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SÍNTESIS: CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA LUMEN GENTIUM

Uno de los documentos del Concilio Vaticano II es la Lumen Gentium, que significa
“Luz de las naciones o Luz de las gentes”, y los aspectos que contiene esta constitución
dogmática tienen por finalidad iluminar para vivir en la fe, la esperanza y la caridad
cristianas.
Se inicia el documento con una afirmación cristocéntrica, puesto que se dice “la luz de
las gentes es Cristo”, y se sitúa a la Iglesia a un nivel sacramental, “como un
sacramento”, el cual se describe de acuerdo con las perspectivas de la teología
sacramental: como “signo”, que acentúa el carácter simbólico de la presencia de Cristo,
y como “instrumento”, que subraya el carácter eficaz de esa misma presencia.
Asimismo, se profundiza en la intervención de las tres personas de la Santísima
Trinidad en las diferentes etapas del comienzo de la Iglesia, desde la creación del
universo hasta la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. También, a partir de
las metáforas bíblicas en torno a la categoría central de Reino de Dios, se identifica a la
Iglesia como “cultivo y campo de Dios”, “familia”, “templo”, “madre”, y finalmente,
“esposa”, para definirla como cuerpo místico de Cristo. Se afirma que la Iglesia querida
por Cristo es “una, santa, católica y apostólica” y que incluye en su propio seno a
pecadores, siempre necesitada de purificación.
El documento continúa diciendo que fue voluntad de Dios santificar y salvar a los
hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo
un pueblo, el Pueblo de Dios. Se nos describe cómo Dios ha escogido a su pueblo en el
Antiguo Testamento y cómo ahora nosotros, seguidores de Jesús, nos ha constituido
como los herederos y descendientes de la promesa hecha a los israelitas. También nos
describe a la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, como “sacerdotal”, y se detalla la relación
del ejercicio de ese sacerdocio común de todos los cristianos con cada uno de los
sacramentos y se subraya la universalidad (catolicidad) de ese único pueblo de Dios,
haciendo una llamada a todos los hombres a incorporarse al Pueblo de Dios, con
referencia a los fieles católicos, los cristianos no católicos y los no cristianos.
Para acompañar al Pueblo que Dios Padre ha escogido, luego de la institución de la
Iglesia, Jesús instituyó diversos ministerios, y, sobre todo, insistió en vivir el
mandamiento del amor expresando y conocido como el servicio a la caridad, es decir, el
de estar al servicio de los necesitados. Por esto se afirma que Jesús quiso a los apóstoles
y a sus sucesores, los obispos, para que la Iglesia estuviese unida; a su vez, a Pedro y al
Papa, su sucesor, a fin de que “el episcopado fuese uno e indiviso”.
Por otro lado, se aclara quienes son los laicos, cuáles son sus peculiaridades y qué parte
les corresponde dentro de la Iglesia. Los laicos son todos los fieles que, incorporados
por Cristo en el bautismo se integran al Pueblo de Dios y se han hechos participes, a su
modo, de la función sacerdotal y profética. Se hace una invitación a que cada laico sea,
ante el mundo, testigo de la resurrección y de la vida de Jesús y señal del Dios vivo. Se
recuerda, además, que los laicos “pueden ser llamados de distintas maneras a una
colaboración más directa con la jerarquía”, así como ser convocados a ejercer “ciertos
cargos eclesiásticos.”
Por otra parte, se habla de la variedad de caminos de santificación aún fuera del estado
religioso, se introduce el tema de la vocación a la santidad en la Iglesia y concluye el
capítulo tratando sobre los medios de santificación, entre los cuales destacan los
consejos evangélicos que son presentados como múltiples y son dirigidos a todos y en
particular a los religiosos.
En cuanto a los religiosos, aquellos fieles que se incorporan a un instituto
canónicamente instituido por la autoridad competente de la Iglesia, se describe la
importancia del “estado” de los religiosos como una “condición de vida” que puede
darse tanto entre laicos como entre clérigos. Además, se afirma que la castidad ofrecida
a Dios, la pobreza y la obediencia, son un don divino que la Iglesia recibió del Señor.
Sobre la muerte, se afirma que existe una sola vida terrenal en respuesta a la hipótesis
de la reencarnación; en relación al juicio se citan textos bíblicos; y sobre el paraíso y el
infierno, se habla con la imagen bíblica de la entrada al banquete de los dignos o la
exclusión de los indignos. También se habla sobre la Iglesia peregrina y su relación con
la Iglesia celestial, la cual incluye los que están “en la gloria” y los que “se purifican”,
superándose así la división en tres Iglesias (militante, purgante y triunfante).
Para finalizar, el último capítulo de la constitución Lumen Gentium valora la
importancia de la Virgen María en la Iglesia y su función en el misterio del Verbo
encarnado y del cuerpo místico en cuanto a los deberes de los hombres para con la
Madre de Dios.

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