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Ken Wilber
De acuerdo a la filosofía eterna -el núcleo místico común a las más grandes tradiciones
espirituales del mundo- los hombres y las mujeres poseen al menos tres diferentes maneras de
conocimiento: el ojo de la carne, que explora el mundo material, concreto y sensual; el ojo de la
mente, que explora el mundo simbólico, conceptual y lingüístico; y el ojo de la contemplación,
que explora el mundo espiritual, trascendental y transpersonal. No son tres mundos diferentes
sino tres aspectos de un único mundo revelado mediante diferentes modos de conocimiento y
percepción.
Estos tres modos de conocimiento -estos tres “ojos”- no les son dados a la persona al
mismo tiempo. En lugar de ello, se desdoblan en una secuencia que va desde lo más inferior a
lo superior. En los dos primeros años de vida la inteligencia psicomotora del bebé -el ojo de la
carne- se desarrolla y evoluciona para descubrir un mundo material de “permanencia del
objeto”, de superficies sólidas, colores y cosas, así como de sensaciones sensomotrices del
cuerpo y de impulsos emergentes. En la siguiente década, o dos, el ojo de la mente se
desarrollará cada vez más descubriendo, como consecuencia, el mundo de las ideas, los
símbolos, los conceptos, las imágenes, los valores, las intenciones y los significados. Si el
desarrollo va más allá de la mente mediante disciplinas de meditación o, en ciertos casos,
experiencias místicas inducidas psicodélicamente, entonces el ojo de la contemplación se abre
y revela el mundo del alma y el espíritu, de energías sutiles e intuiciones, de la intuición radical
y la iluminación trascendental.
Cuando se llega a una teoría crítica de arte basada en la filosofía eterna, la cuestión
inmediata es: ¿Qué ojo, u ojos, en particular está usando el artista? Por supuesto, el medio del
artista es habitualmente la sensibilia, o varias sustancias materiales (pintura, arcilla, cemento,
metal, madera, etc.). La cuestión crítica, sin embargo, es: Usando la sensibilia, ¿está el artista
tratando de representar, dibujar o evocar el reino de la sensibilia en sí, el reino de la inteligibilia
o el de la trascendelia? En otras palabras, al cuestionamiento de “¿Cuán competente es el artista
al representar o evocar un fenómeno particular” añadimos la pregunta ontológica crucial:
¿Dónde está, dentro de La gran Cadena del ser, el fenómeno que el artista trata de dibujar,
evocar o expresar?