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Figura del "Héroe" Mio Cid

El poema trata todo el tiempo de resaltar las virtudes, fuerza y hazañas del Cid. A él lo hacen héroe
todas sus vivencias, por la actitud que éste muestra en cada una de éstas. El término héroe en la
antigüedad era más bien un carácter. El poema lo resalta con los relatos de todas sus hazañas y
como él se enfrenta, con mesura, ante las muchas situaciones que le tocaron vivir.

Cuando acariciamos con nuestros ojos cada una de las palabras que componen el “Poema de Mío
Cid”, descubrimos una a una las características que hacen del Mío Cid un ejemplar héroe. Es un
hombre leal ante todo y todos a Dios y a su Rey. Esto lo vemos en toda la trama del poema. Su rey
Don Alfonso lo desterró y esto fue muy difícil para él. A pesar de esta situación Ruy Díaz sale de su
patria con la frente en alto y con la seguridad de que algún día regresará como un hombre de
honor. A lo largo del poema se nos presenta como éste va adquiriendo riquezas y honor mediante
luchas y guerras. A diferencia de un hombre común, Ruy no le guarda rencor a su rey por el
destierro. Siempre leal a él, le manda caballos que gana en sus batallas, como en representación
de vasallaje sin ser él vasallo del rey. Sus hazañas en las batallas también atribuyen a su título de
héroe. El Cid era un gran guerrero, su actitud en las batallas era una de nunca rendirse y dar lo
mejor de si mismo, esto ayudándole a salir victorioso siempre.

encontramos una contraposición frente a las numerosas hazañas irrealizables, prácticamente


fantásticas que tiende a presentarnos la poesía épica, que en el cantar de Mio Cid, se nos revela un
tanto más realista a este haber, situación que procederé a destacar a través de marcas textuales;
en una de las batallas contra los moros, cuando éstos tenían cercado al Cid y a sus mesnaderos,
cuyo número total de guerreros cristianos abarcaba unos trescientos: “Todos hieren en la fila
donde está Pedro Bermúdez, trescientas lanzas son, todas con sus pendones: Cada una mató a un
moro de un solo golpe y, al hacer una nueva carga, otros tantos fueron muertos.”[2] Aquí se
apercibe un claro ejemplo del carácter predominantemente realista de este cantar, ya que cada
cristiano vence a un moro y no a cientos de ellos como suele ocurrir en otras gestas, desvelándose
de este modo una mayor paridad, cuya hazaña heroica no se ve aminorada por esta diferencia,
sino que al contrario, gracias a la contribución de determinados elementos consignados, tal como
el valor de los guerreros, la descripción de sus posiciones ofensivas, que si además se le añade la
arenga del Cid a sus vasallos, hace que este episodio resalte aún más: “Embrazan los escudos a la
altura del corazón; las lanzas enristran con los pendones arrollados, inclinan las caras hasta el
arzón de la silla y atacan con valentía. El que en buena hora nació los anima: ¡Por amor de Dios,
atacadles, caballeros! ¡Yo soy Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador!”.[3]

En un segundo punto se ha señalado el carácter rebelde del Cid, no obstante, es necesario referir
cuáles son las motivaciones que lo conducen a quebrantar de cierto modo el código caballeresco,
yendo más allá de las órdenes que le encomienda su señor, en este caso, el Rey Alfonso VI de
Castilla. De hecho, debido al mal entendido de esta rebeldía, que sumado a la saña que le tenían al
Cid algunos guerreros, determinaron que éste fuese desterrado. Motivo que marcará hondamente
la primera parte del poema. Cabe destacar que en su exilio, el Cid se impuso tres objetivos: El fin
de ganar lo suficiente para sí mismo y sus hombres, en segundo lugar la restitución de su familia,
honra y felicidad, teniendo así por tercera finalidad recobrar además la gracia del Rey.

El primero de estos fines está relacionado con la lucha por subsistencia, que referiré
posteriormente, así que por ello me centraré en los otros dos elementos, encontrando en el caso
de la restauración de la honra familiar la subsiguiente cita: “¡Plega a Dios e a Sancta María que aún
con mis manos case estas mis fijas, o que dé ventura e algunos días vida e vós, mugier ondeada, de
mí seades servida!”.(vv. 282-284). Situación que versa sobre el plano emocional en el cual se nos
manifiesta el héroe, que a su vez se conjuga con otros rasgos que lo caracterizan, como es su
prudencia. Por otro lado aludiré al tercer punto, cuya siguiente marca textual reafirma la condición
de lealtad del Cid y por ello empleé el epíteto de positiva, ya que el héroe del cantar hace todo lo
posible para agradar a su Rey y que finalmente éste lo exculpe: “Entonces aguijan sus caballos y les
aflojan las riendas. A la salida de Vivar se les cruzaron cornejas por la izquierda, que al entrar en
Burgos volaban por su derecha. El Cid movió los hombros y sacudió la cabeza: ¡Enhorabuena, Alvar
Fáñez, porque nos vamos desterrados! Con muchos honores volveremos a Castilla.”[4] En esta cita
se aprecia con nitidez las intenciones positivas que tiene el Cid desde un comienzo, resultado que
se ve ratificado por el presagio de las aves, consiguiendo a través de este viaje como desterrado y,
por sus hazañas heroicas, validar su nobleza como vasallo, cuya valía tanto lo caracteriza.

También a su vez en el cantar se puede encontrar otro pasaje en el cual se percibe el grado de
lealtad del Cid hacia su señor, que está en íntima relación con lo señalado precedentemente:
“¡Cuántas tiendas valiosas y cuántos postes labrados ganaron el Cid y sus mesnaderos! Así, la del
rey de Marruecos, que es la principal de todas, está sostenida por dos postes labrados de oro; el
famoso Cid Campeador, al verla, mandó que la dejasen armada y ningún cristiano la quitase de
donde estaba: Tal tienda como ésta, que han traído de Marruecos, quiero enviársela a Alfonso de
Castilla para que crea las noticias de que el Cid ha conseguido riquezas.”[5]Esta situación se
concibe tras el triunfo contra las huestes del Rey moro de Marruecos, quien envió a su ejército de
cincuenta mil combatientes para expulsar a Rodrigo Díaz de Vivar y sus mesnaderos de aquellos
territorios, después de saber que el Cid había conquistado Valencia, razón por la cual no se podía
quedar de brazos cruzados.

El tercer elemento que conforma al héroe de este cantar es la ejemplaridad con la que imparte
castigo a sus enemigos, lo que queda absolutamente explicitado cuando éste pese a la deleznable
falta que cometieron los infantes de Carrión contra sus hijas, en vez de hacer justicia por sus
propias manos, decide realizar procedimientos judiciales: “Tú Minaya Alvar Fáñez, el mejor de mis
soldados, tú vendrás conmigo […] y completamente hasta cien personas de entre las que yo traigo.
Para demandar mis derechos y exponer mis quejas.”[6]En torno a éstos Rodrigo Díaz de Vivar
tenía todas las de ganar, así que como punto culmine, a éste se le restituye la honra y aquellos
bienes que les había cedido a los infantes, además que estos últimos tendrán que batirse a duelo
como se acordó en la corte.
En cuarto lugar como se ha mencionado, la lucha del Cid no es una guerra de religión, sino por
subsistencia, lo que se expresa en numerosas citas que procederé a anexar: “bien lo vedes que yo
non trayo avere huebos me serié pora toda mi compaña.”(vv. 82-83). En el mismo sentido Alan
Deyermond refiere: “Y concibe las batallas contra los moros como medio de ganar tal fin (v.
673).”[7]Por último incluiré la siguiente cita en traducción moderna, que deja entrever aún mejor
este rasgo: “La aventura me llega de la otra parte del mar: Combatiré, pues no puedo perder la
ocasión; mis hijas y mi mujer me verán combatir para que sepan cómo se vive en tierras ajenas y
verán, cumplidamente cómo se gana el pan.”[8] Por lo preliminar se puede concluir que la
situación en la cual se encontraba nuestro héroe, sin posibilidad alguna de adquirir viandas debido
a su condición de desterrado, que sumado a la apremiante necesidad de alimentar y pagar a sus
mesnaderos y, sobre todo, procurarle lo mejor a su familia, protegiendo sus tierras, es que tenía
que batallar.

Finalmente el último punto refiere las cualidades que hacen de Mio Cid, un héroe modélico, baste
con ello numerarlas, entre ellas tenemos: La gallardía guerrera y la prudencia, ambos valores que
suelen ir por separado y que pocos héroes logran aunar. Su carácter emotivo, cuyo plano se nos
revela como padre y esposo, además de ser justo con sus vasallos y moderado con sus enemigos.

lo fundamental que resulta el honor y la fama en el cantar, se puede concluir a través de un modo
inductivo, como ya ha referido Bowra, que: “La poesía épica es el género literario dedicado a
ensalzar en verso la actividad de unos seres superiores –dioses, héroes- cuya única meta es
recuperar el honor con las más nobles acciones y arriesgados esfuerzos”. En un mismo sentido se
infiere que no existiría poesía épica sin la correspondiente cuota de honor necesaria, que funciona
a su vez como motor de la trama de la obra y del género en sí.

Por otro lado, encontramos en la figura del héroe la convergencia de valores de una sociedad
o precisamente los ideales de ésta, que como ya hemos visto, el honor y la fama son los
principales y cómo éstos se conciben, nos permiten entrever y caracterizar un período histórico,
particularidades geográficas, jerárquicas, políticas, entre muchas otras. En una misma línea se
deduce que estos valores no sólo tienen una trascendencia intrínseca en la conformación de la
obra, sino que permiten extraer rasgos de comprensión que versan sobre los aspectos extrínsecos
de ésta, ya sea por ejemplo, su contexto de producción.

Noción de las relaciones de poder en el poema de Mio Cid.

la estructura del cantar está en íntima relación con las temáticas fundamentales que la perfilan,
por ello entre éstas encontramos la relación vasallo-señor, que se forja desde cuatro perspectivas
distintas: Cid - Rey Alfonso, Cid - vasallos, Cid - Nobleza cristiana y Cid – Moros, las cuales marcan
patentemente la primera parte del relato, que como se refirió, es una estructura bipartita, por
consiguiente, este tema está directamente ligado con la honra política del Cid, nociones que
analizaré minuciosamente a continuación.

Desde un principiose nos revela la relación entre el Cid y su señor el castellano Rey Alfonso, para lo
cual me apoyaré en una de sus citas, desprendiendo así determinadas características de ésta: “El
cantar empieza con una formulación bastante atrevida por los ciudadanos de Burgos: ¡Dios qué
buen vassallo, si oviesse buen señor! (v.20). […] sea cual fuere el sentido que aceptemos, queda
patente que para los burgaleses Alfonso no es buen señor.”[16]En esta marca textual se aprecia
por una parte la valoración positiva que poseían los burgaleses hacia el Cid, lo que en sus inicios
Alfonso también concebía de ese modo, no obstante, bastó una baladí intervención con saña
hecha por otros de sus súbditos, para que desterrara al Cid, que en segundo término señalan los
burgaleses y es que el Cid ha sido un vasallo ejemplar, pero que el Rey se comportó injustamente
con él, por ello lo tachan de “mal señor”. También Jules Horrent, manifiesta su posición frente a la
relación entre el Cid y su señor, pero desde otro punto de vista: “Aunque su conducta para con su
rey es siempre una, no es el hombre de una sola idea o de un escaso conjunto de sentimientos.
Vasallo infatigablemente fiel de un rey ingrato, es también un cabeza de familia […]”.[17] Aquí se
nos itera la visión de fidelidad que debe guiar la vida del vasallo, pero que además en el héroe del
cantar se conjuga con los valores de la tradición familiar, desvelándonos la polivalencia del Cid.

A medida que transcurre el relato atisbamos a un Ruí Díaz de Vivar que adquiere un honor y
fama continuos, que a través de diversas conquistas territoriales y proezas va mejorando su
posición social y política, en esta línea Jules Horrent, ha referido lo subsiguiente: “Si el Cid
defiende una causa, es la suya: lucha para compeler al rey a fuerza de gloria, potencia y fidelidad
personal a que le otorgue un justo y merecido perdón, para mejorar su posición social, logrando
para él y los suyos el más alto nivel posible.”[18] Si bien el Cid lucha por una causa personal,
mantiene siempre el vínculo de fidelidad a su rey, que dentro de la cosmovisión medieval es
esencial, ya que conforma uno de los deberes del vasallo para con su señor, lo que conllevará
finalmente a que el rey reconozca en él su valía y se produzca la reconciliación.

El siguiente párrafo que incorporaré da cuenta del poder e influencia que ejerce el rey Alfonso
de Castilla y cómo la gente que habita en sus territorios, al igual que el Cid, deben mostrarse
sumisas a sus mandatos: “A gusto le aposentarían, pero nadie se atreve por la gran saña que le
mostraba el rey Alfonso. Al anochecer, entró en Burgos una carta suya, venía con prevenciones
muy severas y selladas cuidadosamente: nadie debía dar cobijo al Cid, y, quien se lo diese, se
atuviera a las consecuencias: sus bienes serían confiscados, le arrancarían los ojos y perdería
cuerpo y alma. Gran pesar tenían las gentes cristianas, pero se ocultan del Cid, a quien no se
atreven a decir nada.”[19] En este extracto se apercibe no sólo la hegemonía político-social
ejercida por Alfonso, sino que también lo mucho que estimaban a Rodrigo Díaz los burgaleses, que
pese a cuanto anhelasen subsidiar a Mio Cid, por temor a las represalias del Rey, se abstienen.

La segunda relación de poder según se ha planteado, es aquella entre el Cid y sus mesnaderos
o vasallos, que se aprecia nítidamente en el siguiente extracto: “¡Qué bien pagó a sus vassallos
mismos! A cavalleros e a peones fechos los ha rricos, en todos los sos non fallariedes un mesquino;
qui a buen señor sirve siempre vive en delicio.”(vv. 847-850).

Para comprender mejor esta cita, es preciso agregar los fundamentos de Deyermond, que
complementaré críticamente: “No es casual que el buen vasallo sea al mismo tiempo buen señor:
los hombres y las mujeres medievales veían la sociedad y el universo entero como cadenas
jerárquicas establecidas por Dios, y quien respetaba el orden divino en un sentido lo respetaría en
otro. Y a la inversa: el mal señor sería probablemente mal vasallo.”[20] En este fragmento en
particular, se otea al Cid como un señor justo, que da a cada cual lo que le corresponde y si es
posible más aún, incluso se destaca su valor heroico indirectamente, ya que es un “buen señor”
por sus aptitudes bélicas y preparación, como en su lealtad para con sus vasallos y Rey.

En el siguiente extracto nuevamente se nos revela el carácter del Cid en su paridad para
repartir las viandas: “Martín Antolinez, el burgalés complido, a mio Cid e a los sós abástales de pan
e de vino; non lo compra, ca él se lo habié consigo; de todo conducho bien los hobo bastidos.
Pagós mio Cid el Campeador complido e todos los que van a so cervicio”. (vv. 65-69 b). En este
pasaje fueron abastecidos de alimentos por Martín Antolinez, quien a través de su ingenio los
ayudará reiterativamente, siendo un gran y leal vasallo, que como se ha mencionado el Cid no cesa
de pensar en sus mesnaderos y de prodigarles lo mejor por su servicio. Lo anterior se
complementa con los versos siguientes, donde Ruí Díaz, gustaría de ofrecerle el doble si pudiese a
M. Antolinez: “Fabló mio Cid, el que en buena cinxo espada: ¡Martín Antolinez, sodes ardida lanca!
Si yo vivo, doblar vos he la soldada.”(vv. 78-80).

La tercera relación de poder se produce entre el Cid y la nobleza cristiana, que como se ha
visto, en primer término encontramos una gran estimación por parte de los burgaleses hacia el
Cid, quienes pese a que quisieron ayudarlo, no pudieron por las razones ya explicitadas, pero
además se observa este mismo rasgo en muchos de sus vasallos, quienes en determinados casos
pertenecen a la clase nobiliaria, que se consolida cuando son designados caballeros, por otra parte
hay una circunstancia paradigmática, que es la arenga de Minaya, quien aduce la cantidad de
guerreros que son, lo que revela en conformidad la honra del Cid y su prestigio: “Primero fabló
Minaya, un caballero de prestar: De Castiella la gentil exidos somos acá, si con moros non
lidiáremos, no nos darán del pan. Bien somos nos seiscientos, algunos hay de más; en el nombre
del Criador, que non passe por ál: vayámoslos ferir en aquel día de cras.”(vv. 671-676). Pero no
sólo esta situación se aprecia en este extracto, sino que tras la afrenta de Corpes, Mío Cid se dirige
a la corte toledana acompañado por varios de sus amigos pertenecientes a la nobleza cristiana, lo
cual se consolida con el apoyo del rey Alfonso y las nupcias que contraerán hacia el final sus hijas.

Como relación culmine encontramos al Cid y los moros, lo que al contrario de lo que se podría
pensar, no es del todo antitética, ya que si bien debe pugnar junto a sus vasallos cristianos contra
innumerables huestes moras, estas causas como se ha mencionado, más allá de subyacer a una
guerra de religión, son provocadas por un afán de subsistencia y protección de las heredades que
ha adquirido. No obstante, en lo que respecta a la nobleza mora, el Cid mantenía una relación
bastante favorable, lo que se comprueba a través de ciertos pasajes, que es menester citar:
“¡Óyeme, tú, Félez Muñoz, mi sobrino!, iréis por Molina y allí pasaréis una noche; saludad a mi
amigo el moro Abengalvón: dile que reciba a mis yernos lo mejor que pueda; que con ellos envío a
mis hijas a tierras de Carrión, que las sirva en todo cuanto necesiten y que por mi amistad, las
acompañe hasta Medinaceli. Le daré gran premio por cuanto haga en su ayuda.”[21] Aquí queda
reflejado el grado de cercanía e incluso vínculos de amistad que compartía el Cid con los moros, el
que llegaba hasta tal punto, que era capaz de confiarle el bienestar de sus hijas.

Finalmente la relación anterior, se reafirma con la retribución que les prodigó Abengalvón a
las hijas del Cid e incluso a los infantes: “El moro dio sus presentes a las hijas del Cid y sendos
excelentes caballos a los infantes de Carrión; todo esto lo hizo por su amistad con
Rodrigo.”[22]Incluso cuando fue informado que los infantes querían darle muerte, debido a sus
riquezas y posesiones, pretendía escarmentarlos, sin embargo, por las hijas de Ruí Díaz no lo hizo,
que en ese sentido marca todavía más el grado de lealtad hacia él: “Si no fuera por mío Cid el de
Vivar, os daría un escarmiento sonado por todo el mundo y, luego, devolvería sus hijas al fiel
Campeador y vosotros jamás entrarías en Carrión.”[23]

El Cantar de Mío Cid

El cantar de gesta o poesía épica tiene sus raíces en la épica germánica. Este género floreció a fines
del siglo XI en Francia y, desde allí, se extendió por Europa occidental.

El cantar de gesta es una poesía narrativa de tipo tradicional en la que se narran las hazañas
legendarias de los antepasados, las victorias de un pueblo, o las guerras contra vecinos u
opresores. El conjunto de poemas épicos de un país forman una epopeya.

Esta poesía heroica abarca obras tan diversas como los poemas griegos La Ilíada y La Odisea, el
germánico Hildebrand, el asiático Gilgamesh, el anglosajón Beowulf, los Edda escandinavos, el
francés Cantar de Roldán y el castellano Cantar del Mío Cid.

Rasgos del cantar de gesta

A pesar de la diversidad de estos cantares, toda poesía heroica comparte ciertos rasgos
característicos que el investigador Cecil M. Bowra enumeró del siguiente modo:

· Se trata de una poesía centrada en la figura de un héroe: a través de esta, se exaltan las
características positivas más valoradas por una comunidad (valentía, ingenio, fuerza, astucia). El
héroe representa el afán de superación de los hombres.
· Es una poesía de acción: el héroe muestra sus virtudes a través de sus actos, los hombres
actúan según principios comprensibles, y el héroe es admirado porque busca el honor a través del
riesgo.

· La narración tiende a ser objetiva y de carácter realista: no hay una introspección psicológica
de los personajes, y sus acciones no transcurren en ámbitos fantásticos, sino en escenarios
cotidianos para el público (poblados, monasterios, bosques, castillos, etc).

· Su unidad de composición es el verso: la extensión de estos versos puede ser muy variada.
Esto se relaciona con la génesis oral de este tipo de poesía.

· Los cantares remiten a una edad heroica: los hechos narrativos se ubican en un pasado
remoto en el que la comunidad habría alcanzado su máxima gloria. Este tiempo postula un modelo
por alcanzar, y es motivo de orgullo y de afirmación de una identidad cultural.

De la historia a la literatura

El cantar de gesta tiene un fondo histórico cierto. Sin embargo, su fidelidad a la exactitud histórica
presenta matices que van desde aquellos cantares que son una crónica rimada hasta aquellos
otros que parecen una obra de pura ficción. Por lo general, cuando más remoto es el asunto de
una gesta, más se aparta de la realidad histórica, mientras que cuando relata hechos sucedidos en
un pasado próximo, la fidelidad a lo que realmente acaeció es mayor. Lo mismo sucede respecto
del espacio donde ocurrieron los eventos: cuando el poema épico transcurre en las tierras de los
acontecimientos, suele mantener datos geográficos y sociales más fieles a la realidad.

El Cid: personaje histórico

El Cantar del Mío Cid está basado en la parte final de la vida del personaje histórico Rodrigo Ruy
Díaz de Vivar, el Cid Campeador, quien vivió entre 1043 y 1099. Los árabes lo apodaron con
respeto “Mío Cid”, que significa “mi señor”. Fue un hábil guerrero que comenzó su carrera como
servidor del rey Sancho II de Castilla y luego de Alfonso IV, rey de León y Castilla, con quien tuvo
una relación turbulenta: el cid fue desterrado en dos oportunidades, Peleó al servicio del rey moro
de Zaragoza y con su propio ejército conquistó Valencia. Su maestría en el combate fue
fundamental para contener la invasión árabe de finales de siglo XI.
En el siglo VIII en la Península Ibérica, que estaba organizada en pequeños cristianos, se inició la
invasión de los musulmanes. Por este hecho, los reinos cristianos tuvieron que retroceder hacia el
norte, y el resto de la península quedó en manos de los invasores, quienes establecieron su
emirato en la región de Córdoba. En los primeros años del siglo XI, el emirato se disolvió en un
conjunto de pequeños reinos independientes llamados taifas.

Sin embargo, en el siglo X, se fortalecieron los reinos cristianos de León y Castillay, hacia el siglo XI,
el poder de los moros se había debilitado, lo que promovió el inicio de la amplia, en el siglo XI,
comenzó la expansión de la sociedad europea occidental, cuyo momento cumbre sería la primera
cruzada.

El Cid: héroe literario.

La elaboración poética de la vida del Cid, su transformación de personaje histórico a héroe épico,
es un proceso que va desde los últimos años del siglo XI hasta fines del siglo XII. Al final de su vida,
el Cid era considerado un héroe, y es probable que ya en esa época circularan leyendas sobre sus
hazañas. No obstante, el Cantar del Mío Cid se fue transmitiendo en diversas versiones y
refundiciones orales, por lo cual se desconoce su fecha de composición. Las hipótesis más
plausibles sitúan esta fecha entre 1140 y 1207, año que figura en la versión escrita que se conserva
del poema, conocida como “el Códice de Vivar”, manuscrito juglaresco del siglo XIV que transcribe
una copia que firmó el amanuense Per Abbat en 1207.

Cultura oral y cultura escrita.

En la primera mitad del siglo XIII, comienzan a producirse nuevas relaciones entre lo escrito y lo
oral, y la práctica del juglar se superpone al desarrollo de la cultura escrita. Así, empiezan a
ponerse por escrito los cantares de gesta. En este pasaje de la oralidad a la escritura, la historia se
simplifica poéticamente para destacar los conflictos esenciales y se prosifica el discurso poética.

Sin embargo, se mantienen rasgos de oralidad en el modo de composición del relato: por ejemplo,
la historia articulada a partir de grandes episodios previsibles (la partida, el viaje, las pruebas, el
retorno), armados a través de motivos narrativos (unidades narrativas menores y estereotípicas,
como las descripciones de los atuendos de los guerreros, las escenas de batalla, la relación entre el
héroe y el rey, etc). Otros rasgos de oralidad serán la versificación, las frases cristalizadas, los
personajes particulares, etc.

Estructura y trama argumental del Cantar del Mío Cid.


El poema está organizado en tres cantares de una extensión semejante cada uno correspondería a
una actuación juglaresca de dos horas de duración. El crítico español Ramón Menéndez Pidal les
puso estos títulos para indicar el contenido narrativo de cada uno:

“Cantar del destierro” al primer cantar.

“Cantar de las bodas” al segundo cantar.

“Cantar de la afrenta de Corpes” al tercer cantar.

La estructura argumental de la obra sigue dos líneas: la primera comienza con el destierro del
héroe y las victorias de Rodrigo en tierras de moros, que le permiten conseguir fortuna y
consolidar un ejército. Esta línea argumental culmina con la conquista de Valencia, el reencuentro
con su familia y la reconciliación con el rey. El tema central de esta parte es la relación entre señor
y vasallo.

La segunda línea narrativa comienza con las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión,
miembros de la alta nobleza, enemiga del Cid – quien pertenece a la baja nobleza rural-. Los
infantes revelan su naturaleza de cobardes y, ante tal deshonra, planean vengarse del Cid y
maltratar a sus hijos. Luego de este ultraje, el Cid reclama justicia al rey, quién convoca a un juicio
que culmina con unos duelos donde los infantes son vencidos y deshonrados. Las hijas del Cid
consiguen nuevos esposos que les reportan mejor nivel económico y social. Los temas centrales
son la alta y la baja nobleza.
Estructura Básica

Primer Cantar

Segundo Cantar

Tercer Cantar

Situación Inicial

Destierro del Cid. Héroe desterrado.

Prueba principal (toma de Valencia)


Honra afrentada (afrenta de Corpes)

Conflicto

Pruebas que atraviesa para recuperar su honor (primeras victorias)

Reunión con la familia del rey (recuperación del honor, glorificación del héroe.

Cortes de Toledo (comienza la recuperación de la honra del héroe)

Resolución (o situación final)

Liberación del conde de Barcelona.

Bodas de las hijas del Cid.


Duelos en Carrión y boda final (glorificación final del Cid, reconocimiento de la comunidad).

El honor como tema central

Ambas líneas narrativas, sin embargo, tratan un proceso de pérdida y recuperación del honor:

En el primer caso, del honor relacionado con el espacio público, los bienes materiales y el prestigio
social.

En el segundo caso, la perdida y recuperación de la honra; el honor entendido desde una


dimensión desde una dimensión moral y personal.

Estas líneas se entrelazan desde el comienzo, ya que el tema de las bodas se plantea durante la
despedida del Cid de su familia, antes de iniciar el destierro.

La construcción del héroe en el Cantar del Mío Cid.

En 1913, Menéndez Pidal afirmaba que el componente fundamental del carácter del Cid poético es
la mesura. La mesura es una virtud retórica, de la palabra, pero en el Cid se extiende a su
comportamiento, que revela un carácter sensato. Ni en los peores momentos, como en su
destierro, pierde la compostura.

Esa mesura, aplicada a la acción, se convierte en prudencia y destreza mental, y lo distingue


también de la mayoría de los héroes épicos. En el Cid, la fortaleza no es simple fortaleza física, sino
moral y mental; la sabiduría aplicada a la esfera familiar y personal implica la responsabilidad hacia
la honra y el bienestar de su mujer y sus hijas, cifrada en el logro de buenos matrimonios, y de sus
hombres, expresada en la distribución de la riqueza. En este sentido, no entiende la ganancia
como algo personal, sino colectivo: el éxito del Cid siempre se comparte.
A diferencia de otros héroes épicos, el Cid lucha contra un mal de dimensiones humanas (los
infantes de Carrión), y su heroísmo también presenta estas dimensiones. No trama una venganza
sangrienta contra los infantes ni se rebela contra el rey durante su destierro: su heroísmo se
manifiesta en la lealtad, la generosidad y la legalidad. Por eso, la restitución de su honor se dará
por medios jurídicos: el rey Alfonso X convoca las cortes de Toledo para reparar la afrenta hacia el
héroe de Castilla.

El Cid no es un héroe imposible para su auditorio medieval, sino verosímil, y se convierte así en un
modelo al que se podría imitar.

OTRAS ÉPICAS, OTROS HÉROES

Este es un blog de literatura griega. O de las literaturas de la Antigüedad. Si se quiere, también


puede ser un blog de Tradición Clásica (ahí está Dante). Pero, ¿qué tienen que ver con todo ello los
cantares de gesta medievales?

La clave es el héroe. Por él se justifica esta entrada y la comparación implícita entre unas y otras
épicas, unos y otros héroes.

La narración extensa de la Edad Media también está representada, como en la Antigüedad, por la
épica. En relación con ella empiezo planteando la existencia de diversas tradiciones:

La épica francesa (Chanson de Roland: finales S. XI).

La épica castellana (Cantar de mio Cid: hacia 1200).

La épica germánica (Cantar de los Nibelungos: S. XIII). A la épica germánica pertenece además la
épica anglosajona (Beowulf: ¿S. X?).

Prestaré una atención especial a las distintas imágenes del héroe que se presentan en estas
tradiciones.
LA ÉPICA MEDIEVAL: LOS CANTARES DE GESTA

Es habitual referirse a las obras de la épica medieval (especialmente la escrita en lenguas


románicas) con la denominación de “cantares de gesta”.

Con respecto a este nombre se ha de recordar que gesta es el participio del verbo latino gero,
“llevar a cabo una cosa”; en la expresión “cantares de gesta” se emplea referido a los hechos
memorables llevados a cabo por el héroe.

Por tanto, los “cantares de gesta” son cantos de hazañas heroicas, y esto es una indicación
importante sobre su temática y también sobre sus personajes, los héroes.

Estos “cantares de gesta” pueden ser considerados además, por sus características e historia,
como exponentes del subtipo de épica conocido como “épica popular”, que presenta estas
características específicas:

La épica popular es una épica menos consecuente en su composición que la épica culta.

Presenta, de manera más marcada, características que apuntan a orígenes orales, de composición
o por lo menos de ejecución.

En este sentido cabe recordar los elementos típicos (epítetos ornamentales, motivos o escenas),
empleados en origen como medio para facilitar la composición oral o la memorización del poema.

Es coherente con este carácter popular de los “cantares de gesta” el hecho de que todas las obras
de la épica medieval sean en principio anónimas. Aunque a veces aparezcan en los manuscritos
nombres sobre los que se discute si corresponden al autor o a un copista:

Turoldo es el nombre que figura en el último verso del manuscrito de Oxford de la Chanson de
Roland. Su nombre aparece además en el tapiz de Bayeux (que representa la conquista normanda
de Inglaterra en el S. XI); es el nombre de algunos clérigos normandos del S. XI, históricamente
atestiguados.

No sabemos con seguridad qué significa lo que dice de él el manuscrito: que Turoldo “declinó la
gesta” (¿que la compuso, que la transcribió, que la copió?). Parte de la crítica piensa que este
Turoldo habría sido un clérigo que compuso el poema, o que al menos lo refundió a finales del S.
XI a partir de los cantos de juglares sobre la materia de Roldán.

Per Abbat protagoniza un caso comparable. Este nombre es el que aparece en el explicit final del
Cantar de mio Cid: Quien escrivio este libro (…) Per Abbat le escrivio.

Tradicionalmente se ha entendido que Per Abbat sería simplemente quien copió el texto; ahora
bien, otros críticos (Colin Smith) han entendido el explicit en sentido literal y han identificado
incluso a Per Abbat: un abogado burgalés que compuso y fechó el poema en 1207.
Parece fuera de dudas que la ejecución de este tipo de épica ha sido oral. A la oralidad en la
recepción (y por tanto en la ejecución) alude p. ej. el principio del Cantar de los Nibelungos:

Muchas maravillas nos cuentan las gestas de antaño. Nos hablan de héroes dignos de elogio, de
grandes penalidades, de alegrías y festejos, de llantos y lamentos, de peleas de valientes
caballeros. Ahora vais a oírlas.

Téngase en cuenta que en la época el grado de alfabetización era muy bajo y que por ello no se
puede contar con una difusión escrita de los textos. Se han de recordar además las limitaciones
materiales: tampoco había tanto papel disponible en la época como para permitir la difusión
escrita de los poemas; era imposible que hubiera un mercado del libro.

Por todo ello la divulgación del texto épico se producía a través de la ejecución oral de los
profesionales que conocemos como juglares: ejecutaban en los castillos y en las plazas de los
pueblos tanto poesía épica como lírica, con acompañamiento de instrumentos de cuerda, de
memoria, sin aferrarse a un texto escrito fijo.

Puede haber acuerdo en que el texto épico se difundía a través de la ejecución oral. En cambio, es
una cuestión más discutida si hemos de entender que su composición también fue oral.

Pero, aunque nos pueda extrañar que poemas de 3000 ó 4000 versos hayan sido compuestos
oralmente, sabemos por otras tradiciones épicas vivas hasta fecha reciente (Yugoslavia) que la
composición oral de tales poemas es perfectamente normal.

Precisamente los recursos típicos de la épica tradicional y popular (epítetos ornamentales, motivos
o escenas) funcionan como muletillas que tienen por objeto facilitar la composición oral.

Con todo, resulta aventurado dar una respuesta general y única para todas las composiciones y
todas las tradiciones, y decir que

toda la épica medieval, en las tres tradiciones señaladas, del S. X al S. XIII, se compuso oralmente,
sin ayuda de la escritura;

también es arriesgado decir, en el otro extremo, que todos los “cantares de gesta” son obra de
autores cultos o semicultos (¿monjes, clérigos?), que los compusieron por escrito y después se los
transmitieron a los juglares.
Parece más ponderado contar con que hayan existido grados distintos de “popularidad”, con
diferencias según tradiciones, de tal forma que en algunos casos no se puede descartar la
intervención de poetas cultos o semicultos.

En el Cantar de Roldán ha debido de intervenir con seguridad en la composición un autor con


conocimientos de la literatura latina.

Sucede que, por ejemplo, en la descripción del caballo del arzobispo Turpín, el texto sigue de cerca
lo que dice San Isidoro (en las Etimologías) sobre cómo ha de ser el caballo perfecto. Esa
coincidencia no puede ser casual y, por otro lado, un intertexto de las Etimologías no es lo
esperable en una tradición puramente popular.

Para el caso del Cantar de mio Cid Colin Smith propuso en algún momento que la narración de
alguna de las batallas está modelada sobre un texto latino clásico.

Después de la composición y ejecución de los poemas populares viene la transmisión: ¿cómo se


produjo ésta en el caso de los “cantares de gesta”?

Debió de ser a través de los manuscritos en los que se recogieron algunos de ellos. Esos “cantares
de gesta” se pusieron por escrito porque se consideró que tenían valor de cierto tipo. Además
parece que algunos de los manuscritos conservados debieron de ser manuscritos juglarescos.

Como parece que también debió de suceder en Grecia con los homéridas, estos manuscritos eran
la copia profesional del juglar.

El juglar debía de usarlos para refrescar su memoria antes de la ejecución; o también podían ser
los textos que memorizaba para ampliar su repertorio.

Los manuscritos del Cantar de Roldán y del Cantar de mio Cid tienen que pertenecer a esta
categoría. Nótese que son manuscritos pequeños y no pueden ser, de ninguna forma, “libros de
lectura”. Estas copias, que no estaban pensadas para un uso amplio, cayeron en desuso, y por ello:

El Cantar de los Nibelungos no fue redescubierto hasta 1755 y publicado por primera vez en 1782.

El manuscrito único del Cantar de mio Cid estuvo perdido hasta 1779 (el texto se imprimió poco
después).

El manuscrito de Oxford (Cantar de Roldán) no se descubrió hasta 1834 (el texto se imprimió poco
después).

LA ÉPICA FRANCESA

La inmensa mayoría de los cantares de gesta conservados en lenguas románicas proceden de la


tradición francesa. Y dentro de esta la epopeya fundamental es el Cantar de Roldán.
Para tener una panorámica general de la épica francesa medieval valdrá la pena retener algunos
nombres y ciclos:

Ciclo de Carlomagno, sobre Carlomagno y sus campañas (unos doce cantares).

Ciclo de Garin de Monglane (el personaje principal es Guillermo de Orange): la acción se desarrolla
durante el reinado de Ludovico, hijo de Carlomagno.

Ciclo de Doon de Mayence, o Ciclo de los barones rebeldes.

Ciclo de las Cruzadas.

El Cantar de Roldán se escribió a finales del siglo XI; consta de 4.002 versos largos (decasílabos).
Como ya se ha indicado, su supuesto autor es Turoldo, nombre que figura al final del Manuscrito
de Oxford.

La Chanson de Roland narra la derrota francesa en Roncesvalles a manos de los musulmanes de


Zaragoza y la consiguiente venganza de Carlomagno. A estos acontecimientos subyace una verdad
histórica: el suceso del que habla el poema ocurrió realmente el 15 de agosto de 778, según
sabemos por las crónicas. Pero la verdad histórica está enormemente deformada:

La batalla campal del cantar, en realidad, fue una emboscada que tuvo como escenario el
desfiladero de Valcarlos.

Quienes atacaron a los franceses no fueron los musulmanes sino un grupo de vascones (éstos
cayeron sobre la retaguardia de Carlomagno para vengar el saqueo de Pamplona).

Roldán no era sobrino de Carlomagno sino conde de la Marca de Bretaña.

En cambio, no es un personaje histórico el amigo del alma de Roldán, Oliveros.

Por no mencionar que al principio del Cantar se dice que Zaragoza está en una montaña.

De estas modificaciones de la verdad histórica la que más puede sorprender es la conversión de


los vascones en sarracenos musulmanes: ¿por qué se introdujo este cambio?

Es que la Chanson adapta los hechos históricos del S. VIII al espíritu de su propio tiempo, un
espíritu de Cruzada: el enfrentamiento entre franceses y musulmanes en el Cantar de Roldán es de
hecho una Cruzada.

Antes decía que la Chanson narra la derrota de Roncesvalles y la venganza de Carlomagno. De


hecho el poema da la impresión de estar compuesto de dos partes:

En la primera oímos que Carlomagno ha conquistado toda España, menos Zaragoza. Roldán
propone enviar como negociador a Zaragoza a Ganelón, su padrastro.
Ganelón se venga acordando con los musulmanes traicionar a los francos y anima a Carlomagno a
que ponga en la retaguardia (cuando regresan a su país) a Roldán y los Doce Pares de Francia.

Cuando los sarracenos atacan, Roldán se resiste a pedir ayuda como le propone su camarada
Oliveros. Cuando toca su cuerno, el olifante, ya es tarde: los caudillos han muerto y él mismo va a
morir pronto. Carlomagno regresa al lado de Roldán pero ya no lo puede salvar, sólo puede coger
prisionero a Ganelón.

[2397] Ha muerto Roldán; Dios ha recibido su alma en los cielos. El emperador llega a
Roncesvalles. No hay ruta ni sendero, ni un palmo ni un pie de terreno libre donde no yazca un
franco o un infiel. Y exclama Carlos: “¿Dónde estáis, gentil sobrino? ¿Dónde está el arzobispo?
¿Qué fue del conde Oliveros? ¿Dónde está Garín, y Gerer, su compañero? ¿Dónde están Otón y el
conde Berenguer, dónde Ivon e Ivores, tan caros a mi corazón? ¿Qué ha sido del gascón
Angeleros? ¿Y el duque Sansón? ¿Y el valeroso Anseís? ¿Dónde está Gerardo de Rosellón, el Viejo?
¿Dónde están los doce pares que aquí dejé?” ¿De qué le sirve llamarlos, si ninguno le ha de
responder? “¡Dios! -dice el rey-. ¡Buenos motivos tengo para lamentarme! ¿Por qué no habré
estado aquí desde el comienzo de la batalla? ” Y se mesa la barba, como hombre invadido por la
angustia. Lloran sus barones y caballeros; veinte mil francos caen por tierra sin sentido. El duque
Naimón siente por ello gran piedad.

En la segunda parte, el rey de Zaragoza, Marsilio, hace que venga a España, para enfrentarse con
los franceses, Baligán, emir de Babilonia. Baligán muere, Carlomagno toma Zaragoza y Marsilio
también muere.

El poema cuenta el entierro de Roldán y los Pares, el regreso de Carlomagno a Aquisgrán y el


castigo de Ganelón.

Los personajes más importantes presentan una caracterización prototípica:

Carlomagno es un anciano de casi 200 años que conserva todas sus facultades físicas; es una figura
paternal.

Roldán, por su parte, es el héroe central en la historia; al no tocar el olifante muestra su


imprudencia.

Oliveros, en cambio, es el personaje juicioso.

Ganelón, el padrastro, es envidioso, hipócrita y traidor.

Entrando a hablar más en detalle de la caracterización de Roldán como héroe puede ser
interesante establecer un contraste con la figura del Cid en su Cantar. Roldán es un héroe clásico
que se ajusta a la definición de héroe, que, según C. M. Bowra, es “un ejemplo de humanidad
destacada”.

Ahora bien, “un ejemplo de humanidad destacada” no es un ejemplo de humanidad perfecta. En


cambio, el Cid sí se acerca a ese ideal de perfección intachable. Nótese que:
Roldán es un buen guerrero pero le falta la astucia que caracteriza también a Rodrigo.

Roldán y el Cid son héroes cristianos. Y, sin embargo, el cristianismo de Roldán parece bastante
convencional por contraste con la actitud del Cid, quien manifiesta una religiosidad más constante
y coherente.

Roldán es desmesurado, como los héroes tradicionales: el Cid, en cambio, posee autocontrol, y
esto no es típico de los héroes épicos.

Roldán es un fiel vasallo que se ajusta a la norma y al código vasallático-feudal: lo destacable es


que el Cid vaya más allá de esa norma (es vasallo sin señor) y encarne así un concepto de vasallaje
novedoso.

También es significativo que los personajes de la Chanson le reprochen a Roldán defectos de su


carácter mientras que los del Cantar de mio Cid sólo le pueden reprochar a Rodrigo su inferior
extracción social.

El contraste Roldán-Rodrigo permite ver hasta qué punto la figura de Roldán presenta los rasgos
más característicos del héroe épico; en cambio, en el caso del Cid parece que nos hallamos ante un
tipo de héroe épico distinto, posiblemente distinto porque está más humanizado:

Los poderes de Roldán se salen de lo ordinario en un ser humano: Rodrigo, en cambio, se


mantiene dentro de los límites ordinarios del hombre.

Roldán aparece únicamente en la faceta de guerrero: Rodrigo no es sólo guerrero sino, además,
esposo y padre preocupado por su familia.

La honra de Roldán procede de la victoria en la guerra: Rodrigo, en cambio, también consigue


honra gracias a su familia y gracias a las ganancias que logra progresivamente: a su manera es un
hombre trabajador, un “ganapán”.

El prototipo clásico de héroe (Roldán) queda desmitificado en el Cantar de mio Cid: sus facultades
han sido rebajadas a un plano más común.

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