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Ministerio Ordenado

Es uno de los temas siempre delicados y exigentes de la Teología dogmática. En


el post CT, estuvo todo sereno. El debate post CVII, puso en discusión no un aspecto u
otro del MO, sino su misma razón de ser. El problema de fondo fue, la existencia y
naturaleza del sacramento del Orden. Nace y se acentúa, la así llamada crisis de
identidad.
La discusión, por lo tanto, no se detuvo en cuestiones secundarias, sino que se
concentró en los fundamentos mismos del MO, polarizándose en torno a dos referencias
esenciales de la Teología del MO: el cristológico y el eclesiológico. La primera, originó
la tendencia sacral o cristomonista; la segunda, la democrática o eclesiomonista. En la
primera, la Teología del MO se deduce directamente del sacerdocio de Cristo; en la
segunda, de la dimensión carismática de la Iglesia. La primera, tiende a concentrar la
reflexión en la relación con Cristo sin tener en cuenta a la Iglesia; la segunda, al revés.
Entre esos dos binarios, se mueve la Teología actual del MO. Son pocos los que
logran la buena síntesis de una Teología equilibrada. Las consecuencias pastorales y
espirituales son significativas.

I. Ministerio y ministros en el NT
Después del CVII se utiliza la SE con otra actitud en Teología: no solo un
versículo o algunos para justificar o defender, sino dentro de una visión exegética
amplia y profunda. Se pretende alcanza, lo más posible, el origen y la naturaleza del
Ministerio cristiano.
La exégesis buscó, con buenos resultados, reconstruir la naturaleza de los
Ministerios singularmente considerados, insertos, de todos modos, en el Ministerio
apostólico y sus recíprocas relaciones. Resultó una sustancial convergencia sobre tres
aspectos: la terminología del NT no contempla, para indicar a los Ministros cristianos,
la aplicación directa del lenguaje sacerdotal; para indicar los oficios cristianos, los
autores eligen términos de origen laico que, generalmente, expresan una relación con la
Comunidad: anciano, supervisor, siervo, profeta, maestro, etc.; todos los oficios
eclesiales, están en la línea de la diaconía.
No es, por lo tanto, la categoría de sacerdocio la que constituye la base
neotestamentaria de los Ministerios. Es otra, diversificada, según las diversas
concepciones y praxis eclesiológicas reflejadas en el NT. El denominador común es la
diaconía. Será, en todo caso, al interno de la diaconía que se coloca el valor sacerdotal.

I.1 Un punto inadecuado de unión: el sacerdocio


La cuestión de la legitimidad de atribuir directamente el sacerdocio a los
Ministros cristianos, generó disputas, debates y toma de posiciones. No es cuestión
secundaria en la reflexión sobre el MO. Está en juego, nada más y nada menos, que la
novedad del sacerdocio de Cristo y del culto cristiano. Es un aspecto delicado, también,
en el diálogo ecuménico y en debate católico interno. Se vincula inmediatamente, con
mucha frecuencia, el Ministerio y el apostolado cristiano con el sacerdocio de Cristo sin
adecuada consideración de la Iglesia como Pueblo sacerdotal. Se lo expresa, más o
menos de esta manera: “para determinar la esencia del sacerdocio ministerial es
fundamental la consideración de Cristo sacerdote (o pastor)”. Y el sacerdocio entendido
como mediación, que el CVII procuró deliberadamente evitar.
No existe, no se puede ignorar, algún pasaje del NT que indique directamente a
los Ministros cristianos como sacerdotes, o su tarea como sacerdocio.

I.1.1 Datos neotestamentarios sobre el sacerdocio1


En el NT, el vocabulario estrictamente sacerdotal está referido a dos realidades
diversas: la institución sacerdotal antigua que comprendía a los sacerdotes paganos y
judíos, y al cumplimiento cristiano del sacerdocio, comprendiendo a Cristo y a los
bautizados.
a. La Institución sacerdotal antigua: El NT, mencionando a la antigua
institución sacerdotal, con los términos hieréus, hieráteuma y similares, se refiere casi
siempre al sacerdocio hebreo. La excepción es Hch 14,13 que habla de un sacerdote
griego, el sacerdote de Zeus, que en Listra quería ofrecer un sacrificio a Pablo y
Bernabé como a seres divinos. Sacerdocio hebreo y griego, eran considerados desde la
misma lógica: la mediación entre lo humano y lo divino. Las más antiguas funciones del
sacerdote griego, para Homero, era el mántis. O sea, la adivinación o videncia. Hombre
de particular capacidad para percibir las cosas divinas. Mediador de las cosas divinas.
En Platón y Aristóteles, el sacerdote mantiene su función mediadora, pero la ejercita de
manera más específica ofreciendo sacrificios y oraciones. Era función de uno, por
elección, pagado, temporal o por vía hereditaria. En época de estoicos y cínicos, se usa
como metáfora referida al verdadero filósofo. El sacerdote-filósofo es el que penetra la
naturaleza divina. Para Filón, el sacerdote es símbolo del Logos. Se destacan de las
pasiones, y constituyen como una estirpe.
El hebreo kohen, de etimología incierta, traducido por el griego hieréus en los
LXX, mantiene una sustancial continuidad entre la institución sacerdotal griega y la
judaica. La institución hebrea, por muchos siglos se caracterizó por una multiplicidad de
tareas, no fácilmente identificables en un perfil unitario. De la función oracular a la
didáctica, de la conducción del culto sacrificial al control de la pureza ritual, de la
bendición a la custodia del Templo.
La función oracular, la más antigua de todas, lo evidencia Deut 33,8; 1Sam
14,41; 23,9; 30,7. El sacerdote/levita era el que pronunciaba oráculos, similar al mántis
de los griegos. La función didáctica aparece en Deut 31,9; 33,9-10; Ag 2,11-14; Zac
7,3; Mal 2,7, es de enseñanza, acompañada, a veces, por competencia jurídica como en
Deut 21,1-9 y Nm 5,11-33. Fue luego absorbida por la de los doctores de la Ley o
escribas. Sobre la función sacrificial habla Deut 33,10 y Lev 1-7. La tarea de ofrecer
sacrificios, en el origen era ejercida por el jefe de la familia. Después, poco a poco,
viene reservada a la clase sacerdotal y, con la centralización del Templo por obra de
Josías (622 aC) adquiere un rol determinante en la espiritualidad hebrea. En Lev 21
aparece una compleja serie de condiciones referida a la pureza ritual requerida para los
sacerdotes y para el sumo sacerdote. Verificaban la pureza de los asistentes al culto
(15,31; 13-14). El “sumo sacerdote”, hakkohen haggadol, traducido en los LXX
literalmente con ȋερεύς, y cinco veces con ἀρꭓȋερεύς, tiene una historia compleja en el
judaísmo. Su función, de hecho, resulta continuamente mezclada con la de los
gobernantes, a veces pacífica otras veces no. Era oficio tomado entre las familias

1
Sigue siendo siempre aconsejable A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos y nuevo sacerdote según el Nuevo
Testamento, de original francés 1980. Fue precedido por un comentario a Heb. del mismo autor, Our
Priest is Christ, Roma 1977.
potentes. En época de Jesús, presidía el sanedrín, y una vez al año podía entrar el Santo
de los Santos para el sacrificio del Gran Día de la expiación.
La función de bendecir, compartida primero con el padre de familia (Gn 27,4.48;
48,15; 49,28) y con el rey (2Sam 6,18; 1Re 8,14) fue asumida por los sacerdotes con
una valencia de carácter también social. Invocaba el nombre de Yahveh sobre los hijos
de Israel, asegurando fecundidad, felicidad y paz (Nm 6,22-27). La función de custodia
del santuario, se encuentra en Nm 3,38; 2Re 23,8-9; 2Cro 31,2. Después del exilio, al
interno del culto sacerdotal se efectuaba en el Templo de Jerusalén, donde se turnaban
las diferentes clases de levitas y sacerdotes (1Cro 24,7-8; 2Cro 31,2; Lc 1,8).
En la variedad de tareas sacerdotales, la fundamental era la mediación. Es
misión esencial hacer de puente entre el mundo profano del pueblo y el sagrado de la
divinidad. La separación entre lo sagrado y lo profano está a la base de la antigua
institución sacerdotal. Desde ahí se comprende el concepto central del AT de la
santidad de Dios. Él, siendo tan santo, para entrar en relación con Él, es necesario ser
santo, pasar del nivel profano de la existencia ordinaria, al nivel sagrado de la realidad
divina. El paso se da mediante un sistema de ritos de purificación. Al interno de los
pueblos de la tierra, Israel es Pueblo separado, elegido. La tribu de Leví, la familia de
Arón, es separada por los ritos sacrificiales, y constituyen una casta sacerdotal de tipo
hereditario. Al interno de esa familia, uno era elegido como sumo sacerdote, al que
corresponde el acto más elevado del culto, el encuentro con Dios. Tenía, sin embargo,
para acceder al lugar sagrado y ofrecer sacrificios, que cumplir una serie de ritos para
distanciarse del mundo terreno y acercarse al celeste: baño, unción, ritual. Así realiza la
mediación (ascendente) y transmite los beneficios que Dios concede al Pueblo
(descendente). La mediación es fecunda si se cumple escrupulosamente todas las reglas
de pureza.
No se puede olvidar que, en todas las culturas y épocas antiguas, se documenta
la existencia de una suerte de sacerdocio, con tareas más o menos similares. Con
característica siempre de mediación entre la esfera divina y la humana.
b. La novedad del sacerdocio cristiano: La institución sacerdotal antigua es
releída por el cristianismo en términos críticos. Es verdad, en efecto, que, sobre los
simples sacerdotes hebreos, el NT no elabora oposición de principio. Reconoce, más
bien, su competencia (Lc 1,8-9; Mc 1,44; Hch 6,7). Es también verdad, sin embargo,
que, hacia las autoridades sacerdotales, la oposición es clara. Son los sumos sacerdotes
que, junto con los escribas, decretaron la muerte de Jesús (Mt 16,21.20.18; 26,62-66; Jn
11,49-50; 18,35; 19,6) y persiguen la Comunidad cristiana naciente (Hch 4,6; 5,17-18;
9,1-2).
La distancia se expresa con mayor claridad, en el hecho de que nunca se
atribuyen a Jesús títulos sacerdotales. Ni la Persona, ni su Ministerio, ni su muerte,
corresponden al concepto antiguo de sacerdocio. No pertenece a la tribu de Leví sino de
Judá. No era, por lo tanto, sacerdote de la Ley mosaica. Nunca durante su vida pretendió
ser kohen ni ejercitar función sacerdotal. Su Ministerio no fue de género sacerdotal, sino
profético. Asumió la actitud crítica de los profetas hacia el formalismo religioso de la
casta sacerdotal (Mt 9,10-13; 12, 1-13; 15,1-20; Jn 5,16-18). Su muerte, no tenía nada
de sacerdotal. No murió en ambiente sagrado, sino fuera de la ciudad santa, fue a causa
de una pena legal, la ejecución de una condena infamante. No fue un acto de
santificación ritual, más bien al contrario, un acto de execración, que hacía de Él una
maldición (Gal 3,13; Deut 21,22 ss).
El NT, no obstante, deja una pista que fue, después, desarrollada de manera
original, por Heb. Interpreta la muerte de Jesús en términos sacrificiales. Vincula la
última cena con la sangre y la alianza, con una directa referencia al sacrificio de la
alianza de Ex 24,6-8. La fecha misma de la muerte, muestra un vínculo con la
inmolación del cordero pascual (Mt 28,2; Jn 18,28; 19,4). Pablo, luego, profundiza esta
línea, cuando afirma que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1Cor 5,7), que Jesús fue
puesto por Dios como propiciación en su propia sangre (Rm 3,25), y que Cristo se dio a
sí mismo por nosotros “ofreciéndose a Dios en sacrificio de suave fragancia” (Ef 5,2).
El NT, entonces, identifica a Cristo con la víctima pura del sacrificio, realización
suprema y única de los sacrificios con los cuales el Pueblo antiguo buscaba la comunión
con Dios.
La vinculación entre Cristo víctima y Cristo sacerdote representa el aporte más
destacado que ofrece Heb a la Teología. Deja en evidencia que Cristo no fue solo
víctima sacrificial, sino también sacerdote, más aún, sumo sacerdote, que conserva esta
posición por y para siempre. Heb, sin embargo, tiene que resolver dos dificultades para
aplicar la noción de sacerdote a Cristo: sobre el origen del sacerdocio de Cristo; y, la
más relevante, sobre la naturaleza de ese sacerdocio.
No proviene de la tribu de Leví, dentro de la que se transmitía el sacerdocio en
línea hereditaria (Heb 7,14; 8,4). Se trata de un sacerdocio conferido por Dios mismo,
sin mediaciones; inscripto en el orden de Melquisedec; es decir, como inicio absoluto y
con rasgos reales (Heb 5,4-5; 7,1-3.15-17; Sal 110,4; Heb 7; 8,4; 9,6; 10,11.21). La
naturaleza del sacerdocio de Cristo es nueva. Era radicalmente impotente el sacerdocio
antiguo de Aarón para reconciliar a los hombres con Dios, mediante muchos sacerdotes
y sacrificios. El de Jesús es único y sumo, cuyo único sacrificio por los pecados basta
para dar a la humanidad libre acceso al trono de la gracia. Cristo es sacerdote único y
eterno, porque cumple perfectamente y definitivamente con el sacrificio personal la
mediación que solo imperfectamente y temporalmente lograba el antiguo. Es el
mediador sacerdotal ascendente, central y descendente.
Hay entonces un elemento de continuidad y de discontinuidad con el AT. Por un
lado, se mantiene la noción de sacerdocio como mediación. Por otro lado, se carga de un
nuevo contenido, porque la mediación de Cristo realiza no en términos rituales sino
personales, no distanciándose de los hombres, sino mediante la asimilación a ellos (Heb
2,17). El punto culmen es la Pascua pasando por la cruz. Esa es la consagración
sacerdotal de Cristo, realización plena de la mediación, perfecta obediencia al Padre
(Heb 5,8-9; 10,4-10). Y también la perfecta asimilación a los hermanos (Heb 2,4-18).
La pasión pascual es el verdadero sacrificio, el único. Eficaz. Único y verdadero
mediador.
De este modo, queda abolida la separación entre lo sagrado y lo profano, que
comportaba, a su vez, una doble separación entre culto y vida, porque en Cristo el culto
se identificó con la vida; y también entre sacerdocio y pueblo, porque en Cristo cada
uno tiene libre acceso a Dios. El sacerdocio, entonces, que resulta, es una consagración
que se comunica a todos los creyentes, insertos en Cristo. Y pueden, así, ofrecer
sacrificio agradable a Dios.
Se identifica entonces culto y vida. El misterio pascual que estructura el culto
cristiano, confiere una gran novedad. El ofrecimiento que Jesús hace de Sí mismo al
Padre (cruz) es la respuesta que el Padre acepta. Entrega su propia existencia obediente.
Todo culto cristiano, encuentra su fundamento en este misterio pascual; y, por lo tanto,
en la lógica de la oferta existencial. Como fue para Jesús, así también para el cristiano:
toda la vida, el cuerpo y la sangre, que es materia de sacrificio (Rm 12, 1-2). El
elemento existencial no elimina, sin embargo, el ritual. En el NT se habla del Bautismo
y de la Cena del Señor. El sentido del rito, sin embargo, es hacer que los cristianos
participen de la vida de Cristo muerto y resucitado, para que su vida misma sea vida
entrega al Padre. Primado de la vida sobre el rito.
Para Heb, la vida misma de los creyentes que, en Cristo, viven una existencia de
comunión con Dios y con todos los hombres. Es una existencia sacerdotal (Heb 13,15-
16). Unidos en Cristo, los cristianos participan del sacerdocio de Cristo. El título de
sacerdote, no obstante, queda reservado en Heb solo para Cristo.
En 1Ped y Ap solamente se afirma formalmente el sacerdocio de los bautizados,
desde la base de Ex 19,6, donde se relaciona el sacerdocio con la realeza. 1Ped lo dice
claramente (1Ped 2,5.9). Cualifica a la Iglesia como organismo sacerdotal (hieráteuma).
Cita Ex 19,6 no desde el texto hebreo sino de los LXX, dejando el nombre colectivo de
organismo sacerdotal. El texto, de esta manera, traspone los atributos de la salvación y
dignidad de Israel a la Comunidad étnico-cristiana. No se trata, entonces, de un
sacerdocio de cada uno singularmente, en modo individual, sino de un sacerdocio
poseído por todos juntos de modo orgánico.
Ap retoma, en cambio, el texto hebreo de Ex 19,6, hablando de los bautizados y
de los salvados como de “un reino de sacerdotes” (1,6; 5,10) y de los mártires como
“sacerdotes de Dios y del Cristo”, que reinarán con Él por miles de años (20,6). La
vinculación entre la dimensión sacerdotal y la real del entero Pueblo de Dios tiene en
Ap una precisa finalidad. En circunstancias difíciles, que ponían a los cristianos en
situación de víctimas y condenados, Juan los invita a reconocer ardientemente que,
gracias a la sangre de Cristo, son en realidad, sacerdotes y reyes que gozan de una
relación privilegiada con Dios. Y, que esta relación ejercita una acción determinante en
la historia del mundo.

I.1.2 Sacerdocio neotestamentario y Teología del Ministerio Ordenado


Es claro que hay una ruptura entre la Iglesia y el judaísmo y todas las religiones
paganas, fuertemente marcada por la ausencia de un recurso al vocabulario sacerdotal
para definir sus estructuras internas. No hay un sacerdocio cristiano del tipo hebraico o
pagano, sino un servicio de Cristo en su Iglesia y de los fieles por Cristo. Las funciones
específicas confiadas a estos ministros no tienen más el tipo de mediación sacerdotal
que era ejercida en los otros cultos.
Al inicio, no había doctrina elaborada sobre esta función. Y, como se trataba de
una función diferente del sacerdocio conocido, no podía venírsele en mente llamar
sacerdocio a la función ministerial de los inicios (Vanhoye). La actividad de predicación
del Evangelio y de gobierno de las Comunidades, no podía de ninguna manera
representar una actividad sacerdotal verdadera y propia, porque era bien diferente del
sacerdocio como era entendido en ese momento (Dacquino). La renuncia del NT a
aplicar el vocabulario sacerdotal a los ministros cristianos, a beneficio de un
vocabulario profano o neutro, expresa una comprensión del Ministerio eclesial en
discontinuidad con el sacerdocio veterotestamentario. El servicio eclesial no tiene más
fundamento en la descendencia de Aarón o levítica, sino solamente en el evento Cristo.
Es, sin embargo, un hecho que, a partir del Siglo III, se asistirá a una sólida trasposición
del vocabulario sacerdotal sobre el Ministerio eclesiástico, hasta llegar a indicar primero
al obispo, luego al presbítero con “sacerdote”, y el Ministerio con sacerdocio.
a. Conceptos paulinos para una comprensión sacerdotal del apostolado: San
Pablo, presenta algunos elementos que abren el camino para una comprensión
sacerdotal del Ministerio apostólico. En Fil 2,17, por ejemplo. Es claro el uso de la
metáfora sacrificial, para indicar el compromiso del apostolado que, con todas sus
fuerzas, quiere suscitar la fe de aquellos a los que es enviado. Fe que representa un
verdadero sacrificio (thysía) y una verdadera ofrenda (leiturghía).
En 1Cor 9,13-14, recuerda a los corintos algunos derechos que corresponderían
como apóstol, y de los que no se quiso valer. Entre ellos está el de ser sustentado por la
Comunidad. Lo argumenta desde el AT. La primera parte del razonamiento sintetiza las
indicaciones paralelas de Nm 18,8-32 y Deut 18,1-8, donde sanciona el sustento de los
levitas por parte del Pueblo, para reconocer y permitir el servicio cultual. Pablo
establece un paralelismo con el servicio del NT del anuncio del Evangelio. No se trata,
sin embargo, de un paralelismo pleno, porque no encuadra el servicio del NT en los
términos del culto sino de la evangelización.
En Rom 1,9 y 15,16, San Pablo realiza vínculo entre AT y NT. El lenguaje
cultual es aplicado directamente al Ministerio del anuncio del Evangelio. Más
significativo todavía es Rom 15,16, donde Pablo habla de la gracia a él concedida por
parte de Dios de ser ministro (leiturgós) de Jesucristo entre los paganos, ejerciendo el
oficio sagrado (hierurgúnta) del Evangelio de Dios, para que los paganos lleguen a ser
oblación (prosphora) agradable, santificada por el ES. Utilizando el vocabulario cultual
del AT, el apóstol opera cuatro variaciones respecto al culto de la antigua alianza: la
diferencia más grande está en el hecho que el oficio sagrado ejercido por Pablo, no
consiste en la oferta ritual sino en el anuncio del Evangelio a los paganos. Las tres
variaciones sucesivas están subordinadas a la primera: su Ministerio no es hacia el
Pueblo elegido sino hacia los paganos; la oblación no es producto del suelo sino de los
paganos; el motivo de agrado de Dios no está en la pureza ritual de la oblación sino en
la acción del ES. Pablo, entonces, relee el antiguo culto cambiando los elementos. El
sacerdocio antiguo es ahora el apostolado del Evangelio; las antiguas ofertas son
destinatarias del anuncio, no solo al Pueblo elegido; las condiciones de pureza de la
ofrenda quedan sustituidas por la acción santificadora del ES.
El verbo que utiliza, hierurghéo, de difícil traducción, está compuesto por hierós
y ergós, que se podría poner en latín como sacras res tratare, celebrar un servicio
divino. El verbo utilizado en la Grecia tardía, asume de a poco un significado siempre
más específico, hasta indicar en Flavio Josefo y en Filón, no más una acción genérica de
santificación, sino la ofrenda de los sacrificios. Vanhoye, dice que se trataría de hacer la
obra sagrada de la evangelización. Pablo, así, no se asimila a los sacerdotes antiguos,
sino que cambia el contenido del culto de ritual a personal (Rom 12,1-2), quiere indicar
como el anuncio del Evangelio prepara para el verdadero sacrificio, es decir, la oferta de
la propia vida de la gente.
b. Continuidad y discontinuidad entre sacerdocio y nuevo ministerio: ¿Los
puntos paulinos para una comprensión sacerdotal del apostolado cristiano son
suficientes para justificar la transferencia de categorías sacerdotales a los ministerios del
NT? Las opiniones al respecto divergen entre sí. Lo cierto es que el mismo NT
testimonia una distinción entre los dos aspectos del sacerdocio de Cristo. El aspecto de
ofrenda existencial y el aspecto de mediación. El primero está en el sacerdocio de todos
los cristianos. El otro, está en Cristo. El primero es ofrenda personal, el otro es
manifestación tangible de la mediación sacerdotal de Cristo. Como tal mediación no
puede ser acogida si no es manifestada, es necesario un Ministerio en el cual se haga
visible y operante. El Ministerio apostólico es un ministerio sacerdotal al servicio del
sacerdocio de Cristo participado por todos los bautizados.
Continuidad y discontinuidad entre antiguo sacerdocio y nuevo Ministerios.
Prevalece, de todos modos, la asimetría. La discontinuidad más densa que la
continuidad. Hay, en efecto, una fundamental discontinuidad entre sacerdocio antiguo y
nuevo apostolado. El Ministerio cristiano no está en la línea de la mediación, ya que
Cristo es el único Mediador (1Tim 2,5) y en Él todos los bautizados tienen libre acceso
al Padre. La dimensión sacerdotal del Ministerio cristiano, consiste en facilitar la oferta
de la propia vida a Dios (culto espiritual) de parte de todos los bautizados.
Así, entonces, en la Iglesia, pueblo sacerdotal, algunos participan
ministerialmente de lo que Jesús realizó para ella.

I.2 Iglesia-Iglesias y ministerios en el Nuevo Testamento


El panorama terminológico y conceptual de los ministerios en el NT, objeto de
mucho estudio, es amplio y fluctuante. Se debe a tres razones principales: la diversidad
de autores, es decir de tiempo, lugar y cultura; el carácter ocasional y fragmentario de
algunos escritos, especialmente las Cartas; y el clima eclesial marcado, sobre todo en
los primeros decenios, por la presencia y acción de los apóstoles unida a una fuerte
espera escatológica.
Si ya los dos primeros hechos explican la dificultad objetiva para sistematizar
los datos disponibles en un único esquema, el tercero motiva el desinterés subjetivo que
los autores manifiestan hacia la institucionalización de los ministerios. En la época de
los Apóstoles, es necesario distinguir entre un primer tiempo en el que se creía en el
retorno muy cercano del Señor; de modo que no se preocupaban de prever y organizar
el devenir de las Iglesias. Y, un segundo tiempo, en el cual los Apóstoles,
comprendiendo que morirían pronto, y que existían las amenazas de divisiones y de
falsas doctrinas, han organizados estructuras de ministerios para asegurar la
permanencia de su función.
La falta de una precisa estructuración de los ministerios en el NT, no es otra cosa
que un caso evidente de la falta de una nueva y propia Eclesiología neotestamentaria.
La Iglesia para los autores del NT, no es tanto objeto directo de la fe, cuanto contexto
vital en el cual la fe es vivida. La Iglesia es realidad omnipresente, y los autores
escriben unidos a ella, en ella, desde ella. No hay, por lo tanto, en el NT una imagen
unitaria de Iglesia. Hay diversidad de Iglesias al interno de una dinámica de unidad. Al
interno de este dinamismo eclesial de unidad y diversidad, se encuentran tres grandes y
diversas etapas: la vida de la primera Comunidad de Jerusalén, la irradiación del
cristianismo en territorios paganos bajo la guía de los Apóstoles, el robustecimiento de
las Comunidades cristianas después de la muerte de los Apóstoles.

I.2.1 La primera Comunidad de Jerusalén (30-45 aprox.)


La única puerta de acceso directo a la vida de esta Comunidad, en la que se
concentró por unos quince años la joven Iglesia, es el relato de Hch. La obra de Lc se
realiza cuando la espera del retorno del Señor iba perdiendo fuerza. Ya no hay el clima
de escatología inminente que caracterizaba a la Comunidad primera de Jerusalén. La
relectura lucana con ya algunos rasgos de tradición, traspasa el dato cronológico, y
condensa espesor teológico. La contribución eclesiológica fundamental de Lc consiste
en haber puesto en relación positiva Iglesia e historia, indicando a la Iglesia el
significado de su tiempo, entre la ascensión y el retorno (Hch 1,11). Es considerado, por
eso, el teólogo de la Iglesia. No limita el evento de la salvación al evento Cristo, sino
que lo extiende al nacimiento de la Iglesia. Para él, también la historia de los Apóstoles,
y no solo el Evangelio, tiene sentido kerigmático. El tiempo de la Iglesia está
caracterizado por la misión conducida por el Espíritu también mediante instrumentos
humanos, los Ministros. La misión es para todas las Naciones, pero tiene su centro en
Jerusalén, desde donde se irradia hacia el mundo entero.
En este gran cuadro teológico, aparecen algunos elementos históricos que
muestran cómo en este primer período del cristianismo, aunque germinalmente,
comienza a diferenciarse del judaísmo. Continúan participando del culto del Templo
(Hch 2,46; 3,1) y observando la Ley mosaica (Hch 15), pero son cada vez más
consciente de tener detrás de ellos el evento decisivo de la historia de la salvación, la
venida del Mesías, matriz de la progresiva diferenciación.
La novedad de la Iglesia, basada en el misterio pascual, se traduce en diversas
prácticas que constituyen la vida y la estructura de la Iglesia de los orígenes (Hch 2). Es
efecto inmediato del ES y de la predicación y obra de Pedro (2,14-36), que provoca la
conversión-fe a Jesús (2,37). Fe que es sellada con el Bautismo en el nombre de Jesús
Cristo para la remisión de los pecados (2,38; 2,41). Escuchan la enseñanza de los
Apóstoles (2,42) que los conduce a la fracción del pan (2,42.46), en ambiente de oración
y de alegría. Traducido todo en la caridad concreta (2,42; 44-45). Son los elementos
estructurantes que, en esos quince años, ayudan a la Iglesia a crecer en conciencia de su
radical novedad respecto a Israel.
Al interno de estas coordenadas teológicas e históricas, se coloca el rol de los
Doce, llamados Apóstoles por Lc, de Pedro, Pablo, Santiago, de los presbíteros y de los
siete. A estos ministerios él reconoce capacidad de enseñanza y de gobierno. Introduce
así, in nuce, la idea de tradición y sucesión apostólica por imposición de las manos. El
Ministerio pastoral está, en la Teología lucana, enteramente subordinado a la Palabra
de Dios, por medio de la cual obra el ES (Lc 12,12; Hch 1,8; 2,4; 6,10); siempre bajo el
signo de la persecución y del martirio, como situación normal de la vida eclesial, no
extraordinarios. El sufrimiento sirve para la difusión del Evangelio y para la edificación
de la Iglesia (Hch 8,4; 11,19-21). A los profetas también reconoce un rol (Hch 11,27-
29; 13,1-3; 15,22.27.32) carismático (aunque el término no está en Hch) en relación al
ES. Sin oposición. El ES, de hecho, es surgente de toda función eclesial, sea de tipo
carismático o más institucional.

I.2.2 Las primeras Comunidades entre los paganos (45-65 aprox.)


El segundo período, desde el nacimiento de la Comunidad de Antioquía hasta la
muerte de Pedro y Pablo, está caracterizado por la misión fuera de Palestina. Comienzan
a delinearse dos tipos de Comunidades. La primera es la que nació en Antioquía que
tiene en su interno la función prioritaria del Apóstol, y las de los profetas (1Cor 14,3-5)
y del doctor (Hch 13,1ss). Las Comunidades paulinas siguen esta organización, con
algunos otros ministerios como el supervisor-epíscopo y el diácono. La segunda, es la
que está en Jerusalén (15,13), seguida después por Éfeso (20,17), donde la guía es
asumida por un Colegio de ancianos o presbíteros.
San Pablo, en esta época, traduce la metáfora social clásica del cuerpo en
término eclesiales. La Iglesia como cuerpo, tiene dos connotaciones diferentes respecto
al uso común de la metáfora. En un primer período de su Teología (Rom, 1Cor), habla
de la Iglesia como cuerpo de Cristo, pero no de Cristo cabeza, entendiendo subrayar la
relación de armonía e reciprocidad de colaboración que debe existir en la Iglesia entre
quienes tienen carismas y funciones (1Cor 12,4-31; Rom 12,4-5). La idea fuerza está en
que la Iglesia no es un conjunto amorfo de personas, sino un organismo vivo
constituidos por miembros de igual dignidad con funciones diversas y complementarias.
En Ef (1,22-23; 4,11-16) y en Col (1,18.24), habla de la Iglesia como cuerpo,
atendiendo a Cristo como cabeza. El acento no está en la articulación interna de una
Iglesia local, sino en la Iglesia universal vinculada globalmente a Cristo. La Iglesia es
cuerpo de Cristo cabeza. Así, por un lado, presenta a la Iglesia como el lugar de la
presencia de Cristo en el mundo; y, por otro lado, muestra que ella adquiere vida y
fuerza de parte de su Cabeza. Está subordinada en todo a Él. Él su principio y energía
interior, su fundamento y su fin. El rol fundamental del Ministerio apostólico y de todos
los otros servicios, es edificar la Iglesia como cuerpo de Cristo. Los Apóstoles, los
obispos, los diáconos, los profetas, los doctores, es decir los ministerios de la nueva
alianza, existen para esa edificación.
En este segundo período, inicia la correspondencia de la diversa estructuración
de los ministerios con la exigencias y conformaciones de las Iglesias. Al Ministerio de
los Doce, se suman otros, sin reemplazarlo. Se insertan en ese Ministerio fundamental
como colaboradores primero, y como sucesores después. Los mismos Apóstoles
considerando la extensión del retorno del Señor, multiplican sus colaboradores, a los
que transmiten funciones de enseñanza y de guía. No resulta que haya existido un
proceder formal ni un rito litúrgico.

I.2.3 La Plantatio Ecclesiae después de la muerte de los Apóstoles (65-100 aprox.)


El tercer período, que podría ser considerado de consolidación de las
Comunidades después de la muerte de los Apóstoles, va al fin del siglo. Se multiplican
las Comunidades. Se considera la importancia del Ministerio del que preside para
ayudar a todos a vivir en la unidad. Las Cartas de Juan hablan de ancianos-presbíteros.
Las Pastorales, redundan en consejos de gobierno de las Comunidades, hablando de
supervisores-epíscopos y de diáconos.
Al final del siglo, las Iglesias locales tienen diversos tipos de organizaciones. Se
inspiran, por un lado, de la organización judaica donde el cristianismo tiene su raíz; y,
por otro lado, en los modelos familiares y civiles del ambiente de cada lugar. Existen,
así, diversos ministerios y modo de interpretar el gobierno, con la conciencia siempre de
ser la Iglesia del Señor. Va surgiendo la conciencia de ser una Iglesia post apostólica.
Se van orientando las Comunidades hacia una progresiva estructuración de sus
ministerios. Los Apóstoles, viendo llegar su fin, y percibiendo la aparición de otras
doctrinas, hacen de tal modo que su rol directivo sea asumido por otros después de
ellos. Es la situación de las Cartas Pastorales, reflejada también en Heb y 1Ped, y en
toda la obra de Juan.
Las Pastorales (1-2Tim y Tito) son de tradición paulina, pero reflejan la
situación de la Iglesia del final del siglo. Están convencidas que la nueva forma de
Iglesia y, sobre todo el Ministerio eclesial, tenga que ser considerada como una
transformación histórica de la Iglesia paulina bajo la urgencia de la nueva situación post
paulina. Ofrecen un programa de reestructuración de la Iglesia.
El concepto de Iglesia presente en las Pastorales está sintetizado en 1Tim 3,15.
Imagen edilicia de la Iglesia, ya utilizada en 1Cor 3,9-17 y Ef 2,20-22. Hay, por lo
tanto, una evolución de pensamiento, pero al interno de una continuidad, condicionado
tanto por los orígenes fundamentales cuanto por la situación histórica cambiante. En
1Tim la metáfora asume una peculiaridad. Antes, la imagen edilicia tenía carácter
dinámico y servía para subrayar el crecimiento orgánico por obra del Señor, ahora la
casa de Dios aparece terminada, bien segura, sostén de la verdad, de la fe en Cristo. La
verdad o fe, es ahora entendida como doctrina verdadera y recta, contra los errores
(2Tim 2,19-20). Una Iglesia ahora sólidamente aislada en el mundo, difusora de la fe,
no exenta de sufrimiento (2Tim 2,11-22).
Los Apóstoles desaparecieron. Se debilitó la espera del retorno. Las estructuras
se consolidaron. El Ministerio, entonces, no podía ser meramente secundario. Es, de
hecho, el elemento caracterizante de las Pastorales. Crece el momento institucional y el
rol del Ministerio. Nueva situación. Hay que asegurar, mediante el Ministerio, la
edificación del cuerpo eclesial. Conservar la doctrina apostólica, la estabilidad de la
Comunidad, la obediencia al que preside en nombre de los apóstoles. La imposición de
las manos (1Tim 4,14; 5,22; 2Tim 1,6), iniciada por los Apóstoles, expresa y garantiza
la continuidad entre las nuevas tareas del guía de la Comunidad y la función apostólica.
1Ped y Heb presentan problemáticas eclesiales similares, y parecen reflejar la
situación del período de las Pastorales. 1Ped presenta una Iglesia, como la paulina,
caracterizada por una estructura ministerial-carismática. Heb, interesada puntualmente
en Cristo, casi no hace referencia a los ministros cristianos, salvo el capítulo 13. La obra
joánica sí presenta una vinculación más explícita entre Iglesia y ministerios. Es una
perspectiva eclesiológica desde una visión preocupada fuertemente por la comunión de
los miembros con Cristo. El tiempo de Jesús es el tiempo de la Iglesia. La colocación de
los ministerios en el cuadro eclesiológico de Jn adviene mediante la imagen de la grey y
del pastor. El buen Pastor conoce y ama, se preocupa, da la vida. Los llama siervos,
amigos. Unidos a Él, y entre ellos. La unidad de la Iglesia es el sentido y el objetivo de
la obra de Jesús (11,15; 10,16; 17,20; 1Jn 2,18.22-23; 4,4; 2Jn 7). Adquiere gran
importancia la recta confesión de fe (1Jn 4,2-3.15). El presbítero (2Jn 1,3; 3Jn 1) es la
afirmación de una autoridad en orden a la justa interpretación de la fe cristológica.
Ap, escribe a las siete Iglesias que están en Asia (1,4; 2-3). La mira está en la
Iglesia universal. Atiende al número Doce, utilizándolo como una visión precisa de
Iglesia.
En las Comunidades del NT, en conclusión, hay una acentuada diversificación
en la estructura ministerial en correspondencia a las diversas imágenes de Iglesia que se
expresan, al interno, sin embargo, de un esfuerzo por conservar la unidad. Emergió
claramente un Ministerio fundamental, el apostólico o de los Doce, que constituye la
espina dorsal de la Iglesia. En ese Ministerio se insertan todos los otros, con nombres y
contenidos diferentes en las diversas Comunidades: presbíteros, obispos, diáconos,
jefes, pastores, profetas, maestros, etc.

I.3 Los principales ministerios eclesiales en el Nuevo Testamento


El punto de partida lógico y cronológico de todo ministerio neotestamentario, es
el instituto de los Doce, llevado luego a los Apóstoles. Instituto que se inserta en el
mismo Ministerio de Jesús, en sentido teológico y en sentido histórico. Sobresalen el rol
fundamental de Pedro y de Pablo en la construcción de la primera Iglesia.
Los Apóstoles, todavía en vía, se sirven de colaboradores directos. Algunos de
ellos son notables, como Bernabé, Silvano, Apolo, Timoteo, Tito y otros. Otros, son
notables en cuanto al rol, como los Siete. Se va delineando así los ministerio y carismas
que sobrevivirán y sucederán en la tarea apostólica.

I.3.1 Los Doce y los Apóstoles


Antes que nada, la realidad de los Doce y su relación con Jesús pre pascual;
después, los Apóstoles y sus diversas funciones al interno de la Iglesia. Una de las
primeras exigencias que notan los Once después de la Pascua, es la de reconstruir la
Comunidad de los Doce en Jerusalén (Hch 1,2ss; Gal 1,11-24). Este dato
históricamente oscuro, no es comprensible si no se admite la conciencia de ser la misma
Comunidad de los Doce que fue reunida por Jesús terreno. El Instituto de los Doce
sumerge sus raíces, entonces, en la obra en vistas al Reino llevada a cabo por Jesús
antes de la Pascua.
a. Los Doce (-apóstoles) en los Evangelios: Los Evangelios atribuyen a los
Doce un doble rol, que se podría indicar como simbólico-colegial y misionero-personal.
El rol simbólico-colegial tiene que ver con el ser ese tal número. Es la expresión de
reunir junto a Él, en el Reino, al Israel escatológico, cumplimiento del Israel terreno
fundado sobre los antiguos doce Patriarcas. El rol misionero-personal, subordinado al
primero, tiene que ver con el hacer un servicio. Viviendo con ellos, los hace participar
de su capacidad en orden a la difusión del Reino.
La convocatoria de los Doce expresa claramente la voluntad, de parte de Jesús,
de inaugurar los tiempos del Reino, recogiendo las doce tribus del Israel ideal y
definitivo. Se manifiesta, así, como el Mesías que convoca el Pueblo escatológico. Él no
quiere dar una vida de élite judaica, ni simplemente reformar una parte de Israel, sino
reunir a Israel en su totalidad. Doce habla, entonces, antes que hayan recibido misión
alguna. Es expresivo de la concepción que tiene Jesús de la Iglesia, antes que del
Ministerio.
La Iglesia de los orígenes, mantendrá siempre la plena conciencia de ser una
dilatación de los Doce. Hch, describiendo la expansión de la Iglesia, habla de nuevos
creyentes que se “unen” a la primera Comunidad (2,41.47; 5,14; 11,24; 17,4). Ap,
escrito cuando los Doce ya no existían, toma la imagen de la ciudad celeste edificada
sobre los Doce cimientos (22,12-14). Los Doce, mantienen por todos los tiempos una
función simbólico representativa de la Iglesia entera. El rol simbólico-colegial resalta en
Mt, por su sensibilidad eclesiológica en orden a la relación con Israel. Los llama
simplemente los Doce (10,5; 20,17; 26,14.20) o los Doce discípulos (10,1; 11,1; 26,20)
o los Doce apóstoles (10,2, única vez que dice apóstol). Los presenta como los
fundamentos del Israel escatológico sustituyendo los fundamentos antiguos (Mt 19,28;
Lc 22,30) y como representantes de Jesús, continuadores de la presencia en medio del
Pueblo (Mt 1,23; 28,20).
El rol misionero-personal, consiste en el hecho que Jesús, luego de llamarlos al
seguimiento, los hace participar de su misión, enviándolos a construir el Reino. La
misión de los Doce es presentada en los Evangelios como participación en la misión de
Jesús, y comprende, en primer lugar, el anuncio del Reino y las curaciones (Mt 10,7ss;
28,19), pero también la repetición de la última cena (Lc 22,19-20), la celebración del
Bautismo (Mt 28,19; Mc 16,16) y la capacidad de perdonar los pecados (Jn 20,22-23).
Los Doce no son, entonces, simples delegados, sino representantes de Cristo. Hacen
presente a Cristo y a su obra.
Pedro tiene siempre un rol especial. El primero en ser llamado (Mt 4,18-19).
Primero en las listas sinópticas, más allá de sus numerosas debilidades. Portavoz oficial
de los discípulos (Mt 15,15). La Iglesia de los orígenes, tiene expresa conciencia (Mt
16,13-20; Lc 22,31-34; Jn 21,15-19) del primado de este Apóstol. De Cristo recibió (Mt
16,17-19) un modo específico de función como guía de la Iglesia. Es la roca.
Junto a Pedro emerge la figura del discípulo al que Jesús amaba. Más allá de
todas las discusiones e interpretaciones, la cuestión es, a lo mejor, percibir que, junto a
Pedro, que representa el Ministerio pastoral como extensión del amor a Cristo, está
también en la estructura de la Iglesia, otra función u otro modo de ser discípulo.
Consiste en saberse amado por Jesús y testimoniar verazmente ese amor (Jn 21,24). Las
dos dimensiones no se contraponen, sino que se complementan como esenciales en la
Iglesia.
b. Los Doce y los apóstoles en Hch y Pablo: Inmediatamente después de la
Pascua, la Comunidad de los Doce viene reconstruida (Hch 1,15-26) para ser expresión
del Israel escatológico de las doce tribus de Israel. Realidad efectivamente realizada con
la Resurrección y el envío del ES. Este es el elemento nuevo y específico de la
Comunidad post pascual respecto a la convocatoria de Jesús antes de la Pascua: la
conciencia de ser Comunidad del Resucitado, del Mesías Jesús glorificado por Dios. Es
el contenido fundamental del Kerigma de la Iglesia primitiva, del que Pedro y los otros
son garantes principales (1Cor 15,3-5).
Hay, entonces, continuidad y discontinuidad entre los Doce antes y después de la
Pascua. El concepto de Apóstol, así, identificado con la función evangelizadora, llegará
a ser primario respecto al Instituto de los Doce. En todo el NT de 79 veces que aparece
la palabra, 68 veces está en Lc y Pablo. Tiene que ver con un oficio institucional, como
envío. No como conquista de un oficio, sino como tarea concreta y delimitada. Se pasa,
así, de los Doce a los Apóstoles, en los escritos lucanos y paulinos.
En los primeros veinte años, el término indicaba sustancialmente a los Doce,
como enviados directamente por Jesús. La tarea consiste en garantizar que el Resucitado
es propiamente Jesús de Nazaret. Es necesario, por ese motivo, haber conocido a Jesús
desde el inicio. La guía la llevan a cabo, entonces, mediante el testimonio del evento
pascual.
Después de un cierto tiempo, al inicio de los años 40, Herodes hace matar a
Santiago, hermano de Juan (Hch 12,2). Se dispersan los Doce (12,19). Ya no se
reconstruyen los Doce como se había hecho antes. Ingresaron los paganos en la Iglesia
(10-11). Una verdadera revolución epocal. La Iglesia, hasta ahora con perfil típicamente
judaica, adquiere perfil nuevo e inesperado. La realidad supera la simbología (de las
doce tribus). Serán necesarios nuevos ministerios, para que el Evangelio pueda llegar
hasta los confines del mundo. Desde ahora, el Instituto de los Doce se sustituye por el
de Apóstoles.
Hch, desde el cap. 13, ya no menciona a los Doce. Se agranda el concepto de
apóstol, pero realizando la misma tarea. Se atribuye así la función de los Doce, y de
apóstol, también a Pablo. Su servicio, como el de los Doce, es la predicación del
Evangelio, la fundación, guía y custodia de la Comunidad (Hch 13,16; 14,9-12.23;
20,17-35). Pablo, entonces, ya no considera necesario ser parte de los Doce y haber
conocido a Jesús terreno para ser apóstol. Requiere, en cambio, otros requisitos: ser
testimonio de Jesús resucitado y haber recibido de Él, por voluntad de Dios, el encargo
de la predicación misionera (Gal 1,1.11-12.15-19; 2,8; 1Cor 1,1; 9,1-2; 11,7-11; Ef 1,1).
Haber hecho experiencia de Jesús Resucitado (1Cor 15,7; Gal 1,16) es la carta para ser
cualificado como apóstol. Él mismo se aplica el título catorce veces en sus Cartas.
Reconoce, sin embargo, que otros lo fueron antes que él, y que son columna de la
Iglesia (Gal 1,17; 2,9). La tarea principal es la predicación, la dirección y la guía
pastoral de las Comunidades.
Otros ministerios también son considerados de apóstoles. Apolo (1Cor 1,12; 3,8-
9; 4,9), Bernabé (Gal 2,1.9.13; Hch 14,14), Andrónico y Junia (Rom 16,7), Silvano,
Timoteo (2Cor 1,1.19, 1Tes 1,1; 2Tes 1,1). Se agranda el significado, con el mismo
contenido. El apóstol es, ahora, sobre todo un enviado para bien de las Comunidades.
I.3.2 Los colaboradores directos de los Apóstoles
Se menciona siempre a los Siete y algunos otros colaboradores de Pablo.
a. Los Siete: Se los nombra en Hch 6, 1-6. Están al servicio de las mesas,
instituidos por los Doce para remediar una tensión creada en Jerusalén entre judíos y
griegos. Deciden crear un nuevo Ministerio, y lo instituyen mediante la oración y la
imposición de manos (6,6). No los llama diáconos, término que no aparece en Hch,
aunque la tarea de ellos es dicha con la expresión diaconía cotidiana (6,1) y con el verbo
diakonein (6,2), servir las mesas.
El rol realizado, sin embargo, va más allá del servicio a las mesas y consiste en
predicar y bautizar (Hch 6,8-10; 8,4-13.26-40).
b. Los colaboradores de Pablo: Tienen un rol y una importancia particular.
Desarrollan actividades universales e itinerantes. Tiene autoridad en las Comunidades
locales, sobre el respectivo dirigente de cada una de ellas. Algunos, Bernabé, Apolo,
Silvano, trabajan en plano de paridad con el Apóstol, pareciera no bajo su autoridad.
Los llama apóstoles. Otros, son como auxiliares que dependen más directamente de su
autoridad, como Timoteo, Tito, Epafra, Epafrodito, Tíquico. Tienen como una función
de representación del Apóstol.
Timoteo y Tito son destinatarios de Cartas Pastorales, donde se presentan los
modelos del Ministerio cristiano. La relación con el Apóstol, directo y personal, es al
mismo tiempo, institucionalizado para que sea transmitido. Con la imposición de las
manos de Pablo y del Presbiterio (1Tim 1,14) se le comunicó el carisma de Dios que
está establemente en él. Lo tiene que cuidar (2Tim 1,6). Se delinea lo que será la
Ordenación, y la sucesión apostólica.
Los sucesores, términos que no se encuentra en el NT, no tienen todo el poder de
los Apóstoles cuanto a la autonomía y a la extensión. Se comunica la función de
gobierno de la Comunidad.

I.3.3 Carismas e ministerios que continúan en la época post apostólica


Desde la época apostólica se encuentra la presencia de muchos dones del ES.
Pablo los llama carismas, dones de gracia. Algunos de ellos se estructuran establemente,
como los ministerios, en un servicio de edificación de la Comunidad. Otros, son más
ocasionales y aunque manifiestan la vitalidad del ES, son concretos y temporales.
a. Carismas y ministerios: Carisma es un concepto eclesiológico típicamente
paulino, con concepto totalmente complejo en las Cartas. Es prácticamente de Pablo. De
las diecisiete veces presente en el NT, dieciséis pertenecen a él (una vez en 1Ped 4,10).
Resumiendo y simplificando, se podría decir que es como la descripción de un complejo
de dones del ES que constata en las Comunidades (1Cor 12-14). Dones espirituales.
Servicios. Fuerza. Energía.
Presenta varios elencos de carismas-oficios que, de alguna manera reflejan como
un cierto orden de importancia. Los Apóstoles, cuando son nombrados (1Cor12,28; Ef
4,11), están en primer lugar. Los profetas, aparecen en todas las listas, casi siempre en
segundo lugar. Se puede deducir de ellos que les pertenecía un rol fundamental en las
Iglesias primitivas, mediante revelaciones, lenguaje de sabiduría o de ciencia (1Cor
13,2; 14,26-33). Según Ef 2,20, la Iglesia está construida sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas (cristológica y pneumatológica). Hay también carismas
extraordinarios o transitorios. Dice que no hay que apagar el Espíritu (1Tes 5,19), pero
relativiza los extraordinarios, sobre todo el de la glosolalia. Los somete a criterios
regidos por la caridad (Rom 12,9; 1Cor 13).
Menciona los carismas ordinarios y estables. Sostenían la regularidad de la vida
comunitaria. Son Ministerios estables. El de enseñanza (doctores, maestros,
evangelistas, exhortadores), de gobierno incluso fuera de las listas de carismas (Fil 1,1;
Rom 16,1-2) y varias referencias a personas que presiden (1Tes 5,12-13; Rom 12,6-8;
1Cor 12,28; 16,15-16) y que instruyen (Gal 6,6). No hay indicios ni de oposición ni de
conflicto entre los carismas estables y los extraordinarios. Insiste en la necesidad de
colocarlos a todos en el cuerpo eclesial. Es necesario, entonces, discernir según criterios
propios: o hacen crecer a la Comunidad en la caridad y en la fe o son inútiles y dañosos
(1Cor12-14). Son tres criterios muy vinculados entre sí. dos fundamentales y uno
derivado. El primero es cristológico: la confesión de fe en Jesucristo como Señor (12,3).
El segundo es eclesial: edificación (14,1-5.12.26); si el carisma no edifica a la
Comunidad, no sirve. El tercero es apostólico: el apóstol tiene que verificar los dos
anteriores (14,36-38). La obediencia al Apóstol es el punto eclesial exigente. El carisma
es sometido a la verificación del Ministerio apostólico.
Menciona funciones estables llamadas de diferentes modos, difícil de limitar.
Los principales son el anciano o presbítero, el supervisor o epíscopo, el siervo diácono,
el profeta, el maestro, el evangelista, el pastor, el jefe.
b. Ancianos/presbíteros y vigilantes/obispos: Contemporáneo y sucesivo a los
Apóstoles se encuentran, en las primeras Comunidades, dos Ministerios de dirección y
gobierno, llamados presbíteros (ancianos) y epíscopos (inspectores). Los dos términos
están relacionados con dos contextos diferentes: el ambiente judaico del que proviene el
primero, y el ambiente griego del que proviene el segundo.
En el NT el sustantivo presbýteros se encuentra sesenta y cinco veces. En
algunos indica a los ancianos del Sanedrín judío, y en Ap, donde aparece doce veces,
indica seres celestes glorificados. En otros, indica a los ancianos de las Comunidades
cristianas. En cuanto institución, tiene vinculación con el mundo griego profano. Allí
los ancianos, presumiendo su sabiduría, eran considerados para oficios delicados como
consejeros, embajadores, negociantes, presidentes de asambleas, justicia, etc. Acepción
similar tiene en el AT. Allí los ancianos aparecen dotados de particular prestigio y
crédito (Ex 24,1; Nm 11,16-30).
La vinculación más directa es con la Sinagoga donde los ancianos revisten un rol
importante en las comunidades judías de la diáspora, donde existe un Consejo
sinagogal, distinto del cultual, encargado de verificar si los judíos viven adecuadamente
la fe. En tiempos de Jesús, los ancianos son miembros laicos del Sanedrín, provenientes
de familias nobles, sobre todo de Jerusalén. Con este significado viene utilizado en los
Sinópticos y en Hch. En cada Sinagoga había uno, elegido entre los ancianos, cuya
función era similar a la que en el NT se llamará vigilante o epíscopo. Encargado del
buen orden de las cosas, presidía el culto, hace respetar los preceptos y normas, sobre
todo de las rúbricas y códigos litúrgicos.
Se pude decir que la función presbiteral cristiana se inspira en el sistema
sinagogal o presbiteral del judaísmo. Del NT resulta que la institución de los ancianos
está presente en las primeras Comunidades cristianas, sea en Jerusalén (Hch 11,30;
15,2-3; 21,18), sea en la diáspora (Hch 14,23; 20,17; Tit 1,5; 1Ped 5,1). Lo más
frecuente es en Hch.
Hch recuerda a los presbíteros de Jerusalén en tres ocasiones: cuando la Iglesia
de Antioquía envía a ellos un auxilio para los hermanos de Judea amenazados por la
necesidad (11,29-30); los presenta como un senado junto a los Apóstoles, cuando se
deben tomar graves decisiones en relación a la práctica judía (15,4.22.28); cuando, junto
a Santiago, reciben la visita de Pablo de regreso de un viaje (21,18). Los presbíteros de
Jerusalén, en Hch, tienen funciones de guía de las Comunidades, sin que mencione el
anuncio de la Palabra, en estrecha relación con los apóstoles. Menciona nombramientos
de presbíteros mediante la imposición de manos por parte de Pablo y Bernabé en las
Comunidades por ellos fundadas (14,23; 20,17). Significativo el discurso de Pablo a los
de Éfeso (20,28-32). Los exhorta a vigilar la grey en la que el Espíritu los ha puesto. Su
Ministerio, es decir, viene de lo alto. Su función es directiva y de vigilancia,
constituyendo una especie de Consejo local de responsables.
La institución presbiteral, muy probablemente pasó del judaísmo de la diáspora
al cristianismo en los últimos decenios del primer siglo. Las Comunidades paulinas
mencionadas en Hch, parecen no conocer inicialmente el Ministerio de los presbíteros.
Pablo, de hecho, no los menciona en las primeras Cartas. Se habrá difundida, seguro,
muy rápidamente. Y progresivamente se fue consolidando en las Comunidades. En las
Pastorales, la institución presbiteral viene presentada como autoridad moral en las
Comunidades desde el modelo de la familia. Los presbíteros presiden las Comunidades
y tienen también una función de enseñanza (Tit 1,5; 1Tim 4,14; 5,17). En 1Ped 5,1-5),
se percibe la misma situación que en las Pastorales. Describe con detalles la misión de
los ancianos, explicitando su función de guía, sobre todo el testimoniar la tradición
apostólica en relación a las falsas doctrinas. Los invita a tener cuidado de la grey, con
celo y espíritu de servicio, no por interés económico. Ellos tenían también,
posiblemente, tarea de carácter económico.
El autor de las Cartas joánicas se presenta como el presbítero (2Jn 1; 3Jn 1) que,
parece, no todavía un título de Ministerio, sino una designación honorífica de estima,
por su autoridad y dignidad (1Jn 1,3-4). Se relaciona con la Comunidad con autoridad y
fraternidad al mismo tiempo (1Jn 3,13), y de paternidad (1Jn 2,1). Es autoridad en la
recta fe (1Jn 2,18-27; 4,1-6) y en la disciplina (3Jn 10). En Sant, los presbíteros
aparecen como los únicos Ministros de la Iglesia, al servicio de los miembros más
débiles, los enfermos, sobre los que rezan y ungen con olio “en el nombre del Señor”
(5,14).
El término epíscopo-supervisor es relativamente raro en el NT, apareciendo solo
cuatro veces (una quinta vez es aplicada a Cristo en 1Ped 2,25). Indica un Ministerio, un
quehacer de guía de Comunidad (Fil 1,1; Hch 20,28; Tit 1,7; 1Tim 3,2).
¿Qué relación tiene el epíscopo con los presbíteros? Obispo, indica, por lo
menos a veces, la misma persona que otras veces se dice presbítero. En Hch 20,17-28,
por ejemplo, los presbíteros de Ef son llamados después obispos. En Tit 1,5-7, Tito
tiene que establecer “presbíteros” en cada ciudad, que inmediatamente después vienen
cualificadas en orden al obispo. En estos casos el término “obispo” podría designar la
función, mientras que el término “presbítero” connotaría más que nada un estado, una
dignidad. Así también en 1Ped5,2, donde se lee la invitación hecha a los presbíteros a
apacentar el rebaño de Dios, vigilándolo (episkopúntes) no a la fuerza sino con mucho
gusto.
En otros casos, “obispo” parece designar, más que nada, un capo distinto de los
presbíteros, 1Tim 3,1-7 es uno de los pocos pasajes del NT donde aparece el sustantivo
episkopé. Elenca las cualidades requeridas para el episcopado. Se trataría de un
Ministerio ya institucionalizado. Se lo nombra en singular, mientras que a los
presbíteros en plural. Hace pensar en una distinción entre los dos Ministerios. ¿El
obispo es ya capo del grupo de los ancianos? Podría ser que los obispos hayan sido
designados, por turno, en el Colegio de los presbíteros, para ocupar ciertos cargos
(1Tim 5,17).
No es posible delimitar mejor la identidad de los dos Ministerios. La diversidad
del origen de las situaciones, el vocabulario fluctuante, la falta inicial del NT por una
estructuración de los Ministerios, no permiten conclusiones claras y distintas, sino la
general que individua en el presbítero-obispo una función de guía de la Comunidad.
Función que es fundada y articulada en el NT en diversas direcciones: los
presbíteros/epíscopos cristianos son establecidos por los Apóstoles (Hch 14,23) o sus
representantes (Tit 1,5) con la imposición de las manos (1Tim 4,14; 5,22; 2Tim 1,6),
tienen un don carismático (1Cor 12,28) de origen divino (Hch 20,28), son encargados
de la administración temporal, de la enseñanza (1Tim 3,2; 5,17; Tit 1,9) y del gobierno
(1Tim 3,5; Tit 1,7).
c. Siervos/diáconos: En el NT son reconocidos, sea la función de la diaconía
como la particular figura del diácono. Este último como una figura diferente de las
otras.
En la Grecia profana la familia terminológica diaconal no goza de particular
consideración. Diákonos es llamado generalmente el que sirve la mesa. Diakonein es,
obviamente, el acto de servir la mesa. Contiene, entonces, la idea de dependencia que,
en Grecia, es signo de falta de libertad. En el mundo greco, en término general, es
extraño el concepto de servicio libre hecho al prójimo. El fin supremo del hombre era
desarrollar su propia personalidad.
De los veintinueve pasajes en los que el NT presenta el término Diákonos, Fil
1,1 y 1Tim 3,8-13 son los únicos en los que indica una tarea pública en la Comunidad.
El hecho que en ambos casos sean nombrados inmediatamente después del obispo,
sugiere una relación precisa entre los dos ministerios. Entre las funciones fundamentales
del diácono probablemente estaba también el servicio al obispo. Pero, como Fil solo los
menciona, el único pasaje neotestamentario que da indicaciones sobre el diaconado
como oficio eclesial es 1Tim 3,8-13. Sobre este texto, incluso, se recaban pocos datos.
Se sabe que están junto a los presbíteros-epíscopos con función de ayuda y
colaboración, como titulares de un oficio. Se indican, por eso, también las cualidades
que deben tener. Este oficio, sin embargo, es totalmente indeterminado. A los diáconos
se les confiaba tareas diferentes entre sí, según las necesidades. Era, a lo mejor, como
misioneros itinerantes, no estables, que unían las Iglesias, con un Ministerio similar al
de los primeros colaboradores de los Apóstoles. Entre los diáconos, había, a lo mejor,
mujeres (vers. 11). No incluía tampoco en este caso la tarea de la enseñanza. Cosa que,
por otra parte, a las mujeres estaba prohibido (2,11-12).
Según algunos autores (Hess), el diaconado se fue desarrollando del siguiente
modo. Mientras al inicio las diversas funciones comunitarias podían todas ser llamadas
“diaconía”, “servicio”, “ministerio” (1Cor 12,5) y los ministros podían ser llamados
“diáconos” o “servidores” (1Cor 3,5; Col 1,25; Ef 4,12), sucesivamente se verificó una
restricción del concepto. Fue gradualmente limitado a la asistencia a la Comunidad en
sentido estricto en conexión con el oficio del obispo, como se ve en las Pastorales, en
Clemente, en Ignacio. La tarea del diácono, de todos modos, era siempre espiritual y
material al mismo tiempo, conjugando función cultual, asistencial y administrativa.
d. Profetas: No es fácil determinar la identidad de los profetas y de la profecía
en el NT. Son términos que aparecen alrededor de doscientas veces. Se refiere a los
profetas del AT, al Bautista, a Jesús, a algún otro que hable en nombre de Dios o de
Cristo, a profetas paganos en Tit 1,12, y a cristianos que tienen el don de anunciar y
explica la revelación divina. En las Comunidades primitivas se trata, generalmente, de
una manifestación carismática, expresando el carácter mesiánico y escatológico de la
Iglesia. Siempre para su edificación. Es, en conclusión, un carisma esencialmente
vinculado a la función litúrgica y exhortativa para edificar a los hermanos en la fe.
Junto a la profecía comprendida como don de todos, en el NT aparecen algunas
figuras específicas de profetas que se asemejan más a ministros que a carismáticos. En
Hch 11,27 se menciona a “algunos profetas” con gestos simbólicos y predicciones
(11,28; 21,10-11). Así también otros (13,1) responsables de Comunidades que, incluso,
imponen las manos (13,3). También en Hch 21,9.
La tarea de los profetas del NT consiste en la exhortación, consuelo, edificación
(1Cor 14,3.24-31), comunicar ciencia y misterios (1Cor 13,2), siempre en contexto
comunitario (1Cor 14,23-30). En Ap se concibe al profeta como el que custodia la
palabra (10,7; 11,18; 22,9).
e. Maestros/doctores, evangelistas: El término didáskalos, aparece cincuenta y
nueve veces en el NT. Su relevancia para la cuestión ministerial, sin embargo, no es
significativa. Se lo aplica a Cristo (41v) o a los doctores hebreos. En algunos pasajes
(Hch 13,1; 1Cor 12,28; Ef 4,11; Sant 3,1) indica oficios eclesiales, cuya función se
comprende a la luz del uso lingüístico judío.
Los maestros cristianos, generalmente asociados a los profetas (Hch 13,1-3)
realizaban la misión de la didaskalía, de la enseñanza más sistemática respecto a la de
los profetas. Explicaban el mensaje de Cristo. Interpretaban el mensaje cristiano del AT.
Apolo, sin bien no es llamado doctor, la obra didascálica llevada a cabo por él en Éfeso
(Hch 18,24-19,1) puede dar la idea precisa de esta función. Pablo mismo, teniendo una
gran formación rabínica, podría haber sido considerado doctor antes que apóstol (Hch
11,26).
Se puede vincular la función del evangelista que aparece en Hch 21,8, Ef 4,11 y
en 2Tim 4,5. Euanghelistés se aplica a personas que continúan tareas propias de los
apóstoles. Difícil de percibir si era un oficio o una actividad simplemente. Eran como
misioneros (Hch 21,8) o líderes de Comunidad (2Tim 4,5).
f. Pastores: Poimén, pastor, ovejero, se puede considerar típico de los
Evangelios, si se piensa que, de las dieciocho referencias, solo tres están fuera de los
Evangelios. Es una metáfora que indica función de guía.
Toda la antigüedad griega aplica imágenes pastorales a conductores, héroes y
legisladores. Así también en Babilonia, Egipto y otros pueblos. La idea era que los
gobernantes de las ciudades, incluso, tenían que obrar como el pastor divino. En el
helenismo, la terminología pastoral era muy significativa. Los LXX utiliza Poimén para
traducir el hebreo ra’ah. Se refiere a pastores verdaderos y propios y, en el post exilio se
la utiliza como metáfora para indicar la relación entre Yahveh y su Pueblo, llamado
grey. Textos notables son Sal 23,1; 80,2; Ez 34,11-22; Is 40,10-11; 49,9-10; Mi 4,6-8.
El Pueblo es llamado grey (Sal 74,1; 77,21; 78,52; 95,7; 100,3).
Las características de Dios-pastor son sustancialmente dos: guiar el Pueblo
socorriéndolo en su necesidad, y compartir la vida del rebaño. En cuanto a la atribución
del título a pastores humanos, el AT se manifiesta más que nada crítico (Jer, Is, Ez,
Zac). Los profetas comienzan, entonces, a delinear la figura de un futuro Pastor que
vendrá a apacentar adecuadamente al Pueblo (Jer 3,15; 23,4; Ez 34,23; 37,22.24; Zac
13,7). La espera de este Pastor se cruza con la espera del Mesías.
En sentido no metafórico se usa en Lc 2,8-9. Indican siempre a Dios (Lc 15,4-7),
sobre todo a Jesús, que es identificado con el Pastor mesiánico prometido en el AT (Mt
2,6; 9,36; 10,6; 15,24; 26,31-32; Mc 6,34; 14,27-28), contrapuesto a ladrones y
mercenarios. Es el Buen Pastor que ofrece la vida por la grey (Jn 10,1-30). En esta línea
Heb 13,20 habla de Jesús como el Pastor grande (archipoimén) de las ovejas. 1Ped 2,24
como el Pastor y obispo de las almas; 1Ped 5,4, como el jefe de los pastores; Ap 7,17
habla del cordero pastor.
La aplicación a los Ministros cristianos adviene mediante el paralelismo entre el
derecho del pastor al sustento de la grey y el del apóstol al sustento de la Comunidad
(1Cor 9,7); y, después directamente, mediante la atribución de la función de apacentar a
los presbíteros (Hch 20,28; 1Ped 5,2), y la inserción de “pastores” en la lista de
carismas en Ef 4,11. Además de estas pocas referencias, está el envío pre pascual de
Jesús a los Doce a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10,6) y, sobre todo, el
triple encargo a Pedro después de Pascua (Jn 21,15-17). Asume aquí un valor
paradigmático incluso para todos los Ministros de la Iglesia: el servicio pastoral como
expresión de amor y don de sí.
g. Jefes, guías, presidentes: El término hegúmenos, cuya raíz griega significa
“caminar adelante”, “guiar”, es vago y no permite una traducción precisa. Era el jefe de
un ejercicio, un gobernador, un príncipe. No tenía connotación religiosa. En los LXX se
aplica a las autoridades civiles.
El uso del término para indicar a los responsables de la Comunidad es
exclusivamente de Heb, donde los jefes son presentados como los que “han anunciado
la palabra de Dios” dando testimonio de fe (13,7) y que merecen obediencia en su tarea
de vigilancia (13,17). En el último versículo el autor recomienda de saludar a todos los
jefes y santos (13,24). Se refiere, seguramente, a jefes ya muertos dignos de ser
imitados. Fueron, posiblemente, mártires. En otros casos, en cambio, la referencia es a
los jefes actuales, a los que atribuye una función de presidencia de la Comunidad que
comprende aspectos de vigilancia. Las funciones son, entonces, anuncio de la Palabra y
guía de Comunidad.
En 1Cor 12,28, entre los diversos carismas, se menciona también a los
kybernéseis. El sustantivo deriva del verbo kybernao que significa literalmente “estar en
el timón de una nave”; es decir, guiar, gobernar. Pablo lo utiliza, posiblemente,
refiriéndose a cristianos que sirven como timoneros, buenos guías en el testimonio y
orden de su vida de fe.
Conclusión: Relectura sintética de los Ministerios en el NT
En el NT el Ministerio de derivación apostólica se articula en varios Ministerios,
cuya naturaleza y forma se adapta a las situaciones de las diversas Iglesias donde
operan. El Ministerio fontal inserto en la diaconía de Cristo, es el de los Doce y/o
Apóstoles. Se radica en el Ministerio de Cristo, y se expande a las Iglesias en diversas
figuras y formas. Los Doce son los garantes de la continuidad entre el Jesús pre pascual
y el Cristo post pascual. Misioneros de Jesús Resucitado, hacedores de Iglesias. Su
función es, prevalentemente de anuncio de la Palabra, enseñanza, gobierno, en nombre
de Cristo. A esa autoridad corresponde la obediencia de la Comunidad.
Vienen, luego, los ministerios. Funciones o tareas que, sin agotar la
especificidad del apostolado de los Doce, se insertan en ese fundamental Ministerio:
presbíteros, epíscopos, siete, diáconos, profetas, maestros, evangelistas, presidentes,
jefes, guías. Ellos colaboran con los Apóstoles en la evangelización y en la guía de las
Comunidades, y reciben encargo estable o itinerante. Se delinea así, en germen, el
principio de la Tradición y de la sucesión apostólica. Los ministros instituidos por los
Apóstoles no tienen la autonomía de los Apóstoles, pero presiden las Comunidades en
nombre de Cristo.
El gesto simbólico de la imposición de las manos tiene referencia en el AT,
como expresión de bendición (Gn 27,35; 48,14), comunicación sacrificial (Lev 8,22;
16,21), transmisión de encargo (Nm 8,10; 27,18-23; Deut 34,9). A la línea que
comprendía como transmisión de poder, de Moisés a Josué, se agrega probablemente a
partir del S. II aC, el uso de la Ordenación rabínica. Con la imposición de las manos en
la presencia de testimonios, se mostraba que la cadena de la tradición llegaba hasta
Moisés. Se recibía, de ese modo, mediante la prolongación de la cadena, el don de
sapiencia del maestro.
En el NT, la imposición de las manos (epíthesis tón cheirón) puede presentarse
como simple gesto de bendición (Mt 19,13; Mc 10,16; Lc 18,15) o de curación (Mt
9,18-19; Mc 6,5; 7,32; 8,23-25; 16,18; Lc 4,40; 13,13; Hch 8,17; 19,6; Heb 6,2).
Aparece también vinculada a la asunción de alguna persona para funciones públicas y
estables. En Hch 6,6, los Apóstoles rezan e imponen las manos a los Siete. No se trata
de un rito específicamente cristiano de Ordenación. Es más probable que se remonte a la
Ordenación rabínica. En Hch 13,1-3 se habla de conferir un encargo; comporta ayuno,
oración e imposición de manos de parte de los miembros de la Comunidad. No se puede
deducir que sea un rito litúrgico bien definido. Si, la transferencia de un encargo, con la
asistencia del ES. En Hch 14,23 son Pablo y Bernabé que imponen las manos a algunos
presbíteros para las diversas Comunidades, orando, ayunando y confiándolos al Señor.
Pero en este caso su usa la expresión cheirotonía, expresión genérica que indica
originariamente “votación por alza de mano”. Es decir, indicaría nombramiento,
elección, constituir podría ser. Es, por eso, todavía menos claro que sea propiamente un
rito de Ordenación.
Bien diverso es el caso de las Pastorales, donde el gesto no es un simple signo
accidental, sino la transmisión del don, mediante el cual Dios concede un encargo. El
“carisma” que está en Timoteo, y que no lo debe descuidar, se le fue conferido por
indicación de los profetas, con la imposición de manos de parte del Presbiterio (1Tim
4,14). El mismo Timoteo no tiene que tener prisa para imponer las manos a otros (1Tim
5,22), tiene que reavivar el carisma recibido (2Tim 1,6).
Los últimos textos (1Tim 4,14; 2Tim 1,6), afirman claramente que mediante la
imposición de las manos (de Pablo y del Presbiterio) se confiere un don espiritual
estable, no repetible, en orden a la Comunidad. Aquí sí hay un rito litúrgico que, aunque
germinalmente, asume un valor que luego será sacramental. En la diversidad de sujetos
sobre los que se impone las manos, viene participado una función que era realizada por
los Apóstoles. Cosa que, luego, lleva a la conceptualización de los “grados del Orden”.
Lógica en la que el “grado supremo” del sacramento del Orden sagrado es muy
considerado, por las necesidades de las Iglesias. No pudiendo dedicarse a todas al
mismo tiempo, las exigencias del Pueblo de Dios reclaman un Ministerio ordenado.

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