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I. Ministerio y ministros en el NT
Después del CVII se utiliza la SE con otra actitud en Teología: no solo un
versículo o algunos para justificar o defender, sino dentro de una visión exegética
amplia y profunda. Se pretende alcanza, lo más posible, el origen y la naturaleza del
Ministerio cristiano.
La exégesis buscó, con buenos resultados, reconstruir la naturaleza de los
Ministerios singularmente considerados, insertos, de todos modos, en el Ministerio
apostólico y sus recíprocas relaciones. Resultó una sustancial convergencia sobre tres
aspectos: la terminología del NT no contempla, para indicar a los Ministros cristianos,
la aplicación directa del lenguaje sacerdotal; para indicar los oficios cristianos, los
autores eligen términos de origen laico que, generalmente, expresan una relación con la
Comunidad: anciano, supervisor, siervo, profeta, maestro, etc.; todos los oficios
eclesiales, están en la línea de la diaconía.
No es, por lo tanto, la categoría de sacerdocio la que constituye la base
neotestamentaria de los Ministerios. Es otra, diversificada, según las diversas
concepciones y praxis eclesiológicas reflejadas en el NT. El denominador común es la
diaconía. Será, en todo caso, al interno de la diaconía que se coloca el valor sacerdotal.
1
Sigue siendo siempre aconsejable A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos y nuevo sacerdote según el Nuevo
Testamento, de original francés 1980. Fue precedido por un comentario a Heb. del mismo autor, Our
Priest is Christ, Roma 1977.
potentes. En época de Jesús, presidía el sanedrín, y una vez al año podía entrar el Santo
de los Santos para el sacrificio del Gran Día de la expiación.
La función de bendecir, compartida primero con el padre de familia (Gn 27,4.48;
48,15; 49,28) y con el rey (2Sam 6,18; 1Re 8,14) fue asumida por los sacerdotes con
una valencia de carácter también social. Invocaba el nombre de Yahveh sobre los hijos
de Israel, asegurando fecundidad, felicidad y paz (Nm 6,22-27). La función de custodia
del santuario, se encuentra en Nm 3,38; 2Re 23,8-9; 2Cro 31,2. Después del exilio, al
interno del culto sacerdotal se efectuaba en el Templo de Jerusalén, donde se turnaban
las diferentes clases de levitas y sacerdotes (1Cro 24,7-8; 2Cro 31,2; Lc 1,8).
En la variedad de tareas sacerdotales, la fundamental era la mediación. Es
misión esencial hacer de puente entre el mundo profano del pueblo y el sagrado de la
divinidad. La separación entre lo sagrado y lo profano está a la base de la antigua
institución sacerdotal. Desde ahí se comprende el concepto central del AT de la
santidad de Dios. Él, siendo tan santo, para entrar en relación con Él, es necesario ser
santo, pasar del nivel profano de la existencia ordinaria, al nivel sagrado de la realidad
divina. El paso se da mediante un sistema de ritos de purificación. Al interno de los
pueblos de la tierra, Israel es Pueblo separado, elegido. La tribu de Leví, la familia de
Arón, es separada por los ritos sacrificiales, y constituyen una casta sacerdotal de tipo
hereditario. Al interno de esa familia, uno era elegido como sumo sacerdote, al que
corresponde el acto más elevado del culto, el encuentro con Dios. Tenía, sin embargo,
para acceder al lugar sagrado y ofrecer sacrificios, que cumplir una serie de ritos para
distanciarse del mundo terreno y acercarse al celeste: baño, unción, ritual. Así realiza la
mediación (ascendente) y transmite los beneficios que Dios concede al Pueblo
(descendente). La mediación es fecunda si se cumple escrupulosamente todas las reglas
de pureza.
No se puede olvidar que, en todas las culturas y épocas antiguas, se documenta
la existencia de una suerte de sacerdocio, con tareas más o menos similares. Con
característica siempre de mediación entre la esfera divina y la humana.
b. La novedad del sacerdocio cristiano: La institución sacerdotal antigua es
releída por el cristianismo en términos críticos. Es verdad, en efecto, que, sobre los
simples sacerdotes hebreos, el NT no elabora oposición de principio. Reconoce, más
bien, su competencia (Lc 1,8-9; Mc 1,44; Hch 6,7). Es también verdad, sin embargo,
que, hacia las autoridades sacerdotales, la oposición es clara. Son los sumos sacerdotes
que, junto con los escribas, decretaron la muerte de Jesús (Mt 16,21.20.18; 26,62-66; Jn
11,49-50; 18,35; 19,6) y persiguen la Comunidad cristiana naciente (Hch 4,6; 5,17-18;
9,1-2).
La distancia se expresa con mayor claridad, en el hecho de que nunca se
atribuyen a Jesús títulos sacerdotales. Ni la Persona, ni su Ministerio, ni su muerte,
corresponden al concepto antiguo de sacerdocio. No pertenece a la tribu de Leví sino de
Judá. No era, por lo tanto, sacerdote de la Ley mosaica. Nunca durante su vida pretendió
ser kohen ni ejercitar función sacerdotal. Su Ministerio no fue de género sacerdotal, sino
profético. Asumió la actitud crítica de los profetas hacia el formalismo religioso de la
casta sacerdotal (Mt 9,10-13; 12, 1-13; 15,1-20; Jn 5,16-18). Su muerte, no tenía nada
de sacerdotal. No murió en ambiente sagrado, sino fuera de la ciudad santa, fue a causa
de una pena legal, la ejecución de una condena infamante. No fue un acto de
santificación ritual, más bien al contrario, un acto de execración, que hacía de Él una
maldición (Gal 3,13; Deut 21,22 ss).
El NT, no obstante, deja una pista que fue, después, desarrollada de manera
original, por Heb. Interpreta la muerte de Jesús en términos sacrificiales. Vincula la
última cena con la sangre y la alianza, con una directa referencia al sacrificio de la
alianza de Ex 24,6-8. La fecha misma de la muerte, muestra un vínculo con la
inmolación del cordero pascual (Mt 28,2; Jn 18,28; 19,4). Pablo, luego, profundiza esta
línea, cuando afirma que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1Cor 5,7), que Jesús fue
puesto por Dios como propiciación en su propia sangre (Rm 3,25), y que Cristo se dio a
sí mismo por nosotros “ofreciéndose a Dios en sacrificio de suave fragancia” (Ef 5,2).
El NT, entonces, identifica a Cristo con la víctima pura del sacrificio, realización
suprema y única de los sacrificios con los cuales el Pueblo antiguo buscaba la comunión
con Dios.
La vinculación entre Cristo víctima y Cristo sacerdote representa el aporte más
destacado que ofrece Heb a la Teología. Deja en evidencia que Cristo no fue solo
víctima sacrificial, sino también sacerdote, más aún, sumo sacerdote, que conserva esta
posición por y para siempre. Heb, sin embargo, tiene que resolver dos dificultades para
aplicar la noción de sacerdote a Cristo: sobre el origen del sacerdocio de Cristo; y, la
más relevante, sobre la naturaleza de ese sacerdocio.
No proviene de la tribu de Leví, dentro de la que se transmitía el sacerdocio en
línea hereditaria (Heb 7,14; 8,4). Se trata de un sacerdocio conferido por Dios mismo,
sin mediaciones; inscripto en el orden de Melquisedec; es decir, como inicio absoluto y
con rasgos reales (Heb 5,4-5; 7,1-3.15-17; Sal 110,4; Heb 7; 8,4; 9,6; 10,11.21). La
naturaleza del sacerdocio de Cristo es nueva. Era radicalmente impotente el sacerdocio
antiguo de Aarón para reconciliar a los hombres con Dios, mediante muchos sacerdotes
y sacrificios. El de Jesús es único y sumo, cuyo único sacrificio por los pecados basta
para dar a la humanidad libre acceso al trono de la gracia. Cristo es sacerdote único y
eterno, porque cumple perfectamente y definitivamente con el sacrificio personal la
mediación que solo imperfectamente y temporalmente lograba el antiguo. Es el
mediador sacerdotal ascendente, central y descendente.
Hay entonces un elemento de continuidad y de discontinuidad con el AT. Por un
lado, se mantiene la noción de sacerdocio como mediación. Por otro lado, se carga de un
nuevo contenido, porque la mediación de Cristo realiza no en términos rituales sino
personales, no distanciándose de los hombres, sino mediante la asimilación a ellos (Heb
2,17). El punto culmen es la Pascua pasando por la cruz. Esa es la consagración
sacerdotal de Cristo, realización plena de la mediación, perfecta obediencia al Padre
(Heb 5,8-9; 10,4-10). Y también la perfecta asimilación a los hermanos (Heb 2,4-18).
La pasión pascual es el verdadero sacrificio, el único. Eficaz. Único y verdadero
mediador.
De este modo, queda abolida la separación entre lo sagrado y lo profano, que
comportaba, a su vez, una doble separación entre culto y vida, porque en Cristo el culto
se identificó con la vida; y también entre sacerdocio y pueblo, porque en Cristo cada
uno tiene libre acceso a Dios. El sacerdocio, entonces, que resulta, es una consagración
que se comunica a todos los creyentes, insertos en Cristo. Y pueden, así, ofrecer
sacrificio agradable a Dios.
Se identifica entonces culto y vida. El misterio pascual que estructura el culto
cristiano, confiere una gran novedad. El ofrecimiento que Jesús hace de Sí mismo al
Padre (cruz) es la respuesta que el Padre acepta. Entrega su propia existencia obediente.
Todo culto cristiano, encuentra su fundamento en este misterio pascual; y, por lo tanto,
en la lógica de la oferta existencial. Como fue para Jesús, así también para el cristiano:
toda la vida, el cuerpo y la sangre, que es materia de sacrificio (Rm 12, 1-2). El
elemento existencial no elimina, sin embargo, el ritual. En el NT se habla del Bautismo
y de la Cena del Señor. El sentido del rito, sin embargo, es hacer que los cristianos
participen de la vida de Cristo muerto y resucitado, para que su vida misma sea vida
entrega al Padre. Primado de la vida sobre el rito.
Para Heb, la vida misma de los creyentes que, en Cristo, viven una existencia de
comunión con Dios y con todos los hombres. Es una existencia sacerdotal (Heb 13,15-
16). Unidos en Cristo, los cristianos participan del sacerdocio de Cristo. El título de
sacerdote, no obstante, queda reservado en Heb solo para Cristo.
En 1Ped y Ap solamente se afirma formalmente el sacerdocio de los bautizados,
desde la base de Ex 19,6, donde se relaciona el sacerdocio con la realeza. 1Ped lo dice
claramente (1Ped 2,5.9). Cualifica a la Iglesia como organismo sacerdotal (hieráteuma).
Cita Ex 19,6 no desde el texto hebreo sino de los LXX, dejando el nombre colectivo de
organismo sacerdotal. El texto, de esta manera, traspone los atributos de la salvación y
dignidad de Israel a la Comunidad étnico-cristiana. No se trata, entonces, de un
sacerdocio de cada uno singularmente, en modo individual, sino de un sacerdocio
poseído por todos juntos de modo orgánico.
Ap retoma, en cambio, el texto hebreo de Ex 19,6, hablando de los bautizados y
de los salvados como de “un reino de sacerdotes” (1,6; 5,10) y de los mártires como
“sacerdotes de Dios y del Cristo”, que reinarán con Él por miles de años (20,6). La
vinculación entre la dimensión sacerdotal y la real del entero Pueblo de Dios tiene en
Ap una precisa finalidad. En circunstancias difíciles, que ponían a los cristianos en
situación de víctimas y condenados, Juan los invita a reconocer ardientemente que,
gracias a la sangre de Cristo, son en realidad, sacerdotes y reyes que gozan de una
relación privilegiada con Dios. Y, que esta relación ejercita una acción determinante en
la historia del mundo.