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Una mujer especial

Grace Green

Una mujer especial (1998)


Título Original: Colby's Wife (1997)
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1300
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Colby Daken y Greer Alexander

Argumento:
Colby Daken necesitaba una niñera para su hijo y una amante para él.
¿Podía ser Greer justo el tipo de mujer especial que él estaba buscando?
Greer había estado enamorada de Colby casi toda su vida… y su corazón se
había roto cuando él se había casado con su prima… Pero ahora era libre
para casarse de nuevo… ¿Escogería Colby la mujer indicada esta segunda
vez?
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Capítulo 1
—¿Venderla? —Greer se dio media vuelta, apartándose del tablero de corcho
donde había clavado con un alfiler su último diseño de ropa interior, un elegante
picardías color cobalto, y se quedó mirando a su abuela con expresión incrédula—.
¿Que vas a vender la casa del lago Trillium porque yo no voy?
—Exacto.
—Pero abuela… esa casa lleva en nuestra familia generaciones y generaciones.
Apoyándose en el bastón, Jemima Westbury rodeó una mesa llena de rollos de
seda y cruzó el despacho hasta llegar al alto ventanal que daba a la avenida Spadina
de Toronto. El sol le iluminó el moño gris y las sombras dulcificaron las arrugas de
ese rostro de setenta años de firme boca y ojos azules.
—Cierto, pero tú ya no vas nunca allí, ¿no es verdad? —la anciana encogió los
hombros—. Y a mí ya no me gusta estar ahí sola.
Greer frunció el ceño.
—Abuela, no me hace ilusión que unos desconocidos ocupen nuestra casa de
campo. Ya sé que hace un par de años que no me paso por allí, pero…
Jem dio un golpe con el bastón en el suelo.
—Ocho años, no un par. No has ido en ocho años, desde lo que pasó con
Bradley Pierson…
—Desde que Colby y Eleanor volvieron de Australia para asistir al funeral del
padre de él —interrumpió Greer—. Entonces yo tenía diecisiete años.
Las mejillas de Greer enrojecieron. Con el fin de tomarse tiempo para recuperar
la compostura, se acercó a su mesa de despacho y apretó el botón que apagaba los
altavoces de la música. Cuando volvió encarar a Jem, estaba más tranquila y forzó
una sonrisa.
—Tienes razón, no he estado allí desde hace ocho años.
Brevemente, se preguntó hasta qué punto su abuela había supuesto lo que
realmente pasó aquel verano. No todo, desde luego, pero sí parte. Al fin y al cabo,
fue su abuela quien la encontró en la playa llorando después de que Colby se
marchara.
—Lo que me gustaría es que las dos fuéramos esta semana —le dijo su abuela—
. Una vez allí podrás tomar una decisión. Si no quieres conservar la casa de campo,
podremos empezar a embalar las cosas y a prepararla para ponerla en venta.
—Me parece que no voy a poder salir de aquí —Greer bajó la mirada—. Desde
mi portada de Vogue, este lugar es una locura…
—En ese caso, contrataré a una agencia inmobiliaria para que se encargue del
asunto. Me parece que éste es un buen momento para vender, ¿no lo crees? Es la

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mejor época en ese sitio. Ben siempre decía que el mes que más le gustaba estar en el
lago era junio.
Jem no pudo continuar, sacudió la cabeza y comenzó a dirigirse hacia la puerta.
Greer no había conocido a su abuelo, murió antes de que ella naciese, pero sabía
que, tras su muerte, Jem vendió la casa grande de Toronto y se fue a vivir a un
apartamento. Había conservado la casa de campo del lago porque, según le había
dicho a Greer, era el único lugar donde aún podía sentir la presencia de Ben y, por
eso, era un sitio muy especial para ella.
Greer tomó aliento, ignoró las campanillas de alarma que le sonaron en la
cabeza, y se apresuró hacia la frágil figura de su abuela antes de que alcanzara la
puerta. Allí, tomó la mano de su abuela y dijo con voz queda:
—Está bien, Jem, cariño, iré contigo. Pero no puedo salir de aquí hasta el
viernes, el viernes por la tarde.
—Gracias, Greer —la voz de Jem tembló de placer—. No sabes cuánto te lo
agradezco. Ya verás cómo lo vamos a pasar de maravilla, como en los viejos tiempos.
No, pensó Greer mientras acompañaba a su abuela al ascensor, nunca sería
como en los viejos tiempos porque Eleanor y Brad Pierson se habían asegurado de
que no fuera así.
Debería haberle contado la verdad a su abuela, debería haberle explicado que,
aunque adoraba ese lugar, ya no soportaba ir. Estaba lleno de recuerdos, recuerdos
de Colby, recuerdos que le partían el corazón.
Pero se había comprometido a ir con su abuela.
Y no veía forma de escapar al compromiso.

—¿Cuándo vamos a llegar? —preguntó Jamie Daken aburrido—. ¿Queda


mucho?
—Un par de kilómetros, si la memoria no me falla —Colby Daken lanzó una
fugaz mirada a su hijo de siete años, que iba sentado a su lado.
En la penumbra del interior del Jeep, se fijó en que el cabello negro del niño
estaba revuelto, tenía ojeras y la boca seria.
—¿Cansado? —preguntó Colby en voz baja.
—¿Cansado? Papá, por favor, ¿por qué iba a estar cansado? El viaje desde
Melbourne sólo nos ha llevado del miércoles al viernes; después, sólo estuvimos dos
horas en la aduana de Toronto, y después en el atasco a la salida de Toronto, sólo
hemos pasado dos horas. Y ahora son… —el niño se miró el reloj—. Las doce y cinco.
¿Por qué iba a estar cansado?
Colby apretó los dientes al oír el tono sarcástico de su hijo, pero decidió que no
era el momento ni el lugar para un enfrentamiento. Además, Jamie lo estaba pasando
muy mal desde la muerte de su madre. El médico de la familia era quien había

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recomendado ese viaje a Canadá, después de que Colby le confesase que Jamie no
daba muestras de aceptar la pérdida de su madre, Eleanor, a pesar de haber pasado
ya seis meses.
—Creo que tu hijo se siente perdido —dijo el doctor Franks—. Necesita
reafirmar sus raíces, recuperar el sentido de la continuidad. ¿No podrías tomarte
unas vacaciones y llevarlo a Canadá, enseñarle dónde te has criado tú? ¿Por qué no
pasáis una temporada en la casa de campo de Ontario? Me dijiste que aún la
conservabas, ¿verdad?
Sí, aún conservaba la casa de campo, pero no le explicó al médico que el único
motivo por el que no la había vendido ocho años atrás, cuando fue a Ontario al
funeral de su padre, fue cuando Eleanor le anunció en el lago que estaba
embarazada; y él, entusiasmado y poco práctico, decidió conservar la casa por si el
hijo que esperaba algún día la quería.
Quién habría pensado entonces, reflexionó Colby con amargura, que Eleanor
moriría antes de cumplir los treinta y un años y que él iba a ir allí solo con su hijo en
un intento por salvar la distancia que los separaba.
Los faros del coche iluminaron tres señales de madera clavadas a un poste a la
entrada de un estrecho camino. En cada señal de madera había un nombre:
Daken. Westbury. Pierson.
Sintió una punzada de dolor en el corazón.
Al entrar con el Jeep en el camino, frunció el ceño y se movió en su asiento.
Había decidido hacer ese viaje por Jamie, sin pensar en lo que los recuerdos del
pasado lo afectarían a él. Ahora, esos recuerdos tomaron forma.
La forma de Greer.
Colby se frotó los ojos con una mano. A pesar de los años que habían
transcurrido aún la podía ver claramente, como si estuviera avanzando hacia él por
el camino.
Siempre había tenido debilidad por esa chica. Pero aquel verano, el verano que
cumplió los diecisiete años…
Ella llevaba en el lago Trillium con su abuela una semana cuando él y Eleanor
llegaron; y cuando Colby la vio por primera vez en tres años, sintió un nudo en la
garganta. Greer ya tenía la piel morena y el contraste con el bikini blanco era de
quitar la respiración; los pechos altos, casi demasiado exuberantes para su delgado
cuerpo.
Se había convertido en una belleza.
Pero a pesar de su nueva madurez, sus ojos verdes brillaban como esmeraldas
cuando lo vieron, dio un grito y corrió hacia él para abrazarlo con el mismo
entusiasmo con el que lo hacía de pequeña.
Era realmente hermosa y, por aquel entonces, Colby creyó que dulcemente
inocente.

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Por eso precisamente le dolió tanto cuando, tres noches después, la encontró
con Brad Pierson… la encontró haciendo el amor con el abogado a orillas del lago…
la oyó gemir y gritar su éxtasis en el momento álgido de pasión.
Mientras tanto, la esposa de Brad, Lisa, estaba en Toronto, en el hospital,
esperando a dar a luz a su tercer hijo.
Colby respiró profundamente cuando el recuerdo le hirió el corazón.
Algo murió en él aquella noche. No sabía qué, lo único que sabía era que había
una parte de sí mismo que jamás volvería a encontrar. Qué furioso se puso con Greer
por haber engañado a Lisa, una verdadera y antigua amiga; a la tarde siguiente,
cuando consiguió encontrarse a solas con Greer, dio rienda suelta al desdén que
sentía por ella y le dijo cosas que jamás había dicho a una mujer.
Greer le había desilusionado por completo; sin embargo, había algo más detrás
de su furia y su desprecio, algo que no había salido a la superficie de su conciencia,
algo…
Los faros del coche iluminaron las aguas del lago y Colby hizo un esfuerzo por
volver al presente. Levantó el pie del acelerador y bajó la cuesta, de costado, hacia la
playa, frenando con cuidado al doblar la curva para llevar el vehículo al
aparcamiento.
Sólo había tres casas de campo en esa parte del lago, y la suya era la más
próxima al camino. Más allá, detrás de una alta y espesa valla de arizónicas, estaba la
casa de Westbury; y detrás de ésa, separada por una línea de árboles y arbustos, la de
Pierson.
El lugar estaba desierto. No había luces ni música ni risas… como en otros
tiempos, cuando…
Recuerdos. Recuerdos.
Se desabrochó el cinturón de seguridad, desabrochó el de Jamie, que se había
quedado dormido, salió del Jeep, abrió la puerta del asiento de su hijo y lo levantó en
sus brazos.
—¿Qué… qué…? —murmuró Jamie con la cabeza pegada al pecho de su
padre—. ¿Mamá…?
—Tranquilo, hijo —Colby estrechó el diminuto cuerpo en sus brazos—. Por fin
hemos llegado.
Colby se metió la mano en el bolsillo del pantalón para sacar la llave y rezó en
silencio porque aquel pequeño rincón del mundo consiguiera hacer por Jamie lo que
él solo no había podido lograr.

Greer se alegraba de haber vuelto.

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Era sábado por la mañana y paseaba descalza por la fina arena de la orilla del
lago. Iba a ser un día muy caluroso, el cielo estaba completamente despejado y el sol
ya calentaba.
Se sentía más relajada de lo que había podido imaginar que se sentiría en aquel
lugar, y también sabía por qué.
Era porque Colby Daken no estaba allí.
A pesar de haberse repetido a sí misma cientos de veces durante el viaje en
coche que Colby estaba en Australia y que la probabilidad de encontrárselo allí era
prácticamente nula, se había sentido sumamente tensa. Al llegar al final del camino,
había lanzado una aprensiva mirada en dirección a la casa de Daken, y sintió un gran
alivio al ver que estaba herméticamente cerrada. Después de una frugal cena,
salieron a tomar café afuera.
—He sido una tonta por no haber venido antes —admitió Greer con una
sonrisa—. Este es el sitio más tranquilo del mundo.
—Tenías miedo de enfrentarte al pasado —le contestó su abuela directamente—
. Pero todos tenemos nuestros recuerdos, querida, y de los malos hay que deshacerse
como nos deshacemos de las malas hierbas.
Sus miradas se encontraron y Greer vio tanta comprensión y compasión en los
ojos de su abuela que sintió un profundo amor por ella. Se levantó de su asiento y se
acercó a la barandilla del pórtico para que no le viera las lágrimas.
—Entonces… ¿crees que querrás que conservemos la casa? —le preguntó Jem
en voz queda.
Greer no respondió inmediatamente; después, al cabo de un minuto, dijo casi
en un susurro:
—Déjame pensarlo, abuela.
Se dio media vuelta y miró a su abuela a los ojos.
—Voy a dormir y a descansar, y te contestaré mañana.
Y ahora era mañana.
Greer metió los pies en el agua y continuó paseándose por la orilla
ensimismada en sus pensamientos.
Ya había llegado ese mañana y sí, ya había tomado una decisión.
No podía negar que le dolían los recuerdos, pero la alternativa era ver esa casa
en manos de gente desconocida, eso le dolería aún más.
Además, Jem tenía razón, habían pasado momentos muy felices allí. Y quizá, a
finales del verano, ella volviera sola para enfrentarse a sus fantasmas y quizá por fin
consiguiera vencerlos y liberarse de ellos.
¡Qué felicidad, qué triunfo sería ése!
Se detuvo de espaldas al agua, alzó la cabeza y miró al cielo, cerró los ojos y
alzó los brazos.

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—¡Sí! —dijo en voz alta y con decisión—. ¡Sí, sí!


—¿Sí, qué?
Greer se dio media vuelta inmediatamente.
Había un niño a unos metros de ella, con las piernas separadas y con gesto
desafiante. Debía tener unos siete años de edad. El cabello negro y revuelto, y ojos
castaños que brillaban detrás de unas gafas. Se estaba subiendo las gafas para
encajarlas en el puente de la nariz, un movimiento reflejo, como si fuera habitual en
él. Su cuerpo era muy delgado y estaba ligeramente bronceado, sólo llevaba puestos
unos pantalones cortos que le caían bajos por las caderas.
—¿Sí, qué? —repitió el niño.
Greer se acercó a él, pero el niño retrocedió un paso y se la quedó mirando
fijamente. Después, con gran sorpresa, Greer vio que los ojos del niño se agrandaban
y los labios comenzaban a temblarle. ¿Tanto le había asustado a la criatura? ¿O sería
que sus padres le habían dicho que no hablara con desconocidos?
—Hola —dijo Greer sonriendo para darle confianza—. ¿De dónde vienes? Creía
que estaba sola aquí.
Greer miró en dirección a la posada Trillium, una bonita pasión encima de un
peñasco rocoso a unos tres kilómetros de distancia a lo largo de la orilla del lago. Los
dueños eran un matrimonio francés y la posada era, en realidad, un hotel de lujo. El
niño debía estar hospedado allí.
—¿Por qué estabas hablando sola? —preguntó el chico.
Greer se encogió de hombros.
—Porque estaba intentando tomar una decisión y al final he decidido que la
respuesta es sí. ¿Tú nunca hablas solo?
—A veces.
—Bueno, me voy a ir a tomar un café —dijo ella—, pero antes voy a
acompañarte hasta donde están tus padres. Tu madre debe estar muy preocupada
por ti.
—No tengo madre.
Greer notó que la voz del pequeño tembló.
—Bueno, pues entonces te acompañaré hasta donde está tu padre.
—Mi padre está ocupado, está haciendo tortitas para desayunar.
Tenía un acento extranjero. ¿Inglés? ¿Sudafricano? De repente, Greer se
preguntó cómo era que el padre del niño estaba preparando tortitas si se hospedaban
en la posada.
—Estás en la posada Trillium, ¿verdad?
—No —dijo la fría voz de un nombre a sus espaldas—, está en la casa, conmigo.
Australiano. El acento del niño era australiano. Pero ya era demasiado tarde…

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—Hola, Greer.
Sintiéndose como si el corazón hubiera dejado de latirle, Greer se dio media
vuelta muy despacio.
—Colby —debería haberle sorprendido verlo, pero no era así; que estuviera en
el lago era tan inevitable para ella, como la salida y la puesta del sol—. ¿Qué estás
haciendo aquí?

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Capítulo 2
—Supongo que lo mismo que tú, estoy de vacaciones.
Los ojos de Colby, más azules de como los recordaba, se clavaron en los de ella
durante unos momentos; justo cuando Greer iba a parpadear por no poder aguantar
más la mirada, la de él se posó en su boca… haciéndola desear haberse puesto carmín
de labios.
—Jamie… —dijo Colby aún con los ojos fijos en la boca de Greer, como si la
encontrase fascinante; y ella tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no humedecerse
los labios con la lengua—, las tortitas ya están en la mesa.
—Bien —con los hombros caídos, el niño comenzó a caminar hacia la casa.
Colby frunció el ceño y, por fin, volvió la cabeza para mirar a su hijo.
—¿Jamie? —repitió en tono duro.
El niño vaciló, volvió la cabeza y murmuró su agradecimiento con voz tensa
antes de ponerse en marcha otra vez, pero ahora corriendo.
—Mi hijo, Jamie —dijo Colby con voz fría.
Llevaba la camisa desabrochada y se metió la mano para frotarse el costado con
gesto frustrado; la mirada de Greer se clavó irremediablemente en la mata de vello
negro del pecho, un vello rizado y áspero que, estrechándose, le bajaba por el vientre
hasta quedar oculto bajo la cinturilla de los gastados pantalones cortos.
Muy peligroso seguir pensando en esa línea, decidió Greer. Y se obligó a mirar
hacia arriba, bebiendo la absoluta perfección de ese hombre que años atrás le robara
el corazón. Parecía más alto y más delgado que antes, y sus hombros ligeramente
más poderosos. No se había afeitado y llevaba el cabello, negro, descuidadamente
echado hacia atrás. El conjunto la dejaba sin respiración.
—Sí, lo he imaginado —respondió ella en tono ligero.
—¿Qué tal te va? —pronunció esas palabras mirándola de arriba a abajo, y a
Greer le pesó llevar sólo unos pantalones cortos y una ceñida camiseta sin mangas ni
tirantes que apenas le cubría el pecho.
—Bien. ¿Y a ti? ¿Cómo lo estás pasando? Jem y yo… cuando nos enteramos de
lo de Eleanor… fue un verdadero golpe…
—Sí, debió serlo.
—El funeral… Bueno, pensamos que debíamos ir, pero…
—Fue una ceremonia íntima, Eleanor lo quería así. En cualquier caso, ella y tu
abuela nunca se llevaron muy bien, tú siempre has sido la preferida de Jem; y en
cuanto a tu relación con tu prima… —la cínica mirada de Colby fue más elocuente
que cualquier cosa que hubiera podido decir.
Greer sabía lo que Colby estaba pensando, él creía que ella era la responsable de
que Eleanor y ella hubieran roto las relaciones. Qué lejos de la verdad. Pero Colby

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jamás se enteraría. Sólo tres personas sabían lo que ocurrió aquella noche a la orilla
del lago: Eleanor, Brad, y ella. Eleanor había muerto, Brad jamás lo contaría, y ella…
Greer se había jurado a sí misma proteger a Colby de la verdad porque su felicidad
era lo más importante del mundo para Greer.
—No le he dicho a mi hijo quién eres porque antes quiero hablar con él —dijo
Colby con frialdad—. No tenía ni idea de que estabas aquí. Cuando Jem escribió a tu
tía esta primavera, le mencionó a Cecilia que estaba pensando en vender la casa;
como es natural, yo esperaba que ahora estuviera vacía o… que hubiera otra gente en
ella. Eleanor nunca le ha hablado a Jamie de ti, así que tendré que explicarle quién
eres.
—No parece muy… feliz.
—Lo está pasando mal, ése es el motivo por el que hemos venido —Colby
sonrió cínicamente—. Yo era muy feliz aquí en el pasado y pensé que quizá él
también podría animarse en esta especie de Edén canadiense.
—Sí, hubo un tiempo en el que fue un Edén —dijo Greer con voz queda.
—Pero en todo paraíso hay una serpiente.
Fue como una puñalada en el corazón.
A los diecisiete, locamente enamorada de él, sufrió mucho cuando Colby la
juzgó y la condenó basándose en pruebas circunstanciales. Después de haber pasado
tantos veranos juntos allí, debería haber sabido que ella no era esa clase de chica. Los
hombres estaban ciegos y siempre se dejaban engañar.
Su prima, Eleanor, con su voz suave de niña pequeña y su fingida fragilidad
femenina, y su también fingida sonrisa dulce, consiguió engañar a Colby y hacerle
creer que ella era lo que no era. Colby se enamoró de ella al momento, embobado por
la superficial belleza de Eleanor cuando en realidad era…
Greer se obligó a no seguir pensando en eso, no debía pensar mal de los
muertos. En cuanto a Colby, sabía que era irracional estar resentida con él. ¿Qué otra
cosa podía haber pensado al descubrirla con Brad del modo que los encontró?
Mirándolo con humor negro, incluso tenía gracia que la hubiera creído capaz de
tener relaciones con un hombre casado; al fin y al cabo, sólo tenía diecisiete años y
era completamente inexperta sexualmente.
¡Y lo que le sorprendería saber que incluso ahora, a los veinticinco, seguía
siendo virgen!
—¿Te parece eso gracioso?
Greer parpadeó.
—¿Qué…?
—¿Te parece gracioso que…?
—Ah, lo de la serpiente. No, no me parece gracioso. Estaba pensando en… otra
cosa.

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—¿En otra cosa o en otra persona? Por supuesto, has venido aquí con un
hombre, ¿no?
Intencionadamente, Greer le lanzó una coqueta mirada.
—Quédate por aquí y lo descubrirás.
—Ya veo que no llevas anillo de compromiso. Así que la veda está abierta, ¿eh?
¿El premio para el mejor postor?
Greer que quedó atónita, jamás había visto ese aspecto de la personalidad de
Colby…
—Greer, cariño, el café está listo. ¡Dios mío, Colby Daken! Hola, hijo, qué
sorpresa. Ven con nosotras a tomar un café.
Colby sonrió a Jem, que estaba en el porche, y agitó la mano a modo de saludo.
La anciana llevaba el pelo recogido en un moño, una camiseta color fresa y unos
vaqueros.
—Hola, señora Westbury —respondió Colby alzando la voz—. Ahora tengo
cosas que hacer, la veré más tarde.
Pero cuando Jem se metió en la casa, la sonrisa de Colby se desvaneció y su
expresión volvió a tornarse hostil.
—¿Estás aquí con tu abuela?
—Sí. Como ves, no me he traído a ningún hombre —Greer arrugó la nariz—.
¿Desilusionado?
—Un poco —respondió él en tono suave—. La caza siempre es más interesante
cuando hay competencia. Una mujer siempre es más interesante cuando hay otros
que la desean también. Y no me cabe duda de que a ti te pasa lo mismo con los
hombres; al fin y al cabo, ¿no fue eso lo que te atrajo de Brad Pierson, que le
pertenecía a otra mujer?
—Había un motivo por el que no quería venir aquí este fin de semana —Greer
descubrió que sus palabras habían adquirido ese tono de aburrimiento y desprecio
que había querido poner en ellas—, existía la posibilidad de que tú también
estuvieras aquí.
Colby ignoró sus palabras.
—¿Sólo vas a pasar el fin de semana? ¿Vuelves mañana a la ciudad?
—Sí, así es —respondió ella fríamente—. Sólo he venido porque Jem me ha
pedido que la acompañara.
—¿Va a vender la casa?
—Eso depende de lo que yo decida.
Colby arqueó las cejas.
—A mi abuela ya no le apetece estar aquí sola —explicó Greer con voz tensa—;
al menos, eso es lo que me ha dicho. Creo que se trata de algo más.

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—¿De qué?
Greer se encogió de hombros.
—La abuela ha vendido su coche en febrero, que era cuando tenía que
renovarse el carnet de conducir; sospecho que la llamaron para hacer un test y que
no lo pasó. Ha perdido bastante vista, pero es demasiado orgullosa para admitirlo.
En cualquier caso, ya no puede venir aquí sola, por eso me ha dicho que la propiedad
es mía si la quiero. Y si no la quiero…
—Va a deshacerse de ella —Colby la miró empequeñeciendo los ojos—. Bueno,
¿y qué vas a hacer entonces?
«Creía que lo sabía, pero ahora estás aquí y Dios sabe qué decidiré».
—Aún no lo he decidido. Le he dicho a Jem que hoy le daría una contestación.
Si no acepto utilizar la casa, la prepararemos para venderla. Y ahora, si no te
importa… —Greer se dio media vuelta para marcharse.
—Espera —dijo Colby agarrándola del brazo.
—¿Qué?
Estaba tan cerca de ella que pudo oler el mareante aroma de su piel; tan cerca
que, si quería, podía tocarle la mejilla. Y eso era lo que Greer quería hacer, más que
nada en el mundo.
—Iré con Jamie después del desayuno para que conozca a su bisabuela. Y como
estás aquí, tendré que decirle quién eres tú también.
—Bueno, te compadezco —le dijo Greer al tiempo que se soltaba el brazo—.
Pero sí, creo que sería una buena idea que le dijeras quién soy. Ha tenido una
reacción extraña al verme, ahora me doy cuenta que debe haber sido por mi parecido
con… su madre.
Sus miradas se cruzaron y Greer vio en los ojos de Colby algo que no había
visto nunca: profundo dolor.
Sintió un súbito pesar, un dolor que se le agarró al corazón, y tuvo que meterse
las manos en los bolsillos de los pantalones para no abrazarlo. ¡Cómo le habría
gustado volver al pasado, al tiempo en el que podía hacer eso libremente!
Pero esa época ya había pasado, ya no existía más que en el recuerdo.
Y nunca volvería.
—Colby, lo siento —dijo ella con voz ronca—. Sé que aún debe resultarte
doloroso hablar de Eleanor. Debes echarla mucho de menos.
Haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas, se dio media vuelta y comenzó
a andar hacia la casa.
Esta vez, Colby no la detuvo.

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—Vaya, así que Colby está aquí.


—Sí —Greer trató de controlar sus emociones bajo la fija mirada azul de su
abuela desde el otro lado de la mesa de pino—, está aquí.
—¿Solo?
—Jamie está con él.
—Mmmm. Supongo que echará mucho de menos a su madre.
—Eso parece —Greer cambió de postura en el asiento—. Su padre me ha dicho
que el niño lo está pasando muy mal y que espera que el verano en el lago le ayude a
superar la pérdida de su madre.
—¿Y Colby, cómo está él?
—Muy duro.
La abuela arqueó las cejas.
Greer frunció el ceño, estaba irritada e impaciente.
—Está…
Se interrumpió para buscar una palabra que describiese la actitud de Colby
respecto a ella sin revelar demasiado; pero antes de encontrarla, Jem dijo en tono
interrogante:
—¿Triste?
—Cuando su padre murió y volvió aquí estaba triste, pero seguía siendo… muy
agradable.
Sí, lo había sido antes del asunto con Bradley Pierson… siempre la trataba con
cariño y ternura.
—Pues conmigo ha sido muy amable.
—Sí, ese hombre puede ser amable y agradable cuando…
—Colby.
Greer parpadeó.
—¿Qué?
—Colby —Jem levantó la cafetera y volvió a llenarse la taza; añadió una
cucharada de azúcar y la revolvió antes de continuar—. Se llama Colby, cariño. No te
va a hacer daño pronunciar su nombre.
—¡No quiero hacerlo! —al momento, Greer se avergonzó de su actitud infantil.
Tenía veinticinco años, ya no era una niña de diecisiete dolida e incomprendida.
Apartó la silla de la mesa y se puso en pie.
—Jem, respecto a la casa… Esta mañana pensaba que quería que nos la
quedáramos, pero ahora que él está aquí… Creo que voy a necesitar más tiempo.
—¿Para qué?

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—Para enterarme de cuáles son sus planes. Si piensa quedarse aquí todo el
verano, sería una situación insoportable para mí. No podría relajarme con él aquí
tratándome como si yo fuera la peste.
La voz se le quebró y se acercó a la ventana.
Fue una equivocación. Delante de ella, entre dos árboles, vio la hamaca donde
ella y Colby solían charlar en otro tiempo, en veranos más felices.
—Esto te gusta tanto como a mí —dijo Jem—. Greer, he estado pensando. Esta
casa, como tú bien dijiste el otro día en tu oficina, lleva en nuestra familia muchas
generaciones, cinco para ser exactos. No tomemos decisiones precipitadas. Ahora que
estoy aquí, me gustaría quedarme a pasar todo el verano.
Greer se dio media vuelta.
—¡Abuela, no puedo quedarme contigo, eso es imposible! Ya te he dicho que
tengo mucho trabajo y…
—Querida, no estoy diciendo eso. Lo que estoy diciendo es que podrías venir
los fines de semana. Has dicho que Colby y mi bisnieto van a pasar aquí todo el
verano, ¿no? Bueno, pues eso será una oportunidad magnífica para que conozca al
niño, y para él también será bueno conocerme.
Los ojos de Jem tenían un brillo que Greer no había visto en mucho tiempo y, al
verlo, se sintió culpable. No era que descuidase a su abuela, la veía varias veces a la
semana e iban al teatro juntas habitualmente, pero tenía que admitir que el trabajo
tenía un lugar preferente en su vida. Llevaba años refugiándose en él con el fin de no
pensar en los tristes recuerdos, y en ese momento se dio cuenta de que quizá había
descuidado a aquella maravillosa y generosa mujer que tanto había hecho por ella.
Se acercó a su abuela, se agachó y le dio un abrazo.
—Tienes razón, abuela, no es algo que se pueda decidir en un rato. Pero sobre
todo, no es algo que se pueda decidir basándose en quién es nuestro vecino. Si a ti no
te importa pasar los días de laborables de la semana sola, vendré aquí los fines de
semana, aunque no puedo garantizarte que no tenga que quedarme alguno en la
ciudad. ¡Pero haré todo lo que pueda por venir!
Greer se enderezó y consiguió esbozar una radiante sonrisa.
—Bueno, ¿qué te parece?
—Me parece maravilloso —contestó Jem.
En ese momento llamaron a la puerta. Greer alzó la vista y vio a Colby en el
porche. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué era lo que había oído de la conversación?
Pero antes de poder recordar lo que acababa de decir, Jem se estaba acercando a la
puerta con la ayuda de su bastón.
—Vaya, Colby…
Antes de que la anciana pudiera continuar, Colby la levantó en sus brazos.

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—Estás hecha una preciosidad, Jem Westbury —la dejó suavemente en el suelo,
pero tomó las manos de Jem en las suyas y la miró a los ojos, empañados por las
lágrimas—. Dios mío, cómo me alegro de verte. Jamie…
Colby puso una mano en la espalda de su hijo, que estaba tratando de
esconderse a sus espaldas, y le hizo ponerse delante.
—Jamie, te presento a tu bisabuela, Jem Westbury. Jem, éste es mi hijo, Jamie.
Jem miró al muchacho detenidamente. Al final, asintió con expresión satisfecha.
—Eres un Daken —declaró la anciana—, y eso es bueno.
Cuando Jamie retrocedió pegándose a su padre, Jem añadió riendo:
—No te preocupes, no voy a darte un abrazo y un beso como tu padre me ha
hecho a mí. Aunque no te equivoques, que me ha gustado, pero eso es porque soy
una mujer y a las mujeres nos gustan esas cosas. Quizá algún día, cuando tú y yo nos
conozcamos mejor, también quieras darme un abrazo. Y yo estaré encantada cuando
ese día llegue. Y ahora dime, ¿cómo quieres llamarme, jovencito? Bisabuela es un
poco largo, no te parece?
—Usted se llama señora Westbury —observó Jamie—, así es como la llamaré.
Si a Jem le sorprendió, no dio señales de ello.
—Me parece bien. Bueno, creo que ya has visto a mi nieta, Greer… Greer
Alexander, que es…
—Papá me lo ha dicho, es la prima de mamá.
Y, a juzgar por la indiferencia de su voz, Greer supuso que iba a decir que la
llamaría señorita Alexander. Rápidamente, se apresuró a explicar:
—Eso es, Jamie. Tu bisabuela Jem tuvo dos hijos, Lorna y Taylor. Lorna se casó
y tuvo una hija, yo; y Taylor se casó y tuvo otra hija, tu madre. Y como yo no tengo
otros sobrinos, ni voy a tenerlos, me encantaría que me llamaras tía Greer.
Sabía que había puesto al niño en un apuro. ¿Cómo podía negarse a llamarla tía
sin dar la impresión de ser arisco?
Jem se había llevado a Colby a la mesa y le estaba sirviendo un café, pero ella
tenía toda su atención fijada en Jamie, que parecía estar pensando en cómo vengarse.
—Cuando te vi en la playa creí que te parecías a mi madre —los ojos castaños
de Jamie brillaron detrás del cristal de las gafas—, pero no te pareces. No eres ni la
mitad de guapa que ella.
Momentáneamente sorprendida, Greer se abrazó a sí misma, consciente de que
era un gesto defensivo. Sin embargo, ¿por qué tenía que sentirse como si debiera
defenderse de un niño? Al fin y al cabo, sólo tenía siete años.
—Tienes razón, no soy tan guapa como lo era tu madre.
—Y mi papá la quería más que a nadie en el mundo.
—Sí, es verdad —Greer se contuvo para no abrazar al niño y consolarlo, estaba
lleno de dolor e ira.

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¿Se daba cuenta Colby de lo mucho que le había afectado a su hijo la muerte de
su madre? Esperaba que así fuera, y esperaba que supiera cómo solucionar el
problema. Un verano en aquel lugar era maravilloso para un niño, pero Jamie
necesitaba más, mucho más.
—Jamie, creo que por ahí debo tener un álbum de fotos con algunas de tu
madre. ¿Quieres que vaya a por él?
—¿Ahora?
A Jamie se le bajaron las gafas y, automáticamente, se las subió sobre el puente
de su pequeña nariz.
—Claro… si quieres.
—Cariño —Jem tocó el brazo de Greer—, sírvete otra taza de café y salgamos
todos al porche, hace un día demasiado bonito para desperdiciarlo aquí dentro.
Jem le dio a Jamie una jarra con granizado de limonada y, mientras Colby
sujetaba la puerta abierta, Jem le puso una mano a Jamie en la espalda y le guió hacia
afuera.
—Ya verás qué buena está esta limonada, la hago yo.
Colby esperó a que Greer saliese también, pero ella sacudió la cabeza.
—No, salid vosotros. Yo voy a por un álbum de fotos, le he prometido a Jamie
enseñarle unas fotos de Eleanor.
Después, vaciló un momento y añadió en voz baja para que Jamie y Jem no
pudieran oírla:
—Creo que le vendrá bien estar aquí una temporada y conocer a Jem. Mi abuela
es maravillosa con los niños.
Vio que la expresión de Colby se suavizaba.
—A mí me ayudó mucho cuando mi madre murió —dijo él—. Yo sólo tenía
cuatro años cuando mi padre compró la casa; pero desde ese primer verano que pasé
aquí, Jem empezó a formar parte de mi vida. Mi padre decía a menudo que los dos le
debíamos mucho.
—Ha recibido tanto como ha dado, Colby, quizás incluso más. Suele ocurrir
cuando hacemos algo por ayudar a los demás:
Colby apoyó un hombro en la pared y cruzó los brazos.
—Dime una cosa —dijo él con voz queda.
A Greer le dio un vuelco el corazón.
—Si puedo…
—¿Por qué estás tan segura de que no vas a tener sobrinos?
Greer se encogió de hombros.
—Como no tengo hermanos…

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—Sabes a qué me refiero. Cuando te cases, lo más probable es que acabes con
un montón de sobrinos. Y si conservas esta casa, podrás invitarlos a pasar el verano
para que jueguen con tus hijos.
Hijos. Los únicos hijos que había soñado tener eran de Colby, y eso jamás
ocurriría. El dolor que sintió fue casi insoportable.
—No creo que me case nunca —respondió ella obligándose a mirarle a los
ojos—. Y ahora, si me disculpas, voy a ver si encuentro ese álbum de fotos para que
lo vea Jamie.
Se dio media vuelta y salió de la cocina rápidamente.
¿Qué pensaría Colby si supiera que él era la razón por la que no pensaba
casarse nunca, porque jamás querría a nadie como lo quería a él? Al principio, se
esforzó por olvidarse de Colby y enamorarse de otro, pero lo único que consiguió fue
fracasos sentimentales, relaciones frustrantes que nunca llegaron a nada porque ella
fue incapaz de entregarse, porque su corazón le pertenecía a Colby.
Contuvo las lágrimas mientras cruzaba el cuarto de estar. ¿Qué sentiría Colby si
supiera que ella estaba enamorada de él, que lo quería tanto como él había querido a
Eleanor?
Lo más curioso era que Eleanor jamás lo habría conocido si ella no hubiera
estado tan loca por él que no dejaba pasar nunca la oportunidad de sacarle una foto;
de esa forma, habría existido la posibilidad de que Colby hubiera esperado a que se
hiciera mayor y…
Greer se sentó en la alfombra y abrió la puerta de abajo del mueble de pino del
rincón donde tenían los álbumes de fotos. Al ir a sacar el de color verde, que era el
que tenía las fotos de Eleanor y Colby, otro álbum se cayó, uno de piel marrón.
Con un suspiro, se puso el álbum en el regazo y dejó que se abriera.
Se le nubló la vista mientras contemplaba la ampliación de Colby. No era una
casualidad que el álbum se hubiera abierto por esa página, era su foto preferida.
Greer sonrió al recordar el incidente que dio lugar a la foto…
Una mañana de agosto, Jem había hecho tartas de zarzamora y colocó dos en el
alféizar de la ventana de la cocina para que se enfriasen mientras que le dio una a
Greer para que se la llevara a Lisa… Greer estaba de camino de vuelta cuando vio a
Colby caminando sigilosamente por el porche, su intención era evidente. Greer entró
por la otra puerta a por su cámara de fotos, salió rápidamente y pilló a Colby con el
dedo pulgar metido en la tarta.
Pero un segundo antes de disparar la cámara, Colby debió sentir su presencia.
Se volvió bruscamente y, al verla, estalló en carcajadas. Greer sacó entonces la foto.
Una semana después, cuando recogió la foto revelada, se deshizo por dentro: los ojos
de Colby brillaban de risa y felicidad, sus rasgos mortalmente atractivos. Una sonrisa
traviesa, el cabello revuelto y un rostro que podía derretir un corazón de hielo.
Y el corazón de Greer no era de hielo.

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Se llevó el álbum de fotos a Australia cuando, como todos los años, fue a pasar
las dos últimas semanas de las vacaciones de verano con su tía Cecilia antes de
empezar las clases en Toronto a principios del otoño.
Por supuesto, Eleanor estaba en casa. Siempre pasaba los veranos con su madre,
le encantaba el estilo de vida de niña mimada, que le sirviesen las criadas y que las
amigas de su madre se deshicieran en halagos.
Y Eleanor se acercó a Greer una mañana cuando ésta estaba contemplando su
adorada foto de Colby.
—¿Quién es? —le preguntó su prima de diecinueve años—. ¿Una de esas fotos
de artistas de cine? No me digas que eres una de esas adolescentes que coleccionan
fotos de su artista preferido.
Greer no respondió, dejó que Eleanor pensase lo que quisiera, no tenía deseos
de compartir su secreto con nadie. Pero su silencio despertó la curiosidad de Eleanor.
Su prima le quitó el álbum y, por supuesto, leyó lo que había escrito al pie de la foto:

Para mi ángel de verano.


Con todo cariño de Colby.

Se hizo un silencio mientras Eleanor asimilaba la información. Entonces…


—Colby Daken —dijo Eleanor en tono frío—. La abuela lo ha mencionado en
alguna ocasión. ¿No tiene su padre la casa de al lado de la de la abuela?
—Sí.
—¿Y… tienen dinero?
Greer se encogió de hombros.
—Creo que sí. Sí, es verdad, el padre de Colby, Mackenzie Daken, es el
propietario de Construcciones Daken, una de las empresas constructoras más
importantes de Canadá. Sí, su familia tiene mucho dinero, pero no se les nota, son
muy normales. Son encantadores.
El verano siguiente, Eleanor se invitó a sí misma a la casa del lago por primera
vez para pasar julio y agosto enteros. A Greer y a Jem les sorprendió mucho porque
Eleanor nunca había ocultado su desdén por la vida en el campo. Por fin, cuando
Greer vio a su hermosa prima con Colby, se dio cuenta de cuáles habían sido los
motivos que la habían llevado allí. Pero nunca le había dicho a nadie, ni siquiera a su
abuela, lo de la foto de Colby y que su prima le preguntara si tenía dinero.
—¿Lo has encontrado?
La voz de Jamie la sacó de su ensimismamiento. Cerró el álbum
inmediatamente, volvió a meterlo en el armario y luego sacó el verde.
—Sí, aquí tienes, es todo tuyo. Puedes quedártelo si quieres.

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Jamie aceptó el álbum, pero no lo abrió. Lo apretó contra su pecho, respiró


profundamente, abrió la boca como para decir algo y luego volvió a cerrarla sin
pronunciar palabra. El niño miró el cabello y el rostro de Greer, y después, dejándola
perpleja, le acarició la cabeza.
Greer sintió un nudo en la garganta. ¿Estaba recordando Jamie lo que era
acariciar el cabello de su madre? El pelo de Eleanor también era rubio ceniza como el
suyo.
—Jamie —susurró Greer con voz espesa, y levantó una mano para tocarlo.
Pero Jamie se echó para atrás y salió de allí como un conejo espantado.
A Greer le pareció oír un sollozo ahogado cuando el niño alcanzó la puerta; sin
embargo, cuando salió al porche al cabo de un minuto o dos, lo encontró sentado en
el columpio bebiendo limonada.
Y cuando sus miradas se cruzaron, los ojos de Jamie se clavaron en ella con
expresión fría, como si el incidente del cuarto de estar jamás hubiera tenido lugar.

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Capítulo 3
—A Greer le ha ido muy bien profesionalmente —dijo Jem cuando Greer cruzó
el porche—. La marca Passing Fancy se ha hecho famosa. Querida, dile a Colby lo del
nuevo taller en la avenida Spadina.
—¿Un taller en Spadina? —Colby se había puesto en pie cuando Greer salió al
porche; ahora, cuando ella se apoyó en la barandilla, él volvió a sentarse en el
sillón—. Vaya, has convertido tu sueño en realidad, ¿eh?
—No era un sueño, sino una meta —aclaró ella en voz queda con los ojos fijos
en su taza de café.
Para alcanzar una meta sólo se requería tenacidad, trabajo, talento y suerte. Los
sueños eran diferentes. Para que un sueño se convirtiese en realidad se requería
magia. Metas y sueños. Había tenido una meta en su vida, y también un sueño.
Recordó los tiempos en los que los dos habían hablado en ese mismo porche de
sus metas. La de ella: convertirse en una reconocida diseñadora de lencería con un
taller en la avenida Spadina de Toronto. La de él: trabajar con su padre, aprender el
negocio y, al final, fundar su propia rama de Construcciones Daken. Pero Greer
nunca le había hablado de su sueño porque él era el centro de su sueño. Y Colby
nunca le habló de ninguno de los suyos… hasta que se enamoró de Eleanor;
entonces, no hablaba de otra cosa.
—Está bien, una meta —Colby se recostó en el respaldo de su asiento—. Y si la
memoria no me falla, la has alcanzado dos años antes de lo previsto.
—¿Es verdad eso, Greer? —preguntó Jem en tono de curiosidad.
—Sí, abuela, es verdad. Siempre quise tener el taller de lencería, pero no
esperaba conseguirlo tan pronto.
—Sin embargo, jovencita, no es para enorgullecerse —dijo Jem bruscamente—.
Si tu vida hubiera sido equilibrada y armoniosa, tendrías una relación estable con un
hombre; y si ese hombre fuese como Dios manda, habrías pasado menos tiempo
trabajando y más disfrutando y viviendo.
—Ha habido hombres en mi vida —protestó Greer con las mejillas
encendidas—, lo sabes perfectamente. Nick Westmore y Jared Black, conociste a los
dos y los dos te gustaron. Al menos, eso me dijiste. ¡Y ahora resulta que ni siquiera te
acuerdas!
—¡Ah, ya, en el pasado! —la expresión de Jem se hizo ceñuda—. ¡Pero ahora es
un hombre diferente cada viernes por la noche! ¡Vienen y, con la misma facilidad que
llegan, desaparecen! ¿Qué ha pasado con las relaciones profundas, lo que los de mi
generación llamábamos amor?
Greer le dedicó a su abuela una mirada que habría encogido a una persona
normal, pero con ella sólo consiguió intensificar el brillo de desafío en los ojos de Jem
Westbury.

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—Si me disculpáis, creo que voy a ir dar un paseo —anunció Greer alzando la
barbilla.
Colby se levantó y Jem lo imitó. Apoyándose en la cadera, se dirigió a Jamie.
—Jovencito, he traído unas tomateras de la ciudad y tengo que plantarlas, y
necesito ayuda, alguien a quien se le dé bien manejar una regadera. ¿Crees que
podrías hacerlo tú? Claro que tendrías que quitarte las playeras y llenarte los pies de
barro, pero…
—No me dejan ensuciarme. A mamá no le gusta… —Jamie se interrumpió; de
repente, sus mejillas encendidas.
Jem, sorprendida, parpadeó; y Colby se quedó mirando a su hijo como si el niño
fuera un misterio para él. Greer se dio cuenta de que era la única que iba a tener que
responder al pequeño.
—¿Jamie?
Él volvió la cabeza con desgana y ella le dedicó otra de sus sonrisas.
—Cielo, aquí, en el lago, las cosas son diferentes. A nadie le importa ensuciarse
un poco, es lo normal, y quizá una de las cosas mejores que tiene esto. Estoy segura
de que tu madre no quería que te ensuciaras cuando llevas puesta la ropa del colegio
o cuando ibais a salir, pero…
—No podía ensuciarme nunca —interrumpió Jamie con expresión ceñuda—.
No quiero ensuciarme. No puedes obligarme.
¿Qué clase de educación le había dado Eleanor a su hijo? Pensó Greer con pesar.
—En ese caso, tienes que acompañarme y mirarme —dijo Jem con firmeza—.
Yo me voy a ensuciar mucho y, cuando esté sucia, si quieres puedes abrir la
manguera y echarme agua en los pies y en las piernas para limpiarme. ¿Te parece
bien eso?
Jamie se subió las gafas y, con sorpresa, Greer vio en el rostro del pequeño el
comienzo de una sonrisa.
—Bueno, eso sí.
—Buen chico —Jem sostuvo la puerta abierta para que Jamie pasara a la cocina
y entraron los dos. Cuando la puerta volvió a cerrarse, Greer y Colby se quedaron
solos.
—Bueno, me voy —dijo ella.
Colby le dio alcance al principio de los escalones que daban a la playa del lago.
—No tan rápido —dijo Colby agarrándola del brazo—. ¿Adónde vas?
Al sentir los dedos de él en la piel desnuda, un cosquilleo le recorrió el cuerpo.
Inmediatamente, ella se soltó.
—¿Es que no me has oído? Me voy a dar un paseo.
—Iré contigo.

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—No quiero que vengas conmigo, quiero ir sola —respondió Greer con la
respiración entrecortada—. Tengo que pensar.
—¿En qué, en la casa?
—Sí, en la casa —era injusto que un hombre tuviera unas pestañas tan espesas y
tan largas.
—Podemos pasarnos el día entero aquí, tú negándote a que te acompañe y yo
sin dejarte que te vayas; o puedes aceptar que te acompañe y nos damos un paseo
por el lago. Voy a pasar aquí el verano y tu abuela me ha dicho que vas a venir la
mayoría de los fines de semana. Al parecer, no hay un hombre en tu vida en estos
momentos y yo tampoco estoy comprometido. Hemos compartido un pasado, ¿por
qué no compartir algo más? —los labios de Colby esbozaron una sonrisa—. Sólo una
aventura de verano, Greer, ¿qué te parece?
De no haberle sorprendido tanto la sugerencia, le habría cortado en ese
momento. Pero estaba atónita, y también furiosa. Sin embargo, si era honesta consigo
misma, tenía que admitir que era perfectamente lógico lo que había dicho; al fin y al
cabo, cuando tenía diecisiete años le permitió creer que se había acostado con Brad
Pierson. Y hacía unos minutos, su abuela se había quejado sobre sus relaciones con
los hombres. Lo que su abuela no sabía era que los hombres con los que salían eran
sólo amigos, nada más.
—¿Estás sugiriendo que tengamos una aventura? —Greer arqueó las cejas con
gesto burlón—. ¿A pesar de que yo sea… promiscua? ¿No te parece algo peligroso
para ti?
—Siempre hay formas de… protegerse —una ráfaga de viento hizo que un
mechón de cabello le cayera por la frente, y Colby alzó la mano para retirárselo.
—Has cambiado mucho —le dijo Greer pensando, distraídamente, que Colby
tenía unas manos preciosas con unos dedos muy largos—. No eres el hombre que
conocía. Has dicho que hemos compartido un pasado. Bien, es cierto, y eso es lo que
es, pasado. En lo que a mí concierne, tú eres el pasado.
Colby se interpuso en su camino cuando Greer trató de bajar los escalones.
Ahora que estaba un peldaño abajo de ella, sus rostros se encontraron al mismo
nivel… y Greer se halló delante de esos ojos azules mortales.
—Nunca he podido comprender por qué una mujer tan encantadora como tú
sintió la necesidad de buscar satisfacción en un hombre casado como Brad Pierson.
Podrías haberte acostado con cualquier hombre. ¿Por qué lo sedujiste? —la voz de
Colby endureció—. Lo conocía desde hacía años y habría jurado que era la última
persona que cometería adulterio.
—Creías que conocías a Brad, pero no lo conocías. Creías que me conocías a mí,
pero no era así —Greer no pudo reprimir una nota de amargura en la voz al recordar
aquel verano.
De repente, se quedó perpleja cuando Colby le puso las manos en los hombros
y la atrajo hacia sí. Antes de poder reaccionar, se apoderó de su boca con un beso
arrebatador.

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Sólo duró unos segundos, dejándolos a los dos con respiración agitada, y a ella
con los labios encendidos. Greer y Colby nunca se habían tocado sexualmente. Ese…
ese ataque fue como una bofetada.
—No vuelvas a hacer eso nunca —susurró ella con los ojos fijos en esa masa de
pelo negro, en la piel bronceada de su rostro y en esos ojos brillantemente azules.
Colby sonrió cínicamente.
La había besado. En otro tiempo, habría vendido su alma a cambio de un beso
de Colby, a cambio de un solo beso.
Jamás habría imaginado que acabarían así. Se le escapó un sollozo antes de
poder reprimirlo.
—Muy bien, muy convincente —dijo él con voz queda—. Y, Dios mío, qué
tentador. Este verano… va a ser mucho más divertido de lo que esperaba. Y antes de
que llegue a su fin, querida Greer, te tendré en mi cama. Y entonces descubriré qué es
lo que consiguió hacer que Bradley Pierson sucumbiera a tus encantos mientras su
esposa estaba en el hospital dando a luz a su tercer hijo. Sí, todo un reto. Eso es lo
que eres, un reto, y lo acepto.
Tras una última mirada, Colby comenzó a alejarse. Al cabo de un momento,
Greer le oyó abrir la puerta del lado este de su casa, y después la oyó cerrarse de
nuevo.
Completamente confusa, Greer bajó los escalones y se acercó a la orilla del lago.
¿Por qué había accedido a ir ahí con su abuela? ¡Qué gran error! Cómo deseaba
no haberlo hecho.
Sin embargo, cuando pensó en Jamie y en sus problemas, se dio cuenta de que
quizá pudiera salir algo bueno de todo aquello. Jem conocería a su bisnieto y con su
maravillosa facilidad para tratar a los niños quizá pudiera sacar al pequeño de su
infelicidad.
De no ser por eso, rompería su promesa y le diría a su abuela que tenían que
volver a la ciudad en ese momento.
Pero no podía hacerlo, tenía que tener en cuenta a Jamie.
Tendría que manejar a Colby lo mejor que pudiera cuando él empezara su
estrategia para convencerla de que se acostara con él.
Porque eso no podía ocurrir.
Si se acostaba con él, Colby descubriría que era virgen y se enteraría de que
jamás había tenido relaciones con Brad Pierson.
Y eso le haría pensar y, al final, llegaría a la única conclusión plausible, algo que
jamás le había pasado por la cabeza.
Fue Eleanor quien tuvo relaciones con Brad. Eleanor, la esposa de Colby, la
mujer a la que él había idolatrado… y eso lo habría destrozado. Y Greer sabía que
aún lo destrozaría descubrir que Eleanor le había traicionado.

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Por eso era por lo que Greer había aceptado cubrir a su prima; no por Eleanor,
sino por Colby, para que no sufriese.
Ahora, lo único que a Colby le quedaba de su esposa era su recuerdo. Y ella,
Greer, haría todo lo que estuviera en su mano para mantener ese recuerdo intacto.

Lisa Pierson y sus tres hijos aparecieron en el lago Trillium a primeras horas de
la tarde.
Greer no los vio llegar. Había ido al cobertizo después del almuerzo y pasó un
par de horas ordenando herramientas, semillas y diversos artículos de jardinería con
el fin de evitar encontrarse con Colby.
A las cuatro y media, estaba sentada en el suelo, apoyada en el tronco de un
árbol que había al lado del cobertizo, y fue cuando oyó la puerta posterior de la casa
al abrirse. Esperando ver a Jem, alzó el rostro sonriendo; pero lanzó una exclamación
cuando, con sorpresa, vio a la mujer que bajaba por el camino en dirección a ella. Era
una morena delgada de treinta y tantos años vestida con unos pantalones cortos y
una camisa azul marino.
Greer se puso en pie.
—¿Señora Pierson?
Lisa Pierson sonrió de placer.
—Greer, casi no me lo podía creer cuando Jem me ha dicho que estabas aquí.
¡Creía que ya no querías saber nada de la vida del campo!
—¿Es usted? Está tan delgada y tan guapa…
Al momento, Greer se interrumpió, avergonzada de lo que había dicho.
—No te preocupes, cariño, me ha llevado dos largos años perder esos kilos de
más; y créeme, me encanta que la gente me diga que estoy muy cambiada. Pero tú…
—la mujer se interrumpió para darle un abrazo—. Estás preciosa, Greer.
Greer rió.
—No lo creo, señora Pierson. Debo estar echa una pena con el pelo lleno de
telarañas y…
—¡Oh, por favor, deja de llamarme señora Pierson! —Lisa levantó los ojos al
cielo—. Ya no eres una niña; además, haces que me sienta vieja llamándome así y de
usted. Por favor, tutéame. Escucha, tengo que irme corriendo porque acabamos de
llegar y he dejado a los niños descargando el coche, pero nos veremos luego, ¿de
acuerdo? Jem me ha contado el éxito que tienes con el trabajo y se me ha hecho la
boca agua al pensar en esa lencería maravillosa, es mi debilidad. Pero bueno,
tenemos tiempo de sobra para hablar de eso. He comprado suficientes filetes para un
regimiento, así que tú y Jem estáis invitadas a una barbacoa a eso de las siete. ¿Vale?
Greer sabía por su abuela que Lisa y su marido aún estaban casados y, al
parecer, juntos y felices; pero parecía que este viaje lo habían hecho ella y los niños

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solos. Quizá Brad estuviera demasiado ocupado con su trabajo. Greer esperaba que
ése fuera el caso; ya tenía bastante con enfrentarse a Colby sin necesidad de la
presencia del hombre con el que se suponía que había tenido relaciones.
Pero aunque Brad hubiera ido allí, ¿cómo podría haber rechazado la invitación?
Además, por lo que ella sabía, Lisa no estaba enterada del incidente de aquel verano
ocho años atrás.
—Estaré encantada. Y muchas gracias.
—Estupendo. Entonces, hasta las siete.
Greer volvió al interior del cobertizo acompañada de los recuerdos de la noche
en la que su felicidad acabó. La noche de la traición.
Aquel verano, a finales de agosto, Mackenzie Daken murió, y Colby y Eleanor
regresaron de Canadá para asistir al funeral.
Llevaban viviendo en Australia desde la boda, hacía casi tres años. Se fueron
allí porque Eleanor quería vivir cerca de su madre, que era viuda y vivía en
Melbourne. Colby había abierto una rama de Construcciones Daken en Australia y le
iba muy bien el negocio.
Jem había asistido al funeral, pero Greer, que estaba de exámenes finales, no
había podido acompañarla. Justo cuando acabó los exámenes, fue al lago con Jem y
no vio a Colby hasta que él y Eleanor regresaron una semana después. La pareja
tenía pensado pasar unos días allí con el fin de arreglar la casa del lago para
venderla.
Para Greer, volver a ver a Colby fue un sueño, pero se aseguró de que nadie
notase que estaba enamorada de él. Brad Pierson también había ido a la casa del lago
a pasar unos días; Lisa, embarazada de su tercer hijo, no esperaba dar a luz hasta
octubre, pero por problemas de un posible aborto natural, el médico la había
hospitalizado. La madre de Brad estaba cuidando a sus dos hijas, Brittany y Sarah; y
Brad, preocupado por su mujer y con problemas en el trabajo, se había ido a pasar
unos días al lago para relajarse.
Colby estaba muy enamorado de su mujer y, debido a lo que a Greer le dolía
verlos juntos, pasó más tiempo con Brad de lo que acostumbraba a hacer con el fin de
que nadie sospechase lo que sentía por Colby.
Al tercer día de la llegada de Colby y Eleanor, Colby se marchó a Toronto para
ver a los abogados de su padre en relación con la casa de Mac de la ciudad. Como la
cita era por la tarde, Colby pensaba pasar la noche allí y regresar al lago al día
siguiente por la mañana.
Esa noche, Jem se acostó alrededor de las once. Greer y Eleanor estaban
sentadas en el porche de la casa de Daken, pero Eleanor parecía inquieta y no tenía
muchas ganas de hablar. Al final, Greer la dejó y se marchó a la cama.
Sin embargo, una vez allí, el calor no la dejaba dormir. Al final, se levantó, se
puso un bikini y salió de la habitación de puntillas con la esperanza de que el aire de
la noche la refrescase.

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Caminó a lo largo de la playa del lago, a la altura de las casas. Las tres estaban a
oscuras y, según creyó, sus ocupantes durmiendo: Eleanor en la casa Daken, Jem en
la casa Westbury y Brad en la suya.
Pero después de pasar de largo la casa de Pierson, oyó un ruido extraño hacia
delante. Le pareció que provenía del borde de la arboleda que había a unos tres
metros de donde estaba ella, y le pareció que era el sonido de un llanto.
Se paró y escuchó con atención. La voz parecía la de Eleanor, pero… ¿qué podía
ocurrirle? Sin saber exactamente qué debía hacer, Greer fue acercándose con cuidado
hasta los árboles.
Bajo uno de ellos, se quedó quieta varios minutos, pero entonces no oyó nada.
Ya estaba casi convencida de que debía haber sido su imaginación cuando volvió a
oír los sollozos; esta vez, muy cerca. Pero no… no, no eran sollozos, sino gemidos.
Unos gemidos entrecortados que se repetían y que parecían cargados de dolor… de
desesperación…
Creyó ver un cabello rubio muy cerca. Estaba a punto de llamar a su prima,
cuando lo oyó. Oyó ese gemido, ese gruñido.
El gemido de un hombre.
Y la voz de un hombre. La voz de Brad pronunciando palabras de pasión.
Entonces, Eleanor susurró con voz ronca y entrecortada:
—¿Te gusta esto? —se oyó un ruido de roce—. Oh, ya sé que te va a gustar
esto…
Otro gemido de hombre, ronco y espeso.
Y después una serie de ruegos inarticulados y Eleanor susurrando:
—No pares. Oh, por favor, no pares ahora…
Y cada vez más alto, más agonizante.
Greer se llevó las manos a los oídos y se dejó caer a los pies de un árbol. Con un
ahogado grito, apretó los ojos y se balanceó hacia delante y hacia atrás…
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La voz de Colby cortó el aire con la dureza de un cuchillo. Durante un
momento aterrador, pensó que le estaba hablando a ella. Pero cuando asomó la
cabeza por detrás del árbol, fue cuando lo vio de pie en la playa y se dio cuenta de
que no podía haberla visto. No, se estaba dirigiendo a las dos personas que habían
estado haciendo el amor en las sombras, tan cerca de ella que ahora podía oírles
respirar entrecortadamente. Colby debía haberse acercado por la playa, dando un
paseo para estirar las piernas después del largo trayecto desde Toronto…
—¡Pierson! —el grito de Colby casi ensordeció a Greer—. ¡Sé que eres tú! ¡Sal de
ahí!
La mujer susurró algo; después, Greer oyó una protesta que fue acallada al
momento. Inmediatamente después, alguien pasó junto a ella para internarse en el
bosque: Eleanor, que sólo dejó el leve rastro de su perfume.

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Y entonces, la voz de Brad asustada e insegura:


—Greer… espera…
Greer se quedó atónita. ¿Por qué estaba Brad llamándola? Confusa, oyó
entonces la voz de Colby, dura e irreconocible:
—Greer, sal de ahí ahora mismo. ¡Si no lo haces te juro que voy air a por ti!
Jamás lo había visto tan enfadado. Casi sin saber qué estaba haciendo, fue a
salir de detrás del árbol, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo dando un grito.
Colby marchó hacia ella y, antes de que Greer pudiera recuperarse, la levantó y
la sacó de la arboleda hasta la playa.
Brad había salido de su escondite también, justo detrás de ella. Pero Greer no
perdió el tiempo pensando en Brad, sólo podía ver a Colby; y cuando vio la
expresión de repugnancia con que la miró, se sintió como si el mundo entero le
hubiera caído encima. Evidentemente, Colby creía que ella había estado haciendo el
amor con Brad; porque Eleanor, con la cooperación de Brad, lo habían planeado así.
Qué mezquina y egoísta era su prima, y que manipuladora. No sabía que Greer
había estado cerca, y en esos momentos debía estar de camino hacia la casa Westbury
para intentar asegurarse la cooperación de Greer en su engaño. Greer sabía que
podía deshacerle el plan y borrar la expresión de desdén con que Colby la estaba
mirando; sabía que, con unas breves palabras, podía salvarse y volverse a ganar el
respeto de él.
Pero se dio cuenta de que jamás sería ella quien le hiciera un daño semejante.
—Vamos, ahórrate las lágrimas —dijo él con voz suave y amenazante—. ¡Vete a
tu casa! Tengo unas cuantas cosas que decirle a Brad Pierson y no creo que te guste
oírlas.
Greer se volvió a Brad y vio que él no pudo sostenerle la mirada.
Al final, se dio media vuelta y se alejó de allí con el corazón destrozado.
Y desde entonces no se había recuperado.

—Greer, cariño, he preparado té.


Su abuela la devolvió al presente. La vio en la puerta trasera y, forzándose para
no seguir recordando, Greer agitó la mano para saludarla y comenzó a andar hacia la
casa.
—Qué estupendo que tenemos barbacoa esta noche, va a ser muy divertido —
dijo Jem—. Lisa también ha invitado a Colby. Será como en los viejos tiempos.
—¡Sí, es verdad! —dijo Greer en tono alegre, ignorando los latidos de su
corazón—. La pena es que Brad no va a estar.
—Oh, ¿es que no te lo he dicho? Brad va a venir más tarde, en el Mercedes.
Llegará aquí a eso de las ocho.

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Capítulo 4
El porche de la casa Pierson tenía tejado, el mobiliario estaba pintado en verde
para integrarse con el paisaje, y había flores por todas partes.
En una situación normal, Greer habría disfrutado enormemente de esa variedad
de colores y aromas; pero aquella noche no era normal. Su amor por Colby
amenazaba con derramarse y a Greer le daba miedo que se le notara en los ojos, en la
voz y en sus movimientos. Pero junto a ese amor se daba resentimiento por la forma
como la estaba tratando. Y el constante esfuerzo de controlar sus emociones le había
dado dolor de cabeza.
Y ahora había llegado el momento que tanto temía, ella y Colby habían vuelto a
quedarse solos.
La barbacoa había acabado. Lisa había entrado en la casa para preparar otra
cafetera; Jem se había llevado a los niños, Brittany, Sarah, Chris y Jamie a dar un
paseo por la orilla del lago; y Brad había telefoneado para decir que iba a llegar más
tarde.
Se hizo un tenso silencio entre Colby y Greer después de que los otros
desapareciesen. Greer enderezó los hombros y fue Colby quien, por fin, rompió el
silencio.
—¿Qué, has visto a Brad últimamente? —preguntó él con voz cínica y mirada
fría.
—¿A Brad? —la mirada de ella fue igualmente fría—. No, llevo años sin verlo,
desde la última vez que estuve aquí.
Él arqueó una ceja.
—Entonces, ¿sólo fue un capricho del momento?
Greer apretó los labios y lanzó una rápida mirada a la ventana de la cocina, al
otro lado del patio.
—¿Qué estás intentando hacer? —le preguntó en voz baja y furiosa.
—No te preocupes, Lisa no nos oye —respondió Colby con desdén—. Además,
¿te importaría que nos oyera? Dios mío, cuando pienso en lo mucho que se
preocupaba por ti cuando eras adolescente… Al verte aquí con Lisa esta noche y
verte reír y charlar con ella como si realmente te merecieses su amistad… Si quieres
que te diga la verdad, me ha revuelto el estómago. Es una de las mejores personas
que conozco, y lo que le hiciste fue imperdonable.
—En ese caso, ¿por qué estás decidido a perder el tiempo conmigo? ¿Por qué no
te has ido a dar un paseo con Jem y con los niños? Esperaba que lo hicieras, por eso
he dicho que yo me iba a quedar aquí y…
—Exacto. Has dicho que querías quedarte aquí sentada, ¿verdad? ¿A esperar a
Brad? Cielo, no me perdería este reencuentro por nada del mundo. Después, cuando

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los niños y Jem se hayan ido a la cama, podremos sentarnos aquí a tomar una copa a
la luz de la luna, los cuatro: Lisa, Brad, tú y yo.
—Que haya decidido quedarme aquí no ha sido para ver a Brad —dijo Greer
furiosa—, sino porque quería estar lejos de ti. Así que deja de imaginar cosas. No va
a haber ningún «tú y yo», Colby. Ni ahora ni nunca.
—Eres una mujer muy apasionada, Greer. Y una mujer como tú en una noche
como ésta… En fin, no me cabe duda de que debes pensar en el sexo y la seducción.
Como te he dicho esta mañana, tengo intención de acostarme contigo en la primera
oportunidad que se me presente.
Greer se levantó de su asiento.
—¡No estoy dispuesta a aguantarte estas cosas! Por favor, dile a Lisa que me
disculpe…
—¿Quieres que le diga que te duele la cabeza? —preguntó Colby sonriendo
cínicamente.
—¡Dile lo que te dé la gana!
Greer se dio media vuelta, pero al hacerlo, vio a una persona subiendo los
escalones del porche… y se detuvo bruscamente.
—¡Brad! No he oído tu coche…
Brad no estaba menos sorprendido que ella. Detuvo sus pasos y enrojeció al
instante. Era un hombre alto y fuerte, jugador de fútbol americano durante sus años
de universidad. Después de terminar sus estudios, consiguió un trabajo
inmediatamente en una de las empresas de abogados más importantes de Toronto y
se casó con la hija del socio más antiguo, la rellenita, pero extraordinariamente
guapa, Lisa Abercrombie.
En todo eso pensó Greer mientras miraba al hombre que tenía delante. Por fin,
al mismo tiempo que veía la sonrisa forzada de Brad, se dio cuenta de que Colby
también se había levantado y estaba a espaldas de ella. Antes de poder imaginar lo
que Colby iba a hacer, sintió el brazo implacable de éste sobre sus hombros.
—¿Qué hay, Brad? Hace ya mucho que no nos vemos, ¿eh? Greer y yo
estábamos aquí sentados recordando viejos tiempos —Colby extendió la mano para
estrechar la de Brad.
Greer vio que Brad vacilaba, quizá estuviera recordando su último encuentro
con Colby, cuando éste le puso un ojo morado y le partió el labio, entre otras cosas.
Entonces, después de respirar profundamente, Brad aceptó la mano que le ofrecían y
la estrechó con firmeza.
—Me alegro de verte, Colby. No tenía ni idea de que estuvieras aquí. Tampoco
sabía que tú estuvieras, Greer.
La voz de Brad se había suavizado al dirigirse a ella, Greer lo notó y estaba
segura de que Colby también lo había notado, algo que ella interpretaba como
remordimiento por lo que él y Eleanor habían tramado para proteger a su prima
ocho años atrás.

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Brad se aclaró la garganta.


—¿Ha venido Eleanor contigo?
—Eleanor ha muerto hace seis meses. Mi hijo Jamie ha venido conmigo.
Brad se quedó atónito.
—Dios mío, Colby… Lo siento, yo… no tenía ni idea de… Dios mío, qué horror.
Para suavizar el incómodo momento, Greer dijo:
—Jem también está aquí, Brad. Se ha llevado a los niños a dar un paseo por la
orilla del lago para quemar las calorías del postre de Lisa. Bueno, dime, ¿qué tal el
viaje hasta aquí? Supongo que las carreteras estaban…
—Cielo —dijo Colby con voz suave—, ¿no ibas a ir a no sé dónde justo antes de
llegar Brad? Estoy seguro de que Brad no querrá sentirse responsable de que no
hagas lo que tenías que hacer.
Encolerizada por la brusca interrupción, Greer trató de zafarse del brazo de
Colby, pero lo único que consiguió fue que éste la sujetase con más fuerza.
—Hace años que no veo a Brad. Me gustaría…
—Y yo creo que a Brad le gustaría ir a su casa para ver a su esposa —volvió a
interrumpir Colby con voz suave, pero amenazante.
El resentimiento que Greer sintió casi la ahogó. Sin embargo, mientras hacía un
enorme esfuerzo por controlar el genio, se dio cuenta de que Brad debía haber
sufrido un duro golpe al enterarse de la muerte de Eleanor y querría estar solo para
asimilar la noticia.
Furiosa por dentro, consiguió que no se le notase mientras Colby, con gran
maestría, comenzó a llevársela. Una vez que alcanzaron la orilla del lago, justo en el
momento en que Greer le iba a dar un codazo en el estómago, Colby la soltó.
—Vaya, he manejado la situación admirablemente —murmuró él—. Estoy
seguro de que ahora Brad cree que somos una pareja, y no creo que quiera volver a
probar mis puños, así que puede que, al final, lleguemos a disfrutar de unas
civilizadas vacaciones. ¿Qué opinas tú, cielo?
—Que no soy tu cielo —le espetó Greer—, y que a la primera oportunidad que
se me presente, le dejaré claro a Brad que tú y yo no somos ni seremos nunca una
pareja. Así que ten cuidado, Colby, o vas a salir muy mal parado.
—Prefiero salir mal parado yo a que la víctima sea Lisa —dijo Colby
fríamente—. No te acerques a Brad Pierson, Greer. Si lo haces, te arrepentirás.
—¿Es una advertencia o una amenaza?
—Creo que es una amenaza —respondió él.
—Nada que tú hagas me puede hacer daño —dijo Greer en tono quedo—, nada
en absoluto.
Pero podía haber añadido: «porque no puedes romper un corazón que ya has
roto».

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Greer se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y, dándole la
espalda, se quedó mirando al lago. La tensión entre los dos era insoportable e iba a
tener que hacer algo al respecto.
De nuevo, se dio la vuelta y miró a Colby fijamente.
—¿Sabes una cosa? Ya estoy harta de esto. Escúchame con atención porque no
quiero repetir lo que voy a decir: no tengo ningún interés en Brad Pierson. Y ahora, si
decías en serio eso de que podríamos acabar teniendo unas vacaciones civilizadas,
¿por qué no lo intentamos de verdad? Se supone que la gente se divierte durante las
vacaciones, ¿no?
Él se la quedó mirando durante unos momentos, pero cuando oyó risas en la
distancia, apartó los ojos de ella. Greer le siguió la mirada y vio a Jem y a los niños
caminando hacia ellos.
—Deben haber ido hasta la posada Trillium —dijo Colby—. Voy a ir a su
encuentro. ¿Vienes conmigo?
Greer sintió que eso era lo más parecido a una tregua en esos momentos y,
dadas las circunstancias, lo mejor que podía hacer era aceptarla.
—Sí, claro —con sorpresa, notó que la cabeza ya no le dolía.
Mientras caminaban por la orilla del lago juntos, Colby aminoró el paso para
que ella pudiera seguirlo. Aunque Greer medía un metros sesenta y ocho centímetros
y tenía las piernas largas, las zancadas de Colby eran mucho más grandes que las
suyas; ésa era una de las cosas que ella recordaba. También recordaba que le
gustaban los perritos calientes bañados en mostaza y que le gustaba más la cerveza
que el vino. Le gustaba leer autobiografías y libros de viajes, no ficción. Le encantaba
la música country, sobre todo Hak Williams, pero también le gustaban Mozart,
Domingo, Chopin y los Rolling Stones… aunque no necesariamente en ese orden. Le
gustaba nadar, pescar, esquiar…
Y, por lo que Eleanor le había dicho, le gustaba besar.
Greer sintió un repentino calor en las mejillas. Colby nunca la había besado
durante aquellos veranos en el lago, aunque era lógico llevándose siete años y, a esas
edades, ella debía haberle parecido una niña.
Pero hacía unas horas la había besado y, si le había gustado, no había dado
muestras de ello.
Las playeras se le habían llenado de arena y le resultaba incómodo al caminar, y
Greer se detuvo para quitarse la arena. Colby también se paró y, cuando Greer
perdió el equilibrio, buscó automáticamente apoyo y se aferró al brazo desnudo de
él.
El contacto fue electrizante. Rápidamente, Greer quitó la mano.
—Perdona —se disculpó ella con voz ronca.
Al enderezarse, sorprendió a Colby mirándola con una extraña expresión en los
ojos, una expresión que no pudo interpretar, aunque la hizo sentirse incómoda.

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—¿Qué pasa?
Con sorpresa, lo vio sonreír.
—Lo pasábamos muy bien, ¿verdad? Dios mío, a veces eras una pesada; sin
embargo, las vacaciones en el lago sin ti no habrían sido lo mismo. ¿Cuántos veranos
pasamos aquí juntos?
Siete veranos. Los siete veranos más felices de la vida de Greer.
Greer hizo un gesto vago con el brazo.
—¿Cinco años? ¡No, seis! Veamos, la abuela empezó a traerme aquí después de
la muerte de mis padres, así que, el primer verano que vine aquí, debía tener siete
años…
—Yo tenía catorce. ¿Te acuerdas de aquella vez que vimos juntos el amanecer
en el Sprite en mitad del lago? Fue el regalo que te hice de cumpleaños, cuando
cumpliste los diez años; tenías miedo de que Jem se despertara antes de que
volviéramos y se enterase de que te habías marchado. Lo que no sabías es que yo
tenía todavía más miedo que tú, porque si mi padre se hubiera enterado…
Colby sacudió la cabeza y ella detectó un brillo travieso en sus ojos.
¿Por qué le estaba haciendo eso? ¿Por qué la hacía recordar el pasado, cuando
su relación era limpia y clara como el cristal?
—He visto unos cuantos amaneceres desde entonces —observó ella en un tono
que esperaba disimulase sus verdaderos sentimientos—. Jem y yo fuimos a Hawaii
hace cinco años y vimos el amanecer allí, desde la cima de un monte. ¡Algo
espectacular, algo que no olvidaré nunca!
Si Colby quería volver al pasado tendría que hacerlo solo.
Para ella, era un recorrido que sólo le produciría sufrimiento.

Aunque el paseo con Jem parecía haber dado más energía a los niños de
Pierson, Jamie estaba agotado y con sueño. Arrastraba los pies detrás de los demás y
no protestó cuando Colby dijo:
—¡A la cama contigo, jovencito!
—Vuestro padre está aquí —les dijo Greer a los otros tres niños, que echaron a
correr hacia su casa lanzando gritos de alegría.
—Son un trío muy feliz —comentó Jem con un suspiro mientras ella y Greer
volvían juntas a su casa—. Pero Jamie… no soporto verlo tan triste. Tiene la misma
edad que Chris y esperaba que se hicieran amigos, pero no ha sido así. Sarah ha sido
muy cariñosa con él y ha intentado que se integrase; pero cuanto más se esforzaba,
más se retraía Jamie. Espero que no se canse de él y deje de intentarlo.
—Sarah es la menor de las niñas, ¿verdad?

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—Sí. Tiene diez años y es encantadora, se parece mucho a su madre. Brittany


tiene casi trece años, y se parece más a su padre. Tiene buen corazón, pero a veces es
demasiado impulsiva. Sarah la adora, pero Sarah es una niña muy sensible y sé que
lo pasa mal cuando Brittany es brusca con ella.
—Te fijas en todo, ¿eh, abuela? —comentó Greer con una sonrisa—. ¡No se te
escapa nada!
—Brittany y Sarah, a veces, me recuerdan a Eleanor y a ti. Eleanor… en fin,
digamos que no prestaba mucha atención a los demás; sin embargo, tú eras la niña
más sensible que he visto en mi vida.
Conmovida por el comentario de su abuela, Greer sintió que las mejillas se le
encendían.
—Sí, es verdad que era sensible. Lloraba por todo, ¿verdad, abuela?
—Sí, tenías tendencia a llorar cuando estabas triste por algo. Pero jamás te he
visto llorar como aquella noche a orillas del lago… la última vez que estuviste aquí. Y
no me has contado el porqué todavía. Tenía mis sospechas, por supuesto, pero no
quería presionarte entonces.
—Gracias por ello, abuela —respondió Greer tratando de no apartar la mirada
cuando su abuela le clavó los ojos.
¡Qué equivocación había cometido al ir al lago! Pensó Greer con desesperación.
—Pero de eso hace ya mucho tiempo, ya lo he olvidado. Además, no me gusta
hablar de ello, ya es historia. Y ahora dime —continuó Greer en tono más animado—,
habéis ido a la posada Trillium, ¿verdad? ¿Sigue tan bonita como antes, vista desde
las ventanas? Me acuerdo que se veían manteles de lino, copas de cristal y camareras
con uniformes negros y blancos. Solía soñar con ir allí a cenar una noche.
Jem le dio una palmada en la mano.
—Sí, querida, está igual que siempre. Es curioso, se me había ocurrido que
podíamos ir a cenar las dos una noche a darnos una fiesta con comida francesa. ¿Por
qué no lo hacemos el fin de semana que viene?
El fin se semana siguiente. Greer sintió que el corazón se le encogía. No, no
podía volver el siguiente fin de semana. Por suerte, tenía varios días para inventarse
una excusa…
—El sábado por la noche sería el mejor día —murmuró su abuela.
—Abuela, ¿vas a volver a casa de Lisa?
—Sí, voy a ir a saludar a Brad, no lo he visto desde el verano pasado. ¿Sabe lo
de Eleanor?
—Sí, Colby se lo ha dicho.
—Debe haber sido un golpe para él.
—Sí, eso me ha parecido. Abuela, ¿te importaría pedirle disculpas a Lisa de mi
parte? Dile que he trabajado mucho esta semana y que necesito acostarme pronto.

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—¿Te encuentras bien? Estás un poco pálida.


—Tenía dolor de cabeza, pero ya se me ha pasado. Lo que pasa es que no tengo
ganas de charlar —ya habían llegado a la casa Westbury—. Buenas noches, abuela.
Greer le dio a Jem un abrazo.
—Hasta mañana.
—Buenas noches, Greer. Que duermas bien.
Pero Greer no creía ser capaz de conciliar el sueño sabiendo que Colby estaría
sentado en el porche de su casa, a menos de quince metros de la suya.

Sorprendentemente, se quedó dormida a los pocos minutos de acostarse. Sin


embargo, se despertó unas horas más tarde.
La luz de la luna bañaba la habitación y, cuando miró el reloj, vio que eran casi
las cuatro de la mañana.
¿Qué la había despertado? ¿Estaba su abuela levantada? Quizá no se sintiera
bien…
Se levantó de la cama, se acercó a la puerta, la abrió y salió al oscuro vestíbulo.
Jem siempre dormía con la puerta entreabierta, e incluso antes de que Greer asomase
la cabeza y ver que su abuela dormía apaciblemente, la oyó roncar.
Sonriendo, Greer, descalza como estaba, fue a la cocina y se subió el fino tirante
del camisón negro de seda que le había caído a mitad del brazo.
Ahora sabía que su abuela no era lo que la había despertado; sin embargo,
como ya se había levantado, estaba completamente despejada y, por experiencia,
sabía que no conseguiría volverse a dormir si se acostaba inmediatamente.
El lago estaba precioso, pensó al asomarse a la ventana de la cocina; su
superficie brillaba como un espejo bajo la luz de la luna. Se agarró al fregadero
mientras saboreaba la quietud de la noche.
Irresistiblemente atraída por la magia del momento, salió al porche y bajó los
escalones que conducían a la playa del lago.
En el espigón había más turbulencia que en la playa; ahí, el agua golpeaba con
fuerza y salpicaba, pensó Greer con una sonrisa, era como si alguien estuviera
nadando en sus oscuras profundidades y…
Lanzó un grito cuando, de repente, vio una figura salir del agua justo donde
ella estaba mirando. Pero al mismo tiempo que su grito oyó una risa burlona.
—Perdona por haberte asustado, aunque te aseguro que yo también me he
asustado al verte ahí.
Levantando espuma, Colby saltó al muelle. Al ponerse en pie, sacudió la cabeza
y luego se pasó una mano por el cabello, salpicándole agua a Greer.

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—¡Eh, ten cuidado! —protestó ella casi sin respiración porque aún no se había
recuperado del susto—. No he venido aquí a darme una ducha.
Colby parecía una magnífica estatua de bronce, pensó Greer al tiempo que daba
un paso atrás. Pero al contrario que una estatua, estaba vivo. Y a juzgar por el brillo
que vio en sus ojos, Colby estaba admirando cada centímetro de piel que dejaba al
descubierto aquel diminuto camisón negro.
Aunque él llevaba aún menos ropa que ella: un calzón de baño claro diseñado
con la intención de preservar un mínimo de decoro. Greer sintió un temblor en todo
el cuerpo.
—¿Qué estás haciendo aquí en mitad de la noche? —le preguntó ella con
altanería.
La risa de Colby fue como el terciopelo acariciándole la espalda.
—No estoy haciendo nada; al menos, todavía. ¿Y tú, por qué has salido?
—Me ha despertado algo y como sabía que no iba a poder dormirme otra vez
he decidido salir a respirar un poco de aire fresco. Estaba muy tranquila… hasta que
has aparecido tú en escena.
—No hay motivo por el que no puedas seguir tranquila —dijo él en tono
burlón—. O… ¿no te apetecería algo más excitante?
—Creo que no —respondió ella con voz tensa—. Algo excitante es lo último que
necesito cuando no puedo dormir.
—Dicen que el sexo es fabuloso para relajar los nervios.
—Yo no he dicho que estuviera nerviosa.
—Bueno, pero no puedes dormir, y el sexo te haría dormir.
—Típico de un hombre pensar que el sexo puede curarlo todo. ¿No crees que
un vaso de leche caliente y una aspirina tendrían el mismo efecto?
—Ven aquí.
—¿Qué…?
Colby la atrajo hacia sí. No tan cerca como para poder tocarle la piel mojada,
pero lo suficiente. Demasiado. Greer sintió como si algo le obstruyese la garganta.
Tragó saliva y fue a apartarse de él, pero Colby le sujetó las dos manos con ojos
misteriosamente brillantes y oscuros.
—¿Qué… qué estás haciendo? —la voz de Greer sonó espesa.
La risa de Colby le erizó la piel.
—Es una prueba —murmuró él—, así que presta atención.
Bajó la cabeza y capturó uno de los tirantes del camisón de Greer con los
dientes. Ella jadeó y trató de liberarse, pero Colby no se lo permitió.
—Aún no he terminado —añadió él sin soltar el tirante.

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Entonces, tiró del tirante y se lo bajó por el brazo hasta el codo, haciendo que el
escote también le bajara.
—Quiero que me digas… —los labios de Colby le acariciaron la piel y la
respiración de ella se hizo entrecortada—. Quiero que me digas si te gusta esto…
Colby continuó acariciándole, pasándole la lengua por la incipiente curva de un
seno, y Greer echó la cabeza hacia atrás y lanzó un ahogado gemido.
—Y esto…
Mientras ella se estremecía, Colby le acarició con la lengua un pezón por encima
de la seda negra; la caricia la llevó a un paraíso sensual.
—¿Te gusta? —preguntó él con una voz que a Greer le pareció proceder de un
recóndito lugar—. ¿Te gusta… esto?
Un desarticulado sonido de placer escapó de los labios de Greer; pero entonces,
Colby la soltó, bajó las manos y retrocedió un paso.
Greer se lo quedó mirando anonadada.
—Debo suponer, por tu reacción, que la respuesta es sí —declaró él con una
arrogante sonrisa.
Después, extendió la mano y le subió el tirante del camisón antes de añadir con
voz impersonal:
—Bueno, Greer, ¿qué va a ser entonces? ¿Sexo o leche con aspirina?
Durante un momento, Greer sólo sintió confusión. Pero cuando asimiló lo que
Colby le había hecho, sintió una furia tan intensa que estuvo a punto de darle una
patada en la entrepierna. Quería gritar, pegarle y partirle la cara. Sin embargo, con
todo el control sobre sí misma que poseía, consiguió esbozar una sonrisa que podía
pasar por perezosa diversión.
—El sexo no está mal, Colby, pero creo que me inclino por la leche y la aspirina.
Ha sido una prueba interesante, y reconozco que eres hábil. Tengo la impresión de
que estás en forma.
—Pero nunca había obtenido resultados tan satisfactorios. Ya verás qué bien lo
pasamos cuando nos acostemos juntos.
—¡Sigue soñando! Y ahora, déjame pasar, quiero volver a casa.
—Antes de que te vayas…
—¿Sí?
—¿Has decidido ya si vas a quedarte con la casa de tu abuela?
—Y yo me he hecho la misma pregunta respecto a tu casa —dijo ella evitando
una respuesta directa—. ¿Tienes pensado seguir viniendo aquí con frecuencia o esta
vez ha sido una excepción?
—Estoy pensando seriamente en volver a Toronto. Si lo hiciera, conservaría la
casa, pero tendría que hacer algunos cambios. Como es posible que sepas, los últimos

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años ha estado alquilada y necesita ciertas reformas ahora. También me gustaría


añadirle un par de habitaciones más.
—¿Así que lo que para tu padre era suficiente no lo es para ti?
—Uno tiene que cambiar con los tiempos, Greer. La verdad es que, aunque
estas tres casas son muy pintorescas, además de ser un poco pequeñas no están
preparadas para el invierno, sólo se puede venir a ellas durante el verano. Quiero
que Jamie y yo podamos disfrutar esta casa durante todo el año. Me gustaría que el
niño disfrutase cosas que aún no conoce, como el hielo, la nieve, patinar sobre hielo,
esquiar…
—Podrías contentarte con la vida dura en invierno como hacía tu padre —
respondió Greer en tono burlón—. ¿O es que la vida en Australia te ha ablandado?
—No, no me ha ablandado —le espetó Colby—. Pero si vamos a pasar tiempo
en esta casa, me gustaría que la niñera de Jamie nos acompañara.
Greer parpadeó.
—¿La niñera de Jamie?
—Aún no la tengo, pero pienso contratar a una… a tiempo completo.
—Pero… imagínate que volvieras a casarte…
—No tengo intención de volver a casarme.
A Greer le sorprendió la intensidad de su voz, aunque, pensándolo bien, no era
de extrañar dado lo que siempre había sentido por su esposa. Eleanor había sido la
única mujer en su vida, y Colby se lo había dicho en numerosas ocasiones aquel
verano. Pero Colby sólo tenía treinta y dos años.
—¿No has pensado en la posibilidad de volver a enamorarte?
—No estoy buscando amor. Una vez que tenga una niñera, me dedicaré a
solucionar otro problema.
—¿Otro problema?
—Sí, me conseguiré una amante —respondió él—. ¿Qué más puede querer un
padre con un hijo? Una niñera para el niño y una amante para satisfacer sus
necesidades.
Greer se lo quedó mirando con incredulidad.
—¡No es posible que hables en serio! Jamás he oído algo tan…
—¿Frío? Es como hacer negocios, Greer. Hay montones de mujeres dispuestas a
aceptar mi oferta, mujeres encantadas de aceptar lo que quiera ofrecerles… y lo único
que no voy a ofrecerles es mi corazón. No se trata de que vaya a forzar a nadie.
—No, claro que no —consiguió decir ella con voz fría—. Eres todo lo que… una
amante podría querer.
—¿Eso crees? En ese caso, ¿te interesaría el puesto? —Colby arqueó las cejas con
expresión cínica—. Antes has dicho que no pensabas casarte, y he de confesar que
cumples los requisitos.

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—¡Prefiero morir antes que ser tu amante, Colby Daken!


Greer pasó por su lado y comenzó a alejarse de allí furiosa, pero no sin oír la
risa de Colby.
Colby Daken se estaba riendo de ella.

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Capítulo 5
Brad apareció a la mañana siguiente cuando Greer y Jem estaban en la cocina
terminando de desayunar. Rechazó el café que Jem le ofreció.
—Sólo quería hablar contigo un momento, Jem —dijo él—. En realidad, he
venido a pedirte un par de favores.
—Cuenta conmigo si puedo ayudarte —contestó Jem.
—El sábado que viene es el cumpleaños de Lisa y me gustaría darle una fiesta
sorpresa, sólo con nosotros, los de las casas de aquí.
—¡Qué estupendo! —Jem dio una palmada—. ¿Qué es lo que quieres que haga,
Brad?
—He pensado traer la comida el viernes por la noche en una nevera portátil,
escondida en el maletero del coche para que Lisa no la vea. Lo que quería
preguntarte es si podría guardarla en tu frigorífico hasta el sábado por la noche.
—Claro, por supuesto. ¿Y qué más?
—¿Podrías llevarte a Lisa por ahí una hora antes de la fiesta, quizá a dar un
paseo con los niños por el lago? Así, Greer y yo podríamos llevar la comida al porche
y arreglarlo todo. Greer, ¿estás dispuesta a ayudar?
Greer se quedó mirando a Brad sin poder pronunciar palabra; él, al igual que su
abuela, suponían que volvería el fin de semana siguiente; sin embargo, ella había
decidido mantenerse apartada de Colby tanto como le fuera posible. Pero cuando fue
a abrir la boca para negarse con una disculpa, vio los ojos brillantes de su abuela y
sintió que el corazón se le encogía.
Greer se aclaró la garganta antes de contestar.
—Sí, claro que te ayudaré. ¿Se lo has dicho a los niños?
—No, es demasiado peligroso. Ni siquiera se lo voy a decir a Colby hasta el
último momento; cuanta menos gente lo sepa, mejor.
—¿Pero y si Colby hiciera otros planes? ¿Y si no estuviera aquí? —sugirió Jem
en tono de preocupación.
—Anoche mencionó que el sábado que viene van a traerle madera porque
quiere hacer unos arreglos en la caseta del barco, y me preguntó si yo iba a estar por
aquí para echarle una mano.
—¡Entonces, todo arreglado! —exclamó Jem encantada.
Y Greer sonrió al ver lo contenta que se había puesto su abuela con la idea de
una fiesta.
—Gracias —dijo Brad—. Os agradezco mucho la ayuda.

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—¡Y a nosotras nos encanta tener una fiesta en perspectiva! —dijo Jem—. Y
ahora, creo que voy a arrancar las malas hierbas del jardín antes de que el sol
empiece a apretar.
Apoyándose en el bastón, Jem atravesó la cocina y salió al pasillo.
Cuando la puerta posterior de la casa se cerró, la sonrisa de Brad se desvaneció
y miró a Greer con aprensión.
—Brad —se apresuró ella a decir—, no quiero hablar de…
—Lo sé. Yo tampoco quiero hablar de ello, pero creo que tendríamos que
aclarar la situación. Greer, me he sentido muy mal todos estos años por lo que
Eleanor y yo te hicimos…
—Ya que insistes en hablar de ello, déjame que te diga que debías estar loco por
engañar a Lisa. Si se enterase, se quedaría destrozada y…
—Lo sabe —dijo Brad—, se lo dije yo, aunque no inmediatamente después de
que pasara. Se lo conté cuando Chris tenía ya unos meses y Lisa se había recuperado
del parto. Y tienes razón, le rompió el corazón. Pero me quiere y tiene fe en mí, y
sabía que no volvería a pasar nunca, ni con Eleanor ni con nadie.
Brad tomó aliento antes de añadir:
—Sé perfectamente que no me merecía su perdón, pero ella me lo dio y yo lo
acepté.
—Brad, ¿cómo permitiste que ocurriese?
—¿Quieres saber lo que pasó? —dijo Brad con expresión sombría—. Pues te lo
voy a decir. Me había ido a dar un paseo y no tenía ni idea de que Eleanor me había
seguido hasta que no llegué al final de la playa. Nos quedamos allí charlando unos
minutos, pero entonces ella empezó a insinuarse. Al principio no me di cuenta, pero
entonces empezó a desabrocharse los botones de la blusa mientras me miraba
fijamente y… no sé, me dio la impresión de que iba a hacer una especie de strip-tease.
Le dije que me volvía a casa, que ya era tarde. Eleanor se echó a reír con esa risa
sensual típica de ella y… y entonces se quitó la blusa. No llevaba sujetador, estaba
desnuda.
Greer lanzó una exclamación.
—Dios mío, Brad…
—Sé que no tengo disculpa y te aseguro que no me disculpé delante de Lisa.
Eleanor se me insinuó y yo acabé siguiéndole el juego. Pero en fin, no era de mi
relación con Lisa de lo que quería hablarte. Lo que quería era decirte que, desde
aquella noche, me he sentido muy culpable por haberte utilizado como chivo
expiatorio, y Colby sigue sin saber lo que pasó.
—Agua pasada no mueve molino, Brad.
—Cuando Eleanor salió corriendo después de decirme que hiciera como si
hubiera estado contigo, no debería haberle hecho caso y debería haberle dicho a
Colby lo que había pasado. Pero estaba confuso, vacilé, y entonces fue cuando Colby

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me dio un puñetazo y volví a mi casa totalmente mareado. Por la mañana, estaba


demasiado avergonzado de mí mismo y me marché de aquí.
—Sí, te vi marcharte, ¿no te acuerdas? —dijo Greer con emoción en la voz—.
Estaba afuera cuando te marchaste, tenías una pinta horrible.
—Sí, claro que me acuerdo, ¿cómo podría olvidarlo? Tenías la cara tan pálida y
una expresión tan angustiada…
—Lo pasé muy mal —Greer se dio media vuelta y se asomó a la ventana.
Oyó a Brad acercarse a ella por la espalda.
—Podrías haber dicho la verdad —murmuró Brad—, si no esa noche, al día
siguiente. Pero por la forma como Colby te trata, me imagino que has seguido
ocultando la verdad. ¿Por qué?
Greer suspiró.
—Para que él no sufra. Estaba tan enamorado de Eleanor que le habría
destrozado enterarse de que ella le había sido infiel. Creo que habría dicho cualquier
cosa, o hecho cualquier cosa, para evitar que él sufriera.
—Pero Eleanor está muerta, Greer, ya no es necesario que sigas ocultando la
verdad. Colby tiene que enterarse, y si no lo haces tú lo haré yo.
Greer se dio media vuelta, sus ojos mostraban horror.
—¡No! ¡No debes hacerlo!
—Pero…
—Eleanor está muerta, de acuerdo, pero lo único que a Colby le queda es su
recuerdo. ¡Nada debe manchar ese recuerdo! ¡Nada! ¿Lo entiendes?
Brad frunció el ceño y abrió la boca para protestar, pero la cerró de nuevo. Al
final, asintió lentamente a pesar suyo. Después, miró fijamente a los ojos de Greer
con una expresión mezcla de pesar y compasión.
—Colby siempre te ha tenido mucho cariño y tú estabas enamorada de él,
¿verdad?
—Los abogados siempre lográis enteraros de la verdad, ¿no es cierto? ¿Qué
puedo contestar a eso…? —la voz de Greer se ahogó en un sollozo.
—Oh, cariño…
Brad le dio un abrazo de consolación y, tras unos momentos en los que se
resistió, al final se dejó abrazar desesperada. Claro que estaba enamorada de Colby,
pero él sólo la veía como a una mujer que se había acostado con un hombre casado,
una mujer inmoral, una mujer en la que no se podía confiar.
—Oh, Brad, el amor es un infierno —susurró ella.
Un movimiento en la puerta de rejilla de la cocina le llamó la atención, y
contuvo las lágrimas al ver la alta figura que, desde fuera, los estaba observando. Su
rostro mostraba furia, sus hombros apenas contenían la cólera.

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Colby.
¿Qué estaba haciendo ahí?
Pero antes de que se le ocurriese la respuesta, él abrió la puerta y la cerró de un
golpe furioso.
Brad se dio media vuelta con un brazo aún por encima del hombro de Greer.
—Colby, ¿qué demonios…?
—Tu esposa me ha dicho que te viniera a buscar para llevarte a tu casa a
desayunar. ¿Te acuerdas de que tienes una esposa? —los ojos de Colby echaban
chispas—. ¿Qué demonios estás esperando? ¡Vamos, sal de aquí ahora mismo!
En el tenso silencio que siguió, Greer oyó la voz de Lisa gritar:
—Colby, tienes el desayuno en la mesa. ¿Has encontrado a Brad?
El rostro de Colby había enrojecido de ira.
—¡Sinvergüenza!
Colby le indicó la puerta a Brad con un movimiento de cabeza y éste, con el
rostro pálido, apretó el hombro de Greer antes de pasar por delante de Colby y salir
de allí.
—Ya voy, cielo —le oyó Greer decir a Colby desde el porche—. Ahora mismo
estoy ahí.
Ahora, Colby dirigió su ira a Greer, y ella dio un paso atrás.
—Es una pena que te hayan invitado a desayunar a ti también, te habría
ofrecido una taza de café —dijo ella en tono ligero.
Al momento, se dio media vuelta, salió al vestíbulo y se metió en su habitación;
después, cerró de un portazo. Sabía que Colby no la seguiría hasta allí por si Jem
estaba en la casa.

Después de lavar los platos y las tazas del desayuno, Greer se puso un bikini y
fue a la playa. Nadó durante un cuarto de hora y luego se fue a la plataforma de
madera que flotaba anclada a unos ochocientos metros de la orilla. Después de
subirse, se escurrió la cola de caballo y se tumbó boca abajo.
Entre el movimiento del agua y el calor, acabó quedándose dormida.
De repente, la plataforma se inclinó hacia un lado y Greer levantó la cabeza. Un
segundo más tarde, se dio cuenta de que el recién llegado era Colby.
Reprimió una exclamación de frustración y volvió a reposar la cabeza encima
de su brazo. ¡Maldición! ¿Por qué no podía dejarla tranquila? Le sintió mirándola
antes de que unas gotas de agua le cayeran encima de la piel, y le imaginó
sacudiéndose el agua del pelo… y después la plataforma volvió a moverse. ¿Qué

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estaba haciendo? ¿Estaría mirándola furioso porque ella parecía estar tranquila y
relajada?
En tensión, esperó a que la castigase por intentar seducir a Brad, porque así era
como él había interpretado la escena en la cocina.
Pero Colby no dijo nada.
Después de estar así tumbada varios minutos, casi sin respirar, Greer no pudo
aguantar por más tiempo el suspense. «Si vas a decir algo, dilo ya».
Pero él siguió sin decir nada. Por fin, con el corazón palpitándole con fuerza,
Greer alzó la cabeza ligeramente y la volvió.
Colby estaba allí, sí, pero ya no de pie, sino tumbado a no más de sesenta
centímetros de ella, boca arriba y con las manos detrás de la cabeza.
Y estaba dormido.
Dormido era aún más irresistible que despierto, pensó Greer con desesperación.
Oh, cómo deseaba tocarlo.
Si estiraba la mano, podría tocarle los marrones pezones, el vientre liso, el
oscuro vello que se ocultaba bajo el traje de baño… O, meter la mano por debajo de la
cinturilla del bañador y seguir hasta…
—A tu disposición.
Greer ahogó un gemido. Apartó los ojos del bañador de Colby y le miró al
rostro con expresión horrorizada. Colby la estaba mirando como si se hubiera dado
cuenta de lo que había estado pensando.
—No me importa —murmuró él con un brillo malicioso en los ojos—. En serio,
no me importa.
—¿Que no te importa qué? —preguntó Greer forzando la voz.
—Que no me importa que… me toques —Colby arqueó las cejas cínicamente—.
Eso es lo que quieres, ¿verdad?
—¿Por qué? ¿Por qué iba yo a querer tocarte?
La boca de Colby esbozó una sonrisa.
—Por la misma razón que algunos quieren subir al Everest, porque está ahí.
Colby continuó sonriendo y ella sintió que la sangre le hervía, la sonrisa de
Colby siempre le había resultado irresistible.
¿Pero por qué le estaba sonriendo? ¿Por qué no la estaba insultando después de
haberla encontrado en los brazos de Brad? ¿Qué se traía entre manos?
El pánico se apoderó de ella.
«Tengo que marcharme de aquí».
Pero en ese momento, Colby le agarró la mano que le quedaba más cerca y
entrelazó los dedos con los de ella firmemente.

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—Así, déjame que te guíe.


—¿Que me guíes? —repitió ella con voz débil.
Los ojos de él se tornaron opacos y, mientras Greer veía en ellos deseo, la
temperatura de su propio cuerpo aumentó varios grados.
Sintiéndose completamente indefensa, le permitió levantarle la mano y
apretarla contra su pecho. Sintió el vello oscuro en la palma de la mano y, con un
sobresalto, se dio cuenta de que la punta del dedo meñique estaba descansando
exactamente donde hacía unos momentos lo había imaginado.
Si antes había sentido calor, ahora estaba siendo consumida por un fuego
abrasador.
—¡Estás loco! —dijo ella volviéndose hasta quedar tumbada de costado—.
¡Pueden vernos desde la playa!
—¿Y? ¿Qué es lo que pueden ver? Sólo estamos aquí tumbados y tú tienes un
brazo encima de mi pecho, nada más.
—¿Te parece poco? Además, no tengo el brazo encima de tu pecho por
voluntad propia.
—¿En serio? Pero estabas siguiendo este camino —Colby la obligó a seguir
bajando la mano por las costillas, la cintura y el vientre hasta detenerse—, con los
ojos.
—El hecho de que te mirase no significa que quisiera acariciarte.
—Cierto —el tono de Colby era enloquecedoramente ligero—, pero tú querías
acariciarme, ¿eh? No, no lo niegues, no eres la primera mujer que me ha mirado así.
Y seamos francos, como tengo intención de acostarme contigo antes de que el verano
finalice, que me encuentres atractivo hará que el sexo me resulte mucho más
satisfactorio. No soy uno de esos hombres a los que les gusta forzar a una mujer. A
mí me gusta que la mujer que está conmigo sea cálida, apasionada y, cómo tú,
atrevida.
Greer jadeó cuando Colby le hizo bajar la mano por su vientre. Intentó soltarse,
pero lo único que consiguió fue hacerle reír. Y entonces, cuando la histeria, la furia y,
para qué negarlo, la excitación sexual se apoderaron de ella, Colby la soltó.
Al principio, Greer se quedó paralizada, la mano donde él la había soltado,
encima del bañador de Colby…
Pero volvió a la realidad bruscamente y, al momento, apartó la mano y se puso
en pie bajo la perezosa mirada de Colby.
—El pobre Brad ha debido quedarse perplejo —dijo Colby con satisfacción—.
¿No te has fijado que estaba al lado del cobertizo del barco? En fin, no tiene
importancia, ya se ha marchado. Pero estoy seguro de que ha recibido el mensaje y
que no volverá a tocarte si no quiere tener problemas.
Greer lo miró furiosa. Se había vuelto a reír de ella. Había jugado con ella y,
como tonta, ella había caído en la trampa.

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—No puedo creer que te tuviera cariño —le espetó Greer—. ¡Dios mío, qué
idiota era!
Colby se puso en pie y la miró ya sin humor.
—No es necesario que dos personas se gusten para pasarlo bien en la cama, y tú
y yo lo vamos a pasar muy bien en la cama. Atrévete a decirme que me equivoco.
Greer sintió como si el mundo se desvaneciera a su alrededor. Sabía que debía
decirle a Colby que se equivocaba, pero no le salían las palabras.
Irritada y sin saber qué hacer, saltó al lago y, mientras se acercaba nadando a la
playa, se dio cuenta de que tenía que alejarse de Colby. En vez de marcharse por la
tarde, saldría al mediodía porque la situación se había vuelto intolerable.
Tendría que volver el fin de semana siguiente para la fiesta de cumpleaños;
pero después, dejaría de ir al lago tanto como le fuera posible. Con un poco de suerte,
Colby decidiría volver a Australia antes de que acabara el verano.
Y si no lo hacía, a ella no le quedaría más remedio que decirle a Jem que
vendiera la casa.

—Brad me ha dicho que ha estado hablando contigo esta mañana.


Greer estaba en el porche de la casa de Pierson apoyada en la barandilla; al oír
las palabras de Lisa, se enderezó y se metió las manos en los bolsillos de los
pantalones de lino.
—Sí, así es… y me alegro de que se haya aclarado la situación.
—No, Greer, no se ha aclarado del todo. Cierto que Brad y yo hemos
solucionado lo nuestro, pero tú no. Cariño, sé perfectamente que cuando tenías
catorce años estabas enamorada de Colby y que fue un golpe tremendo para ti que se
enamorara de Eleanor. Por favor, no me malinterpretes, yo adoro a Colby, nos
hicimos amigos nada más conocernos, nos entendemos muy bien, pero… bueno, ya
sabes, los hombres son muy tontos a veces en lo que se refiere a las mujeres, ven lo
superficial, pero…
—Lisa, por favor, no quiero hablar de esto.
—Lo sé, pero… Greer, si Brad y yo podemos ayudarte en algo, en lo que sea,
por favor, no dudes en decírnoslo.
—Gracias, Lisa. Pero dada la situación, no podéis hacer nada. Cuando era una
adolescente, vuestra amistad me ayudó mucho, siempre estabais ahí cuando os
necesitaba, y es maravilloso que volvamos a ser amigos otra vez. Pero ahora soy una
mujer adulta y tengo que defenderme por mí misma —Greer se subió la manga de la
camisa de seda y se miró el reloj—. En fin, será mejor que me ponga en marcha, no
quiero que se me haga muy tarde.
—Que tengas un buen viaje, Greer. Les daré a Brad y a los niños un beso de
despedida de tu parte —Lisa se mordió los labios—. ¿Le has dicho a Colby que te

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vas? Está en la caseta del barco, lo he visto ir allí después de que Jamie se marchara
con mis hijos a pescar.
—Colby y yo no tenemos nada que decirnos.
—Cielo, sé que debes estarlo pasando muy mal por la forma como te trata
Colby, pero intenta comprender lo que él siente. Todos éramos buenos amigos y él
cree que tú has traicionado la confianza que deben tenerse los buenos amigos.
Además, a él le encantaban tu dulzura e inocencia, así que puedes imaginar la
desilusión que debió llevarse cuando pensó que habías tenido una aventura con mi
marido. Dale una oportunidad. Ve a la caseta del barco para despedirte de él. No
tienes nada que perder.
Nada que perder.
—No tiene sentido que vaya. Oh, Colby me pone tan furiosa… sigue creyendo
que hay algo entre Brad y yo.
—Dale tiempo, Greer. Dale tiempo para acostumbrarse a que estemos todos
juntos otra vez y para volvernos a acostumbrar los unos a los otros y, por supuesto,
tiempo para que vea las cosas como son realmente —Lisa la tomó del brazo y la
acompañó a los escalones del porche—. Creo que Colby se encuentra muy confuso en
estos momentos. De casualidad, esta mañana me he asomado a la ventana, cuando tú
estabas nadando, y lo he sorprendido mirándote; te aseguro que jamás había visto a
nadie tan triste.
Lisa se interrumpió y le dio a Greer un pequeño empujón antes de añadir:
—Vamos, ve a decirle adiós.
Greer bajó los escalones pesadamente. Al llegar abajo, respiró profundamente
antes de comenzar a andar hacia la caseta del barco.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué iba a despedirse de Colby? ¿Por lo que le había
dicho Lisa?
No. Lo hacía porque Colby le había robado el corazón y todavía no había
conseguido recuperarlo. El amor era una tortura, pensó Greer con amargura.
La caseta del barco estaba al final de la aislada bahía donde se asentaban las tres
casas. Fue construida en mil ochocientos con tablones de madera de cedro pintados
en blanco.
La puerta estaba abierta y entró. El barco de Colby, Summer Sprite, se mecía
suavemente en el agua… pero Colby no estaba a la vista.
Con alivio y desilusión simultáneamente, Greer se dio media vuelta para salir;
pero al hacerlo, oyó un ruido en la plataforma alzada y el corazón le dio un vuelto.
Colby estaba arriba, en la plataforma.
Se miró los pantalones color crema y la camisa azul clara y vaciló. La
plataforma estaría muy sucia, llena de polvo y de telarañas. Acababa de darse una
ducha y de ponerse ropa limpia. Por fin, se dirigió a la estrecha escalerilla que daba a
la plataforma y comenzó a subir los peldaños.

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La plataforma era cuadrada y tenía una enorme ventana que daba al lago. La
habitación estaba tan sucia como Greer había temido. Colby se encontraba junto a la
ventana, de pie, de espaldas a ella, con las manos metidas en los bolsillos de los
pantalones y parecía ensimismado en sus pensamientos.
Greer estaba a punto de avanzar hacia él para hacerle saber que estaba allí
cuando, entre la basura del suelo, vio una hoja de papel amarillo. El dibujo le resultó
familiar. Se agachó para recoger la hoja y fue entonces cuando vio que era un dibujo
suyo que había hecho cuando tenía doce o catorce años.
El padre de Colby le permitía por aquel entonces ir a la caseta del barco, y el
alzado era su lugar preferido. Por aquel entonces, a Greer le parecía el lugar ideal
para pasar una luna de miel, aunque no tenía ni idea de lo que era una luna de miel;
por eso, hizo el plano de la plataforma y dibujó una habitación con todo detalle,
incluido un baño en la habitación. Incluso pensó en los colores y las formas del
mobiliario.
Mientras estaba haciendo el dibujo, Colby se le acercó y le preguntó qué estaba
haciendo, y ella le contestó con voz ensoñadora:
—¿No te parece un lugar maravilloso para una luna de miel? Se puede poner la
cama de cara a la ventana y ver el lago, la luna y las estrellas acostado… ¡Y sentir que
estás sola en el mundo con tu amor!
Colby le sonrió.
—¿Crees que eso es lo que se hace en la noche de luna de miel, mirar por la
ventana a las estrellas?
Sí, eso era lo que Greer había creído a los trece años. ¡Qué inocente era entonces!
Greer sacudió la cabeza y dejó caer la hoja de papel al suelo. El ruido que hizo
al rozar el suelo fue leve, pero Colby debió oírlo.
Se volvió y se sacó las manos de los bolsillos. Al mirarla, sus ojos oscurecieron.
—Vaya, qué sorpresa.
—He venido a despedirme.
Colby paseó la mirada por los pantalones de diseño y la camisa de seda antes
de decir con voz fría:
—Bien, señorita de ciudad, te vas ya.
Greer no podía soportar la hostilidad que vio en sus ojos, pero se obligó a
sostenerle la mirada.
—¿Vas a arreglar la caseta del barco?
—Sí, abajo. ¿Te lo ha dicho Brad?
—Bueno…
—Ha tenido que ser Brad —dijo Colby con dureza—, no se lo he mencionado a
nadie más.
—Sí, me lo ha dicho Brad.

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—¿Para qué has venido?


—A Lisa le parecía que debía despedirme de ti.
—¿Por qué has venido? —insistió él con enfado—. No creo que te hayan puesto
una pistola en el pecho.
Greer sabía que podía darle a Colby un millón de oportunidades para que la
conociera de verdad y él no las aprovecharía, no le interesaba reiniciar su amistad.
—Es evidente que ha sido una equivocación —Greer se dio media vuelta para
marcharse.
Pero Colby la agarró y tiró de ella hacia sí. El rostro de Greer quedó a unos
centímetros del pecho de Colby. Él no llevaba camisa, y pudo verle gotas de sudor
bañándole la piel, pudo oler el aroma de su cuerpo… y dentro de ella se inició un
fuego.
«Oh, Dios mío, tengo que marcharme de aquí».
—Has cometido demasiados errores, pero uno muy grande ha sido venir a
hacerme esta pequeña visita. No has podido ser más inoportuna… en lo que a ti
concierne, claro está. Desde mi punto de vista, has elegido el momento perfecto.
Estaba pensando en ti, en hacerte el amor.
El corazón de Greer comenzó a latir con fuerza.
—Estaba pensando en… besarte —continuó Colby con voz ronca.
Casi mareada, Greer se pasó la lengua por los labios y los ojos de Colby
siguieron el movimiento, interpretándolo como una invitación.
Colby la besó sensual y seductoramente. Le acarició los labios con la lengua, y
la excitación de Greer fue algo que la sacudió de pies a cabeza.
—Qué dulce… qué dulce… —la voz de Colby estaba saturada de placer y los
dedos le temblaban mientras le acariciaba los cabellos—. Dios mío, hueles tan bien…
Le acarició la garganta con los labios.
—Sabes tan bien… tan bien…
—Colby —la voz de Greer era espesa e irreconocible.
Había perdido la razón en aquella oleada de pasión.
Pero cuando Colby le desabrochó la blusa, cuando sintió su aliento entre los
pechos, cuando sintió sus manos en la espalda con intención de desabrocharle el
sujetador, recuperó el sentido.
Después de emitir un gemido, se apartó de él.
Colby no intentó volver a estrecharla en sus brazos. Con la respiración
entrecortada, se apoyó en la pared y se pasó una mano por el pecho como si con ello
quisiera tranquilizar los latidos de su corazón que, como el de ella, galopaba.
Con dedos temblorosos, Greer se abrochó la blusa.
—Tenías razón, no debería haber venido.

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Sin mirarlo, Greer se dio media vuelta, se acercó a la escalerilla, la bajó y salió
de allí.
Colby la deseaba, quería acostarse con ella, pero no la amaba.

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Capítulo 6
El apartamento de Greer estaba en el piso veintiuno de un rascacielos en una
calle que daba a la calle Yonge, a un par de manzanas de St. Clair. Cuando llegó por
la tarde, después de un largo trayecto desde el lago, se sentía agotada y contenta de
volver a casa, a pesar de ser un apartamento modesto.
Tenía un cuarto de estar pequeño, aunque con una preciosa vista de la ciudad, y
en el dormitorio apenas le cabía la cama. Se adentró en el dormitorio, dejó el bolso
encima de la cama, la bolsa de viaje en el suelo, sobre la alfombra persa y, después de
bostezar, se dirigió al cuarto de baño.
Después de una ducha, se puso una bata corta y se dirigió a la cocina. Se sirvió
una generosa copa de vino blanco frío antes de irse al cuarto de estar. La estantería,
que cubría una pared entera desde el suelo hasta el techo, estaba llena de libros y de
revistas y, encima de unos libros de cocina, estaba el contestador automático. La luz
roja parpadeaba y Greer apretó una tecla y se sentó en su futón para oír los mensajes.
—Llámame cuando vuelvas —dijo la voz de su mejor amiga, Gillian, que
trabajaba para una empresa dedicada a las acciones de bolsa—. Rick va a volver con
su esposa, ¿puedes creerlo? Después de todo lo que ha tenido que aguantar…
Greer rió.
El segundo mensaje era de Tony, un viejo amigo del colegio que vivía en Parry
Sound:
—Voy a ir a Toronto la semana que viene, espero que podamos almorzar juntos
un día. Te volveré a llamar el martes…
Greer bebió un sorbo de vino mientras escuchaba el resto de los mensajes, seis
en total. Como de costumbre, no había en ellos nada que pudiera preocuparla. Su
vida personal era sencilla y amable, tenía mucho cuidado a la hora de elegir a sus
amistades; sobre todo, a los hombres. Y evitaba enamorarse. En general, estaba
convencida de que era una buena política…
Sin embargo, ahora que Colby había vuelto a su vida, en un fin de semana
había conseguido amenazar con destruir el equilibrio y la armonía que tanto le había
costado lograr, y le aterraba.
Vació la copa de vino, la dejó encima de una mesa y se puso en pie.
Iba a llamar a Gillian, su amiga tenía una habilidad especial para verlo todo con
sentido del humor.

Cuando Greer llegó al trabajo el lunes por la mañana, encontró a su socio y


director de marketing, Bill Pine, paseándose junto a la mesa de despacho de la
secretaria de Greer.

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—Tenemos que encontrar rápidamente otras cuatro costureras —anunció Bill al


momento de verla entrar—. Acabo de llegar de Munich y…
—¿Te ha ido bien el viaje entonces? —Greer arqueó las cejas con expresión
burlona mientras lo veía mirarla furioso.
Formaban el equipo perfecto. Habitualmente, Bill era quien se ponía histérico y
ella, por lo general, era quien lo calmaba y le hacía discutir las cosas racionalmente.
Juntos siempre conseguían solucionar todos los problemas. A los dos les encantaban
los retos, aunque Greer sabía que Bill siempre lo negaría.
—¿Les han gustado nuestros productos a los compradores? —preguntó Greer.
Su socio se pasó una mano por los castaños cabellos.
—¿De dónde vamos a sacar otras cuatro costureras buenas? —dijo Bill mirando
a Greer como si la estuviera acusando de algo, como si ella tuviera la culpa de que les
faltaran costureras—. ¿Crees que va a ser fácil?
—¿Quién te ha dicho que la vida iba a ser fácil? —sonriendo maliciosamente,
Greer pasó de largo por su lado, entró en su despacho y, volviendo la cabeza, se
dirigió a su secretaria—. Bill necesita su dosis de cafeína, Tina, ¿te importaría
prepararle una taza?
—Ahora mismo. ¿Quieres una tú también?
—¡Que Dios te bendiga, Tina! —Greer mantuvo la puerta abierta y le hizo un
gesto a su socio para que entrase—. Vamos, entra y hablaremos.

La semana continuó a un ritmo de trabajo vertiginoso, con un problema detrás


de otro; pero ella y Bill consiguieron solucionarlos todos. Normalmente, los viernes
por la tarde siempre estaba preparada para salir de la oficina y tomarse el fin de
semana de descanso; pero aquel viernes, se sintió poniéndose excusas a sí misma
para no marcharse.
A eso de las cinco y media, Tina asomó la cabeza por la puerta.
—Me voy ya.
Greer estaba vistiendo a un maniquí.
—Perdona, Tina, ¿qué has dicho?
Tina rió.
—Tú estás casada con tu trabajo, ¿verdad? Bueno, pues yo estoy casada con Bob
Winslow, y si no me marcho de aquí ya mismo, él se va a buscar a otra para que lo
acompañe al cine. ¿Y tú, qué planes tienes para este fin de semana?
Greer forzó una sonrisa.
—Me voy a la casa del lago.
Tina adoptó una expresión ensoñadora.

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—Una casa en un lago, qué suerte tienes. Agua, sol, barbacoas, libros y paseos
por el campo.
Después de que Tina se marchara, Greer se apartó del maniquí, se acercó a la
mesa de despacho para recoger su bolso y se marchó también.

Ya se estaba haciendo de noche cuando Greer llegó al lago. Justo cuando llevó
su Toyota al final del camino para aparcarlo, vio a Colby paseando por la playa.
El corazón le dio un vuelco y el pulso se le aceleró.
Con las manos aferradas al volante, Greer pisó el freno para doblar la curva al
final del sendero.
Pero cuando llegó a la curva, Colby apareció delante del vehículo y le hizo un
gesto con la mano para que frenase más.
Después de lanzar una maldición, Greer frenó de golpe y el coche se paró a un
metro de él. Inmediatamente, Colby se acercó y, después de apoyar un brazo en el
techo del coche, se inclinó para asomar la cabeza por la ventanilla.
Greer vio un oscuro brillo en sus ojos y se preguntó si estaría recordando la
pasión de su último encuentro.
Pero cuando Colby habló, lo hizo en un tono que no indicaba semejantes
pensamientos por su parte.
—Jem ya se ha acostado. Se ha pasado toda la mañana cocinando y ha decidido
meterse en la cama temprano. Yo te estaba esperando para advertirte que entraras
con cuidado para no despertarla.
—Pero se encuentra bien, ¿verdad? No está mala, ¿no?
—No, sólo cansada. Mañana estará perfectamente.
Greer levantó el pie del freno y dijo apresuradamente:
—Bueno, gracias por decírmelo. No haré ruido al entrar…
—Espera un momento —Colby puso la mano en la portezuela del coche y, de
nuevo, Greer frenó—. ¿Has cenado?
—Sí, he tomado algo por el camino. Y ahora, si no te importa… Estoy cansada,
he tenido una semana muy ajetreada y lo único que quiero es tumbarme y…
—Ven a mi casa a tomar un café o lo que quieras. Tengo que preguntarte una
cosa.
—Pues pregúntamela ahora.
—Oh, por el amor de Dios, ¿es que no puedes venir a tomar algo sin hacer un
mundo de ello?
—¿Qué te pasa, Colby, has perdido tus encantos? ¿Cómo es posible que estés
tan frustrado sexualmente que tengas que esperarme a mí? Lo siento, pero no me

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interesa… Bueno, espera, te diré lo que podemos hacer. Si quieres, yo me quedo


cuidando de Jamie y tú te vas al bar Green Lady, allí no creo que tengas problemas
en encontrar a una mujer que quiera…
—¿He mencionado yo el sexo? —dijo Colby con voz queda—. Según creo
recordar, lo único que he hecho es ofrecerte algo de beber. Quizá seas tú quien está
desesperada, Greer.
Greer cerró los ojos y se frotó la nuca antes de lanzar un prolongado suspiro.
—Lo siento, perdona, olvida lo que he dicho. Es verdad que estoy muy cansada,
pero iré un momento a tu casa si es que se trata de algo tan importante.
Greer fue a apagar el motor, pero antes de que le diera tiempo a hacerlo, Colby
añadió:
—No, no lo apagues. Yo también te pido disculpas. Ya sé que estás cansada y
debería haberlo tenido en cuenta, así que no voy a seguir entreteniéndote. Lo que
quería decirte es esto: me he puesto en contacto con una agencia de niñeras en
Toronto y voy a tener varias entrevistas a mitad de la semana que viene. Voy a ir allí
con Jamie y, cuando haya elegido las que mejor me parezcan, llevaré a Jamie para
que las vea. Lo que quería preguntarte es si podría dejar a Jamie contigo el miércoles
mientras yo voy a las entrevistas preliminares.
Greer se quedó atónita y se recostó en el respaldo del asiento al darse cuenta de
que Colby había decidido quedarse en Toronto a vivir; de lo contrario, no intentaría
contratar a una niñera. ¿Y qué iba a hacer ella con la casa del lago? No, la casa era la
menor de sus preocupaciones. La cuestión era… ¿qué iba a hacer ella con su vida?
¿Cómo iba a soportar que Colby viviera en Toronto, sabiendo que en cualquier
momento podría encontrárselo?
—Greer, ¿vas a hacerme ese favor?
Con un esfuerzo, Greer recobró la compostura.
—¿Significa eso que vas a volver a vivir aquí?
—Sí.
—¿Y vas a seguir con tu plan de que, una vez que tengas a una niñera, te vas a
buscar a una amante?
Colby se apartó del coche. La luna iluminó su semblante, en él se veía dolor y
frustración.
—¿Tienes una idea mejor? —en la voz, se le notaba inmensamente cansado.
—Creo que Jamie necesita una madre, una madre de verdad, y una familia. Eso
de que te busques una amante es una barbaridad, una crueldad. No es la mejor forma
de criar a un niño…
—Supongo que como te opones a que contrate a una niñera no querrás hacerte
cargo de Jamie el miércoles, ¿verdad?
—Sí, me encargaré de él. Será un placer pasar un día con Jamie. ¿Cuándo vais a
venir?

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—Iremos a Toronto el martes por la noche y nos hospedaremos en el Harbour


Castle. La primera entrevista es a las nueve de la mañana, en la oficina de la agencia,
en la calle Yonge.
—En ese caso, deja a Jamie en mi apartamento a eso de las ocho, ¿te parece? Te
daré mi dirección antes de marcharme de aquí el domingo.
—Gracias, te lo agradezco de veras —Colby dio un paso más hacia atrás—.
Bueno, buenas noches.
—Buenas noches.
Greer levantó el pie del freno, dio la vuelta a la curva con el coche y llegó hasta
la zona para aparcar. Después, se quedó allí sentada durante un tiempo antes de salir
con cuidado de no hacer ruido.
Acababa de cerrar cuando, de repente, oyó un fuerte llanto.
Se quedó helada. Los lloros procedían de la casa de Colby y… era el grito de un
niño.
Instintivamente, quiso correr hacia allí para reconfortar a la infeliz criatura.
Pero no era responsabilidad suya, sino de Colby.
Y debía dejar que él solucionase sus problemas domésticos.
Sin embargo, al día siguiente haría un esfuerzo por pasar un tiempo con Jamie.
Jamie necesitaba ternura y cariño de la gente que lo quería. Ella y su abuela
podrían ofrecerle eso.

—Jamie estaba llorando anoche, abuela.


—¿Sí? Oh, pobrecillo, cuánto lo siento —Jem estaba sentada en la cama con la
taza de té que Greer acababa de llevarle—. Me da mucha pena ese niño.
Greer se acercó a la ventana del dormitorio y miró afuera. Eran sólo las ocho,
pero el sol ya empezaba a calentar. Los niños de Pierson estaban ya en el lago y Brad
estaba en la plataforma flotante. Lisa debía estar preparando el desayuno.
¿Estaría Colby preparándole el desayuno a su hijo? ¿Cómo le habría
tranquilizado la noche anterior? ¿No debería haber seguido su instinto y haber ido
allí al oír al niño llorar? Lanzó un suspiro muy profundo.
—Esta mañana estás como si el peso del mundo entero estuviera sobre tus
hombros —dijo Jem—. Vaya un suspiro. ¿Has tenido mucho trabajo esta semana?
Greer se volvió.
—Ha sido un verdadero jaleo, abuela, pero no es por eso por lo que he
suspirado. Me estaba preguntando si no debería haber ido a casa de Colby a
ayudarlo con Jamie anoche, puede que a él le esté resultando difícil arreglárselas con

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su hijo; al fin y al cabo, sólo hace seis meses que murió Eleanor y él tampoco debe
encontrarse bien.
—No, pero es un adulto y tiene más recursos; sin embargo, el niño es otra cosa.
Es una pena, pero no lo he visto mucho esta semana, no me encontraba del todo bien.
A Colby y a los demás les he dicho que estaba cocinando bastante, pero lo que me ha
pasado es que he tenido una especie de gripe intestinal; en fin, ahora ya se me ha
pasado. Esta mañana me siento perfectamente, al cien por cien. Bueno, quizá al
noventa por ciento.
Jem sonrió antes de continuar.
—Las dos deberíamos hacer un esfuerzo por pasar más tiempo con el niño, creo
que eso lo ayudará. Colby no necesita enterarse, no me gustaría hacerle sentirse… un
mal padre.
Sin embargo, Greer pensó que su abuela no parecía encontrarse tan bien como
decía, por lo que suponía que era ella quien tendría que intentar ayudar a Jamie; al
menos, ese día. ¿Pero sin que Colby lo notara? Sería muy difícil.
No obstante, tendría que intentarlo.
—Greer, Colby me ha dicho que va a vender su negocio en Melbourne y va a
establecerse aquí, en Toronto. ¿No te parece maravilloso? Es una persona
encantadora. Me ha dicho que si tú no quieres esta casa, de todos modos yo debería
conservarla; al menos, durante unos años más. Incluso se ha ofrecido para traerme
aquí todas las veces que él venga con Jamie. Es como la respuesta a una plegaría.
—¡Estupendo, verdad, abuela! —Greer consiguió sonreír—. Y ahora, dime,
¿quieres que te prepare unas tostadas?
—No, querida, creo que voy a quedarme en la cama un rato más. Voy a echar
otro sueñecito para estar despejada para la fiesta de esta noche. No se te ha olvidado,
¿verdad?
—No, claro que no se me ha olvidado.
—Estupendo —Jem puso la taza encima de la mesilla de noche y volvió a
recostar la cabeza en la almohada—. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Voy a arreglar la cocina y luego voy a ir a darme un baño. Y después, creo
que iré a buscar a Jamie para pasar un rato con él.

Estaba saliendo de la casa con un bañador blanco y una toalla escarlata al


hombro cuando oyó un chistido quedo:
—Pssssss.
Se volvió con curiosidad y vio a Brad a un lado del camino, escondido detrás de
un árbol. Brad le hizo un gesto para que se le acercara.

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—Greer —susurró él—, no vi a tu abuela anoche, así que no he podido meter la


comida en su frigorífico. Estuve esperando a que vinieras, pero no te oí llegar.
¿Llegaste muy tarde?
—No demasiado tarde, pero Colby me avisó que la abuela no se encontraba
muy bien y que estaba en la cama, por eso no hice ningún ruido ni encendí las luces.
—¿Está Jem bien ya?
—Sí, está bien. Y encantada con lo de la fiesta.
—Estupendo. Oye, mira, tengo aquí la nevera portátil —Greer vio una nevera
de color rojo bastante grande al pie del árbol—. ¿Te importa que lo lleve ahora a tu
frigorífico? Quiero aprovechar este momento ahora que Lisa está ocupada
preparando el desayuno.
—Sí, ven.
Greer lo condujo hasta dentro. Les llevó unos minutos sacar la comida de la
nevera portátil y meterla en el frigorífico. Cuando terminaron, Greer dijo a Brad que
metiera la nevera en el armario empotrado del vestíbulo para no correr el riesgo de
que Lisa lo sorprendiera llevándola de vuelta a casa.
—Buena idea —Brad dejó la nevera donde ella le sugirió, detrás de una caja
llena de cartones de zumo de piña—. ¡Serías una delincuente perfecta, Greer, no se te
escapa ningún detalle!
Los dos se echaron a reír, y seguían riendo cuando bajaron los escalones del
porche. Al llegar al árbol donde se habían encontrado, Brad giró hacia un lado para ir
a su casa, pero Greer le detuvo.
—Brad —susurró ella, y Brad se volvió—. La abuela ha dicho que se encuentra
bien, pero… ¿si no está lo suficientemente bien para llevarse a Lisa por ahí con el fin
de que nosotros podamos preparar la cena como teníamos planeado? ¿Cómo nos las
vamos a arreglar tú y yo?
Brad apoyó una mano en el tronco del árbol y se la quedó mirando.
—No te preocupes, ya encontraremos la forma de deshacernos de todo el
mundo, aunque tengamos que echar mano de alguna mentira que otra.
—Lisa se quedaría de piedra si se enterase de todo lo que estamos haciendo.
—¡Y todo por el amor! —exclamó Brad mientras ella le tocaba el brazo con gesto
afectivo.
Unas pisadas en el sendero les indicaron que no estaban solos. Al volverse, a
Greer se le encogió el corazón, el intruso era Colby.
—Vaya, vaya, vaya —dijo él con voz engañosamente tranquila—. ¿Qué tenemos
aquí?
¡Qué oportuno!
Pero antes de que Brad o ella pudieran contestar, se oyó la voz de Lisa desde la
casa de Pierson.

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—Brad, ¿dónde estás? Haz el favor de venir aquí inmediatamente, antes de que
los huevos y el bacon se te congelen.
Al momento, se oyeron las risas de los niños.
—Buenos días, Colby —Brad lanzó a Greer una mirada interrogante, pero ésta
negó con la cabeza con un gesto casi imperceptible, y la expresión de Brad se relajó—
. Me encantaría quedarme para despejar la atmósfera, pero…
Brad se marchó, dejando a Greer sola con Colby. Y a juzgar por la mirada de él,
en esos momentos debía estar considerándola inferior a un gusano.
—¡Buenos días, Colby! —dijo ella en tono ligero—. Bueno, perdona, pero voy a
ir a darme un baño.
Echó a andar con paso ligero, pero pronto se dio cuenta de que no le iba a
resultar tan fácil deshacerse de él. Después de unos largos pasos, Colby le dio
alcance.
—¿Cómo está Jem? —preguntó él de repente.
—Mucho mejor. Está descansando para lo de esta noche… Vamos a salir a cenar
—Greer señaló en dirección a la posada Trillium, esperando que Colby supusiera que
allí era donde iban a ir a cenar.
Continuaron caminando en silencio, pero la tensión entre los dos aumentó a
cada paso, y Greer se preparó para lo que sabía que le esperaba. Por fin, al llegar a la
orilla del lago, Greer extendió la toalla en el suelo y luego se dio media vuelta y se
enfrentó a él.
—Es evidente que me estás siguiendo por algo, ¿te importaría decirme qué es
ese algo?
—Sabes perfectamente lo que es. ¡Cuántas veces tengo que decirte que dejes en
paz a Brad Pierson! ¿No te parece que ya has hecho bastante daño? ¿Es que no has
aprendido la lección de hace ocho años, cuando te portaste como una… cualquiera?
Greer casi se dobló, aquel ataque la afectó físicamente, igual que si le hubieran
dado un puñetazo en el estómago. Conteniendo una repentina náusea, se lo quedó
mirando con expresión desafiante.
—¿Quién te ha nombrado mi guardián? Lo que yo haga no es asunto tuyo.
—¡Pues he decidido que sí es asunto mío! Lisa es una buena amiga y no voy a
dejarte…
—¡No puedes controlarme, Colby Daken! Y sería mejor que pasaras más tiempo
con tu hijo y menos espiándome a mí como un vulgar pervertido. Jamie te necesita…
¡Pero yo no!
Por la repentina palidez de su rostro, Greer se dio cuenta de que había tocado
un punto vulnerable al hacer el comentario sobre Jamie.
A pesar de sentir remordimiento, se dio media vuelta y se metió corriendo en el
agua.

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Colby Daken estaba ciego, reflexionó mientras nadaba, y era idiota, y no sabía
el daño que le había hecho a ella.
Teniendo todo eso en cuenta, ¿por qué seguía enamorada de él
irremediablemente?

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Capítulo 7
Brad se llevó a los niños a pescar esa mañana y, al volver, Colby se marchó con
su hijo en el Jeep. Estuvieron varias horas fuera, así que Greer no pudo pasar un rato
con Jamie como había planeado, pero decidió hacerlo por la tarde.
Brad tenía pensado que la fiesta empezara a las seis, y a las cinco, Greer estaba
en la cocina de su casa inflando globos. Estaba a punto de empezar con uno azul
enorme cuando Jem abrió la puerta de rejilla que daba al porche. Sin entrar, le
preguntó:
—¿Le has dicho a Colby que tú y yo íbamos a ir a cenar a la posada?
—No se lo he dicho claramente, pero lo he insinuado.
—¡Pues está convencido de que eso es lo que vamos a hacer! Y Brad le ha dicho
a Lisa que va a llevarlos a ella y a los niños a cenar a Parry Sound, y ha invitado a
Colby y a Jamie a que los acompañen; pero les ha dicho que iba a echarse un rato la
siesta y ha sugerido que los demás fuéramos a dar un paseo para que él pudiera
dormir tranquilo.
Jem guiñó un ojo a su nieta antes de continuar.
—Greer, cariño, me voy a dar un paseo con Lisa y Colby, así que volveremos
dentro de una hora aproximadamente.
—Muy bien, pero marchaos ya, Brad y yo todavía tenemos un montón de cosas
que hacer. ¿Estás segura de que podrás entretenerlos durante una hora?
Jem hizo un gesto con su bastón.
—¡Tranquila, tú déjame a mí!

Greer colocó encima de la barbacoa los shish kebabs que Brad había preparado
artísticamente, y cuando los pedazos de verdura y cordero comenzaron a cocinarse,
se apartó de la barbacoa para quedarse mirándolos con admiración.
—¡Brad, están preciosos, y has coordinado los colores maravillosamente bien!
¡Eres todo un artista!
Él sonrió.
—Es la comida preferida de Lisa, así que he tenido mucha práctica —Brad
arqueó una ceja—. Me ha entrado sed, ¿y a ti? ¿Te apetece beber algo?
—Mmmmmm. Sí, claro que sí.
—¿Vino o cerveza?
—Cerveza. Tengo calor.
—Muy bien, una cerveza. Ahora mismo vuelvo.

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Brad entró en la casa y Greer aprovechó la ocasión para bajar los escalones del
porche y acercarse a la playa con el fin de ver dónde estaban los demás. Los vio en la
distancia. Colby y Jamie caminaban juntos, aunque separados; los niños de Pierson
salpicaban agua a la orilla del lago; y Jem caminaba junto a Lisa a la zaga. Estupendo,
las dos llegarían después que los otros, así Brad tendría tiempo de advertir a sus hijos
y a Colby antes de que la chica del cumpleaños llegara al porche.
—Todavía van a tardar unos minutos —le dijo a Brad cuando volvió al
porche—, acabo de verlos.
—Muy bien. Aquí tienes tu cerveza. Debo decir que te la has ganado.
—¡Desde luego! —Greer sonrió—. Un globo más y se me habrían roto los
mofletes.
Brad alzó su cerveza.
—Salud.
—Salud —Greer bebió un largo sorbo y saboreó el fresco líquido—. Bueno, ¿qué
vais a regalarle a Lisa por su cumpleaños?
—Los niños le han hecho un regalo conjunto, un Walkman.
—¿Y tú?
—Yo le he comprado un frasco de su perfume preferido.
—A Lisa le gusta la lencería, por eso Jem y yo le vamos a regalar una de mis
últimas creaciones —dijo Greer sonriendo traviesamente—. Creo que a ti te va a
gustar tanto como a Lisa.
—¿En serio? —Brad sonrió maliciosamente—. ¿Qué es? ¿Algo negro y rojo que
me va a volver loco?
Greer lo amonestó señalándole con un dedo.
—Paciencia, paciencia. Lo más divertido es la espera.
—Me parece que no estoy de acuerdo con esa máxima —contestó Brad
alegremente—. La llegada puede ser muy excitante también.
—Bradley Pierson, se te está olvidando que estás hablando con una dama
soltera, así que cuidado con lo que dices.
Brad se echó a reír y ella también. Sin embargo, las carcajadas de Greer
murieron al oír un ruido a su espalda. Cuando Colby apareció en el porche, a Greer
le dio un vuelco el corazón.
Colby tenía gotas de sudor en la frente y el rostro congestionado, parecía haber
estado corriendo. ¿Se habría adelantado a los demás echando a correr? Eso debía ser;
de lo contrario, no podía haber llegado. ¿La habría visto saliendo hacía un momento
cuando salió a la playa para ver dónde estaban?
—¡Colby! ¿Cómo es que ya has vuelto?
Brad seguía riendo, era evidente que no había notado la expresión turbulenta
de Colby, porque dijo:

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—Eh, toma una cerveza…


Colby ignoró a Brad y se acercó a Greer con gesto amenazante. Ella dio un paso
atrás.
—Colby, Brad y yo estábamos…
Pero Colby la agarró por los hombros y tiró de ella hacia los escalones del
porche.
—¡Vete de aquí ahora mismo! —le ordenó él con dureza—. Antes de que Lisa
vuelva. ¡Dios mío, qué valor tienes! En el momento en que Jem y Lisa se dan la
vuelta, ya estás aquí. Y tú, Pierson…
Pero Brad ya se había dado cuenta de lo que estaba pasando.
—¡Te has vuelto loco, Colby! Dios mío, ¿es que no te das cuenta de que es el
cumpleaños de Lisa? Greer y yo hemos organizado una fiesta sorpresa. ¡Así que haz
el favor de controlarte!
Colby soltó a Greer en ese momento y ella lo miró furiosa.
—¡Colby, eres un imbécil! ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué siempre tienes que
pensar lo peor de todo el mundo? ¡Mira a tu alrededor y verás lo que Brad y yo
estábamos haciendo!
Colby miró a su alrededor y por fin vio los globos azules y verdes, los adornos
de cumpleaños, los kebabs que se estaban tostando en la barbacoa, los paquetes de
regalo y la mesa con servilletas multicolores y copas.
Y Greer se dio cuenta de que Colby estaba avergonzado por el error que había
cometido. Casi le dio pena. Casi.
Colby se aclaró la garganta y se volvió a Brad.
—Lo siento, Pierson —dijo Colby con voz tensa—. Me parece que esta vez… he
metido la pata.
—Que no te parezca, la has metido —dijo Brad con enfado—. Pero no pierdas el
tiempo pidiéndome disculpas a mí, yo puedo con la basura que quieras echarme
encima. Con quien debes disculparte es con Greer.
—Déjalo, Brad, no importa —dijo ella con voz débil, y fue entonces cuando oyó
las voces de los demás aproximándose—. ¿Puedo ir un momento al baño a lavarme
la cara? Estoy muerta de calor.
—Claro que puedes, cariño.
En el cuarto de baño, Greer se miró en el espejo antes de echarse agua fría en la
cara.
Cuando volvió al cuarto de estar un par de minutos más tarde, vio a través de
las puertas de cristales que todos, excepto Jem y Lisa, estaban ya allí. Brad debía
haberles hecho a los niños partícipes del secreto, porque todos estaban
entusiasmados; incluso Jamie sonreía tímidamente.

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Colby estaba de pie junto a la puerta del patio, y Greer se quedó contemplando
su perfil. Tenía un perfil magnífico, sólo mirarlo la derretía.
Greer puso la mano en el pomo de la puerta de cristal para abrirla, pero él debía
haberla estado esperando y sintió el movimiento. Al momento, reaccionó. Abrió la
puerta y le dijo en voz baja:
—Greer, yo…
Ella levantó la cabeza y pasó por delante de él para salir al porche. Si quería
disculparse, había esperado demasiado. Ese hombre estaba obsesionado con la
supuesta relación entre ella y Brad. Aún en el caso de que hubiera sido verdad, no
era asunto suyo.
De repente, Jem apareció en el último escalón del porche, delante de Lisa.
—Me ha gustado mucho el paseo, Lisa. Y sí, me encantaría tomarme una copa
de jerez contigo antes de la cena.
Al llegar al porche, Jem lanzó a Brad una significativa mirada antes de acercarse
a Greer.
Un segundo después, Lisa hizo su aparición. Se estaba pasando una mano por
el cabello, pero cuando vio a todos delante de ella sonriendo, se quedó inmóvil.
—¿Qué es lo que…?
No continuó. Ocho voces gritaron:
—¡Sorpresa!
Y Lisa gritó de alegría puesto que la fiesta era, realmente, una verdadera
sorpresa para ella.

Durante la fiesta, Colby la estuvo evitando y, después de un rato, Greer


comenzó a relajarse y a disfrutar.
La fiesta estaba siendo todo un éxito, y Lisa recibió regalos de todos con gran
contento.
A eso de las ocho, después de fregar los platos y cuando todos los adultos
estaban tomando café, Greer notó que los niños de Pierson estaban jugando en el
jardín, pero Jamie no se encontraba con ellos.
Después de disculparse, fue a buscarlo y lo encontró sentado solo en la playa, a
la altura de su casa.
—¿Te apetece dar un paseo? —le preguntó Greer metiéndose las manos en los
bolsillos del pantalón.
Jamie no levantó la cabeza para mirarla.
—No, gracias.

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—Es una pena, porque me apetecía un poco de compañía. Como antes no he


podido ir a dar un paseo con vosotros porque estaba ayudando a Brad a preparar la
fiesta, no he hecho nada de ejercicio. ¿De verdad no te apetece?
Jamie sacudió la cabeza. Greer vaciló antes de sentarse en la arena al lado del
niño. Entonces, Jamie levantó la cabeza, pero no para mirarla, sino para clavar los
ojos en una motora que cruzaba el lago.
—Esas motoras hacen mucho ruido —murmuró Greer—. A mí me gustan más
las barcas a remos, como el Summer Sprite. Verás, cuando yo vine aquí al lago por
primera vez, tenía los mismos años que tú, siete. E igual que tú, acababa de perder a
mi madre. Bueno, y también a mi padre.
Jamie no hizo ningún comentario, se limitó a seguir mirando al lago. Estaba de
perfil a Greer, por lo que ésta no pudo ver la expresión de sus ojos. Respiró
profundamente y se miró las sandalias, no tenía experiencia con los niños.
—Mi padre y mi madre tenían una tienda de herramientas en Calgary.
Llevaban el negocio juntos y casi nunca podían ir por ahí de vacaciones; pero cuando
ganaron en un concurso un viaje para ir a esquiar a la Columbia Británica, arreglaron
todo para que yo me quedara a pasar esos días en casa de unos amigos suyos y
contrataron a una persona para que se encargara de la tienda. El último día de sus
vacaciones, les pilló una avalancha y murieron. Tu bisabuela se hizo cargo de mí
desde entonces.
Greer suspiró antes de añadir:
—Cuando me trajo aquí ese primer verano, yo estaba muy triste.
Conteniendo las lágrimas, Greer miró a Jamie.
El niño seguía con los ojos fijos en el lago, sin inmutarse. ¿Qué había esperado
Greer, que el niño se confiase a ella? Si su propio padre no podía entablar un lazo
emocional con él, ¿qué le había hecho creer que ella sí podría? Lo único que había
conseguido era molestarlo.
Lanzó un suspiro pensando que debía disculparse. Pero justo en el momento en
que iba a hacerlo, Jamie se puso en pie y se dispuso a marcharse.
Greer le agarró la mano.
—Jamie, perdona si te he…
Detrás de las gafas, los ojos de Jamie estaban llenos de lágrimas, a pesar del
esfuerzo que estaba haciendo por no echarse a llorar abiertamente.
—Ven aquí —Greer tiró de él suavemente y Jamie se dejó caer a su lado. Ella
tomó su pequeña mano entre las suyas y se la apretó—. Ya verás como al cabo de un
tiempo te encontrarás mejor, Jamie. Te lo prometo. Después de un tiempo, te sentirás
mucho mejor.
Jamie empezó a sollozar. Greer le rodeó con un brazo y le atrajo hacia sí.
Después de un rato, Jamie dejó de llorar, se quitó las gafas y se secó los ojos.
—¿Y tu padre también murió? —preguntó el niño con voz quebrada.

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Ella asintió.
—Sí, también.
Jamie volvió a ponerse las gafas y miró a Greer directamente a la cara. Durante
un rato, se la quedó contemplando antes de decir en un susurro:
—Eres guapa. Tienes los ojos más bonitos que he visto.
A Greer se le encogió el corazón.
—Tú tampoco estás nada mal —dijo ella bromeando, con la esperanza de relajar
al pequeño—. La verdad es que si tuvieras veinticinco años más, me enamoraría de
ti.
Lo que era cierto, por supuesto. Con veinticinco años más, Jamie sería la viva
imagen de su padre, y Colby era el amor de su vida.
Greer se puso en pie y tiró de Jamie hacia sí.
—Vamos a darnos un paseo, ¿vale?
Jamie se subió las gafas, sonrió débilmente y se sacudió la arena de los
pantalones cortos.
—Vale.
—Pero será mejor decirle a tu padre que vas a dar una vuelta conmigo, no vaya
a ser que venga a buscarte y, al no verte, se asuste.
Greer se lo quedó mirando mientras Jamie corría hacia el porche de la casa de
Pierson. Había conseguido hablar con el niño y estaba encantada.
Jamie volvió solo, que era exactamente lo que Greer había esperado, pero no
pudo evitar una ligera desilusión.
Jamie levantó la cabeza y la miró.
—Papá ha dicho que va a empezar a refrescar pronto y que vaya a por una
camisa.
—Buena idea. Y será mejor que te pongas también algo de calzado.
Jamie salió corriendo hacia su casa y volvió al cabo de un par de minutos con
unas playeras puestas y metiéndose las mangas de una camiseta blanca de manga
larga.
—Ven, déjame que te ayude a ponértela, tienes las mangas del revés.
—¿Podemos ir por el camino? —preguntó Jamie—. Sarah dice que hay muchas
ardillas jugando en los árboles.
—Sí, claro.
Caminaron por la playa hacia el sendero en agradable silencio. Jamie se había
recuperado del llanto y estaba más animado de lo que Greer lo había visto nunca.
Cuando llegaron al principio del camino, pasaron por delante del Jeep de
Colby, que estaba en la zona para aparcar. A un lado había una pila de maderos.

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—Tu padre va a hacer unos arreglos en la caseta del barco, ¿verdad? —


preguntó Greer.
—Sí. Hay sitios con carcoma por las paredes. Va a cortar los trozos con carcoma
y a ponerlos nuevos. Y me ha dicho que yo puedo ayudarlo. Y también me ha dicho
que me va a llevar a pescar. Y me ha dicho que el miércoles vamos a ir a Toronto y
que tú me vas a cuidar por la mañana. ¿Qué vamos a hacer?
—¿Qué te gustaría hacer? Podríamos ir al zoológico.
—A mamá no le… gustaban los zoos. Decía que olían mal y que estaban
sucios… ¡Eh, mira! ¡Allí! ¡Una ardilla!—gritó Jamie.
La ardilla, asustada por el ruido, se escabulló entre los árboles y Jamie salió
corriendo tras ella.
—¡Jamie, cuidado con esas raíces!
Pero la advertencia de Greer llegó demasiado tarde y Jamie, después de
tropezarse, acabó cayéndose de tripa encima de un montón de musgo mojado.
—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —Greer lo ayudó a levantarse y le recogió
las gafas, que se le habían caído.
El niño volvió a ponérselas.
—Gracias. Sí, estoy bien —contestó Jamie—. Pero la ardilla se ha ido.
Después, Jamie se miró y Greer le oyó tomar aire y contener la respiración.
—Me he manchado la camisa. Mira, está verde —los labios de Jamie
comenzaron a temblar—. Mamá dice que…
—Jamie —Greer se agachó y le rodeó el cuerpo con los brazos—, no debes
preocuparte porque se te manche la ropa, y tampoco porque se te manchen las
rodillas o las manos o lo que sea. ¡Para qué crees que sirve el jabón!
Greer le sacudió juguetonamente antes de añadir:
—¡Además, cómo crees que vamos a sentirnos los demás cuando,
divirtiéndonos y jugando, nos ensuciemos y te veamos a ti todo limpio y perfecto!
Greer respiró profundamente.
—Jamie, mira.
Greer puso la mano en el musgo y después la pasó por encima del barro que
había al lado. Después, levantó la mano para enseñarle al niño lo sucia que estaba.
—Y ahora mira esto.
Se pasó la mano por el hombro de la blusa y el niño jadeó.
—Vamos, ahora te toca a ti.
Esperó un poco y, por fin, con gesto vacilante y asomando la lengua por la boca,
Jamie puso la mano en el musgo y, después de un poco más, encima del barro.

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Jamie se la quedó mirando y ella notó en esos ojos un brillo de entusiasmo.


Jamie levantó la mano y fue entonces cuando Greer se dio cuenta de que el niño la
había malinterpretado, que creía que ella lo había invitado a mancharle su blusa.
Greer sacudió la cabeza.
—No, Jamie, tienes que mancharte tú.
Jamie agrandó los ojos, pero al momento Greer lo vio sonreír. Después de
enderezar los hombros, Jamie se pasó la mano por la pechera de la camiseta.
—Ya está —anunció Jamie con cierto orgullo en la voz.
—No ha sido tan difícil, ¿verdad? —dijo Greer—. Aunque no es que te esté
recomendando que te ensucies a propósito constantemente. Lo único que quería
hacer es demostrarte que no pasa nada porque uno se ensucie, ¿de acuerdo?
—¿Y no me van a regañar? ¿En serio?
—No, no te van a regañar, te lo prometo.
—Entonces… ¿podemos tener una pelea de musgo?
—¿Una… pelea de musgo?
—Sí. Tú me tiras musgo a mí y yo te lo tiro a ti. Sarah me ha dicho que ellos lo
hacen.
Greer agarró un puñado de musgo y se lo tiró.
El niño lanzó un grito pero, al momento, con una alegre carcajada, agarró un
puñado de musgo y se lo tiró a ella, pero Greer se había agachado y no la dio. Jamie
volvió a agarrar musgo y Greer, lanzando un grito de fingida alarma, se dio media
vuelta para echar a correr… pero se topó con un objeto sólido.
El pecho de un hombre.
Jadeó, se sujetó a la camisa azul y miró hacia arriba…
Para encontrarse con los ojos fijos en los de Colby.
Él la había agarrado por la cintura. Estaban muy cerca. Greer comenzó a perder
el sentido de la realidad.
—Colby —dijo ella con voz débil—, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué quieres?
—¿Qué crees tú que quiero? —preguntó él con voz ronca, mirándola a la boca.
—No lo sé.
—Quiero pedirte perdón.
Greer le miró a los ojos y se sintió como si estuviera hundiéndose en ellos.
—Está bien, acepto la disculpa.
—¡Tía Greer!
La exclamación de Jamie la devolvió a la realidad. Después de suspirar, se
separó de Colby y se volvió para mirar a Jamie.

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El niño parecía algo asustado.


—¿Le vas a contar a papá eso de que no pasa nada por ensuciarse?
Greer notó que la respiración de Colby era tan forzada como la suya. Después,
lo vio mirar a su hijo y arquear las cejas antes de señalar la camisa de Jamie.
—¿Qué es eso?
—Barro y musgo —respondió Greer—. Me ha parecido el momento apropiado
para enseñarle a Jamie que el mundo no se le va a echar encima si se ensucia.
—¡Estábamos en una pelea de musgo, papá! —Jamie rió espontáneamente—. Y
yo estaba ganando.
—¡Una pelea de musgo! ¿Y por qué no me lo habéis dicho? En fin, como lo
habéis mantenido en secreto, creo que no me va a quedar más remedio que tiraros a
los dos al lago… ¡Con ropa y todo!
—¡Primero tendrás que pillarme! —gritó Jamie.
El niño salió corriendo camino abajo, volviendo la cabeza cada varios segundos
y sonriendo con expresión retadora.
—Es la primera vez que lo veo reír después de la muerte de Eleanor —dijo
Colby sin ocultar su perplejidad—. ¿Cómo lo has hecho, Greer?
—Hemos estado hablando. Le he dicho que cuando yo tenía su edad y vine
aquí por primera vez mis padres acababan de morir. Supongo que he tocado un
punto débil suyo y…
—¡Eh, papá, venga, vamos!
A Greer le dieron ganas de llorar.
—Venga, ve —dijo ella con voz ronca—. Jamie te necesita.
Colby vaciló durante una fracción de segundo antes de agarrar a Greer de la
mano.
—Si lo tiro al lago —comenzó a decir Colby tirando de ella—, voy a tener que
tirarte a ti también, porque es evidente que has sido tú quien ha hostigado la cosa.
—¡No, Colby, no!
Greer trató de no echarse a reír, pero sin conseguirlo. No iba a ser la primera
vez que Colby la tiraba al lago… pero entonces era una adolescente. Ahora era una
mujer, no sería… propio de una dama.
Cuando llegaron a la playa, Jamie corría por la orilla gritando y esperando a
que su padre cumpliera su amenaza. En nada de tiempo, Colby le dio alcance y los
gritos del niño pudieron oírse a muchos kilómetros de distancia cuando su padre lo
tiró al agua. Pero no fueron nada comparados a los chillidos que dio cuando, después
de un minuto o dos, Colby consiguió tirar a Greer también.
Cuando Greer salió a la superficie empapada, el padre y el hijo reían mirándose
el uno al otro.

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Y cuando ella les salpicó agua fingiendo una absoluta indignación, lo que en
realidad sentía era felicidad. Aunque no consiguiera otra cosa aquel verano, era un
inmenso alivio saber que Colby y Jamie por fin habían empezado a comunicarse, y
ella había formado parte de ese pequeño milagro.

Después de una ducha rápida, Greer se puso unos pantalones vaqueros y una
camisa rosa, y volvió a la fiesta. Jamie y Colby todavía no habían vuelto, y ella se
encontró esperándolos… esperando a Colby.
Greer estaba de espaldas a la barandilla, apoyada en ella, hablando con Brad y
Lisa cuando lo oyó acercarse, y tuvo que reprimir el impulso de darse la vuelta para
mirarlo.
—¿Dónde está Jamie? —preguntó Sarah.
Brad y Lisa miraron a Colby y, despacio, Greer se volvió. Colby sonreía, era esa
sonrisa irresistible que destruía toda esperanza de resistirse a él; pero la sonrisa iba
dirigida a Sarah.
—Al parecer, la fiesta lo ha dejado agotado —dijo Colby—. Ha ido al baño a
secarse y a cambiarse de ropa, y como tardaba bastante, he ido a su habitación a
buscarlo y lo he encontrado tirado encima de la cama y completamente dormido.
Jem cubrió un bostezo con la mano.
—Y me parece que yo voy a hacer lo mismo —Jem se levantó—. No os importa,
¿verdad? Y Lisa, muchas gracias por la fiesta, lo he pasado muy bien.
—No me lo agradezcas a mí —contestó Lisa—, las gracias se las tienes que dar a
Brad y a Greer, que son los que han hecho todo el trabajo.
—¡Exactamente! —Brad le puso un brazo en el hombro a Greer y le sonrió—.
Formamos un buen equipo, ¿verdad?
En ese momento, Greer miró accidentalmente a Colby y vio que éste tenía los
ojos clavados en el brazo de Brad, su expresión sombría.
Cierto que Colby les había pedido disculpas a ella y a Brad, pero era evidente
que seguía creyendo que aún había algo entre los dos.
Greer se entristeció al instante.
—Espera, abuela, voy contigo. Lisa, me alegro mucho de que te haya gustado la
fiesta sorpresa. Yo también lo he pasado muy bien.
—¿Tú también te vas? —preguntó Lisa con sorpresa.
—Sí. Te veré mañana.
Jem y Greer tenían que pasar por delante de Colby para bajar los escalones del
porche, y Greer bajó la mirada intencionadamente, centrando la atención en su
abuela.
—Te cuidado con los escalones, abuela. Hay algo de arena y te puedes escurrir.

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—Buenas noches, Greer.


Por el sonido de su voz, Greer se dio cuenta de que Colby estaba a pocos
centímetros de ella.
—Buenas noches —respondió Greer fríamente.
—Buenas noches, Colby —dijo Jem en tono cariñoso—. Es estupendo tenerte
otra vez aquí, ¿verdad, Greer?
—Sí, claro —dijo Greer.
Greer le puso la mano en el codo a su abuela para bajar los escalones.
—Colby está muy triste —declaró Jem con voz queda cuando llegaron al
sendero que conducía a su casa—. Sí, muy triste.
—Creo que esta tarde ha conseguido comunicarse con el niño, abuela —
comentó Greer—. Los dos han estado jugando en el lago. Colby ha dicho que no veía
tan contento a Jamie desde la muerte de Eleanor.
—Sí, os he visto a los tres —Jem se detuvo al llegar a la puerta lateral de la
casa—. Es curioso, parecíais una familia. Tal y como debería ser.
Greer sintió un nudo en la garganta.
—Abuela, ni siquiera le gusto a Colby como persona, lo sabes perfectamente.
Jem miró a su nieta con mirada súbitamente aguda.
—Sí, claro que le gustas, siempre le has gustado. De hecho, hubo un tiempo en
el que pensé que…
Pero Jem se interrumpió y emitió un gemido de frustración.
—¿Qué creías, abuela?
Los labios de su abuela esbozaron una sonrisa.
—Nada, cosas de vieja. Pero pensé que… si Eleanor no hubiera aparecido en
escena… Bueno, pensé que quizá Colby se enamorase de ti.
¿Qué podía decir ella? Pensó Greer mientras entraba en la casa con Jem. ¿Que
ella también había soñado con que eso ocurriese? Pero había sido Eleanor quien le
había robado el corazón.
Y ahora Eleanor estaba muerta, y Colby jamás volvería a amar. Él mismo lo
había dicho, lo único que quería era una amante para satisfacer sus necesidades
sexuales.
Jem tenía razón, Colby era un hombre muy triste.

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Capítulo 8
Greer consiguió evitar a Colby hasta el mediodía del día siguiente, cuando se
disponía a marcharse. Se había despedido ya de Jem, que estaba en el jardín posterior
con Jamie, y ella estaba en la cocina cuando vio a Colby aparecer en el porche.
—Hola —dijo él desde el otro lado de la puerta de rejilla—. He venido a por tu
dirección; es decir, si todavía estás dispuesta a hacer de niñera de Jamie el miércoles.
—Sí, claro.
Greer no lo invitó a que entrara, pero él lo hizo.
En una de sus tarjetas de visita, había escrito la dirección de su casa y la había
dejado ahí para que Jem se la diera a Colby más tarde. Ahora, levantó la tarjeta del
dintel de la ventana y se la dio.
—Mi casa está en una calle que da a la calle Yonge, a una manzana de St. Clair.
Hay un aparcamiento en el que puedes dejar el coche.
Greer agarró su bolsa de viaje de encima de la mesa con las llaves del coche en
la otra mano.
—¿Así que te vas ya? —preguntó él metiéndose la tarjeta en el bolsillo de los
vaqueros.
«Esta cocina es demasiado pequeña para los dos», pensó Greer con frustración.
—Sí —respondió ella con voz tensa.
Pero Colby no dio muestras de tener prisa por marcharse.
—Entonces, te veré el miércoles, ¿de acuerdo?
—Sí.
A Greer se le cayeron las llaves de la mano y se agachó a recogerlas. Colby
también se agachó. Él las alcanzó primero y, mientras Greer se enderezaba, el aliento
de Colby le movió el cabello.
Le quitó las llaves de la mano y sus dedos se rozaron.
—Gracias —dijo ella con repentina ronquera en la voz.
—De nada.
—Bueno, me voy.
Casi a ciegas, presa del pánico y casi corriendo, Greer salió de allí para ir a por
el coche.

La atmósfera en Toronto estaba muy cargada. El martes por la noche, la


humedad en el ambiente era sumamente espesa. El informe meteorológico preveía
una tormenta, que estalló el miércoles. En el momento en que les abrió la puerta a

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Colby y a Jamie, el primer relámpago cruzó el cielo, que desde el amanecer estaba
gris plomo.
—Me temo que no vamos a poder ir al zoo hoy, Jamie —se oyeron truenos
mientras Greer ayudaba al niño a quitarse el ligero anorak—. Me parece que vamos a
tener que cambiar de planes.
—Puedo quedarme a ver la televisión —dijo Jamie subiéndose las gafas, un
gesto que a Greer estaba empezando a resultarle enternecedor.
—Buenos días, Greer.
Hasta el momento, Greer había evitado mirar a Colby, pero ahora no tenía
alternativa. Colby llevaba una camisa blanca, una corbata de seda a rayas y unos
pantalones oscuros, una combinación perfecta para un hombre atractivo; pero esa
combinación en Colby era dinamita.
—Buenos días.
Greer contuvo la respiración cuando sus miradas se encontraron. ¿Iban a
discutir? No. Greer vio en sus ojos que ese día tenían una tregua. Con alivio, los
condujo a los dos al cuarto de estar. Colby rodeó la mesa de centro de cristal y bronce
y se acercó al enorme ventanal.
—Vaya tormenta —murmuró él—. Tienes una vista maravillosa. Ven, Jamie,
mira.
Jamie se reunió con su padre y éste le puso una mano a su hijo en los hombros.
—Esa es la torre CN, Jamie, la de la derecha. Tenemos que ir un día, te gustará.
Pero hoy no, ¿eh?
—¿Qué es esa agua que hay detrás de esos rascacielos? ¿Es el mar? —preguntó
Jamie.
—No, es el lago Ontario. Y ahí, al fono, está el New York State.
Jamie y su padre parecían entenderse bien, y Greer se alegró mucho de ello. Se
trataban con una naturalidad que no había visto entre ellos hasta el día de la pelea de
musgo.
—Colby, ¿cuándo vas a volver? —le preguntó Greer.
Colby se volvió.
—La agencia ha arreglado seis entrevistas. La última es a la una. ¿Te parece
bien que vuelva a las dos?
—Sí, perfecto.
—Estupendo.
Esos ojos azules la recorrieron y, al detenerse en sus senos, Greer sintió que la
cabeza le daba vueltas. Al momento, salió al pequeño vestíbulo y abrió la puerta.
Colby revolvió el cabello de su hijo.
—Bueno, que lo pases bien.

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—Y tú también, papá. Adiós.


Greer tenía los dedos curvados sobre el filo de la puerta. Cuando Colby se
acercó, ella se echó hacia atrás, pegándose a la pared, para evitar que entraran en
contacto físico accidentalmente.
Pero él no parecía tener prisa.
—¿Cuánto tiempo hace que tienes esta casa? —le preguntó él.
—Hace casi cuatro años.
—Me gusta cómo la tienes decorada. Has creado un ambiente muy relajado.
—Gracias.
—¿Un dormitorio o dos?
—Uno —la mirada de Greer se desvió hacia la puerta que quedaba a la
izquierda de Colby.
—¿Puedo?
Pero antes de que ella pudiera contestar negativamente, Colby se acercó y abrió
la puerta. Se quedó en el umbral, en silencio, durante un momento, mientras
contemplaba el interior del dormitorio.
—Me has sorprendido —Colby se volvió a ella y la miró con expresión
interrogante.
—¿Por qué?
—Una cama pequeña. Suponía que…
—¿Qué?
Colby se encogió de hombros.
—Bueno, suponía que tendrías una cama doble.
—¿Para cuando invito a alguien a dormir? —Greer lanzó una carcajada, en
contraste con lo que sentía—. No te preocupes, el sofá del cuarto de estar es un sofá
cama doble. Estoy bien preparada.
—No estaba preocupado, sólo sorprendido. Me gusta que las cosas encajen, que
concuerden. Y cuando he visto tu dormitorio, me he preguntado: ¿qué es lo que no
casa aquí?
Todo encajaba, pensó Greer, lo que no tenía sentido era la imagen que Colby
tenía de ella. Podía habérselo dicho, pero se limitó a mirarse el reloj con la esperanza
de que Colby no notase lo mucho que la había disgustado.
—Se está haciendo tarde.
—Está bien, hasta luego entonces.
Cuando se hubo marchado, Greer cerró dando un portazo y se apoyó contra la
pared cerrando los ojos. ¿Cuánto más iba a tener que aguantar aquel suplicio?
¿Durante cuánto tiempo iba a poder seguir ocultando lo que sentía por él? Porque
por mucho que la insultase, estaba perdidamente enamorada de Colby.

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La lluvia empezó a caer con una ferocidad que la sorprendió. Golpeó los
cristales de las ventanas como si quisiera derribar el apartamento. Después de lanzar
un tembloroso suspiro, Greer se enderezó y fue hacia Jamie.
El niño estaba junto a la ventana.
—Papá tenía razón, ¡vaya tormenta!

Colby volvió unos minutos antes de las dos.


Cuando sonó el interfono, Jamie estaba acurrucado en el futón viendo la
televisión, y Greer estaba en la cocina.
Descolgó el auricular del interfono y dijo:
—¿Sí?
—Colby.
—Sube.
Greer apretó el botón para abrir la puerta del portal y después sacó dos tazas de
porcelana de un armario de la cocina.
—Tu padre ya ha llegado —le dijo a Jamie alzando la voz.
Al no oír respuesta, asomó la cabeza por la puerta. Jamie estaba con los ojos
clavados en un dinosaurio que estaba a punto de sorprender a un grupo de gente que
había acampado al pie de una montaña.
Greer atravesó la habitación y se colocó delante de la televisión.
Jamie alzó la cabeza.
—Tu padre ya ha llegado. ¿Quieres ir a abrir antes de que llame?
—Sí —Jamie se levantó del futón y fue al vestíbulo andando de espaldas con los
ojos fijos en el televisor.
Greer volvió a la cocina. Pronto, oyó un golpe en la puerta y después oyó a
Jamie abrirla. Al momento, Colby entró en la cocina y, con su presencia, la estancia
pareció encogerse. Detrás de él, Greer pudo ver a Jamie otra vez en el futón absorto
con el dinosaurio.
—¿Qué tal os ha ido? —preguntó Colby.
—Bien. ¿Y a ti?
—¿Te importa que me quite la chaqueta? Dios mío, vaya lluvia. Desde luego, ha
despejado el ambiente, pero ahí afuera hace un calor de espanto —Colby se quitó la
chaqueta y la dejó en el respaldo de una silla—. ¿Huelo a café o es mi imaginación?
—Acabo de hacerlo. ¿Te apetece una taza?
—Sí, gracias.

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Durante unos momentos, Greer se mantuvo ocupada sirviendo el café en las


tazas.
Después, le ofreció una y ella, con otra en la mano, se apoyó en el mostrador de
la cocina.
—Bueno, dime, ¿has encontrado a tu Mary Poppins?
Colby se sentó en el borde de la pequeña mesa.
—La duda está entre dos. He vuelto a organizar otra entrevista con cada una
esta tarde para que Jamie pueda conocerlas —Colby se interrumpió para beber un
sorbo de café—. Quería pedirte un favor, aunque no sé si no es pedir demasiado. ¿Te
vendría muy mal perder una hora esta tarde y acompañarme a las entrevistas?
—¿Necesitas que alguien haga compañía a Jamie mientras tú tienes una charla
privada con las dos candidatas?
Colby negó con la cabeza.
—No, no es eso. Pensé que no estaría mal la opinión de una mujer antes de
tomar una decisión definitiva. Puede que tú notes algo que a mí se me escape.
Greer repasó mentalmente el horario que había planeado para aquella tarde.
—Sí, puedo.
—Gracias. De verdad que te lo agradezco. Y ahora dime, ¿qué habéis hecho
Jamie y tú?
—Hemos tomado el metro para ir al centro, a una exposición de juguetes a
través de diversas épocas, y a Jamie le ha gustado. Y después, hemos ido a almorzar
a una hamburguesería, aunque eso lo ha elegido él, no yo —Greer bebió un sorbo de
café—. ¿Y cuándo es la primera entrevista esta tarde?
—A las cinco. Y la segunda es una hora después.
—En ese caso, me reuniré con vosotros justo antes de las cinco. Anótame la
dirección.
Greer arrancó una hoja del cuaderno que tenía al lado del teléfono y se la dio.
Colby se inclinó hacia delante para escribir la dirección y ella contuvo la
respiración al mirarle la nuca. Siempre le había fascinado el cuello y Colby y la curva
de sus hombros. De poder acariciarle la espalda…
—Toma —Colby se enderezó con más rapidez de la que ella había anticipado y,
cuando él la miró, empequeñeció los ojos—. ¿Qué pasa?
—¿Que qué pasa? —respondió ella débilmente.
—¿Qué estabas pensando?
—¿Pensando?
—Sí, ahora, tenías la mirada perdida, como si estuvieras en otra parte.
Greer sintió que la tensión sexual aumentaba entre los dos.

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—Yo… estaba pensando en una cosa que tengo que hacer… en alguien a quien
tengo que ver… en el taller… dentro de un rato.
A juzgar por la expresión de Colby, se dio cuenta de que no la creía, que sabía
que sus pensamientos habían ido por otros derroteros. Que habían tomado un
camino que a él le parecía interesante.
Con las mejillas encendidas, Greer se apartó y fue a acercarse a la puerta.
Casi la había alcanzado cuando él la sujetó por el brazo y al mismo tiempo cerró
la puerta con el pie.
Indefensa, Greer se lo quedó mirando.
—Por el amor de Dios, no me mires así —dijo él—. No voy a morderte. Al
menos… no si tú no quieres.
«Sí, claro que sí que quiero», pensó ella casi histérica.
Colby leyó la respuesta en sus ojos. La atrajo hacia sí bruscamente, la abrazó y
se apoderó de ella con un beso que Greer sintió en todo el cuerpo. Cuando terminó,
la soltó con la misma brusquedad con que la había tomado, y ella retrocedió hasta la
puerta casi mareada.
—Sí —dijo él con voz queda—, ya veo que quieres que te muerda. Y me dará un
gran placer complacerte, pero éste no es momento ni lugar. Y no volverá a ocurrir en
ninguna cocina de un apartamento. Cuando te haga el amor, quiero ver tus rubios
cabellos extendidos sobre una almohada de plumas, tumbada boca arriba
completamente desnuda, y con esos preciosos ojos verdes abiertos y la luz de la luna
iluminándote la piel…
Greer quiso gritar para que callara, pero apenas podía respirar, mucho menos
emitir ningún sonido. Lo único que pudo hacer fue deslizarse por la pared, pegada a
ésta, e indicarle con un gesto de la mano que se marchara.
Por fin, Colby salió.
Pero antes recogió la chaqueta del respaldo de la silla y acabó con el resto de las
defensas de Greer con una mirada con la que le prometió que había un paraíso en el
futuro, un paraíso de pasión.
Como si ocurriera en otro planeta, Greer oyó a Jamie apagar el televisor y decir:
—¡Hasta luego, tía Greer!
Al cabo de unos momentos oyó cerrarse la puerta del apartamento.

La primera posible niñera fue un fracaso.


Al principio, Greer no se dio cuenta. Crystal Malone acababa de salir de una
escuela de niñeras con excelente reputación y parecía ajustarse a los requerimientos
del cargo a la perfección. De cabello castaño y rojas mejillas, era una mujer animada,
activa y bien vestida… y muy simpática.

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Greer se sorprendió pensando: «es ésta». Pero hacia el final de la entrevista,


Crystal Malone abrió el bolso para sacar un pañuelo de papel y, desgraciadamente,
Greer vio que dentro había una botella pequeña de licor detrás del monedero azul
marino.
A pesar de ello, quiso ofrecerle el beneficio de la duda y, con aire casual, Greer
le sugirió a la niñera que las dos fueran al lavabo antes de despedirse. En el camino
de regreso a lo largo del pasillo, Greer fingió tropezarse y se chocó contra la otra
mujer.
El inconfundible olor a alcohol del aliento de la señora Malone confirmó sus
sospechas. Decidió decírselo a Colby cuando se quedara a solas con él.
Después de que la entrevista acabara y de que la señora Malone se hubiera
marchado, Colby se quitó la chaqueta del traje y la tiró encima del sofá, que estaba
junto a la ventana. Se miró el reloj.
—Nos quedan veinte minutos hasta la siguiente entrevista —Colby miró a
Greer—. ¿Qué te apetece hacer en el rato que nos queda?
—He visto un parque al otro lado de la calle —dijo Jamie—. ¿Vamos allí?
—Buena idea —Colby arqueó una ceja con gesto interrogante en dirección a
Greer—. ¿Te parece bien?
—Sí.
El calor era intenso y Greer se alegró de haberse puesto un vestido muy fresco,
sin mangas y de color azul. El parque estaba lleno de árboles que ofrecían sombra.
Greer vio un banco de madera debajo de un enorme roble y, después de acercarse, se
sentó y estiró las piernas.
—Papá —dijo Jamie señalando un puesto con un dedo—. ¿Qué te hay de un
helado?
—¿Qué pasa con un helado? —dijo Colby sonriendo—. ¿Te importaría volver a
formular la pregunta?
Jamie le devolvió la sonrisa.
—Papá —dijo el niño con un exagerado tono de paciencia—, ¿os apetece un
helado a ti y a la tía Greer? Si es así, yo iré a comprároslo.
Greer se echó a reír.
—¡Qué diplomático ha salido tu hijo, Colby!
Colby se sacó la cartera del bolsillo de los pantalones y sacó un par de billetes.
—¿De qué sabor lo quieres, Greer?
—No quiero helado, gracias.
—¿En serio?
—Totalmente en serio.

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—Está bien. Jamie, a mí tráemelo de vainilla. Toma, con eso te sobrará. Y de una
bola sólo, ¿de acuerdo? —Colby volvió a meterse la cartera en el bolsillo—. No
quiero que se te quite el hambre, que luego tienes que cenar.
Cuando Jamie salió corriendo, Greer dijo sin rodeos:
—Colby, la señora Malone no. Bebe.
Colby no cuestionó el veredicto ni le preguntó cómo se había dado cuenta. Se
limitó a sacudir la cabeza antes de decir:
—Dios mío, y yo que creía…
Frustrado, se aflojó ligeramente el nudo de la corbata y se desabrochó el primer
botón de la camisa, moviendo la mandíbula mientras hacía ese gesto típicamente
masculino, y a Greer le dio un vuelco el estómago.
«No hagas eso, por favor», rogó ella en silencio. «¿Es que no te das cuenta de
que me estás volviendo loca?»
Clavó los ojos en sus sandalias, sólo para recordar con culpabilidad una más de
sus debilidades: caro calzado italiano.
Greer lanzó un suspiro.
—En fin, esperemos que la siguiente sea buena. De no ser así, tendrás que
volver al principio.
—Sí.
Se quedaron en silencio unos momentos; pero no fue un silencio tenso, sino
agradable.
—Cuántos edificios nuevos —murmuró Colby—. Toronto ha cambiado mucho
desde la última vez que estuve aquí.
—¿Te gustaba Melbourne?
Colby se encogió de hombros.
—Sí, pero me alegro de haber vuelto.
—¿Y tu negocio allí?
—Ya he empezado los trámites para venderlo, y hay varias personas que
quieren comprarlo, así que eso no es ningún problema.
—Colby… —Greer vaciló antes de continuar—. Creo que deberías saber que los
intereses han subido mucho aquí, lo que ha provocado un cierto estancamiento en el
sector inmobiliario. Los créditos hipotecarios no dejan de subir, y no parece que la
situación vaya a mejorar en el futuro próximo. No quiero ser pesimista, pero no me
parece un buen momento para empezar otra vez con Construcciones Daken aquí y…
—Tengo pensado dedicarme a las renovaciones, ya he hecho cosas con éxito en
esa dirección, en Melbourne, y estoy convencido de que la forma de actuar aquí y
ahora es ésa. Cuando la economía de un país pasa por un buen momento, la gente
invierte en casas y hay más demanda de viviendas; sin embargo, cuando el momento
económico es incierto, lógicamente, las personas no están confiadas, no saben si van a

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poder conservar el trabajo o lo van a perder y, por lo tanto, no compran, sino que
hacen arreglos en las casas que tienen; por ejemplo, añaden una habitación o cambian
la cocina o lo que sea.
Greer sintió alivio. Debería haber supuesto que Colby controlaba a la perfección
su negocio.
—¿Le has dicho a la tía Cecilia que te vas a establecer aquí?
—Le envié una nota el otro día.
—¿Qué tal se lleva con Jamie?
Colby lanzó una cínica carcajada.
—Ya conoces a tu tía, o la conocías. No ha cambiado nada. ¿Te imaginas a esa
mujer encariñada con alguien?
—No —respondió Greer—. Desde luego, no conmigo. Y la abuela la conocía
bien. La abuela me dijo que cuando mis padres murieron la tía Cecilia se ofreció para
criarme.
—Sí, y me imagino que lo hizo en tono de sumo sacrificio.
Greer sonrió.
—Gracias a Dios que la abuela quiso criarme. Lo único malo fue que la abuela
insistía en que, como éramos familia, teníamos que mantener el contacto, y por eso
me mandaba todos los años a Australia a pasar dos semanas con la tía Cecilia.
—Pero ahí tenías a tu prima… siempre tuve la impresión de que la adorabas…
—Toma, papá, tu helado.
Greer no había visto acercarse a Jamie, y estaba casi segura de que a Colby le
había pasado lo mismo. Pero el momento en que Jamie llegó fue perfecto, la salvó de
tener que hablar de Eleanor o de su relación.
Jamie había elegido un helado de chocolate y lo estaba chupando cuando le dio
a su padre el suyo.
—Gracias —dijo Colby antes de meterse las vueltas en el bolsillo.
—¿Puedo ir a los columpios? —preguntó Jamie.
—Sí, pero quédate donde pueda verte.
Colby volvió a ponerse cómodo en el banco y luego la miró.
—¿Quieres una chupada? —le preguntó ofreciéndole el helado.
Ella vio un brillo travieso en sus ojos. Sabía que Colby esperaba que ella lo
rechazase.
—Sí, gracias.
Greer no se prestaba a ese tipo de juegos, pero Colby Daken sacaba lo peor de
ella. Con una sonrisa, extendió una mano y le sujetó la muñeca a Colby; después, se
inclinó hacia él y comenzó a chupar el helado al tiempo que batía las pestañas.

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—Mmmmm…
Después, lo soltó, se levantó, dejó a Colby ahí sentado y se encaminó hacia los
columpios pensando que Colby se merecía sufrir un poco.

Alice Kerr era inglesa y hacía poco que había llegado a Toronto. Sus referencias
eran impecables, su último empleo había sido en la casa de un primo lejano de la
familia real británica. Tenía veintinueve años, pelirroja y con pecas, y unos modales
exquisitos. Y su expresión honesta impresionó a Greer al momento.
Cuando concluyó la entrevista, Colby le dijo a la señorita Kerr que la llamaría al
día siguiente para darle una contestación definitiva.
Después de que se marchara, Colby le dijo a Greer:
—¿Qué te ha parecido?
—Excelente. Perfecta para el trabajo —contestó Greer antes de volverse a
Jamie—, ¿Y a ti qué te ha parecido la señorita Kerr, Jamie?
—Bien.
—¿Te ha gustado más que la señora Malone? —le preguntó Colby.
—La señora Malone olía raro —Jamie se acercó a la ventana para ver a dos
palomas que había en una terraza.
—A los niños no se les escapa nada —comentó Colby asombrado.
Greer rió.
—Con él, no me necesitabas. Bueno, ¿la vas a contratar?
—Sí, la llamaré mañana para decírselo. No quería hacerlo ahora porque prefería
que me dieras tu opinión primero.
—Pues ya te lo he dicho, me ha gustado mucho. Ahora, lo único que necesitas
es la amante. ¿Quieres que también te ayude a buscar una?
¡No! ¿Por qué tenía que estropearlo ahora? Se preguntó Greer con pesar.
Colby se la quedó mirando como si él estuviera pensando exactamente lo
mismo.
—No, para eso no necesito tu ayuda. ¿Quieres que te lleve en el coche al sitio
que tengas que ir?
—No, tengo mi coche aquí.
¿Por qué estaba desilusionada? ¿Había esperado que Colby la invitase a cenar?
—Entonces, todo solucionado —Colby se acercó a la puerta y la abrió—.
Nosotros vamos a volver al lago esta tarde, así que te veremos el fin de semana.
—No, no voy a ir este fin de semana.
Colby frunció el ceño.

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—Pues Jem me ha dicho que te iba a invitar a cenar a la posada Trillium el


sábado por la noche.
—Le dije que íbamos a ir un sábado, pero no me había dado cuenta de que la
abuela quisiera ir éste.
—Te aseguro que cuenta con ello.
¡Maldición!
—En ese caso, supongo que nos veremos este fin de semana —Greer se volvió a
Jamie—. Adiós, Jamie. Lo he pasado muy bien contigo esta mañana.
El niño se subió las gafas.
—Y yo contigo.
—Hasta el viernes —dijo Colby cuando Greer atravesó el umbral de la puerta.
Sin volverse, Greer agitó una mano a modo de despedida, contenta de que
Colby no pudiera ver su expresión.
El destino parecía querer que estuvieran juntos.
¿Y quién era ella para desafiar al destino? Sin embargo, se defendería antes de
sucumbir.
Primero, se aseguraría de estar muy ocupada el viernes, tan ocupada que
tendría que llamar a su abuela para decirle que no podría salir hasta el sábado.

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Capítulo 9
El sábado, el calor en Toronto era insoportable.
Greer se alegraba de marcharse. Curiosamente, había tenido que quedarse
trabajando en la oficina la noche anterior hasta las once y estaba tan cansada cuando
llegó a casa que no había podido dormir. Sin embargo, durante el trayecto hacia el
norte, comenzó a relajarse.
Pero al llegar al lago, Colby se materializó antes de que le hubiera dado tiempo
a cerrar la puerta del coche, y la tensión volvió a apoderarse de ella.
Sólo llevaba puesto un calzón de baño color negro, y estaba irresistible. Greer se
enfadó consigo misma por querer pasear la mirada por aquel cuerpo y clavó los ojos
en su rostro, pero ése tampoco resultó ser territorio sin peligro. Cuando esos ojos
azules la miraron, se quedó casi sin respiración.
Abrazando una bolsa de papel marrón con comida, cerró la puerta del coche de
un empujón.
—Hola.
—Tienes buen aspecto, Greer —dijo Colby fijándose en tanta piel que los
pantalones cortos y la minúscula blusa de Greer dejaban al descubierto—. ¿Qué tal el
viaje?
—Bien —para vengarse, Greer lo miró de arriba a abajo antes de volver a fijar
los ojos en los de él; después, arqueó las cejas—. ¡Nada mal!
Las pupilas de Colby brillaron.
—Tocado.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres, Colby? No, no, deja que vuelva a hacer la
pregunta. ¿Querías decirme algo?
—Jem ha ido a Parry Sound con Lisa y las niñas, y me ha pedido que te dijera
que volverán a eso de las dos.
—Gracias —Greer se aferró a la bolsa con la compra como si fuera un escudo—.
¿Dónde está Jamie?
—Con Chris, entre los dos me están pintando unos maderos. He estado
arreglando las paredes de la caseta del barco y hace un momento he acabado de
clavar el último clavo. Había venido a por unos refrescos —Colby se pasó la mano
por el pecho—. ¿Te apetece algo?
«Sí, tú», pensó ella. Y lo mejor que podía hacer era marcharse de allí antes de
que Colby notase su debilidad y actuase.
—¿Y bien? —le urgió él.
—No, gracias. Yo… prefiero estar sola un rato.
—¿Mucho trabajo esta semana?

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—Sí.
—Un baño te relajaría —dijo él—. Tenía pensado ir a nadar un rato después de
servir los refrescos a mis dos obreros. Vamos, ponte un bikini. Te encontraré en la
plataforma.
Greer frunció el ceño.
—En serio, creo que…
—Ha ocurrido algo y… —de repente, ese brillo travieso desapareció de su
mirada y su expresión se ensombreció—. Tengo que hablar con alguien… o voy a
estallar.
Colby se alejó, dejándola allí, insegura. ¿Qué podía haber ocurrido? ¿Sería algo
referente a Jamie? No, eso no habría producido la furia que notaba en Colby.
Después de llegar a su casa y de meter la comida en el frigorífico, Greer fue a su
dormitorio para desnudarse y ponerse un bikini.
Unos minutos más tarde, estaba nadando hacia la plataforma.

—La madre de Eleanor ha emprendido el procedimiento jurídico para quedarse


con la custodia de Jamie.
Greer estaba sentada con las piernas cruzadas en la plataforma y se quedó
mirando a Colby con horror.
—¡No! ¿Cuándo te has enterado?
—Ayer, cuando me llamó mi abogado para decírmelo.
El sol le daba en la espalda a Colby, por lo que ella no podía verle claramente
los ojos, pero su tono de voz reveló la furia que sentía.
—¿Pero por qué? —Greer se puso en pie—. ¿Por qué quiere Cecilia…?
Colby torció la boca.
—Es la respuesta a la nota que le envié diciéndole que me iba a quedar aquí.
—Bueno, de acuerdo que va a echar de menos a su nieto, pero… ¿qué motivos
puede tener para querer quedarse con el niño? ¡Desde luego, no es posible que le den
la custodia! Tú eres el padre de Jamie y ella sólo es…
—Tu tía me acusa de ser un adicto al trabajo, dice que pongo mis intereses por
delante de los de mi hijo. Y debido a que lo he sacado de su ambiente familiar, me
acusa de no estarle proporcionando la estabilidad que se merece. Dice que…
Greer lo interrumpió con un gesto.
—¿Pero qué es lo que dice el abogado? Debe tener experiencia en tratar asuntos
como éste, así que no es posible que crea que la tía Cecilia tenga una posibilidad de
ganar la custodia de Jamie, ¿no?

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—La verdad es que, durante estos últimos años, lo más importante para mí era
el trabajo y, desgraciadamente, no vi a Jamie tanto como debería.
Greer sintió una extraña tensión en él, algo que la hizo sentirse incómoda. Pero
cuando advirtió que Colby ya no la miraba a los ojos, su incertidumbre aumentó.
¿Qué estaba ocultándole Colby? Algo, de eso estaba segura. Había admitido no haber
prestado la atención adecuada a Jamie, y Greer sabía que él no era la clase de hombre
que haría eso en circunstancias normales, en cuyo caso… ¿qué le había forzado a
ello?
—El abogado me ha dicho que en un caso como éste las probabilidades de que
me den a mí la custodia o a ella son del cincuenta por ciento, depende del juez.
También me ha dicho que hay una vía que, si la sigo, tendría absoluta certeza de
quedarme con la custodia de mi hijo.
—¿Y qué vía es ésa?
Colby se volvió a Greer con los hombros tensos.
—Me ha aconsejado que me case. Maldita sea, no quiero casarme otra vez.
Con las piernas temblorosas, Greer se acercó a un extremo de la plataforma y se
quedó mirando las aguas del lago.
¿Por qué era la vida tan complicada? ¿Por qué, cuando se solucionaba un
problema, otro ocupaba su lugar? Tan segura estaba de que Colby adoraba a su hijo
como de que haría todo lo que estuviera en su poder para evitar que se lo quitaran. Si
ella pudiera hacer algo…
Se dio media vuelta y vio a Colby que también estaba con los ojos fijos en el
agua.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Greer.
Se hizo una larga y agonizante pausa.
—Buscar a alguien.
—¿Quieres decir que… te vas a casar sólo para asegurarte de que te dan la
custodia de Jamie? —preguntó ella con voz débil.
—¡Nada de sólo, Greer! No digas sólo cuando te refieras a Jamie, como si no
valiese…
—No, Colby, no he querido decir eso. Sabes perfectamente que no he querido
decir eso.
—Sí, me casaré si eso significa que voy a quedarme con mi hijo, y no me voy a
casar por ningún otro motivo.
Colby guardó silencio y, al cabo de unos segundos, a pesar de estar con él,
Greer sintió como si la hubiera abandonado, como si estuviera en un lugar distante.
De repente, a Greer se le ocurrió una idea completamente loca, que rechazó al
momento. ¡No! No podía hacerlo. ¡En qué estaba pensando! ¡Cómo se le podía
ocurrir semejante barbaridad! Sin embargo, ¿no era cierto que sólo hacía unos
momentos lo que más había deseado era poder ayudar a Colby?

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Podía ser ella. Sí, podía ser ella la que se casara con Colby. Además, era
imprescindible actuar con rapidez y… ¿dónde iba a encontrar Colby una mujer que
estuviera dispuesta a casarse con él tan repentinamente y, según suponía ella, en
unas condiciones tan poco normales?
Alguien que no pidiera nada a cambio.
Greer se aclaró la garganta.
—¿No has pensado en nadie? ¿Alguna amiga o…?
—No, no tengo mujeres amigas —le espetó él—. Cuando quiero amigos, son
hombres. A las mujeres las quiero para… —Colby se interrumpió, cerró los ojos y
levantó una mano con la palma hacia arriba en señal de disculpas—. Perdona, lo
siento. Pero la respuesta, en serio, es no, no tengo ninguna amiga que pueda sacarme
de este apuro.
—Antes tú y yo éramos amigos.
Colby se la quedó mirando sin comprender.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Yo lo haré, Colby.
—¿Qué?
—Casarme contigo. Es decir, por lo menos para cubrir las apariencias.
—¡No!
—¿Por qué no? No voy a pedirte nada a cambio, lo único que tenemos que
hacer es firmar un contrato de separación de bienes antes de la boda. Podríamos
seguir llevando nuestras vidas por separado; aunque, como es natural, tendríamos
que vivir en la misma casa, al menos al principio.
—¿Es que no me has oído? —Colby la agarró por los hombros con fuerza—. He
dicho que…
—¡Eh, papá, ya hemos terminado!
El grito de Jamie desde la playa fue impactante. Colby la soltó con brusquedad
y ella perdió el equilibrio. Como había estado de pie al borde de la plataforma, cayó
de espaldas y acabó en el agua.
Cuando volvió a salir a la superficie, vio que Colby la estaba mirando con
expresión angustiada.
—Dios mío, Greer, no era mi intención… ¿Te encuentras bien? ¿No te has hecho
daño?
—Piensa en lo que te he dicho —contestó ella desde el agua—. Pero la oferta
acaba esta noche a las doce. Según lo veo yo, soy tu única opción. Pero recuerda una
cosa, lo hago por Jamie, no por su padre. Tú eres el último hombre con el que me
casaría.
Al momento, echó a nadar hacia la orilla.

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Jem llegó unos minutos antes de las dos, pero cuando confesó el motivo del
viaje a Parry Sound, Greer reaccionó con aprensión.
—¿Que has ido a ver al médico? Abuela, ¿qué es lo que…?
—¡Vamos, no hagas una montaña de un grano de arena! —Jem hizo un gesto
altivo con su bastón—. Querida, ponme un vaso de agua.
Al momento, se dejó caer en una de las sillas de la cocina.
Greer se apresuró a servirle un vaso de agua.
—Dime qué es lo que te pasa, abuela. Por favor.
Jem bebió un sorbo de agua antes de dejar el vaso en la mesa.
—El estómago empezó a molestarme otra vez ayer, así que esta mañana he ido
a pedirle a Lisa que me llevara a la clínica. El médico me ha dicho que no se trata de
nada serio, sólo los últimos coletazos de lo que me atacó la semana pasada. Me ha
dado unas pastillas y me ha dicho que tenga cuidado con las cosas que como durante
unos días.
Jem alzó un hombro con gesto de no darle importancia.
—Eso es todo, querida. Así que, como ves, no hay razón para preocuparse.
—¿Pero por qué no me llamaste ayer? Sabías que habría venido directamente
después del trabajo si lo hubiera sabido.
—Pensé hacerlo, pero entonces fue cuando llamaste tú para decirme que tenías
mucho trabajo y que no ibas a poder venir hasta hoy.
Greer se sintió culpable.
—Lo siento, abuela. Pero si hubiera sabido que no te encontrabas bien, lo habría
dejado todo…
—Claro que lo habrías dejado todo, y por eso era por lo que no quería
molestarte. Aunque hay algo que…
—¿Qué, abuela?
—Nuestra cena en la posada, tenemos una mesa reservada. Lo único que quiero
tomar esta noche es un huevo pasado por agua y una tostada, y para comer eso no
voy a pagar los precios que se pagan ahí.
—No hay problema. Ahora mismo voy a llamar para cancelar…
—No es necesario. He hablado con Colby hace un momento y le he preguntado
si no le importaría ir en mi lugar, y me ha dicho que lo hará encantado. Vendrá a
buscarte a las siete. Y Lisa ha invitado a Jamie a que se quede a dormir allí, así que no
tienes que darte prisa en volver —Jem apartó la silla y se levantó—. Y ahora creo que
me voy a echar una siesta. El médico me ha dicho que ya es hora de que me tome las
cosas con tranquilidad y voy a seguir su consejo.
Furiosa con su abuela por haberle organizado la noche sin consultarle, Greer
abrió la boca para protestar, pero Jem se le adelantó.

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—El médico también me ha dicho que nada de disgustos ni discusiones —y al


momento, se dio media vuelta y salió de la cocina.
Greer contuvo una maldición y, en ese momento, oyó una ahogada carcajada en
el pasillo. Al parecer, a Jemima Westbury le hacía gracia haber preparado una cena
íntima en la posada para ella y Colby.
¿Qué diría su abuela si se enterase que hacía sólo unas horas su adorada nieta
se había ofrecido para casarse con Colby Daken?
¿Y qué diría al saber que él la había rechazado?

Colby fue a buscarla unos minutos antes de las siete.


Ella y Jem estaban en el porche cuando Colby llegó. Su abuela estaba colocando
en un jarrón unas flores que Jamie le había llevado hacía un rato.
—Para la inválida —había dicho el niño sonrojándose.
Ahora, en esos momentos, Jem le estaba diciendo a Greer:
—Ese niño es un encanto, está lleno de amor, sólo esperando a salir a la
superficie.
Como de costumbre, Greer casi se deshizo al ver a Colby. Esa noche llevaba un
traje de lino azul marino con una camisa, con el cuello abierto, de un azul marino un
poco más claro.
Greer rezó para que el cielo le diera fuerzas para resistirle.
—Bueno, creo que vamos a pasarlo muy bien —dijo él antes de mirarse el
reloj—. Y será mejor que nos vayamos ya, nos llevará un rato ir andando hasta la
posada y supongo que nos apetecerá tomar una copa antes de cenar. ¿Lista?
—Sí —Greer le dio un beso a su abuela—. Adiós, abuela.
—Adiós a los dos —respondió Jem—. Que lo paséis bien.
Después de que se marcharan, Jem se quedó de pie apoyada en la mesa,
pensativa. Después, sacó una amapola del jarrón de flores silvestres y se la colocó en
el moño. Después de levantar el bastón que colgaba del respaldo de la silla, caminó a
lo largo de la barandilla del porche.
Miró al cielo con expresión interrogante.
—Bueno, yo ya he hecho lo que he podido. El resto depende de ti —dijo como si
le hablara a un amigo.
Jem suspiró antes de añadir:
—Pero ten cuidado y no lo vayas a estropear todo.

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El bar de la posada Trillium rebosaba actividad. La mayoría de los asientos


estaban ocupados con parlanchines parroquianos acoplados en cómodos sillones
alrededor de mesas bajas de castaño. Otros clientes estaban sentados en taburetes
delante de la barra curva, y había algunos de pie. Los olores del ambiente gritaban
lujo, pensó Greer cuando ella y Colby se detuvieron delante de la puerta y ella inhaló
insinuaciones elusivas de perfume francés y caras lociones para después del afeitado
mezclándose con el agradable aroma del buen vino.
Colby la apartó cuando dos parejas pasaron por su lado y Greer notó que las
mujeres se quedaron mirando a Colby abiertamente. Si él lo había notado, no prestó
ninguna atención. A continuación, poniéndole la mano en el codo, Colby la guió
hacia adelante.
—Mira, ahí se acaba de quedar libre una mesa —murmuró Colby indicando
una mesa vacía al lado de la chimenea.
Antes de llegar a la mesa, un hombre interceptó el paso de Colby.
—¿Colby Daken? —el desconocido, de aspecto distinguido y cabello cano, se
quedó mirando fijamente a Colby—. Sí, eres tú, ¿verdad? Aunque claro, no te
acuerdas de mí…
—Claro que me acuerdo de ti —respondió Colby con voz cálida—. Zach
Grantham. Eras el socio de mi padre al principio, antes de que decidierais separaros.
Los dos hombres se estrecharon la mano riendo. Greer notó que Zach Grantham
tenía el inconfundible aspecto de la gente con dinero, aunque no se trataba de nada
ostentoso.
—Es un verdadero placer volverte a ver, Zach —dijo Colby antes de volverse a
Greer—. Greer, te presento a Zach Grantham. Zach, ésta es Greer Alexander. La
abuela de Greer tiene la casa vecina a la mía aquí en el lago, a un kilómetro y medio
aproximadamente de donde estamos.
Greer le ofreció la mano y Zach se la estrechó con firmeza.
—Es un placer conocer a una mujer tan bonita, a pesar de mis años —dijo Zach.
—Zach y mi padre eran amigos de pequeños, Greer —explicó Colby antes de
dirigirse a Zach—. Y los dos os quedasteis viudos bastante jóvenes, así que también
tenías mucho en común de mayores.
—Sí, cierto. Aunque yo volví a casarme, pero… Ah, perdonad —la mirada de
Zach se suavizó al mirar por encima del hombro de Colby—. Ahí está, el amor de mi
vida.
Greer siguió la mirada de ese hombre hasta una morena de explosivas curvas,
acentuadas por el vestido fucsia ajustado, que se les estaba acercando. Greer tragó
saliva. Zach Grantham parecía tener alrededor de setenta años, pero su esposa no
pasaba de veintiocho o veintinueve.
Cuando la mujer llegó hasta ellos, lanzó una mirada desdeñosa a Greer y volvió
su atención a Colby. Al hacerlo, lanzó un quedo grito.

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—¡Dios mío! —exclamó en tono grave y provocativo—. ¡Eres tú! ¡Colby Daken,
mi primer amor! Oh, cielo…
Atónita, Greer se quedó mirando cómo esa mujer se arrojaba a los brazos de
Colby. Lo miró con expresión de adoración, entreabrió los labios pintados de fucsia y
su piel de alabastro brilló bajo las luces del bar. Sus pechos prominentes se
aplastaron contra el de Colby, y Greer imaginó perfectamente la respuesta del cuerpo
de él a tan erótica invitación.
Odiándose a sí misma por no poder contenerse, lanzó una mirada a Colby para
ver cómo estaba reaccionando él; al momento, sintió como si le hubieran clavado
varios puñales en el corazón. La expresión de Colby, que estaba sonriendo a esa
mujer, era lobuna, rapaz y devoradora. ¡La estaba comiendo con los ojos!
—Vaya, Bettina Boom-boom Grantham…
Bettina Boom-boom Grantham le obligó a bajar la cabeza y lo besó.
Greer se quedó sin respiración. ¡Qué beso! A cada segundo que pasaba, Greer
sentía que se le hacía un nudo más en el estómago.
¿Y cómo era posible que una mujer casada besara así a otro hombre delante de
su marido?
Pero cuando el beso terminó, Zach, con expresión indulgente, dijo:
—Cielo, si puedes controlarte un momento, me gustaría preguntarle a Colby
que ha estado haciendo estos últimos años y si sigue en el negocio de la construcción.
Bettina hizo una mueca.
—Oh, papá, ¿por qué siempre tienes que hablar de negocios? ¡Es aburridísimo!
¿Papá? ¿Y Colby había sido el primer amor de esa muñeca? Greer esperó que su
rostro no mostrara el desagrado que le provocaba la morena.
—Greer, ésta es mi hija, Bettina. Como ves, está terriblemente mimada. La única
excusa que tengo es que es todo lo que me queda después de que mi segunda esposa,
Dorothy, falleciera también hace unos años. Betti, ésta es la amiga de Colby, Greer
Alexander.
—Encantada —murmuró Bettina casi sin mirar a Greer antes de volverse a
dirigir a Colby—. Bueno, encanto, cuéntale a papá lo que has estado haciendo.
Mientras Colby le daba a Zach un resumen de su vida durante los últimos años,
Bettina se aferró a su brazo y a cada palabra que él decía. Y cuando Colby, a su vez,
le hizo la misma pregunta a Zach y éste respondía, la morena seguía colgada del
brazo de Colby mirándolo como hipnotizada.
Por su parte, Greer prestó atención a la conversación.
Era la primera vez que veía a Colby hablando de negocios, y la seguridad con la
que los dos hombres hablaban la llenó de admiración.
—¿Greer?
Se dio cuenta de que Colby se estaba dirigiendo a ella.

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—Sí, perdona.
—Creo que será mejor que nos vayamos ya si queremos tomar una copa antes
de la cena —dijo Colby mirándose el reloj.
—Sí, claro —dijo ella forzando una sonrisa.
Zach asintió.
—Y nosotros tenemos que irnos. Es una pena que no hayamos cenado juntos,
Colby —los dos hombres se estrecharon la mano—. Te llamaré. Y espero poder
conseguirte clientes ahora que vuelves a establecerte aquí.
Bettina le pasó la mano a Colby por la solapa de la chaqueta del traje y le lanzó
una mirada seductora.
—Ven pronto a casa, cielo.
Después de que padre e hija se hubieran marchado, Greer se volvió para
dirigirse a la mesa en la que habían pensado sentarse, pero Colby la detuvo.
—Creo que deberíamos tomar la copa en el comedor. El encuentro nos ha
demorado bastante y nuestra mesa debe estar ya preparada. Lo siento.
Greer encogió los hombros con gesto altanero.
—No es necesario que te disculpes, me ha resultado muy interesante ver… la
clase de mujeres con las que salías cuando eras más joven.
A continuación, Greer ladeó la cabeza y, con una sonrisa maliciosa, le sacó el
pañuelo del bolsillo de la chaqueta y le limpió la mancha de carmín de labios fucsia
que tenía en la boca.
—Ya, así estás mejor. Cielo, el fucsia no te sienta bien.

Una hora y media más tarde, después de una maravillosa cena a base de
ensalada, langosta y una exquisita tarta de queso con chocolate y fresas, Colby se
tomó la última gota de café, dejó la taza en el platillo y miró a Greer.
Ella le sostuvo la mirada. Apenas habían hablado durante la cena, aunque
Greer reconocía que había sido culpa suya, porque cada vez que Colby había
intentado decir algo, ella le había cortado.
—Estás de muy mal humor—comentó él en tono ligero con un brillo travieso en
los ojos—. En mi opinión, se debe a que Bettina me ha besado.
—¡Tonterías! —Greer recogió la servilleta de su regazo y la puso en la mesa a
un lado del plato; después, lo miró furiosa—. ¡A mí que me importa que te pongas en
ridículo con una muñequita que se llama Boom-boom!
Colby se recostó en el respaldo del asiento.
—No sé, no sé… —murmuró él—. Pero si no es por eso, ¿por qué…?

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Pero se interrumpió y frunció el ceño en ese momento, y Greer se dio cuenta de


que Colby estaba mirando algo, o a alguien, a su espalda.
Justo cuando iba a volverse para ver de qué se trataba, sintió unas cálidas
manos en los hombros. Las manos de un hombre, a juzgar por su tamaño y fuerza.
—¿Quién…?
—Adivínalo —dijo una voz grave a sus espaldas.
Una voz que Greer reconoció al instante.
—¡Nick! —Greer rió al tiempo que le apartaba las manos—. Nick Westmore.
Levantó la cabeza y lo vio. Hacía tres años que no veía a Nick Westmore, no lo
veía desde que se fue a trabajar al hospital Vancouver General, pero no había
cambiado mucho, excepto que estaba más guapo que antes si eso era posible.
Greer se levantó y Nick la dio un abrazo que ella devolvió con entusiasmo.
Después, ladeando la cabeza, se lo quedó mirando.
—¡Qué sorpresa!
—Lo mismo digo —los ojos castaños de él brillaron, con las yemas de los dedos
descansando en las caderas de Greer—. Y tú, preciosa, estás más guapa que nunca. Si
esto no fuera un lugar público… ¡Va, al demonio!
Nick bajó la cabeza y la besó.
Greer recordó sus besos: dulces, hábiles y encantadores. Le habían gustado…
pero no habían sido suficiente. Nada había sido suficiente para borrar el recuerdo de
Colby. Reprimió un suspiro. Nada había cambiado.
Cuando Nick se apartó de ella, Greer oyó a Colby aclararse la garganta.
Con un brazo de Nick sobre los hombros, Greer se volvió y encontró a Colby de
pie, a su lado.
—Oh… Nick, te presento a Colby Daken. Colby —sabía que no se estaba
portando bien, pero no podía resistirlo—, éste es mi primer amor, Nick Westmore.
Los hombres se dieron la mano. Entonces, antes de que Colby pudiera decir
algo, ella se le adelantó.
—Nick, cielo, ¿te apetece sentarte a tomar un café con nosotros?
—Ojalá pudiera, pero he venido con mi hermano y vamos de camino para
Huntsville a recoger a su esposa —Nick se pasó una mano por sus rubios cabellos y
se enderezó la corbata—. Hablando de esposas, ¿te has casado, Greer?
—No.
—¿Sigues viviendo en el apartamento al lado de Yonge?
—Sí, ahí sigo.
Nick volvió a sonreír.
—Acabo de volver a Toronto, me voy a quedar ahí. ¿Qué te parece si un día de
estos vamos a cenar por ahí?

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—Me encantaría.
—Estupendo —Nick le puso las manos encima de los hombros y le dio un beso
en la frente.
Después, le corrió la silla para que se volviera a sentar y a continuación lanzó
una mirada a Colby.
—Hasta la vista, Colby.
Al momento, Nick se marchó con aire de absoluta confianza en sí mismo.
Greer se puso cómoda en su asiento y, jugueteando perezosamente con la
servilleta, murmuró:
—Qué hombre más encantador. ¡Y tan listo! Es cirujano, uno de los mejores del
país según tengo entendido. Pero no sólo es inteligente, sino también sofisticado y
encantador. Aunque claro, yo siempre he tenido debilidad por los rubios, tienen algo
que les falta a los morenos. Me encanta que haya vuelto a Toronto. Sí… Nick
Westmore es muy buen partido.
Greer lanzó una mirada a Colby con los párpados medio cerrados y vio que sus
labios, muy apretados, estaban casi blancos.
—Si ese tipo es tan buen partido, ¿por qué lo dejaste escapar? —preguntó Colby
fríamente—. Por lo que ha dicho, me ha dado la impresión de fuiste tú la que rompió
la relación. ¿Cuál era el problema? ¿Que no podía satisfacerte?
Indignada, Greer apoyó los codos firmemente en la mesa y le miró a los ojos
furiosa.
—¡Pues a mí también me ha parecido que fuiste tú quien rompió la relación con
Bettina Boom-boom Grantham! ¿Cuál era el problema, cielo? —Greer esbozó una
cínica sonrisa—. ¿Te tenía agotado?
Durante varios segundos, se limitaron a mirarse con una ira casi tangible. Y
entonces, incluso mientras Greer intentaba calmar los galopantes latidos de su
corazón, vio de repente el humor de la situación.
Le entró una risa incontenible, y justo en el momento en que ya no pudo más,
vio que los labios de Colby se curvaban en una sonrisa. Al final, los dos estallaron en
carcajadas.
—Si Jem nos pudiera ver ahora… —dijo Colby con los ojos brillantes mientras
veía a Greer taparse la boca con un pañuelo de papel para ahogar la risa.
Colby indicó la elegante cafetera que había encima de la mesa y añadió:
—Creo que nos tiraría eso a la cabeza.

La risa rompió la tensión que habían estado generando durante toda la velada.
Colby pidió que les sirvieran más café y licores, y se pusieron a charlar de los libros

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que habían leído, de las películas que habían visto y de los discos que habían
comprado… hasta que Greer se miró el reloj y dijo con un suspiro:
—Deberíamos marcharnos, se está haciendo tarde…
La luna brillaba y el ambiente aún era cálido cuando salieron de la posada.
Quizá fuera por el vino que había bebido y la copa de licor, pero Greer se encontraba
muy bien mientras caminaba con Colby por la playa durante el camino de regreso.
—Greer.
La voz de Colby la sacó de su estado contemplativo.
Se volvió y vio que él había dejado de caminar. Ella también se detuvo.
—¿Sí?
Al quedarse mirándolo, se sintió casi mareada. La luz de la luna hacía que su
rostro pareciese un retrato de belleza masculina.
—Respecto a tu oferta…
Aquellas palabras la devolvieron a la dura realidad. De repente, se sintió
desorientada. Se había olvidado de la oferta que le había hecho aquella mañana, y
había supuesto que a él también se le había olvidado. Colby le había dejado muy
claro que no le interesaba; en ese caso, ¿por qué sacaba el tema ahora?
Colby se metió las manos en los bolsillos del pantalón y la miró con una
expresión totalmente impenetrable.
—Acepto.
—¿Qué… qué has dicho? —Greer se preguntó si había dicho realmente lo que
ella había oído—. ¿Has dicho que…?
—Que nos vamos a casar.
Greer se estremeció y se pasó las manos por los brazos mientras trataba de
pensar y, mientras lo hacía, Colby se quitó la chaqueta del traje.
—Toma, póntela, tienes frío —le dijo él al tiempo que le echaba la chaqueta por
los hombros.
El suave tejido conservaba el calor del cuerpo de Colby al igual que su aroma,
una erótica mezcla que le pareció más peligrosa que cualquier droga.
—Gracias.
Greer cerró los ojos y, con pánico, se dio cuenta de que la situación se le estaba
escapando de las manos. ¿Qué iban a hacer? ¿Qué pasaría a partir de ese momento?
—Dijiste que la oferta estaba en pie hasta las doce de la noche. No he contestado
demasiado tarde, ¿verdad? —Colby se miró el reloj—. No, aún faltan unos minutos.
Aunque… te veo un poco sorprendida. ¿Querías… echarte atrás?
Greer cerró las manos sobre las solapas de la chaqueta y echó a andar de nuevo
con los ojos fijos en las luces de las casas que se veían en la distancia.
—No, no me voy a echar atrás.

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Volvieron a guardar silencio mientras continuaban andando, pero ya no era un


silencio agradable y relajado, sino lleno de tensión nuevamente. Esta vez, fue Greer
quien lo interrumpió.
—Tenemos que hacer planes entonces —dijo ella con voz tersa.
—Sí. Y tenemos que decírselo a Jem.
—Yo se lo diré, y tendré que explicárselo todo.
—Sí, supongo que es lo mejor. Pero creo que a los demás no deberíamos darles
ninguna explicación, sólo anunciarles que vamos a casarnos.
—¿Qué vamos a decir? —preguntó Greer con cierto tono de ironía—. ¿Que de
repente nos hemos dado cuenta de que estamos loca y apasionadamente
enamorados?
—Sí, eso es lo que todos imaginarán. Yo hablaré con Jamie mañana por la
mañana y trataré de suavizarle la cosa hasta que se vaya acostumbrando a la idea,
aunque no creo que haya ningún problema por su parte. Le gustas. Así que, si te
parece bien, nos casaremos lo antes posible con el fin de pararle los pies a Cecilia de
una vez por todas.
—Sí.
—¿Una boda íntima?
De repente y con algo de retraso, Greer se dio cuenta de la enormidad de lo que
iba a hacer. ¡Se iba a casar con ese hombre! ¡Se iba a casar con Colby Daken! Era
increíble, el sueño de toda su vida convertido en realidad. Por fin. Pero no de la
forma que a ella le habría gustado.
—Greer, ¿una boda íntima? —repitió él.
Por fin, Greer fue capaz de pensar con claridad de nuevo.
—No tan íntima, sólo pienso casarme una vez y me gustaría que todos mis
amigos fueran a mi boda. Y quiero vestirme de blanco.
Sintió que Colby contenía la respiración un momento, pero no volvió la cabeza
para ver su expresión. Cuando él volvió a hablar, lo hizo con cautela en la voz.
—Históricamente, sólo las vírgenes van de blanco.
—Es mi boda, Colby —se alegró de que fuera de noche y no pudiera ver el
dolor que debían reflejar sus ojos—, y yo decido cómo voy a ir vestida.
—En ese caso, de acuerdo, de blanco. En realidad, eso irá en mi favor respecto
al asunto de la custodia de Jamie; las apariencias lo son todo.
«Oh, Colby, qué equivocado estás», pensó Greer con tristeza.
—Greer, sólo por curiosidad, ¿qué esperas sacar de este matrimonio?
«Espero el amargo placer de verte todos los días», quiso gritarle ella. «Y espero
soportar el sufrimiento de muchas noches en vela, sola, llorando por algo que jamás
tendré: tu amor».

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—Un hijo ya crecido, Colby, un niño encantador que ha conseguido


conquistarme. A parte de eso, muy poco. Tengo mi trabajo, mi vida y mis amigos,
cosas todas que pienso conservar. Por supuesto, dejaré mi piso, porque supongo que
querrás que toda la familia vivamos en una casa.
—¿Una casa? ¿No un hogar?
—Un hogar es otra cosa —la emoción hizo que a Greer le saliera la voz ronca—.
Un hogar es algo que no se puede comprar, es algo que se crea dando, compartiendo
y queriendo.
—Yo quiero a mi hijo, y creo que él me quiere a mí también.
—Pero yo no te gusto como persona; así que, por mucho que lleguemos a
querernos Jamie y yo, siempre habrá discordia entre tú y yo, lo que evitará que
lleguemos a crear un verdadero hogar.
Habían llegado debajo de la casa de Daken, al viejo sauce.
—No es que no me gustes, Greer, lo que no me gusta es lo que has hecho
algunas veces. Así que, cuando estemos casados… —Colby le puso las manos en los
hombros y, con sorpresa, Greer notó que le temblaban ligeramente—, será un
matrimonio de verdad y nuestra casa será un hogar. Pero la única forma de
conseguir que eso ocurra es dejando atrás el pasado. Tenemos que empezar de
nuevo, pero… como se te ocurriese mirar a otro hombre…
—¡No! —Greer se quedó horrorizada al darse cuenta de lo que Colby estaba
diciendo realmente—. Creí que me habías comprendido, creí que habías entendido
que lo único que yo te he ofrecido es un matrimonio en apariencia… por Jamie.
—Cuando nos casemos, será un matrimonio en todos los sentidos de la palabra.
Y cuando pronunciemos los votos, espero que los dos los cumplamos. Y de ti espero
lo mismo que te voy a dar yo, dedicación total.
Colby le tomó el rostro y la besó.
La besó profunda y posesivamente. La besó íntimamente. Cuando terminó,
Greer tenía los labios hinchados, el cuerpo aplastado y los pulmones sin aire. Pero el
deseo que Colby había despertado en ella era algo que jamás había sentido.

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Capítulo 10
Greer le dio la noticia a su abuela al día siguiente durante el desayuno, y le
sorprendió que su abuela se quedase tan poco sorprendida.
—Gracias a Dios —dijo Jem sonriendo—. Te lo dije, ¿no? Te dije que los tres
parecíais una familia. Siempre he pensado que Colby Daken y tú estabais hechos el
uno para el otro.
—Pero abuela —protesto Greer—, no va a ser un matrimonio de verdad. Es por
Jamie por lo que voy a casarme con Colby.
—Hija mía, ¿crees que no me he fijado en cómo te mira ese hombre? Si esto no
acaba en un matrimonio de verdad, te prometo que me comeré el sombrero que me
pongo para ir a la iglesia el día de Acción de Gracias.
Greer no pudo evitar echarse a reír.
—Oh, abuela…
—En cualquier caso —continuó Jem en tono repentinamente serio—, aunque
sólo os casarais por evitar que Jamie caiga en las garras de tu tía Cecilia, tenéis mi
bendición. Jamás entenderé qué es lo que vio mi hijo en esa mujer. Me llevé el
disgusto de mi vida cuando Taylor me dijo que se iba a casar con ella, pero yo no
podía influenciarle. Taylor estaba atontado por lo guapa que era y no pudo ver que
iba a casarse con una mujer absolutamente superficial. Y después…
Jem se interrumpió y sacudió la cabeza.
Y después la historia se repitió con Eleanor y Colby. Jem no lo dijo, pero no
necesitaba hacerlo porque Greer sabía lo que su abuela estaba pensando: ¡Cómo
podían ser los hombres tan idiotas!

Colby apareció con Jamie un rato más tarde y, después de que Jem lo felicitase,
dijo:
—Jamie, dile a tu tía Greer lo que me has dicho cuando te he contado que
vamos a casarnos.
Greer apartó la mirada de Colby, algo que le resultaba increíblemente difícil, y
la fijó en Jamie.
Jamie se subió las gafas.
—Sólo he dicho…
Su padre le revolvió el cabello.
—Vamos, continúa.
Jamie tragó saliva.
—Sólo he dicho que… por mí, bien.

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—¿Eso es todo? —insistió Colby en tono de broma.


Jamie bajó la cabeza y movió los pies. Entonces, dijo de un tirón:
—He dicho que por mí bien y que si por favor va a ser pronto.
—Oh, Jamie —Greer cruzó la estancia rápidamente, se agachó delante del niño
y lo abrazó—. Claro que va a salir todo muy bien, y te prometo que nos casaremos
enseguida que lo tengamos todo arreglado.
Jamie le echó los brazos al cuello, se quedó así y no dijo nada más, pero no
necesitaba hacerlo. Greer sintió que unas lágrimas asomaban a sus ojos a
consecuencia de la intensa reacción del pequeño, y entonces supo que su relación iba
a ser maravillosa.
—¿Te apetece un poco de limonada, Jamie? —preguntó Jem.
—Sí, gracias —respondió Jamie con voz ligeramente temblorosa.
Mientras el niño se apartaba y se acercaba a la mesa, Greer se puso de pie y se
encontró de cara a Colby. Parpadeó rápidamente, pero él continuó mirándola como
si algo en ella lo hubiera sorprendido. ¿Quizás sus lágrimas?
Greer se dio cuenta de que aún no se habían saludado.
—Buenos días —murmuró ella.
—Buenos días para ti también.
Después de que Colby se tomara un café y Jamie un vaso de limonada, Colby y
su hijo se despidieron.
—Ayer le prometí a Chris que hoy iríamos a pescar en el Sprite —dijo Colby
mirando a Greer—. Me encantaría invitarte a ti también, pero como les dije a las
chicas que íbamos a ir sólo los hombres…
Colby se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban cálidamente.
—No te preocupes, Greer me había prometido llevarme a la iglesia hoy —dijo
Jem.
Lo que era cierto.
Y cuando regresaron, era casi mediodía. Después de cambiarse de ropa y
ponerse más cómodas, se sentaron a almorzar un guiso de pollo que Greer había
preparado antes de ir a la iglesia.
—Mmmm, huele de maravilla —declaró Jem—. Gracias a Dios que me siento
mejor hoy. Podría comerme un caballo.
—Es una comida ligera, abuela, mucho mejor que un caballo —dijo Greer
mientras servía la comida en los platos.
Cuando terminaron de almorzar, Greer lavó los platos y, por la ventana de la
cocina, vio un pequeño barco a lo lejos. A pesar de la distancia, reconoció al Sprite.
Dejó el estropajo, se dio media vuelta y miró a su abuela, que estaba guardando
los platos en el armario.

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—Abuela, ¿es verdad eso de que te encuentras mejor?


—Me encuentro más fresca que una lechuga, querida.
—Entonces, ¿no te importaría que me marchara a casa ya? Han pasado tantas
cosas este fin de semana que… no sé, me gustaría estar sola un tiempo para pensar.
—No, claro que no me importa, pero… ¿y Colby?
Greer se encogió de hombros.
—Tiene mi número de teléfono. Si necesita hablar conmigo, puede llamarme.
—¿Vas a volver el fin de semana que viene?
—No estoy segura, depende de cómo vayan las cosas y de lo que tengamos que
hacer. Hay que solucionar lo de la iglesia, el banquete, las flores…
—¿Vas a llevar el vestido de novia de Lorna?
—Sí, sí. Es posible que haya que modernizar un poco el tocado de cabeza de
mamá, pero no será muy difícil; además, me lo pueden hacer en el taller. A Gina ese
tipo de cosas se le dan de maravilla.
—¿Y en qué puedo ayudar yo? Dios mío, si no hubiera vendido la casa de la
ciudad, podríamos celebrar allí la boca… ¡Qué pena! Mi jardín era una maravilla en
julio.
—De todos modos será una boda preciosa, abuela. Y si se me ocurre algo que
puedas hacer tú, te llamaré por teléfono para decírtelo.
—Va a ser difícil prepararlo todo en tan poco tiempo —comentó Jem en tono
preocupado.
—No te preocupes, abuela; por mi negocio, tengo muchos contactos de los que
puedo echar mano en caso de necesidad. Y hay alguna gente que me debe favores.
—Pero Colby ha dicho que a ver si podíamos tenerlo todo listo para que os
caséis dentro de tres semanas. ¡Eso no es nada de tiempo!
—Será suficiente, te lo prometo.

Y lo fue, pero casi de milagro y gracias a Colby.


El jueves siguiente Colby se presentó en la oficina de Greer sin avisar.
—¿Dónde está Jamie? —preguntó ella mientras trataba de recuperar la
respiración—. ¿No ha venido contigo?
—Está en el lago con Alice Kerr.
—Oh. No sabía que la niñera iba a empezar a trabajar tan pronto.
—Fue al lago el lunes y ya se siente como en casa.
—Estupendo —Colby estaba tan cerca… quería rodearle el cuello con los
brazos, apoyar la cabeza en su pecho. Sin embargo, se acercó a Cindy, el maniquí, y

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comenzó a colocarle una pieza de seda alrededor de los pechos—. Oye, gracias por
pasarte por aquí, pero ahora tengo mucho trabajo. Es la primera vez que voy a
preparar una boda, así que no me había dado cuenta de que todo estaría reservado.
La iglesia no puede celebrar la boda hasta octubre; en cuanto al banquete, los mejores
sitios están…
—Sí, suponía que tendrías ese problema, para eso precisamente he venido.
Greer, no he venido sólo a hacerte una visita —Colby le tocó el hombro, obligándola
a darse la vuelta—. Llevo un par de días viendo casas y he encontrado una que me
parece perfecta para nosotros. Quiero que la veas.
—¿Tiene que ser ahora? En este momento no tengo tiempo para ir a ver casas.
Además, estaré de acuerdo con lo que tú elijas.
—Greer, no te pongas nerviosa.
—¡No estoy nerviosa! —la voz de Greer tembló.
—Sí, lo estás —dijo él con voz suave—. Escucha, no tardaremos; además, quiero
irme a vivir allí lo antes posible. Cuando veas la casa, creo que comprenderás por
qué corre tanta prisa. Lo único que te pido es un par de horas, nada más.
Greer jamás había podido resistirse a esa sonrisa y lanzó un suspiro de
resignación.
—Está bien, pero sólo un par de horas.

La casa estaba en Rosedale, una de las zonas más bonitas de Toronto. La


mansión de dos pisos era antigua, con muros de ladrillo rosa, ventanas y puertas
pintadas de color crema y un jardín delantero lleno de rosales. Greer se enamoró de
la casa nada más verla.
—¿Han oído hablar de Marcia Langdon? —preguntó la de la agencia
inmobiliaria mientras abría la puerta.
—¿La decoradora? —Greer entró en el vestíbulo, el mobiliario era moderno, un
estilo que a ella le gustó mucho.
Greer frunció el ceño mientras miraba a su alrededor.
—No sé por qué, pero todo esto me resulta conocido.
—La casa ha salido en la revista Best Homes del mes pasado, ¿no lo habrá visto
ahí?
—Sí, claro, eso es.
Greer sintió la palma de la mano de Colby en la espalda y tuvo que hacer un
enorme esfuerzo para no echarse atrás y apoyar la cabeza en su hombro.
—Marcia compró esta casa en el otoño —dijo la mujer—, y la decoró con la
intención de venirse a vivir aquí, pero después decidió venderla. La propiedad se
acaba de poner en venta, pero ya hay mucha gente interesada en ella.

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Vieron el piso bajo y el sótano, completamente amueblado, antes de subir al


piso superior. La de la agencia dejó el dormitorio principal para lo último y, cuando
Colby y Greer empezaron a examinarlo, dijo:
—Los esperaré en el estudio, abajo, la segunda habitación a la izquierda al
finalizar las escaleras. Tómense el tiempo que necesiten, y no olviden que todo el
mobiliario está incluido, si es que lo quieren. Cuando estén listos, les enseñaré los
jardines.
Después de marcharse, Colby y Greer se quedaron en silencio. Greer se aclaró la
garganta y se acercó a la ventana, desde la que se veía un jardín posterior inmenso,
con una piscina, árboles frutales y un césped maravillosamente cuidado.
—Es preciosa —dijo Greer en un susurro.
Colby se le acercó y le puso las manos en las caderas.
—Mira ahí, donde los rosales, me ha parecido el lugar perfecto para la
ceremonia. Y ahí, en el césped al oeste de la piscina, podemos dar el banquete. Y por
supuesto, pondremos una marquesina para el baile…
Durante un momento, Greer no se dio cuenta de lo que Colby estaba diciendo.
Cuando lo hizo, se sintió casi mareada.
Se dio media vuelta y, al hacerlo, Colby dejó caer los brazos; después, se metió
las manos en los bolsillos del pantalón.
—¿Quieres decir… que podríamos casarnos aquí? —preguntó ella.
—Será perfecto, ¿no te parece?
—Oh —como en un sueño, Greer se dio de nuevo media vuelta y volvió a
contemplar el jardín.
Pero la realidad la golpeó. Nunca sería perfecto porque Colby no la amaba, y
los ojos se le llenaron de lágrimas. Al momento, sintió los brazos de Colby
rodeándole la cintura.
—¿Te gusta? —preguntó él apoyando la barbilla en la cabeza de Greer.
Sí, claro que le gustaba. Le gustaba estar en sus brazos, le gustaba apoyarse
contra su pecho…
—Sí, me gusta. Pero la necesitamos tan pronto… ¿has preguntado si la compra
podría efectuarse rápidamente?
—Sí, y no hay problema —le apretó la cintura con más fuerza—. Estoy
deseando que sea de mi propiedad.
Greer sabía que no se había referido a la casa. Una vez que estuvieran casados,
querría poseerla, y ella tendría que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para
negarse a él. Tendría que convencerlo de alguna manera de que jamás le dejaría
hacerle el amor.
—Es una casa preciosa, Colby —consiguió decir ella con voz tranquila—. Si es
lo que tú quieres, a mí me parece muy bien. ¿Quieres que bajemos ya para ver los
jardines?

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Por fin llegó el día de la boda. A las cinco y media de la tarde, una limusina de
color blanco se detuvo delante de la puerta de la mansión Rosedale y salieron sus
pasajeros. Durante un momento, Greer se quedó de pie, muy quieta, con un ramo de
rosas color melocotón en la mano mientras Gillian, su dama de honor, le ajustaba la
falda de organdí y satín del vestido de novia. El tiempo era perfecto, el cielo estaba
azul con una o dos nubes cruzándolo perezosamente, y la brisa era tan suave que no
movió el cabello de Greer, que caía en una melena de elegante sencillez hasta sus
bronceados hombros.
—Este vestido es un sueño —dijo Gillian—. Me encanta que el encaje del cuello
se repita en los bajos. Tu madre tenía un gusto excelente.
Gillian se enderezó y añadió:
—Y ahora, deja que te arregle el velo.
—Necesito hacer pipí.
Con manos diestras, Gillian le arregló el velo.
—No, no necesitas hacer un pipí. Has ido al baño antes de salir de casa, así que
son sólo los nervios. Vamos, respira hondo y piensa en otra cosa.
El viento llevó los acordes de un órgano desde el jardín posterior de la casa y
Greer levantó la cabeza al cielo, el sol le dio en los ojos, cegándola
momentáneamente.
Pero unos minutos más tarde, aún se sintió más cegada cuando salió al jardín
posterior y vio una gloriosa cascada de rosas amarillas, melocotón y crema… y a
Colby.
Con esmoquin estaba más guapo que nunca y, el oscurecimiento de sus ojos al
verla indicó que a él también le gustaba lo que estaba mirando.
El pulso se le aceleró y Greer casi se tropezó.
«Vamos, contrólate. ¡Y no te acerques demasiado a él!»
Cuando llegó hasta Colby, hizo justamente eso, pero con los ojos fijos en el
sacerdote. Colby se le acercó y pegó su brazo al suyo. A ella le tembló el corazón.
Amaba a ese hombre y siempre lo amaría.
Y era un amor que sólo podía crecer con el tiempo.
Fuera lo que fuese lo que el futuro les deparase, Greer decidió que ese día fuera
algo especial en su vida. Se olvidaría de los malentendidos que se interponían entre
ambos, y se permitiría soñar que Colby estaba locamente enamorado de ella.
Un sueño, desde luego, pero no tenía nada más.

Cuando Colby la besó al acabar la ceremonia, le sorprendió tanto la pasión que


sintió en él que el corazón le dio un vuelco de temor. Un beso no conseguiría
satisfacer a ese hombre. Su sueño comenzó a derrumbarse. ¿Cómo se le había

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ocurrido pensar que podía imaginar que todo era maravilloso cuando esa misma
noche ella y Colby iban a acabar teniendo una horrible pelea? Y los dos saldrían
perdiendo.
Durante las horas siguientes, Greer se puso en el semblante una sonrisa
artificial y fingió estar pasando una tarde maravillosa, aunque por dentro lo único
que sentía era dolor. Y cuando la música empezó a sonar, se dio cuenta, a juzgar por
la proximidad con que Colby bailaba con ella, de que estaba impaciente por que se
quedaran a solas.
Al dar las nueve, la paciencia se le agotó.
Colby le rodeó la cintura con un brazo y la sacó de la pista de baile.
—Venga, vámonos de aquí.
—¿Quieres… que nos vayamos ya?
Colby le pasó una mano por el brazo con gesto posesivo y después la agarró de
la muñeca.
—Sí, ya es hora —respondió él con voz ronca.
—Está bien —con las mejillas encendidas, Greer miró a su alrededor—. ¿Dónde
estará Gillian? Me ha prometido acompañarme arriba para ayudarme a quitarme el
vestido y a guardarlo.
Colby extendió una mano y acarició el encaje del cuello del vestido.
—¿Es el vestido de tu madre?
—Sí —respondió ella en un susurro apenas audible.
—Se habría sentido muy orgullosa de ti hoy. Eres una novia encantadora.
A su alrededor, la gente charlaba y reía, pero a Greer le pareció que estaban en
otro mundo.
—Gracias —le dijo a Colby.
—Greer —la voz de Gillian la devolvió a la realidad—. ¿Has dicho que estás
lista para marcharte?
Colby le puso la mano en el cuello un momento; después, bajó el brazo.
—Sí, queremos irnos ya.

Greer se vistió con un elegante traje de lino, adornado con unos pendientes y
una pulsera de oro que hacían juego con el anillo que Colby y ella habían elegido
juntos en Birks, a pesar de sus protestas.
—Bueno, ya está —anunció Gillian—. Ya hemos guardado el vestido de tu
madre para la posteridad. Y ahora, si no te importa dejar de mirarte ese anillo tan
maravilloso que tu marido te ha regalado, puedes ir a buscar a tu igualmente
maravilloso esposo.

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—Es guapísimo, ¿verdad?


—Es único, pero tú también lo eres. Y la boda ha sido preciosa, aunque no
consigo explicarme cómo habéis conseguido organizarla en tan poco tiempo. Y tu
abuela estaba encantadora con ese sombrero morado. En fin, espero conservarme tan
bien como ella cuando llegue a su edad. ¿Te he dicho ya que me encanta tu casa?
¡Has tenido una suerte loca de que la dueña la vendiera con muebles!
—Colby me ha dicho que si quiero cambiarla que lo haga, pero a mí me gusta
como está.
Las dos amigas salieron del dormitorio y bajaron los escalones de roble de la
escalera circular. Pero cuando llegaron abajo, Lisa apareció y, al verlas, se detuvo
bruscamente.
—¡Vaya, por fin te encuentro, Gillian! Harry te ha estado buscando por todas
partes, tenía miedo de que te hubieras marchado.
—¿Harry? —Gillian pareció no comprender.
—El padrino, el amigo de Colby.
—Ah, ya. Pero a mí me han dicho que se llama Henry, no Harry.
—Se llama Henry, pero todo el mundo le llama Harry.
—¿Y Harry me está buscando? —los ojos de Gillian brillaron—. ¡Ese hombre es
un sueño! Gracias, Lisa…
Sus largas piernas la alejaron de allí rápidamente, y Greer se quedó con Lisa.
Las dos se echaron a reír; entonces, Lisa dijo:
—Greer, qué traje tan bonito. ¿Os vais ya Colby y tú?
—Sí. Ahora iba a buscarlo. Me he entretenido más de lo que esperaba, lo más
seguro es que esté ahí fuera con Jem.
Las dos empezaron a recorrer el pasillo, pero no habían llegado muy lejos
cuando Lisa, poniéndole una mano en el brazo, la detuvo.
—Cielo —dijo Lisa con expresión seria—, me alegro de tener esta oportunidad
de hablar contigo a solas. Quería decirte lo mucho que Brad y yo nos alegramos de
que tú y Colby hayáis aclarado las cosas por fin. Has hecho lo que tenías que hacer al
contarle lo que pasó realmente esa noche hace ocho años…
—Lisa —dijo Greer en tono tenso—, Colby sigue sin saber la verdad.
Durante un momento, la mirada de Lisa pareció perdida; después, agrandó los
ojos con expresión de incredulidad.
—¿Quieres decir que… que no se lo has dicho, que Colby no sabe que fue
Eleanor quien se acostó con Brad aquella noche? ¿Quieres decir que Colby sigue
pensando que…?
Algo a espaldas de Greer hizo que Lisa se interrumpiese en mitad de la frase; al
momento, empalideció. Greer frunció el ceño, pero al empezar a darse la vuelta, Lisa
susurró:

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—Colby…
Greer se quedó helada.
—Oh, Dios mío, Colby, no sabía que estabas aquí… —susurró Lisa llevándose
una mano a la garganta.
¿Cuánto tiempo llevaba allí Colby? ¿Qué era lo que había oído? Debía haber
estado en el estudio, ya que la puerta sólo se encontraba a dos pasos de donde
estaban ellas.
Aterrorizada, Greer se obligó a darse la vuelta.
—Colby… Oh, Dios mío, Colby… —gimió Greer apoyándose en la pared.
Quería mirar a otro lado, pero no podía. El rostro de Colby había perdido el
color y sus ojos habían oscurecido. Pero él no la estaba mirando a ella, sino a Lisa.
—¿Estás diciendo… estás diciendo que no fue Greer, sino Eleanor, quien…
estuvo con tu marido aquella noche?
Lisa miró a Greer, vio angustia y también un ruego en su expresión. Sin decir
nada, Lisa le estaba diciendo a Greer con la mirada que comprendiese lo que iba a
hacer. Y cuando Greer recibió el silencioso mensaje, se sintió como si Lisa la hubiera
abofeteado.
«No, Lisa, por favor», rogó Greer en silencio.
Lisa cerró los ojos un momento, respiró profundamente y después, abriéndolos,
los clavó en Colby.
—Sí, fue Eleanor —respondió Lisa con un gesto de cansancio—. Brad había ido
a dar un paseo por la playa y ella lo siguió, y prácticamente se le echó encima.
Accidentalmente, Greer había ido también a dar un paseo porque no podía dormir y
se los encontró.
Colby se pasó la mano por los ojos. Después, con una agonizante lentitud, miró
a Greer. La miró como si fuera una desconocida.
—¿Por qué? —preguntó él con dolor—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No me lo preguntaste —Greer no pudo contener las lágrimas.
En voz baja y de disculpa, Lisa dijo:
—Greer, cielo, lo siento. Sé que no querías que Colby se enterase, que querías
evitar que sufriera, pero…
—No te preocupes, Lisa, no es culpa tuya. Tú no tienes la culpa de nada.
Lisa lanzó un suspiro.
—En ese caso, creo que me voy ya.
Lisa se dio media vuelta y se alejó.
Greer estaba destrozada, pero eso no era nada comparado con lo que Colby
debía estar sintiendo. Ahora sabía que Eleanor lo había traicionado, y lo último que
le apetecería en el mundo era irse de luna de miel.

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—Colby, no te preocupes, no tenemos por qué marcharnos.


Él se la quedó mirando como si no la viera, y fue entonces cuando Greer se dio
cuenta de que se había quitado el esmoquin y que llevaba una camisa blanca con el
cuello desabrochado y unos pantalones de algodón.
—¿Qué? ¿Qué has dicho?
—Sé lo mucho que querías a Eleanor y también sé cómo debes sentirte. Lo más
seguro es que quieras estar solo…
—¿Que sabes cómo debo sentirme? Greer, no podrías estar más equivocada.
Bruscamente, Colby la agarró del brazo y comenzó a tirar de ella a lo largo del
pasillo.
—Vamos, salgamos de aquí. El camino hasta el lago es largo.

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Capítulo 11
Colby apagó el motor del coche, se metió las llaves en el bolsillo de la camisa y
se recostó en el respaldo del asiento.
Greer seguía dormida.
La luz de la luna iluminaba sus cabellos y acentuaba la dulce curva de sus
labios. Era un verdadero ángel, pensó Colby con dolor.
Tenía un aspecto tranquilo e inocente. Y era inocente. Colby ahogó un gruñido
de angustia, un gruñido lleno de arrepentimiento y culpa. ¿Cómo podía haber sido
tan estúpido? ¿Cómo podía haber estado tan ciego? ¿Cómo podía haber…?
Greer se movió, parpadeó y lo sorprendió contemplándola.
Ella se lo quedó mirando unos segundos; después, murmuró con voz
adormilada:
—¿Ya hemos llegado?
—Sí. ¿Aún estás cansada?
—No, ya estoy mejor —respondió Greer mientras se desabrochaba el cinturón
de seguridad—. ¿Había mucho tráfico en la carretera?
—No, bastante poco.
—¿Qué hora es?
—Algo más de las doce.
—Oh, creí que sería más tarde…
Hablaban como si fueran dos desconocidos, pensó Colby. Y eso eran
exactamente. En el pasado, habían sido amigos, pero él había destruido esa amistad.
¿Irremediablemente?
Le abrió la puerta y Greer salió. Se quedó de pie, con la espalda muy recta,
delgada y elegante… y muy tensa. Colby abrió el maletero del coche y sacó la bolsa
de viaje de ella y la suya.
—No has traído mucho —comentó él al cerrar el maletero—. Imaginé que
llenarías el maletero de trajes de diseño.
—Si hubiéramos ido a París, lo habría hecho —una leve sonrisa suavizó la voz
de Greer y echaron a andar hacia la casa—. Pero como los dos queríamos venir al
lago, lo único que he metido en la bolsa son pantalones cortos y bikinis.
—Y ahora que estamos aquí, no te arrepientes, ¿verdad? —Colby dejó las bolsas
en el suelo, abrió la puerta de rejilla y se hizo a un lado para dejarla pasar—.
Podríamos haber ido a París, a Nueva York, a San Francisco, a Hawaii, al Caribe…
—No, éste es mi lugar favorito.
—Y lo tenemos todo para nosotros.

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—Bueno, ya sé que Alice y Jamie van a pasar la semana en Toronto con Jem;
pero Lisa, Brad y los niños…
—Después del banquete, se iban a ir a Florida todos para visitar a los padres de
Brad.
La vio vacilar delante de la puerta antes de entrar. ¿Había esperado que cruzara
el umbral con ella en brazos? Greer era una romántica y a él le dolió desilusionarla…
Pero esa desilusión sólo iba a ser momentánea, se dijo a sí mismo pensando en
la sorpresa que llevaba tres semanas preparándole, antes de descubrir la verdad. Y
rezó porque eso le demostrara a Greer que, desde el principio, había querido que ese
matrimonio fuera real.
Ahora, lo único que le quedaba por descubrir era si Greer podría perdonarle.
Y se lo iba a preguntar esa misma noche.

Greer salió de la ducha del cuarto de baño de la habitación principal, se quitó el


gorro de plástico, se sacudió el cabello y se puso el camisón blanco que le llegaba a
los tobillos.
Durante las tres últimas semanas la había atormentado la posibilidad de no
poder resistirse sexualmente a Colby, pero ahora ya no había necesidad de mantener
su virginidad en secreto. Sin embargo, a juzgar por la angustia que había visto en los
ojos de él al enterarse de que Eleanor le había sido infiel, estaba segura de que a
Colby no se le pasaría por la cabeza hacer el amor… ni a ella ni a nadie.
—¿Greer? —Colby dio un suave golpe en la puerta—. ¿Has terminado?
—Sí, ahora mismo salgo.
Después de respirar profundamente, abrió la puerta para ir a reunirse con su
marido.
Con sorpresa, vio que él se había puesto unos pantalones cortos e iba descalzo,
como ella. Su mirada inescrutable.
—Hace una noche preciosa —dijo él—. ¿Te apetece ir a dar un paseo?
Greer sintió una gran desilusión. Colby era consciente de que se había portado
mal con ella; sin embargo, no estaba haciendo ningún esfuerzo por disculparse. ¿Iba
a comportarse como si nada hubiera ocurrido? ¿O estaba demasiado disgustado para
hablar de ello? En cualquier caso, iba a ser un desastre.
Caminaron juntos hasta la playa. Cuando llegaron a la orilla del lago, Colby
dijo:
—Greer…
Ella se volvió. Colby estaba a un metro de distancia, con los brazos caídos.
Greer esperó.
—Greer, tenemos que hablar de Eleanor.

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Por fin. La tensión se le aferró al corazón.


—Sí, lo sé.
—Greer…
—Colby —le interrumpió ella inmediatamente—, siento mucho que te hayas
enterado de lo que pasó aquella noche. Yo no quería que lo supieras, no quería que
sufrieras… Y a pesar de lo que has dicho antes, sí sé cómo debes sentirte…
—Porque crees que cuando Eleanor murió estaba tan enamorado de ella como
cuando me casé.
Colby dijo eso en un tono tan frío que, durante un momento, Greer no
comprendió las implicaciones de esas palabras. Se lo quedó mirando y, por fin,
preguntó:
—¿Quieres decir que… no lo estabas?
—Mi matrimonio con tu prima se vino abajo hace exactamente tres años,
cuando descubrí que había tenido varias aventuras amorosas durante nuestra vida
de casados y que…
Greer emitió un gemido.
—Y que habían durado bastante tiempo. No tiene importancia cómo lo
descubrí, digamos que mis sentimientos por ella murieron. Le dije a Eleanor que iba
a pedir el divorcio, pero ella no quería el divorcio; para Eleanor, ser la señora de
Colby Daken era de suma importancia, le daba cierto estatus social y le abría las
puertas de ciertos círculos en los que le gustaba moverse. Me rogó que le diera otra
oportunidad, pero yo me negué.
A Greer la cabeza le daba vueltas. ¿Que el matrimonio de Colby con Eleanor
había acabado hacía tres años? Pero…
—Me marché de la casa inmediatamente —Colby se encogió de hombros—. Ella
se desmayó aquella noche y la ingresaron en el hospital. Yo creí que se trataba de una
estratagema para hacerme cambiar de idea, pero no lo era. Los médicos le hicieron
una serie de pruebas y descubrieron que estaba enferma, muy enferma. Le dieron
tres meses de vida.
Greer fue asimilando las palabras de Colby poco a poco.
—Pero… vivió… más —dijo ella en un dulce susurro.
—Vivió dos años y medio más. A los médicos les pasó como a mí, los engañó su
aspecto frágil —Colby se pasó la mano por los ojos—. Por supuesto, no seguí con lo
del divorcio, habría sido algo monstruoso, dadas las circunstancias. Así que, cuando
Eleanor me pidió que no le contara a su madre de lo de sus infidelidades y que
fingiera que nuestro matrimonio iba bien durante el poco tiempo que le quedaba de
vida, yo acepté. La había amado y ahora le tenía compasión.
Colby suspiró antes de continuar.
—Pero también estaba furioso, furioso conmigo mismo por haber estado tan
ciego y no haberme dado cuenta de la clase de persona que era. Me volvía loco

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pensar que me hubiera engañado de esa manera, así que me refugié en el trabajo.
Cecilia tiene razón, me convertí en un adicto al trabajo, pero era la única solución que
se me ocurrió para no perder la cabeza.
Colby la miró fijamente y añadió:
—Cuando salió del hospital después de que la ingresaran por primera vez,
Eleanor se fue a vivir con Cecilia; cosa que, dadas las circunstancias, no extrañó a
nadie. Quería que Jamie estuviera con ella y, como yo sabía que el niño iba a perder
pronto a su madre, accedí. Fue un error que descubrí cuando volví a recuperar a mí
hijo: Cecilia había destruido su naturalidad y espíritu de aventura, y Eleanor lo había
vuelto contra mí.
—Oh, Dios mío, Colby… ¿por qué no me has contado todo esto antes?
—¿Orgullo? ¿Ego? Supongo que no quería que te enterases de que mi
matrimonio había resultado ser un estruendoso fracaso.
—Tu matrimonio fue un fracaso, pero tú no fracasaste —respondió Greer—. De
lo único que eres culpable es de haberte enamorado de la deslumbrante belleza de
Eleanor. Pero ya no está entre nosotros, Colby. Ya no tiene sentido seguir hablando
de ella.
Involuntariamente, Greer tembló.
Colby frunció el ceño.
—¿Tienes frío?
—No, no es eso. Es sólo que… estoy tan sorprendida.
—Ven, vamos a la caseta del barco, quiero enseñarte una cosa —dijo Colby
tomándole la mano.
—No has comprado otro barco, ¿verdad? ¡No se te habrá ocurrido vender el
Sprite!
—No, nada de eso. Jamás venderé el Sprite.
Pero si no era eso, ¿qué sorpresa podría ser?
Colby la llevó a unos peldaños a la entrada de la caseta.
—¡Esto es nuevo! —exclamó Greer sorprendida.
—Sí. Y no sabes lo que me he alegrado de que estas tres últimas semanas
estuvieras ocupada y no pudieras venir aquí; de haber venido, dudo que yo hubiera
podido mantener en secreto la sorpresa. Y era fundamental, ya que es el regalo de
boda que te he hecho.
—Pero Colby, yo no te he comprado un regalo…
Él le puso un dedo en la boca y sacudió la cabeza; después, se hizo a un lado y
esperó a que ella subiera las escaleras.
Mordiéndose los labios, Greer comenzó a subir la estrecha escalinata. Cuando
llegó arriba, se quedó esperándolo en la plataforma cuadrada. ¿Un regalo de boda?
¿Qué podía haber guardado ahí? El ático estaba sucio, lleno de telarañas…

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—Colby, nos vamos a ensuciar los pies y…


—Cierra los ojos —le ordenó él con voz suave.
Greer obedeció y contuvo la respiración cuando Colby la levantó en brazos.
¿Qué significaba eso? Sintió que los brazos de Colby se tensaban cuando hizo
una maniobra para abrir la puerta con ella en brazos.
El olor a pintura era inconfundible. Greer sintió los latidos del corazón de Colby
y oyó el movimiento del agua abajo, donde estaba el barco.
—Bueno, ya puedes abrir los ojos —dijo Colby con voz ronca mientras la bajaba
al suelo.
Greer miró a su alrededor con incredulidad. Colby se había acordado de lo
romántica que ella era, se había acordado de sus sueños de adolescente… y había
convertido esos sueños en realidad. Y había traspasado el umbral con ella en brazos.
—Oh, Colby… —la voz de Greer tembló—. Oh, Colby, te acordabas.
—¿Es así… como lo imaginabas?
Aquella plataforma o ático, ya no estaba llena de polvo y suciedad, y tampoco
estaba vacía. Las paredes y el techo eran blancos, y la ventana reluciente. El suelo
ahora era de madera de roble y había una alfombra náutica con un estampado azul,
rojo y blanco. La cama de bronce era antigua y la colcha de algodón blanco, y estaba
de cara a la ventana, tal y como ella había soñado a los catorce años, para que los
amantes pudieran ver las estrellas desde la cama.
—Es perfecto —dijo Greer en un susurro apenas audible.
Se acercó a una puerta, la abrió y descubrió un pequeño cuarto de baño de
gusto exquisito.
Se dio media vuelta y encontró a Colby a su lado.
—Es para ti, Greer, tu refugio. Un lugar donde puedas estar sola sin que nadie
te moleste. La casa va a estar muy concurrida ahora que tenemos a Alice, aunque
construiremos un par de habitaciones más y tengo intención de acondicionarla para
el frío. Sin embargo, eso llevará algún tiempo; así que, mientras tanto…
De todo lo que Colby estaba diciendo, Greer sólo asimiló una palabra.
Sola.
Colby había preparado aquel lugar para ella sola.
El corazón le dio un vuelco; después, sintió una terrible desilusión.
Se apartó de él y se acercó a la ventana; allí, se quedó contemplando el lago.
—Greer, ¿qué te pasa?
Colby se le había acercado.
—Yo… no me había dado cuenta de que querías que fuera… para mí sola. Creía
que…

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Colby le agarró los hombros y la obligó a volverse; después, le tomó las manos
en las suyas.
—¿Qué era lo que creías?
—Creía que… —Greer balbuceó antes de continuar apesadumbrada—. Creía
que… al ver lo que has hecho, creía que lo habías hecho para… los dos. Ya sé que la
noche que aceptaste mi proposición te dije que nuestro matrimonio sólo sería de cara
a la galería, y eso era lo que quería cuando lo dije. Pero ahora la situación ha
cambiado, ya no tengo secretos contigo.
«Ya no tengo que mantener en secreto mi virginidad». Pero no lo dijo porque
sabía que no hacía falta, Colby debía saber a qué se refería.
—Pero de todos modos, tú me dijiste que tendríamos una noche de bodas. Y
cuando estábamos bailando esta tarde, por la forma como me abrazabas y me
mirabas, pensé que… que me deseabas. Creía que querías que estuviéramos juntos.
Colby entrelazó los dedos con los de ella, sus ojos reflejaban la agonía por la
que estaba pasando.
—¿Es eso lo que quieres, que estemos juntos?
Los ojos de Greer se llenaron de lágrimas.
—Eso es lo que siempre he querido.
—¿Estás diciendo que… me amas?
—Te he amado toda la vida.
—¿Y me perdonas? —preguntó él con voz temblorosa.
Las lágrimas corrían ahora por las mejillas de Greer libremente.
—Perdonarte es la cosa más fácil del mundo para mí.
—Oh, Dios mío…
Colby la estrechó en sus brazos y ocultó el rostro en su cuello, sus labios
temblaban sobre la piel de Greer.
—Claro que quiero que estemos juntos y, por supuesto, soñaba con que esta
habitación fuera para los dos. Pero esta tarde, cuando Lisa me lo contó todo y me di
cuenta de lo equivocado que había estado contigo, me juré a mí mismo que te daría
exactamente lo que querías, un matrimonio sólo en apariencia. No te merezco, Greer,
no me merezco tu perdón. ¿Cómo puedes perdonarme después de la forma como te
he tratado?
—Eso ya ha pasado, Colby.
Colby levantó la cabeza y le cubrió el rostro con las manos.
—Sabía que había perdido algo maravilloso cuando nuestra amistad se vino
abajo, pero también sentí una gran pérdida. No conseguí darme cuenta de lo que era,
no podía comprender por qué el hecho de que estuvieras con otro hombre me había
vuelto loco de furia.

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Colby le acarició los cabellos.


—Cuando Eleanor y yo vinimos al lago aquel verano, yo era un hombre
enamorado de su esposa de un modo casi obsesivo. Y sin embargo, cuando viniste
hacia mí corriendo por la playa y me abrazaste, tan preciosa y tan inocente, sentí algo
que… que no tenía explicación. Lo único que pensé en ese momento fue que no
quería que cambiaras nunca. Ahora, me doy cuenta de que lo que sentía por ti era
amor, la mejor clase de amor; un amor que nace con la amistad y luego,
milagrosamente, se transforma en algo más, en mucho más. Y ahora, lo único que sé
es que estoy completamente enamorado de ti, más de lo que nunca he estado por
nadie.
Greer rebosaba felicidad.
—¿Es esto el paraíso, Colby? —susurró ella.
La sonrisa de Colby habría iluminado la noche si no hubiera habido luna.
—Sí, ángel mío, es el paraíso. Nuestro paraíso.
Los ojos de Greer brillaron por las lágrimas, y por el amor que había guardado
durante tanto tiempo y que ahora podía sacar a la superficie.
—¡He esperado mucho tiempo a que te hicieras una persona adulta, Colby
Daken!
La risa de él fue tan cálida que alumbró el corazón de Greer. Por fin, por fin…
—¿Y no te has cansado nunca de esperar?
—No, nunca —respondió ella sacudiendo la cabeza.
Él arqueó una ceja con expresión burlona.
—¿Y qué me dices de Nick Westmore y de Jared Comosellame, y de todos esos
amantes de fin de semana?
—Amigos, Colby, simplemente amigos. Todos. Oh, Colby —Greer sonrió feliz
mientras le rodeaba la cintura con los brazos—. Jamás ha habido nadie más que tú.
Mi amor de verano…
—Tu amor para siempre.
El deseo había tornado opacos los ojos de Colby. El corazón de Greer galopó
cuando él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama.
—Si hubiera sabido que íbamos a estar juntos esta noche, me habría puesto un
camisón de seda negra —susurró ella.
La mirada de Colby la abrasó.
—Cualquier mujer puede ponerse seda negra —murmuró él—. Antes has dicho
que no tenías un regalo de boda para mí, ¿no? ¿Es que no te das cuenta de que tu
inocencia es el regalo más precioso?
Los tirantes del camisón se le habían deslizado por el hombro. Colby le acarició
la piel y la tocó con ternura, aunque posesivamente.

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—¿Te acuerdas que te dije que, cuando te hiciera el amor, te quería tumbada en
la cama con el cabello cubriendo la almohada e iluminado por la luz de la luna?
—Sí.
Colby le acarició la cabeza.
—Qué hermosura —susurró él con voz ronca—. Más bonito de lo que había
imaginado.
—¿Imaginabas esto entonces?
Colby le besó el cabello.
—Muchas veces desde que nos volvimos a ver.
—¿Y qué más imaginaste? —preguntó ella con timidez.
—Imaginé esto —Colby le besó las cejas—. Y esto…
La besó en la punta de la nariz.
—Y esto…
Se apoderó de los labios de Greer con un beso mucho mejor de lo que ella
habría podido imaginar. Con un suspiro de satisfacción, Greer le rodeó el cuello con
los brazos y se sometió al urgente poder de su cuerpo. Y con tierno amor y exquisita
habilidad, él la llevó a un paraíso sensual donde se olvidaron de los secretos del
pasado.

Más tarde, cuando un rosado amanecer tiñó el cielo y Greer se estaba quedando
dormida en los brazos de Colby, recordó algo.
—Colby, ¿estás despierto? —susurró ella.
—No, no estoy despierto —respondió Colby adormilado.
Pero Greer le sacudió ligeramente.
—¿Qué hay de la tía Cecilia? ¿Le parece a tu abogado que con la boda todo se
solucionará?
Haciendo un esfuerzo, Colby se apoyó en un codo. A pesar de que tenía los ojos
medio cerrados, Greer vio que aún quedaban en ellos brasas de pasión. Pero vio algo
más además de pasión… ¿vergüenza?
—Colby, ¿qué pasa?
—Cecilia… ha retirado la demanda. Al parecer, fue sólo una reacción
momentánea a la nota que le mandé para comunicarle que me iba a quedar aquí.
Después de pensarlo, se dio cuenta de que lo último que quería en este mundo era la
responsabilidad de un niño.
Greer parpadeó.
—¿Desde cuándo lo sabes?

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Colby se encogió de hombros y no se atrevió a mirarla.


—Me enteré el día antes de la boda.
—¿El día antes de la boda? —de repente, Greer se sintió completamente
despierta—. ¿Y por qué no me lo dijiste?
En realidad, estaba más despierta que lo había estado nunca en sus veinticinco
años de vida. Se sentó en la cama y se quedó mirando a Colby.
—¡No teníamos por qué habernos casado! ¡Podrías haber cancelado la boda! ¿Te
pareció que era demasiado tarde?
—Nunca es demasiado tarde para cancelar una boda.
—Entonces, ¿por qué?
—Cariño, porque me dijiste que sólo te casabas conmigo por Jamie, y cabía la
posibilidad de que si te enterabas, no te hubieras querido casar conmigo —Colby la
estaba mirando ahora—. Y era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Además…
te había prometido que me acostaría contigo antes de que el verano acabase y soy un
hombre que cumple sus promesas.
Greer recorrió la mirada por ese rostro al que adoraba y de nuevo se maravilló
del milagro de estar con él.
—¡Me has engañado! —dijo ella tratando de regañarlo, pero sin poder ocultar lo
feliz que le hacía aquella confesión—. Así que me debes una, Colby Daken.
Colby esbozó una sonrisa sensual que hizo temblar a Greer de la cabeza a los
pies. Tiró de ella para tumbarla de nuevo y luego la abrazó.
—Así es —murmuró Colby—. Y como, a juzgar por la forma en que te estás
portando conmigo, querrás que te pague cuanto antes…
—Absolutamente, no me gusta que me deban nada —respondió ella sonriendo.
—Y yo estoy de acuerdo contigo. Al fin y al cabo, acumular deudas no es la
forma de empezar un matrimonio —dijo Colby riendo.
Y se apoderó de su boca con un beso que la abrasó entera.

Fin.

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