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LOS LAICOS

Participantes: Bermúdez, María


Delgado, Marcos
Ramírez, Sandra

Santa Ana de Coro; Noviembre 2023


IDENTIDAD Y MISION DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA

I. DESDE LOS INICIOS DEL CRISTIANISMO HASTA LA


PREPARACION DEL CONCILIO VATICANO II.

Haremos un breve recorrido histórico para conocer cómo se fue desarrollando su


apostolado, desde los inicios del movimiento cristiano hasta la preparación del Concilio
Vaticano II.

En el Decreto Apostolicam Actuositatem (N° 2), sobre el apostolado de los laicos, se


afirma que “en la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión”, por
eso los laicos están llamados a ejercer su apostolado como sinceros colaboradores de
sus pastores.
En este sentido, el Papa Francisco insiste en darles el lugar que se merecen como
bautizados en la misión de la Iglesia, por eso, en una carta dirigida al presidente de la
Pontificia Comisión para América Latina, Marc Ouellet (19/03/2016), recordaba lo
siguiente:

“Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El
primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que
estar siempre orgullosos, es el del bautismo”.

Al recorrer la historia nos damos cuenta de que, por mucho tiempo, los laicos fueron
excluidos de toda responsabilidad misionera en la Iglesia; pero hoy en nuestro tiempo
somos testigos de su despertar, porque -como indica el Papa Francisco en la carta antes
citada-, “nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro
bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo
indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una
élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el
Santo Pueblo fiel de Dios”.
1. Orígenes de los laicos.

Etimológicamente la palabra “laico” procede del griego precristiano


λαϊκός (transliterado como laikós), que indica a un grupo de personas que tienen en
común una condición específica que les distingue de los demás, es decir,
pertenecen al pueblo, pero no tienen en él ninguna autoridad o título. Este vocablo
también deriva de la raíz λαός (laós), que significa “pueblo”, que en la época apostólica
se usaba para indicar que la Iglesia es el Pueblo de Dios.

Los laicos eran la comunidad constituida por la fe en Cristo, en contraposición a


los gentiles y judíos. No estaban fuera de la jerarquía, sino que formaban con ella
una unidad, expresada particularmente en la vida sacramental. El laico es aquél
que pertenece al pueblo elegido, a la Iglesia de Cristo, pero que en el seno
de la comunidad no ejerce funciones sagradas. El sentido de miembro de la
Iglesia se mantiene, pero apunta al fiel cristiano que no ha recibido la
ordenación sacerdotal.

Después del siglo III consta la existencia de una división tripartita: laico, religioso y
clérigo; pero en esta estructura jerárquica, los laicos no figuran sino en relación de
contraste con los ministros ordenados. En nuestros días, esta expresión tiene
muchos significados, lo mismo que las palabras equivalentes: “seglar” y sus
derivados; así como también los adjetivos: laical y laicismo, secular y secularismo.

Desde la época de Constantino se propagó la diferenciación entre los clérigos, que


gozaban de ciertos privilegios, y los laicos, considerados como el grupo de los
ignorantes. Así nació la siguiente clasificación: los cristianos de primera, que
estaban en grado de perfección (clérigos); y los cristianos de segunda, que no
aspiraban a la perfección por estar dedicados a las cosas del mundo (laicos).

En ese tiempo se pensaba que los laicos debían de estar en el mundo, viviendo en un
ambiente lleno de tentaciones y de pecado, mientras que los clérigos debían dedicarse
solo a las acciones espirituales, en contacto con Dios, alcanzando los grados de
perfección. De esta clasificación se retomaban tres elementos para una definición del
laico: 1) es un miembro del Pueblo de Dios; 2) distinto de la jerarquía en el seno de la
comunidad; 3) que se ocupan en los afanes del mundo en modo cristiano.

2. Llamada al seguimiento de Jesús.

Al ubicarnos en el tiempo de Jesús y en la comunidad que convocó, «Él nombró a


unos apóstoles, a otros profetas, evangelistas, pastores y maestros» (cf. Ef 4,11).
Todos ellos formaban parte de un solo pueblo, llamados a ejercer el trabajo
apostólico; pero al adentrarnos más en el Nuevo Testamento, en el Sermón de la
Montaña encontramos a Jesús dirigiéndose a todos, invitándolos a imitar la
perfección del Padre (cf. Mt 5,48), dejando claro que para todos los pecadores
existe una única vocación a la santidad y están invitados a hacerse hijos del Padre
y hermanos entre sí.

Del mismo modo que eligió a algunos para que estuvieran con él (cf. Mc 3,14),
también llamó a otros en circunstancias diferentes. Encontramos, por ejemplo, la
vocación de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10), quien después del encuentro con Jesús no
cambia de oficio, sino que sigue ejerciendo su trabajo con una lógica renovada;
también está la vocación del maestro de la ley (cf. Lc 10, 25-27), llamado a
comportarse como el buen samaritano; pero de modo muy especial encontramos
la vocación de la Virgen María (cf. Lc 1, 26-38), que se convierte en modelo de fe
para la comunidad, porque en íntima unión con Cristo, ha sido la criatura que más
ha vivido la plena verdad de la vocación, respondido con un amor tan grande al
amor inmenso de Dios.

Todos los creyentes estaban llamados a vivir la vida de Cristo, a ser testigos y
servidores del Evangelio. Las funciones que realizaron los primeros cristianos,
hombres y mujeres, aparecen en Hechos de los Apóstoles y en las cartas
paulinas, donde se narra su compromiso con la comunidad a través diversos
servicios: los encontramos dando hospedaje y prestando asistencia a los
apóstoles y misioneros itinerantes; ofreciendo sus casas para las reuniones de la
comunidad (cf. Hch 12,12; Col 4,10-15). El apóstol Pablo menciona en sus cartas
a sus colaboradores que le acompañaron en la fundación de iglesias locales y que
ayudaban a los apóstoles (cf. Flp 4,3; Hch 1,21-26).

Los primeros llamados a formar parte del proyecto salvífico de Cristo eran
hombres y mujeres comunes, que vivían el Evangelio y habían tomado en serio el
envío y las instrucciones de Jesús (cf. Mc 6,7-13). El Evangelista Lucas narra que,
tras el envío de los apóstoles, Jesús también “designó a otros setenta y dos y los
envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares a donde pensaba
ir” (Lc 10,1). Este grupo de discípulos eran, probablemente, todos los que él había
reunido hasta ese momento, o al menos los que le seguían con cierta continuidad.
En el inicio se trató de una misión limitada a los pueblos vecinos, a los
compatriotas que eran judíos; pero después de la Pascua esa misión se extendió:
“Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad” (Mc
16,15).

3. Distinción entre clérigo y laico.

La distinción: clérigo-laico, no se encuentra en el vocabulario del Nuevo


Testamento, pero sí en el de la Tradición cristiana. Así tenemos, en el inicio de la
comunidad cristiana no existió distinción entre clérigos y laicos.

 Clérigo:

“Cleros” es una palabra latina que se traduce como separados, en referencia a


aquellos o aquellas que se separaban del pueblo y adquirían un compromiso como
diáconos, presbíteros, monjes o monjas.

Entre los clérigos ha existido una especificación importante. Hay un clero secular y
un clero regular. El clero secular, es el que está inmerso en las realidades
terrenas, que no está bajo un reglamento, sino bajo la disposición del Obispo y
que vive en el mundo; tiene su casa y su vida al lado del pueblo y también es
llamado clero diocesano, por pertenecer a una diócesis.
El clero regular, en cambio, lo integran aquellos que viven total o parcialmente en
un convento. Sus miembros viven bajo un estilo, un regla de vida muy específica.

 Laico:
Es aquél que pertenece al pueblo elegido, a la Iglesia de Cristo, pero que en el
seno de la comunidad no ejerce funciones sagradas. El sentido de miembro de
la Iglesia se mantiene, pero apunta al fiel cristiano que no ha recibido la
ordenación sacerdotal.

4. Proceso de Jerarquización y Origen del Grupo de Laicos.

En la etapa inicial de la Iglesia encontramos a muchos cristianos activos en la


tarea apostólica, enfrentando la persecución hasta testificar con su sangre. En ese
ambiente de hostilidad, la difusión del cristianismo se dio, en gran parte, a través
de laicos viajeros y comerciantes y que se movían de una región a otra. La
Iglesia primitiva conoció todos los servicios y ministerios necesarios para el
desarrollo de una comunidad viva y misionera. En esos servicios participaban
también las mujeres como sinceras colaboradoras, a las que el apóstol Pablo
encomendó tareas misionales (Rm 16, 1-2).

Los primeros cristianos testimoniaban su fe a través de una estructuración interna,


respetuosa de la variedad de ministerios y carismas que existían en el seno de la
Iglesia. Se presentaban ante el mundo como un cuerpo unitario y comunitario que
vivía la integridad del Evangelio. Pero más tarde, con la libertad religiosa otorgada
por Constantino (313) y el surgir del monacato, se originó una diferenciación entre
los bautizados: clérigos, religiosos y laicos.

A partir del siglo III el uso del término «laico» que se generalizó en toda la iglesia,
pero será hasta el siglo IV cuando se empezó a hablar propiamente de clérigos y
laicos como organismos separados entre sí, y en el siglo V se consolidó la
aparición del monaquismo, dando lugar a la distinción tripartita: clérigos, monjes y
laicos.

En esta nueva perspectiva la misión del laico será entendido como el que se
ocupa de las tareas seculares y no eclesiásticas.

la diferencia entre las funciones de cada grupo con una distinción bien precisa:
mientras el clérigo se distingue del laico por el sacramento del Orden, lo que
distingue al religioso del laico es el estilo de vida. En esta nueva categorización,
los clérigos y los monjes serán quienes se dedicarán a lo sagrado,
desentendiéndose de las cosas del mundo; mientras que los laicos estarán
directamente dedicados a la obra del mundo. Al respecto se decía: el laico no es
un hombre profano, sino el cristiano que vive en el mundo profano.

5. Decadencia del apostolado Laical.


Durante la Edad Media Muchos calificaban a los laicos de ignorantes por estar
excluidos del ámbito de lo sagrado. Debido a esa situación irán surgiendo
movimientos con la intención de contestar a la jerarquía de la Iglesia con el
Evangelio leído en lengua vulgar.
Con la reforma del Papa Gregorio VII (1073) se ratificó la autoridad suprema del
papado en el gobierno de la Iglesia, reafirmando su autoridad universal y
fundamentando la teología del primado romano. Generando dos grupos: el primero
dedicado a las cosas espirituales (clero) y el segundo a las cosas temporales
(laicos).
A partir del Decreto de Graciano (1140), al dar forma jurídica al principio de
estructura jerárquica de la Iglesia, ahondará más la división entre laicos y clero.
Diferencia que terminará por convertirse en verdadera subordinación del laico a
los estamentos clericales. El derecho del laico aparecerá como una concesión
generosa del clero, pero no participarán en el ministerio de la Palabra que sigue
reservado al clero.
Desde finales del siglo XIV, la sociedad medieval se desintegró y apareció la
conciencia individual, el espíritu de nación y la autonomía de lo secular frente a la
tutela de la Iglesia. Mucha gente empezó a pensar que en la Iglesia no se daban
las condiciones para alcanzar la salvación, por eso preferirán la propia experiencia
subjetiva o las pequeñas comunidades o grupos de vida cristiana en lugar de la
Iglesia.
Martín Lutero (1517), desde su propia vivencia de la salvación, recogió muchos de
estos elementos y trató de eliminar las distancias entre clérigos y laicos dentro de
la Iglesia, recurriendo a la negación de la jerarquía eclesiástica y el sacerdocio
oficial. Ante esta posición, la Iglesia respondió reafirmando más el ministerio
sacerdotal y la distinción entre jerarquía y pueblo.

los laicos seguían siendo considerados como incapaces de asumir


responsabilidades serias dentro de la Iglesia, pues se creía que los clérigos eran
los únicos hombres instruidos; la ciencia y la inteligencia era un privilegio de las
abadías, de las escuelas catedralicias y de las universidades como instituciones
eclesiásticas. Por tanto, la referencia al laico será, sobre todo, en relación con las
tareas temporales.

Al ser delimitados a los trabajos temporales, los laicos se fueron desvalorizando


por varias razones: por una parte, la idea de imposibilidad de la santidad en el
mundo (se reservaba a los clérigos y monjes); por otra parte, se les consideraba
como los que tenían solo una receptividad en los sacramentos y no la
responsabilidad activa en la misión de la Iglesia.

6. El despertar del laicado


El mundo moderno se caracterizó por su alejamiento de Cristo y de la Iglesia, por
lo que los laicos enfrentaban el riesgo de verse atrapados en dos ambientes
distintos: el eclesiástico y el social o civil. Con la secularización moderna. Todo se
reducirá al valor temporal. La ideología liberal y el Iluminismo favorecieron la
comprensión del hombre, del mundo y de la sociedad sin horizontes
trascendentes, confiando solo en la razón.
Por otra parte, los protestantes se jactaban diciendo que ellos habían roto
definitivamente las barreras de una piedad puramente monacal para procurar al
hombre del pueblo el ideal religioso, logrando derribar, según ellos, la separación
funesta introducida por los católicos entre la santidad reservada a los eclesiásticos
y la del pueblo laico.

El gran despertar del laicado sucedió entre los años1870 y 1929, Cuando La
Iglesia comprendió que sus hijos cristianos laicos debían ayudar a la construcción
de un mundo nuevo. Así nació la Acción Católica, como fuerza capaz de aglutinar
generaciones enteras de jóvenes y adultos para llevarlos a la santidad con la
transformación del mundo, tan agitado por guerras y dictaduras.

Causas del surgimiento del Laicado:


 La necesidad de los Movimientos Sociales y el Movimiento Litúrgico de ser
participantes activos de la misión de la iglesia.
 La disminución de sacerdotes en la iglesia.
 La urgencia de adherirse al impulso de todos los creyentes, ansiosos de
romper la imagen de un cristianismo muerto o moribundo, de aliviar los
sufrimientos y dar un nuevo sentido a su existencia.
 Por la incapacidad física del clero para realizar todas las tareas.

En conclusión, hasta aquí hemos presentado un panorama histórico general sobre


los laicos en la Iglesia; pero nos falta la parte más importante: los aportes del
Concilio Vaticano II y su posterior recepción hasta el pontificado del Papa
Francisco.

II. Del Concilio Vaticano II al Magisterio del papa


Francisco
El Concilio Vaticano II, al recuperar la centralidad del Pueblo de Dios, reconoció
que la jerarquía necesita de la ayuda de los laicos en algunas tareas, pues ellos
son la mayoría a quienes Dios ha confiado dones, carismas, y una misión propia;
sin embargo, en nuestro tiempo todavía enfrentamos el desafío de la indiferencia
religiosa, el clericalismo y la actitud negativa de algunos sectores de la Iglesia que
aún se niegan a aceptar la participación laical en algunas estructuras eclesiales.

El Concilio Vaticano II a través del Decreto Apostolicam actuositatem reconoce


que el apostolado de los laicos surge de su misma vocación cristiana, que es
participación en la obra de la redención de Cristo, y que las circunstancias
actuales les piden un apostolado mucho más intenso y amplio, pues ellos deben
llegar a donde no lo puede hacer el sacerdote; deben ser evangelizadores que no
necesitan separarse del mundo para su misión.
Es la primera vez en todo el curso de la historia, que un Concilio dedica una
especial atención al tema de los laicos. Después del abandono y falta de
reconocimiento de su apostolado, el Concilio les dio su lugar dentro de la Iglesia
para que dejen de ser simples receptores de sacramentos; su apostolado será
reconocido como un apoyo a la jerarquía

1. Nueva valoración sobre los laicos


. La jerarquía eclesiástica ven en el laico el cristiano ordinario que vive en el
mundo, el creyente cristiano que no está fuera de la Iglesia, sino incorporado a
Cristo por el bautismo y que forma parte del Pueblo de Dios, que participa en la
misión de la Iglesia en el mundo. El mundo en cuestión comprende: la profesión, el
lugar de trabajo, la familia, la sociedad, y todas las circunstancias ordinarias que
constituye la trama de la existencia; pero la concepción del mundo en cuanto lugar
de pecado no entra en la presente discusión, pues en este caso prevalece el
significado de mundo como el lugar y el espacio en el cual el cristiano ordinario
cumple su misión.

2. El lugar de los laicos en la Iglesia a partir del Vaticano II.


El Laico se le reconoce como miembro del Pueblo de Dios incorporado a Cristo
por medio del bautismo y partícipe de la función sacerdotal, profética y regia;
además, cumplen en la Iglesia y en el mundo la misión común de todo el Pueblo
de Dios, pero ellos no han recibido las Órdenes Sagradas ni son religiosos. Su
vocación especial es la de tratar las cosas temporales y ordenarlas según Dios.
Más adelante se subraya con claridad que en la Iglesia todos los miembros tienen
la misma dignidad por su nuevo nacimiento en Cristo y la misma gracia de hijos de
Dios, la misma vocación a la perfección y una fe sin división, donde no debe existir
ninguna desigualdad ya que todos son uno en Cristo (cf. LG 32).

Los laicos, al ser reconocidos como miembros activos en la Iglesia, se les


concederán nuevas funciones: serán llamados a participar de forma activa en el
crecimiento de la Iglesia, a través de las posibles formas de colaboración con el
apostolado ministerial.
La falta de ministros ordenados es de actualidad, por eso es urgente dar al laico el
lugar que se merece y delegarle funciones de acuerdo con su capacidad, pero
para lograr este cometido es necesario abandonar el excesivo clericalismo que es
el causante de eliminar las funciones laicales para centrarlas solo en manos del
clero.
La jerarquía no puede estar presente en todos los campos de la sociedad, por eso
necesita el asesoramiento de los laicos especializados en diferentes áreas de la
vida social, porque conocen a profundidad el ambiente en el que se mueven, a
diferencia de los ministros. En estos tiempos se observa en ellos un mayor interés
por la formación teológica, por eso no cabe duda de que en la medida en que la
Iglesia cuente con un laicado teológicamente culto, se podrá proceder a una
mayor participación real en la vida de la Iglesia.

3. El laico en relación con el clérigo y al religioso


Desde el siglo IV se fue propagando en la Iglesia una división tripartita entre sus
miembros, pero el Vaticano II en la Lumen Gentium(LG) ha ratificado que, tanto
el clérigo, el religioso y el laico, pertenecen al Pueblo de Dios.
El punto de partida es el estado laical, ya que todos nacen laicos y por vocación se
da un cambio en el ejercicio de las funciones, es decir, los clérigos no buscan un
ideal de santidad diferente al de los laicos, y la ordenación o profesión religiosa no
concede un aumento automático de la virtud, sino que ambos deben igualmente
trabajar para conseguir la transformación del corazón, así como también lo hace el
laico.

El sacerdote posee la ordenación ministerial, el laico, por su parte, es


comprendido como un creyente no ordenado, por lo que está incapacitado para
realizar en la Iglesia aquello que, en virtud de la ordenación sacramental, está
reservado al sacerdote. Fue Cristo que decidió desde el comienzo que en su
Iglesia hubiese bautizados ordenados y no ordenados.

En cuanto a la distinción entre el laico y el religioso, se debe considerar que, para


llegar a ser religioso, no basta con observar los consejos evangélicos, pues el
cristiano que vive en el mundo podría hacer lo mismo; pero los religiosos han
escogido para sí mismos un estilo de vida particular en sus comunidades
religiosas. El laico, por su parte, busca su santificación sin desprenderse de su
trabajo y de lo temporal, a través de su obra en el mundo (cf. LG 30).

4. El despertar del laicado después del Concilio


En el periodo posconciliar retomó fuerza la teología del laicado. El Papa Pablo VI
en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (1975) recordaba que la vocación
específica de los laicos los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más
variadas tareas temporales; deben ejercer por lo mismo una forma singular de
evangelización. Debe poner en práctica todas las posibilidades cristianas y
evangélicas escondidas. El campo propio de su actividad evangelizadora es el
mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de
la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de
comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización
como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo
profesional, el sufrimiento, etc.
Después del Sínodo de los Obispos de 1987, la Exhortación Apostólica de Juan
Pablo II, Christifideles Laici, que es un texto teológico-pastoral, abarcó una gran
pluralidad de aspectos: se ocupó de la dignidad e identidad de los laicos en el
misterio de la Iglesia; de su participación en la vida eclesial y su
corresponsabilidad en la misión de la Iglesia.
El Papa Francisco, desde su elección se está esforzando en completar la agenda
inacabada del Concilio Vaticano II. En su Exhortación Apostólica Evangelii
gaudium (2013) invita a la Iglesia a un estado permanente de misión,
reconociendo que la actividad del laicado en las últimas décadas. . El Papa
Francisco quiere una evangelización que fecunde la sociedad con el espíritu
cristiano, advirtiendo que la formación de los laicos y la evangelización de los
grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral al que hay
que dedicarle una particular atención.
El Papa Francisco promueve el laicado recordando que la Iglesia no es una élite
de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos
el santo Pueblo fiel de Dios. Nadie ha sido bautizado sacerdote u obispo […] Los
laicos, son parte del santo Pueblo fiel de Dios y, por lo tanto, los protagonistas de
la Iglesia y del mundo, a los que los pastores están llamados a servir y no a
servirse de ellos»

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