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MÓDULO III

«LA IGLESIA, LOS SACRAMENTOS Y


LA MORAL»

ISCR de Almería (UPSA)


DECA: Infantil y Primaria
(modalidad online)

Prof. Lic. D. Juan Carlos Morales Morell


«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

INDICE

ASIGNATURA
«LA IGLESIA, NUEVO PUEBLO DE DIOS»
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Tema 1. Aproximación a la eclesiología bíblica
Tema 2. Jesús, origen y fundamentador de la Iglesia
Tema 3. La naturaleza de la Iglesia
Tema 4. Las propiedades de la Iglesia
Tema 5. Servicios y ministerios en la Iglesia
Tema 6. María, madre de dios y madre nuestra
Tema 7. Misión y sinodalidad

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

ASIGNATURA
«LA IGLESIA,
NUEVO PUEBLO DE DIOS»
TEMA 1
APROXIMACIÓN A LA ECLESIOLOGÍA BÍBLICA 3

1.- INTRODUCCIÓN

¿Cómo debemos entender hoy la Iglesia? ¿Es una institución social, una ONG que se
preocupa exclusivamente por procurar un mundo mejor, o juntamente con lo anterior, tiene
otra dimensión? ¿La Iglesia ha sido querida por Cristo, o más bien es un “invento” de sus
apóstoles? Es decir, la Iglesia como tal ¿responde a la voluntad de Dios o es fruto de una
decisión humana? Si ha sido fundada por Jesús, es entonces legitimo concluir afirmando que
es un instrumento querido por Dios para la salvación de todos, y, por consiguiente, ignorarla
supondría igualmente ignorar la voluntad de Dios respecto a la humanidad. Por el contrario,
si el origen de la Iglesia está en la iniciativa del hombre no tendría más relevancia que
cualquier otra institución social.

La Iglesia solo puede abordarse correctamente si se la percibe tal y como ella es, una
realidad divina y humana a la vez. Es una realidad humana, porque está formada por hombres
y, por tanto, es sujeto histórico, y a la vez, es una realidad divina, y en cuanto tal misterio.
Por este motivo, el estudio de la Iglesia conlleva percibirla como una única realidad compleja.
El concilio Vaticano II hablará de la Iglesia de forma análoga al misterio del Hijo de Dios
hecho hombre: el Hijo de Dios encarnado se sirve de su humanidad asumida como instrumento
de salvación, de manera semejante, Cristo se sirve de la realidad visible de la Iglesia como
instrumento para hacer que su salvación se siga haciendo presente en el mundo, de modo
especial en los sacramentos (Lumen Gentium 8).

«Eclesiología» es el nombre que, en la teología contemporánea, recibe el tratado que


centra sus reflexiones sobre el tema del origen, naturaleza, constitución y misión de la Iglesia
en cuanto pueblo de la alianza de Dios. La presente asignatura no quiere ser una aproximación
a la Iglesia desde la sociología, ni tampoco ser una historia de la Iglesia. Más bien pretende
ser una respuesta a la pregunta «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?» Para ello va a ser
fundamental la nueva comprensión que de la Iglesia brota en el concilio Vaticano II. Esa es la
finalidad.

Con todo, sería bueno tirar de un poco de historia. Los estudios actuales sitúan el
nacimiento de un tratado propio acerca de la Iglesia a principios del siglo XIV, en la obra de
Juan de Viterbo “De regimine christiano”. Esto no significa que con anterioridad no se haya

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

reflexionado sobre la Iglesia, especialmente en la edad Patrística y en la edad Media. Primero


la reflexión de la fe tuvo que justificar, frente al judaísmo, la pretensión del cristianismo de
que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Posteriormente, con la irrupción del islam, se abrió
un nuevo frente de reflexión y confrontación. Ahora la Iglesia buscará presentar la fe cristiana
como la “verdadera religión”. Con la irrupción de la Reforma de Lutero la Iglesia se verá
abocada, de una forma más directa, a reflexionar sobre sí misma, tratando de fundamentar y
justificar su pretensión de ser la verdadera Iglesia de Cristo frente a la reforma protestante,
dando lugar a la aparición del tratado “De Vera Ecclesia”, que será una reflexión propiamente
dicha sobre la Iglesia y sus notas por primera vez (una, santa, católica y apostólica).

No será hasta los concilios Vaticanos cuando realmente el estudio sobre la Iglesia 4
adquiera un notable avance. En el Concilio Vaticano I serán dos los documentos de singular
relieve. Por un lado, destaca la Constitución Dogmática Pastor Aeternus. Sin duda, la
aportación eclesiológica más significativa, y de todo el Concilio, sería la referente a la
infalibilidad pontificia. El primado papal se vincula a la Iglesia y tiene como finalidad la
custodia de la unidad de ésta por medio de la unidad del episcopado. Por otro lado, destaca
también la aparición del tema de la Iglesia en la otra Constitución Dogmática Dei Filius. En
ésta, después de haber hablado de la necesidad que tiene el hombre de acoger la fe y de
perseverar en ella, expone como Dios ayuda a ello de una doble manera: por un lado, con la
ayuda de la gracia de Dios, y, por otro lado, a través de la Iglesia que lleva en sí misma el sello
de su origen divino.

Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia reflexiona por primera vez sobre sí misma en
una doble dirección. Dos Constituciones destacan por encima de las demás en lo que a nuestro
tema respecta. Por un lado, la Lumen Gentium (en adelante LG1). La Iglesia se define en su
realidad íntima y profunda. Ahora se produce un cambio decisivo. La prioridad la tiene su
carácter de misterio y, por tanto, de objeto de fe. Además, se pasa de una concepción que veía
a la Iglesia principalmente como una sociedad jerárquicamente organizada, a una concepción
más bíblica, misionera, ecuménica e histórica, donde la Iglesia es descrita como sacramento
de salvación (cf. LG 1).

Junto con estas características también destaca la Iglesia como comunión. Comunión
que tiene un significado básico de comunión con Dios, de la cual se participa a través de los
sacramentos, y que tiene que llevar a la comunión de los cristianos entre sí, y que se realiza
de forma concreta en la comunión de las Iglesias locales entre sí, y en comunión jerárquica
con el obispo de Roma. Por este motivo, con razón se ha dicho de la eclesiología del Vaticano
II: «La eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del
Concilio» (Sínodo extraordinario de 1985. N.1; EV 9; 1800). La Iglesia va a reflexionar ahora
con mucho énfasis acerca de su relación con el mundo. Destaca la Constitución Pastoral
Gaudium et Spes (en adelante GS) el segundo documento fundamental que mencionábamos,
ya que en él se da un gran paso, de la defensa y la condena, al de la apertura y diálogo.

1
Estas referencias, que nos van a aparecer con frecuencia en los presentes apuntes, como por ejemplo Lumen
Gentium (LG), Gaudium et Spes (GS), Dei Verbum (DV), Sacrosantum Concilium (SC), Presbyterorum Ordinis
(PO), Unitatis redintegratio (UR),…etc, son los documentos del Concilio Vaticano II, donde se recoge la
enseñanza magisterial de la iglesia a la que nos referimos en los apuntes. Se puede consultar en el enlace:
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/.

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

En lo que sigue pretendemos abordar de forma muy somera las principales


aportaciones que brotan del concilio Vaticano II, para entender la realidad de la Iglesia, pero
antes nos detendremos en considerar la fundación de la Iglesia por Jesús, y el testimonio que
en la Biblia podemos encontrar de ella.

2.- APROXIMACIÓN TERMINOLÓGICA

Antes de nada, es necesario partir de una aclaración terminológica: ¿qué significa el


vocablo “Iglesia”? En español «Iglesia» deriva del griego “Ekklesia”, a través del latín
“ecclesia”, vocablo elegido por la traducción de los LXX y la Vulgata para traducir el término
hebreo “qahal” que significa “convocatoria” y “asamblea convocada”. A diferencia del uso
griego profano, esta palabra no alude a una asamblea democrática del pueblo, creada a 5
iniciativa propia y con una autoridad propia, sino al pueblo de la alianza de Israel, convocado
y reunido en virtud de la elección de Dios. Es iluminador en este sentido un texto del Antiguo
Testamento que dice: «El día que estabas en el Horeb, en presencia de Yahvé tu Dios, cuando
Yahvé me dijo: Reúneme al pueblo para que yo les haga oír mis palabras a fin de que
aprendan a amarme mientras vivan en el suelo, y se las enseñen a sus hijos» (Dt 4,10). Es
importante este pasaje del libro del Deuteronomio, donde se pone en labios de Moisés la
formula «el día de la asamblea», en recuerdo del día en que Yahvé le ordenó convocar al
pueblo en asamblea para la celebración de la Alianza. Dándose a sí misma este nombre de
«Iglesia», los primeros cristianos van a reconocerse herederos de aquella asamblea. En ella,
Dios convoca a su Pueblo desde los confines de la tierra.

En el lenguaje cristiano, la palabra «Iglesia» designa a la asamblea litúrgica (cf. 1 Cor


11,18), la comunidad local (cf. 1 Cor 1,2) y a toda la comunidad universal de los creyentes
(cf. 1Cor. 15,9). Estas tres significaciones, asamblea, comunidad local y comunidad universal,
son inseparables. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales, se realiza en la
asamblea litúrgica, especialmente en la celebración de la Eucaristía.

En la Sagrada Escritura encontramos gran variedad de imágenes relacionadas entre sí,


a través de las cuales se expresa el misterio profundo de la Iglesia (cf. Catecismo nn. 753-
757). Las imágenes del Antiguo Testamento expresan una misma idea, la de «Pueblo de Dios».
En el Nuevo Testamento (cf. Ef 1,22; Col 1,18) emerge con fuerza la figura de Cristo, en torno
al cual se centran estas imágenes. Así la Iglesia es:

a.- Redil, cuya puerta es Cristo. También es el rebaño cuyo pastor es el mismo Dios.
b.- Campo de Dios.
c.- Muchas veces también se le asemeja a una construcción de Dios, cuya piedra
angular es Cristo.
d.- Otras imágenes son la «Jerusalén de arriba», «la esposa de Cristo», …etc.

En el Antiguo Testamento (AT).

Aunque al hablar vinculamos directamente la Iglesia al acontecimiento de Jesucristo,


existen en el Antiguo Testamento realizaciones que ya preparaban la Iglesia del Nuevo
Testamento, y que en cierto modo la prefiguraban. Destacan dos formas:

a.- Pueblo de Dios: Hay que decir que en hebreo la palabra pueblo (´am), a diferencia
del griego (laos), designa un conjunto, una comunión, en este sentido indicaría a todos
aquellos que reconocen a Yahvé como único Dios.

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

b.- La qahal: indica, como ya apuntábamos, el grupo convocado por Dios para el culto,
obligado a ciertas leyes y normas, según la alianza establecida. La constitución de Israel como
comunidad cultual tiene su origen en el éxodo. Y esta “convocatoria “no se cierra a un grupo.
Designa a todo el pueblo de Israel. Israel es una criatura especial. Al liberarlo de la esclavitud,
Dios lo crea como pueblo. Pero es un pueblo que tiene un papel activo en la historia de la
salvación. Israel conoce y ama a Dios, y este amor se acredita en el hermano. La expresión:
«Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo» (Ex 6,7) indica esta reciprocidad.

El origen de la Iglesia se remonta a los comienzos de la historia de la humanidad. Dios


llama al hombre, no como individuo aislado, sino como ser que es creado en comunidad, y
que solo en comunidad puede encontrar su perfección. Así Dios, en el AT, escogió un pueblo.
La preparación y la historia de la congregación del Pueblo de Dios comienza con la vocación 6
de Abraham, a quien Dios prometió que sería padre y fundador de un gran pueblo (cf. Gen
12,2; 15,5-6). Y esta preparación se confirma con la elección de Israel para ser pueblo y
heredad de Dios: «Ahora pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros
seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos. Seréis para mí un reino de sacerdotes
y una nación santa. Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel» (Ex 19,5-
6).

Israel es, pues, el anticipo de lo que al final Dios hará con todos los pueblos. El pueblo
de Israel es también el lugar de la presencia de Dios en el mundo. A ese pueblo se le ha
confiado manifestar la acción de Dios, como mediador e intermediario, al servicio de todos
los pueblos. La misión conduce a Israel a atestiguar y propagar la salvación. No obstante, los
profetas acusan a Israel de no ser fiel a la Alianza, y de apartarse de Dios.

Los propios profetas anunciarán una nueva alianza, por la que Dios elegirá para sí un
pueblo nuevo: «He aquí que viene días - oráculo del Señor- en que yo pactaré con la casa de
Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacte son sus padres, cuando les tomé de
la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza. Esta será la alianza que yo
pactaré con la casa de Israel después de aquellos días -oráculo del Señor-; pondré mi ley en
su interior y la inscribiré en sus corazones, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Jer 31,
31-33).

En el Nuevo Testamento (NT).

Jesús ve en la Escritura la promesa de Dios de establecer una «nueva alianza» con los
hombres. A esta promesa se refiere Jesús cuando comienza su predicación. El anuncio del
Reino de Dios es el centro de su mensaje. Pero Jesús no lo anuncia sólo, sino que se va a
rodear de un amplio círculo de discípulos. No obstante, el fundamento de la Iglesia como el
Nuevo Israel solo se comprende si se tiene en cuenta que Jesús llamó a los Doce, para que
fueran sus íntimos, y hacerles participar de su misión de una manera especial. Entre el
numeroso grupo de discípulos, Jesús eligió a doce, a quienes llamó apóstoles (cf. Mc 3,14ss).
Los eligió para que estuvieran con él, y para enviarlos, con su autoridad, a predicar y expulsar
demonios, es decir, a colaborar en la instauración del Reino. Han sido elegidos para una
misión concreta que es continuar la misión de Jesús. El número de doce no es casual;
representan las doce tribus de Israel. La Iglesia es, pues, el nuevo pueblo de Dios convocado
para propagar la salvación.

En el NT la Iglesia se manifiesta como la comunidad fundada por Jesús para la


salvación. Su fe en que Jesús es el Mesías prometido es lo que le hace tener conciencia de ser

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

la comunidad final de la salvación. La escena final en el monte (Mt 28,16-20) es muy


instructiva, «a los once discípulos postrados en adoración» Jesús se les revela como el Señor
universal, dotado de «todo poder en el cielo y en la tierra» y, por tanto, capacitado para fundar
en medio de ellos una comunidad de discípulos universal: «id y haced discípulos míos a todos
los pueblos». Son enviados, y, por tanto, constituidos apóstoles para que todos puedan llegar
a ser discípulos de Jesús.

Cuando los apóstoles comenzaron a anunciar el Evangelio en Jerusalén, muchos


creyeron y se hicieron bautizar. Estos primeros creyentes se iban incorporando a la comunidad
eclesial naciente. Y esta pequeña comunidad cristiana, reunida en torno a los doce, se
comprenderá a sí misma como la “nueva Iglesia de Dios”. Muy pronto esta Iglesia naciente 7
va a experimentar la persecución, como Jesús mismo predijo2. Este rechazo inicial incrementó
en ellos el sentimiento de ser algo nuevo dentro de la variedad religiosa que ofrecía el mosaico
del judaísmo de la época.

A la hora de reflexionar sobre la primera actividad de los apóstoles, es necesario


observar qué características presenta en la obra de Lucas «Hechos de los Apóstoles». Es obvio
que por las razones y características del curso deberemos ser, obligatoriamente, breves y
someros.

En la Teología de Lucas y Hechos de los Apóstoles

Si nos preguntamos acerca del origen de la Iglesia, y sobre todo acerca de la Iglesia
primitiva, tendremos que acercarnos al libro de los Hechos de los Apóstoles (en adelante Hch)
(también las cartas de Pablo y las Pastorales). El libro de Hch, como se ve en el prólogo, es la
segunda parte del evangelio de Lucas. El punto de enlace es la ascensión de Jesús. El libro
no pretende ser una historia completa, sino señalar los acontecimientos más importantes
respecto a la expansión del evangelio. Por eso, más que las dificultades internas de la Iglesia,
lo que interesa es la misión, la Iglesia como instrumento de Cristo para la salvación de la
humanidad.

La estructura y contenido del libro nos lleva a comprender que primero se predicó la
buena nueva a los judíos, y solo después de que estos la rechazaran, se anunció a los paganos.
Por tanto, narra la aventura de la Palabra de Jesús que, partiendo de Jerusalén, se extiende
hasta Roma. Dentro de la obra adquiere especial importancia Pentecostés (Hch 2,1-16). Según
San Juan Pablo II: «La era de la Iglesia empezó con la “venida”, es decir, con la bajada del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén con María, la madre
del Señor. Dicha era empezó en el momento en que las promesas y las profecías que
explícitamente se referían al Paráclito, al Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con
toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles. Determinando así el nacimiento de la Iglesia»
(Dominum et vivificantem, n. 25). Con Pentecostés culmina la pascua de Jesús; muerto y
resucitado sube a los cielos y envía el Espíritu Santo. Empieza la era y misión de la Iglesia.

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«Se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron
por Judea y Samaría» (Hch 8,1).

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Y ¿cómo era la vida de la Iglesia primitiva? En la vida de la comunidad se ejercían


carismas y ministerios. Destacan estos puntos: perseveraban en la enseñanza de los apóstoles,
en la fracción del pan, en la oración y en la comunión fraterna, tenían todas las cosas en común
y las distribuían según las necesidades de cada uno. Entre los principales ministerios o
servicios que la comunidad necesitaba Hch señala dos:

a.- El servicio de la Palabra, es decir, la predicación del evangelio. Hay que destacar
en este servicio el papel de los doce apóstoles. Eran testigos, y en esto consistía su misión:
anunciar la buena nueva. Estos elegían a algunos miembros de sus comunidades, les imponían
las manos y los enviaban a otros lugares (Hch 13,2-3).
8
b.- El servicio de presidir la comunidad y de servirla en sus necesidades materiales y
espirituales. A partir de ahí se irán estableciendo una serie de ministerios en función de las
necesidades de la comunidad.

TEMA 2

JESÚS, ORIGEN Y FUNDAMENTADOR DE LA IGLESIA

Es este un punto importante antes de seguir adelante en nuestra reflexión. Como


decíamos, si Jesús fundó la Iglesia, entonces ésta responde al plan de salvación querido por
Dios. Íntimamente ligada a esta cuestión es necesario reflexionar sobre la Iglesia apostólica,
que se convierte en norma y fundamento de la Iglesia de todos los tiempos.

A.- PERSPECTIVA HISTÓRICA.

Sería conveniente, antes de entrar de lleno en la cuestión, ver cómo ha ido surgiendo,
en el transcurso de la historia, la relación de Jesús con la Iglesia. Ya en el NT la Iglesia aparece,
como vimos, con trazos germinales y pluriformes. En Pentecostés se encuentra el lugar
preeminente de dicho desarrollo, así como también el protagonismo de los apóstoles,
particularmente de Pedro y de Pablo. Además, aparecen también las exigencias para
pertenecer a esta primera comunidad: la conversión a la fe en Jesucristo, el bautismo, la
celebración de la eucaristía, el amor a Dios y los hermanos, ... (cf. Hch 2,38.42-47). Por otro
lado, en los escritos de Pablo y el resto de escritos neotestamentareos van apareciendo ya
elementos teológicos y organizativos de la Iglesia naciente.

Pero no será sino en la Patrística, particularmente con San Ambrosio y San Agustín,
cuando el tema de la formación de la Iglesia se convertirá en un planteamiento teológico. A
partir de estos santos padres, la formación de la Iglesia se presenta en la imagen misteriosa
del nacimiento de ésta del costado del Crucificado. El verdadero fundamento de la Iglesia es
la cruz y la resurrección de Jesucristo. La importancia de la cruz como fundamento de la
Iglesia se manifiesta, sobre todo, en el hecho de que, en los textos de la eucaristía, se habla de
la sangre de la nueva alianza. La muerte de Jesús es, por consiguiente, el fundamento de la
nueva Alianza y del Pueblo de Dios.

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

La sangre y el agua, que botan del costado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34),
simbolizan, según la interpretación de los Padres de la Iglesia, los dos sacramentos
fundamentales que edifican la Iglesia: el bautismo y la eucaristía. La cruz no puede separarse
de la resurrección. Gracias a los acontecimientos de la pascua se reunieron de nuevo los
discípulos dispersos y al mismo tiempo recibieron la misión de enseñar a todas las gentes, y
hacer de ellas discípulos de Jesús. Finalmente, la fundación de la Iglesia se consuma con el
envío del Espíritu Santo del día de Pentecostés; la Iglesia se presenta entonces públicamente
como el nuevo Pueblo de Dios, siendo el Espíritu Santo el principio vital de la Iglesia. Esta
idea tan fecunda será asumida por la reflexión contemporánea (cf. Catecismo n.766).

Con la Ilustración, y la controversia modernista, se plantea de forma crítica esta 9


cuestión. Para los ilustrados, la Iglesia no fue fundada por Jesucristo. Ya el Concilio Vaticano
I declaró que el mismo Cristo «decidió edificar la Iglesia», y la opinión de la época aparece
sintetizada en un escrito del momento llamado el Juramento antimodernista (1910) que dice:
«La Iglesia fue instituida inmediata y directamente por Cristo mismo, verdadero e histórico,
mientras vivía entre nosotros». Será en el Vaticano II cuando esta temática encontrará un
enfoque más completo y articulado en los números 2-5 de LG.

B.- HACIA UN PLANTEAMIENTO TEOLÓGICO DE LA RELACIÓN


FUNDANTE DE JESÚS PARA CON LA IGLESIA.

Para poder profundizar en el misterio de la Iglesia, conviene primeramente ver como


su origen se encuentra en el designio de Dios de salvar al hombre, y en su realización
progresiva en la historia, es decir, la razón de la Iglesia hay que buscarla en Jesús, en su
mensaje y en sus obras, en su vida, muerte y resurrección. La Iglesia es obra de Jesús. Él
anunció el designio salvífico de Dios para la salvación del mundo. En ese plan salvífico de
Dios la Iglesia tiene una labor insustituible→ser el instrumento del anuncio de la redención,
ser el cauce por el cual hoy se nos comunica esa salvación.

El Vaticano II ha sido el primer Concilio que ha ofrecido un amplio planteamiento


teológico de la relación originaria y fundante de Jesús para con la Iglesia. Va a ser en la
Constitución Dogmática Lumen Gentium 2-5 donde se dé una visión procesual de la fundación
de la Iglesia por Jesucristo. Lumen Gentium 2 dice que Dios Padre es quien convoca la santa
Iglesia, «prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel,
constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará
al fin de los siglos»3.

I.- La Iglesia, pues ha sido prefigurada desde el origen del mundo.

II.- La Iglesia ha sido preparada en la historia de Israel. La convocatoria del pueblo


de Dios comienza en el momento en el que el pecado rompe la comunión de los hombres con

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El compendio del Catecismo de la iglesia católica va a enseñar que la Iglesia tiene su origen en el plan salvífico
de Dios. Y especifica los puntos siguientes: a.- Fue preparada en la Antigua Alianza con la elección de Israel;
b.- fundada por las palabras y acciones de Jesucristo, fue realizada, sobre todo mediante su muerte y
Resurrección; c.- Más adelante, se manifestó como misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo
en Pentecostés. D.- Al final de los tiempos alcanzará su consumación como la asamblea de todos los elegidos
(cf. n. 149).

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Dios y de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia, por decirlo de alguna manera, es la
respuesta de Dios al caos provocado por el pecado.

• La preparación lejana de esta convocatoria comienza con la vocación de Abraham, a


quien Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo (cf. Gen 12,2).
• La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios
(cf. Ex 19, 5-6). Por su elección, Israel debe servir de signo que apunte a que Dios
quiere convocar, en el futuro, a todos los pueblos (cf. Is 2,2-5).
• No obstante, los mismos profetas acusan a Israel de haberse olvidado de la Alianza
(cf. Jer 2), de manera que anunciarán una alianza nueva y eterna (cf. Jer 31).
10
III.- La Iglesia, instituida por Cristo. Va a ser el Hijo de Dios el que comience su
Iglesia con el anuncio del evangelio. LG 54 se centra en la relación de la Iglesia con el Reino
de Dios. Y es aquí donde por única vez se usa la palabra “fundación” cuando se dice que «el
misterio de la Santa Iglesia se manifiesta en su fundación», y más adelante dice que la «Iglesia
dotada de los dones de su fundador [...] recibe la misión de anunciar en la tierra el germen y
el inicio de este reino». El número es bastante importante en sus afirmaciones:

a) Por un lado, no se identifica la Iglesia con el Reino, sino que ella es solo germen e
inicio de éste.
b) Por otra parte, se anuncia que Jesús fundó la Iglesia. Pero no hay que ver esta fundación
en un acto concreto. Hay que hablar de una fundación a lo largo de toda la actividad
de Jesús, tanto terreno como exaltado. En el movimiento de convocación del Jesús
terreno, en el puesto de Pedro, en la misión de los apóstoles, en su círculo de
discípulos, en la última cena, ..., hay elementos de esta fundación que, tomados
independientemente no son totalmente significativos, pero que todos unidos muestran
que la fundación de la Iglesia debe entenderse como un proceso histórico, que va más
allá del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo glorioso que derrama su Espíritu sobre la
comunidad (Pentecostés) y los envía.
c) En su vida histórica, Jesús realizó una serie de actos documentados por los evangelios,
por medio de los cuales fundó su Iglesia: destacan la predicación del evangelio, la
vocación de los primeros discípulos, la elección de los doce apóstoles, y el papel

4
«El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia
predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque
el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante
los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla
sembrada en el campo (cf. Mc 4,14): quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo (cf.
Lc 12,32), ésos recibieron el reino; la semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la
siega (cf. Mc 4,26-29). Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso
los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28).
Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien
vino «a servir y a dar su vida para la redención de muchos» (Mc 10,45). Mas como Jesús, después de haber
padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote
para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre
(cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos
de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en
todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente
va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su
Rey en la gloria. (LG 5).

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

especial otorgado a Pedro, la institución de la Eucaristía, su muerte y Resurrección y,


posteriormente, el envío del Espíritu Santo.

IV.- La Iglesia manifestada por el Espíritu Santo. Es en Pentecostés, con el envió del
Espíritu Santo, cuando la Iglesia se va a manifestar públicamente. Como ella es
convocatoria de salvación para todos los pueblos, la Iglesia es, por su misma naturaleza,
misionera, enviada por Cristo para llevar a todos los pueblos la buena noticia de la
salvación (cf. Mt 28, 19-20).

V.- La Iglesia, será consumada en la gloria. Pero la Iglesia es peregrina. Solo llegará
a su perfección en la gloria del cielo 11
De todo lo dicho se sigue que la Iglesia, ciertamente, no fue fundada o instituida por
unas palabras concretas, o por unos actos individuales y aislados de Jesús. La Iglesia halla su
fundamento en el conjunto de la historia de la salvación de Dios con los hombres. Puede
hablarse entonces de una fundación gradual de la Iglesia, prefigurada desde el principio,
preparada por la historia del pueblo de la antigua alianza, instituida por las obras del Jesús
histórico, realizada por la cruz y resurrección de Jesús y revelada por el envío del Espíritu
Santo (cf. LG 5). Hay elementos de esta fundación que, tomados independientemente, no son
totalmente significativos, pero que todos unidos muestran que la fundación de la Iglesia debe
entenderse como un proceso histórico, que va más allá del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo
glorioso que derrama su Espíritu sobre la comunidad (Pentecostés) y los envía.

Gracias a la permanencia entre los suyos, Él continúa la obra que fundó, la hace crecer
y desarrollarse, y la va llevando, poco a poco, a su cumplimiento. Por eso podemos hablar que
Jesús sigue, por mediación de su Espíritu, siendo el fundamento vivo de su Iglesia.

C.- LA IGLESIA PRIMITIVA, NORMA Y FUNDAMENTO DE LA IGLESIA


DE TODOS LOS TIEMPOS

La importancia de la época apostólica de la Iglesia es decisiva por razón del carácter


definitivo de la revelación plena que es Jesucristo, puesto que después de Él «no hay que
esperar ya ninguna revelación pública» (Dei Verbum 2). De ahí que esta época sea norma y
fundamento para la Iglesia de todos los tiempos. Desde un punto de vista más sociológico e
histórico, esta época apostólica, con su testimonio inspirado, el NT, puede dividirse en tres
períodos: el período apostólico, el período sub-apostólico y el período post-apostólico.

A.- El período Apostólico (hasta el año 65)

Desde muy pronto los cristianos se convirtieron en una comunidad reconocida, en la


cual, el bautismo tenía la función de designar los seguidores de Jesús. El uso frecuente que la
expresión «Koinonia» (comunidad/comunión) tiene en el NT (13 veces), manifiesta la forma
de vida de estos primeros bautizados. El modelo de la comunidad cristiana en este período lo
hemos visto al estudiar la comunidad primitiva de Hechos de los Apóstoles. Pero,
progresivamente, la comunidad primitiva se encontró con un nuevo y decisivo desafío: la
entrada de los gentiles, que va a ser asimilada a partir del llamado Concilio de Jerusalén (Hch
15). Evidentemente se trata de un período dominado por la importancia de los apóstoles.

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

B.- El período sub-apostólico (último tercio del siglo I) y post-apostólico (inicios


del siglo II)

A partir del año 66 los grandes apóstoles han muerto mártires. Este último tercio del
siglo I, más que conocerse nuevos nombres de varones apostólicos, éstos se cubren con el
manto de los apóstoles (de ahí el nombre de sub-apostólico). En este momento de la vida de
la Iglesia, su testimonio se convierte en menos misionero y más pastoral y estable para
consolidar las Iglesias constituidas anteriormente.

Otro cambio interno fue el progresivo dominio de los gentiles, que ya se inició en la
etapa anterior. De hecho, la destrucción de Jerusalén comportó que la Iglesia de Jerusalén no 12
perpetuase su función preeminente. Y así al final del siglo I la Iglesia de Roma es ya calificada
como la que «preside en la caridad». Progresivamente se van a ir aplicando a la Iglesia los
antiguos privilegios que el AT atribuía al pueblo de Israel: ser «un pueblo escogido, un
sacerdocio real, una nación santa», se convierten ahora en calificativos propios de los
cristianos (1 Pe 2,9s).

Pero lo más significativo en esta etapa es que, tras la desaparición de los grandes
apóstoles, la destrucción de Jerusalén y la creciente separación del judaísmo, se empiezan a
configurar los elementos base de una institución eclesial ya regularizada. La desaparición de
los apóstoles creó en la Iglesia una situación nueva, que le va a obligar a encontrar sucesores
del particular ministerio que éstos ejercían. Las comunidades locales experimentaron la
necesidad primera de consolidarse, así como de mantenerse en la catolicidad de la única
Iglesia. Esta misión fue asumida por aquellos que sucedían a los apóstoles. De esta forma,
hacia el año 110 San Ignacio de Antioquia da ya testimonio consolidado del triple grado del
ministerio apostólico: obispos, presbíteros y diáconos.

Con el último escrito del NT, la 2ª Carta de Pedro, concluirá propiamente la Iglesia
primitiva en su época apostólica y por tanto en su fase constitutiva y fundante (Dei Verbum
4). Época caracterizada fundamentalmente por dos aspectos:

1.- La consignación por escrito del Nuevo Testamento.

2.- La institucionalización de la “comunidad naciente” en la cual emerge la función


progresiva de los sucesores de los apóstoles.

CONCLUSIÓN

Podemos concluir esta amplia reflexión diciendo que la Iglesia tiene su origen en el
amor de Dios Padre, manifestado en Cristo y en el Espíritu Santo. La Trinidad, que se ha
revelado de una forma especial en la vida de Jesús, en su muerte y Resurrección, y en el envió
del Espíritu Santo, sigue presente y actuando en el mundo, de modo especial, a través de la
Iglesia.

Es el Espíritu Santo el gran don que hace nacer a la Iglesia, y que la acompaña en el
discurrir de la historia. Pentecostés es el momento de la «inauguración solmene». El proyecto
del Padre, prefigurado en el AT, anunciado y realizado por Cristo, es inaugurado

12
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

solemnemente por el Espíritu Santo. Pentecostés es fundamental para comprender y vivir el


misterio de la Iglesia, puesto que es el Espíritu el que hace “ser” y “vivir” a la Iglesia.

El Espíritu Santo es el «vivificador» de la Iglesia, el que la impulsa y sostiene, el que


la convierte en una comunidad capaz de comunicar la vida de Cristo a la humanidad en cada
momento de la Historia. El Espíritu Santo sigue presente5:

• En la Sagrada Escritura, inspirada por Él.


• En la Tradición viva de la Iglesia.
• En el Magisterio de la Iglesia que Él asiste.
• En la liturgia sacramental, donde entramos por su medio en comunión con Cristo. 13
• En la oración, en la que Él intercede por nosotros.
• En los carismas y ministerios, a través de los cuales se construye la Iglesia.
• En los signos de vida apostólica y misionera.
• En el testimonio de los santos, donde nos enseña como la salvación de Cristo es capaz
de transformar a la persona.

TEMA 3

LA NATURALEZA DE LA IGLESIA
A.- LA IGLESIA ES MISTERIO

En la exposición precedente hemos insistido en que la Iglesia tiene una dimensión


estrictamente visible y humana, pero también hemos afirmado que hay en ella algo que
transciende lo que podemos ver y comprobar. En definitiva, solo podemos comprenderla
adecuadamente desde la perspectiva de la fe, pues la realidad de la Iglesia se basa, en última
instancia en la voluntad salvífica de Dios Padre, y en la obra de salvación que Él realiza por
Jesucristo en el Espíritu Santo. Por una parte, es Iglesia visible, terrestre, pues para cumplir
su misión y organización necesita también unas leyes y estructuras, Por otra parte, es una
realidad espiritual, es decir, llena del Espíritu de Cristo, a la que solo se puede comprender
plenamente desde el plano de la fe. En ella está presente el misterio de salvación de Dios.

El Vaticano II, cuando afirmó en el capítulo I de la LG que la Iglesia es un misterio,


ya respondió a la pregunta de si existe una definición sobre ella. En efecto, más que definir la
Iglesia lo que puede hacerse es describirla, tal y como recordó el Sínodo de 1985: «el concilio
describió de diversos modos la Iglesia: como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, esposa de
Cristo, templo del Espíritu Santo, familia de Dios. Estas descripciones de la Iglesia se
complementan mutuamente y deben entenderse a la luz del misterio de Cristo o de la Iglesia
en Cristo».

La consecuencia de esta realidad de “misterio” de la Iglesia es que su esencia no se


puede reducir a un único concepto. La comprensión de la Iglesia nos desborda, de ahí la
necesidad de expresar lo que ella es con imágenes, preferentemente sacadas de la Biblia. Solo
es posible describir a la Iglesia con la ayuda de múltiples imágenes y conceptos que se

5
Cf. Catecismo, n. 688.

13
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

completan entre sí; cada uno de ellos expresa un aspecto de su esencia: así se dice que la
Iglesia es Pueblo de Dios, grey, edificio, casa de Dios, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu
Santo, etc. Es conveniente tener desde ahora en cuenta que ninguna de esas imágenes agota lo
que la Iglesia es, más bien nos describen la Iglesia desde diversos aspectos, y todos estos
aspectos confluyen en lo que la Iglesia es.

Vayamos desmenuzando cada una de las imágenes que el Concilio, y en especial la


LG, aplican a la Iglesia, para comprender mejor su realidad interna y profunda.

B.- LA IGLESIA ES SACRAMENTO


14
«La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Según el Concilio, la Iglesia se describe como «Sacramento». Ser «sacramento» de la


unión de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres
radica en la unión con Dios, la Iglesia es también sacramento de la unidad de todo el género
humano. Con el término sacramento se traduce el término latino sacramentum o mysterium.
Con el concepto «sacramento» se quiere expresar que existe una realidad visible que remite a
otra realidad oculta, que en este caso es el misterio de la salvación. Es decir, el término
mysterium no designa algo incognoscible, sino que es equivalente a una realidad divina
portadora de salvación, y que se revela de manera visible. Conviene tener en cuenta que el
texto dice que «la Iglesia es en Cristo», lo cual nos indica que el ser y la misión de la Iglesia
están entroncados en el ser y la misión de Cristo.

Jesucristo es el autor de la salvación, mientras que la Iglesia es el sacramento visible


de esta salvación. El texto remite a Jesucristo, y afirma su supremacía sobre la Iglesia, ya que
ésta no tiene más luz que la que irradia Cristo sobre el mundo:
«” Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunidos en el Espíritu Santo,
desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre
el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas”. Con estas palabras comienza
la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo
de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La
Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la
Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol» (Catecismo, n. 748).

Por esto el Vaticano II ve a la Iglesia como «una notable analogía» con el misterio de
la Encarnación. Así como el Verbo encarnado actúa a través de la naturaleza humana, de
manera semejante el Espíritu de Cristo obra a través de la estructura visible de la Iglesia (LG
8). El concilio, al usar este concepto de sacramento, quiere expresar la doble dimensión de la
Iglesia, humana y divina, visible e invisible, que hace que sea «una realidad compleja» (LG
8). Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos
invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin
embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano este ordenado y subordinado a lo divino,
lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que
buscamos» (SC 2).

14
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Por otra parte, la Iglesia, en cuanto sacramento, no solo remite a Cristo, sino que
también nos hace presente su salvación. Los siete sacramentos son los signos y los
instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo nos da hoy la gracia de Cristo que es la
Cabeza. La Iglesia, que es su cuerpo, contiene y nos da la gracia invisible que ella significa.
En este sentido analógico ella es llamada sacramento.

C.- LA IGLESIA ES COMUNIÓN

Con la renovación del Vaticano II se va a recuperar otro concepto importante como es


el de «comunión» aplicado a la Iglesia, aunque como tal, nunca se defina así a la Iglesia. Este
concepto tiene un significado básico de comunión con Dios, del cual se participa a través de 15
la Palabra y los Sacramentos. Dicha comunión lleva a la comunión de los cristianos entre sí, y
se realiza concretamente en la comunión de las Iglesias locales. Cuando hablamos de la Iglesia
como «comunión» no estamos hablando de algo sin importancia a la hora de contemplar la
esencia de la Iglesia, sino una dimensión constitutiva; de hecho, las imágenes bíblicas
utilizadas para significar la Iglesia tienen sabor de comunión: redil, grey, vid, Cuerpo de Cristo
y Pueblo de Dios.

El origen y fundamento de la eclesiología de comunión se remonta a la comunidad original


que es la Santísima Trinidad. Dios es comunión, vida compartida y unidad. La Iglesia hunde sus
raíces en la comunión trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De este modo, la comunión de las
tres divinas personas es para la Iglesia su modelo, su fuente y su fin.

a) Es comunión con el Padre, que nos creó y nos ha llamado a participar de su vida.
b) Comunión con el Hijo. La comunión con el Padre se realiza de manera histórica e
inigualable en Jesucristo. Él es el único mediador, por medio del cual Dios ha asumido la
naturaleza humana, para que nosotros participáramos de la divina. Todos los hombres estamos
llamados a esta unión con Cristo.
c) Comunión en el Espíritu Santo. Lo que sucedió de una vez por todas en Jesucristo
es continuado por el Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles. Esta
comunión en el Espíritu Santo constituye la base de la comunión de toda la Iglesia.

La comunión exige que en todos los miembros de la Iglesia esté presente un valor único,
que todos ellos tengan parte en ese valor, aunque de manera diversa cada uno. Su diferencia
florece, podemos decir, en la unidad radical. La comunión implica que todos, siendo diversos, y
dotados por Dios con diversos dones, los ponemos en común en favor de la edificación de su
Iglesia. Ya el Sínodo del 1985, citado anteriormente, al afirmar la centralidad de tal concepto,
subrayó: «la eclesiología de comunión no se puede reducir a simples cuestiones organizativas o
a cuestiones que se refieren a meras potestades. La eclesiología de comunión es el fundamento
para el orden en la Iglesia y, en primer lugar, para la recta relación entre unidad y pluriformidad
en la Iglesia».

Iglesia Local e Iglesia Universal

La Iglesia no existe en abstracto, sino que vive en el espacio y en el tiempo. En cada


una de las épocas, la Iglesia realizó de manera diversa la misión que Jesús le había
encomendado, pero siempre teniendo en cuenta que una sola Iglesia es siempre y al mismo
tiempo Iglesia Universal e Iglesia particular.

15
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Por eso, cuando el NT habla de la Iglesia, se refiere unas veces a la Iglesia universal,
y otras a la Iglesia particular de Jerusalén, de Corinto, de Roma, etc. San Pablo habla, por
ejemplo, de la “Iglesia de Dios en Corinto” (1 Cor 11,2). Con estas palabras quiere expresar
que la Iglesia particular de Corinto no es sólo un sector o, por decirlo de alguna manera, un
distrito administrativo de la Iglesia universal; al contrario, es la Iglesia de Dios tal y como se
realiza en Corinto. La Iglesia particular realiza, pues, la esencia de la Iglesia universal. Pero
precisamente, porque la Iglesia particular es representación y realización de una sola Iglesia
de Dios, no puede existir aislada, sino en comunión con el resto de las Iglesias locales.

En los primeros tiempos, esta comunión tuvo su centro en la comunidad primitiva de


Jerusalén. Más tarde, la primacía pasó a la Iglesia de Roma. Lo cual significa que la unidad
de la Iglesia en los primeros siglos se representaba, sobre todo, en la comunión de las diversas 16
Iglesias particulares. Esta comunión se basaba en la vivencia de una misma fe, en un mismo
bautismo, en la admisión a la Eucaristía, en la oración, y en las relaciones que los obispos
mantenían entre sí. Si bien en la edad media esta visión se fue perdiendo, con el Concilio
Vaticano II se vuelve a recoger de nuevo esta idea de la Iglesia antigua de la comunión de las
Iglesias locales. Solo en las Iglesias particulares, y a partir de ellas, existe una sola y única
Iglesia católica (LG 2). Así pues, en cada Iglesia local o diócesis se encuentra y actúa
verdaderamente toda la Iglesia de Cristo.

El Vaticano II entiende normalmente por Iglesia particular o local la Iglesia que está
bajo la dirección de un obispo, es decir, la diócesis. Sin embargo, para cada uno de los
cristianos es de ordinario la parroquia el lugar que le hace experimentar en el Espíritu, la
acción de Cristo. Y de la misma manera que la diócesis solo puede existir en la comunión de
toda la Iglesia, así también la parroquia no puede prescindir de la comunión con su obispo y
con las demás parroquias de la diócesis.

D.- LA IGLESIA ES EL PUEBLO DE DIOS

«Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no


individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la
verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo al pueblo de Israel, con quien
estableció un pacto, y a quien instituyó gradualmente manifestándosele a sí mismo y sus
divinos designios a través de su historia, y santificándolo para sí. Pero todo esto lo
realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuarse en
Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho
carne» (LG 9).

Encontramos esta expresión casi al principio de la Constitución sobre la Iglesia Lumen


Gentium. El hecho que aparezca tan al principio (capitulo II), nos hace comprender ya un dato, y
es que el Concilio Vaticano II se trata de superar una visión puramente jerárquica de la Iglesia,
para centrarse en su sujeto primario: todos los bautizados que forman el pueblo de Dios.

El término «Pueblo» tiene muchos significados y múltiples interpretaciones. En primer


lugar, indica solidaridad con la humanidad y con su tarea de construir este mundo, y en él un
ámbito de salvación. El Pueblo de Dios, compuesto por todos los que creen en Jesús y le siguen,
trabaja en la construcción de la historia humana, haciendo de ésta una Historia de Salvación. En
segundo lugar, señala la igualdad radical en dignidad de todos sus miembros. La raíz de la que
surge el pueblo de Dios es la fe en Jesús que constituye a todos en hijos de un mismo Padre por
el bautismo. Y, en tercer lugar, la Iglesia, entendida como Pueblo de Dios, ha redescubierto una

16
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

dimensión abandonada durante demasiado tiempo en ella: la responsabilidad del laicado en la


constitución y en la tarea encomendada por Jesús a sus seguidores: la misión de anunciar e
instaurar el reino de Dios en nuestro mundo.

“Pueblo de Dios” es un concepto central en las afirmaciones que el Concilio Vaticano II


realiza sobre la Iglesia. Ha ayudado a superar una cierta manera individualista de vivir la fe y a
fortalecer la conciencia de que en la Iglesia todos somos corresponsables. En efecto, cuando la
Sagrada Escritura describe la Iglesia como Pueblo de Dios, nos está diciendo que la salvación no
se otorga a cada uno por separado sino a una comunidad. Esta comunidad no nace de la
agrupación de unos individuos que sienten religiosamente lo mismo. Igual que un pueblo o una
familia, así también la Iglesia existe antes que el individuo; el individuo es aceptado por ella,
crece en ella, es cuidado por ella, y él, a su vez, asume la responsabilidad de apoyarla. Pueblo de 17
Dios no significa pues, el pueblo o la base, en contraposición a los clérigos, sino que abraza a
todos los cristianos en su totalidad.

Ahora bien, la Iglesia no es un pueblo en el sentido corriente de la palabra, una comunidad


unida por un origen o por una historia y cultura comunes. La Iglesia es el Pueblo de Dios, es decir,
el pueblo que Dios elige y llama de entre los pueblos y con el que establece una alianza. Por ello
no pertenecemos a la Iglesia en virtud del nacimiento, sino que nos incorporamos a ella por la fe
y por el bautismo. Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo, pero ha adquirido para sí un
pueblo de aquellos que antes no eran su pueblo.

Hay un texto del AT que ya ha salido a reflexión del profeta Ezequiel, en él Dios recuerda
la alianza con su pueblo en estos términos: «Yo soy vuestro Dios y vosotros sois mi pueblo» (Ez
37,27). De esta manera la Iglesia queda vinculada con Israel, el Pueblo de la antigua alianza. No
se puede comprender a la Iglesia sin este vínculo con el AT, en el que aquella se va preparando y
prefigurando. A pesar de todo, es preciso también tener en cuenta la ruptura que existe entre Israel
y la Iglesia, el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza. Al nuevo Pueblo de Dios, pertenecen también
los gentiles (no solo los judíos) que originariamente no fueron Pueblo de Dios. De esta manera,
solo en la Iglesia de los judíos y los gentiles, es decir, de toda la humanidad, se ha hecho realidad
la promesa dirigida a Abrahán, según la cual todos los pueblos serán bendecidos en él.

No obstante, es siempre un pueblo nómada, un pueblo peregrino. Vive en la historia y


también tiene su propia historia. Así pues, la Iglesia, como Pueblo de Dios no es una realidad fija
y estática, sino una realidad dinámica y en camino. Nunca puede darse por definitivamente
edificada, sino que siempre debe abrirse de nuevo a su Señor. Su destino es pues el Reino de Dios
que él mismo ha comenzado en este mundo. Su ley, es la del amor, amar como Cristo mismo nos
amó (cf. Jn 13,34).

Hemos afirmado ya que se entra en este Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. De este
modo participamos de las tres funciones de Cristo, Sacerdote, profeta y Rey:

a.- Cristo sacerdote→ Los bautizados quedan consagrados para ofrecer a Dios, a través
de su propia vida, todas aquellas obras que glorifiquen a Dios por el bien que hacemos al hermano:
«Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan
consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras
propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las
tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2, 4-10)» (LG 10).

b.- Cristo profeta→ Participamos también del carácter profético de Cristo mediante el
testimonio de vida que damos de Él por la fe y el amor. Además, hay otro aspecto de la

17
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

participación en la misión profética de Cristo, y es que cuando la totalidad de los fieles creen,
entendemos que su fe esta sostenida por el Espíritu santo, y, en consecuencia, no puede
equivocarse: «La totalidad de los fieles […] no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta
propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde
los obispos hasta el último de los laicos cristianos” (S. Agustín) muestran estar totalmente de
acuerdo en cuestiones de fe y moral» (LG 12). Es un don del Espíritu santo, y, por tanto, no
hablamos solo de una simple opinión humana, sino de la Palara de Dios.

c.- Cristo rey→ Para el cristiano «servir es reinar» (LG 36), particularmente en los pobres,
pequeños y en todos los que sufren. El pueblo de Dios realiza su dignidad real viviendo conforme
a la vocación de servir con y como Cristo.
18
Así, la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo se lleva a cabo por la predicación
de la palabra de Dios, por la celebración de los sacramentos (especialmente el bautismo y la
eucaristía) y por el ministerio pastoral. En la Eucaristía todos participamos de un solo pan, de un
solo Cuerpo eucarístico de Cristo, y somos así un solo cuerpo. De esta manera, la unidad de los
fieles, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico. La Eucaristía es la
“fuente y la cima” de toda la vida cristiana y eclesial. Sin embargo, no podemos participar del
pan eucarístico sin compartir el pan de cada día. La celebración de los sacramentos, pues, debe
hacerse efectiva con las obras y en la comunión de la caridad. Encontramos a Cristo también en
los pobres, en los débiles, en los despreciados, etc.

E.- LA IGLESIA ES EL CUERPO DE CRISTO

Esta expresión fue la más difundida en la eclesiología católica a partir de la encíclica


Mystici Corporis (1943) que acentúa la estructura humano-divina de la Iglesia, contra el peligro
de un misticismo eclesiológico, y subraya el carácter visible como instrumento de lo invisible.

La comparación de la sociedad con el organismo humano era muy conocida en la


antigüedad. Pablo se sirve de esta comparación y la aplica a la Iglesia: la Iglesia es un cuerpo con
muchos miembros distintos. Todos ellos se necesitan mutuamente; todos tienen que mantenerse
unidos y obrar en estrecha armonía. Es una imagen que aporta nueva luz sobre la relación íntima
que se da entre la Iglesia y Cristo. Ella no está solo reunida en torno a Él, sino, sino que está
unificada en él y con él.

En la carta a los Efesios, y también en la carta a los Colosenses se afirma que Jesucristo
es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia (Ef 1,22-23: Col 1,18). Con estas palabras no solo se
compara a la Iglesia con un cuerpo, se dice más aún, la Iglesia es Jesucristo en su Cuerpo. Cristo
sigue viviendo y actuando en la Iglesia. Él está por encima de ella y la Iglesia está subordinada a
Él en la obediencia. La LG 7 trata directamente de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo». Esta
imagen ayuda a presentar la Iglesia no solo como sociedad, sino como un organismo vivo y
organizado jerárquicamente

Tres aspectos de la Iglesia como Cuerpo de Cristo son los que resalta expresamente el
Catecismo (cf. nn790-796):

1.- «Un solo cuerpo»→ Los creyentes que por el bautismo entran a formar parte del
Cuerpo de Cristo, de su Iglesia, quedan estrechamente unidos a Cristo y entre sí. No obstante,
esta unidad no elimina la diversidad de los miembros «” En la construcción del Cuerpo de Cristo
existe una diversidad de miembros y funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y

18
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

las necesidades de los ministerios distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia”. La
unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: “Si un miembro sufre,
todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con
él” (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas:
“en efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; ya no hay judío ni griego;
ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal.
3,27-28)» (Catecismo, n.791).

2.- «Cristo es la Cabeza del Cuerpo»→ Cristo, nos dice Col 1, 18, es la Cabeza del Cuerpo
que es la Iglesia. Es el principio de la creación y de la redención.
19
3.- «La Iglesia es la Esposa de Cristo»→ Hasta ahora venimos hablando de unidad, pero
la unidad de Cristo y de la Iglesia, de la Cabeza y el Cuerpo implica también la distinción entre
ambos en una relación personal. Esta relación personal, que se establece entre Cristo y la Iglesia,
es expresada frecuentemente mediante la imagen del Esposo y la Esposa. El apóstol Pablo
presenta a la Iglesia, y a cada fiel, como una esposa desposada con el Señor (cf. 1 Cor 6,15-17;
cf. 2 Cor 2, 11,2). Ella es la esposa del Cordero (cf. Ap 22, 17; cf. Ef 5,27) a la que Cristo «amó
y se entregó por ella a fin de santificarla» (Ef 5, 26).

A lo largo de la historia de la Iglesia la teología ha ido distinguiendo en este campo entre


el “cuerpo místico de Cristo” que es la Iglesia y el “cuerpo real de Cristo” que es la eucaristía.
Con la imagen de cuerpo referida a la Iglesia se pone perfectamente de relieve la comunión
interna, y, por otra parte, también índica la misión o vocación específica que a cada uno le
corresponde y apunta, así como la corresponsabilidad. Esta conformidad y relación entre Cristo
y la Iglesia se expresa en el NT sobre todo con la imagen de la Iglesia como esposa de Jesucristo
(cf. Ef 5,25).

F.- LA IGLESIA ES EL TEMPLO DE DIOS EN EL ESPÍRITU SANTO

Para el mundo antiguo, el templo significaba el lugar de la presencia activa de Dios en el


mundo. Israel se caracterizó durante largo tiempo por no tener templo alguno; Dios estaba
presente en medio de su pueblo en su camino por el desierto. Así también el NT puede describir
a la Iglesia como templo, como lugar de la presencia de Dios en Jesucristo: «Por que donde dos
o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). La Iglesia no es,
por tanto, un edificio de piedras muertas, sino un edificio espiritual de piedras vivías, cuya piedra
angular es Cristo. Por eso el apóstol Pablo puede decir “¿No sabéis que sois templo de Dios y
que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16).

Si la estructura externa de la Iglesia es templo y morada del Espíritu Santo, se puede


afirmar también que el Espíritu Santo es como el alma del cuerpo, es decir, el principio vital de
la Iglesia: «Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo
es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia», dirá
San Agustín (cf. Catecismo, n. 797).

Que este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que
todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas (cf. Catecismo, n. 797). Es el mismo
Espíritu, que derrama sus carismas para la edificación de la Iglesia, el principio de unidad de la
misma. En la Iglesia cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro
(1Cor 7,7). Lo importante es que tanto los carismas (=dones que el Espíritu Santo da a cada uno

19
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

para ponerlos al servicio de todos) ordinarios como los extraordinarios contribuyan a la


edificación de la Iglesia. Extraordinarios o sencillos, los carismas son gracias del Espíritu Santo
que tiene una finalidad y utilidad eclesial, es decir, están ordenados a la edificación de la Iglesia,
al bien de todos los hombres y a las necesidades del mundo. Con todo, a los corintios el apóstol
les señala un camino excepcional que está por encima de todos los carismas, la caridad. Esta es
el fruto supremo del Espíritu Santo.

TEMA 4
LAS PROPIEDADES DE LA IGLESIA
20

A la pregunta por cuales son las propiedades de la Iglesia, la profesión de fe responde


diciendo: «Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica» (cf. DS 2888). En estos
cuatro términos se nombran cuatro propiedades esenciales, que caracterizan a la Iglesia y que
la hacen reconocible como la Iglesia de Cristo. Estos cuatro atributos, unidos entre sí, nos
indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia los posee, no por ella misma,
sino por Cristo, quien por el Espíritu Santo da a la Iglesia el ser una, santa, católica y
apostólica.

A.- LA UNIDAD DE LA IGLESIA

La unidad de la Iglesia se basa en el misterio de la Iglesia. De la confesión de un solo


Dios, de un solo Mediador Jesucristo, y de un solo Espíritu, se sigue necesariamente, una sola
Iglesia. Esto responde a la voluntad del mismo Jesús que en el evangelio de San Juan dice:
«Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). En la carta a los Efesios
encontramos este mismo fundamento de la unidad, a la vez que una invitación a considerar
esta unidad no solo como un don, sino también como una tarea: «Sed siempre humildes y
amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la
unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola
es la esperanza de la vocación a la que habéis sido llamados. Un Señor, una fe, un bautismo.
Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo” (Ef 4,2-6).

En estos dos textos se expresa lo siguiente: la unidad de la Iglesia no es un simple


postulado, ni una exigencia de organización. Es una realidad querida por Cristo. Pero, como
hemos anticipado, esta realidad de la unidad es también una tarea. Todas las escisiones y
divisiones en la Iglesia se oponen, en última instancia, a la voluntad de Dios.

¿En qué consiste la unidad de la Iglesia? En los Hechos de los apóstoles, cuando se
describe la comunidad primitiva de Jerusalén, se insiste en que todos los creyentes eran
asiduos a las enseñanzas de los apóstoles, en la comunión en las necesidades, en la fracción
del pan y en las oraciones (Hch 2,42). Era, pues, una unidad en la fe, en la caridad, y en la
liturgia. En conformidad con esto, el Vaticano II habla de un triple vínculo de la unidad; una
misma profesión de fe, unos mismos sacramentos y un mismo gobierno de la Iglesia y
comunión eclesial (LG 14). El Catecismo recoge de triple realidad y afirma que los vínculos
de la unidad son:

• La profesión de una misma fe recibida de los apóstoles.

20
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

• La celebración común del culto divino, especialmente de los sacramentos.


• La sucesión apostólica por el sacramento del orden que es el vínculo de
comunión entre la familia de Dios

Esta triple unidad no significa, en absoluto, uniformidad. Dentro de la unidad de


conjunto, es posible, e incluso deseable, una diversidad de estilos, de piedad, de compromiso
o servicio social. Desde el principio la Iglesia se presenta con una gran diversidad, que procede
de la variedad de dones que Dios regala y la multiplicidad de personas que forman la Iglesia
y reciben esos dones. La riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad fundamental de la
Iglesia.
21
Hasta el Vaticano II la unidad de la cristiandad dividida solo se podía concebir como
un retorno a la Iglesia católico-romana. Pero la eclesiología del Vaticano II va a sustituir este
planteamiento exclusivo por uno inclusivo. En este sentido destaca el siguiente texto:

«Esta Iglesia constituida en el mundo como una sociedad, permanece (subsistit) gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque puedan encontrarse fuera de ella
muchos elementos de santificación y verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen
hacia la unidad católica» (LG 8).

En el texto se da una importante variación. En el esquema inicial el texto decía «Haec


igitur ecclesia [...]est ecclesia catholica» (Así pues la Iglesia […]es la Iglesia católica),
mientras que en el definitivo quedó «Haec ecclesia subsistit [...] in ecclesia catholica» (Esta
Iglesia subsiste […]en la Iglesia católica). El término "subsistit" (permanece) representa una
gran novedad, ya que indica que no todo en la Iglesia es fiel reflejo de la voluntad de Cristo.
Además, este término afirma inclusivamente la presencia de elementos de la Iglesia de Cristo
en las demás confesiones e Iglesias cristianas. Por tanto, hay que afirmar que también las
demás confesiones cristianas son comunidades de tradición. No quiere decir el texto, por otra
parte, que los medios de salvación estén en la Iglesia católica de forma limitada; están
presentes en la Iglesia de Cristo de forma plena (UR 3), pero reconoce elementos de verdadera
eclesialidad en otras Iglesias y confesiones cristianas.

Esto nos sitúa ante las heridas a la unidad. De hecho, esta una y única Iglesia de Dios
se vio muy pronto enfrentada a escisiones, y en siglos posteriores, con la aparición de la
reforma protestante, a separaciones más importantes, que quebraron la comunión de la Iglesia.
Tales rupturas, no cabe duda, lesionan la unidad de la Iglesia (cf. Catecismo, n 817). El
Catecismo Universal de la Iglesia Católica afirma que los que hoy nacen en estas
comunidades, y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de
separación, y la Iglesia católica los abraza con amor fraterno. Valora su bautismo, por el que
han sido justificados en la fe e incorporados a Cristo. Por tanto, son cristianos y reconocidos
por la Iglesia católica como hermanos (cf. Catecismo, n 818; UR 3).

A esta búsqueda de la unidad querida por Cristo ha ayudado el movimiento ecuménico


de nuestro siglo. La convicción de la Iglesia católica de que es la Iglesia de Cristo, y de que
posee todos los medios para la salvación no excluye que «fuera de su estructura se encuentren
muchos elementos de santidad y verdad» (LG 8). Elementos esenciales de esa estructura son:
la Sagrada Escritura como fundamento de vida y conducta, las profesiones de fe de la Iglesia
antigua, el bautismo, la vida de gracia, la fe, la esperanza, la caridad. En las Iglesias ortodoxas
de oriente se añaden la Eucaristía como sacramento de unidad, y el episcopado como servicio
de la unidad.

21
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

B.- LA SANTIDAD DE LA IGLESIA

La santidad de la Iglesia parece estar en contradicción con la experiencia cotidiana.


Nadie puede discutir que existe el pecado en la Iglesia. Sin embargo, la fe descubre en ella
una dimensión más profunda. La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él; por Él y con
Él, ella también ha sido constituida en santificadora. Es decir, todas las acciones de la Iglesia
van encaminadas a conseguir la santificación de los hombres y la gloria de Dios (SC 10).

Desde la perspectiva de la fe, la santidad de la Iglesia forma parte de su esencia porque


Dios es la causa primera de ella. La Iglesia es santa porque Jesucristo está unido a ella 22
indisolublemente, y porque le ha prometido para siempre la presencia poderosa del Espíritu
Santo (Jn 14,26). Es santa porque es depositaria de los bienes de la salvación que le han sido
encomendados para que los transmita; la verdad de la fe, los sacramentos, los ministerios.

De esta santidad “objetiva” debe brotar la santidad “subjetiva”. A esta santidad están
llamados todos los cristianos, independientemente de que sean laicos o clérigos. Esta santidad
no es una conquista o realización personal, sino fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No
consiste primordialmente en acciones extraordinarias, sino en ser fieles, caritativos y pacientes
en la vida ordinaria, «dando gloria a Dios y sirviendo al prójimo». Hay, pues, diversos
caminos para alcanzar la santidad, pero solo una cosa es absolutamente necesaria para todos:
cumplir el mandamiento principal de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos (Mt 12,30-31). La caridad, por consiguiente, es el alma de la santidad a la
que todos están llamados:

«Comprendí que, si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el


más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenían un corazón
[…]. Comprendí que el amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que, si el Amor
llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires rehusarían verter
su sangre» (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. Autob. B 3v).

La Iglesia santa comprende también a los pecadores y, por eso, puede ser llamada
también Iglesia de los pecadores. Todos los días tiene que rogar «perdona nuestras ofensas».
Por eso, la Iglesia, aun siendo santa, está siempre necesitada de purificación (LG 8), que no
se debe confundir, como algunas veces se ha pretendido, con transformación, adaptación e
incluso abolición6.

C.- LA CATOLICIDAD DE LA IGLESIA

El término católico significa universal y tiene un doble sentido:

a.- por una parte, indica que predica íntegramente la fe y la salvación a todo el hombre
y a la humanidad; es católica porque Cristo está presente en ella, lo que implica que recibe de
él la plenitud de los medios de salvación. Por consiguiente la Iglesia de Cristo está presente
6
«”Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los
pecados del pueblo, la iglesia abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación” (LG 8; cf. UR 3; 6). Todos los miembros de la
Iglesia, incluso los ministros, deben reconocerse pecadores (cf. 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña de pecado
todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13, 24-30).
La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aun en vías de
santificación» (Catecismo, n. 827).

22
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

en cualquier comunidad local de fieles que estén unidas a sus pastores, «en estas comunidades,
aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien
con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica» (LG 26)7.

b.- por otra, la Iglesia ha sido enviada a todos los pueblos y culturas, a todas las razas
y clases, por una parte, tiene que comunicarles a todos su riqueza y, por otra, enriquecerse a
sí misma con las riquezas de todos (cf. Mt 28, 19). La misión, por tanto, es una exigencia de
la catolicidad de la Iglesia. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los
hombres en la vida divina. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4), consiguientemente, la Iglesia, que se sabe
depositaria de esta Verdad, debe ir al encuentro de todos los que la buscan para ofrecérsela,
sabiendo que es el Espíritu Santo el que la conduce por los caminos de la misión. 23

Decíamos que la Iglesia era fundamentalmente congregación, y esta congregación


tiene como finalidad su misión en el mundo. Estos dos aspectos, congregación y misión, van
íntimamente unidas. La realización concreta de la misión de la Iglesia ha adoptado en el curso
de su historia formas diversas. La Iglesia primitiva sabía que era un pueblo nuevo vinculado
al pueblo de Dios. No más que una pequeña grey frente al gran imperio romano. Su intención
era dar al Cesar lo que es del Cesar (respetar el orden temporal), pero también sabía que era
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. En las persecuciones de los cristianos de los
primeros siglos se manifestó esta actitud.

La creciente importancia del cristianismo llevó al emperador Constantino a


reconocerlo en el Edicto de Milán del 313 como religión autorizada, siendo su sucesor
Teodosio quien en el 380 la convirtió en la religión oficial del estado (el llamado giro
constantiniano). Todo esto condujo en la Edad Media a una visión en la que la Iglesia y el
Imperio formaban una sola cristiandad en la que lo espiritual y lo mundano estaban
indisolublemente unidos. Lutero distinguirá entre la Iglesia visible y la invisible, diciendo que
la Iglesia verdadera es una realidad invisible. Según la concepción católica, también el aspecto
visible, así como la estructura sacramental y jerárquica forman parte de la verdadera Iglesia.

El verdadero fundamento de la actividad misionera es el encargo que la Iglesia ha


recibido del mismo Señor: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19). La
actividad misionera no es algo complementario en la Iglesia, o algo que atañe exclusivamente
a unos pocos, los misioneros o misioneras, sino que todos los cristianos estamos llamados a
“dar testimonio” de nuestra fe. La Iglesia es, pues, por su misma esencia, misionera. En los
últimos decenios la Iglesia tiene una conciencia más viva de la necesidad de una nueva
evangelización. Nueva en su ardor, en su método y expresión.

Y, ¿quién pertenece a la Iglesia católica? Todos los hombres están invitados a formar
parte del pueblo de Dios. A ella pretenden o están ordenados de alguna manera todos los
católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres (cf. LG 13). El Catecismo afirma
que están plenamente incorporados a ella los que aceptan todos los medios de salvación que
ella posee, y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo; aquellos que aceptan y
participan en la profesión de una fe común, de los sacramentos y la comunión con el Papa y

7
Se entiende por Iglesia particular (diócesis) una comunidad de fieles cristianos que están en comunión mediante
la fe y los sacramentos con su obispo, en cuanto sucesor de los apóstoles. Las iglesias particulares, por tanto, son
plenamente católica gracias a la comunión con la Iglesia de Roma, que es la “que preside en la caridad” (Cf.
Ibid., nn. 833-834)

23
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

los obispos. Y se aparta de ella aquellos que, aunque incorporados a la Iglesia por la fe, los
sacramentos y la aceptación del gobierno de la Iglesia, sin embargo, no viven en el amor. (cf.
Catecismo, n 837).

Igualmente, los que aún no han recibido el evangelio están igualmente ordenados a la
Iglesia de distintas maneras que solo Dios conoce (cf. LG 16). Con el Vaticano II la Iglesia
va a reconocer que en las otras religiones existe una búsqueda sincera, aunque aún “en
sombras” de Dios, de tal manera que la Iglesia aprecia todo lo que hay de bueno y verdadero
en las otras religiones, como una verdadera preparación al Evangelio (cf. NA 2; LG 16).

En este contexto sería bueno una breve reflexión acerca de la afirmación «fuera de la
Iglesia no hay salvación» ¿cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres 24
de la Iglesia? Ya hemos hablado que no hay que hacerlo de forma excluyente. Formulada de
forma positiva quiere decir que toda la salvación viene de Cristo a través de la Iglesia que es
su cuerpo8. No obstante, aquellos que sin culpa con conocer a Cristo y a su Iglesia pueden
también participar de la salvación, aunque por caminos solo conocidos por Dios9. Tras el
Concilio Vaticano II se viene a definir rectamente la relación de la Iglesia con el mundo actual
diciendo que esta misión es la venida del Reino de Dios, esto es, que el fin de la Iglesia es
la salvación última. Así pues, a pesar de los muchos cambios que ha sufrido en la historia la
práctica concreta de la misión de la Iglesia, ésta sigue siendo en todos los tiempos
“sacramento universal de salvación”, es decir, todos los hombres son llamados a ella y ella
es necesaria para salvarse.

No cabe duda de que la fe tiene un carácter personal y comunitario. Se trata, por tanto,
de articular ambas dimensiones de la fe. Insistir solamente en la dimensión eclesial de la fe
corre el peligro de ignorar un rasgo esencial de la misma; su dimensión personal. Es cierto
que la fe supone la Iglesia, ya que se confiesa dentro de la comunidad, pero en definitiva es
una opción personal, una respuesta libre a la revelación.

Tampoco se puede caer en el riesgo contrario, el de obviar la dimensión eclesial. Ya


que la Iglesia es, en primer lugar, portadora de la tradición que nos conecta con los orígenes
cristianos. Los orígenes apostólicos son normativos para la fe. La Iglesia es, en segundo lugar,
el ámbito de la predicación. La fe es repuesta a esa palabra predicada por la Iglesia y en la
Iglesia. Y, en tercer lugar, la Iglesia es el ámbito de la confesión y de la práctica de la fe.

Hay que plantearse el tema de la salvación en términos no exclusivos sino inclusivos.


Sin negar que la Iglesia sea signo y sacramento de salvación, hay que preguntarse por lo que
hay de salvación y liberación en todas las religiones y en toda la historia humana. Sin duda,
que cuanto hay en ellas de verdad y de bien, de compromiso por la realización del hombre, de
humanización de liberación, ... es valorado por la Iglesia. Aquí vemos también que la
salvación no es solo algo para el más allá, sino un desafío histórico para el más acá. Por tanto,

8
«El santo sínodo […]basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición enseña que esta iglesia peregrina es
necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único mediador y camino de salvación que se nos hace presente
en su Cuerpo, en la iglesia. Él, al incluir con palabras bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo,
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una
puerta. Por eso no podrían salvarse lo que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica
como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella» (LG 14).
9
«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón
e intentan con su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice
su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna» (LG 16).

24
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

el principio podría formularse más bien «solamente Cristo, actuando en la Iglesia, produce
la salvación. Pero su obrar, que produce la salvación, no se limita a la Iglesia». La frase
“fuera de la Iglesia no hay salvación”, significa sencillamente que la Iglesia es el sacramento
universal de salvación.

D.- LA APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA

El catecismo señala que la Iglesia es apostólica por estar fundada sobre el cimiento de
los apóstoles en triple sentido:

a) Ellos son los testigos escogidos por el mismo Cristo y enviados por él en misión (cf.
Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; …). 25
b) Porque guarda y trasmite, con la ayuda del Espíritu Santo, las enseñanzas de los
apóstoles.
c) Porque sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los mismos apóstoles, gracias
a la acción de aquellos (los obispos) que son sus sucesores en el ministerio pastoral.

Los evangelios coinciden en afirmar que Jesucristo transmitió y confió a los apóstoles
la misión que había recibido de su Padre, es decir, les encargó predicar en su lugar el evangelio
a todos los pueblos. Esto significa que la Iglesia, cuyo fundamento es Jesucristo, está para
siempre cimentada sobre el fundamento de los apóstoles, puesto por el mismo Cristo, y ligada
para siempre a su testimonio (Mt 16,18). Únicamente puede ser Iglesia de Jesucristo si es
Iglesia apostólica y si, a través de los tiempos, conserva la identidad con sus orígenes.

Pero ¿qué y quien es un apóstol? Después de la resurrección de Jesús se les dio el


nombre de apóstoles a los primeros testigos de la resurrección de Jesús, que habían vivido con
él, y a los cuales dio el encargo de anunciar el evangelio. Ya desde el inicio de su ministerio
Jesús «llamó a quien él quiso, y se fueron con él. Instituyó a doce para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Ellos son, pues, sus enviados (esto es lo que
significa la palabra griega apostoloi), de tal manera que en ellos continua su propia misión. Y
juntamente con esta misión, de ser los testigos elegidos de su Resurrección, el Señor les da
una promesa: permanecerá con ellos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28, 20).

Y ¿qué sucede cuando lo primeros apóstoles van desapareciendo? En el NT


encontramos ya indicaciones de cómo se debe transmitir la misión en la época pos apostólica.
Se nos dice que los apóstoles, no solo se rodearon de colaboradores, sino que también
encargaron a determinados hombres que prolongaran y consolidaran su obra después de su
muerte (cf. LG 20). En este sentido son significativas las palabras de despedida que pronunció
Pablo ante los presbíteros de la comunidad de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño
que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que Él
adquirió con su propia sangre» (Hch 20,28s). Así pues, desde el NT se describe ya el paso de
la época apostólica a la pos apostólica.

El Vaticano II resume la doctrina de la Escritura y la Tradición cuando enseña que los


obispos han sucedido a los apóstoles, por eso la Iglesia enseña que «por institución divina los
obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha
a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que los envió» (LG 20). A
través de ellos permanece presente en la Iglesia la misión confiada a los apóstoles.

25
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San


Pedro y los apóstoles, en comunión con sus orígenes. Toda la Iglesia es igualmente apostólica
en cuanto que es enviada a evangelizar a todo el mundo. Son todos los miembros de la Iglesia,
aunque de diferentes maneras, lo que participan en este envió. Por eso podemos llamar
apostolado a toda la actividad de la Iglesia, que tiene como fin extender el Reino de Dios entre
todos.

Nos puede servir el resumen que hace el catecismo como conclusión a este apartado10:

• La Iglesia es una pues tiene un Solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo
Bautismo y forma un único cuerpo vivificado por el Espíritu Santo.
• La Iglesia es santa pues Dios es su autor y Cristo su Esposo, que se entregó por ella 26
para santificarla. Por eso, aunque esté también formada por pecadores y necesitada
siempre de conversión y purificación, ella es Santa.
• La Iglesia es católica pues anuncia la totalidad de la fe, es decir, ella administra todos
los medios de la salvación, y es enviada a todos los pueblos siendo, por su propia
naturaleza, misionera.
• La Iglesia es apostólica pues esta edificada sobre el cimiento de los apóstoles, es
enviada como ellos a evangelizar. Es igualmente apostólica porque está dirigida y
santificada por los sucesores de estos mismos apóstoles (el Papa y el colegio de los
obispos).

TEMA 5
SERVICIOS Y MINISTERIOS EN LA IGLESIA

A.- EL SACERDOCIO COMÚN DE TODOS LOS BAUTIZADOS

La carta magna del sacerdocio común de todos los bautizados se encuentra en la Carta
primera de Pedro: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida,
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un
edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables
a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión
una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido. Para vosotros,
pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores
desecharon como piedra angular, se ha convertido en piedra de tropiezo y roca de escándalo.
Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en
un tiempo no erais pueblo, y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo
compasión, pero ahora son compadecidos» (1Pe 2,5.9-10).

10
Cf. Catecismo, nn. 866-869. Concluye este resumen con una cita de LG 8 «La única iglesia de Cristo, de la
que confesamos en el Credo que es una santa, católica y apostólica […] subsiste en la iglesia católica, gobernada
por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de la estructura visible pueden
encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Catecismo, 870)

26
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

¿Quién es un laico? Laico proviene de la palabra griega Láos y significa “pueblo”.


Son fieles cristianos quienes han sido incorporados a Cristo por el bautismo, y de este modo,
se integran en el Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II destacó de nuevo esta verdad del
sacerdocio común de todos los bautizados, afirmando que todos los cristianos, por el bautismo
y la confirmación, participan de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, de modo que
todos han recibido el encargo y la facultad de contribuir al crecimiento y santificación de la
Iglesia.

Por el Bautismo se da entre los fieles una verdadera igualdad en cuanto a dignidad y
acción. Cada uno, según su propia condición, coopera en la edificación de la Iglesia que es el
Cuerpo de Cristo. Dice el Concilio Vaticano II «Hay en la Iglesia diversidad de ministerios,
pero unidad de misión: a.- A los apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de 27
enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. b.- Pero también los laicos,
participes de la función sacerdotal profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el
mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios» (AA 2).

El laico, pues, se diferencia del clérigo, no porque sean menos cristianos o cristianos
de segunda clase, sino porque tiene una misión distinta, no ministerial. «A los laicos
corresponde contribuir a la santificación del mundo desde dentro a modo de fermento», dice
LG 31. Con esto, el concilio también subraya fuertemente la corresponsabilidad y cooperación
en la Iglesia. El Papa Benedicto XVI en su intervención en la Asamblea eclesial de la diócesis
de Roma, el 26 de mayo de 2009, después de hablar de la necesidad de la formación adecuada
de los laicos, les invita a promover la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo
de Dios. Esto exige un cambio de mentalidad, decía el Papa, pasando de considerarlos
«colaboradores» del clero a reconocerlos realmente como «corresponsables» del ser y del
actuar de la Iglesia.

B.- EL MINISTERIO EN LA IGLESIA

El término ministro, etimológicamente, significa “servidor”, en el sentido de enviado


y mensajero. No puede negarse que el ministerio eclesiástico ha tenido a lo largo de la historia
características de poder y autoridad. Pero hay que tener también en cuenta que siempre ha
habido pastores de almas entregados, que entendieron su función en el sentido del NT, es
decir, no como poder, sino como servicio desinteresado. Para comprender con exactitud la
naturaleza y la estructura del ministerio eclesial, es preciso que nos preguntemos cuál fue la
voluntad de Jesucristo, y cómo se interpretó en el NT y en la Tradición de la Iglesia. Aunque
Jesús predicó a todo el pueblo, el llamó a los doce para que le siguieran más de cerca,
haciéndoles participar de un modo especial en su misión.

En los Hechos de los apóstoles se habla sobre todo de los presbíteros. Desde el
principio, pues, existió una gran diversidad de denominaciones ministeriales. Muy pronto
adquiere especial relevancia el ministerio de la predicación y del gobierno como continuación
de la actividad de los apóstoles. Son ellos los que garantizan la continuidad con el origen
apostólico, y los que deben promover la unidad de los creyentes. Hacia el año 110 se nos habla
de un triple ministerio: El obispo, los presbíteros como colaboradores del obispo, y los
diáconos, que aparte de determinadas funciones litúrgicas, desempeñan sobre todo el servicio
de la caridad.

Así pues, la plenitud del ministerio corresponde a los obispos que «por institución
divina han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia» (LG 20). Los presbíteros
participan del ministerio del obispo mediante la predicación, la administración de los

27
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

sacramentos –especialmente la celebración de la eucaristía- y su función pastoral y caritativa.


Los diáconos colaboran en el ámbito de la palabra, de la liturgia y de la caridad. Cada uno de
los obispos, por su parte, es el principio y fundamento de la unidad visible en sus Iglesias
particulares (cf. LG 23).

Es importante señalar que el ministerio eclesiástico se ejerce en el nombre, es más, en


la persona de Jesucristo. El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha
instituido, le ha dado la autoridad y misión. Nadie puede anunciarse a sí mismo el Evangelio,
y mucho menos nadie puede darse la gracia a sí mismo. El Evangelio ha de ser anunciado y
la gracia tiene que ser otorgada. Por tanto, el poder del ministerio eclesiástico no se funda en
un encargo de la Iglesia o de la comunidad, sino en la misión confiada por el mismo Jesucristo.
Esto supone ministros de la gracia, habilitados por parte del mismo Cristo. De Él reciben la 28
misión y la facultad de actuar «in persona Christi Capitis» (en el nombre de Cristo Cabeza).
Este ministerio, como veremos más adelante, se confiere por un sacramento específico, como
es el sacramento del orden (cf. Catecismo, n. 875).

La diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial no


está en el orden de la santidad personal, sino en el orden del servicio y de la misión que son
diversas. Pues la misión del ministerio eclesiástico no puede derivarse de la misión de la
comunidad: proviene del mismo Cristo.

Conviene una pregunta más para ir concluyendo este punto, a saber, ¿qué es la
colegialidad del ministerio? La palabra colegial se refiere a la exigencia de colaboración
mutua entre los que ejercen el ministerio en virtud del sacramento que han recibido. El Señor,
desde el comienzo de su actividad pública, instituyó a los “doce”. Elegidos juntos, también
fueron enviados juntos, y su unidad fraterna está al servicio de la comunión de todos los fieles.

Por esta razón, todo obispo ejerce su ministerio en el seno del Colegio Episcopal, y en
comunión con el Obispo de Roma, sucesor de San Pedro y Cabeza del Colegio. Y a su vez,
cada sacerdote tiene su ministerio dentro del presbiterio de una diócesis, bajo el gobierno de
un obispo (cf. LG nn. 22-28). Después del concilio se habló de “democratización de la
Iglesia”, pero conviene tener en cuenta que en la Iglesia no decide la opinión de la mayoría,
sino el Evangelio de Jesucristo.

Por otra parte, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial
el ser “personal”. Lo personal no queda diluido en lo comunitario o eclesial. Cada uno, siendo
miembro de la Iglesia, ha sido llamado personalmente para ser testigo personal. Cada uno es
personalmente responsable ante Cristo, que es quien le da la misión, y, por tanto, cada uno
actúa de modo personal «in persona Christi» a favor de las personas («Yo te bautizo en….»;«
yo te perdono…»)11.

C.-EL MINISTERIO DE PEDRO COMO SERVICIO DE UNIDAD.

«El Sumo Pontífice, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y


fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de
los fieles» (LG 23). La posición destacada de Pedro aparece en muchos textos importantes del
NT. Los tres primeros evangelios relatan de forma análoga que Pedro fue el primero en ser
llamado por Jesús y en ser enviado. Pedro fue públicamente su representante, y portavoz de
los demás discípulos. Al ser llamado se le cambia el nombre. Él, que originariamente se

11
Cf. Catecismo, nn. 876-881.

28
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

llamaba Simón, recibe de Jesús el nombre de Cefas, que corresponde al pedros griego y al
castellano piedra. En la antigüedad, el nombre no era simplemente un sonido vacío y
arbitrario; al contrario, expresaba la esencia y la función de la persona. Él es el que ha de
confirmar a los hermanos. Jesús resucitado confirma este encargo. En los relatos de la pascua,
Pedro aparece siempre como el primer testigo de la resurrección.

El pasaje más importante del NT sobre Pedro son las palabras de Jesús cerca de
Cesárea de Filipo, palabras que nos transmite el evangelio de San Mateo, como respuesta a la
confesión de Pedro de que Jesús era el Mesías: «Ahora te digo yo: Tu eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino
de los cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo» (Mt 10, 18-19). Tres cosas se dicen de Pedro en este testo: 29

1. Él mismo Pedro, y no lo que Pedro ha dicho, es el fundamento de la Iglesia.

2. El poder de las llaves significa el poder para administrar la casa de Dios, que
es la Iglesia.

3. El poder de “atar y desatar” significa el poder de declarar que una doctrina es


vinculante y tiene por objeto salvaguardar la unidad de la Iglesia.

Como el apóstol sufrió el martirio, probablemente el año 64 en Roma, muy pronto se


atribuyó a la Iglesia romana una autoridad especial. Por ejemplo, San Ignacio de Antioquia,
por el 110, se refiere a ella llamándola “la que preside en la caridad”. Desde entonces la
Iglesia de Roma fue para las demás modelo y criterio de la fe.

El Colegio episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el papa


como cabeza. Del mismo modo, al Romano Pontífice, como sucesor del apóstol Pedro, le
corresponde la función especial de la unidad. Como la dirección de la Iglesia se ejerce, sobre
todo, mediante la predicación de la palabra de Dios, al primado del Papa se halla vinculada la
doctrina de la infalibilidad que dice así: «Que el Romano pontífice, cuando habla ex cathedra,
esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y maestro de todos los cristianos, define con
su autoridad suprema que una doctrina es de fe o de costumbres, tiene que ser mantenida por
la Iglesia universal en virtud de la asistencia divina que le fue prometida a la persona de San
Pedro, goza de aquella infalibilidad con la que quiso el divino Redentor que estuviera provista
su Iglesia al definir una doctrina de fe o de costumbres. Y, por tanto, que tales definiciones
son irreformables por sí mismas y no por la aprobación de la Iglesia».

Por consiguiente, no solo el papa tiene plena y suprema universal potestad sobre la
Iglesia; el Colegio de los obispos, junto con su Cabeza que es el Papa y nunca sin esta Cabeza,
también ejerce esta suprema potestad que se ejercita de modo solemne sobre todo en el
concilio ecuménico.

29
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

TEMA 6
MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

Para los católicos la figura de María es inseparable de la figura de Cristo. Por su fe, y
por su unión a Jesucristo es la imagen visible del hombre ya redimido. Encarna de un modo
especial lo que significan Cristo y la Iglesia. Por eso el Catecismo afirma que después de
considerar el papel de la Virgen María en el misterio de Cristo y del Espíritu, conviene también
considerar su lugar en el misterio de la Iglesia (cf. 963-975). Conviene, pues, afirmar desde el
30
principio que el papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo
y deriva de esta unión.

a.- LA APARICIÓN DE MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

La Virgen María, es parte esencial del Evangelio, este atestigua que María fue elegida
por Dios para ser Madre de su Hijo. De ahí que la Iglesia la reconozca como madre de Dios y
como madre nuestra. De esta idea bíblica de María, es de la que hay que partir; en ella debe
inspirarse constantemente la piedad hacia la virgen y la reflexión de la teología.

La Sagrada Escritura menciona a María principalmente por el hecho de que es la madre


de Jesús. Su nombre en hebreo es Myriam. Una mujer sencilla, que, junto con su pueblo,
aguarda la venida del redentor de la casa de David. En la hora del cumplimiento de esta venida,
es cuando pronuncia el sí de la fe, poniéndose de esta manera al servicio de la salvación de su
pueblo. El acontecimiento de la Anunciación (cf. Lc 1, 26-28) es el momento de la irrupción
de María en la historia de la salvación. De hecho, la primera palabra que el ángel le dirige es
«dichosa», «bienaventurada». Se trata de una invitación a la alegría propia de los tiempos
mesiánicos. En el anuncio del nacimiento de Jesús, ella escucha las mismas palabras que en
el AT se dicen de Israel, la hija de Sion: «¡Regocíjate, hija de Sión! ¡Grita de júbilo Israel!»
(Sof 3,14). Es la misma invitación a la alegría por la presencia de Dios en medio de su pueblo.

En esta historia María no es un instrumento pasivo, sino que Dios le va a pedir una
colaboración concreta, y le va a confiar una misión: ser la madre del Mesías, del Hijo de Dios
encarnado. La Virgen, con su aceptación, personifica la participación de toda la humanidad
en el plan de salvación. Esta colaboración se concreta en su obediencia a la Palabra que le
dirige el ángel. Esta obediencia es obediencia de fe, por eso es en primer lugar la mujer
creyente. Además, su fe es extraordinariamente fiel. En ningún momento de su vida mirará
atrás. Ciertamente que su camino no es solo el camino de quien lo tiene todo resuelto desde el
primer momento. Ella experimentó también la oscuridad y el dolor; pero es el camino de quien
se ha confiado a Dios y acepta todas las consecuencias de esta decisión.

b.- LA MISIÓN DE MARÍA: ELEGIDA PARA SER LA MADRE DE DIOS

La misión de la santísima Virgen María en el designio de salvación de Dios consiste


en ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. La venida del Hijo de Dios es fruto de la
iniciativa del Padre y del consentimiento de la Madre. La maternidad de María garantiza la
auténtica realidad humana del Hijo de Dios, y nos muestra que el Hijo de Dios verdaderamente
ha entrado en nuestra historia como uno de sus miembros. Ahora bien, María no es solo Madre

30
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

de la humanidad del Hijo (solo del hombre Jesús), sino que la maternidad se refiere siempre
a una persona, y en este caso es una Persona divina: María es la Madre del Hijo de Dios hecho
hombre.

Ella va a vivir esta maternidad de un modo singular. Es consciente de que ese hijo suyo
no es solo para ella, sino que es un regalo de Dios para toda la humanidad. Tendrá la misión
de acogerle, acompañarle, educarle, etc. En los evangelios, María aparece a lo largo de toda
la vida de Jesús (cf. Mc 3,20-21; Lc 11,27-28; Jn 2,1-12). También ella recorre el camino de
la cruz. Con todo, perseverará en su obediencia inicial y se mantiene firme a los pies de la
cruz (cf. Jn 19, 25-27). Finalmente, la encontramos en medio de la primera comunidad en
oración, a la espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). La misión maternal de María no
se agota en el momento de la concepción y del nacimiento de Jesucristo, sino que es vivida 31
por ella a lo largo de todo el camino de Jesús entre nosotros.

c.- LA CONCEPCIÓN VIRGINAL Y LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

En los evangelios de la Infancia de Jesús, a pesar de las diferencias narrativas que


encontramos entre ellos, se afirma una realidad fundamental de la Virgen→«resultó que ella
esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18); «Cuando José se despertó, hizo lo
que le había mandado el ángel del Señor. Y, sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que
le puso por nombre Jesús» (Mt, 1,25); «el Espíritu santo vendrá sobre ti, y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios»
(Lc 1,35).

El NT nos habla del nacimiento virginal de Jesús como de un prodigio realizado por
Dios. El problema frente a esta realidad consiste en si creemos realmente que Dios es Padre
todopoderoso o, más bien, lo excluimos; ¿lo humanamente improbable es también imposible
para Dios, o puede afirmarse que nada es imposible para Dios? (cf. Lc 1,37) La concepción
de Jesús es una acción que sobrepasa toda comprensión y posibilidad humana, y que
constituye una verdad de la fe de la Iglesia (cf. Catecismo, nn. 496-498).

Y ¿qué verdad nos enseña el nacimiento virginal de Jesús?

1. En primer lugar, podemos afirmar que es una señal sensible de la nueva creación
obrada por Dios. El hombre es incapaz de procurarse a sí mismo la salvación. En una
situación en el que el hombre es impotente para salvarse, Dios, de modo maravilloso,
por el poder recreador de su Espíritu, suscitó un nuevo comienzo. La entrada del Hijo
de Dios en el mundo implica la entrada el Salvador, y Éste es un don de Dios para toda
la humanidad.

2. Por otra parte, la virginidad de María se encuentra íntimamente ligada con el hecho de
que ella es la madre de Dios. En efecto, el nacimiento virginal expresa con toda
claridad que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, tiene su origen exclusivamente en Dios
Padre. El nacimiento virginal es, por consiguiente, un signo de la verdadera filiación
divina de Jesús.

Al profundizar sobre la maternidad virginal de María, la Iglesia ha llegado a confesar


la virginidad perpetua de María, es «la siempre virgen» (cf. Catecismo, n. 499). La misión de
la Virgen no se agota en los momentos de la concepción y del nacimiento de Cristo, por el

31
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

contrario, abarca toda su persona y existencia. La virginidad no es algo negativo, sino que
indica la pertenencia a Dios. Esta pertenencia nace del hecho de que María ha sido pensada
por Dios en orden a una misión, y toda su persona está al servicio de esta misión12.

Confesar a María como Madre de Dios es, en última instancia, confesar a Jesucristo
que es, en una sola persona, verdadero Dios y verdadero hombre. A la vez, es también Madre
nuestra. Ambos títulos los encontramos unidos en una oración que se remonta al año 300, y
que expresa con gran belleza que María, como madre de Dios, es también madre nuestra13.
Pero como Madre nuestra no tiene otra misión que llevarnos a Jesucristo. Por otra parte, LG
53 afirma que es madre de los miembros del Cuerpo de Cristo. Esto significa que cuida con
amor maternal de todos los cristianos que peregrinamos aún en esta tierra. Por ello «es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62). 32
Esta fe profunda en la intercesión de María pertenece al tesoro de la Iglesia, como nos muestra
el final del “Ave María”.

d.- LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE LA VIRGEN MARÍA

El momento de la Anunciación es el momento en el que María irrumpe en la Historia


de la salvación. Esta entrada se realiza de un modo tan admirable porque ha sido preparada
por Dios de un modo único y singular. La humanidad, que vive en una situación de pecado y
de alejamiento de Dios, no podía prestar un consentimiento de fe. Es por ello que Dios tuvo
que desplegar su poder creador para que, del pueblo de Israel, que prefiere seguir con
frecuencia sus caminos a los caminos de Dios, surgiera una Virgen capaz de prestar atención
a las cosas de Dios, y confiar y abandonarse plenamente en él, con total disponibilidad.

El «sí» de María, su confianza, abandono y disponibilidad, no es algo externo a su


maternidad, sino que forma parte integrante de ella. María es madre del Hijo de Dios por
haberlo aceptado plenamente en la fe. En todos los momentos de la historia de la salvación es
conveniente que el desempeño de una misión vaya acompañado por la santidad de aquella
persona que está llamada a desempeñarla. Esto debe ocurrir también con María, es decir, en
María hay una correspondencia plena y total entre la misión que Dios le confía y su santidad
personal. Una santidad que no queda limitada exclusivamente a un momento puntual de su
vida, sino que la acompaña en todos los momentos. Precisamente, porque su santidad es
perfecta, ella, en cuanto madre, puede ser modelo perfecto para el Hijo de Dios hecho hombre,
puede desempeñar ante él la función educadora propia de una madre.

Ella es la «llena de gracia» (Lc 1,28) en un sentido absolutamente único, que deriva
de su posición singular en la historia de la salvación. Este «hágase en mí según tu palabra»
(Lc 1, 38) que ella pronuncia, no es solo fruto de su propio esfuerzo, sino que está posibilitado
y sostenido, de una manera especial, por la gracia de Dios. María, que con su «sí» hizo posible
la venida de la plenitud de la gracia (=Jesucristo), tiene que estar «llena de gracia».

12
Recientemente se han extendido opiniones contrarias a la Virginidad perpetua de la Virgen María, que se basan
en dos argumentaciones; una, en el hecho de que para Israel la virginidad era una idea extraña. No obstante, es
necesario afirmar que estamos ante un caso único y singular. La intervención de Dios en este momento decisivo
de la historia de la salvación tiene un carácter singular, y sobrepasa cualquier dato establecido. Por otra parte, se
argumenta hablando de las afirmaciones del NT sobre los hermanos de Jesús (cf. Mt 13,55). Hay que decir que
para el NT esta expresión indica a los parientes próximos.
13
«Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las suplicas que te dirigimos en
nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh virgen gloriosa y bendita!»

32
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Esta convicción se ha ido imponiendo a lo largo de la historia de la Iglesia en un


proceso de profundización, hasta el punto de que en el año 1854 el Papa Pio IX definió
dogmáticamente la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María14 (cf. Catecismo,
nn. 490-493). En esta verdad se incluyen dos aspectos:

1. Uno redactado en forma negativa→ María, al ser concebida, no ha contraído el pecado


original; ha sido preservada de «toda mancha».
2. Otro en forma positiva→ María es la «llena de gracia» (Lc. 1,28), en la que brilla la
santidad de un modo del todo singular.

Este privilegio se da a María por los méritos de Cristo. Él es también el salvador de la


33
Virgen María. Durante mucho tiempo la dificultad que tenían algunos teólogos para admitir
este privilegio de la Virgen, era como hacer compatible dos verdades de fe: por un lado, la
universalidad de la redención, es decir, Cristo es el salvador de todo el género humano, y, por
otro lado, afirmar que la Virgen fuese concebida sin pecado. La respuesta que dieron los
teólogos (especialmente Duns Scoto) fue que el acto de la redención se anticipa en María
como preservación del pecado. Todos somos redimidos al final, pero en ella, esta misma
redención se ha anticipado, por un don especial de Dios, al inicio mismo de su existencia.

e.- LA «ASUNCIÓN» DE LA VIRGEN MARÍA.

Desde la eternidad Dios escogió a María para ser la madre de su Hijo (cf. Catecismo,
n. 488), No podemos imaginar la realidad y la misión de la Virgen María si la separamos de
Jesucristo. Por ello, el Papa Pio XII, como consecuencia de un largo camino de
profundización, definió el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a la
gloria celestial15. Si la Virgen ha permanecido unida a Cristo a largo de toda su vida, la Iglesia
cree que ya participa también plenamente de la salvación a la que todos estamos destinados
en Cristo.

¿Qué quiere decirnos este dogma? Que en la Virgen María se manifiesta con claridad
la esperanza a la que todos estamos llamados. La meta a la que todos estamos vocacionados,
se ha realizado anticipadamente en María como modelo de la humanidad redimida.

f.- LA VIRGEN MARÍA «MIEMBRO», «MODELO» Y «MADRE» DE LA


IGLESIA.

El Concilio Vaticano II, cuando se refiere a la relación de María con la Iglesia, dice
que la Virgen María «es saludada como miembro eminente y del todo singular de la Iglesia, y
como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor. La Iglesia católica, enseñada
por el Espíritu Santo, la honra como Madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (LG
53). Este texto alude a una triple relación de la Virgen con la Iglesia: ella es miembro, modelo
y Madre de toda la Iglesia16. Los tres aspectos son muy importantes:

14
La definición de Pio IX contiene estas palabras: «Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune a toda mancha de culpa original en el primer
instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios» (cf. DS 2803)
15
«Es dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso
de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (DS 3903).
16
El papa Pablo VI, en el discurso de clausura del tercer periodo de sesiones del Concilio (21-11-1964), declaró
a María como Madre de la Iglesia. «Para gloria de la Virgen María y consuelo nuestro, declaramos a María

33
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

• Como miembro eminente→ pertenece al linaje humano necesitado de redención, y


vive su vida como un auténtico camino de fe; pero su respuesta a la gracia, y su vida
del evangelio tienen un carácter único, ella lo ha vivido en toda su plenitud.
• Como modelo de la Iglesia→ vemos realizada ya en ella esa plenitud de santidad a la
que la Iglesia está llamada, y descubrimos que la misión de la Virgen María se
reproduce en la misión de la Iglesia.
• Como Madre de la Iglesia→todo lo que preocupa a los cristianos en orden de la fe, la
gracia y de la vida eclesial, interesa a María, lo que nos permite invocarla
confiadamente como Madre nuestra.
34
g.- EL CULTO A LA VIRGEN MARÍA

Lumen Gentium afirma que la Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia
con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima
Virgen con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes
en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque del todo singular, es
esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al
Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (LG 66).

Para expresar el culto y la confianza en la intercesión de María, la piedad católica usa


múltiples títulos para dirigirse a Ella (Madre, Abogada, Socorro, …). Esto puede decirse sobre
todo con el título de «Mediadora de todas las gracias». Esta advocación no oscurece la
mediación única de Jesucristo, sino que pone de relieve que María, con su aceptación en la
Anunciación, aceptó la venida del mediador de todas la gracias, y con su intercesión acompaña
siempre la mediación salvadora de Jesús17. La finalidad última de todo culto a María tiene que
ser la gloria de Dios, y hacer que nuestra vida sea cada día más conforme al evangelio.
Concluimos toda esta reflexión con una afirmación del Catecismo de la Iglesia
católica:

«Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su


destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para
contemplar en ella lo que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación
de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria
de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos”
(LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y
como su propia Madre» (Catecismo, n. 972).

santísima “Madre de la iglesia”, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto fieles como pastores, que la llaman
“Madre amantísima”, y decretamos que, con este dulcísimo nombre, ya desde ahora, todo el pueblo cristiano
honre e invoque a la Madre de Dios»

17
«Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente
amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la
gracia» (LG 61). Esta maternidad de María perdura siempre y continúa dándonos con su intercesión los dones
de la salvación. «Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora» (LG 62). La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye
o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia, ya que brota de la sobreabundancia
de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia.

34
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

TEMA 7
MISIÓN Y SINODALIDAD:
UN CAMINO DE COMUNIÓN Y DIÁLOGO CON EL MUNDO

A. RECUPERAR EL SENTIDO DE LA SINODALIDAD


35
Sinodalidad significa caminar juntos, con y al lado de los demás. El Concilio Vaticano II
asume de los inicios del cristianismo que el centro de la Iglesia y de su predicación es el Reino
de Dios y asumir el conflicto y el destino de la Cruz. Así lo fue para Jesucristo que no se
predicó a sí mismo sino el Reino de Dios, que vivió un conflicto con el poder político y
religioso y que fruto de su compromiso a favor de la dignidad de las personas más excluidas
sufrió el suplicio de la Cruz. Como nos recuerda la Constitución Lumen Gentium: “El fin de
la Iglesia es la extensión del Reino de Dios, en la tierra” (LG, nº 9).
La vuelta a los orígenes nos exige también revisar nuestra pastoral de los sacramentos. La
puesta en práctica de las exigencias del Bautismo y de la Eucaristía lleva a la Iglesia a dar el
salto de una pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera que se abre al mundo de hoy
y entabla con él un diálogo sereno que nos ayude a conocer mejor cuáles son los anhelos,
aspiraciones, inquietudes y esperanzas de los hombres y mujeres de hoy, pero también nos
exige mirar hacia dentro, revisar la vida de la propia Iglesia y redescubrir el valor y riqueza
de la diversidad de carismas que el Espíritu Santo suscita en ella.
La mirada a la primera etapa histórica de la Iglesia nos abre la mirada a esta diversidad de
carismas y dones que da lugar al pluralismo de eclesiologías. Esto es una novedad que
recuperó el Concilio Vaticano II. Lo contrario a la pluralidad es la uniformidad que es
contraria a la acción del Espíritu Santo. Llama la atención como en los textos de los evangelios
está presente la riqueza y variedad de formas con que intentaron plasmar el seguimiento de
Jesús. Sin embargo, la pluralidad de eclesiologías implica trabajar por mantener la unidad
entre las diversas iglesias y dentro de la misma caridad. En esta pluralidad debe existir la
corresponsabilidad de todos. Las comunidades han de ser comunidades fraternales que
comparten los bienes con los más pobres. Pero sobre todo han de ser comunidades
comprometidas en la transformación del mundo. Los objetivos del Concilio Vaticano según
el Papa san Juan XXIII: El diálogo con el mundo, la unidad de los cristianos y la opción
preferencial por los pobres. Estos objetivos son las razones por las que Juan XXIII quiso que
se celebrase el concilio Vaticano II.
- El diálogo con el mundo. El Concilio Vaticano II se preguntó: Iglesia, ¿qué dices de ti
misma? (Iglesia ad intra) (a esta cuestión responde la Constitución Lumen Gentium). Pero
también la Iglesia quiere ser servidora del mundo y dialogar con el mundo. Por eso la
Constitución pastoral Gaudium et Spes (la alegría y la esperaza) responde más bien a la
pregunta: Iglesia, ¿cómo te presentas ante el mundo? (Iglesia ad extra). No olvidemos que el
Concilio Vaticano II fue un concilio pastoral y ecuménico. Fue un Concilio que se dirigió a
toda la humanidad, como ya lo hizo Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris. El número 1

35
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

de la Constitución Gaudium et Spes lo confirma: “Los gozos y esperanzas, las tristezas y


angustias de los hombres de la época actual, sobre todo de los pobres y afligidos de toda clase,
son también los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
hay auténticamente humano que no halle eco en su corazón. Su comunidad está integrada por
hombres que, reunidos en Cristo, son dirigidos por el Espíritu Santo en su peregrinación al
Reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para anunciarlo a todos. Por esto la
Iglesia se siente en verdad íntimamente unida con la humanidad y con su historia”. Muchos
piensan que la Iglesia hizo un esfuerzo por inculturarse en el imperio romano, en el mundo
pagano, las culturas eslavas etc.. Pero aún tiene una asignatura pendiente con la Modernidad,
con la posmodernidad, y hoy diríamos que tiene que dar una respuesta seria a esta cultura de
la posverdad. Hoy sigue siendo muy importante el diálogo con el mundo, el diálogo fe y 36
cultura (Pablo VI).
- El diálogo ecuménico. Aquí la Iglesia del Concilio quiso llamar la atención sobre la
importancia del ecumenismo, de la unidad de los cristianos. Porque la falta de unidad es un
obstáculo para la evangelización. Se trata de reunir a todas las Iglesias cristianas de cara a la
evangelización del mundo. El ecumenismo es una marcha hacia la unidad por la oración, la
renovación o conversión y el diálogo para la misión. La finalidad del diálogo ecuménico es la
plena comunión de las Iglesias divididas actualmente. Llegar a cumplir la voluntad de Cristo
de que todos sus discípulos sean uno. Sintiéndose ya unidos por lazos muy fuertes, aunque
todavía imperfectamente desde el punto de vista eclesiológico, buscan la plenitud eclesial, aun
sabedores que se mantendrán las ricas diversidades eclesiales con otras experiencias venidas
también del Espíritu Santo. En esto quiero recordar que la base bíblica del ecumenismo es la
petición de Jesús al Padre para que "todos sean uno". "Que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). En nuestra unidad --que no quiere
ser uniformidad-- se juega nuestra credibilidad y nuestra pretensión de ser la religión en la que
la revelación ha llegado a su plenitud en Cristo. "La división contradice clara y abiertamente
la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de
predicar el Evangelio a toda criatura" (Juan Pablo II, Ut unum sint, 6) (UUS). Hay otra
cuestión que nos está exigiendo un compromiso serio a favor del ecumenismo, y es el diálogo
con las otras religiones. Esto lo puso bien claro la segunda Asamblea ecuménica europea de
Graz (1997), que tenía como lema ´Reconciliación: don de Dios y fuente de nueva vida´:
"Confesamos juntos ante Dios que hemos oscurecido la unidad por la que oró Cristo. Hemos
presentado al mundo el espectáculo indigno de una cristiandad desgarrada por las divisiones.
Esta es una fatal consecuencia del hecho de que a través de la historia se han sacado diferentes
conclusiones para la vida de nuestras iglesias. Esto ha llevado con frecuencia a mutuas
acusaciones, condenas y persecuciones. De esta manera, la credibilidad de nuestro testimonio
cristiano común se ha debilitado". Sabemos que el ecumenismo moderno tuvo su origen en la
asamblea celebrada en la ciudad escocesa de Edimburgo (1910). Una asamblea formada por
misioneros de la iglesia protestante. Hoy podemos decir con Juan Pablo II que el mayor logro
del ecumenismo en la etapa posconciliar es que nos llamamos HERMANOS. Hoy
reconocemos la santidad de nuestros hermanos de las otras iglesias, incluso estamos
convencidos que el futuro del ecumenismo es el ecumenismo de la sangre. Hermanos de otras
confesiones cristianas están siendo asesinados por su fe.
- “La opción preferencial por los pobres”. El Papa Juan XXIII en su radio mensaje del 11
de septiembre de 1962 afirmaba: “Ante los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal
cual es, y quiere ser la Iglesia de todos, en particular la Iglesia de los pobres”. También

36
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

conviene recordar la iluminadora figura del Cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, quien en
una notable intervención insistía en el tema de la Iglesia de los pobres. Señalaba que esta
opción por los pobres es la que da sentido a los otros dos objetivos del Concilio Vaticano II.
Decía así: “Esta es la hora de los pobres, de los millones de pobres que están en la tierra, esta
es la hora del misterio de Cristo sobre todo en el pobre. Por consiguiente, la más profunda
exigencia de nuestro tiempo, incluyendo nuestra gran esperanza de promover la unidad de los
cristianos, no sería satisfecha, sería eludida más bien, si el problema de la evangelización de
los pobres de nuestro tiempo fuese tratado en el Concilio como un tema que se añade a otros.
En efecto no se trata de un tema cualquiera, sino en cierto sentido el único tema de todo el
Vaticano II”. El Papa Francisco cita con frecuencia este pensamiento del diacono san Lorenzo:
“Los pobres son el tesoro de la Iglesia y si no los cuidamos seremos una Iglesia tibia y 37
mediocre”. El Papa quiere que salgamos a las periferias existenciales, en donde los pobres son
los más importantes. Y como en el Concilio desea que la misericordia sea la viga maestra que
sostiene la Iglesia. La Iglesia será actual en este mundo en cambio en tanto en cuanto luche
por visibilizar a los descartados de nuestra sociedad.
B. RENOVACIÓN Y CREATIVIDAD POR UNA IGLESIA EN MISIÓN
En el primer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó su exhortación apostólica
Evangelii Gaudium (2013), un documento de teología pastoral o práctica. En ella expresaba
la necesidad de anunciar el evangelio en el mundo actual de manera novedosa y creativa,
exhortando a los creyentes a iniciar una nueva etapa de evangelización. El papa Francisco pide
que pongamos todo al servicio de una misión: llegar a la vida de cada ser humano con el
anuncio central del Evangelio. Para logarlo, tenemos que “repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33).
1. Las raíces de «una Iglesia en estado de misión». En el famoso radiomensaje del 11 de
septiembre de 1962, justo un mes antes de la apertura del Concilio, encontramos en estado de
germen esa orientación característica de apertura al mundo del Vaticano II: «La Iglesia desea
ser buscada tal como ella es, en su estructura íntima, en su vitalidad ad intra, presentando a
sus propios hijos, ante todo, los tesoros de fe esclarecedora y de gracia santificante. Pero
queremos considerar también a la Iglesia en relación con su vitalidad ad extra». Y poco
después puntualizaba Juan XXIII: «El mundo tiene necesidad de Cristo, y es la Iglesia quien
tiene que transmitirle a Cristo al mundo. El mundo tiene sus problemas. Muchas veces busca
con angustia una solución [...]. Estos problemas tan graves siempre han estado en el corazón
de la Iglesia. Los ha hecho objeto de un estudio atento, y el concilio ecuménico podrá ofrecer,
en un lenguaje claro, las soluciones que reclaman la dignidad del hombre y su vocación
cristiana». El Concilio representa el intento de dar respuesta, con «nueva energía», al encargo
recibido de Cristo según las palabras de Mt 28, 19-20: Id al mundo entero y anunciad el
Evangelio. El mandato misionero del Señor es así el punto de partida de la obra conciliar. La
intuición de fondo era muy sencilla: el trabajo conciliar se debía organizar en torno a este
doble eje: Iglesia ad intra e Iglesia ad extra, es decir, la Iglesia que se mira a sí misma y la
Iglesia vuelta hacia el mundo para hacerse cargo de los problemas que tiene planteados la
humanidad.
2. «Una Iglesia en salida»: la eclesiología pastoral del Papa Francisco ¿Qué significa la
cláusula «una Iglesia en salida»? ¿De dónde procede? ¿Cuál es su alcance teológico en la
eclesiología pastoral del Papa? ¿Hacia dónde quiere llevar a la Iglesia? El programa de

37
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Francisco se puede condensar en esta frase: «Sueño con una opción misionera capaz de
transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización» (EG 27). En
relación directa con el sínodo sobre la nueva evangelización, este proyecto se sitúa a la zaga
de la huella del Vaticano II y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI. Sobre
estos pilares fundamentales se eleva el desafío de «una Iglesia en salida», cuya clave es la
«conversión misionera para la reforma de la Iglesia».
• «Conversión misionera para la reforma de la Iglesia»
El capítulo primero de la exhortación, «la transformación misionera de la Iglesia», arranca del
mismo impulso que vio nacer el Vaticano II, el mandato misionero de Jesús (EG 19): «Id y 38
haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-
20). «Hoy, en este “id” de Jesús —escribe Francisco— están presentes los escenarios y los
desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a
esta nueva “salida” misionera» (EG 20). En segundo lugar, Francisco conecta esta salida
misionera con una «pastoral en conversión». De ahí que la exhortación acuda explícitamente
al pasaje del decreto sobre el ecumenismo que habla de una reforma permanente de la Iglesia
por fidelidad a Jesucristo (UR 6): «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en
el aumento de la fidelidad a su vocación (…) Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una
perenne reforma».
• «La Iglesia existe para evangelizar»
En este documento, como ya hemos indicado, «Jesús es el primero y el más grande
evangelizador» (EG 12), y la evangelización adquiere esa dimensión integral que asocia el
anuncio del Evangelio con la promoción humana, es decir, la dedicación a los pobres y a su
liberación. El Papa pone de manifiesto su preocupación por poner a la Iglesia en salida
misionera, por redescubrir la vocación misionera de la Iglesia, la necesidad de volver a poner
a la Iglesia en salida. Es lo que Juan Pablo II había dicho en Redemptoris missio, donde
recordó que el anuncio del Evangelio a los que están alejados “es la tarea primordial de la
Iglesia” (RM 34), que la actividad misionera es “el mayor desafío para la Iglesia” (RM 34) y
que “la causa misionera debe ser la primera” (RM 86). Es así que «la Iglesia hace la misión y
la misión hace la Iglesia», por lo que la actividad misionera debe generar una nueva forma de
comunidad eclesial más creíble y más evangélica. La exhortación apostólica del papa
Francisco prolonga consecuentemente esta línea de pensamiento poniendo la misión en el
corazón de la Iglesia: «para permanecer fieles hay que salir». Por ello, la actividad pastoral se
recoloca en el terreno de la conversión, de la reforma permanente de la Iglesia, porque «la
Iglesia se reforma si se centra en la misión».
3. La comunidad evangelizadora, paradigma de la actividad pastoral. El modelo de ese
éxodo o salida nos lo ofrecen Abrahán, Moisés, Jeremías (EG 20); pero de manera eminente
el mismo Señor: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque
para esto he salido» (Mc 1,38; citado en EG 21). En fidelidad al Maestro, «es vital que hoy la
Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin
demoras, sin asco y sin miedo» (EG 23). Para dar nombre a esa Iglesia en salida Francisco
utiliza la noción «comunidad evangelizadora», que describe con cinco acciones verbales: «La

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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»

Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran,


que acompañan, que fructifican y festejan» (EG24).
En primer lugar, la comunidad evangelizadora primerea. Es el modo de actuar de Dios, que
va por delante de nosotros, nos sale al paso, tomando la iniciativa, de manera que así explicaba
su propia vocación. Es el principio de la primacía de la gracia (EG 112). Que la comunidad
evangelizadora primerea significa que brinda la misericordia inagotable de Dios que ha
experimentado previamente. En consecuencia, y en segundo lugar, la comunidad
evangelizadora se involucra en la vida de los demás para servirles lavándoles los pies, «toca
la carne sufriente de Cristo en el pueblo», tiene «olor a oveja». En tercer lugar, la comunidad
evangelizadora «acompaña» a la humanidad doliente con paciencia y, por ello, puede
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«fructificar»; por último, la comunidad evangelizadora sabe «festejar» y celebra cada
pequeña victoria en la liturgia, fuente de un renovado impulso de evangelización. La Iglesia
«en salida» es descrita con ayuda de varias imágenes, de manera que Francisco recrea el
lenguaje eclesiológico: la Iglesia es «una madre de corazón abierto»; La Iglesia «en salida»
es «una Iglesia con las puertas abiertas»; «la Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta
del Padre».
Progresivamente, emerge la comprensión de una Iglesia más carismática que estructural, que
sin desconocer el valor de su necesaria organización interna, se revitaliza porque la fuerza le
proviene del Espíritu Santo, que alienta y unifica la misión común de los diversos, obligándola
a expropiarse, a desposeerse de sí misma, buscando ser más para el Otro y para los otros,
porque su misión está fuera de sí.

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