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orden que ocupan en el alfabeto). Para nosotros, el número tiene un sentido muy distinto
del que tenía para el antiguo Israel bíblico. Mientras que los usamos normalmente para
indicar la cantidad de algo (orden matemático y cuantitativo), para la mentalidad hebrea
los números podían expresar además un orden ideológico, cualitativo y teológico[1].
Aunque la Biblia no explica nunca qué simboliza cada número, los exegetas y
estudiosos hemos logrado averiguar alguno de sus simbolismos, pudiendo así aclarar
muchos episodios bíblicos que, a su luz, se han vuelto más comprensibles[3]:
El número 1 simboliza a Yahvéh como Dios único. Por ello indica exclusividad,
primacía, excelencia. Lo encontramos en el credo judío, llamado “Shemá
Israel”, donde se afirma el monoteísmo judío: “Escucha Israel, Adonai es
nuestro Señor, Adonai es uno” (Dt 6, 4-9).
A Dios se le llama tres veces Santo, el que tiene toda la santidad (Is 6, 3).
Cuando el profeta Ezequiel llama al Espíritu de los cuatro vientos para que soplen sobre
los huesos secos (Ez 37, 9), no es que haya cuatro vientos, sino que invoca a los vientos
de todo el mundo.
Cuando el libro del Apocalipsis relaciona al “anticristo” con el número “666” lo que
expresa es la totalidad del mal, es decir, 3 (totalidad) veces 6 (el mal), que simboliza a la
bestia o el demonio por reencarnar todo el mal en el mundo (Ap 13, 18).
El Nuevo Testamento cristiano sigue la tradición hebrea cuando afirma que no sólo hay
que perdonar siete veces, sino setenta veces siete, porque perdonar es lo más importante
y viene de Dios (Mt 18, 22)
El número 10 tiene un valor “mnemotécnico”, fácil de recordar por ser diez los
dedos de las manos. Por ello, conviene retener en la memoria los diez
mandamientos que Dios dio a Moisés en el Monte Sinaí (Ex 20, 1-20), y las diez
plagas que azotaron a Egipto (Ex 7, 8 ss.).
El pueblo de Israel está cuarenta años en el desierto (Dt 8,2) hasta que cambia la
generación infiel por otra nueva; de ahí que sea también el número de la prueba (Ex 16,
35; Nm 13, 25; Dt 2, 7; Jos 5, 6;Ez 4, 6).
Moisés permanece cuarenta días en el monte Sinaí (Ex 24, 18) porque el pueblo va a
experimentar un cambio de orientación tras el Pacto de la Alianza.
El salmo (40, 4) sostiene que mil años para nosotros son como un día para Dios. El rey
Salomón ofreció mil sacrificios de animales en Gabaón (1 Re 3, 4) y tenía mil mujeres
en su harén (1 Re 11, 3).
Mientras que en español escribimos los números con sus correspondientes signos, las
lenguas hebrea y griega emplean las mismas letras de sus alfabetos para escribir los
suyos. Desde esta premisa, si sumamos las letras de cualquier palabra se puede obtener
siempre una cifra; el número así obtenido se llama gemátrico (método muy utilizado por
los cabalistas medievales).
En efecto, sabemos que Abraham tenía un sirviente, llamado Eliécer (Gn 15, 2), al que
había dejado en herencia todos sus bienes. Si sumamos los números que corresponden a
las letras hebreas de este nombre, obtenemos el siguiente resultado: E (=1) + L (=30) + I
(=10) + E (=70) + Z (=7) + R (=200) = 318. Así pues, el verdadero significado de ese
relato es que Abraham salió a combatir con todos sus herederos, siendo estos (la
descendencia de Abraham) siempre superiores a sus enemigos.