Está en la página 1de 3

ANEXO N° 3

Pensar nuestras prácticas pedagógicas en el actual contexto…. Una aproximación desde el


arte.
“Preparar una clase podría considerarse también como un ejercicio de curaduría, como
una selección y un ordenamiento de obras hecho con un criterio curatorial de carácter
pedagógico” Jorge Larrosa La presentación de la obra de Candela Pietropaolo titulada
“287 intentos para traerte hacia mí”, nos acerca a una investigación pictórica que una
artista de la provincia de Santa Fe llevó adelante al estudiar del color del río Paraná. La
muestra permite conectarse con los devenires de esta búsqueda. La artista comparte, al
realizar la muestra, de qué manera fue intentando dar respuesta a aquella pregunta
inicial: ¿De qué color es el Río Paraná? Durante su recorrido, pueden verse los distintos
trozos de vinílicos pintados acorde al color que, según sus ojos, ofrecía el río en cada
ocasión. Las fotografías que acompañan dan cuenta de esos sucesivos intentos. Podría
decirse que el valor de la obra está en la exhibición minuciosa de los avatares de una
búsqueda que, a la postre, finalizó con la transformación del interrogante inicial que diera
impulso a la misma al percibir que no hay ‘un’ color sino varios, y que esta definición
compromete los ojos y circunstancias de quien lo mira. Los 287 intentos necesitan ser
mostrados. La obra es la búsqueda. Hubo un pensar sobre el recorrido efectuado, sobre
los procedimientos utilizados. Hubo decisiones que tomar, para hacer público un intenso
trabajo de transformaciones materiales y subjetivas. El relato de la autora da cuenta de
múltiples aspectos que fueron jalonando ese proceso de búsqueda y configurando
trabajosamente su obra. Así, en su discurso va mencionando:
- aquel interrogante inicial que diera origen al proyecto,
- el sentido del mismo en vinculación con el propio entorno,
- la importancia de conocer a los artistas locales, “los pintores que habitaron el mismo
medio, que vivieron la misma humedad y calor del litoral”, como recuerda de su maestro
Juan Grela, autor que valora y en quien se apoya;
- el nombre de este maestro que reconoce como referente,
- el entusiasmo que fue creciendo al compás de nuevas preguntas,
- los sucesivos registros a los que volvía en clave de revisión de ese hacer y de
autoconocimiento también.
Ella sabe que no es posible pintar dos veces el mismo río, y que en cada registro de las
diferencias, la mirada se amplía… Que es posible, en la conciencia de esas
transformaciones, proponer otra mirada. La riqueza metafórica que adviene si, desde
estas expresiones referidas al ámbito artístico se piensa en las dimensiones que atraviesan
al oficio docente, es de una enorme potencialidad. Si en lugar del relato de un artista, se
tratara de un docente puesto a la tarea de llevar adelante una muestra de aquello que
constituye su obra: la enseñanza, una clase: ¿Cuáles serían las imágenes que jalonarían su
búsqueda? ¿Cuáles las preguntas que la orientarían? ¿Cuál el lugar de las miradas, los
maestros, el entorno, los registros, las propias vueltas reflexivas, la conciencia…? Quizás
los artefactos del oficio del profesor también serían sus artes, las artes del profesor, las
cosas que usa para su oficio, sus artilugios, sus artimañas, sus modos de hacer, sus
intentos (no en el sentido de que el profesor sea un ingeniero, pero sí en el de que es
alguien ingenioso, alguien que se las ingenia para hacer lo que tiene que hacer)…
En las clases hay que hacer visibles las imágenes, hay que hacer legibles los textos, hay
que hacerlos sonar, comentarlos, relacionarlos con otros textos y con otras imágenes,
hacerlos resonar con experiencias vitales, hacerlos presentes, darlos a leer. (LARROSA,
2018:51) La tarea docente, desde esta perspectiva, podría pensarse como una
composición, con la intencionalidad de producir a lo largo de la experiencia una especie de
‘interpretación colectiva’, como si los textos fueran partituras y el aula la sala de
conciertos en que son interpretadas. El trabajo docente, en tanto obra, está antecedido
por múltiples interrogantes e intentos por parte de quien prepara, afanosamente, sus
clases, tomando las tonalidades y texturas de aquél proceso que le antecede. A sabiendas,
de que cuánto más piensa un docente, más ayuda a pensar. De que cuanto más inquisidor
es en relación con aquello que es objeto de su enseñanza, más propicia la curiosidad.
Cuanto más se dedica a enseñar, más dispone a dedicarse a aprender. Sin certezas, la
docencia persigue siempre esta causa. Y en la imprevisibilidad, inmediatez, complejidad e
indeterminación de las prácticas, estas ponen de manifiesto su proximidad con el arte en
términos de invención, de trabajo artesanal, de implicación, de vinculación con el entorno,
propios de este oficio. El afán obstinado en esa tarea enorme de especialización que
supone la enseñanza y la dedicación amorosa en la creación y sostén del vínculo
pedagógico que lo caracteriza, es antesala y condición indispensable para que una
experiencia escolar de alta intensidad tenga lugar. Experiencia que da cuenta de proceso,
de preguntas, de búsquedas, de deseo… De 287 intentos para generar algo parecido,
nunca igual, a la enseñanza escolar en el contexto actual, de tremendos desafíos, ‘tan
difícil para todos, tan desigual para algunos’, como decía Inés Dussel en un conversatorio
reciente (Dussel, 2020. “La clase en pantuflas”).
Aporte de la Prof. Alejandra Morzán.

También podría gustarte