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INDICE
ASIGNATURA
«LA IGLESIA, NUEVO PUEBLO DE DIOS»
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Tema 1. Aproximación a la eclesiología bíblica
Tema 2. Jesús, origen y fundamentador de la Iglesia
Tema 3. La naturaleza de la Iglesia
Tema 4. Las propiedades de la Iglesia
Tema 5. Servicios y ministerios en la Iglesia
Tema 6. María, madre de dios y madre nuestra
Tema 7. Misión y sinodalidad
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
ASIGNATURA
«LA IGLESIA,
NUEVO PUEBLO DE DIOS»
TEMA 1
APROXIMACIÓN A LA ECLESIOLOGÍA BÍBLICA 3
1.- INTRODUCCIÓN
¿Cómo debemos entender hoy la Iglesia? ¿Es una institución social, una ONG que se
preocupa exclusivamente por procurar un mundo mejor, o juntamente con lo anterior, tiene
otra dimensión? ¿La Iglesia ha sido querida por Cristo, o más bien es un “invento” de sus
apóstoles? Es decir, la Iglesia como tal ¿responde a la voluntad de Dios o es fruto de una
decisión humana? Si ha sido fundada por Jesús, es entonces legitimo concluir afirmando que
es un instrumento querido por Dios para la salvación de todos, y, por consiguiente, ignorarla
supondría igualmente ignorar la voluntad de Dios respecto a la humanidad. Por el contrario,
si el origen de la Iglesia está en la iniciativa del hombre no tendría más relevancia que
cualquier otra institución social.
La Iglesia solo puede abordarse correctamente si se la percibe tal y como ella es, una
realidad divina y humana a la vez. Es una realidad humana, porque está formada por hombres
y, por tanto, es sujeto histórico, y a la vez, es una realidad divina, y en cuanto tal misterio.
Por este motivo, el estudio de la Iglesia conlleva percibirla como una única realidad compleja.
El concilio Vaticano II hablará de la Iglesia de forma análoga al misterio del Hijo de Dios
hecho hombre: el Hijo de Dios encarnado se sirve de su humanidad asumida como instrumento
de salvación, de manera semejante, Cristo se sirve de la realidad visible de la Iglesia como
instrumento para hacer que su salvación se siga haciendo presente en el mundo, de modo
especial en los sacramentos (Lumen Gentium 8).
Con todo, sería bueno tirar de un poco de historia. Los estudios actuales sitúan el
nacimiento de un tratado propio acerca de la Iglesia a principios del siglo XIV, en la obra de
Juan de Viterbo “De regimine christiano”. Esto no significa que con anterioridad no se haya
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
No será hasta los concilios Vaticanos cuando realmente el estudio sobre la Iglesia 4
adquiera un notable avance. En el Concilio Vaticano I serán dos los documentos de singular
relieve. Por un lado, destaca la Constitución Dogmática Pastor Aeternus. Sin duda, la
aportación eclesiológica más significativa, y de todo el Concilio, sería la referente a la
infalibilidad pontificia. El primado papal se vincula a la Iglesia y tiene como finalidad la
custodia de la unidad de ésta por medio de la unidad del episcopado. Por otro lado, destaca
también la aparición del tema de la Iglesia en la otra Constitución Dogmática Dei Filius. En
ésta, después de haber hablado de la necesidad que tiene el hombre de acoger la fe y de
perseverar en ella, expone como Dios ayuda a ello de una doble manera: por un lado, con la
ayuda de la gracia de Dios, y, por otro lado, a través de la Iglesia que lleva en sí misma el sello
de su origen divino.
Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia reflexiona por primera vez sobre sí misma en
una doble dirección. Dos Constituciones destacan por encima de las demás en lo que a nuestro
tema respecta. Por un lado, la Lumen Gentium (en adelante LG1). La Iglesia se define en su
realidad íntima y profunda. Ahora se produce un cambio decisivo. La prioridad la tiene su
carácter de misterio y, por tanto, de objeto de fe. Además, se pasa de una concepción que veía
a la Iglesia principalmente como una sociedad jerárquicamente organizada, a una concepción
más bíblica, misionera, ecuménica e histórica, donde la Iglesia es descrita como sacramento
de salvación (cf. LG 1).
Junto con estas características también destaca la Iglesia como comunión. Comunión
que tiene un significado básico de comunión con Dios, de la cual se participa a través de los
sacramentos, y que tiene que llevar a la comunión de los cristianos entre sí, y que se realiza
de forma concreta en la comunión de las Iglesias locales entre sí, y en comunión jerárquica
con el obispo de Roma. Por este motivo, con razón se ha dicho de la eclesiología del Vaticano
II: «La eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del
Concilio» (Sínodo extraordinario de 1985. N.1; EV 9; 1800). La Iglesia va a reflexionar ahora
con mucho énfasis acerca de su relación con el mundo. Destaca la Constitución Pastoral
Gaudium et Spes (en adelante GS) el segundo documento fundamental que mencionábamos,
ya que en él se da un gran paso, de la defensa y la condena, al de la apertura y diálogo.
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Estas referencias, que nos van a aparecer con frecuencia en los presentes apuntes, como por ejemplo Lumen
Gentium (LG), Gaudium et Spes (GS), Dei Verbum (DV), Sacrosantum Concilium (SC), Presbyterorum Ordinis
(PO), Unitatis redintegratio (UR),…etc, son los documentos del Concilio Vaticano II, donde se recoge la
enseñanza magisterial de la iglesia a la que nos referimos en los apuntes. Se puede consultar en el enlace:
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
a.- Redil, cuya puerta es Cristo. También es el rebaño cuyo pastor es el mismo Dios.
b.- Campo de Dios.
c.- Muchas veces también se le asemeja a una construcción de Dios, cuya piedra
angular es Cristo.
d.- Otras imágenes son la «Jerusalén de arriba», «la esposa de Cristo», …etc.
a.- Pueblo de Dios: Hay que decir que en hebreo la palabra pueblo (´am), a diferencia
del griego (laos), designa un conjunto, una comunión, en este sentido indicaría a todos
aquellos que reconocen a Yahvé como único Dios.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
b.- La qahal: indica, como ya apuntábamos, el grupo convocado por Dios para el culto,
obligado a ciertas leyes y normas, según la alianza establecida. La constitución de Israel como
comunidad cultual tiene su origen en el éxodo. Y esta “convocatoria “no se cierra a un grupo.
Designa a todo el pueblo de Israel. Israel es una criatura especial. Al liberarlo de la esclavitud,
Dios lo crea como pueblo. Pero es un pueblo que tiene un papel activo en la historia de la
salvación. Israel conoce y ama a Dios, y este amor se acredita en el hermano. La expresión:
«Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo» (Ex 6,7) indica esta reciprocidad.
Israel es, pues, el anticipo de lo que al final Dios hará con todos los pueblos. El pueblo
de Israel es también el lugar de la presencia de Dios en el mundo. A ese pueblo se le ha
confiado manifestar la acción de Dios, como mediador e intermediario, al servicio de todos
los pueblos. La misión conduce a Israel a atestiguar y propagar la salvación. No obstante, los
profetas acusan a Israel de no ser fiel a la Alianza, y de apartarse de Dios.
Los propios profetas anunciarán una nueva alianza, por la que Dios elegirá para sí un
pueblo nuevo: «He aquí que viene días - oráculo del Señor- en que yo pactaré con la casa de
Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacte son sus padres, cuando les tomé de
la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza. Esta será la alianza que yo
pactaré con la casa de Israel después de aquellos días -oráculo del Señor-; pondré mi ley en
su interior y la inscribiré en sus corazones, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Jer 31,
31-33).
Jesús ve en la Escritura la promesa de Dios de establecer una «nueva alianza» con los
hombres. A esta promesa se refiere Jesús cuando comienza su predicación. El anuncio del
Reino de Dios es el centro de su mensaje. Pero Jesús no lo anuncia sólo, sino que se va a
rodear de un amplio círculo de discípulos. No obstante, el fundamento de la Iglesia como el
Nuevo Israel solo se comprende si se tiene en cuenta que Jesús llamó a los Doce, para que
fueran sus íntimos, y hacerles participar de su misión de una manera especial. Entre el
numeroso grupo de discípulos, Jesús eligió a doce, a quienes llamó apóstoles (cf. Mc 3,14ss).
Los eligió para que estuvieran con él, y para enviarlos, con su autoridad, a predicar y expulsar
demonios, es decir, a colaborar en la instauración del Reino. Han sido elegidos para una
misión concreta que es continuar la misión de Jesús. El número de doce no es casual;
representan las doce tribus de Israel. La Iglesia es, pues, el nuevo pueblo de Dios convocado
para propagar la salvación.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Si nos preguntamos acerca del origen de la Iglesia, y sobre todo acerca de la Iglesia
primitiva, tendremos que acercarnos al libro de los Hechos de los Apóstoles (en adelante Hch)
(también las cartas de Pablo y las Pastorales). El libro de Hch, como se ve en el prólogo, es la
segunda parte del evangelio de Lucas. El punto de enlace es la ascensión de Jesús. El libro
no pretende ser una historia completa, sino señalar los acontecimientos más importantes
respecto a la expansión del evangelio. Por eso, más que las dificultades internas de la Iglesia,
lo que interesa es la misión, la Iglesia como instrumento de Cristo para la salvación de la
humanidad.
La estructura y contenido del libro nos lleva a comprender que primero se predicó la
buena nueva a los judíos, y solo después de que estos la rechazaran, se anunció a los paganos.
Por tanto, narra la aventura de la Palabra de Jesús que, partiendo de Jerusalén, se extiende
hasta Roma. Dentro de la obra adquiere especial importancia Pentecostés (Hch 2,1-16). Según
San Juan Pablo II: «La era de la Iglesia empezó con la “venida”, es decir, con la bajada del
Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén con María, la madre
del Señor. Dicha era empezó en el momento en que las promesas y las profecías que
explícitamente se referían al Paráclito, al Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con
toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles. Determinando así el nacimiento de la Iglesia»
(Dominum et vivificantem, n. 25). Con Pentecostés culmina la pascua de Jesús; muerto y
resucitado sube a los cielos y envía el Espíritu Santo. Empieza la era y misión de la Iglesia.
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«Se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron
por Judea y Samaría» (Hch 8,1).
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
a.- El servicio de la Palabra, es decir, la predicación del evangelio. Hay que destacar
en este servicio el papel de los doce apóstoles. Eran testigos, y en esto consistía su misión:
anunciar la buena nueva. Estos elegían a algunos miembros de sus comunidades, les imponían
las manos y los enviaban a otros lugares (Hch 13,2-3).
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b.- El servicio de presidir la comunidad y de servirla en sus necesidades materiales y
espirituales. A partir de ahí se irán estableciendo una serie de ministerios en función de las
necesidades de la comunidad.
TEMA 2
Sería conveniente, antes de entrar de lleno en la cuestión, ver cómo ha ido surgiendo,
en el transcurso de la historia, la relación de Jesús con la Iglesia. Ya en el NT la Iglesia aparece,
como vimos, con trazos germinales y pluriformes. En Pentecostés se encuentra el lugar
preeminente de dicho desarrollo, así como también el protagonismo de los apóstoles,
particularmente de Pedro y de Pablo. Además, aparecen también las exigencias para
pertenecer a esta primera comunidad: la conversión a la fe en Jesucristo, el bautismo, la
celebración de la eucaristía, el amor a Dios y los hermanos, ... (cf. Hch 2,38.42-47). Por otro
lado, en los escritos de Pablo y el resto de escritos neotestamentareos van apareciendo ya
elementos teológicos y organizativos de la Iglesia naciente.
Pero no será sino en la Patrística, particularmente con San Ambrosio y San Agustín,
cuando el tema de la formación de la Iglesia se convertirá en un planteamiento teológico. A
partir de estos santos padres, la formación de la Iglesia se presenta en la imagen misteriosa
del nacimiento de ésta del costado del Crucificado. El verdadero fundamento de la Iglesia es
la cruz y la resurrección de Jesucristo. La importancia de la cruz como fundamento de la
Iglesia se manifiesta, sobre todo, en el hecho de que, en los textos de la eucaristía, se habla de
la sangre de la nueva alianza. La muerte de Jesús es, por consiguiente, el fundamento de la
nueva Alianza y del Pueblo de Dios.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
La sangre y el agua, que botan del costado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34),
simbolizan, según la interpretación de los Padres de la Iglesia, los dos sacramentos
fundamentales que edifican la Iglesia: el bautismo y la eucaristía. La cruz no puede separarse
de la resurrección. Gracias a los acontecimientos de la pascua se reunieron de nuevo los
discípulos dispersos y al mismo tiempo recibieron la misión de enseñar a todas las gentes, y
hacer de ellas discípulos de Jesús. Finalmente, la fundación de la Iglesia se consuma con el
envío del Espíritu Santo del día de Pentecostés; la Iglesia se presenta entonces públicamente
como el nuevo Pueblo de Dios, siendo el Espíritu Santo el principio vital de la Iglesia. Esta
idea tan fecunda será asumida por la reflexión contemporánea (cf. Catecismo n.766).
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El compendio del Catecismo de la iglesia católica va a enseñar que la Iglesia tiene su origen en el plan salvífico
de Dios. Y especifica los puntos siguientes: a.- Fue preparada en la Antigua Alianza con la elección de Israel;
b.- fundada por las palabras y acciones de Jesucristo, fue realizada, sobre todo mediante su muerte y
Resurrección; c.- Más adelante, se manifestó como misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo
en Pentecostés. D.- Al final de los tiempos alcanzará su consumación como la asamblea de todos los elegidos
(cf. n. 149).
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Dios y de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia, por decirlo de alguna manera, es la
respuesta de Dios al caos provocado por el pecado.
a) Por un lado, no se identifica la Iglesia con el Reino, sino que ella es solo germen e
inicio de éste.
b) Por otra parte, se anuncia que Jesús fundó la Iglesia. Pero no hay que ver esta fundación
en un acto concreto. Hay que hablar de una fundación a lo largo de toda la actividad
de Jesús, tanto terreno como exaltado. En el movimiento de convocación del Jesús
terreno, en el puesto de Pedro, en la misión de los apóstoles, en su círculo de
discípulos, en la última cena, ..., hay elementos de esta fundación que, tomados
independientemente no son totalmente significativos, pero que todos unidos muestran
que la fundación de la Iglesia debe entenderse como un proceso histórico, que va más
allá del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo glorioso que derrama su Espíritu sobre la
comunidad (Pentecostés) y los envía.
c) En su vida histórica, Jesús realizó una serie de actos documentados por los evangelios,
por medio de los cuales fundó su Iglesia: destacan la predicación del evangelio, la
vocación de los primeros discípulos, la elección de los doce apóstoles, y el papel
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«El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia
predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: «Porque
el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante
los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla
sembrada en el campo (cf. Mc 4,14): quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo (cf.
Lc 12,32), ésos recibieron el reino; la semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la
siega (cf. Mc 4,26-29). Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra: «Si expulso
los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28).
Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien
vino «a servir y a dar su vida para la redención de muchos» (Mc 10,45). Mas como Jesús, después de haber
padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote
para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre
(cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos
de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en
todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente
va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su
Rey en la gloria. (LG 5).
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
IV.- La Iglesia manifestada por el Espíritu Santo. Es en Pentecostés, con el envió del
Espíritu Santo, cuando la Iglesia se va a manifestar públicamente. Como ella es
convocatoria de salvación para todos los pueblos, la Iglesia es, por su misma naturaleza,
misionera, enviada por Cristo para llevar a todos los pueblos la buena noticia de la
salvación (cf. Mt 28, 19-20).
V.- La Iglesia, será consumada en la gloria. Pero la Iglesia es peregrina. Solo llegará
a su perfección en la gloria del cielo 11
De todo lo dicho se sigue que la Iglesia, ciertamente, no fue fundada o instituida por
unas palabras concretas, o por unos actos individuales y aislados de Jesús. La Iglesia halla su
fundamento en el conjunto de la historia de la salvación de Dios con los hombres. Puede
hablarse entonces de una fundación gradual de la Iglesia, prefigurada desde el principio,
preparada por la historia del pueblo de la antigua alianza, instituida por las obras del Jesús
histórico, realizada por la cruz y resurrección de Jesús y revelada por el envío del Espíritu
Santo (cf. LG 5). Hay elementos de esta fundación que, tomados independientemente, no son
totalmente significativos, pero que todos unidos muestran que la fundación de la Iglesia debe
entenderse como un proceso histórico, que va más allá del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo
glorioso que derrama su Espíritu sobre la comunidad (Pentecostés) y los envía.
Gracias a la permanencia entre los suyos, Él continúa la obra que fundó, la hace crecer
y desarrollarse, y la va llevando, poco a poco, a su cumplimiento. Por eso podemos hablar que
Jesús sigue, por mediación de su Espíritu, siendo el fundamento vivo de su Iglesia.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
A partir del año 66 los grandes apóstoles han muerto mártires. Este último tercio del
siglo I, más que conocerse nuevos nombres de varones apostólicos, éstos se cubren con el
manto de los apóstoles (de ahí el nombre de sub-apostólico). En este momento de la vida de
la Iglesia, su testimonio se convierte en menos misionero y más pastoral y estable para
consolidar las Iglesias constituidas anteriormente.
Otro cambio interno fue el progresivo dominio de los gentiles, que ya se inició en la
etapa anterior. De hecho, la destrucción de Jerusalén comportó que la Iglesia de Jerusalén no 12
perpetuase su función preeminente. Y así al final del siglo I la Iglesia de Roma es ya calificada
como la que «preside en la caridad». Progresivamente se van a ir aplicando a la Iglesia los
antiguos privilegios que el AT atribuía al pueblo de Israel: ser «un pueblo escogido, un
sacerdocio real, una nación santa», se convierten ahora en calificativos propios de los
cristianos (1 Pe 2,9s).
Pero lo más significativo en esta etapa es que, tras la desaparición de los grandes
apóstoles, la destrucción de Jerusalén y la creciente separación del judaísmo, se empiezan a
configurar los elementos base de una institución eclesial ya regularizada. La desaparición de
los apóstoles creó en la Iglesia una situación nueva, que le va a obligar a encontrar sucesores
del particular ministerio que éstos ejercían. Las comunidades locales experimentaron la
necesidad primera de consolidarse, así como de mantenerse en la catolicidad de la única
Iglesia. Esta misión fue asumida por aquellos que sucedían a los apóstoles. De esta forma,
hacia el año 110 San Ignacio de Antioquia da ya testimonio consolidado del triple grado del
ministerio apostólico: obispos, presbíteros y diáconos.
Con el último escrito del NT, la 2ª Carta de Pedro, concluirá propiamente la Iglesia
primitiva en su época apostólica y por tanto en su fase constitutiva y fundante (Dei Verbum
4). Época caracterizada fundamentalmente por dos aspectos:
CONCLUSIÓN
Podemos concluir esta amplia reflexión diciendo que la Iglesia tiene su origen en el
amor de Dios Padre, manifestado en Cristo y en el Espíritu Santo. La Trinidad, que se ha
revelado de una forma especial en la vida de Jesús, en su muerte y Resurrección, y en el envió
del Espíritu Santo, sigue presente y actuando en el mundo, de modo especial, a través de la
Iglesia.
Es el Espíritu Santo el gran don que hace nacer a la Iglesia, y que la acompaña en el
discurrir de la historia. Pentecostés es el momento de la «inauguración solmene». El proyecto
del Padre, prefigurado en el AT, anunciado y realizado por Cristo, es inaugurado
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
TEMA 3
LA NATURALEZA DE LA IGLESIA
A.- LA IGLESIA ES MISTERIO
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Cf. Catecismo, n. 688.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
completan entre sí; cada uno de ellos expresa un aspecto de su esencia: así se dice que la
Iglesia es Pueblo de Dios, grey, edificio, casa de Dios, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu
Santo, etc. Es conveniente tener desde ahora en cuenta que ninguna de esas imágenes agota lo
que la Iglesia es, más bien nos describen la Iglesia desde diversos aspectos, y todos estos
aspectos confluyen en lo que la Iglesia es.
Por esto el Vaticano II ve a la Iglesia como «una notable analogía» con el misterio de
la Encarnación. Así como el Verbo encarnado actúa a través de la naturaleza humana, de
manera semejante el Espíritu de Cristo obra a través de la estructura visible de la Iglesia (LG
8). El concilio, al usar este concepto de sacramento, quiere expresar la doble dimensión de la
Iglesia, humana y divina, visible e invisible, que hace que sea «una realidad compleja» (LG
8). Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos
invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin
embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano este ordenado y subordinado a lo divino,
lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que
buscamos» (SC 2).
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Por otra parte, la Iglesia, en cuanto sacramento, no solo remite a Cristo, sino que
también nos hace presente su salvación. Los siete sacramentos son los signos y los
instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo nos da hoy la gracia de Cristo que es la
Cabeza. La Iglesia, que es su cuerpo, contiene y nos da la gracia invisible que ella significa.
En este sentido analógico ella es llamada sacramento.
a) Es comunión con el Padre, que nos creó y nos ha llamado a participar de su vida.
b) Comunión con el Hijo. La comunión con el Padre se realiza de manera histórica e
inigualable en Jesucristo. Él es el único mediador, por medio del cual Dios ha asumido la
naturaleza humana, para que nosotros participáramos de la divina. Todos los hombres estamos
llamados a esta unión con Cristo.
c) Comunión en el Espíritu Santo. Lo que sucedió de una vez por todas en Jesucristo
es continuado por el Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles. Esta
comunión en el Espíritu Santo constituye la base de la comunión de toda la Iglesia.
La comunión exige que en todos los miembros de la Iglesia esté presente un valor único,
que todos ellos tengan parte en ese valor, aunque de manera diversa cada uno. Su diferencia
florece, podemos decir, en la unidad radical. La comunión implica que todos, siendo diversos, y
dotados por Dios con diversos dones, los ponemos en común en favor de la edificación de su
Iglesia. Ya el Sínodo del 1985, citado anteriormente, al afirmar la centralidad de tal concepto,
subrayó: «la eclesiología de comunión no se puede reducir a simples cuestiones organizativas o
a cuestiones que se refieren a meras potestades. La eclesiología de comunión es el fundamento
para el orden en la Iglesia y, en primer lugar, para la recta relación entre unidad y pluriformidad
en la Iglesia».
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Por eso, cuando el NT habla de la Iglesia, se refiere unas veces a la Iglesia universal,
y otras a la Iglesia particular de Jerusalén, de Corinto, de Roma, etc. San Pablo habla, por
ejemplo, de la “Iglesia de Dios en Corinto” (1 Cor 11,2). Con estas palabras quiere expresar
que la Iglesia particular de Corinto no es sólo un sector o, por decirlo de alguna manera, un
distrito administrativo de la Iglesia universal; al contrario, es la Iglesia de Dios tal y como se
realiza en Corinto. La Iglesia particular realiza, pues, la esencia de la Iglesia universal. Pero
precisamente, porque la Iglesia particular es representación y realización de una sola Iglesia
de Dios, no puede existir aislada, sino en comunión con el resto de las Iglesias locales.
El Vaticano II entiende normalmente por Iglesia particular o local la Iglesia que está
bajo la dirección de un obispo, es decir, la diócesis. Sin embargo, para cada uno de los
cristianos es de ordinario la parroquia el lugar que le hace experimentar en el Espíritu, la
acción de Cristo. Y de la misma manera que la diócesis solo puede existir en la comunión de
toda la Iglesia, así también la parroquia no puede prescindir de la comunión con su obispo y
con las demás parroquias de la diócesis.
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Hay un texto del AT que ya ha salido a reflexión del profeta Ezequiel, en él Dios recuerda
la alianza con su pueblo en estos términos: «Yo soy vuestro Dios y vosotros sois mi pueblo» (Ez
37,27). De esta manera la Iglesia queda vinculada con Israel, el Pueblo de la antigua alianza. No
se puede comprender a la Iglesia sin este vínculo con el AT, en el que aquella se va preparando y
prefigurando. A pesar de todo, es preciso también tener en cuenta la ruptura que existe entre Israel
y la Iglesia, el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza. Al nuevo Pueblo de Dios, pertenecen también
los gentiles (no solo los judíos) que originariamente no fueron Pueblo de Dios. De esta manera,
solo en la Iglesia de los judíos y los gentiles, es decir, de toda la humanidad, se ha hecho realidad
la promesa dirigida a Abrahán, según la cual todos los pueblos serán bendecidos en él.
Hemos afirmado ya que se entra en este Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. De este
modo participamos de las tres funciones de Cristo, Sacerdote, profeta y Rey:
a.- Cristo sacerdote→ Los bautizados quedan consagrados para ofrecer a Dios, a través
de su propia vida, todas aquellas obras que glorifiquen a Dios por el bien que hacemos al hermano:
«Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan
consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras
propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las
tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2, 4-10)» (LG 10).
b.- Cristo profeta→ Participamos también del carácter profético de Cristo mediante el
testimonio de vida que damos de Él por la fe y el amor. Además, hay otro aspecto de la
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
participación en la misión profética de Cristo, y es que cuando la totalidad de los fieles creen,
entendemos que su fe esta sostenida por el Espíritu santo, y, en consecuencia, no puede
equivocarse: «La totalidad de los fieles […] no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta
propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando “desde
los obispos hasta el último de los laicos cristianos” (S. Agustín) muestran estar totalmente de
acuerdo en cuestiones de fe y moral» (LG 12). Es un don del Espíritu santo, y, por tanto, no
hablamos solo de una simple opinión humana, sino de la Palara de Dios.
c.- Cristo rey→ Para el cristiano «servir es reinar» (LG 36), particularmente en los pobres,
pequeños y en todos los que sufren. El pueblo de Dios realiza su dignidad real viviendo conforme
a la vocación de servir con y como Cristo.
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Así, la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo se lleva a cabo por la predicación
de la palabra de Dios, por la celebración de los sacramentos (especialmente el bautismo y la
eucaristía) y por el ministerio pastoral. En la Eucaristía todos participamos de un solo pan, de un
solo Cuerpo eucarístico de Cristo, y somos así un solo cuerpo. De esta manera, la unidad de los
fieles, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico. La Eucaristía es la
“fuente y la cima” de toda la vida cristiana y eclesial. Sin embargo, no podemos participar del
pan eucarístico sin compartir el pan de cada día. La celebración de los sacramentos, pues, debe
hacerse efectiva con las obras y en la comunión de la caridad. Encontramos a Cristo también en
los pobres, en los débiles, en los despreciados, etc.
En la carta a los Efesios, y también en la carta a los Colosenses se afirma que Jesucristo
es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia (Ef 1,22-23: Col 1,18). Con estas palabras no solo se
compara a la Iglesia con un cuerpo, se dice más aún, la Iglesia es Jesucristo en su Cuerpo. Cristo
sigue viviendo y actuando en la Iglesia. Él está por encima de ella y la Iglesia está subordinada a
Él en la obediencia. La LG 7 trata directamente de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo». Esta
imagen ayuda a presentar la Iglesia no solo como sociedad, sino como un organismo vivo y
organizado jerárquicamente
Tres aspectos de la Iglesia como Cuerpo de Cristo son los que resalta expresamente el
Catecismo (cf. nn790-796):
1.- «Un solo cuerpo»→ Los creyentes que por el bautismo entran a formar parte del
Cuerpo de Cristo, de su Iglesia, quedan estrechamente unidos a Cristo y entre sí. No obstante,
esta unidad no elimina la diversidad de los miembros «” En la construcción del Cuerpo de Cristo
existe una diversidad de miembros y funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
las necesidades de los ministerios distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia”. La
unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: “Si un miembro sufre,
todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con
él” (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas:
“en efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; ya no hay judío ni griego;
ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal.
3,27-28)» (Catecismo, n.791).
2.- «Cristo es la Cabeza del Cuerpo»→ Cristo, nos dice Col 1, 18, es la Cabeza del Cuerpo
que es la Iglesia. Es el principio de la creación y de la redención.
19
3.- «La Iglesia es la Esposa de Cristo»→ Hasta ahora venimos hablando de unidad, pero
la unidad de Cristo y de la Iglesia, de la Cabeza y el Cuerpo implica también la distinción entre
ambos en una relación personal. Esta relación personal, que se establece entre Cristo y la Iglesia,
es expresada frecuentemente mediante la imagen del Esposo y la Esposa. El apóstol Pablo
presenta a la Iglesia, y a cada fiel, como una esposa desposada con el Señor (cf. 1 Cor 6,15-17;
cf. 2 Cor 2, 11,2). Ella es la esposa del Cordero (cf. Ap 22, 17; cf. Ef 5,27) a la que Cristo «amó
y se entregó por ella a fin de santificarla» (Ef 5, 26).
Que este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que
todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas (cf. Catecismo, n. 797). Es el mismo
Espíritu, que derrama sus carismas para la edificación de la Iglesia, el principio de unidad de la
misma. En la Iglesia cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro
(1Cor 7,7). Lo importante es que tanto los carismas (=dones que el Espíritu Santo da a cada uno
19
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
TEMA 4
LAS PROPIEDADES DE LA IGLESIA
20
¿En qué consiste la unidad de la Iglesia? En los Hechos de los apóstoles, cuando se
describe la comunidad primitiva de Jerusalén, se insiste en que todos los creyentes eran
asiduos a las enseñanzas de los apóstoles, en la comunión en las necesidades, en la fracción
del pan y en las oraciones (Hch 2,42). Era, pues, una unidad en la fe, en la caridad, y en la
liturgia. En conformidad con esto, el Vaticano II habla de un triple vínculo de la unidad; una
misma profesión de fe, unos mismos sacramentos y un mismo gobierno de la Iglesia y
comunión eclesial (LG 14). El Catecismo recoge de triple realidad y afirma que los vínculos
de la unidad son:
20
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
«Esta Iglesia constituida en el mundo como una sociedad, permanece (subsistit) gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque puedan encontrarse fuera de ella
muchos elementos de santificación y verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen
hacia la unidad católica» (LG 8).
Esto nos sitúa ante las heridas a la unidad. De hecho, esta una y única Iglesia de Dios
se vio muy pronto enfrentada a escisiones, y en siglos posteriores, con la aparición de la
reforma protestante, a separaciones más importantes, que quebraron la comunión de la Iglesia.
Tales rupturas, no cabe duda, lesionan la unidad de la Iglesia (cf. Catecismo, n 817). El
Catecismo Universal de la Iglesia Católica afirma que los que hoy nacen en estas
comunidades, y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de
separación, y la Iglesia católica los abraza con amor fraterno. Valora su bautismo, por el que
han sido justificados en la fe e incorporados a Cristo. Por tanto, son cristianos y reconocidos
por la Iglesia católica como hermanos (cf. Catecismo, n 818; UR 3).
21
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
De esta santidad “objetiva” debe brotar la santidad “subjetiva”. A esta santidad están
llamados todos los cristianos, independientemente de que sean laicos o clérigos. Esta santidad
no es una conquista o realización personal, sino fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No
consiste primordialmente en acciones extraordinarias, sino en ser fieles, caritativos y pacientes
en la vida ordinaria, «dando gloria a Dios y sirviendo al prójimo». Hay, pues, diversos
caminos para alcanzar la santidad, pero solo una cosa es absolutamente necesaria para todos:
cumplir el mandamiento principal de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos (Mt 12,30-31). La caridad, por consiguiente, es el alma de la santidad a la
que todos están llamados:
La Iglesia santa comprende también a los pecadores y, por eso, puede ser llamada
también Iglesia de los pecadores. Todos los días tiene que rogar «perdona nuestras ofensas».
Por eso, la Iglesia, aun siendo santa, está siempre necesitada de purificación (LG 8), que no
se debe confundir, como algunas veces se ha pretendido, con transformación, adaptación e
incluso abolición6.
a.- por una parte, indica que predica íntegramente la fe y la salvación a todo el hombre
y a la humanidad; es católica porque Cristo está presente en ella, lo que implica que recibe de
él la plenitud de los medios de salvación. Por consiguiente la Iglesia de Cristo está presente
6
«”Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los
pecados del pueblo, la iglesia abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación” (LG 8; cf. UR 3; 6). Todos los miembros de la
Iglesia, incluso los ministros, deben reconocerse pecadores (cf. 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña de pecado
todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13, 24-30).
La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aun en vías de
santificación» (Catecismo, n. 827).
22
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
en cualquier comunidad local de fieles que estén unidas a sus pastores, «en estas comunidades,
aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien
con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica» (LG 26)7.
b.- por otra, la Iglesia ha sido enviada a todos los pueblos y culturas, a todas las razas
y clases, por una parte, tiene que comunicarles a todos su riqueza y, por otra, enriquecerse a
sí misma con las riquezas de todos (cf. Mt 28, 19). La misión, por tanto, es una exigencia de
la catolicidad de la Iglesia. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los
hombres en la vida divina. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4), consiguientemente, la Iglesia, que se sabe
depositaria de esta Verdad, debe ir al encuentro de todos los que la buscan para ofrecérsela,
sabiendo que es el Espíritu Santo el que la conduce por los caminos de la misión. 23
Y, ¿quién pertenece a la Iglesia católica? Todos los hombres están invitados a formar
parte del pueblo de Dios. A ella pretenden o están ordenados de alguna manera todos los
católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres (cf. LG 13). El Catecismo afirma
que están plenamente incorporados a ella los que aceptan todos los medios de salvación que
ella posee, y están unidos, dentro de su estructura visible, a Cristo; aquellos que aceptan y
participan en la profesión de una fe común, de los sacramentos y la comunión con el Papa y
7
Se entiende por Iglesia particular (diócesis) una comunidad de fieles cristianos que están en comunión mediante
la fe y los sacramentos con su obispo, en cuanto sucesor de los apóstoles. Las iglesias particulares, por tanto, son
plenamente católica gracias a la comunión con la Iglesia de Roma, que es la “que preside en la caridad” (Cf.
Ibid., nn. 833-834)
23
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
los obispos. Y se aparta de ella aquellos que, aunque incorporados a la Iglesia por la fe, los
sacramentos y la aceptación del gobierno de la Iglesia, sin embargo, no viven en el amor. (cf.
Catecismo, n 837).
Igualmente, los que aún no han recibido el evangelio están igualmente ordenados a la
Iglesia de distintas maneras que solo Dios conoce (cf. LG 16). Con el Vaticano II la Iglesia
va a reconocer que en las otras religiones existe una búsqueda sincera, aunque aún “en
sombras” de Dios, de tal manera que la Iglesia aprecia todo lo que hay de bueno y verdadero
en las otras religiones, como una verdadera preparación al Evangelio (cf. NA 2; LG 16).
En este contexto sería bueno una breve reflexión acerca de la afirmación «fuera de la
Iglesia no hay salvación» ¿cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres 24
de la Iglesia? Ya hemos hablado que no hay que hacerlo de forma excluyente. Formulada de
forma positiva quiere decir que toda la salvación viene de Cristo a través de la Iglesia que es
su cuerpo8. No obstante, aquellos que sin culpa con conocer a Cristo y a su Iglesia pueden
también participar de la salvación, aunque por caminos solo conocidos por Dios9. Tras el
Concilio Vaticano II se viene a definir rectamente la relación de la Iglesia con el mundo actual
diciendo que esta misión es la venida del Reino de Dios, esto es, que el fin de la Iglesia es
la salvación última. Así pues, a pesar de los muchos cambios que ha sufrido en la historia la
práctica concreta de la misión de la Iglesia, ésta sigue siendo en todos los tiempos
“sacramento universal de salvación”, es decir, todos los hombres son llamados a ella y ella
es necesaria para salvarse.
No cabe duda de que la fe tiene un carácter personal y comunitario. Se trata, por tanto,
de articular ambas dimensiones de la fe. Insistir solamente en la dimensión eclesial de la fe
corre el peligro de ignorar un rasgo esencial de la misma; su dimensión personal. Es cierto
que la fe supone la Iglesia, ya que se confiesa dentro de la comunidad, pero en definitiva es
una opción personal, una respuesta libre a la revelación.
8
«El santo sínodo […]basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición enseña que esta iglesia peregrina es
necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único mediador y camino de salvación que se nos hace presente
en su Cuerpo, en la iglesia. Él, al incluir con palabras bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo,
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una
puerta. Por eso no podrían salvarse lo que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica
como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella» (LG 14).
9
«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón
e intentan con su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice
su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna» (LG 16).
24
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
el principio podría formularse más bien «solamente Cristo, actuando en la Iglesia, produce
la salvación. Pero su obrar, que produce la salvación, no se limita a la Iglesia». La frase
“fuera de la Iglesia no hay salvación”, significa sencillamente que la Iglesia es el sacramento
universal de salvación.
El catecismo señala que la Iglesia es apostólica por estar fundada sobre el cimiento de
los apóstoles en triple sentido:
a) Ellos son los testigos escogidos por el mismo Cristo y enviados por él en misión (cf.
Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; …). 25
b) Porque guarda y trasmite, con la ayuda del Espíritu Santo, las enseñanzas de los
apóstoles.
c) Porque sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los mismos apóstoles, gracias
a la acción de aquellos (los obispos) que son sus sucesores en el ministerio pastoral.
Los evangelios coinciden en afirmar que Jesucristo transmitió y confió a los apóstoles
la misión que había recibido de su Padre, es decir, les encargó predicar en su lugar el evangelio
a todos los pueblos. Esto significa que la Iglesia, cuyo fundamento es Jesucristo, está para
siempre cimentada sobre el fundamento de los apóstoles, puesto por el mismo Cristo, y ligada
para siempre a su testimonio (Mt 16,18). Únicamente puede ser Iglesia de Jesucristo si es
Iglesia apostólica y si, a través de los tiempos, conserva la identidad con sus orígenes.
25
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Nos puede servir el resumen que hace el catecismo como conclusión a este apartado10:
• La Iglesia es una pues tiene un Solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo
Bautismo y forma un único cuerpo vivificado por el Espíritu Santo.
• La Iglesia es santa pues Dios es su autor y Cristo su Esposo, que se entregó por ella 26
para santificarla. Por eso, aunque esté también formada por pecadores y necesitada
siempre de conversión y purificación, ella es Santa.
• La Iglesia es católica pues anuncia la totalidad de la fe, es decir, ella administra todos
los medios de la salvación, y es enviada a todos los pueblos siendo, por su propia
naturaleza, misionera.
• La Iglesia es apostólica pues esta edificada sobre el cimiento de los apóstoles, es
enviada como ellos a evangelizar. Es igualmente apostólica porque está dirigida y
santificada por los sucesores de estos mismos apóstoles (el Papa y el colegio de los
obispos).
TEMA 5
SERVICIOS Y MINISTERIOS EN LA IGLESIA
La carta magna del sacerdocio común de todos los bautizados se encuentra en la Carta
primera de Pedro: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida,
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un
edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables
a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión
una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido. Para vosotros,
pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores
desecharon como piedra angular, se ha convertido en piedra de tropiezo y roca de escándalo.
Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en
un tiempo no erais pueblo, y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo
compasión, pero ahora son compadecidos» (1Pe 2,5.9-10).
10
Cf. Catecismo, nn. 866-869. Concluye este resumen con una cita de LG 8 «La única iglesia de Cristo, de la
que confesamos en el Credo que es una santa, católica y apostólica […] subsiste en la iglesia católica, gobernada
por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de la estructura visible pueden
encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Catecismo, 870)
26
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Por el Bautismo se da entre los fieles una verdadera igualdad en cuanto a dignidad y
acción. Cada uno, según su propia condición, coopera en la edificación de la Iglesia que es el
Cuerpo de Cristo. Dice el Concilio Vaticano II «Hay en la Iglesia diversidad de ministerios,
pero unidad de misión: a.- A los apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de 27
enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. b.- Pero también los laicos,
participes de la función sacerdotal profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el
mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios» (AA 2).
El laico, pues, se diferencia del clérigo, no porque sean menos cristianos o cristianos
de segunda clase, sino porque tiene una misión distinta, no ministerial. «A los laicos
corresponde contribuir a la santificación del mundo desde dentro a modo de fermento», dice
LG 31. Con esto, el concilio también subraya fuertemente la corresponsabilidad y cooperación
en la Iglesia. El Papa Benedicto XVI en su intervención en la Asamblea eclesial de la diócesis
de Roma, el 26 de mayo de 2009, después de hablar de la necesidad de la formación adecuada
de los laicos, les invita a promover la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo
de Dios. Esto exige un cambio de mentalidad, decía el Papa, pasando de considerarlos
«colaboradores» del clero a reconocerlos realmente como «corresponsables» del ser y del
actuar de la Iglesia.
En los Hechos de los apóstoles se habla sobre todo de los presbíteros. Desde el
principio, pues, existió una gran diversidad de denominaciones ministeriales. Muy pronto
adquiere especial relevancia el ministerio de la predicación y del gobierno como continuación
de la actividad de los apóstoles. Son ellos los que garantizan la continuidad con el origen
apostólico, y los que deben promover la unidad de los creyentes. Hacia el año 110 se nos habla
de un triple ministerio: El obispo, los presbíteros como colaboradores del obispo, y los
diáconos, que aparte de determinadas funciones litúrgicas, desempeñan sobre todo el servicio
de la caridad.
Así pues, la plenitud del ministerio corresponde a los obispos que «por institución
divina han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia» (LG 20). Los presbíteros
participan del ministerio del obispo mediante la predicación, la administración de los
27
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Conviene una pregunta más para ir concluyendo este punto, a saber, ¿qué es la
colegialidad del ministerio? La palabra colegial se refiere a la exigencia de colaboración
mutua entre los que ejercen el ministerio en virtud del sacramento que han recibido. El Señor,
desde el comienzo de su actividad pública, instituyó a los “doce”. Elegidos juntos, también
fueron enviados juntos, y su unidad fraterna está al servicio de la comunión de todos los fieles.
Por esta razón, todo obispo ejerce su ministerio en el seno del Colegio Episcopal, y en
comunión con el Obispo de Roma, sucesor de San Pedro y Cabeza del Colegio. Y a su vez,
cada sacerdote tiene su ministerio dentro del presbiterio de una diócesis, bajo el gobierno de
un obispo (cf. LG nn. 22-28). Después del concilio se habló de “democratización de la
Iglesia”, pero conviene tener en cuenta que en la Iglesia no decide la opinión de la mayoría,
sino el Evangelio de Jesucristo.
Por otra parte, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial
el ser “personal”. Lo personal no queda diluido en lo comunitario o eclesial. Cada uno, siendo
miembro de la Iglesia, ha sido llamado personalmente para ser testigo personal. Cada uno es
personalmente responsable ante Cristo, que es quien le da la misión, y, por tanto, cada uno
actúa de modo personal «in persona Christi» a favor de las personas («Yo te bautizo en….»;«
yo te perdono…»)11.
11
Cf. Catecismo, nn. 876-881.
28
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
llamaba Simón, recibe de Jesús el nombre de Cefas, que corresponde al pedros griego y al
castellano piedra. En la antigüedad, el nombre no era simplemente un sonido vacío y
arbitrario; al contrario, expresaba la esencia y la función de la persona. Él es el que ha de
confirmar a los hermanos. Jesús resucitado confirma este encargo. En los relatos de la pascua,
Pedro aparece siempre como el primer testigo de la resurrección.
El pasaje más importante del NT sobre Pedro son las palabras de Jesús cerca de
Cesárea de Filipo, palabras que nos transmite el evangelio de San Mateo, como respuesta a la
confesión de Pedro de que Jesús era el Mesías: «Ahora te digo yo: Tu eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino
de los cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo» (Mt 10, 18-19). Tres cosas se dicen de Pedro en este testo: 29
2. El poder de las llaves significa el poder para administrar la casa de Dios, que
es la Iglesia.
Por consiguiente, no solo el papa tiene plena y suprema universal potestad sobre la
Iglesia; el Colegio de los obispos, junto con su Cabeza que es el Papa y nunca sin esta Cabeza,
también ejerce esta suprema potestad que se ejercita de modo solemne sobre todo en el
concilio ecuménico.
29
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
TEMA 6
MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA
Para los católicos la figura de María es inseparable de la figura de Cristo. Por su fe, y
por su unión a Jesucristo es la imagen visible del hombre ya redimido. Encarna de un modo
especial lo que significan Cristo y la Iglesia. Por eso el Catecismo afirma que después de
considerar el papel de la Virgen María en el misterio de Cristo y del Espíritu, conviene también
considerar su lugar en el misterio de la Iglesia (cf. 963-975). Conviene, pues, afirmar desde el
30
principio que el papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo
y deriva de esta unión.
La Virgen María, es parte esencial del Evangelio, este atestigua que María fue elegida
por Dios para ser Madre de su Hijo. De ahí que la Iglesia la reconozca como madre de Dios y
como madre nuestra. De esta idea bíblica de María, es de la que hay que partir; en ella debe
inspirarse constantemente la piedad hacia la virgen y la reflexión de la teología.
En esta historia María no es un instrumento pasivo, sino que Dios le va a pedir una
colaboración concreta, y le va a confiar una misión: ser la madre del Mesías, del Hijo de Dios
encarnado. La Virgen, con su aceptación, personifica la participación de toda la humanidad
en el plan de salvación. Esta colaboración se concreta en su obediencia a la Palabra que le
dirige el ángel. Esta obediencia es obediencia de fe, por eso es en primer lugar la mujer
creyente. Además, su fe es extraordinariamente fiel. En ningún momento de su vida mirará
atrás. Ciertamente que su camino no es solo el camino de quien lo tiene todo resuelto desde el
primer momento. Ella experimentó también la oscuridad y el dolor; pero es el camino de quien
se ha confiado a Dios y acepta todas las consecuencias de esta decisión.
30
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
de la humanidad del Hijo (solo del hombre Jesús), sino que la maternidad se refiere siempre
a una persona, y en este caso es una Persona divina: María es la Madre del Hijo de Dios hecho
hombre.
Ella va a vivir esta maternidad de un modo singular. Es consciente de que ese hijo suyo
no es solo para ella, sino que es un regalo de Dios para toda la humanidad. Tendrá la misión
de acogerle, acompañarle, educarle, etc. En los evangelios, María aparece a lo largo de toda
la vida de Jesús (cf. Mc 3,20-21; Lc 11,27-28; Jn 2,1-12). También ella recorre el camino de
la cruz. Con todo, perseverará en su obediencia inicial y se mantiene firme a los pies de la
cruz (cf. Jn 19, 25-27). Finalmente, la encontramos en medio de la primera comunidad en
oración, a la espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). La misión maternal de María no
se agota en el momento de la concepción y del nacimiento de Jesucristo, sino que es vivida 31
por ella a lo largo de todo el camino de Jesús entre nosotros.
El NT nos habla del nacimiento virginal de Jesús como de un prodigio realizado por
Dios. El problema frente a esta realidad consiste en si creemos realmente que Dios es Padre
todopoderoso o, más bien, lo excluimos; ¿lo humanamente improbable es también imposible
para Dios, o puede afirmarse que nada es imposible para Dios? (cf. Lc 1,37) La concepción
de Jesús es una acción que sobrepasa toda comprensión y posibilidad humana, y que
constituye una verdad de la fe de la Iglesia (cf. Catecismo, nn. 496-498).
1. En primer lugar, podemos afirmar que es una señal sensible de la nueva creación
obrada por Dios. El hombre es incapaz de procurarse a sí mismo la salvación. En una
situación en el que el hombre es impotente para salvarse, Dios, de modo maravilloso,
por el poder recreador de su Espíritu, suscitó un nuevo comienzo. La entrada del Hijo
de Dios en el mundo implica la entrada el Salvador, y Éste es un don de Dios para toda
la humanidad.
2. Por otra parte, la virginidad de María se encuentra íntimamente ligada con el hecho de
que ella es la madre de Dios. En efecto, el nacimiento virginal expresa con toda
claridad que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, tiene su origen exclusivamente en Dios
Padre. El nacimiento virginal es, por consiguiente, un signo de la verdadera filiación
divina de Jesús.
31
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
contrario, abarca toda su persona y existencia. La virginidad no es algo negativo, sino que
indica la pertenencia a Dios. Esta pertenencia nace del hecho de que María ha sido pensada
por Dios en orden a una misión, y toda su persona está al servicio de esta misión12.
Confesar a María como Madre de Dios es, en última instancia, confesar a Jesucristo
que es, en una sola persona, verdadero Dios y verdadero hombre. A la vez, es también Madre
nuestra. Ambos títulos los encontramos unidos en una oración que se remonta al año 300, y
que expresa con gran belleza que María, como madre de Dios, es también madre nuestra13.
Pero como Madre nuestra no tiene otra misión que llevarnos a Jesucristo. Por otra parte, LG
53 afirma que es madre de los miembros del Cuerpo de Cristo. Esto significa que cuida con
amor maternal de todos los cristianos que peregrinamos aún en esta tierra. Por ello «es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62). 32
Esta fe profunda en la intercesión de María pertenece al tesoro de la Iglesia, como nos muestra
el final del “Ave María”.
Ella es la «llena de gracia» (Lc 1,28) en un sentido absolutamente único, que deriva
de su posición singular en la historia de la salvación. Este «hágase en mí según tu palabra»
(Lc 1, 38) que ella pronuncia, no es solo fruto de su propio esfuerzo, sino que está posibilitado
y sostenido, de una manera especial, por la gracia de Dios. María, que con su «sí» hizo posible
la venida de la plenitud de la gracia (=Jesucristo), tiene que estar «llena de gracia».
12
Recientemente se han extendido opiniones contrarias a la Virginidad perpetua de la Virgen María, que se basan
en dos argumentaciones; una, en el hecho de que para Israel la virginidad era una idea extraña. No obstante, es
necesario afirmar que estamos ante un caso único y singular. La intervención de Dios en este momento decisivo
de la historia de la salvación tiene un carácter singular, y sobrepasa cualquier dato establecido. Por otra parte, se
argumenta hablando de las afirmaciones del NT sobre los hermanos de Jesús (cf. Mt 13,55). Hay que decir que
para el NT esta expresión indica a los parientes próximos.
13
«Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las suplicas que te dirigimos en
nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh virgen gloriosa y bendita!»
32
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Desde la eternidad Dios escogió a María para ser la madre de su Hijo (cf. Catecismo,
n. 488), No podemos imaginar la realidad y la misión de la Virgen María si la separamos de
Jesucristo. Por ello, el Papa Pio XII, como consecuencia de un largo camino de
profundización, definió el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a la
gloria celestial15. Si la Virgen ha permanecido unida a Cristo a largo de toda su vida, la Iglesia
cree que ya participa también plenamente de la salvación a la que todos estamos destinados
en Cristo.
¿Qué quiere decirnos este dogma? Que en la Virgen María se manifiesta con claridad
la esperanza a la que todos estamos llamados. La meta a la que todos estamos vocacionados,
se ha realizado anticipadamente en María como modelo de la humanidad redimida.
El Concilio Vaticano II, cuando se refiere a la relación de María con la Iglesia, dice
que la Virgen María «es saludada como miembro eminente y del todo singular de la Iglesia, y
como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor. La Iglesia católica, enseñada
por el Espíritu Santo, la honra como Madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (LG
53). Este texto alude a una triple relación de la Virgen con la Iglesia: ella es miembro, modelo
y Madre de toda la Iglesia16. Los tres aspectos son muy importantes:
14
La definición de Pio IX contiene estas palabras: «Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune a toda mancha de culpa original en el primer
instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios» (cf. DS 2803)
15
«Es dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso
de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (DS 3903).
16
El papa Pablo VI, en el discurso de clausura del tercer periodo de sesiones del Concilio (21-11-1964), declaró
a María como Madre de la Iglesia. «Para gloria de la Virgen María y consuelo nuestro, declaramos a María
33
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Lumen Gentium afirma que la Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia
con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima
Virgen con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes
en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque del todo singular, es
esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al
Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (LG 66).
santísima “Madre de la iglesia”, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto fieles como pastores, que la llaman
“Madre amantísima”, y decretamos que, con este dulcísimo nombre, ya desde ahora, todo el pueblo cristiano
honre e invoque a la Madre de Dios»
17
«Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente
amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la
gracia» (LG 61). Esta maternidad de María perdura siempre y continúa dándonos con su intercesión los dones
de la salvación. «Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro, Mediadora» (LG 62). La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye
o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia, ya que brota de la sobreabundancia
de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia.
34
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
TEMA 7
MISIÓN Y SINODALIDAD:
UN CAMINO DE COMUNIÓN Y DIÁLOGO CON EL MUNDO
35
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
36
«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
conviene recordar la iluminadora figura del Cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, quien en
una notable intervención insistía en el tema de la Iglesia de los pobres. Señalaba que esta
opción por los pobres es la que da sentido a los otros dos objetivos del Concilio Vaticano II.
Decía así: “Esta es la hora de los pobres, de los millones de pobres que están en la tierra, esta
es la hora del misterio de Cristo sobre todo en el pobre. Por consiguiente, la más profunda
exigencia de nuestro tiempo, incluyendo nuestra gran esperanza de promover la unidad de los
cristianos, no sería satisfecha, sería eludida más bien, si el problema de la evangelización de
los pobres de nuestro tiempo fuese tratado en el Concilio como un tema que se añade a otros.
En efecto no se trata de un tema cualquiera, sino en cierto sentido el único tema de todo el
Vaticano II”. El Papa Francisco cita con frecuencia este pensamiento del diacono san Lorenzo:
“Los pobres son el tesoro de la Iglesia y si no los cuidamos seremos una Iglesia tibia y 37
mediocre”. El Papa quiere que salgamos a las periferias existenciales, en donde los pobres son
los más importantes. Y como en el Concilio desea que la misericordia sea la viga maestra que
sostiene la Iglesia. La Iglesia será actual en este mundo en cambio en tanto en cuanto luche
por visibilizar a los descartados de nuestra sociedad.
B. RENOVACIÓN Y CREATIVIDAD POR UNA IGLESIA EN MISIÓN
En el primer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó su exhortación apostólica
Evangelii Gaudium (2013), un documento de teología pastoral o práctica. En ella expresaba
la necesidad de anunciar el evangelio en el mundo actual de manera novedosa y creativa,
exhortando a los creyentes a iniciar una nueva etapa de evangelización. El papa Francisco pide
que pongamos todo al servicio de una misión: llegar a la vida de cada ser humano con el
anuncio central del Evangelio. Para logarlo, tenemos que “repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33).
1. Las raíces de «una Iglesia en estado de misión». En el famoso radiomensaje del 11 de
septiembre de 1962, justo un mes antes de la apertura del Concilio, encontramos en estado de
germen esa orientación característica de apertura al mundo del Vaticano II: «La Iglesia desea
ser buscada tal como ella es, en su estructura íntima, en su vitalidad ad intra, presentando a
sus propios hijos, ante todo, los tesoros de fe esclarecedora y de gracia santificante. Pero
queremos considerar también a la Iglesia en relación con su vitalidad ad extra». Y poco
después puntualizaba Juan XXIII: «El mundo tiene necesidad de Cristo, y es la Iglesia quien
tiene que transmitirle a Cristo al mundo. El mundo tiene sus problemas. Muchas veces busca
con angustia una solución [...]. Estos problemas tan graves siempre han estado en el corazón
de la Iglesia. Los ha hecho objeto de un estudio atento, y el concilio ecuménico podrá ofrecer,
en un lenguaje claro, las soluciones que reclaman la dignidad del hombre y su vocación
cristiana». El Concilio representa el intento de dar respuesta, con «nueva energía», al encargo
recibido de Cristo según las palabras de Mt 28, 19-20: Id al mundo entero y anunciad el
Evangelio. El mandato misionero del Señor es así el punto de partida de la obra conciliar. La
intuición de fondo era muy sencilla: el trabajo conciliar se debía organizar en torno a este
doble eje: Iglesia ad intra e Iglesia ad extra, es decir, la Iglesia que se mira a sí misma y la
Iglesia vuelta hacia el mundo para hacerse cargo de los problemas que tiene planteados la
humanidad.
2. «Una Iglesia en salida»: la eclesiología pastoral del Papa Francisco ¿Qué significa la
cláusula «una Iglesia en salida»? ¿De dónde procede? ¿Cuál es su alcance teológico en la
eclesiología pastoral del Papa? ¿Hacia dónde quiere llevar a la Iglesia? El programa de
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
Francisco se puede condensar en esta frase: «Sueño con una opción misionera capaz de
transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización» (EG 27). En
relación directa con el sínodo sobre la nueva evangelización, este proyecto se sitúa a la zaga
de la huella del Vaticano II y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI. Sobre
estos pilares fundamentales se eleva el desafío de «una Iglesia en salida», cuya clave es la
«conversión misionera para la reforma de la Iglesia».
• «Conversión misionera para la reforma de la Iglesia»
El capítulo primero de la exhortación, «la transformación misionera de la Iglesia», arranca del
mismo impulso que vio nacer el Vaticano II, el mandato misionero de Jesús (EG 19): «Id y 38
haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-
20). «Hoy, en este “id” de Jesús —escribe Francisco— están presentes los escenarios y los
desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a
esta nueva “salida” misionera» (EG 20). En segundo lugar, Francisco conecta esta salida
misionera con una «pastoral en conversión». De ahí que la exhortación acuda explícitamente
al pasaje del decreto sobre el ecumenismo que habla de una reforma permanente de la Iglesia
por fidelidad a Jesucristo (UR 6): «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en
el aumento de la fidelidad a su vocación (…) Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una
perenne reforma».
• «La Iglesia existe para evangelizar»
En este documento, como ya hemos indicado, «Jesús es el primero y el más grande
evangelizador» (EG 12), y la evangelización adquiere esa dimensión integral que asocia el
anuncio del Evangelio con la promoción humana, es decir, la dedicación a los pobres y a su
liberación. El Papa pone de manifiesto su preocupación por poner a la Iglesia en salida
misionera, por redescubrir la vocación misionera de la Iglesia, la necesidad de volver a poner
a la Iglesia en salida. Es lo que Juan Pablo II había dicho en Redemptoris missio, donde
recordó que el anuncio del Evangelio a los que están alejados “es la tarea primordial de la
Iglesia” (RM 34), que la actividad misionera es “el mayor desafío para la Iglesia” (RM 34) y
que “la causa misionera debe ser la primera” (RM 86). Es así que «la Iglesia hace la misión y
la misión hace la Iglesia», por lo que la actividad misionera debe generar una nueva forma de
comunidad eclesial más creíble y más evangélica. La exhortación apostólica del papa
Francisco prolonga consecuentemente esta línea de pensamiento poniendo la misión en el
corazón de la Iglesia: «para permanecer fieles hay que salir». Por ello, la actividad pastoral se
recoloca en el terreno de la conversión, de la reforma permanente de la Iglesia, porque «la
Iglesia se reforma si se centra en la misión».
3. La comunidad evangelizadora, paradigma de la actividad pastoral. El modelo de ese
éxodo o salida nos lo ofrecen Abrahán, Moisés, Jeremías (EG 20); pero de manera eminente
el mismo Señor: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque
para esto he salido» (Mc 1,38; citado en EG 21). En fidelidad al Maestro, «es vital que hoy la
Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin
demoras, sin asco y sin miedo» (EG 23). Para dar nombre a esa Iglesia en salida Francisco
utiliza la noción «comunidad evangelizadora», que describe con cinco acciones verbales: «La
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«La Iglesia, los sacramentos y la moral»
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