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MINISTERIO ORDENADO
Apuntes personales
Desde la Sociología
¿Qué es el Ministerio de la Iglesia? El Ministerio es un cargo o función que se otorga a
determinados individuos del grupo de creyentes, para que, en nombre del evangelio procuren guiar al
grupo, tratando de que la mentalidad del evangelio pueda influenciar en la vida de esa comunidad. Siendo
la misma comunidad la que, análogamente a la comunidad civil, delega a algunos para que la conduzcan.
Aquí no aparece la mención a la “institución” de “Ministerio Ordenado” por parte de Cristo.
Tampoco su voluntad de fundar la Iglesia. Se tiene sólo una idea funcional y sociológica del Ministerio.
Se desconoce que en el NT existe un Orden Ministerial “normativo” para todas las épocas, a favor
de la aparición de formas “diversas” según la vida cambiante de la comunidad influenciada por la cultura
ambiente.
Esta postura se parece a la “Protestante”, para quienes el ministro no es representante de Cristo,
sino de la comunidad. Por lo cual, la naturaleza del ministerio es más funcional que “ontológica”.
Nosotros, partiendo de que la Iglesia ha sido fundada para “comunicar” la gracia redentora de
Cristo, no podemos reducir el Ministerio a lo meramente funcional.
En la Sagrada Escritura encontramos la expresión “Pueblo de Dios”, y a la Iglesia se le
atribuyen las prerrogativas de Israel en cuanto “Pueblo elegido y consagrado para rendir culto a
Dios” (2Cor 6,16; Tt 2,14; 1Pe 2,9; Hb 8,10; Ap 21,3). La expresión también aparece en el
contexto de que los miembros de las naciones paganas ahora pueden incorporarse y pertenecer,
con pleno derecho, al Pueblo de Dios (Rm 9,25; 1Pe 2,10 [Os 2,25]).
Existen dos palabras griegas para hablar de pueblo: Laos y Demos.
En la expresión Pueblo de Dios se usa Laos (I). Además, en Mt 26,5 //; 26,64; Lc 20,6;
22,2; 23,27.35 se usa Laos para designar al pueblo como distinto de los gobernantes (II).
Es decir, Laos se emplea tanto en lo religioso (I) y en lo civil (II); e incluso, sin resonancia
religiosa puede designar a los judíos, pero nunca a los cristianos.
A pesar de estas variantes, la palabra Demos nunca es usada para designar a la Iglesia.
Por lo tanto, si la categoría Pueblo se aplica a la Iglesia, no lo es de una manera sociológica, sino
religiosa. El Ministerio no es algo funcional sino normativo de la “Revelación y Tradición”.
Conclusión.
El sacerdote queda separado del pueblo para reservarse para el culto, abandona las
actividades profanas para dedicarse a las sagradas. Todo esto es un movimiento
ascendente de separaciones rituales, cuya cima es el sacrificio: un intento de consagración
cada vez más total a través de una serie progresiva de separaciones rituales. Así, el
sacerdote que ha ofrecido la víctima sacrificada puede entrar en contacto con Dios, ser
admitido en la morada santa y, si todo fue bien realizado, la víctima presentada será
agradable a Dios.
Se inicia el movimiento descendente. El pueblo, representado por el sacerdote, obtendrá
los favores divinos gracias a esta mediación sacerdotal: el perdón de sus faltas, fin de las
calamidades, instrucciones divinas para encontrar el camino recto y las bendiciones
divinas.
Entonces, en el AT, resumimos estas dos ideas: segregación (sacar, separar de lo profano) y
exaltación.
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I.2.3. Israel, Pueblo sacerdotal
Tenemos que mencionar también el otro aspecto: el sacerdocio de todo el pueblo. Israel se sabe
pueblo sacerdotal. El culto pertenece, en realidad, a todo el pueblo de Dios por la Alianza: Ex 19,5-6.
Israel es un pueblo segregado y es una nación santa (en este sentido de santidad objetiva) y un reino de
sacerdotes, un reino sacerdotal. Dios es, por la alianza, el rey de Israel. Israel es, a su vez, el Reino. El
servicio a Dios, que es Rey de Israel por la Alianza, culmina en el culto. Si bien hay un mediador, todo el
pueblo participa, hay una expresión comunitaria.
El servicio de Dios no se reduce al cumplimiento material de los ritos. Explica, ante todo, la
obediencia a la voz de Dios que abarca todos los órdenes de la vida. El culto tiene su verdad: es expresión
de la ley prescripta por Dios: Lv 17-26, pero no hay que tergiversar el culto. Los profetas arremeten
contra el ritualismo formal y litúrgico. De allí que los profetas hablen con términos fuertes: "Misericordia
quiero, no sacrificios". Cuando se separa la liturgia y la justicia aparece la dura crítica profética: ha de
vincularse la moral y el derecho con el culto. La religión en Israel conlleva, sin duda, un ejercicio ético,
no es un ejercicio de magia. El cumplimiento de la ley moral es parte esencial del culto, es su corazón.
Is 6 manifiesta que el culto de este pueblo sacerdotal es una imagen del culto celestial de los
ángeles en el cielo ante el trono de Dios.
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I.3. El sacerdocio en el Nuevo Testamento
I.3.1 Jesús y el sacerdocio antiguo
Fuera del texto A los Hebreos, la palabra sacerdote aparece sólo para referirlo al sacerdocio
levítico del AT [Hb se escribe antes del 70 dC. Todavía existe el Templo de Jerusalén y se refiere a los
sacrificios todavía vigentes. El culto de los cristianos era mucho más sencillo, pues a este momento ya
habían sido expulsados de la comunidad, no se los consideraba israelitas verdaderos] o al sacerdocio
pagano (referido a otras divinidades). Ej: Hch. 14,13 se habla de un sacerdote pagano que hace un culto a
Júpiter. Referido a Jesús nunca se aplica la noción de sacerdote, excepto en la carta a los Hebreos. Jesús
trae un cambio y novedad en el tema del sacerdocio y culto: Heb. 8,1.
¿Cuál es el motivo por el cual el Nuevo Testamento evita atribuir a Jesús el sacerdocio?
Jesús no pertenecía a la tribu de Leví sino a la tribu de Judá que no es sacerdotal.
En su ministerio público Él nunca se presentó reivindicando funciones sacerdotales, no las
ejerce, al contrario: acude al Templo. Nadie, tampoco, atribuye a Jesús esta categoría: dicen que
Él es profeta, maestro, señor… pero nunca dicen que es sacerdote. Quienes no quieren saber
nada con Él dicen que es un poseído, otros dicen tímidamente: "el Mesías", para otros es un
seductor, pero a nadie se le ocurre decir que es un sacerdote. Jesús nunca ejerció durante su
ministerio público funciones sacerdotales.
La pregunta es suscitada ante la persona: ¿Quién es este? Esto nos permite entender que hay una
cristología implícita. A nadie se le ocurre decir que es un levita, y en este sentido es válido decir
que Jesús en Israel es un “laico”, y que nunca pretendió funciones sacerdotales. Por eso, su
ministerio es ejercitado en la línea profética: pregonando la alianza definitiva, denunciando la
separación entre rito y vida, llamando a la obediencia a Dios en la vida social (Mt 9,13; 12,7 [Os
6,6]).
Tampoco por su muerte es posible atribuir naturaleza sacerdotal a Cristo. Para identificar
sacrificialmente la muerte de Jesús en la cruz, se requiere una gran agudeza teológica, ya que
exteriormente era en realidad todo lo contrario. La víctima tenía que ser sin mancha ni defecto y
aquí nos encontramos con alguien que es acusado, condenado. El sacrifico solemne es un acto
de consagración que une a Dios y es fuente de bendiciones, en cambio la muerte de un
condenado es una execración, que es lo contrario a una consagración. Además, es ejecutado
fuera de la ciudad: Nm 15,20, y es fuente de maldición: Gal 3,13.
En cuanto a su muerte, nosotros la entendemos como el acto cultual por excelencia, siendo el
arte medieval el que exprese esta realidad con una actitud sacerdotal. Pero, desde la resonancia
de la palabra “sacerdocio”, no habría nada exterior que llevará a esta concepción. Por eso,
decimos que la muerte de Cristo no es un sacrificio en sentido ritual (no hay ceremonia, es fuera
del Templo en un lugar profano, no hay incienso ni vestiduras sacerdotales). Exteriormente es la
ejecución de un condenado.
Sin embargo, es necesario ir a lo profundo: la intención profunda del sacerdocio es el ser “puente”,
la “mediación” entre los hombres y Dios. Jesús trae la forma más suprema de “mediación”, la cual
desborda todos los ritos. Y, aunque exteriormente no nos ayude en nada, intuitivamente en el Nuevo
Testamento se filtra cierta idea sacerdotal: en todas las fuentes aparece la idea de ver a la muerte de Jesús
como nuestra salvación y como un sacrificio, sacrificio existencial de Cristo (ahora la víctima es una
persona). Además, el Antiguo Testamento preparó de múltiples maneras la revelación de Cristo como
mediador de salvación, por lo que ciertos aspectos esenciales de la mediación de Jesús no pueden
entenderse sino desde esas categorías veterotestamentarias.
Implícitamente hay una captación de una mediación o el equivalente de una mediación sacerdotal,
por ej. en Ap 1,13 Jesús se le aparece al vidente del Apocalipsis, y aparece vestido con una túnica de lino
y una faja: es la descripción de una vestidura sacerdotal. También recordamos que en el relato de la
Ascensión que trae Lucas en el evangelio, Jesús asciende y mientras asciende y antes que lo oculte la
nube, bendice a los suyos. También esto es un indicio de interpretación cultual de su misterio pascual.
San Pablo llama a Jesús: nuestra Pascua, nuestra víctima pascual: tenemos, por lo tanto, una terminología
litúrgica.
En la teología cristiana el título de sacerdote en el texto A los Hebreos le viene por la aplicación
del Salmo 109 (110),4: "Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec". Esta aplicación
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del Salmo 110 a Jesús era imposible antes de la resurrección, la cual lo entroniza de una forma que supera
las perspectivas temporales. Este salmo ve el triunfo del Mesías, pero lo que entendían quienes recitaban
el salmo era el triunfo temporal y en esta historia.
La reflexión teológica del texto A los Hebreos no es pura especulación sin ninguna raíz histórica.
En el Nuevo Testamento podemos descubrir una conexión entre el sacerdocio y los ritos sacrificiales del
culto comunitario. En todas las fuentes del Nuevo Testamento (sinópticos, Juan, cartas, Apocalipsis) el
acto redentor de Cristo aparece en términos de sacrificio, aparece velada la idea cultual, sacerdotal, cuyos
elementos va a explicitar plenamente la carta a los Hebreos en su síntesis cristológica.
En los evangelios nos encontramos con varios dichos auténticos de Jesús en los cuales Él
manifiesta el sentido de su muerte: Jesús prevé su muerte y, ante el desconcierto de los discípulos, les
habla del cumplimiento de las Escrituras. Su muerte no es un mero accidente sin significado, su carácter
sacrificial puede ser mostrado de distintas maneras.
En primer lugar, lo más visible es la relación entre la muerte y la celebración de la pascua. Es en
el contexto de esta fiesta que Él será arrestado y condenado, y antes de padecer sustituye la
antigua comida pascual con un nuevo gesto ritual que será memorial de su muerte. Así, en Lc
22,19 y 1Cor 11,23-25: su cuerpo entregado y su sangre derramada. Vale decir: su persona que
es carne y sangre ofrecida como víctima sacrificial. En Jn 17,19, en la oración que llamamos
sacerdotal, Jesús ora al Padre con estas palabras: "Por ellos me consagro, me santifico", se
entiende a sí mismo como una víctima, como una ofrenda, como un sacerdote para que los suyos
sean también consagrados. Nos encontramos con la imagen del Cordero para identificar a Cristo.
Así en 1Cor. 5,7: Cristo es la víctima pascual; Ap. 5,6: el Cordero degollado y glorioso; Jn 1,29:
el testimonio del Bautista: "el Cordero de Dios". Por lo tanto, vemos fuentes distintas donde hay
una identificación de Jesús con el Cordero Pascual. Jn 19,36: "No se le quebrará ningún hueso"
que remite a Ex 12,26.
Además, la Sangre de Jesús en su Pasión es la Sangre de la Alianza y Él tiene conciencia de que
va a morir y que su Sangre es como el sello de la Alianza: Mc 14,24 y paralelos. Hay una
evocación de la Alianza del Sinaí y de las víctimas sacrificiales a la luz de las cuales Jesús
interpreta su propia muerte en terminología litúrgica, sacrificial, cultual; y esto no está tan
distante de una concepción sacerdotal. Moisés ha sido el mediador de la primera alianza y ahora
Jesús con su muerte, entendida como sacrificio expiatorio, viene a solucionar el problema del
pecado que no quedaba resuelto: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir”,
clara alusión al Siervo Sufriente: cf. Mt 26,28: la sangre derramada por una multitud en
remisión de los pecados.
En Jn tenemos textos que encierran una teología semejante. Jn 6,51: “El pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo”; “Yo doy mi vida por mis ovejas”, Jn 10,15.17-18. Jesús da su
vida voluntariamente. Todo esto está conectado con el rito eucarístico.
En las Cartas, la ofrenda voluntaria de Cristo aparece mencionada de distintas maneras: Ef 5,2.
Por lo tanto, ingresa la terminología cultual, litúrgica, sacrificial. No aparece el término
"sacerdote", que llamaría mucho la atención, pero hay atisbos, esbozos que Hebreos llevará a su
plena explicitación.
En 1Pe 3,11: Cristo murió una sola vez por nuestros pecados; 1Pe 2,24: llevó nuestras faltas en
su cuerpo. Esto remite a Is 53,5-6.12. Hay también otras alusiones en Rom 3,25; 5,9; Ef 1,7;
2,13 –sangre redentora–; 1Pe 1,2; 1Jn 1,7 -víctima de propiciación por nuestros pecados-; Ap
1,5.
Ahora, en el NT, la muerte de Cristo llamada sacrificio viene a realizar en plenitud el culto
existencial del cual hablaban los profetas, no es un sacrificio en un sentido ritual, exteriormente es todo lo
contrario, pero si se mantiene la palabra es porque hay algo que hace a la esencia del sacrificio y que aquí
está presente.
El sacrificio es un don del hombre a Dios. Y está el elemento exterior, visible, y el elemento
invisible, y esto es lo esencial: la actitud interior. El sacrificio es una forma de lenguaje. Es el hombre
mismo quien quiere significar el acatamiento de la voluntad divina, y allí está lo fundamental del
sacrificio: en la actitud interior, de la cual el signo exterior es su lenguaje, su expresión. Entonces, la
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actitud del culto interior del cual hablaban tanto los profetas, es realizada ahora en la muerte de Cristo
interpretada como sacrificio.
No estamos en presencia de ritos, sino en el plano de la experiencia, en la existencia abierta a la
voluntad de Dios. Quien pasa por esta experiencia no tiene pecado personal para expiar: Jn 8,46; pero,
entre Él y los pecadores existe una solidaridad fundada en el amor que le hace compartir la suerte de los
pecadores hasta el fin. A esta muerte Jesús la ha llamado Bautismo o la copa que el Padre le ha dado para
beber: Jn 18,11; Mc 10,38-39; 14,36. Se establece un vínculo más profundo del que tenían los sacerdotes
judíos (Hb 7,27ss) entre Jesús y los hombres y entre Jesús y el Padre (1Tm 2,5-6); más intenso que
cualquier otra mediación.
San Pablo
Fil 3,3: “ofrecemos un culto”; 4,18: lo material es llamado “ofrenda”, término cultual litúrgico.
Ofrenda es aquello de lo que se desprendían para darlo.
Rom 12,1: “a ofrecerse ustedes mismos como una víctima santa y agradable a Dios… culto
espiritual que deben ofrecer”. Ofician de sacerdotes ofreciendo su vida, su cuerpo a Dios. v. 2:
no conformen su mente a este mundo. Todo el ser se convierte en culto, viviendo como
sacerdote da culto a Dios.
San Juan
Jn 4,24: culto en espíritu y verdadero.
Is 61,6: el culto que aquí se anunció ahora encuentra soporte en la única mediación del único
sacerdote.
El sacerdocio de los fieles se sostiene a partir del bautismo y desde esta perspectiva se habla del
carácter.
Relación Sacerdocio-Bautismo
Se trata del tema del carácter. El hombre muere y resucita con Cristo por el Bautismo, recibiendo
el don del Espíritu.
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Hch 4,27; 10,38: como Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo, la unción es en orden al
Ministerio.
2Cor 1,21-22: el que nos ha ungido, nos ha marcado con su sello. Y ha puesto en nuestros
corazones primicias del Espíritu Santo.
Ef 1,13-14: También han sido marcados con un sello. El Espíritu que los marcó es también su
herencia.
Ef 4,30: No den tristeza al Espíritu que los marca con su sello.
1Jn 2,20.27: “estáis ungidos por el Santo… la unción que de Él habéis recibido permanece en
vosotros”. En un sentido indirecto se puede leer lo de la unción que permanece.
En estos casos se está aludiendo a una acción del Espíritu Santo que “asimila” a Cristo, el ungido
por excelencia; y de aquí deriva nuestra participación en el sacerdocio de Cristo: Cristo ungido sacerdote
Cristianos ungidos sacerdotes.
Hemos recibido “el espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar: ¡Abbá, Padre!”, Rom 8,15;
y “el amor de Dios ha sido derramado sobre nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado”, Rom 5,5. Por eso se puede decir que de la nueva vida de hijos adoptivos es que somos llamados a
ejercer el culto sacerdotal, espiritual y existencial, LG 10-11.34.
Todo responde a la pregunta: en qué consiste esto de que somos un pueblo sacerdotal. Es una
“base común” para todos. En el Nuevo Testamento se habla del sacerdocio de Cristo y del sacerdocio de
todos los bautizados. ¿Se habla de Ministerio sacerdotal de manera explícita? NO. Pero sí se muestra
cómo Jesucristo agota en su persona todo lo que estaba prefigurado en el sacerdocio levítico y real,
prefiguración del Sumo y Eterno Sacerdocio, y cómo toda gracia –nuestra participación en el sacerdocio
de Cristo– viene por su intercesión.
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I.4. Misión y Ministerio en el Nuevo Testamento
II.4.1 Cristo enviado del Padre
II.4.2 Los apóstoles ministros de Jesucristo
Nos dedicamos a explorar el Nuevo Testamento, en cuanto permite ver los fundamentos de los
orígenes, los datos antiguos de Ministerios que participan de una manera específica del sacerdocio de
Cristo.
Estructura del ministerio
Desde el S. I ya se aplicaba la estructura de vocablos sacerdotales a los Ministros, en cuanto esto
respetaba la conciencia de conservar el depósito de la fe.
Los reformadores, a partir de la Escritura –no hay un vocabulario que llame sacerdotes a los
Ministros de la Iglesia–, niegan el Orden y la Eucaristía como sacrificio. Para Lutero no hay mediación
válida entre Cristo y sus fieles: el único sacerdote es Cristo y el clero no debe usurpar las prerrogativas de
Cristo.
La Iglesia, sin embargo, fundada por Cristo, tiene una estructura–constitución jerárquica: el Nuevo
Testamento muestra un rol-papel-función específica de los Apóstoles asignado por el mismo Cristo, lo
mismo en las primeras comunidades. Aunque la Tradición conserva el lugar que la comunidad reservaba
a los Ministros, los datos que tenemos desde el Evangelio son sólo ocasionales, ya que la Escritura no
presenta una sistematización del tema –no es un tratado de dogmática sacramental–, sino únicamente
datos recogidos de la vida. En virtud de esto, habrá que ir armonizando los pasos que se dieron de los
Ministerios apostólicos hacia los eclesiásticos.
La Iglesia prolonga el lugar de los apóstoles, querido por Cristo, por lo que los Ministros son
delegados de Jesucristo en virtud de la misión dada por el mismo Jesús a los Apóstoles; pero, nunca son
delegados de las comunidades (si fueran delegados de la comunidad serían emanación del sacerdocio de
los fieles).
Si bien es cierto que el apostolado es cosa única e intransferible, es decir, estos Ministerios de la
comunidad primitiva no son totalmente asimilables al Ministerio apostólico recibido de Cristo en todos
sus aspectos (los Doce son únicos), hay cosas que sí son transferibles y que los mismos apóstoles, en
virtud de su ministerio y potestad, transfieren, por lo que se dice que los que reciben estas cosas, las
reciben del mismo Cristo.
Vocabulario ministerial
Existe un vocabulario para designar a los apóstoles y a los que ellos eligieron para realizar una
obra determinada, los cuales reciben un título. Son nombrados por palabras que designan su función:
doulos y diáconos: servicio, ministerio.
Títulos aplicados a los apóstoles, ahora aplicados a otros ministros que no son de los Doce
Resulta importante encontrar el mismo vocabulario respecto de personas que no son apóstoles,
sino Ministros que eligen los apóstoles. Apolo es Ministro de Cristo como Pablo en 1Cor 3,5. También
los predicadores judaizantes que encontramos en 2Cor 11,23. Y vemos que hay auxiliares de Pablo que
reciben de él sus autoridades eclesiásticas y son llamados servidores de Cristo; así por ej.: Tíquico en Col
4,7, Ef 6,21 y Marcos: 2Tim. 4,11. Timoteo es llamado doulos, servidor en Fil 1,1 y también es llamado
así Epafras en Col 4,12. Y Timoteo es llamado diácono en 1Tes 3,2, 1Tim. 4,6; y Arquipo lo mismo en
Col 4,17.
Denominaciones metafóricas
Además del vocabulario del servicio hay otras denominaciones metafóricas: el lenguaje del trabajo
y del combate, aplicado a los apóstoles y a los Ministros del NT. No encontramos un tratado de Orden
Sagrado, pero la teología surge así: recogiendo algunos datos de la Sagrada Escritura y, sobretodo,
apoyándonos en la Tradición, que después se manifestará en categorías teológicas.
Trabajo
La imagen del trabajo apostólico es de origen evangélico en Mt 9,37-38 y paralelos, leemos: "la
cosecha es abundante… los trabajadores son pocos". Y en el discurso de misión: Mt 10,10 y paralelos
está la recomendación de que vayan confiados en la providencia, no lleven dos túnicas. ¿Por qué esto?
Porque quien trabaja merece su salario. Jn 4,38; 1Cor 3,6-8.10-15: además del servicio, de la diaconía,
está el trabajo.
Combate
También la imagen del combate que implica este servicio, esta diaconía, este ministerio, este
trabajo. 2Cor 10,3-4; 2Tim. 4,7 (competencia); 2Tim. 2,15 (hombre probado); 1Cor 16,10 (sin temor).
Timoteo es también llamado soldado que debe combatir el buen combate: 2Tim 2,3.
Neologismos: syn
Hay también palabras compuestas, neologismos que empiezan con la preposición: syn: ministros
asociados a los apóstoles. Por ej.: syndoulos: compañero de servicio; synstratiotes: compañero de
combate, strateia (de allí viene estrategia); synergos: colaborador. Los que colaboran: Tito en 2Cor 8,23;
Rom 16,21; Timoteo en 1Tes 3,2 (“colaborador de Dios”); Epafrodito en Fil 2,25; Marcos, Aristarco y
Demas y Lucas en Flm. 24; Tíquico en Col 4,7.
También aparecía esta palabra aplicada a algunas mujeres (Fil 4,3; Rom 16,3 [“colaboradores
míos”]); sin embargo, en el contexto aparece la diferencia. Cuando Pablo habla de "mis colaboradores"
se refiere a varones y mujeres; cuando habla de "colaboradores de Dios" se refiere sólo a varones
(Arquipo que está dotado de un ministerio: Col 4,17).
Buen Pastor
En el NT, además del vocabulario explícito del texto A los Hebreos, donde aparece el título de
Sacerdote, aparece también el título de Buen Pastor, sobretodo en el Evangelio de Juan, pero también en
los sinópticos. Jesús confiere a los apóstoles el tratamiento de Pastor, ya que también son enviados a las
ovejas perdidas de Israel: Mt 10,6; Mt 15,24. Los apóstoles participan de la misión de Cristo. Después de
la resurrección tenemos el máximo momento en que Cristo vincula a su potestad el poder que le da a sus
apóstoles: Jn 21,15-17; 1Pe 5,1-4.
También San Pablo en Hch 20,28, el discurso a los presbíteros de Éfeso, identifica la función del
obispo con la de Pastor. Es un texto notable: epíscopoi se traduce como vigilante para pastorear el pueblo
que Dios se adquirió con su propia sangre. Estos episcopoi que están al frente de la comunidad, tienen
esta función pastoral: estar al frente del rebaño y cuidarlo (todavía no hay un vocabulario técnico
establecido, pero se percibe que en la comunidad hay miembros establecidos para este cargo). También
1Pe 2,25: Jesús es el Pastor y guardián; Heb 13,20: Jesús es llamado el gran Pastor de las ovejas.
Entonces, en el NT Cristo y los apóstoles son pastores. El ministerio del Pastor en la Iglesia
representa el ministerio de Cristo y en Él encuentra su fundamento.
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Verificación histórica
Los Apóstoles quedaron constituidos como tales en virtud de la misión recibida directamente de
Cristo, y los Ministros la reciben a través de los Apóstoles. La identidad de misión y el diferente modo de
recibirla separa a los Apóstoles – su fundamento es Cristo mismo– de los demás Ministros – revestidos de
la potestad, constituidos vigilantes, Hch 20,28–.
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2) Aparecen colaboradores del apóstol. Su Ministerio no tiene todavía un nombre propio, pero
ejercen idénticas funciones a las del apóstol.
Los apóstoles se procuran colaboradores: Tito, Timoteo, etc., colaboradores de Pablo de los cuales se
dice que recibieron del Señor el Ministerio. 1Tes 5,12: hay colaboradores de San Pablo que presiden
con la autoridad del Señor. Por lo tanto, comienza a haber una autoridad local, que preside. Antes el
apóstol no tenía una sede fija, ahora en cada Iglesia aparecen responsables de esa Iglesia y que
presiden en el Señor.
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3) Cuando ya ha desaparecido la generación apostólica o está a punto de desaparecer, estos
colaboradores figuran como encargados. Son los que rigen y presiden a las comunidades y
reciben nombres de episcopoi, presbiteroi, diaconoi. Y aun así, en cuanto a la terminología habrá
que distinguir momentos en cuanto a su significado.
Aparecen distinguidos los Ministerios. Los ancianos o presbíteros, los "vigilantes" o "inspectores"
(episcopoi traducidos literalmente). “Ancianos” tiene un sentido cronológico (viejos) pero también un
criterio de dignidad, es una categoría: Ex 10,9 y Ex 3,18.
En la Iglesia de Jerusalén y en las nacientes comunidades cristianas de origen judío los que presiden
son presbiteroi: Hch 15,22-23.
En las comunidades helénicas se llama episcopoi (plural) a quienes las presiden: Fil 1,1; ayudados por
los diaconoi. Nos encontramos que una iglesia, aquí Filipos, tiene varios epíscopoi que se distinguen
de diaconoi y no se mencionan los presbiteroi. A esta altura la terminología no está definitivamente
fraguada, consolidada.
La definición es esta: presbiteroi es una terminología que prospera en iglesias de origen judío y los
episcopoi en las iglesias de origen helénico: ver la dificultad que plantea, en este sentido, Hch
20,17.28; v. 17 San Pablo se despide de los presbíteros de Éfeso a quienes mandó llamar; cuando
llegaron les dice (v. 28) que cuiden a la grey en medio de la cual están como episcopoi. Por lo tanto,
estos presbíteros equivalen a epíscopos (no está todavía determinada la terminología).
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I.5 El ministerio sacerdotal en la Tradición de la Iglesia
I.5.1.1 Didaché
Es el texto que define la Eclesiología de fines del S. I. Se definen muchos Ministerios que aún se
están haciendo, unos más estables, otros más itinerantes. Se mencionan obispos y diáconos. No basta la
sola palabra, hay que ver qué significa esa palabra en ese momento.
Menciona:
apóstoles: misioneros, ministros del evangelio, itinerantes, fundadores de comunidad.
doctores: al servicio de la doctrina por consolidar a los hombres en la fe.
profetas: con frecuencia son también itinerantes, a veces los vemos establecidos en las
comunidades donde ejercen un ministerio litúrgico, profético. Presiden la Eucaristía
pronunciando la acción de gracias.
Didaché 13,3: aplica a los profetas la terminología de "sacerdotes". Se les da las primicias, ya que
ellos son los Sumos sacerdotes, ya que trabajan para la comunidad y merecen su salario. Se los debe
recibir como “al Señor mismo”, 11,2; 4,1. Entonces, la Eucaristía que celebran los profetas debe ir
precedida por la confesión de las culpas para que el sacrificio sea puro. Uno no debe admitirse en la
reunión mientras no sea reconciliado.
Los profetas forman un Colegio estable y tienen una autoridad verdadera en la comunidad.
Aparecen también mencionados obispos y diáconos, no se habla de presbíteros. Los obispos y diáconos
aparecen ayudando a los profetas Didaché 15 1-2; y, finalmente, después reemplazándolos. Entonces, no
podemos –en cuanto a la terminología– dejarnos desviar en el sentido de las palabras.
Efesios 3,2 trabaja el paralelismo entre Jesús, pensamiento del Padre, y los obispos, pensamiento
de Cristo. Muestra cómo la Jerarquía forma parte del plan salvífico de Dios, en cuanto Ministros que
comunican la gracia redentora.
Efesios 4,1; 5,2 plantea la comunión que debe existir entre la comunidad y el obispo, como así
también, con los presbíteros.
Magnesios 6,1 insiste en esta unidad diciendo: “pongáis empeño en hacer todo en la concordia
de Dios, presidiendo el obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los ancianos, que representan el colegio de
los Apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el ministerio de Jesucristo”.
Filadelfios 4: “Poner, pues, todo ahínco de usar de una sola eucaristía: porque una sola es la
carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no
hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de anciano y con los diáconos, consiervos
míos…”. (cf. Magnesios 7,2). Esta comunión resplandece de modo especial en la celebración eucarística
que es la representación de la Iglesia, ícono que la hace visible, única comunión de la Iglesia: presidida
por el obispo, flanqueado por los presbíteros y ayudado por los diáconos. Se insiste mucho en la
eucaristía: signo y causa de la unidad eclesial. Uno es el obispo en unión con el presbiterio y los diáconos
(sentido de concelebración eucarística; es un solo sacerdocio, una sola Iglesia).
Hay también una insistencia en la mención del altar en relación con la eucaristía, es obvio
entonces que la eucaristía es un sacrificio. A esta altura, altar tiene un sentido análogo: se usa una mesa
(no un pedestal de sacrificio) pero la llaman altar pues tienen conciencia de estar celebrando un sacrificio
sacramental (porque no matan ninguna víctima). Romanos 2,2 insiste en la unidad eucarística con
vocabulario litúrgico.
Tanto en Clemente Romano como en la Didaché, como en Ignacio de Antioquía, la Eucaristía
aparece como sacrificio de la Nueva Alianza. La celebran obispos reunidos con presbíteros y diáconos, y
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simbolizan la unidad de la Iglesia. La unidad de la Iglesia se visibiliza en los obispos, presbíteros y
diáconos celebrando en torno a un mismo altar.
Hay que decir que su esquema está pensado desde el obispo, quien tiene la plenitud.
Los presbíteros son sacerdotes porque dan lo santo, pero no poseen el grado supremo del
pontificado. Por eso, no pueden ungir con aceite la frente para conferir el Espíritu Santo.
A pesar de mantener las tres funciones ministeriales, sacerdocio, magisterio y gobierno, para esta
época hay una visión sacerdotal del Ministerio, pensando las otras dos desde esta categoría.
I.7.3.1 En la bula Sacrae religionis del Bonifacio IX (1 de febrero de 1400), DH 1145, dirigida al
Abad de Santa Ossita (Essex, Londres), el Papa dice que el Abad de ese monasterio y sus sucesores
“tengan el poder de conferir de un modo libre y lícito” las ordenes menores, el subdiaconado, el
diaconado y el presbiterado de los canónigos del monasterio. Poco después (1403), el mismo Papa, revoca
la bula ante la protesta del obispo de Londres.
La cuestión es qué pasó con esas ordenaciones:
Puede presumirse que el Abad era obispo, aunque sumiso al patronato y la jurisdicción del
obispo de Londres. Jurisdicción que el Papa le suprime dándole el permiso para ordenar cuando
quisiere. En esto no habría problema.
Puede interpretarse como que el Abad puede autorizar para que sus súbditos recibieran las
Órdenes sin la previa autorización del obispo de Londres; eligiendo para ello a cualquier obispo
amigo. Esto habría provocado la reacción del Ordinario en cuanto que ve violado sus derechos.
Pero hay algunas objeciones a estas interpretaciones: la expresión “conferre libere et licite” es
fuerte, e implica conferir explícitamente el Orden. El Papa estaría confiriendo el permiso de Ordenar, y no
nos consta que el Abad fuera obispo.
I.7.3.2 En la bula Gerentes ad vos de Martín V (16 de noviembre de 1247), dirigida al Abad
cisterciense de Altzelle (Sajonia), DH 1290, el Papa concede la potestad para Ordenar por un tiempo
determinado: 5 años; sin que sea requerida la licencia del Ordinario del lugar. Pero sigue la duda frente al
vocabulario, ya que es explícito: “sacros ordines conferendi”.
I.7.3.3 En la bula Exposcit tuae devotionis de Inocencia VIII (9 de abril de 1489), DH 1435,
dirigida al Abad Jean de Cirey de Citeaux, atorga al Abad, y a sus sucesores (extendido a sus filiales) la
facultad de “conferir todas las ordenes menores”. Y, “a fin de que los monjes de la mencionada orden
no estén obligados a correr de una parte a otra fuera del monasterio para poder recibir las Órdenes del
subdiaconado y del diaconado, conferir según el ritual (alias rite conferre) las demás Órdenes del
subdiáconos y diáconos”. Esta concesión duró tres siglos.
Pero ¿el simple presbítero, con permiso del Papa, puede ser ministro extraordinario del
sacramento del Orden? Hay un principio que dice “nadie puede dar lo que no tiene”. Con respecto a los
diáconos y a los presbíteros, en el uso queda claro que un presbítero no puede ordenar. Pero en ambos
casos, queda abierta la duda ante estos antecedentes.
Por su parte, el CIC, 1012, dice: “Es ministro de la sagrada ordenación el Obispo consagrado”.
(esto se refiere a la validez). Ya no se dice “Ordinario”, para no dejar abierta ninguna puerta para pensar
en un ministro “extraordinario”. No obstante, se distingue entre doctrina positiva y cuestión de fondo;
aunque ni el CIC ni el CV II ha resuelto la cuestión.
I.7.6 Del Concilio de Trento (1545-1563) (sesión XXIII) hasta el Concilio Vaticano I (1869-1870)
Hay que considerar que no es una doctrina orgánica, sino un salir al paso de puntos fundamentales
cuestionados por los reformadores. En la sesión XXII habla de la cuestión de la eucaristía como
sacrificio, a lo cual se liga el tema del sacerdocio –sesión XXIII–, concibiendo ambos temas en una
concepción orgánica.
c.1: Si alguno dijere que en el NT no existe un sacerdocio visible y externo, o que no se da potestad
alguna de consagrar y ofrecer el verdadero Cuerpo y Sangre del Señor y de perdonar los pecados, sino
sólo el deber y mero ministerio de predicar el Evangelio y que aquellos que no lo predican no son en
manera alguna sacerdotes, se anatema.
c.3: Si alguno dijere que el Orden… no es verdadera y propiamente sacramento, instituido por Cristo
Señor, o que es una invención humana…, o que es sólo un rito para elegir a los ministros de la palabra de
Dios y de los sacramentos, sea anatema.
c.4: Si alguno dijere que por la sagrada Ordenación no se da el Espíritu Santo, y que por lo tanto, en vano
dicen los obispos: recibe el Espíritu Santo; o que por ella no se imprime carácter [2Tm 1,6]; o que aquel
que una vez fue sacerdote puede nuevamente convertirse en laico, sea anatema.
c.6: Si alguno dijere que la Iglesia Católica no existe una jerarquía, instituida por Ordenación divina, que
consta de obispos, presbíteros y ministros, sea anatema.
c.7: Si alguno dijere que los obispos no son superiores a los presbíteros, o que no tienen potestad de
conferir y ordenar, o que la que tienen es común con los presbíteros, o que las Órdenes por ellos
conferidas sin el consentimiento o vocación del pueblo o de la potestad secular, son inválidas, o que
aquellos que no han sido legítimamente Ordenados y enviados por la potestad eclesiástica y canónica,
sino que proceden de otra parte, son legítimamente ministros de la palabra y de los sacramentos, sea
anatema.
c.8: Si alguno dijere que los obispos que son designados por la autoridad del Romano Pontífice no son
legítimos y verdaderos obispos, sino una creación humana, sea anatema.
Una pregunta que se ha suscitado es, si en Trento se define o no la diferencia entre episcopado y
presbiterado como grados distintos en virtud de la potestad de Orden. A partir de determinado momento
se hizo clásica la distinción entre potestad de Orden y potestad de jurisdicción. Entre el sacerdocio común
de los fieles y el sacerdocio ministerial hay una distinción esencial no sólo de grado, eso está claro en
Trento. Ahora: entre presbítero y obispo hay distinta potestad de jurisdicción también está claro, pero que
haya distinta potestad de Orden el Concilio no lo dice expresamente, pero podemos legítimamente
deducirlo. Esto va a ser después explicitado en el Concilio Vaticano II.
PO 2: El Señor Jesús " a quien el Padre santificó y envió al mundo " (Jn 10,36), hizo partícipe a todo su
Cuerpo Místico de la unción del Espíritu con que Él está ungido: pues en El todos los fieles se
constituyen en sacerdocio santo y real, ofrecen a Dios, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales y
anuncian el poder de quien los llamó de las tinieblas a su luz admirable. No hay, pues, miembro alguno
que no tenga su cometido en la misión de todo el Cuerpo, sino que cada uno debe glorificar a Jesús en su
corazón y dar testimonio de Él con espíritu de profecía.
Mas el mismo Señor constituyó a algunos ministros, que ostentando la potestad sagrada en la sociedad
de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados y
desempeñaran públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres para
que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que "no todos los miembros tienen la misma
función" (Rom 12,4).
Así, pues, enviados los Apóstoles, como Él había sido enviado por el Padre, Cristo hizo partícipes de su
consagración y de su misión, por medio de los mismos Apóstoles, a los sucesores de éstos, los Obispos,
cuya función ministerial se ha confiado a los presbíteros, en grado subordinado, con el fin de que,
constituidos en el Orden del presbiterado, fueran cooperadores del Orden episcopal para el puntual
cumplimiento de la misión apostólica que Cristo les confió.
El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con la que
Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone,
ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana, pero se confiere por el sacramento peculiar por
el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que
los configura con Cristo Sacerdotes, de tal forma que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza.
Por participar en su grado del ministerio de los Apóstoles, Dios concede a los presbíteros la gracia de
ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que
sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo. Pues, por el mensaje apostólico
del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios, de forma que santificados por el Espíritu Santo
todos los que pertenecen a este Pueblo, se ofrecen a sí mismos "como hostia viva, santa, agradable a
Dios " (Rom 12,1).
Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio
de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y
sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él
culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio, que comienza con el mensaje del Evangelio,
saca su fuerza y poder del sacrificio de Cristo y busca que " todo el pueblo redimido, es decir, la
congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran
Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal
sublime cabeza".
Por consiguiente, el fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es procurar la gloria
de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con
gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida. En consecuencia, los
presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el
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sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el
bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y al crecimiento de los
hombres en la vida divina. Todo ello, procediendo de la Pascua de Cristo, se consumará en la venida
gloriosa del mismo Señor, cuando El haya entregado el Reino a Dios Padre.
LG 28: Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36), ha hecho participantes de su
consagración y de su misión a los Obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han
encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a diversos sujetos en la Iglesia.
Así, el ministerio eclesiástico de divina institución es ejercitado en diversas categorías por aquellos que
ya desde antiguo se llamaron Obispos, presbíteros, diáconos.
Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen
de los Obispos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento
del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen
de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hch 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y
apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino.
[…]
Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo
llamados para servir al Pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un presbiterio dedicado a diversas
ocupaciones. En cada una de las congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están
confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la
ejercitan en el diario trabajo.
[…]
El Ministerio sacerdotal es un servicio en orden a la salvación del pueblo de Dios y está definido
en orden a sus distintas relaciones: con Cristo, con el obispo, con el Cuerpo sacerdotal, con los fieles. En
este número se presenta la relación fontal con Cristo que es quien envía, es el primer misionero que envía
en misión a sus discípulos. Estos forman un Colegio, una comunidad sacramental. La plenitud de este
sacramento está en el obispo que participa de forma más plena del envío de Cristo.
Los presbíteros son constituidos verdaderos sacerdotes a imagen de Cristo para predicar, apacentar
y presidir el culto. Actúan in persona Christi y participan de la misma consagración y envío de Cristo por
el Padre. Reciben de los obispos, sucesores de los apóstoles, su Ministerio: son su ayuda e instrumento.
Dependen de los obispos en el ejercicio de su potestad y comparten con ellos el sacerdocio, pero en
segundo grado. Forman junto con su obispo, considerado como padre, un solo Presbiterio que es también
una sola familia. En cuanto al cuidado pastoral (cura de almas) ocupan un lugar especial en la diócesis los
sacerdotes incardinados en ella, los sacerdotes diocesanos. Todos quedan vinculados entre sí por una
íntima unidad sacramental con especiales vínculos de caridad apostólica, ministerio y fraternidad,
colaborando todos por distintos caminos en una obra común. En cada Iglesia local hacen presente a
Cristo, Maestro y Pastor, y son también representación del obispo, que es el garante último de la unidad, y
santifica, enseña y rigen al Pueblo de Dios. Y hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan
eficaz ayuda en la edificación del Cuerpo de Cristo.
PO 5: Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores
suyos, a fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por esto consagra Dios a los
presbíteros, por ministerio de los Obispos, para que participando de una forma especial del Sacerdocio
de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su
Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia.
[…]
PDV 22: el don espiritual que los presbíteros recibieron en la Ordenación no los prepara para una misión
limitada o restringida sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines de la tierra,
pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. Por lo
tanto, la incardinación, lejos de encerrar al presbítero en una geografía determinada tiene que abrirlo
también a una perspectiva universal. Es participación del envío de Cristo, de su misión, que es presentada
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con rasgos de esponsalidad dentro de la Iglesia. El ministro y el presbítero representan a Cristo, Cabeza
de la Iglesia; tiene una representación y una espiritualidad esponsal. La esponsalidad es una nota
característica de la vida cristiana; esta es una nota típica de toda la historia de la espiritualidad. A partir de
los textos de Pablo en el NT y ya desde la primera patrística se dirá que el bautizado se une a Cristo en
una relación esponsal. Es un valor de signo femenino, pero todos participamos de la esponsalidad:
correspondencia de amor a Cristo. El Ministro ordenado es representación sacramental y eficaz de Cristo,
y desarrolla una dimensión esponsal en su espiritualidad: el desposorio con la Iglesia, está del lado de
Cristo ante la Iglesia, por la cual se entrega con la misma caridad pastoral de Cristo.
II. El sacramento del Orden. Interpretación sistemática y espiritualidad según el CVII