de su compañero/a detenido/a si
este evento le era desconocido y el individuo encarcelado lo reconoce.
Por otra parte, también hay conflictos generados por la honestidad y la fidelidad de la pareja, que
en mayor parte se presentan en el individuo encarcelado (Hairston, 2002); muchas veces el
encarcelamiento genera el rompimiento de las relaciones de pareja. Aunque se observa que las mujeres
acompañan con mayor constancia el tiempo de duración de condena del compañero afectivo
encarcelado, a comparación de algunos hombres que no visitan y abandonan a sus compañeras
detenidas, esto hace, en cierta medida, que los hogares de las reclusas sean mas frágiles y tiendan a
desintegrarse con mayor frecuencia (Orrego, 2001).
Se ha encontrado también que las dificultades en el ajuste a la separación y la pérdida pueden generar
problemas graves de depresión y otros problemas de salud mental en los internos/as y sus familias
(Hairston, 2002). Esto se confirma, por ejemplo, con lo referido por el CIJUS (2000): "la carencia de
relaciones familiares afecta la autoestima de los internos, lo cual fomenta la depresión y la
drogadicción" (p. 62), por tanto, las familias se convierten en el apoyo afectivo y moral del interno, que
le ayuda a soportar la condena y el tiempo de encierro (Orrego, 2001).
Se debe observar que la relación entre la familia y el interno/a está mediada de forma particular
por la infraestructura física del centro carcelario, el funcionamiento administrativo y logístico, además
del tipo de población que recibe la cárcel para su custodia. Por ejemplo, el CIJUS encuentra en la época
de realización de su estudio que en la Penitenciaria La Picota y la Cárcel Modelo (ambas en Bogotá), la
situación es crítica por el hacinamiento y la infraestructura precaria y obsoleta, además del proceso de
requisa degradante y selectivo que se aplica a los visitantes. Esto contrasta con la situación en las casas
fiscales de La Picota, donde los mismos internos afirmaron que allí se respetaba y se realizaba una
requisa digna a los visitantes y no encontraban obstáculos de espacio adecuado para recibir la visita
general o conyugal, además de que la comunicación constante con sus familiares era excelente por el
fácil acceso a medios de comunicación (CIJUS, 2000). Mientras en el primer caso la relación del
interno/a con su familia se obstaculiza, en el segundo caso las condiciones promueven el
mantenimiento del vínculo familiar.
El hacinamiento de internos en las cárceles es una situación que puede llegar a afectar el
mantenimiento de los vínculos con las familias, debido a que esto puede implicar un flujo altísimo de
visitantes, lo que se traduce en que los procesos de ingreso sean muy demorados e incómodos, llegando
a que muchas veces las familias desistan de llevar a las visitas a los hijos pequeños, personas de la
tercera edad, discapacitados o con problemas médicos, o incluso que ningún miembro del grupo
familiar vaya a la visita. Por ejemplo, para la época del estudio del CIJUS, se encontró que la cantidad
de visitantes en un día normal en la Cárcel Modelo de Bogotá podía llegar a ser de hasta diez mil
personas (CIJUS, 2000). En contraste, la Unidad de Salud Mental de esta misma cárcel presentaba casi
una nula afluencia de visitantes; según reportes de funcionarios, nunca ingresaban más de diez
visitantes a esta Unidad. Lo anterior es debido a que por lo general las personas que se encuentran allí
han sido abandonadas por su familia porque constituyen cargas económicas, afectivas y sociales que la
familia no puede asumir, o en algunos casos particulares la familia ha querido deshacerse del "enfermo
mental" a su cargo, y le interpone una denuncia penal para lograr llevarlo a la cárcel (CIJUS).
Conclusiones y recomendaciones
Los programas que van dirigidos a las familias de internos se enfocan en el "asesoramiento"
para mitigar el hecho de tener a uno de sus miembros encarcelado, y en algunos casos esto se reduce a
unas visitas domiciliarias sin una clara finalidad.
Los funcionarios del sistema penitenciario y judicial deberían implementar algún tipo de
capacitación para sus funcionarios respecto al papel de las familias de internos/as, y programas
adecuados de tratamiento para los internos/as, pero antes deben comprender que las relaciones entre el
individuo detenido y su familia son fundamentales para el bienestar de ambas partes y que de dichas
relaciones depende la continuidad de la familia después de la liberación, además de gran parte del éxito
de los programas de tratamiento. La familia debe dejar de verse como un problema u obstáculo en las
actividades diarias del centro penitenciario.
En algunos países se han creado grupos de apoyo a los internos/as y sus familias, los cuales
brindan información jurídica, sobre la dinámica de la vida en prisión, prestan servicios de atención
psicológica, capacitación, facilitan la comunicación entre instituciones judiciales y cárceles con las
familias, y entre éstas y los internos/as otros, además de promover investigaciones sobre familias de
internos/as, personas en libertad condicional y en periodo reingreso a la comunidad. Por ejemplo, la red
EGPA, creada en 1993 tiene el objetivo de promover el bienestar e intereses de los ciudadanos
europeos que están detenidos fuera de su país de residencia con el fin de facilitar su reintegración en la
sociedad y también trabajan para apoyar a las familias de estos internos/as; la Asociación de Prisiones
de Mujeres (WPA por sus siglas en inglés), con sede en New York, ofrece servicios a mujeres
delincuentes (en prisión, en situación de libertad condicional o libres después de pagar condena) en
EE.UU.
En Colombia hacen falta organizaciones de este tipo, para que sirvan de apoyo tanto a la población
carcelaria como a las familias. Una de las conclusiones a las que llegó el CIJUS (2000) concuerda con
lo anterior:
Es indispensable, igualmente, aminorar los efectos negativos de la reclusión en las familias de
los presos. Ello exige la efectiva creación y funcionamiento de espacios de apoyo a los
familiares de los reclusos. De la misma manera, se pueden crear grupos de apoyo tanto en
aspectos psicológicos, como laborales y económicos, con el respaldo de la sociedad civil -
centros universitarios, fundaciones privadas - y el Estado. (p. 120)
El desconocimiento del sistema de justicia y del sistema penitenciario por parte de la familia es un
factor que entorpece el mantenimiento de la unidad familiar. Las instituciones penitenciarias no
realizan acciones para proveer información a las familias acerca de operaciones en las que se ven
afectados sus familiares en prisión. Estas deben emprender acciones para facilitar la comunicación
familiar y la comprensión de las normas y dinámicas de la institución penitenciaria.
Tanto los profesionales que trabajan en las instituciones penitenciarias como los que trabajan en
servicios sociales deben preguntarse acerca de aspectos relacionados con las visitas a las prisiones por
parte de los menores, tales como el impacto del ambiente opresivo de la cárcel, y la aceptación de la
encarcelación.
CAPITULO 9. EVALUACION DE PROGRAMAS EN EL MEDIO PENITENCIARIO
¿Qué es resocializar?
Muchas legislaciones nacionales penitenciarias señalan que sino la primera, una de las
funciones principales de las penas privativas de libertad es la resocialización de los personas
condenadas. Pero ¿qué es resocializar? (o rehabilitar, reeducar, o como quiera que sea el término que se
emplee?. La respuesta a esta pregunta no es cuestión valadí, ya que puede determinar el enfoque que la
institución y el profesional de la psicología den a su trabajo, ya que si resocializar:
es evitar que las personas vuelvan a ingresar a prisión quizá deberíamos procurar que los internos o
no cometieran más delitos o mejoraran su pericia criminal, para que no sean otra vez capturados.
es lograr que el individuo no realice más delitos nos podríamos conformar con que las personas
interiorice total acríticamente las leyes positivas. No importa si el individuo va a ser feliz en su vida en
libertad o si seguirá teniendo conflictos con pareja o con sus hijos. Lo que importa es que no delinca.
es lograr que interiorice el respeto hacia sí y hacia el otro y sus derechos, desde una sana autoestima
que le haga ver las posibilidades de una vida sin incurrir en el delito con herramientas que le permitan
no reincidir por necesidad de supervivencia.
Otra pregunta con importantes implicaciones para el trabajo del psicólogo penitenciario es
¿quién es el cliente del psicólogo penitenciario? Es la institución?, es la sociedad?, es el interno?. Esta
pregunta es relevante dado que normalmente el o la psicóloga/o penitenciario tiene el rango de
funcionario del Estado, quien, por medio de la legislación pertinente, regula sus funciones, atribuciones
y límites del ejercicio de su cargo. Por otro lado es común ver en las prisiones la aplicación de
programas que no tienen un sustento teórico sólido, que no contemplan estrategias adecuadas de
evaluación, y/o que carecen de objetivos y metas claros y realistas, todo lo cual puede cuestionar la
obligación dentológica del psicólogo de llevar a cabo las acciones necesarias –y contrastadas con la
evaluación y los resultados obtenidos en otros lugares y momentos- para obtener los resultados más
beneficiosos para la personalidad del individuo preso y de su proyecto de vida.
En primer lugar: ¿qué es evaluar?. En una primera aproximación, evaluar sería asignar un valor,
o mejor dicho, un juicio de valor sobre “algo” –objeto, situación, proceso- (Aguilar y Ander-Egg.
1992). Para éstos autores, la evaluación de programas es una forma de investigación social sistemática,
planificada y dirigida, encaminada a identificar, obtener y proporcionar de manera válida y fiable datos
e información suficiente y relevante en que apoyar un juicio acerca del mérito y valor de los diferentes
componentes del programa. Para Alvira (1991), la metodología de la evaluación queda delimitada por
a) una terminología propia, b) un conjunto de herramientas conceptuales y analíticas específicas y c)
unos procesos, fases y procedimientos también específicos. Lo específico de la tecnología de la
evaluación de programas es la mezcla de sus componentes, y no tanto sus partes constitutivas –por
ejemplo, los instrumentos de medición, y las técnicas de análisis de datos son comunes a otras áreas de
las ciencias sociales.
La evaluación de programas es para Aguilar y Ander-Egg (1992) algo distinto de medición,
estimación, seguimiento, control o programación. Para estos autores, la medición consiste en
determinar la cuantificación y/o extensión de alguna cosa. Medir conlleva obtener una información, y
evaluación sería producir un juicio de valor sobre esa información. Por otra parte, evaluar es parecido
pero también algo distinto de estimar. Estimación hace referencia a la emisión de un juicio basado en
criterios difusos y subjetivos, mientras la evaluación implica un proceso sistemático, realizado con
conocimientos y rigor científico. Por su parte, el seguimiento hace referencia a la recopilación y
tratamiento de una información, de forma continua. El seguimiento se relaciona con el logro de
objetivos a lo largo del tiempo, pero puede darse sin una evaluación. Esta sería un juicio o valoración
acerca del nivel de logro alcanzado. De la misma forma, puede realizarse una evaluación sin necesidad
de realizar un seguimiento, por ejemplo, en la evaluación de necesidades o cuando el programa o
intervención arroja índices claros de que no está funcionando. En cuanto al control, éste se centra en la
constatación de lo que pasa, mientras la evaluación se centra en porqué pasa lo que pasa. Por fin, si
programación consiste en introducir organización y racionalidad en la acción para el logro de
determinadas metas, evaluación es una forma de verificar y enjuiciar esa racionalidad, midiendo el
cumplimiento de objetivos y metas previamente establecidos y la capacidad de alcanzarlos.
De acuerdo a Alvira (1991), desde los años 40/50 en EE.UU se han desarrollado varios modelos
de evaluación. La figura 1 recoge distintos modelos de evaluación con los postulados epistemológicos
que subyacen a cada uno de ellos.
POSTURAS EPISTEMOLOGICAS
Modelos de Base Base disciplinar Objetivos Recursos Utilización
evaluación de epistemológica investigación metodológicos enfoque
programas
Naturalista Filosófica Sociología, Descripción Observación,
Cualitativa Fenomenológica Antropología general desde descripción,
Fenomenológica los participantes etnografía,
estudio de casos,
triangulación
Experimental Psicología Búsqueda e Método
Cualitativo experimental identificación de experimental,
Racional Psicopedagogía relaciones diseño
experimental causales entre experimental,
variables técnicas de
aleatorización,
análisis de
estadísticas
Ecléctico Aumentar la Diseños cuasi- Enfoque
evidencia a experimentales experimental
través de la hasta estudios de con
búsqueda de casos descriptivos elementos
relaciones y observación del enfoque
causales, participante descriptivo
estudio de naturalístico
procesos, y
datos de
contexto
Análisis del Procedente de Enjuiciar el valor
costo-beneficio tendencias del programa en
economicistas términos del
costo beneficio
del mismo
Figura 1. Modelos de evaluación de programas y posturas epistemológicas.
Por otra parte, se puede identificar varios tipos de evaluación de programas sociales, como la
evaluación ex – ante, la evaluación ex – post, la evaluación de seguimiento, la terminal, del proceso,
del impacto, de los efectos, formativa, sumativa, descriptiva, explicativa, o cualitativa, por citar
algunos.
Evaluación ex –ante :análisis que se efectúa de un programa, con la finalidad de evaluar la
factibilidad de su puesta en práctica. En ella se examina la claridad y coherencia de sus objetivos, la
determinación de la población objeto o blanco del programa, la relación de la estrategia y de las
actividades con los objetivos, los recursos que serán asignados, los resultados esperados.
Evaluación ex –post: se realiza cuando el programa ha terminado. Su propósito es determinar
con precisión los resultados logrados y los factores dentro y fuera del programa que facilitaron o
dificultaron la obtención de esos resultados.
Evaluación de seguimiento: se dirige al análisis del funcionamiento del programa durante su
desarrollo. También se le da el nombre de monitoreo, es netamente una evaluación para la toma de
decisiones.
Evaluación terminal: las evaluaciones que se hacen durante el desarrollo del programa tienden a
ser descriptivas y pragmáticas, las evaluaciones finales son de mayor exigencia metodológica. Ellas
buscan determinar relaciones entre variables propias del programa, del contexto, y explicaciones que
den cuenta tanto de los éxitos como de los fracasos que es hayan podido producir.
Evaluación de proceso: toma como focos de evaluación las actividades más importantes que se
han desarrollado dentro del programa, su funcionamiento, actitudes población, relaciones de los
participantes entre sí y con el personal del programa.
Evaluación de efectos: trata de establecer el logro de los objetivos del programa, se denomina
también evaluación de resultados.
Evaluación de impacto: determinación de las consecuencias que puede producir un programa en
dicha población.
Evaluación Formativa: sinónimo de evaluación intermedia, es el estudio que se realiza durante
el proceso de elaboración del programa, tiene como objetivo proporcionar información de
retroalimentación que permita mejorar el programa implementado.
Evaluación Sumativa o final: es el estudio que se hace de los elementos instruccionales del
programa.
Evaluación descriptiva: describe los procesos que ocurren en el programa
Evaluación Explicativa: busca causas o factores que se asocian con el éxito o el fracaso del
programa.
Evaluación Cualitativa: su objetivo suele ser buscar los significados que los participantes le dan
a su conducta y al contexto en el cual participan
La evaluación de la cobertura se refiere en analizar hasta que punto las actividades del
programa llegan a la población objeto del mismo. Ello implica analizar: la tasa de cobertura, los sesgos
de cobertura –que el programa no llega a ciertos sectores, o que llega más a otros-, y el análisis de las
barreras u obstáculos que condicionan la accesibilidad al programa.
Planificación/Intervención Evaluación
Puesta en marcha de la
1.Evaluación de la implentación
intervención
2.Evaluación de la cobertura
3.Evaluación del proceso
4.Evaluación de resultados
Etc.
Figura 2. Etapas de una intervención y tipos de evaluación (Alvira, 1991).
Las variables que se tomaron de cada estudio fueron las siguientes. En cuanto a los individuos
participantes en el programa, la edad, el tipo de delito y el género. Con relación al contexto, el lugar
(país-región), y el régimen del establecimiento en el que se aplicó el programa. En cuanto a la
metodología empleada se consideró el tipo de diseño, la asignación de los individuos (aleatoria o no,
voluntarios, etc.), el tamaño muestral, los criterios de selección y la calidad del diseño. Este se
puntuaba en una escala de 0 a 7, que tenía en cuenta aspectos como: el tamaño de la muestra, la
asignación aleatoria, existencia de medidas pre y post, uso de variables dependientes normalizadas,
presencia de grupo control, e inclusión de algún periodo de seguimiento. Como variables extrínsecas se
tuvo en cuenta el año de la investigación, la fuente de publicación. Las técnicas estadísticas que se
emplearon fueron: El coeficiente “d”, de la diferencia media tipificada, el coeficiente “d” para la
diferencia entre las medias de los grupos experimental y control, y la medida común de resultados, es
decir, la diferencia entre las medias post y pre-tratamiento partido por la desviación típica.
Como resultados se encontró que había una gran heterogeneidad en los programas aplicados
con respecto al modelo teórico, la duración media de estos programas era de seis meses, la intensidad
era de 32 horas por semana y sujeto y la magnitud media de duración era de 820 horas por sujeto. En
cuanto a los sujetos participantes, la edad promedio era de 25.5 años, los delitos más frecuentes eran
contra la propiedad, mixtos, y los relacionados con el abuso del alcohol y/o de sustancias psicoactivas y
el 71,4% de los sujetos eran varones. Gran Bretaña era el país más frecuente en los estudios
reportados, el 37% de éstos se aplicaron en instituciones de régimen cerrado, y el 34.5% en régimen
abierto. En cuanto a los diseños empleados, 22 programas comprendían un diseño inergrupal, y 10 de
tipo intragrupal. La calidad media fue de 3, y el promedio de seguimiento fue de 24 meses.
En cuanto al indicador criterio principal, la reincidencia, ésta se definió como cualquier medida
relacionada con la comisión de nuevos delitos: revocación de la libertad condicional, o de la libertad
bajo palabra, sentencias graves o nuevos ingresos en prisión.
Como resultados relativos a la eficacia de los tratamientos, se encontró que la mayoría de los
programas (75%) mostró una reincidencia menor en los grupos de tratamiento que en los grupos
experimentales, y el efecto fue mayor en los programas con componentes cognitivo-conductuales, un
estudio tuvo un efecto nulo, y siete programas obtuvieron resultados desfavorables, es decir, los grupos
tratados tuvieron peores resultados que los grupos no tratados, y los programas de tipo educativo fueron
los que obtuvieron menos efecto reductor de la reincidencia. Por otro lado, los resultados fueron
mejores en los delincuentes más jóvenes, y en los casos de delitos contra las personas –y, en cambio,
menos eficaces en los casos de delitos sexuales-. Además, fueron más eficaces los programas
realizados en España y Alemania, y menos los llevados a cabo en Gran Bretaña. En general, las
conclusiones extraídas por los autores de este trabajo fueron las siguientes. Respecto a los coeficientes
de correlación, los 32 programas revisados presentaron un efecto medio que equivale a : r+=0.12=12%,
es decir que los sujetos tratados reincidieron un 12% menos que los no tratados. Las tasas de
reincidencia aparecían vinculadas a los siguientes factores: a) Los programas más efectivos son los que
se fundamentan en los modelos teóricos conductual y cogntivo – conductual, b) En un primer análisis :
los delincuentes jóvenes son más susceptibles de rehabilitarse mediante técnicas mas efectivas, pero en
un segundo análisis se controló la influencia del tipo de tratamiento se obtuvo una mayor efectividad en
adultos delincuentes.
Se encontró una mayor efectividad de los programas aplicados a delincuentes contra las
personas, operando un principio denominado Principio de Riesgo: el tratamiento más efectivo es con
delincuentes en alto riesgo, debido a que estas intervenciones tienen mayor intensidad y mayor calidad.
Respecto al contexto de las intervenciones la mayor efectividad se produce en instituciones de jóvenes.
Este resultado contradice la idea de que “nada da resultado”. Por otra parte, los autores señalan que el
proceso meta-analitico descontextualiza la situación en la cual se desarrolla el tratamiento, por lo que
hay que considerar aquellos aspectos del ambiente especifico que pueden influir en los resultados
encontrados.
Se puede apreciar que, en general los resultados encontrados en este meta-análisis coinciden
con los reportados por las investigaciones primarias y con las opiniones de los especialistas. Por
ejemplo, Urra (1991) indica la dificultad de obtener logros en el tratamiento de los delincuentes
sexuales, y otros han indicado la necesidad de intervenir de forma temprana en delincuentes juveniles
para tener más garantías de logro de cambio. En segundo lugar, los programas de orientación
cognitiva-conductual pueden ser especialmente eficaces, aunque en el caso de los psicópatas se ha
señalado que este tipo de programas puede aumentar su tasa de reincidencia, debido a que por medio de
ellos los sujetos psicópatas aprenderían nuevas habilidades de manipulación de los demás, y los
cambios que mostrarían en la situación terapeútica serían sólo aparentes, conformes a su característica
de encanto superficial y manipulación del otro (Hare, 1999). Por otra parte, los resultados relativos a
los programas educativos parecen indicar que las intervenciones que tengan un carácter exclusivamente
informativo no tendrán apenas influencia en la reducción de la reincidencia. Además, hay que señalar
que los resultados de los diferentes programas pueden estar mediados por variables intervinientes
importantes. Por ejemplo, en ocasiones se escoge para recibir un tratamiento específico a sujetos con
unas características determinadas, por razón de que el programa se dirige a tratar una conducta
específica que sólo presentan esos sujetos, o debido a que el programa no se puede aplicar a toda la
población de sujetos por cuestiones de recursos, o por que se busca que los participantes en la actividad
tengan una mínima motivación o, al menos, no presenten problemáticas que interfieran en su
participación exitosa en aquella, como conducta violenta, alta reincidencia, falta de empatía, etc.
Estos resultados pueden servir de guía para el diseño de programas de intervención
penitenciaria. A ellos se puede añadir las observaciones de Anguera y Redondo (1991) acerca de las
características de la evaluación de la intervención en prisiones. Para estos autores, la evaluación de un
programa correccional debe estar claramente definida y razonada, de forma que contemple a) cómo van
a ser tratados los internos, b) qué efectos inmediatos va a producir el tratamiento, y c) cómo se piensa
que los efectos inmediatos van a influenciar la futura delincuencia de los sujetos tratados. Las
decisiones que se toman en una organización de programas y su implementación requieren evaluación,
con una previa recogida de información sistemática. Ello permite introducir mejoras después de la
intervención y aumentar la motivación, educación y socialización del interno.
En segundo lugar, el ser humano tiende a reaccionar con oposición a aquello que se le impone y
que le pretende cambiar. Pese a lo que todavía puedan pensar algunos, la conducta desviada no es a
menudo una enfermedad, o al menos muchos internos no la experimentan como algo que les molesta
por sí misma. Entonces ¿para qué cambiar?. Con mucha frecuencia el interno participa en las
actividades que se organizan para ellos en prisión más por ocupar el tiempo que por un real interés en
querer cambiar o modificar su conducta.
A nivel grupal, la resocialización también se enfrenta con la resistencia de los internos, más o
menos explícita. Ello hace que entre los internos, sobre todo los hombres, exista el valor grupal de ser
duro y resistir el impacto de la cárcel, así como la de no dejarse convencer para cambiar. Por otro lado,
los internos a menudo verbalizan a menudo que reconocen que deben pagar la condena, es decir, que
deben cumplir con el castigo impuesto. Pero una vez satisfecha la pena, en la mentalidad del interno
típico existe la concepción de que ya se pagó y que él ya no adeuda nada a la sociedad y su vida –
delictiva?- comienza de nuevo con una página en blanco, donde cualquier cosa puede escribirse.
De igual manera, con frecuencia los mismos guardias no creen en que el interno pueda cambiar
su forma de comportarse. Ello puede obedecer a que estos empleados se pueden sentir excluidos
sistemáticamente del trabajo que otros profesionales intentan realizar con los internos, y esto se plasma
a veces en un boicot implícito a las acciones de resocialización: por ejemplo, retrasar el acceso del
psicólogo u otro profesional a un patio, o el de los internos al lugar donde se va a llevar la actividad; no
permitir el ingreso de equipos o materiales indispensables para realizar la interención al lugar pre-
destinado para ella, etc.
Por último, como se quiere dejar patente al revisar distintos modelos de intervención en prisión,
una crítica al tratamiento penitenciario tradicional es que pretende ser homogéneo para todos los
sujetos condenados, ignorando la diferente etiología que pueden tener delitos diferentes –e incluso
delitos que son idénticos desde el punto de vista legal pueden obedecer a dimensiones psicológicas y
dinámicas delincuenciales diferentes. Además, hay internos que están absolutamente convencidos de la
legitimidad con la que realizaron el delito, por ejemplo, los miembros de organizaciones armadas
terroristas o de guerrillas. ¿Qué hacer en estos casos? Por un lado las experiencias de intervención en
estos casos concretos son muy escasas y no se pueden extraer aquí elementos realmente generalizables
y de probada eficacia del cambio. A menudo, la política penitencia ignora en cuanto al tratamiento a
este grupo de internos, aplicándoles un régimen de vida en el establecimiento o más duro o más suave,
en función del momento histórico del país. Pero por lo menos, hay que plantearse esta cuestión.
ANEXO. GUIA METODOLOGICA PARA EL DISEÑO Y LA EVALUACION DE
PROGRAMAS
En cuanto a la metodología
a) ¿Qué se desea lograr?
b) No se trata la conducta delincuente sino sus causas
c) La conducta delictiva produce, en muchos casos, beneficios a su autor
En cuanto al programa
a) Reputación del programa:
Experiencias previas
Solidez teórica
Solidez metodológica
b) Aspectos formales del programa:
Necesidades-Objetivos
Duración
Intensidad
Etapas
Indicadores a recoger
En cuanto a la participación
a) Grado de voluntariedad en participación de los sujetos en el programa
b) Abandono voluntario del programa
c) Abandono involuntario
Los “reclusos invisibles”: me refiero con este término a los grupos minoritarios en prisión. La
cárcel es un reflejo de las estructuras socioeconómicas, jurídicas y políticas de la sociedad, de manera
que los cambios que hay en ella acaban apareciendo en aquella, con nuevas realidades y problemáticas
que el sistema penitenciario tarda en reconocer y en responder con la innovación o actualización de
servicios y procedimientos. Tal es el caso de las personas con anticuerpos del VIH, las minorías étnicas
intranacionales y las de otros países, es decir, los presos extranjeros. Así, con frecuencia las
enfermedades físicas o mentales reciben una atención deficiente en prisión (OIP, 1996)(aunque
también existen instituciones que cumplen a cabalidad con estas responsabilidades), mientras que los
presos/as extranjeros/as suelen ver restringidos sus derechos a la información, a la asesoría jurídica y a
la participación en programas de tratamiento que tengan en cuenta su especial situación (Ribas, Almeda
y Bodelon, 2005). También, por la lejanía de sus lugares de procedencia, esta población tiene mucho
menor acceso a las visitas de la familia o de la pareja. La diferencia de idioma contribuye al
aislamiento del recluso limitando sus posibilidades de acceso a los servicios y ocupaciones que ofrece
la institución. En las mujeres, a menudo las intervenciones que reciben son meras extrapolaciones de
los programas diseñados para varones. Aquí hemos empleado de forma insistente la diferenciación
entre “internos” e “internas”; ello ha obedecido, precisamente a la voluntad de querer visibilizar ese
colectivo de las prisiones.
Los delitos con finalidades políticas: suelen ser los grandes ausentes de los manuales de
psicología penitenciaria y de los programas de intervención en prisión. A veces debido a que estas
personas muestran un convencimiento claro sobre la necesidad/justificación del delito que cometieron,
otras veces por la capacidad de organización en prisión, que se manifiesta en jerarquías de mando en
estos reclusos, que se complementan o se oponen al organigrama de la institución. También, estos
grupos tienen una alta capacidad intimidatoria sobre el personal de prisiones. Constituye un reto pensar
políticas de intervención con esta tipología de reclusos. Estas quizá debieran orientarse, en lugar de
cuestionar los presupuestos filosóficos o ideológicos sobre los que se asientan las justificaciones para
los delitos de finalidad política, la intervención sobre otras áreas de capacitación, artes, o pensamiento
prosocial, según las necesidades de los internos. También sería adecuado contar en estas intervenciones
con la participación de modelos de autoridad que sean reconocidos como legítimos e imparciales por
los distintos agentes armados del conflicto, como miembros de iglesias, o de centros universitarios.
Políticas y prácticas penitenciarias: Debe hacerse un esfuerzo por acercar las políticas
penitenciarias a las necesidades y posibilidades que se dan realmente en los establecimientos
penitenciarios y carcelarios. A menudo, estas políticas son diseñadas desde el desconocimiento de tales
realidades, u obviando la escasez de recursos humanos para llevar a cabo los requerimientos de la
atención integral y del tratamiento penitenciario. A ello no ayuda contar con personal con contratos de
corta duración y de alta rotación, o que ingresa a la vida laboral en prisión sin reunir las cualidades
personales y la formación pertinentes a las funciones de la psicología penitenciaria.
La realización de reuniones científicas, como congresos o seminarios, puede permitir el
acercamiento entre políticas y prácticas, al favorecer la exposición de experiencias y de resultados, que
puedan ser valoradas tanto desde indicadores de cobertura y de resultados como desde su relación con
los objetivos de la normativa penitenciaria.