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APRENDER DERECHO

Ricardo A. Guibourg

Enseñar es transmitir a otro un conocimiento o una habilidad. Aprender es


adquirir, por uno mismo o gracias a la enseñanza de un maestro, un conocimiento o una
habilidad.

Durante muchos siglos se entendió que enseñanza y aprendizaje eran dos caras
de una misma moneda: se enseña lo que se aprende, se aprende lo que se enseña. Esta
correspondencia nunca fue exacta, porque uno no aprende todo lo que tratan de
enseñarle y, a la vez, aprende cosas que nadie le enseñó. Pero la idea satisfacía el ego de
los maestros medievales, depositarios de los costosísimos libros de pergamino (leerlos
desde la cátedra era “dar una lección”; hacer tomar apuntes a los alumnos era “dictar un
curso”), que se consideraban cumplidos cuando volcaban su saber en los recipientes
mentales de sus discípulos, sin parar mientes en derrames ni filtraciones.

De aquella época – tecnológicamente superada por la invención de la imprenta –


quedan vestigios que todavía asoman en algunos cursos de derecho: la idea de que el
profesor debe “desarrollar el programa” mediante exposiciones orales; la prevención de
que la parte no desarrollada no puede ser objeto de examen final; el acento puesto en las
opiniones de los autores (con énfasis en la de “la cátedra”) y, sobre todo, la costumbre
de que los exámenes constituyan un ejercicio de memoria para comprobar si el alumno
“estudió” y, en consecuencia, conoce las respuestas correctas a las preguntas del
profesor.

Lejos está de mi propósito insinuar que no se debe estudiar, ni que el abogado no


necesita memoria. Sostengo, sin embargo, que esos elementos, aunque indispensables,
son instrumentales respecto del resultado apetecible, que no es aprobar un examen (otro
instrumento) sino adquirir cierta habilidad.

Ese objetivo ha sido tradicionalmente menospreciado; no en las declaraciones


pedagógicas pero sí en el diseño de los exámenes, escritos u orales, exigencias estas que
moldean, a grandes rasgos, la actitud del estudiante medio. Si el alumno conoce todas
las respuestas, será sin duda aprobado. Si, además, da muestras de comprender lo que
repite, su calificación será mejor. Y si se revela capaz de aplicar lo aprendido a
situaciones nuevas o distintas, su rendimiento se considerará admirable.

Sin embargo, nada de eso garantiza un resultado distinto del almacenamiento de


información, dotada de mayor o menor eficacia y disponible si el estudiante desea usarla
en el futuro. Un profesional del derecho debe tener incorporada su propia fábrica de
información a partir de la aprendida, mediante el uso de su personal elaboración crítica 1.
Bien está – es más: es necesario – que conozca las leyes y los códigos como las teorías
del contrato o del delito; pero debe ser capaz de elaborar sus propias teorías (o de

1
La actitud crítica no ha de ejercerse solo en las cuestiones políticas, sociales y económicas, donde suele
asimilarse a la disconformidad con lo dado: es la disposición del sujeto inteligente que, en todos los
aspectos del saber humano y aun en los puntos que coinciden con sus preconceptos, se pregunta por el
significado de las palabras que oye, por la utilidad de las ideas que se le transmiten y por el fundamento
de las opiniones que se le proponen.
escoger fundadamente entre las preexistentes) y de imaginar sus propios proyectos de
ley como sus propios argumentos interpretativos.

En una computadora tenemos numerosos y útiles documentos caratulados como


archivos.doc; pero ninguno de ellos es accesible si el ordenador no cuenta con
apropiados archivos.exe. Todo ser humano es capaz de pensar, bien o mal, gracias a
ciertos archivos.exe, de naturaleza filosófica, de los que en la mayoría de los casos no
tiene siquiera conciencia. Pero un abogado necesita incorporar, además, un derecho.exe
que incluya una teoría general del derecho, personal y explícitamente asumida, así como
una cantidad de posiciones acerca de su especialidad que él esté dispuesto a emplear
regularmente para su razonamiento jurídico práctico o en cualquier nivel de abstracción
en el que deba emplear o valorar argumentos.

La formación de los archivos.exe en un ser humano solo es posible mediante el


condicionamiento externo de la mente (algo parecido a un lavado de cerebro) 2 o por el
ejercicio de la voluntad reflexiva del sujeto. Dentro de la segunda de esas opciones, la
participación del estudiante en clase es vital, no solo para facilitar la comprensión, sino
para hacer posible algo más difícil: que el estudiante elabore e incorpore
deliberadamente a su sistema de pensamiento la habilidad aprendida u otra alternativa
que él mismo prefiera, luego de ponerla a prueba y haciéndose responsable por ella ante
sí mismo y ante los demás.

De todos modos, este objetivo debería tenerse en cuenta especialmente a la hora


de formular preguntas o proponer ejercicios: lo que el maestro no incluye en las
evaluaciones difícilmente será interpretado por el discípulo como un objetivo por el que
valga la pena esforzarse.

Nada de esto es sencillo, porque la formación pedagógica profesional de los


docentes disminuye a medida que el nivel educativo se eleva: se exige de una maestra
jardinera que sea dueña de una técnica didáctica muy especializada, pero los docentes
universitarios – por lo general – apenas hemos pasado por algunos seminarios de
divulgación del arte de enseñar.

No pretendo aquí sugerir que los profesores de derecho – que en nuestro país
rara vez son de tiempo completo – se lancen a estudiar pedagogía, ciencia que yo mismo
no domino. Solo digo – a partir de la experiencia personal – que los resultados serían en
promedio superiores si nos despojáramos de los preconceptos medievales, tanto como
de exageradas reacciones muchachistas, para tomar en cuenta unas pocas realidades:
a) La medida de la enseñanza no es lo que el profesor dice, sino lo que el alumno
aprende.
b) La memoria es indispensable y debe ser ejercitada, sobre todo en un campo
como el derecho; pero con ella no basta para asegurar el ejercicio racional y
responsable de una profesión futura.
c) El método de casos contribuye notablemente a la adquisición de una habilidad,
pero tampoco la adquisición práctica de una rutina es suficiente para alcanzar el
objetivo deseado: es preciso lograr que el estudiante haga explícitos los criterios
que aplica al resolver. Ese reclamo de racionalidad es el punto donde acaban
convergiendo las tradiciones jurídicas anglosajona y continental.
2
Una versión soft pero muy común de este condicionamiento se ejercita, de buena fe, cuando se encierra
una mente joven en un discurso único, que se le presenta como verdadero o evidente por sí mismo.
d) Para fijar aquellos criterios es vital que el estudiante se vea alentado – incluso
empujado, si es necesario – a expresar su opinión personal con la mayor libertad,
tanto en materia interpretativa como teórica o aun política; pero de ningún modo
a creer que esa opinión es todo lo que vale la pena decir acerca de cada
problema. Cada opinión importa para su autor una responsabilidad respecto de sí
mismo, que consiste en asegurarse de que ella encaja adecuadamente en el resto
de su sistema de pensamiento, y respecto de los demás, a quienes el autor de una
opinión debe estar en condiciones de explicar su parecer con claridad, precisión
suficiente para su aplicación a la generalidad de los casos prácticos a los que se
refiere y argumentos que, ya sea que los otros los aprueben o los rechacen,
demuestren el menos la intención leal de comunicar los fundamentos del propio
punto de vista.
e) El momento casi mágico de contacto entre el estudiante y el profesor tiende a
desperdiciarse si se lo emplea para exponer lo que el alumno puede estudiar en
los libros, con su propio ritmo. No debería reemplazar el estudio personal, sino
potenciarlo mediante la aplicación experimental y el debate de las ideas y de los
criterios.
f) El momento de la evaluación es generalmente la clave psicológica acerca del
objetivo de la enseñanza, tal como haya de ser interpretado por el alumno. Es
adecuado requerir en un examen cierto ejercicio de la memoria, pero lo ideal es
que esa memoria consista en el presupuesto indispensable – y no necesariamente
expreso – de las respuestas razonablemente fundadas.

En resumidas cuentas, no debería asignarse a las facultades de derecho la


función de formar conservadores ni revolucionarios. Menos aún la de promover la
indiferencia ni la de lanzar a sus inexpertos egresados a la corriente de la vida,
donde aprenderán lo que puedan, lo que paguen y hasta lo que no deban. Las
facultades cumplirían su labor del modo más adecuado si ayudaran (es más,
impulsaran de modo explícito y operativo) a los jóvenes a desarrollar su
pensamiento (mediante los archivos.exe) y a aplicarlo a las circunstancias reales
(conocidas por los cambiantes archivos.com) en el marco del debate constante,
público y leal, regido por la razón y controlado por la lógica.

-.o0o.-

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