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Grace Green - Una Mujer Especial PDF
Grace Green - Una Mujer Especial PDF
Grace Green
Argumento:
Colby Daken necesitaba una niñera para su hijo y una amante para él.
¿Podía ser Greer justo el tipo de mujer especial que él estaba buscando?
Greer había estado enamorada de Colby casi toda su vida… y su corazón se
había roto cuando él se había casado con su prima… Pero ahora era libre
para casarse de nuevo… ¿Escogería Colby la mujer indicada esta segunda
vez?
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Capítulo 1
—¿Venderla? —Greer se dio media vuelta, apartándose del tablero de corcho
donde había clavado con un alfiler su último diseño de ropa interior, un elegante
picardías color cobalto, y se quedó mirando a su abuela con expresión incrédula—.
¿Que vas a vender la casa del lago Trillium porque yo no voy?
—Exacto.
—Pero abuela… esa casa lleva en nuestra familia generaciones y generaciones.
Apoyándose en el bastón, Jemima Westbury rodeó una mesa llena de rollos de
seda y cruzó el despacho hasta llegar al alto ventanal que daba a la avenida Spadina
de Toronto. El sol le iluminó el moño gris y las sombras dulcificaron las arrugas de
ese rostro de setenta años de firme boca y ojos azules.
—Cierto, pero tú ya no vas nunca allí, ¿no es verdad? —la anciana encogió los
hombros—. Y a mí ya no me gusta estar ahí sola.
Greer frunció el ceño.
—Abuela, no me hace ilusión que unos desconocidos ocupen nuestra casa de
campo. Ya sé que hace un par de años que no me paso por allí, pero…
Jem dio un golpe con el bastón en el suelo.
—Ocho años, no un par. No has ido en ocho años, desde lo que pasó con
Bradley Pierson…
—Desde que Colby y Eleanor volvieron de Australia para asistir al funeral del
padre de él —interrumpió Greer—. Entonces yo tenía diecisiete años.
Las mejillas de Greer enrojecieron. Con el fin de tomarse tiempo para recuperar
la compostura, se acercó a su mesa de despacho y apretó el botón que apagaba los
altavoces de la música. Cuando volvió encarar a Jem, estaba más tranquila y forzó
una sonrisa.
—Tienes razón, no he estado allí desde hace ocho años.
Brevemente, se preguntó hasta qué punto su abuela había supuesto lo que
realmente pasó aquel verano. No todo, desde luego, pero sí parte. Al fin y al cabo,
fue su abuela quien la encontró en la playa llorando después de que Colby se
marchara.
—Lo que me gustaría es que las dos fuéramos esta semana —le dijo su abuela—
. Una vez allí podrás tomar una decisión. Si no quieres conservar la casa de campo,
podremos empezar a embalar las cosas y a prepararla para ponerla en venta.
—Me parece que no voy a poder salir de aquí —Greer bajó la mirada—. Desde
mi portada de Vogue, este lugar es una locura…
—En ese caso, contrataré a una agencia inmobiliaria para que se encargue del
asunto. Me parece que éste es un buen momento para vender, ¿no lo crees? Es la
mejor época en ese sitio. Ben siempre decía que el mes que más le gustaba estar en el
lago era junio.
Jem no pudo continuar, sacudió la cabeza y comenzó a dirigirse hacia la puerta.
Greer no había conocido a su abuelo, murió antes de que ella naciese, pero sabía
que, tras su muerte, Jem vendió la casa grande de Toronto y se fue a vivir a un
apartamento. Había conservado la casa de campo del lago porque, según le había
dicho a Greer, era el único lugar donde aún podía sentir la presencia de Ben y, por
eso, era un sitio muy especial para ella.
Greer tomó aliento, ignoró las campanillas de alarma que le sonaron en la
cabeza, y se apresuró hacia la frágil figura de su abuela antes de que alcanzara la
puerta. Allí, tomó la mano de su abuela y dijo con voz queda:
—Está bien, Jem, cariño, iré contigo. Pero no puedo salir de aquí hasta el
viernes, el viernes por la tarde.
—Gracias, Greer —la voz de Jem tembló de placer—. No sabes cuánto te lo
agradezco. Ya verás cómo lo vamos a pasar de maravilla, como en los viejos tiempos.
No, pensó Greer mientras acompañaba a su abuela al ascensor, nunca sería
como en los viejos tiempos porque Eleanor y Brad Pierson se habían asegurado de
que no fuera así.
Debería haberle contado la verdad a su abuela, debería haberle explicado que,
aunque adoraba ese lugar, ya no soportaba ir. Estaba lleno de recuerdos, recuerdos
de Colby, recuerdos que le partían el corazón.
Pero se había comprometido a ir con su abuela.
Y no veía forma de escapar al compromiso.
recomendado ese viaje a Canadá, después de que Colby le confesase que Jamie no
daba muestras de aceptar la pérdida de su madre, Eleanor, a pesar de haber pasado
ya seis meses.
—Creo que tu hijo se siente perdido —dijo el doctor Franks—. Necesita
reafirmar sus raíces, recuperar el sentido de la continuidad. ¿No podrías tomarte
unas vacaciones y llevarlo a Canadá, enseñarle dónde te has criado tú? ¿Por qué no
pasáis una temporada en la casa de campo de Ontario? Me dijiste que aún la
conservabas, ¿verdad?
Sí, aún conservaba la casa de campo, pero no le explicó al médico que el único
motivo por el que no la había vendido ocho años atrás, cuando fue a Ontario al
funeral de su padre, fue cuando Eleanor le anunció en el lago que estaba
embarazada; y él, entusiasmado y poco práctico, decidió conservar la casa por si el
hijo que esperaba algún día la quería.
Quién habría pensado entonces, reflexionó Colby con amargura, que Eleanor
moriría antes de cumplir los treinta y un años y que él iba a ir allí solo con su hijo en
un intento por salvar la distancia que los separaba.
Los faros del coche iluminaron tres señales de madera clavadas a un poste a la
entrada de un estrecho camino. En cada señal de madera había un nombre:
Daken. Westbury. Pierson.
Sintió una punzada de dolor en el corazón.
Al entrar con el Jeep en el camino, frunció el ceño y se movió en su asiento.
Había decidido hacer ese viaje por Jamie, sin pensar en lo que los recuerdos del
pasado lo afectarían a él. Ahora, esos recuerdos tomaron forma.
La forma de Greer.
Colby se frotó los ojos con una mano. A pesar de los años que habían
transcurrido aún la podía ver claramente, como si estuviera avanzando hacia él por
el camino.
Siempre había tenido debilidad por esa chica. Pero aquel verano, el verano que
cumplió los diecisiete años…
Ella llevaba en el lago Trillium con su abuela una semana cuando él y Eleanor
llegaron; y cuando Colby la vio por primera vez en tres años, sintió un nudo en la
garganta. Greer ya tenía la piel morena y el contraste con el bikini blanco era de
quitar la respiración; los pechos altos, casi demasiado exuberantes para su delgado
cuerpo.
Se había convertido en una belleza.
Pero a pesar de su nueva madurez, sus ojos verdes brillaban como esmeraldas
cuando lo vieron, dio un grito y corrió hacia él para abrazarlo con el mismo
entusiasmo con el que lo hacía de pequeña.
Era realmente hermosa y, por aquel entonces, Colby creyó que dulcemente
inocente.
Por eso precisamente le dolió tanto cuando, tres noches después, la encontró
con Brad Pierson… la encontró haciendo el amor con el abogado a orillas del lago…
la oyó gemir y gritar su éxtasis en el momento álgido de pasión.
Mientras tanto, la esposa de Brad, Lisa, estaba en Toronto, en el hospital,
esperando a dar a luz a su tercer hijo.
Colby respiró profundamente cuando el recuerdo le hirió el corazón.
Algo murió en él aquella noche. No sabía qué, lo único que sabía era que había
una parte de sí mismo que jamás volvería a encontrar. Qué furioso se puso con Greer
por haber engañado a Lisa, una verdadera y antigua amiga; a la tarde siguiente,
cuando consiguió encontrarse a solas con Greer, dio rienda suelta al desdén que
sentía por ella y le dijo cosas que jamás había dicho a una mujer.
Greer le había desilusionado por completo; sin embargo, había algo más detrás
de su furia y su desprecio, algo que no había salido a la superficie de su conciencia,
algo…
Los faros del coche iluminaron las aguas del lago y Colby hizo un esfuerzo por
volver al presente. Levantó el pie del acelerador y bajó la cuesta, de costado, hacia la
playa, frenando con cuidado al doblar la curva para llevar el vehículo al
aparcamiento.
Sólo había tres casas de campo en esa parte del lago, y la suya era la más
próxima al camino. Más allá, detrás de una alta y espesa valla de arizónicas, estaba la
casa de Westbury; y detrás de ésa, separada por una línea de árboles y arbustos, la de
Pierson.
El lugar estaba desierto. No había luces ni música ni risas… como en otros
tiempos, cuando…
Recuerdos. Recuerdos.
Se desabrochó el cinturón de seguridad, desabrochó el de Jamie, que se había
quedado dormido, salió del Jeep, abrió la puerta del asiento de su hijo y lo levantó en
sus brazos.
—¿Qué… qué…? —murmuró Jamie con la cabeza pegada al pecho de su
padre—. ¿Mamá…?
—Tranquilo, hijo —Colby estrechó el diminuto cuerpo en sus brazos—. Por fin
hemos llegado.
Colby se metió la mano en el bolsillo del pantalón para sacar la llave y rezó en
silencio porque aquel pequeño rincón del mundo consiguiera hacer por Jamie lo que
él solo no había podido lograr.
Era sábado por la mañana y paseaba descalza por la fina arena de la orilla del
lago. Iba a ser un día muy caluroso, el cielo estaba completamente despejado y el sol
ya calentaba.
Se sentía más relajada de lo que había podido imaginar que se sentiría en aquel
lugar, y también sabía por qué.
Era porque Colby Daken no estaba allí.
A pesar de haberse repetido a sí misma cientos de veces durante el viaje en
coche que Colby estaba en Australia y que la probabilidad de encontrárselo allí era
prácticamente nula, se había sentido sumamente tensa. Al llegar al final del camino,
había lanzado una aprensiva mirada en dirección a la casa de Daken, y sintió un gran
alivio al ver que estaba herméticamente cerrada. Después de una frugal cena,
salieron a tomar café afuera.
—He sido una tonta por no haber venido antes —admitió Greer con una
sonrisa—. Este es el sitio más tranquilo del mundo.
—Tenías miedo de enfrentarte al pasado —le contestó su abuela directamente—
. Pero todos tenemos nuestros recuerdos, querida, y de los malos hay que deshacerse
como nos deshacemos de las malas hierbas.
Sus miradas se encontraron y Greer vio tanta comprensión y compasión en los
ojos de su abuela que sintió un profundo amor por ella. Se levantó de su asiento y se
acercó a la barandilla del pórtico para que no le viera las lágrimas.
—Entonces… ¿crees que querrás que conservemos la casa? —le preguntó Jem
en voz queda.
Greer no respondió inmediatamente; después, al cabo de un minuto, dijo casi
en un susurro:
—Déjame pensarlo, abuela.
Se dio media vuelta y miró a su abuela a los ojos.
—Voy a dormir y a descansar, y te contestaré mañana.
Y ahora era mañana.
Greer metió los pies en el agua y continuó paseándose por la orilla
ensimismada en sus pensamientos.
Ya había llegado ese mañana y sí, ya había tomado una decisión.
No podía negar que le dolían los recuerdos, pero la alternativa era ver esa casa
en manos de gente desconocida, eso le dolería aún más.
Además, Jem tenía razón, habían pasado momentos muy felices allí. Y quizá, a
finales del verano, ella volviera sola para enfrentarse a sus fantasmas y quizá por fin
consiguiera vencerlos y liberarse de ellos.
¡Qué felicidad, qué triunfo sería ése!
Se detuvo de espaldas al agua, alzó la cabeza y miró al cielo, cerró los ojos y
alzó los brazos.
—Hola, Greer.
Sintiéndose como si el corazón hubiera dejado de latirle, Greer se dio media
vuelta muy despacio.
—Colby —debería haberle sorprendido verlo, pero no era así; que estuviera en
el lago era tan inevitable para ella, como la salida y la puesta del sol—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
Capítulo 2
—Supongo que lo mismo que tú, estoy de vacaciones.
Los ojos de Colby, más azules de como los recordaba, se clavaron en los de ella
durante unos momentos; justo cuando Greer iba a parpadear por no poder aguantar
más la mirada, la de él se posó en su boca… haciéndola desear haberse puesto carmín
de labios.
—Jamie… —dijo Colby aún con los ojos fijos en la boca de Greer, como si la
encontrase fascinante; y ella tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no humedecerse
los labios con la lengua—, las tortitas ya están en la mesa.
—Bien —con los hombros caídos, el niño comenzó a caminar hacia la casa.
Colby frunció el ceño y, por fin, volvió la cabeza para mirar a su hijo.
—¿Jamie? —repitió en tono duro.
El niño vaciló, volvió la cabeza y murmuró su agradecimiento con voz tensa
antes de ponerse en marcha otra vez, pero ahora corriendo.
—Mi hijo, Jamie —dijo Colby con voz fría.
Llevaba la camisa desabrochada y se metió la mano para frotarse el costado con
gesto frustrado; la mirada de Greer se clavó irremediablemente en la mata de vello
negro del pecho, un vello rizado y áspero que, estrechándose, le bajaba por el vientre
hasta quedar oculto bajo la cinturilla de los gastados pantalones cortos.
Muy peligroso seguir pensando en esa línea, decidió Greer. Y se obligó a mirar
hacia arriba, bebiendo la absoluta perfección de ese hombre que años atrás le robara
el corazón. Parecía más alto y más delgado que antes, y sus hombros ligeramente
más poderosos. No se había afeitado y llevaba el cabello, negro, descuidadamente
echado hacia atrás. El conjunto la dejaba sin respiración.
—Sí, lo he imaginado —respondió ella en tono ligero.
—¿Qué tal te va? —pronunció esas palabras mirándola de arriba a abajo, y a
Greer le pesó llevar sólo unos pantalones cortos y una ceñida camiseta sin mangas ni
tirantes que apenas le cubría el pecho.
—Bien. ¿Y a ti? ¿Cómo lo estás pasando? Jem y yo… cuando nos enteramos de
lo de Eleanor… fue un verdadero golpe…
—Sí, debió serlo.
—El funeral… Bueno, pensamos que debíamos ir, pero…
—Fue una ceremonia íntima, Eleanor lo quería así. En cualquier caso, ella y tu
abuela nunca se llevaron muy bien, tú siempre has sido la preferida de Jem; y en
cuanto a tu relación con tu prima… —la cínica mirada de Colby fue más elocuente
que cualquier cosa que hubiera podido decir.
Greer sabía lo que Colby estaba pensando, él creía que ella era la responsable de
que Eleanor y ella hubieran roto las relaciones. Qué lejos de la verdad. Pero Colby
jamás se enteraría. Sólo tres personas sabían lo que ocurrió aquella noche a la orilla
del lago: Eleanor, Brad, y ella. Eleanor había muerto, Brad jamás lo contaría, y ella…
Greer se había jurado a sí misma proteger a Colby de la verdad porque su felicidad
era lo más importante del mundo para Greer.
—No le he dicho a mi hijo quién eres porque antes quiero hablar con él —dijo
Colby con frialdad—. No tenía ni idea de que estabas aquí. Cuando Jem escribió a tu
tía esta primavera, le mencionó a Cecilia que estaba pensando en vender la casa;
como es natural, yo esperaba que ahora estuviera vacía o… que hubiera otra gente en
ella. Eleanor nunca le ha hablado a Jamie de ti, así que tendré que explicarle quién
eres.
—No parece muy… feliz.
—Lo está pasando mal, ése es el motivo por el que hemos venido —Colby
sonrió cínicamente—. Yo era muy feliz aquí en el pasado y pensé que quizá él
también podría animarse en esta especie de Edén canadiense.
—Sí, hubo un tiempo en el que fue un Edén —dijo Greer con voz queda.
—Pero en todo paraíso hay una serpiente.
Fue como una puñalada en el corazón.
A los diecisiete, locamente enamorada de él, sufrió mucho cuando Colby la
juzgó y la condenó basándose en pruebas circunstanciales. Después de haber pasado
tantos veranos juntos allí, debería haber sabido que ella no era esa clase de chica. Los
hombres estaban ciegos y siempre se dejaban engañar.
Su prima, Eleanor, con su voz suave de niña pequeña y su fingida fragilidad
femenina, y su también fingida sonrisa dulce, consiguió engañar a Colby y hacerle
creer que ella era lo que no era. Colby se enamoró de ella al momento, embobado por
la superficial belleza de Eleanor cuando en realidad era…
Greer se obligó a no seguir pensando en eso, no debía pensar mal de los
muertos. En cuanto a Colby, sabía que era irracional estar resentida con él. ¿Qué otra
cosa podía haber pensado al descubrirla con Brad del modo que los encontró?
Mirándolo con humor negro, incluso tenía gracia que la hubiera creído capaz de
tener relaciones con un hombre casado; al fin y al cabo, sólo tenía diecisiete años y
era completamente inexperta sexualmente.
¡Y lo que le sorprendería saber que incluso ahora, a los veinticinco, seguía
siendo virgen!
—¿Te parece eso gracioso?
Greer parpadeó.
—¿Qué…?
—¿Te parece gracioso que…?
—Ah, lo de la serpiente. No, no me parece gracioso. Estaba pensando en… otra
cosa.
—¿En otra cosa o en otra persona? Por supuesto, has venido aquí con un
hombre, ¿no?
Intencionadamente, Greer le lanzó una coqueta mirada.
—Quédate por aquí y lo descubrirás.
—Ya veo que no llevas anillo de compromiso. Así que la veda está abierta, ¿eh?
¿El premio para el mejor postor?
Greer que quedó atónita, jamás había visto ese aspecto de la personalidad de
Colby…
—Greer, cariño, el café está listo. ¡Dios mío, Colby Daken! Hola, hijo, qué
sorpresa. Ven con nosotras a tomar un café.
Colby sonrió a Jem, que estaba en el porche, y agitó la mano a modo de saludo.
La anciana llevaba el pelo recogido en un moño, una camiseta color fresa y unos
vaqueros.
—Hola, señora Westbury —respondió Colby alzando la voz—. Ahora tengo
cosas que hacer, la veré más tarde.
Pero cuando Jem se metió en la casa, la sonrisa de Colby se desvaneció y su
expresión volvió a tornarse hostil.
—¿Estás aquí con tu abuela?
—Sí. Como ves, no me he traído a ningún hombre —Greer arrugó la nariz—.
¿Desilusionado?
—Un poco —respondió él en tono suave—. La caza siempre es más interesante
cuando hay competencia. Una mujer siempre es más interesante cuando hay otros
que la desean también. Y no me cabe duda de que a ti te pasa lo mismo con los
hombres; al fin y al cabo, ¿no fue eso lo que te atrajo de Brad Pierson, que le
pertenecía a otra mujer?
—Había un motivo por el que no quería venir aquí este fin de semana —Greer
descubrió que sus palabras habían adquirido ese tono de aburrimiento y desprecio
que había querido poner en ellas—, existía la posibilidad de que tú también
estuvieras aquí.
Colby ignoró sus palabras.
—¿Sólo vas a pasar el fin de semana? ¿Vuelves mañana a la ciudad?
—Sí, así es —respondió ella fríamente—. Sólo he venido porque Jem me ha
pedido que la acompañara.
—¿Va a vender la casa?
—Eso depende de lo que yo decida.
Colby arqueó las cejas.
—A mi abuela ya no le apetece estar aquí sola —explicó Greer con voz tensa—;
al menos, eso es lo que me ha dicho. Creo que se trata de algo más.
—¿De qué?
Greer se encogió de hombros.
—La abuela ha vendido su coche en febrero, que era cuando tenía que
renovarse el carnet de conducir; sospecho que la llamaron para hacer un test y que
no lo pasó. Ha perdido bastante vista, pero es demasiado orgullosa para admitirlo.
En cualquier caso, ya no puede venir aquí sola, por eso me ha dicho que la propiedad
es mía si la quiero. Y si no la quiero…
—Va a deshacerse de ella —Colby la miró empequeñeciendo los ojos—. Bueno,
¿y qué vas a hacer entonces?
«Creía que lo sabía, pero ahora estás aquí y Dios sabe qué decidiré».
—Aún no lo he decidido. Le he dicho a Jem que hoy le daría una contestación.
Si no acepto utilizar la casa, la prepararemos para venderla. Y ahora, si no te
importa… —Greer se dio media vuelta para marcharse.
—Espera —dijo Colby agarrándola del brazo.
—¿Qué?
Estaba tan cerca de ella que pudo oler el mareante aroma de su piel; tan cerca
que, si quería, podía tocarle la mejilla. Y eso era lo que Greer quería hacer, más que
nada en el mundo.
—Iré con Jamie después del desayuno para que conozca a su bisabuela. Y como
estás aquí, tendré que decirle quién eres tú también.
—Bueno, te compadezco —le dijo Greer al tiempo que se soltaba el brazo—.
Pero sí, creo que sería una buena idea que le dijeras quién soy. Ha tenido una
reacción extraña al verme, ahora me doy cuenta que debe haber sido por mi parecido
con… su madre.
Sus miradas se cruzaron y Greer vio en los ojos de Colby algo que no había
visto nunca: profundo dolor.
Sintió un súbito pesar, un dolor que se le agarró al corazón, y tuvo que meterse
las manos en los bolsillos de los pantalones para no abrazarlo. ¡Cómo le habría
gustado volver al pasado, al tiempo en el que podía hacer eso libremente!
Pero esa época ya había pasado, ya no existía más que en el recuerdo.
Y nunca volvería.
—Colby, lo siento —dijo ella con voz ronca—. Sé que aún debe resultarte
doloroso hablar de Eleanor. Debes echarla mucho de menos.
Haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas, se dio media vuelta y comenzó
a andar hacia la casa.
Esta vez, Colby no la detuvo.
—Para enterarme de cuáles son sus planes. Si piensa quedarse aquí todo el
verano, sería una situación insoportable para mí. No podría relajarme con él aquí
tratándome como si yo fuera la peste.
La voz se le quebró y se acercó a la ventana.
Fue una equivocación. Delante de ella, entre dos árboles, vio la hamaca donde
ella y Colby solían charlar en otro tiempo, en veranos más felices.
—Esto te gusta tanto como a mí —dijo Jem—. Greer, he estado pensando. Esta
casa, como tú bien dijiste el otro día en tu oficina, lleva en nuestra familia muchas
generaciones, cinco para ser exactos. No tomemos decisiones precipitadas. Ahora que
estoy aquí, me gustaría quedarme a pasar todo el verano.
Greer se dio media vuelta.
—¡Abuela, no puedo quedarme contigo, eso es imposible! Ya te he dicho que
tengo mucho trabajo y…
—Querida, no estoy diciendo eso. Lo que estoy diciendo es que podrías venir
los fines de semana. Has dicho que Colby y mi bisnieto van a pasar aquí todo el
verano, ¿no? Bueno, pues eso será una oportunidad magnífica para que conozca al
niño, y para él también será bueno conocerme.
Los ojos de Jem tenían un brillo que Greer no había visto en mucho tiempo y, al
verlo, se sintió culpable. No era que descuidase a su abuela, la veía varias veces a la
semana e iban al teatro juntas habitualmente, pero tenía que admitir que el trabajo
tenía un lugar preferente en su vida. Llevaba años refugiándose en él con el fin de no
pensar en los tristes recuerdos, y en ese momento se dio cuenta de que quizá había
descuidado a aquella maravillosa y generosa mujer que tanto había hecho por ella.
Se acercó a su abuela, se agachó y le dio un abrazo.
—Tienes razón, abuela, no es algo que se pueda decidir en un rato. Pero sobre
todo, no es algo que se pueda decidir basándose en quién es nuestro vecino. Si a ti no
te importa pasar los días de laborables de la semana sola, vendré aquí los fines de
semana, aunque no puedo garantizarte que no tenga que quedarme alguno en la
ciudad. ¡Pero haré todo lo que pueda por venir!
Greer se enderezó y consiguió esbozar una radiante sonrisa.
—Bueno, ¿qué te parece?
—Me parece maravilloso —contestó Jem.
En ese momento llamaron a la puerta. Greer alzó la vista y vio a Colby en el
porche. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué era lo que había oído de la conversación?
Pero antes de poder recordar lo que acababa de decir, Jem se estaba acercando a la
puerta con la ayuda de su bastón.
—Vaya, Colby…
Antes de que la anciana pudiera continuar, Colby la levantó en sus brazos.
—Estás hecha una preciosidad, Jem Westbury —la dejó suavemente en el suelo,
pero tomó las manos de Jem en las suyas y la miró a los ojos, empañados por las
lágrimas—. Dios mío, cómo me alegro de verte. Jamie…
Colby puso una mano en la espalda de su hijo, que estaba tratando de
esconderse a sus espaldas, y le hizo ponerse delante.
—Jamie, te presento a tu bisabuela, Jem Westbury. Jem, éste es mi hijo, Jamie.
Jem miró al muchacho detenidamente. Al final, asintió con expresión satisfecha.
—Eres un Daken —declaró la anciana—, y eso es bueno.
Cuando Jamie retrocedió pegándose a su padre, Jem añadió riendo:
—No te preocupes, no voy a darte un abrazo y un beso como tu padre me ha
hecho a mí. Aunque no te equivoques, que me ha gustado, pero eso es porque soy
una mujer y a las mujeres nos gustan esas cosas. Quizá algún día, cuando tú y yo nos
conozcamos mejor, también quieras darme un abrazo. Y yo estaré encantada cuando
ese día llegue. Y ahora dime, ¿cómo quieres llamarme, jovencito? Bisabuela es un
poco largo, no te parece?
—Usted se llama señora Westbury —observó Jamie—, así es como la llamaré.
Si a Jem le sorprendió, no dio señales de ello.
—Me parece bien. Bueno, creo que ya has visto a mi nieta, Greer… Greer
Alexander, que es…
—Papá me lo ha dicho, es la prima de mamá.
Y, a juzgar por la indiferencia de su voz, Greer supuso que iba a decir que la
llamaría señorita Alexander. Rápidamente, se apresuró a explicar:
—Eso es, Jamie. Tu bisabuela Jem tuvo dos hijos, Lorna y Taylor. Lorna se casó
y tuvo una hija, yo; y Taylor se casó y tuvo otra hija, tu madre. Y como yo no tengo
otros sobrinos, ni voy a tenerlos, me encantaría que me llamaras tía Greer.
Sabía que había puesto al niño en un apuro. ¿Cómo podía negarse a llamarla tía
sin dar la impresión de ser arisco?
Jem se había llevado a Colby a la mesa y le estaba sirviendo un café, pero ella
tenía toda su atención fijada en Jamie, que parecía estar pensando en cómo vengarse.
—Cuando te vi en la playa creí que te parecías a mi madre —los ojos castaños
de Jamie brillaron detrás del cristal de las gafas—, pero no te pareces. No eres ni la
mitad de guapa que ella.
Momentáneamente sorprendida, Greer se abrazó a sí misma, consciente de que
era un gesto defensivo. Sin embargo, ¿por qué tenía que sentirse como si debiera
defenderse de un niño? Al fin y al cabo, sólo tenía siete años.
—Tienes razón, no soy tan guapa como lo era tu madre.
—Y mi papá la quería más que a nadie en el mundo.
—Sí, es verdad —Greer se contuvo para no abrazar al niño y consolarlo, estaba
lleno de dolor e ira.
¿Se daba cuenta Colby de lo mucho que le había afectado a su hijo la muerte de
su madre? Esperaba que así fuera, y esperaba que supiera cómo solucionar el
problema. Un verano en aquel lugar era maravilloso para un niño, pero Jamie
necesitaba más, mucho más.
—Jamie, creo que por ahí debo tener un álbum de fotos con algunas de tu
madre. ¿Quieres que vaya a por él?
—¿Ahora?
A Jamie se le bajaron las gafas y, automáticamente, se las subió sobre el puente
de su pequeña nariz.
—Claro… si quieres.
—Cariño —Jem tocó el brazo de Greer—, sírvete otra taza de café y salgamos
todos al porche, hace un día demasiado bonito para desperdiciarlo aquí dentro.
Jem le dio a Jamie una jarra con granizado de limonada y, mientras Colby
sujetaba la puerta abierta, Jem le puso una mano a Jamie en la espalda y le guió hacia
afuera.
—Ya verás qué buena está esta limonada, la hago yo.
Colby esperó a que Greer saliese también, pero ella sacudió la cabeza.
—No, salid vosotros. Yo voy a por un álbum de fotos, le he prometido a Jamie
enseñarle unas fotos de Eleanor.
Después, vaciló un momento y añadió en voz baja para que Jamie y Jem no
pudieran oírla:
—Creo que le vendrá bien estar aquí una temporada y conocer a Jem. Mi abuela
es maravillosa con los niños.
Vio que la expresión de Colby se suavizaba.
—A mí me ayudó mucho cuando mi madre murió —dijo él—. Yo sólo tenía
cuatro años cuando mi padre compró la casa; pero desde ese primer verano que pasé
aquí, Jem empezó a formar parte de mi vida. Mi padre decía a menudo que los dos le
debíamos mucho.
—Ha recibido tanto como ha dado, Colby, quizás incluso más. Suele ocurrir
cuando hacemos algo por ayudar a los demás:
Colby apoyó un hombro en la pared y cruzó los brazos.
—Dime una cosa —dijo él con voz queda.
A Greer le dio un vuelco el corazón.
—Si puedo…
—¿Por qué estás tan segura de que no vas a tener sobrinos?
Greer se encogió de hombros.
—Como no tengo hermanos…
—Sabes a qué me refiero. Cuando te cases, lo más probable es que acabes con
un montón de sobrinos. Y si conservas esta casa, podrás invitarlos a pasar el verano
para que jueguen con tus hijos.
Hijos. Los únicos hijos que había soñado tener eran de Colby, y eso jamás
ocurriría. El dolor que sintió fue casi insoportable.
—No creo que me case nunca —respondió ella obligándose a mirarle a los
ojos—. Y ahora, si me disculpas, voy a ver si encuentro ese álbum de fotos para que
lo vea Jamie.
Se dio media vuelta y salió de la cocina rápidamente.
¿Qué pensaría Colby si supiera que él era la razón por la que no pensaba
casarse nunca, porque jamás querría a nadie como lo quería a él? Al principio, se
esforzó por olvidarse de Colby y enamorarse de otro, pero lo único que consiguió fue
fracasos sentimentales, relaciones frustrantes que nunca llegaron a nada porque ella
fue incapaz de entregarse, porque su corazón le pertenecía a Colby.
Contuvo las lágrimas mientras cruzaba el cuarto de estar. ¿Qué sentiría Colby si
supiera que ella estaba enamorada de él, que lo quería tanto como él había querido a
Eleanor?
Lo más curioso era que Eleanor jamás lo habría conocido si ella no hubiera
estado tan loca por él que no dejaba pasar nunca la oportunidad de sacarle una foto;
de esa forma, habría existido la posibilidad de que Colby hubiera esperado a que se
hiciera mayor y…
Greer se sentó en la alfombra y abrió la puerta de abajo del mueble de pino del
rincón donde tenían los álbumes de fotos. Al ir a sacar el de color verde, que era el
que tenía las fotos de Eleanor y Colby, otro álbum se cayó, uno de piel marrón.
Con un suspiro, se puso el álbum en el regazo y dejó que se abriera.
Se le nubló la vista mientras contemplaba la ampliación de Colby. No era una
casualidad que el álbum se hubiera abierto por esa página, era su foto preferida.
Greer sonrió al recordar el incidente que dio lugar a la foto…
Una mañana de agosto, Jem había hecho tartas de zarzamora y colocó dos en el
alféizar de la ventana de la cocina para que se enfriasen mientras que le dio una a
Greer para que se la llevara a Lisa… Greer estaba de camino de vuelta cuando vio a
Colby caminando sigilosamente por el porche, su intención era evidente. Greer entró
por la otra puerta a por su cámara de fotos, salió rápidamente y pilló a Colby con el
dedo pulgar metido en la tarta.
Pero un segundo antes de disparar la cámara, Colby debió sentir su presencia.
Se volvió bruscamente y, al verla, estalló en carcajadas. Greer sacó entonces la foto.
Una semana después, cuando recogió la foto revelada, se deshizo por dentro: los ojos
de Colby brillaban de risa y felicidad, sus rasgos mortalmente atractivos. Una sonrisa
traviesa, el cabello revuelto y un rostro que podía derretir un corazón de hielo.
Y el corazón de Greer no era de hielo.
Se llevó el álbum de fotos a Australia cuando, como todos los años, fue a pasar
las dos últimas semanas de las vacaciones de verano con su tía Cecilia antes de
empezar las clases en Toronto a principios del otoño.
Por supuesto, Eleanor estaba en casa. Siempre pasaba los veranos con su madre,
le encantaba el estilo de vida de niña mimada, que le sirviesen las criadas y que las
amigas de su madre se deshicieran en halagos.
Y Eleanor se acercó a Greer una mañana cuando ésta estaba contemplando su
adorada foto de Colby.
—¿Quién es? —le preguntó su prima de diecinueve años—. ¿Una de esas fotos
de artistas de cine? No me digas que eres una de esas adolescentes que coleccionan
fotos de su artista preferido.
Greer no respondió, dejó que Eleanor pensase lo que quisiera, no tenía deseos
de compartir su secreto con nadie. Pero su silencio despertó la curiosidad de Eleanor.
Su prima le quitó el álbum y, por supuesto, leyó lo que había escrito al pie de la foto:
Capítulo 3
—A Greer le ha ido muy bien profesionalmente —dijo Jem cuando Greer cruzó
el porche—. La marca Passing Fancy se ha hecho famosa. Querida, dile a Colby lo del
nuevo taller en la avenida Spadina.
—¿Un taller en Spadina? —Colby se había puesto en pie cuando Greer salió al
porche; ahora, cuando ella se apoyó en la barandilla, él volvió a sentarse en el
sillón—. Vaya, has convertido tu sueño en realidad, ¿eh?
—No era un sueño, sino una meta —aclaró ella en voz queda con los ojos fijos
en su taza de café.
Para alcanzar una meta sólo se requería tenacidad, trabajo, talento y suerte. Los
sueños eran diferentes. Para que un sueño se convirtiese en realidad se requería
magia. Metas y sueños. Había tenido una meta en su vida, y también un sueño.
Recordó los tiempos en los que los dos habían hablado en ese mismo porche de
sus metas. La de ella: convertirse en una reconocida diseñadora de lencería con un
taller en la avenida Spadina de Toronto. La de él: trabajar con su padre, aprender el
negocio y, al final, fundar su propia rama de Construcciones Daken. Pero Greer
nunca le había hablado de su sueño porque él era el centro de su sueño. Y Colby
nunca le habló de ninguno de los suyos… hasta que se enamoró de Eleanor;
entonces, no hablaba de otra cosa.
—Está bien, una meta —Colby se recostó en el respaldo de su asiento—. Y si la
memoria no me falla, la has alcanzado dos años antes de lo previsto.
—¿Es verdad eso, Greer? —preguntó Jem en tono de curiosidad.
—Sí, abuela, es verdad. Siempre quise tener el taller de lencería, pero no
esperaba conseguirlo tan pronto.
—Sin embargo, jovencita, no es para enorgullecerse —dijo Jem bruscamente—.
Si tu vida hubiera sido equilibrada y armoniosa, tendrías una relación estable con un
hombre; y si ese hombre fuese como Dios manda, habrías pasado menos tiempo
trabajando y más disfrutando y viviendo.
—Ha habido hombres en mi vida —protestó Greer con las mejillas
encendidas—, lo sabes perfectamente. Nick Westmore y Jared Black, conociste a los
dos y los dos te gustaron. Al menos, eso me dijiste. ¡Y ahora resulta que ni siquiera te
acuerdas!
—¡Ah, ya, en el pasado! —la expresión de Jem se hizo ceñuda—. ¡Pero ahora es
un hombre diferente cada viernes por la noche! ¡Vienen y, con la misma facilidad que
llegan, desaparecen! ¿Qué ha pasado con las relaciones profundas, lo que los de mi
generación llamábamos amor?
Greer le dedicó a su abuela una mirada que habría encogido a una persona
normal, pero con ella sólo consiguió intensificar el brillo de desafío en los ojos de Jem
Westbury.
—Si me disculpáis, creo que voy a ir dar un paseo —anunció Greer alzando la
barbilla.
Colby se levantó y Jem lo imitó. Apoyándose en la cadera, se dirigió a Jamie.
—Jovencito, he traído unas tomateras de la ciudad y tengo que plantarlas, y
necesito ayuda, alguien a quien se le dé bien manejar una regadera. ¿Crees que
podrías hacerlo tú? Claro que tendrías que quitarte las playeras y llenarte los pies de
barro, pero…
—No me dejan ensuciarme. A mamá no le gusta… —Jamie se interrumpió; de
repente, sus mejillas encendidas.
Jem, sorprendida, parpadeó; y Colby se quedó mirando a su hijo como si el niño
fuera un misterio para él. Greer se dio cuenta de que era la única que iba a tener que
responder al pequeño.
—¿Jamie?
Él volvió la cabeza con desgana y ella le dedicó otra de sus sonrisas.
—Cielo, aquí, en el lago, las cosas son diferentes. A nadie le importa ensuciarse
un poco, es lo normal, y quizá una de las cosas mejores que tiene esto. Estoy segura
de que tu madre no quería que te ensuciaras cuando llevas puesta la ropa del colegio
o cuando ibais a salir, pero…
—No podía ensuciarme nunca —interrumpió Jamie con expresión ceñuda—.
No quiero ensuciarme. No puedes obligarme.
¿Qué clase de educación le había dado Eleanor a su hijo? Pensó Greer con pesar.
—En ese caso, tienes que acompañarme y mirarme —dijo Jem con firmeza—.
Yo me voy a ensuciar mucho y, cuando esté sucia, si quieres puedes abrir la
manguera y echarme agua en los pies y en las piernas para limpiarme. ¿Te parece
bien eso?
Jamie se subió las gafas y, con sorpresa, Greer vio en el rostro del pequeño el
comienzo de una sonrisa.
—Bueno, eso sí.
—Buen chico —Jem sostuvo la puerta abierta para que Jamie pasara a la cocina
y entraron los dos. Cuando la puerta volvió a cerrarse, Greer y Colby se quedaron
solos.
—Bueno, me voy —dijo ella.
Colby le dio alcance al principio de los escalones que daban a la playa del lago.
—No tan rápido —dijo Colby agarrándola del brazo—. ¿Adónde vas?
Al sentir los dedos de él en la piel desnuda, un cosquilleo le recorrió el cuerpo.
Inmediatamente, ella se soltó.
—¿Es que no me has oído? Me voy a dar un paseo.
—Iré contigo.
—No quiero que vengas conmigo, quiero ir sola —respondió Greer con la
respiración entrecortada—. Tengo que pensar.
—¿En qué, en la casa?
—Sí, en la casa —era injusto que un hombre tuviera unas pestañas tan espesas y
tan largas.
—Podemos pasarnos el día entero aquí, tú negándote a que te acompañe y yo
sin dejarte que te vayas; o puedes aceptar que te acompañe y nos damos un paseo
por el lago. Voy a pasar aquí el verano y tu abuela me ha dicho que vas a venir la
mayoría de los fines de semana. Al parecer, no hay un hombre en tu vida en estos
momentos y yo tampoco estoy comprometido. Hemos compartido un pasado, ¿por
qué no compartir algo más? —los labios de Colby esbozaron una sonrisa—. Sólo una
aventura de verano, Greer, ¿qué te parece?
De no haberle sorprendido tanto la sugerencia, le habría cortado en ese
momento. Pero estaba atónita, y también furiosa. Sin embargo, si era honesta consigo
misma, tenía que admitir que era perfectamente lógico lo que había dicho; al fin y al
cabo, cuando tenía diecisiete años le permitió creer que se había acostado con Brad
Pierson. Y hacía unos minutos, su abuela se había quejado sobre sus relaciones con
los hombres. Lo que su abuela no sabía era que los hombres con los que salían eran
sólo amigos, nada más.
—¿Estás sugiriendo que tengamos una aventura? —Greer arqueó las cejas con
gesto burlón—. ¿A pesar de que yo sea… promiscua? ¿No te parece algo peligroso
para ti?
—Siempre hay formas de… protegerse —una ráfaga de viento hizo que un
mechón de cabello le cayera por la frente, y Colby alzó la mano para retirárselo.
—Has cambiado mucho —le dijo Greer pensando, distraídamente, que Colby
tenía unas manos preciosas con unos dedos muy largos—. No eres el hombre que
conocía. Has dicho que hemos compartido un pasado. Bien, es cierto, y eso es lo que
es, pasado. En lo que a mí concierne, tú eres el pasado.
Colby se interpuso en su camino cuando Greer trató de bajar los escalones.
Ahora que estaba un peldaño abajo de ella, sus rostros se encontraron al mismo
nivel… y Greer se halló delante de esos ojos azules mortales.
—Nunca he podido comprender por qué una mujer tan encantadora como tú
sintió la necesidad de buscar satisfacción en un hombre casado como Brad Pierson.
Podrías haberte acostado con cualquier hombre. ¿Por qué lo sedujiste? —la voz de
Colby endureció—. Lo conocía desde hacía años y habría jurado que era la última
persona que cometería adulterio.
—Creías que conocías a Brad, pero no lo conocías. Creías que me conocías a mí,
pero no era así —Greer no pudo reprimir una nota de amargura en la voz al recordar
aquel verano.
De repente, se quedó perpleja cuando Colby le puso las manos en los hombros
y la atrajo hacia sí. Antes de poder reaccionar, se apoderó de su boca con un beso
arrebatador.
Sólo duró unos segundos, dejándolos a los dos con respiración agitada, y a ella
con los labios encendidos. Greer y Colby nunca se habían tocado sexualmente. Ese…
ese ataque fue como una bofetada.
—No vuelvas a hacer eso nunca —susurró ella con los ojos fijos en esa masa de
pelo negro, en la piel bronceada de su rostro y en esos ojos brillantemente azules.
Colby sonrió cínicamente.
La había besado. En otro tiempo, habría vendido su alma a cambio de un beso
de Colby, a cambio de un solo beso.
Jamás habría imaginado que acabarían así. Se le escapó un sollozo antes de
poder reprimirlo.
—Muy bien, muy convincente —dijo él con voz queda—. Y, Dios mío, qué
tentador. Este verano… va a ser mucho más divertido de lo que esperaba. Y antes de
que llegue a su fin, querida Greer, te tendré en mi cama. Y entonces descubriré qué es
lo que consiguió hacer que Bradley Pierson sucumbiera a tus encantos mientras su
esposa estaba en el hospital dando a luz a su tercer hijo. Sí, todo un reto. Eso es lo
que eres, un reto, y lo acepto.
Tras una última mirada, Colby comenzó a alejarse. Al cabo de un momento,
Greer le oyó abrir la puerta del lado este de su casa, y después la oyó cerrarse de
nuevo.
Completamente confusa, Greer bajó los escalones y se acercó a la orilla del lago.
¿Por qué había accedido a ir ahí con su abuela? ¡Qué gran error! Cómo deseaba
no haberlo hecho.
Sin embargo, cuando pensó en Jamie y en sus problemas, se dio cuenta de que
quizá pudiera salir algo bueno de todo aquello. Jem conocería a su bisnieto y con su
maravillosa facilidad para tratar a los niños quizá pudiera sacar al pequeño de su
infelicidad.
De no ser por eso, rompería su promesa y le diría a su abuela que tenían que
volver a la ciudad en ese momento.
Pero no podía hacerlo, tenía que tener en cuenta a Jamie.
Tendría que manejar a Colby lo mejor que pudiera cuando él empezara su
estrategia para convencerla de que se acostara con él.
Porque eso no podía ocurrir.
Si se acostaba con él, Colby descubriría que era virgen y se enteraría de que
jamás había tenido relaciones con Brad Pierson.
Y eso le haría pensar y, al final, llegaría a la única conclusión plausible, algo que
jamás le había pasado por la cabeza.
Fue Eleanor quien tuvo relaciones con Brad. Eleanor, la esposa de Colby, la
mujer a la que él había idolatrado… y eso lo habría destrozado. Y Greer sabía que
aún lo destrozaría descubrir que Eleanor le había traicionado.
Por eso era por lo que Greer había aceptado cubrir a su prima; no por Eleanor,
sino por Colby, para que no sufriese.
Ahora, lo único que a Colby le quedaba de su esposa era su recuerdo. Y ella,
Greer, haría todo lo que estuviera en su mano para mantener ese recuerdo intacto.
Lisa Pierson y sus tres hijos aparecieron en el lago Trillium a primeras horas de
la tarde.
Greer no los vio llegar. Había ido al cobertizo después del almuerzo y pasó un
par de horas ordenando herramientas, semillas y diversos artículos de jardinería con
el fin de evitar encontrarse con Colby.
A las cuatro y media, estaba sentada en el suelo, apoyada en el tronco de un
árbol que había al lado del cobertizo, y fue cuando oyó la puerta posterior de la casa
al abrirse. Esperando ver a Jem, alzó el rostro sonriendo; pero lanzó una exclamación
cuando, con sorpresa, vio a la mujer que bajaba por el camino en dirección a ella. Era
una morena delgada de treinta y tantos años vestida con unos pantalones cortos y
una camisa azul marino.
Greer se puso en pie.
—¿Señora Pierson?
Lisa Pierson sonrió de placer.
—Greer, casi no me lo podía creer cuando Jem me ha dicho que estabas aquí.
¡Creía que ya no querías saber nada de la vida del campo!
—¿Es usted? Está tan delgada y tan guapa…
Al momento, Greer se interrumpió, avergonzada de lo que había dicho.
—No te preocupes, cariño, me ha llevado dos largos años perder esos kilos de
más; y créeme, me encanta que la gente me diga que estoy muy cambiada. Pero tú…
—la mujer se interrumpió para darle un abrazo—. Estás preciosa, Greer.
Greer rió.
—No lo creo, señora Pierson. Debo estar echa una pena con el pelo lleno de
telarañas y…
—¡Oh, por favor, deja de llamarme señora Pierson! —Lisa levantó los ojos al
cielo—. Ya no eres una niña; además, haces que me sienta vieja llamándome así y de
usted. Por favor, tutéame. Escucha, tengo que irme corriendo porque acabamos de
llegar y he dejado a los niños descargando el coche, pero nos veremos luego, ¿de
acuerdo? Jem me ha contado el éxito que tienes con el trabajo y se me ha hecho la
boca agua al pensar en esa lencería maravillosa, es mi debilidad. Pero bueno,
tenemos tiempo de sobra para hablar de eso. He comprado suficientes filetes para un
regimiento, así que tú y Jem estáis invitadas a una barbacoa a eso de las siete. ¿Vale?
Greer sabía por su abuela que Lisa y su marido aún estaban casados y, al
parecer, juntos y felices; pero parecía que este viaje lo habían hecho ella y los niños
solos. Quizá Brad estuviera demasiado ocupado con su trabajo. Greer esperaba que
ése fuera el caso; ya tenía bastante con enfrentarse a Colby sin necesidad de la
presencia del hombre con el que se suponía que había tenido relaciones.
Pero aunque Brad hubiera ido allí, ¿cómo podría haber rechazado la invitación?
Además, por lo que ella sabía, Lisa no estaba enterada del incidente de aquel verano
ocho años atrás.
—Estaré encantada. Y muchas gracias.
—Estupendo. Entonces, hasta las siete.
Greer volvió al interior del cobertizo acompañada de los recuerdos de la noche
en la que su felicidad acabó. La noche de la traición.
Aquel verano, a finales de agosto, Mackenzie Daken murió, y Colby y Eleanor
regresaron de Canadá para asistir al funeral.
Llevaban viviendo en Australia desde la boda, hacía casi tres años. Se fueron
allí porque Eleanor quería vivir cerca de su madre, que era viuda y vivía en
Melbourne. Colby había abierto una rama de Construcciones Daken en Australia y le
iba muy bien el negocio.
Jem había asistido al funeral, pero Greer, que estaba de exámenes finales, no
había podido acompañarla. Justo cuando acabó los exámenes, fue al lago con Jem y
no vio a Colby hasta que él y Eleanor regresaron una semana después. La pareja
tenía pensado pasar unos días allí con el fin de arreglar la casa del lago para
venderla.
Para Greer, volver a ver a Colby fue un sueño, pero se aseguró de que nadie
notase que estaba enamorada de él. Brad Pierson también había ido a la casa del lago
a pasar unos días; Lisa, embarazada de su tercer hijo, no esperaba dar a luz hasta
octubre, pero por problemas de un posible aborto natural, el médico la había
hospitalizado. La madre de Brad estaba cuidando a sus dos hijas, Brittany y Sarah; y
Brad, preocupado por su mujer y con problemas en el trabajo, se había ido a pasar
unos días al lago para relajarse.
Colby estaba muy enamorado de su mujer y, debido a lo que a Greer le dolía
verlos juntos, pasó más tiempo con Brad de lo que acostumbraba a hacer con el fin de
que nadie sospechase lo que sentía por Colby.
Al tercer día de la llegada de Colby y Eleanor, Colby se marchó a Toronto para
ver a los abogados de su padre en relación con la casa de Mac de la ciudad. Como la
cita era por la tarde, Colby pensaba pasar la noche allí y regresar al lago al día
siguiente por la mañana.
Esa noche, Jem se acostó alrededor de las once. Greer y Eleanor estaban
sentadas en el porche de la casa de Daken, pero Eleanor parecía inquieta y no tenía
muchas ganas de hablar. Al final, Greer la dejó y se marchó a la cama.
Sin embargo, una vez allí, el calor no la dejaba dormir. Al final, se levantó, se
puso un bikini y salió de la habitación de puntillas con la esperanza de que el aire de
la noche la refrescase.
Caminó a lo largo de la playa del lago, a la altura de las casas. Las tres estaban a
oscuras y, según creyó, sus ocupantes durmiendo: Eleanor en la casa Daken, Jem en
la casa Westbury y Brad en la suya.
Pero después de pasar de largo la casa de Pierson, oyó un ruido extraño hacia
delante. Le pareció que provenía del borde de la arboleda que había a unos tres
metros de donde estaba ella, y le pareció que era el sonido de un llanto.
Se paró y escuchó con atención. La voz parecía la de Eleanor, pero… ¿qué podía
ocurrirle? Sin saber exactamente qué debía hacer, Greer fue acercándose con cuidado
hasta los árboles.
Bajo uno de ellos, se quedó quieta varios minutos, pero entonces no oyó nada.
Ya estaba casi convencida de que debía haber sido su imaginación cuando volvió a
oír los sollozos; esta vez, muy cerca. Pero no… no, no eran sollozos, sino gemidos.
Unos gemidos entrecortados que se repetían y que parecían cargados de dolor… de
desesperación…
Creyó ver un cabello rubio muy cerca. Estaba a punto de llamar a su prima,
cuando lo oyó. Oyó ese gemido, ese gruñido.
El gemido de un hombre.
Y la voz de un hombre. La voz de Brad pronunciando palabras de pasión.
Entonces, Eleanor susurró con voz ronca y entrecortada:
—¿Te gusta esto? —se oyó un ruido de roce—. Oh, ya sé que te va a gustar
esto…
Otro gemido de hombre, ronco y espeso.
Y después una serie de ruegos inarticulados y Eleanor susurrando:
—No pares. Oh, por favor, no pares ahora…
Y cada vez más alto, más agonizante.
Greer se llevó las manos a los oídos y se dejó caer a los pies de un árbol. Con un
ahogado grito, apretó los ojos y se balanceó hacia delante y hacia atrás…
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La voz de Colby cortó el aire con la dureza de un cuchillo. Durante un
momento aterrador, pensó que le estaba hablando a ella. Pero cuando asomó la
cabeza por detrás del árbol, fue cuando lo vio de pie en la playa y se dio cuenta de
que no podía haberla visto. No, se estaba dirigiendo a las dos personas que habían
estado haciendo el amor en las sombras, tan cerca de ella que ahora podía oírles
respirar entrecortadamente. Colby debía haberse acercado por la playa, dando un
paseo para estirar las piernas después del largo trayecto desde Toronto…
—¡Pierson! —el grito de Colby casi ensordeció a Greer—. ¡Sé que eres tú! ¡Sal de
ahí!
La mujer susurró algo; después, Greer oyó una protesta que fue acallada al
momento. Inmediatamente después, alguien pasó junto a ella para internarse en el
bosque: Eleanor, que sólo dejó el leve rastro de su perfume.
Capítulo 4
El porche de la casa Pierson tenía tejado, el mobiliario estaba pintado en verde
para integrarse con el paisaje, y había flores por todas partes.
En una situación normal, Greer habría disfrutado enormemente de esa variedad
de colores y aromas; pero aquella noche no era normal. Su amor por Colby
amenazaba con derramarse y a Greer le daba miedo que se le notara en los ojos, en la
voz y en sus movimientos. Pero junto a ese amor se daba resentimiento por la forma
como la estaba tratando. Y el constante esfuerzo de controlar sus emociones le había
dado dolor de cabeza.
Y ahora había llegado el momento que tanto temía, ella y Colby habían vuelto a
quedarse solos.
La barbacoa había acabado. Lisa había entrado en la casa para preparar otra
cafetera; Jem se había llevado a los niños, Brittany, Sarah, Chris y Jamie a dar un
paseo por la orilla del lago; y Brad había telefoneado para decir que iba a llegar más
tarde.
Se hizo un tenso silencio entre Colby y Greer después de que los otros
desapareciesen. Greer enderezó los hombros y fue Colby quien, por fin, rompió el
silencio.
—¿Qué, has visto a Brad últimamente? —preguntó él con voz cínica y mirada
fría.
—¿A Brad? —la mirada de ella fue igualmente fría—. No, llevo años sin verlo,
desde la última vez que estuve aquí.
Él arqueó una ceja.
—Entonces, ¿sólo fue un capricho del momento?
Greer apretó los labios y lanzó una rápida mirada a la ventana de la cocina, al
otro lado del patio.
—¿Qué estás intentando hacer? —le preguntó en voz baja y furiosa.
—No te preocupes, Lisa no nos oye —respondió Colby con desdén—. Además,
¿te importaría que nos oyera? Dios mío, cuando pienso en lo mucho que se
preocupaba por ti cuando eras adolescente… Al verte aquí con Lisa esta noche y
verte reír y charlar con ella como si realmente te merecieses su amistad… Si quieres
que te diga la verdad, me ha revuelto el estómago. Es una de las mejores personas
que conozco, y lo que le hiciste fue imperdonable.
—En ese caso, ¿por qué estás decidido a perder el tiempo conmigo? ¿Por qué no
te has ido a dar un paseo con Jem y con los niños? Esperaba que lo hicieras, por eso
he dicho que yo me iba a quedar aquí y…
—Exacto. Has dicho que querías quedarte aquí sentada, ¿verdad? ¿A esperar a
Brad? Cielo, no me perdería este reencuentro por nada del mundo. Después, cuando
los niños y Jem se hayan ido a la cama, podremos sentarnos aquí a tomar una copa a
la luz de la luna, los cuatro: Lisa, Brad, tú y yo.
—Que haya decidido quedarme aquí no ha sido para ver a Brad —dijo Greer
furiosa—, sino porque quería estar lejos de ti. Así que deja de imaginar cosas. No va
a haber ningún «tú y yo», Colby. Ni ahora ni nunca.
—Eres una mujer muy apasionada, Greer. Y una mujer como tú en una noche
como ésta… En fin, no me cabe duda de que debes pensar en el sexo y la seducción.
Como te he dicho esta mañana, tengo intención de acostarme contigo en la primera
oportunidad que se me presente.
Greer se levantó de su asiento.
—¡No estoy dispuesta a aguantarte estas cosas! Por favor, dile a Lisa que me
disculpe…
—¿Quieres que le diga que te duele la cabeza? —preguntó Colby sonriendo
cínicamente.
—¡Dile lo que te dé la gana!
Greer se dio media vuelta, pero al hacerlo, vio a una persona subiendo los
escalones del porche… y se detuvo bruscamente.
—¡Brad! No he oído tu coche…
Brad no estaba menos sorprendido que ella. Detuvo sus pasos y enrojeció al
instante. Era un hombre alto y fuerte, jugador de fútbol americano durante sus años
de universidad. Después de terminar sus estudios, consiguió un trabajo
inmediatamente en una de las empresas de abogados más importantes de Toronto y
se casó con la hija del socio más antiguo, la rellenita, pero extraordinariamente
guapa, Lisa Abercrombie.
En todo eso pensó Greer mientras miraba al hombre que tenía delante. Por fin,
al mismo tiempo que veía la sonrisa forzada de Brad, se dio cuenta de que Colby
también se había levantado y estaba a espaldas de ella. Antes de poder imaginar lo
que Colby iba a hacer, sintió el brazo implacable de éste sobre sus hombros.
—¿Qué hay, Brad? Hace ya mucho que no nos vemos, ¿eh? Greer y yo
estábamos aquí sentados recordando viejos tiempos —Colby extendió la mano para
estrechar la de Brad.
Greer vio que Brad vacilaba, quizá estuviera recordando su último encuentro
con Colby, cuando éste le puso un ojo morado y le partió el labio, entre otras cosas.
Entonces, después de respirar profundamente, Brad aceptó la mano que le ofrecían y
la estrechó con firmeza.
—Me alegro de verte, Colby. No tenía ni idea de que estuvieras aquí. Tampoco
sabía que tú estuvieras, Greer.
La voz de Brad se había suavizado al dirigirse a ella, Greer lo notó y estaba
segura de que Colby también lo había notado, algo que ella interpretaba como
remordimiento por lo que él y Eleanor habían tramado para proteger a su prima
ocho años atrás.
Greer se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y, dándole la
espalda, se quedó mirando al lago. La tensión entre los dos era insoportable e iba a
tener que hacer algo al respecto.
De nuevo, se dio la vuelta y miró a Colby fijamente.
—¿Sabes una cosa? Ya estoy harta de esto. Escúchame con atención porque no
quiero repetir lo que voy a decir: no tengo ningún interés en Brad Pierson. Y ahora, si
decías en serio eso de que podríamos acabar teniendo unas vacaciones civilizadas,
¿por qué no lo intentamos de verdad? Se supone que la gente se divierte durante las
vacaciones, ¿no?
Él se la quedó mirando durante unos momentos, pero cuando oyó risas en la
distancia, apartó los ojos de ella. Greer le siguió la mirada y vio a Jem y a los niños
caminando hacia ellos.
—Deben haber ido hasta la posada Trillium —dijo Colby—. Voy a ir a su
encuentro. ¿Vienes conmigo?
Greer sintió que eso era lo más parecido a una tregua en esos momentos y,
dadas las circunstancias, lo mejor que podía hacer era aceptarla.
—Sí, claro —con sorpresa, notó que la cabeza ya no le dolía.
Mientras caminaban por la orilla del lago juntos, Colby aminoró el paso para
que ella pudiera seguirlo. Aunque Greer medía un metros sesenta y ocho centímetros
y tenía las piernas largas, las zancadas de Colby eran mucho más grandes que las
suyas; ésa era una de las cosas que ella recordaba. También recordaba que le
gustaban los perritos calientes bañados en mostaza y que le gustaba más la cerveza
que el vino. Le gustaba leer autobiografías y libros de viajes, no ficción. Le encantaba
la música country, sobre todo Hak Williams, pero también le gustaban Mozart,
Domingo, Chopin y los Rolling Stones… aunque no necesariamente en ese orden. Le
gustaba nadar, pescar, esquiar…
Y, por lo que Eleanor le había dicho, le gustaba besar.
Greer sintió un repentino calor en las mejillas. Colby nunca la había besado
durante aquellos veranos en el lago, aunque era lógico llevándose siete años y, a esas
edades, ella debía haberle parecido una niña.
Pero hacía unas horas la había besado y, si le había gustado, no había dado
muestras de ello.
Las playeras se le habían llenado de arena y le resultaba incómodo al caminar, y
Greer se detuvo para quitarse la arena. Colby también se paró y, cuando Greer
perdió el equilibrio, buscó automáticamente apoyo y se aferró al brazo desnudo de
él.
El contacto fue electrizante. Rápidamente, Greer quitó la mano.
—Perdona —se disculpó ella con voz ronca.
Al enderezarse, sorprendió a Colby mirándola con una extraña expresión en los
ojos, una expresión que no pudo interpretar, aunque la hizo sentirse incómoda.
—¿Qué pasa?
Con sorpresa, lo vio sonreír.
—Lo pasábamos muy bien, ¿verdad? Dios mío, a veces eras una pesada; sin
embargo, las vacaciones en el lago sin ti no habrían sido lo mismo. ¿Cuántos veranos
pasamos aquí juntos?
Siete veranos. Los siete veranos más felices de la vida de Greer.
Greer hizo un gesto vago con el brazo.
—¿Cinco años? ¡No, seis! Veamos, la abuela empezó a traerme aquí después de
la muerte de mis padres, así que, el primer verano que vine aquí, debía tener siete
años…
—Yo tenía catorce. ¿Te acuerdas de aquella vez que vimos juntos el amanecer
en el Sprite en mitad del lago? Fue el regalo que te hice de cumpleaños, cuando
cumpliste los diez años; tenías miedo de que Jem se despertara antes de que
volviéramos y se enterase de que te habías marchado. Lo que no sabías es que yo
tenía todavía más miedo que tú, porque si mi padre se hubiera enterado…
Colby sacudió la cabeza y ella detectó un brillo travieso en sus ojos.
¿Por qué le estaba haciendo eso? ¿Por qué la hacía recordar el pasado, cuando
su relación era limpia y clara como el cristal?
—He visto unos cuantos amaneceres desde entonces —observó ella en un tono
que esperaba disimulase sus verdaderos sentimientos—. Jem y yo fuimos a Hawaii
hace cinco años y vimos el amanecer allí, desde la cima de un monte. ¡Algo
espectacular, algo que no olvidaré nunca!
Si Colby quería volver al pasado tendría que hacerlo solo.
Para ella, era un recorrido que sólo le produciría sufrimiento.
Aunque el paseo con Jem parecía haber dado más energía a los niños de
Pierson, Jamie estaba agotado y con sueño. Arrastraba los pies detrás de los demás y
no protestó cuando Colby dijo:
—¡A la cama contigo, jovencito!
—Vuestro padre está aquí —les dijo Greer a los otros tres niños, que echaron a
correr hacia su casa lanzando gritos de alegría.
—Son un trío muy feliz —comentó Jem con un suspiro mientras ella y Greer
volvían juntas a su casa—. Pero Jamie… no soporto verlo tan triste. Tiene la misma
edad que Chris y esperaba que se hicieran amigos, pero no ha sido así. Sarah ha sido
muy cariñosa con él y ha intentado que se integrase; pero cuanto más se esforzaba,
más se retraía Jamie. Espero que no se canse de él y deje de intentarlo.
—Sarah es la menor de las niñas, ¿verdad?
—¡Eh, ten cuidado! —protestó ella casi sin respiración porque aún no se había
recuperado del susto—. No he venido aquí a darme una ducha.
Colby parecía una magnífica estatua de bronce, pensó Greer al tiempo que daba
un paso atrás. Pero al contrario que una estatua, estaba vivo. Y a juzgar por el brillo
que vio en sus ojos, Colby estaba admirando cada centímetro de piel que dejaba al
descubierto aquel diminuto camisón negro.
Aunque él llevaba aún menos ropa que ella: un calzón de baño claro diseñado
con la intención de preservar un mínimo de decoro. Greer sintió un temblor en todo
el cuerpo.
—¿Qué estás haciendo aquí en mitad de la noche? —le preguntó ella con
altanería.
La risa de Colby fue como el terciopelo acariciándole la espalda.
—No estoy haciendo nada; al menos, todavía. ¿Y tú, por qué has salido?
—Me ha despertado algo y como sabía que no iba a poder dormirme otra vez
he decidido salir a respirar un poco de aire fresco. Estaba muy tranquila… hasta que
has aparecido tú en escena.
—No hay motivo por el que no puedas seguir tranquila —dijo él en tono
burlón—. O… ¿no te apetecería algo más excitante?
—Creo que no —respondió ella con voz tensa—. Algo excitante es lo último que
necesito cuando no puedo dormir.
—Dicen que el sexo es fabuloso para relajar los nervios.
—Yo no he dicho que estuviera nerviosa.
—Bueno, pero no puedes dormir, y el sexo te haría dormir.
—Típico de un hombre pensar que el sexo puede curarlo todo. ¿No crees que
un vaso de leche caliente y una aspirina tendrían el mismo efecto?
—Ven aquí.
—¿Qué…?
Colby la atrajo hacia sí. No tan cerca como para poder tocarle la piel mojada,
pero lo suficiente. Demasiado. Greer sintió como si algo le obstruyese la garganta.
Tragó saliva y fue a apartarse de él, pero Colby le sujetó las dos manos con ojos
misteriosamente brillantes y oscuros.
—¿Qué… qué estás haciendo? —la voz de Greer sonó espesa.
La risa de Colby le erizó la piel.
—Es una prueba —murmuró él—, así que presta atención.
Bajó la cabeza y capturó uno de los tirantes del camisón de Greer con los
dientes. Ella jadeó y trató de liberarse, pero Colby no se lo permitió.
—Aún no he terminado —añadió él sin soltar el tirante.
Entonces, tiró del tirante y se lo bajó por el brazo hasta el codo, haciendo que el
escote también le bajara.
—Quiero que me digas… —los labios de Colby le acariciaron la piel y la
respiración de ella se hizo entrecortada—. Quiero que me digas si te gusta esto…
Colby continuó acariciándole, pasándole la lengua por la incipiente curva de un
seno, y Greer echó la cabeza hacia atrás y lanzó un ahogado gemido.
—Y esto…
Mientras ella se estremecía, Colby le acarició con la lengua un pezón por encima
de la seda negra; la caricia la llevó a un paraíso sensual.
—¿Te gusta? —preguntó él con una voz que a Greer le pareció proceder de un
recóndito lugar—. ¿Te gusta… esto?
Un desarticulado sonido de placer escapó de los labios de Greer; pero entonces,
Colby la soltó, bajó las manos y retrocedió un paso.
Greer se lo quedó mirando anonadada.
—Debo suponer, por tu reacción, que la respuesta es sí —declaró él con una
arrogante sonrisa.
Después, extendió la mano y le subió el tirante del camisón antes de añadir con
voz impersonal:
—Bueno, Greer, ¿qué va a ser entonces? ¿Sexo o leche con aspirina?
Durante un momento, Greer sólo sintió confusión. Pero cuando asimiló lo que
Colby le había hecho, sintió una furia tan intensa que estuvo a punto de darle una
patada en la entrepierna. Quería gritar, pegarle y partirle la cara. Sin embargo, con
todo el control sobre sí misma que poseía, consiguió esbozar una sonrisa que podía
pasar por perezosa diversión.
—El sexo no está mal, Colby, pero creo que me inclino por la leche y la aspirina.
Ha sido una prueba interesante, y reconozco que eres hábil. Tengo la impresión de
que estás en forma.
—Pero nunca había obtenido resultados tan satisfactorios. Ya verás qué bien lo
pasamos cuando nos acostemos juntos.
—¡Sigue soñando! Y ahora, déjame pasar, quiero volver a casa.
—Antes de que te vayas…
—¿Sí?
—¿Has decidido ya si vas a quedarte con la casa de tu abuela?
—Y yo me he hecho la misma pregunta respecto a tu casa —dijo ella evitando
una respuesta directa—. ¿Tienes pensado seguir viniendo aquí con frecuencia o esta
vez ha sido una excepción?
—Estoy pensando seriamente en volver a Toronto. Si lo hiciera, conservaría la
casa, pero tendría que hacer algunos cambios. Como es posible que sepas, los últimos
Capítulo 5
Brad apareció a la mañana siguiente cuando Greer y Jem estaban en la cocina
terminando de desayunar. Rechazó el café que Jem le ofreció.
—Sólo quería hablar contigo un momento, Jem —dijo él—. En realidad, he
venido a pedirte un par de favores.
—Cuenta conmigo si puedo ayudarte —contestó Jem.
—El sábado que viene es el cumpleaños de Lisa y me gustaría darle una fiesta
sorpresa, sólo con nosotros, los de las casas de aquí.
—¡Qué estupendo! —Jem dio una palmada—. ¿Qué es lo que quieres que haga,
Brad?
—He pensado traer la comida el viernes por la noche en una nevera portátil,
escondida en el maletero del coche para que Lisa no la vea. Lo que quería
preguntarte es si podría guardarla en tu frigorífico hasta el sábado por la noche.
—Claro, por supuesto. ¿Y qué más?
—¿Podrías llevarte a Lisa por ahí una hora antes de la fiesta, quizá a dar un
paseo con los niños por el lago? Así, Greer y yo podríamos llevar la comida al porche
y arreglarlo todo. Greer, ¿estás dispuesta a ayudar?
Greer se quedó mirando a Brad sin poder pronunciar palabra; él, al igual que su
abuela, suponían que volvería el fin de semana siguiente; sin embargo, ella había
decidido mantenerse apartada de Colby tanto como le fuera posible. Pero cuando fue
a abrir la boca para negarse con una disculpa, vio los ojos brillantes de su abuela y
sintió que el corazón se le encogía.
Greer se aclaró la garganta antes de contestar.
—Sí, claro que te ayudaré. ¿Se lo has dicho a los niños?
—No, es demasiado peligroso. Ni siquiera se lo voy a decir a Colby hasta el
último momento; cuanta menos gente lo sepa, mejor.
—¿Pero y si Colby hiciera otros planes? ¿Y si no estuviera aquí? —sugirió Jem
en tono de preocupación.
—Anoche mencionó que el sábado que viene van a traerle madera porque
quiere hacer unos arreglos en la caseta del barco, y me preguntó si yo iba a estar por
aquí para echarle una mano.
—¡Entonces, todo arreglado! —exclamó Jem encantada.
Y Greer sonrió al ver lo contenta que se había puesto su abuela con la idea de
una fiesta.
—Gracias —dijo Brad—. Os agradezco mucho la ayuda.
—¡Y a nosotras nos encanta tener una fiesta en perspectiva! —dijo Jem—. Y
ahora, creo que voy a arrancar las malas hierbas del jardín antes de que el sol
empiece a apretar.
Apoyándose en el bastón, Jem atravesó la cocina y salió al pasillo.
Cuando la puerta posterior de la casa se cerró, la sonrisa de Brad se desvaneció
y miró a Greer con aprensión.
—Brad —se apresuró ella a decir—, no quiero hablar de…
—Lo sé. Yo tampoco quiero hablar de ello, pero creo que tendríamos que
aclarar la situación. Greer, me he sentido muy mal todos estos años por lo que
Eleanor y yo te hicimos…
—Ya que insistes en hablar de ello, déjame que te diga que debías estar loco por
engañar a Lisa. Si se enterase, se quedaría destrozada y…
—Lo sabe —dijo Brad—, se lo dije yo, aunque no inmediatamente después de
que pasara. Se lo conté cuando Chris tenía ya unos meses y Lisa se había recuperado
del parto. Y tienes razón, le rompió el corazón. Pero me quiere y tiene fe en mí, y
sabía que no volvería a pasar nunca, ni con Eleanor ni con nadie.
Brad tomó aliento antes de añadir:
—Sé perfectamente que no me merecía su perdón, pero ella me lo dio y yo lo
acepté.
—Brad, ¿cómo permitiste que ocurriese?
—¿Quieres saber lo que pasó? —dijo Brad con expresión sombría—. Pues te lo
voy a decir. Me había ido a dar un paseo y no tenía ni idea de que Eleanor me había
seguido hasta que no llegué al final de la playa. Nos quedamos allí charlando unos
minutos, pero entonces ella empezó a insinuarse. Al principio no me di cuenta, pero
entonces empezó a desabrocharse los botones de la blusa mientras me miraba
fijamente y… no sé, me dio la impresión de que iba a hacer una especie de strip-tease.
Le dije que me volvía a casa, que ya era tarde. Eleanor se echó a reír con esa risa
sensual típica de ella y… y entonces se quitó la blusa. No llevaba sujetador, estaba
desnuda.
Greer lanzó una exclamación.
—Dios mío, Brad…
—Sé que no tengo disculpa y te aseguro que no me disculpé delante de Lisa.
Eleanor se me insinuó y yo acabé siguiéndole el juego. Pero en fin, no era de mi
relación con Lisa de lo que quería hablarte. Lo que quería era decirte que, desde
aquella noche, me he sentido muy culpable por haberte utilizado como chivo
expiatorio, y Colby sigue sin saber lo que pasó.
—Agua pasada no mueve molino, Brad.
—Cuando Eleanor salió corriendo después de decirme que hiciera como si
hubiera estado contigo, no debería haberle hecho caso y debería haberle dicho a
Colby lo que había pasado. Pero estaba confuso, vacilé, y entonces fue cuando Colby
Colby.
¿Qué estaba haciendo ahí?
Pero antes de que se le ocurriese la respuesta, él abrió la puerta y la cerró de un
golpe furioso.
Brad se dio media vuelta con un brazo aún por encima del hombro de Greer.
—Colby, ¿qué demonios…?
—Tu esposa me ha dicho que te viniera a buscar para llevarte a tu casa a
desayunar. ¿Te acuerdas de que tienes una esposa? —los ojos de Colby echaban
chispas—. ¿Qué demonios estás esperando? ¡Vamos, sal de aquí ahora mismo!
En el tenso silencio que siguió, Greer oyó la voz de Lisa gritar:
—Colby, tienes el desayuno en la mesa. ¿Has encontrado a Brad?
El rostro de Colby había enrojecido de ira.
—¡Sinvergüenza!
Colby le indicó la puerta a Brad con un movimiento de cabeza y éste, con el
rostro pálido, apretó el hombro de Greer antes de pasar por delante de Colby y salir
de allí.
—Ya voy, cielo —le oyó Greer decir a Colby desde el porche—. Ahora mismo
estoy ahí.
Ahora, Colby dirigió su ira a Greer, y ella dio un paso atrás.
—Es una pena que te hayan invitado a desayunar a ti también, te habría
ofrecido una taza de café —dijo ella en tono ligero.
Al momento, se dio media vuelta, salió al vestíbulo y se metió en su habitación;
después, cerró de un portazo. Sabía que Colby no la seguiría hasta allí por si Jem
estaba en la casa.
Después de lavar los platos y las tazas del desayuno, Greer se puso un bikini y
fue a la playa. Nadó durante un cuarto de hora y luego se fue a la plataforma de
madera que flotaba anclada a unos ochocientos metros de la orilla. Después de
subirse, se escurrió la cola de caballo y se tumbó boca abajo.
Entre el movimiento del agua y el calor, acabó quedándose dormida.
De repente, la plataforma se inclinó hacia un lado y Greer levantó la cabeza. Un
segundo más tarde, se dio cuenta de que el recién llegado era Colby.
Reprimió una exclamación de frustración y volvió a reposar la cabeza encima
de su brazo. ¡Maldición! ¿Por qué no podía dejarla tranquila? Le sintió mirándola
antes de que unas gotas de agua le cayeran encima de la piel, y le imaginó
sacudiéndose el agua del pelo… y después la plataforma volvió a moverse. ¿Qué
estaba haciendo? ¿Estaría mirándola furioso porque ella parecía estar tranquila y
relajada?
En tensión, esperó a que la castigase por intentar seducir a Brad, porque así era
como él había interpretado la escena en la cocina.
Pero Colby no dijo nada.
Después de estar así tumbada varios minutos, casi sin respirar, Greer no pudo
aguantar por más tiempo el suspense. «Si vas a decir algo, dilo ya».
Pero él siguió sin decir nada. Por fin, con el corazón palpitándole con fuerza,
Greer alzó la cabeza ligeramente y la volvió.
Colby estaba allí, sí, pero ya no de pie, sino tumbado a no más de sesenta
centímetros de ella, boca arriba y con las manos detrás de la cabeza.
Y estaba dormido.
Dormido era aún más irresistible que despierto, pensó Greer con desesperación.
Oh, cómo deseaba tocarlo.
Si estiraba la mano, podría tocarle los marrones pezones, el vientre liso, el
oscuro vello que se ocultaba bajo el traje de baño… O, meter la mano por debajo de la
cinturilla del bañador y seguir hasta…
—A tu disposición.
Greer ahogó un gemido. Apartó los ojos del bañador de Colby y le miró al
rostro con expresión horrorizada. Colby la estaba mirando como si se hubiera dado
cuenta de lo que había estado pensando.
—No me importa —murmuró él con un brillo malicioso en los ojos—. En serio,
no me importa.
—¿Que no te importa qué? —preguntó Greer forzando la voz.
—Que no me importa que… me toques —Colby arqueó las cejas cínicamente—.
Eso es lo que quieres, ¿verdad?
—¿Por qué? ¿Por qué iba yo a querer tocarte?
La boca de Colby esbozó una sonrisa.
—Por la misma razón que algunos quieren subir al Everest, porque está ahí.
Colby continuó sonriendo y ella sintió que la sangre le hervía, la sonrisa de
Colby siempre le había resultado irresistible.
¿Pero por qué le estaba sonriendo? ¿Por qué no la estaba insultando después de
haberla encontrado en los brazos de Brad? ¿Qué se traía entre manos?
El pánico se apoderó de ella.
«Tengo que marcharme de aquí».
Pero en ese momento, Colby le agarró la mano que le quedaba más cerca y
entrelazó los dedos con los de ella firmemente.
—No puedo creer que te tuviera cariño —le espetó Greer—. ¡Dios mío, qué
idiota era!
Colby se puso en pie y la miró ya sin humor.
—No es necesario que dos personas se gusten para pasarlo bien en la cama, y tú
y yo lo vamos a pasar muy bien en la cama. Atrévete a decirme que me equivoco.
Greer sintió como si el mundo se desvaneciera a su alrededor. Sabía que debía
decirle a Colby que se equivocaba, pero no le salían las palabras.
Irritada y sin saber qué hacer, saltó al lago y, mientras se acercaba nadando a la
playa, se dio cuenta de que tenía que alejarse de Colby. En vez de marcharse por la
tarde, saldría al mediodía porque la situación se había vuelto intolerable.
Tendría que volver el fin de semana siguiente para la fiesta de cumpleaños;
pero después, dejaría de ir al lago tanto como le fuera posible. Con un poco de suerte,
Colby decidiría volver a Australia antes de que acabara el verano.
Y si no lo hacía, a ella no le quedaría más remedio que decirle a Jem que
vendiera la casa.
vas? Está en la caseta del barco, lo he visto ir allí después de que Jamie se marchara
con mis hijos a pescar.
—Colby y yo no tenemos nada que decirnos.
—Cielo, sé que debes estarlo pasando muy mal por la forma como te trata
Colby, pero intenta comprender lo que él siente. Todos éramos buenos amigos y él
cree que tú has traicionado la confianza que deben tenerse los buenos amigos.
Además, a él le encantaban tu dulzura e inocencia, así que puedes imaginar la
desilusión que debió llevarse cuando pensó que habías tenido una aventura con mi
marido. Dale una oportunidad. Ve a la caseta del barco para despedirte de él. No
tienes nada que perder.
Nada que perder.
—No tiene sentido que vaya. Oh, Colby me pone tan furiosa… sigue creyendo
que hay algo entre Brad y yo.
—Dale tiempo, Greer. Dale tiempo para acostumbrarse a que estemos todos
juntos otra vez y para volvernos a acostumbrar los unos a los otros y, por supuesto,
tiempo para que vea las cosas como son realmente —Lisa la tomó del brazo y la
acompañó a los escalones del porche—. Creo que Colby se encuentra muy confuso en
estos momentos. De casualidad, esta mañana me he asomado a la ventana, cuando tú
estabas nadando, y lo he sorprendido mirándote; te aseguro que jamás había visto a
nadie tan triste.
Lisa se interrumpió y le dio a Greer un pequeño empujón antes de añadir:
—Vamos, ve a decirle adiós.
Greer bajó los escalones pesadamente. Al llegar abajo, respiró profundamente
antes de comenzar a andar hacia la caseta del barco.
¿Por qué lo hacía? ¿Por qué iba a despedirse de Colby? ¿Por lo que le había
dicho Lisa?
No. Lo hacía porque Colby le había robado el corazón y todavía no había
conseguido recuperarlo. El amor era una tortura, pensó Greer con amargura.
La caseta del barco estaba al final de la aislada bahía donde se asentaban las tres
casas. Fue construida en mil ochocientos con tablones de madera de cedro pintados
en blanco.
La puerta estaba abierta y entró. El barco de Colby, Summer Sprite, se mecía
suavemente en el agua… pero Colby no estaba a la vista.
Con alivio y desilusión simultáneamente, Greer se dio media vuelta para salir;
pero al hacerlo, oyó un ruido en la plataforma alzada y el corazón le dio un vuelto.
Colby estaba arriba, en la plataforma.
Se miró los pantalones color crema y la camisa azul clara y vaciló. La
plataforma estaría muy sucia, llena de polvo y de telarañas. Acababa de darse una
ducha y de ponerse ropa limpia. Por fin, se dirigió a la estrecha escalerilla que daba a
la plataforma y comenzó a subir los peldaños.
La plataforma era cuadrada y tenía una enorme ventana que daba al lago. La
habitación estaba tan sucia como Greer había temido. Colby se encontraba junto a la
ventana, de pie, de espaldas a ella, con las manos metidas en los bolsillos de los
pantalones y parecía ensimismado en sus pensamientos.
Greer estaba a punto de avanzar hacia él para hacerle saber que estaba allí
cuando, entre la basura del suelo, vio una hoja de papel amarillo. El dibujo le resultó
familiar. Se agachó para recoger la hoja y fue entonces cuando vio que era un dibujo
suyo que había hecho cuando tenía doce o catorce años.
El padre de Colby le permitía por aquel entonces ir a la caseta del barco, y el
alzado era su lugar preferido. Por aquel entonces, a Greer le parecía el lugar ideal
para pasar una luna de miel, aunque no tenía ni idea de lo que era una luna de miel;
por eso, hizo el plano de la plataforma y dibujó una habitación con todo detalle,
incluido un baño en la habitación. Incluso pensó en los colores y las formas del
mobiliario.
Mientras estaba haciendo el dibujo, Colby se le acercó y le preguntó qué estaba
haciendo, y ella le contestó con voz ensoñadora:
—¿No te parece un lugar maravilloso para una luna de miel? Se puede poner la
cama de cara a la ventana y ver el lago, la luna y las estrellas acostado… ¡Y sentir que
estás sola en el mundo con tu amor!
Colby le sonrió.
—¿Crees que eso es lo que se hace en la noche de luna de miel, mirar por la
ventana a las estrellas?
Sí, eso era lo que Greer había creído a los trece años. ¡Qué inocente era entonces!
Greer sacudió la cabeza y dejó caer la hoja de papel al suelo. El ruido que hizo
al rozar el suelo fue leve, pero Colby debió oírlo.
Se volvió y se sacó las manos de los bolsillos. Al mirarla, sus ojos oscurecieron.
—Vaya, qué sorpresa.
—He venido a despedirme.
Colby paseó la mirada por los pantalones de diseño y la camisa de seda antes
de decir con voz fría:
—Bien, señorita de ciudad, te vas ya.
Greer no podía soportar la hostilidad que vio en sus ojos, pero se obligó a
sostenerle la mirada.
—¿Vas a arreglar la caseta del barco?
—Sí, abajo. ¿Te lo ha dicho Brad?
—Bueno…
—Ha tenido que ser Brad —dijo Colby con dureza—, no se lo he mencionado a
nadie más.
—Sí, me lo ha dicho Brad.
Sin mirarlo, Greer se dio media vuelta, se acercó a la escalerilla, la bajó y salió
de allí.
Colby la deseaba, quería acostarse con ella, pero no la amaba.
Capítulo 6
El apartamento de Greer estaba en el piso veintiuno de un rascacielos en una
calle que daba a la calle Yonge, a un par de manzanas de St. Clair. Cuando llegó por
la tarde, después de un largo trayecto desde el lago, se sentía agotada y contenta de
volver a casa, a pesar de ser un apartamento modesto.
Tenía un cuarto de estar pequeño, aunque con una preciosa vista de la ciudad, y
en el dormitorio apenas le cabía la cama. Se adentró en el dormitorio, dejó el bolso
encima de la cama, la bolsa de viaje en el suelo, sobre la alfombra persa y, después de
bostezar, se dirigió al cuarto de baño.
Después de una ducha, se puso una bata corta y se dirigió a la cocina. Se sirvió
una generosa copa de vino blanco frío antes de irse al cuarto de estar. La estantería,
que cubría una pared entera desde el suelo hasta el techo, estaba llena de libros y de
revistas y, encima de unos libros de cocina, estaba el contestador automático. La luz
roja parpadeaba y Greer apretó una tecla y se sentó en su futón para oír los mensajes.
—Llámame cuando vuelvas —dijo la voz de su mejor amiga, Gillian, que
trabajaba para una empresa dedicada a las acciones de bolsa—. Rick va a volver con
su esposa, ¿puedes creerlo? Después de todo lo que ha tenido que aguantar…
Greer rió.
El segundo mensaje era de Tony, un viejo amigo del colegio que vivía en Parry
Sound:
—Voy a ir a Toronto la semana que viene, espero que podamos almorzar juntos
un día. Te volveré a llamar el martes…
Greer bebió un sorbo de vino mientras escuchaba el resto de los mensajes, seis
en total. Como de costumbre, no había en ellos nada que pudiera preocuparla. Su
vida personal era sencilla y amable, tenía mucho cuidado a la hora de elegir a sus
amistades; sobre todo, a los hombres. Y evitaba enamorarse. En general, estaba
convencida de que era una buena política…
Sin embargo, ahora que Colby había vuelto a su vida, en un fin de semana
había conseguido amenazar con destruir el equilibrio y la armonía que tanto le había
costado lograr, y le aterraba.
Vació la copa de vino, la dejó encima de una mesa y se puso en pie.
Iba a llamar a Gillian, su amiga tenía una habilidad especial para verlo todo con
sentido del humor.
—Una casa en un lago, qué suerte tienes. Agua, sol, barbacoas, libros y paseos
por el campo.
Después de que Tina se marchara, Greer se apartó del maniquí, se acercó a la
mesa de despacho para recoger su bolso y se marchó también.
Ya se estaba haciendo de noche cuando Greer llegó al lago. Justo cuando llevó
su Toyota al final del camino para aparcarlo, vio a Colby paseando por la playa.
El corazón le dio un vuelco y el pulso se le aceleró.
Con las manos aferradas al volante, Greer pisó el freno para doblar la curva al
final del sendero.
Pero cuando llegó a la curva, Colby apareció delante del vehículo y le hizo un
gesto con la mano para que frenase más.
Después de lanzar una maldición, Greer frenó de golpe y el coche se paró a un
metro de él. Inmediatamente, Colby se acercó y, después de apoyar un brazo en el
techo del coche, se inclinó para asomar la cabeza por la ventanilla.
Greer vio un oscuro brillo en sus ojos y se preguntó si estaría recordando la
pasión de su último encuentro.
Pero cuando Colby habló, lo hizo en un tono que no indicaba semejantes
pensamientos por su parte.
—Jem ya se ha acostado. Se ha pasado toda la mañana cocinando y ha decidido
meterse en la cama temprano. Yo te estaba esperando para advertirte que entraras
con cuidado para no despertarla.
—Pero se encuentra bien, ¿verdad? No está mala, ¿no?
—No, sólo cansada. Mañana estará perfectamente.
Greer levantó el pie del freno y dijo apresuradamente:
—Bueno, gracias por decírmelo. No haré ruido al entrar…
—Espera un momento —Colby puso la mano en la portezuela del coche y, de
nuevo, Greer frenó—. ¿Has cenado?
—Sí, he tomado algo por el camino. Y ahora, si no te importa… Estoy cansada,
he tenido una semana muy ajetreada y lo único que quiero es tumbarme y…
—Ven a mi casa a tomar un café o lo que quieras. Tengo que preguntarte una
cosa.
—Pues pregúntamela ahora.
—Oh, por el amor de Dios, ¿es que no puedes venir a tomar algo sin hacer un
mundo de ello?
—¿Qué te pasa, Colby, has perdido tus encantos? ¿Cómo es posible que estés
tan frustrado sexualmente que tengas que esperarme a mí? Lo siento, pero no me
su hijo; al fin y al cabo, sólo hace seis meses que murió Eleanor y él tampoco debe
encontrarse bien.
—No, pero es un adulto y tiene más recursos; sin embargo, el niño es otra cosa.
Es una pena, pero no lo he visto mucho esta semana, no me encontraba del todo bien.
A Colby y a los demás les he dicho que estaba cocinando bastante, pero lo que me ha
pasado es que he tenido una especie de gripe intestinal; en fin, ahora ya se me ha
pasado. Esta mañana me siento perfectamente, al cien por cien. Bueno, quizá al
noventa por ciento.
Jem sonrió antes de continuar.
—Las dos deberíamos hacer un esfuerzo por pasar más tiempo con el niño, creo
que eso lo ayudará. Colby no necesita enterarse, no me gustaría hacerle sentirse… un
mal padre.
Sin embargo, Greer pensó que su abuela no parecía encontrarse tan bien como
decía, por lo que suponía que era ella quien tendría que intentar ayudar a Jamie; al
menos, ese día. ¿Pero sin que Colby lo notara? Sería muy difícil.
No obstante, tendría que intentarlo.
—Greer, Colby me ha dicho que va a vender su negocio en Melbourne y va a
establecerse aquí, en Toronto. ¿No te parece maravilloso? Es una persona
encantadora. Me ha dicho que si tú no quieres esta casa, de todos modos yo debería
conservarla; al menos, durante unos años más. Incluso se ha ofrecido para traerme
aquí todas las veces que él venga con Jamie. Es como la respuesta a una plegaría.
—¡Estupendo, verdad, abuela! —Greer consiguió sonreír—. Y ahora, dime,
¿quieres que te prepare unas tostadas?
—No, querida, creo que voy a quedarme en la cama un rato más. Voy a echar
otro sueñecito para estar despejada para la fiesta de esta noche. No se te ha olvidado,
¿verdad?
—No, claro que no se me ha olvidado.
—Estupendo —Jem puso la taza encima de la mesilla de noche y volvió a
recostar la cabeza en la almohada—. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Voy a arreglar la cocina y luego voy a ir a darme un baño. Y después, creo
que iré a buscar a Jamie para pasar un rato con él.
—Brad, ¿dónde estás? Haz el favor de venir aquí inmediatamente, antes de que
los huevos y el bacon se te congelen.
Al momento, se oyeron las risas de los niños.
—Buenos días, Colby —Brad lanzó a Greer una mirada interrogante, pero ésta
negó con la cabeza con un gesto casi imperceptible, y la expresión de Brad se relajó—
. Me encantaría quedarme para despejar la atmósfera, pero…
Brad se marchó, dejando a Greer sola con Colby. Y a juzgar por la mirada de él,
en esos momentos debía estar considerándola inferior a un gusano.
—¡Buenos días, Colby! —dijo ella en tono ligero—. Bueno, perdona, pero voy a
ir a darme un baño.
Echó a andar con paso ligero, pero pronto se dio cuenta de que no le iba a
resultar tan fácil deshacerse de él. Después de unos largos pasos, Colby le dio
alcance.
—¿Cómo está Jem? —preguntó él de repente.
—Mucho mejor. Está descansando para lo de esta noche… Vamos a salir a cenar
—Greer señaló en dirección a la posada Trillium, esperando que Colby supusiera que
allí era donde iban a ir a cenar.
Continuaron caminando en silencio, pero la tensión entre los dos aumentó a
cada paso, y Greer se preparó para lo que sabía que le esperaba. Por fin, al llegar a la
orilla del lago, Greer extendió la toalla en el suelo y luego se dio media vuelta y se
enfrentó a él.
—Es evidente que me estás siguiendo por algo, ¿te importaría decirme qué es
ese algo?
—Sabes perfectamente lo que es. ¡Cuántas veces tengo que decirte que dejes en
paz a Brad Pierson! ¿No te parece que ya has hecho bastante daño? ¿Es que no has
aprendido la lección de hace ocho años, cuando te portaste como una… cualquiera?
Greer casi se dobló, aquel ataque la afectó físicamente, igual que si le hubieran
dado un puñetazo en el estómago. Conteniendo una repentina náusea, se lo quedó
mirando con expresión desafiante.
—¿Quién te ha nombrado mi guardián? Lo que yo haga no es asunto tuyo.
—¡Pues he decidido que sí es asunto mío! Lisa es una buena amiga y no voy a
dejarte…
—¡No puedes controlarme, Colby Daken! Y sería mejor que pasaras más tiempo
con tu hijo y menos espiándome a mí como un vulgar pervertido. Jamie te necesita…
¡Pero yo no!
Por la repentina palidez de su rostro, Greer se dio cuenta de que había tocado
un punto vulnerable al hacer el comentario sobre Jamie.
A pesar de sentir remordimiento, se dio media vuelta y se metió corriendo en el
agua.
Colby Daken estaba ciego, reflexionó mientras nadaba, y era idiota, y no sabía
el daño que le había hecho a ella.
Teniendo todo eso en cuenta, ¿por qué seguía enamorada de él
irremediablemente?
Capítulo 7
Brad se llevó a los niños a pescar esa mañana y, al volver, Colby se marchó con
su hijo en el Jeep. Estuvieron varias horas fuera, así que Greer no pudo pasar un rato
con Jamie como había planeado, pero decidió hacerlo por la tarde.
Brad tenía pensado que la fiesta empezara a las seis, y a las cinco, Greer estaba
en la cocina de su casa inflando globos. Estaba a punto de empezar con uno azul
enorme cuando Jem abrió la puerta de rejilla que daba al porche. Sin entrar, le
preguntó:
—¿Le has dicho a Colby que tú y yo íbamos a ir a cenar a la posada?
—No se lo he dicho claramente, pero lo he insinuado.
—¡Pues está convencido de que eso es lo que vamos a hacer! Y Brad le ha dicho
a Lisa que va a llevarlos a ella y a los niños a cenar a Parry Sound, y ha invitado a
Colby y a Jamie a que los acompañen; pero les ha dicho que iba a echarse un rato la
siesta y ha sugerido que los demás fuéramos a dar un paseo para que él pudiera
dormir tranquilo.
Jem guiñó un ojo a su nieta antes de continuar.
—Greer, cariño, me voy a dar un paseo con Lisa y Colby, así que volveremos
dentro de una hora aproximadamente.
—Muy bien, pero marchaos ya, Brad y yo todavía tenemos un montón de cosas
que hacer. ¿Estás segura de que podrás entretenerlos durante una hora?
Jem hizo un gesto con su bastón.
—¡Tranquila, tú déjame a mí!
Greer colocó encima de la barbacoa los shish kebabs que Brad había preparado
artísticamente, y cuando los pedazos de verdura y cordero comenzaron a cocinarse,
se apartó de la barbacoa para quedarse mirándolos con admiración.
—¡Brad, están preciosos, y has coordinado los colores maravillosamente bien!
¡Eres todo un artista!
Él sonrió.
—Es la comida preferida de Lisa, así que he tenido mucha práctica —Brad
arqueó una ceja—. Me ha entrado sed, ¿y a ti? ¿Te apetece beber algo?
—Mmmmmm. Sí, claro que sí.
—¿Vino o cerveza?
—Cerveza. Tengo calor.
—Muy bien, una cerveza. Ahora mismo vuelvo.
Brad entró en la casa y Greer aprovechó la ocasión para bajar los escalones del
porche y acercarse a la playa con el fin de ver dónde estaban los demás. Los vio en la
distancia. Colby y Jamie caminaban juntos, aunque separados; los niños de Pierson
salpicaban agua a la orilla del lago; y Jem caminaba junto a Lisa a la zaga. Estupendo,
las dos llegarían después que los otros, así Brad tendría tiempo de advertir a sus hijos
y a Colby antes de que la chica del cumpleaños llegara al porche.
—Todavía van a tardar unos minutos —le dijo a Brad cuando volvió al
porche—, acabo de verlos.
—Muy bien. Aquí tienes tu cerveza. Debo decir que te la has ganado.
—¡Desde luego! —Greer sonrió—. Un globo más y se me habrían roto los
mofletes.
Brad alzó su cerveza.
—Salud.
—Salud —Greer bebió un largo sorbo y saboreó el fresco líquido—. Bueno, ¿qué
vais a regalarle a Lisa por su cumpleaños?
—Los niños le han hecho un regalo conjunto, un Walkman.
—¿Y tú?
—Yo le he comprado un frasco de su perfume preferido.
—A Lisa le gusta la lencería, por eso Jem y yo le vamos a regalar una de mis
últimas creaciones —dijo Greer sonriendo traviesamente—. Creo que a ti te va a
gustar tanto como a Lisa.
—¿En serio? —Brad sonrió maliciosamente—. ¿Qué es? ¿Algo negro y rojo que
me va a volver loco?
Greer lo amonestó señalándole con un dedo.
—Paciencia, paciencia. Lo más divertido es la espera.
—Me parece que no estoy de acuerdo con esa máxima —contestó Brad
alegremente—. La llegada puede ser muy excitante también.
—Bradley Pierson, se te está olvidando que estás hablando con una dama
soltera, así que cuidado con lo que dices.
Brad se echó a reír y ella también. Sin embargo, las carcajadas de Greer
murieron al oír un ruido a su espalda. Cuando Colby apareció en el porche, a Greer
le dio un vuelco el corazón.
Colby tenía gotas de sudor en la frente y el rostro congestionado, parecía haber
estado corriendo. ¿Se habría adelantado a los demás echando a correr? Eso debía ser;
de lo contrario, no podía haber llegado. ¿La habría visto saliendo hacía un momento
cuando salió a la playa para ver dónde estaban?
—¡Colby! ¿Cómo es que ya has vuelto?
Brad seguía riendo, era evidente que no había notado la expresión turbulenta
de Colby, porque dijo:
Colby estaba de pie junto a la puerta del patio, y Greer se quedó contemplando
su perfil. Tenía un perfil magnífico, sólo mirarlo la derretía.
Greer puso la mano en el pomo de la puerta de cristal para abrirla, pero él debía
haberla estado esperando y sintió el movimiento. Al momento, reaccionó. Abrió la
puerta y le dijo en voz baja:
—Greer, yo…
Ella levantó la cabeza y pasó por delante de él para salir al porche. Si quería
disculparse, había esperado demasiado. Ese hombre estaba obsesionado con la
supuesta relación entre ella y Brad. Aún en el caso de que hubiera sido verdad, no
era asunto suyo.
De repente, Jem apareció en el último escalón del porche, delante de Lisa.
—Me ha gustado mucho el paseo, Lisa. Y sí, me encantaría tomarme una copa
de jerez contigo antes de la cena.
Al llegar al porche, Jem lanzó a Brad una significativa mirada antes de acercarse
a Greer.
Un segundo después, Lisa hizo su aparición. Se estaba pasando una mano por
el cabello, pero cuando vio a todos delante de ella sonriendo, se quedó inmóvil.
—¿Qué es lo que…?
No continuó. Ocho voces gritaron:
—¡Sorpresa!
Y Lisa gritó de alegría puesto que la fiesta era, realmente, una verdadera
sorpresa para ella.
Ella asintió.
—Sí, también.
Jamie volvió a ponerse las gafas y miró a Greer directamente a la cara. Durante
un rato, se la quedó contemplando antes de decir en un susurro:
—Eres guapa. Tienes los ojos más bonitos que he visto.
A Greer se le encogió el corazón.
—Tú tampoco estás nada mal —dijo ella bromeando, con la esperanza de relajar
al pequeño—. La verdad es que si tuvieras veinticinco años más, me enamoraría de
ti.
Lo que era cierto, por supuesto. Con veinticinco años más, Jamie sería la viva
imagen de su padre, y Colby era el amor de su vida.
Greer se puso en pie y tiró de Jamie hacia sí.
—Vamos a darnos un paseo, ¿vale?
Jamie se subió las gafas, sonrió débilmente y se sacudió la arena de los
pantalones cortos.
—Vale.
—Pero será mejor decirle a tu padre que vas a dar una vuelta conmigo, no vaya
a ser que venga a buscarte y, al no verte, se asuste.
Greer se lo quedó mirando mientras Jamie corría hacia el porche de la casa de
Pierson. Había conseguido hablar con el niño y estaba encantada.
Jamie volvió solo, que era exactamente lo que Greer había esperado, pero no
pudo evitar una ligera desilusión.
Jamie levantó la cabeza y la miró.
—Papá ha dicho que va a empezar a refrescar pronto y que vaya a por una
camisa.
—Buena idea. Y será mejor que te pongas también algo de calzado.
Jamie salió corriendo hacia su casa y volvió al cabo de un par de minutos con
unas playeras puestas y metiéndose las mangas de una camiseta blanca de manga
larga.
—Ven, déjame que te ayude a ponértela, tienes las mangas del revés.
—¿Podemos ir por el camino? —preguntó Jamie—. Sarah dice que hay muchas
ardillas jugando en los árboles.
—Sí, claro.
Caminaron por la playa hacia el sendero en agradable silencio. Jamie se había
recuperado del llanto y estaba más animado de lo que Greer lo había visto nunca.
Cuando llegaron al principio del camino, pasaron por delante del Jeep de
Colby, que estaba en la zona para aparcar. A un lado había una pila de maderos.
Y cuando ella les salpicó agua fingiendo una absoluta indignación, lo que en
realidad sentía era felicidad. Aunque no consiguiera otra cosa aquel verano, era un
inmenso alivio saber que Colby y Jamie por fin habían empezado a comunicarse, y
ella había formado parte de ese pequeño milagro.
Después de una ducha rápida, Greer se puso unos pantalones vaqueros y una
camisa rosa, y volvió a la fiesta. Jamie y Colby todavía no habían vuelto, y ella se
encontró esperándolos… esperando a Colby.
Greer estaba de espaldas a la barandilla, apoyada en ella, hablando con Brad y
Lisa cuando lo oyó acercarse, y tuvo que reprimir el impulso de darse la vuelta para
mirarlo.
—¿Dónde está Jamie? —preguntó Sarah.
Brad y Lisa miraron a Colby y, despacio, Greer se volvió. Colby sonreía, era esa
sonrisa irresistible que destruía toda esperanza de resistirse a él; pero la sonrisa iba
dirigida a Sarah.
—Al parecer, la fiesta lo ha dejado agotado —dijo Colby—. Ha ido al baño a
secarse y a cambiarse de ropa, y como tardaba bastante, he ido a su habitación a
buscarlo y lo he encontrado tirado encima de la cama y completamente dormido.
Jem cubrió un bostezo con la mano.
—Y me parece que yo voy a hacer lo mismo —Jem se levantó—. No os importa,
¿verdad? Y Lisa, muchas gracias por la fiesta, lo he pasado muy bien.
—No me lo agradezcas a mí —contestó Lisa—, las gracias se las tienes que dar a
Brad y a Greer, que son los que han hecho todo el trabajo.
—¡Exactamente! —Brad le puso un brazo en el hombro a Greer y le sonrió—.
Formamos un buen equipo, ¿verdad?
En ese momento, Greer miró accidentalmente a Colby y vio que éste tenía los
ojos clavados en el brazo de Brad, su expresión sombría.
Cierto que Colby les había pedido disculpas a ella y a Brad, pero era evidente
que seguía creyendo que aún había algo entre los dos.
Greer se entristeció al instante.
—Espera, abuela, voy contigo. Lisa, me alegro mucho de que te haya gustado la
fiesta sorpresa. Yo también lo he pasado muy bien.
—¿Tú también te vas? —preguntó Lisa con sorpresa.
—Sí. Te veré mañana.
Jem y Greer tenían que pasar por delante de Colby para bajar los escalones del
porche, y Greer bajó la mirada intencionadamente, centrando la atención en su
abuela.
—Te cuidado con los escalones, abuela. Hay algo de arena y te puedes escurrir.
Capítulo 8
Greer consiguió evitar a Colby hasta el mediodía del día siguiente, cuando se
disponía a marcharse. Se había despedido ya de Jem, que estaba en el jardín posterior
con Jamie, y ella estaba en la cocina cuando vio a Colby aparecer en el porche.
—Hola —dijo él desde el otro lado de la puerta de rejilla—. He venido a por tu
dirección; es decir, si todavía estás dispuesta a hacer de niñera de Jamie el miércoles.
—Sí, claro.
Greer no lo invitó a que entrara, pero él lo hizo.
En una de sus tarjetas de visita, había escrito la dirección de su casa y la había
dejado ahí para que Jem se la diera a Colby más tarde. Ahora, levantó la tarjeta del
dintel de la ventana y se la dio.
—Mi casa está en una calle que da a la calle Yonge, a una manzana de St. Clair.
Hay un aparcamiento en el que puedes dejar el coche.
Greer agarró su bolsa de viaje de encima de la mesa con las llaves del coche en
la otra mano.
—¿Así que te vas ya? —preguntó él metiéndose la tarjeta en el bolsillo de los
vaqueros.
«Esta cocina es demasiado pequeña para los dos», pensó Greer con frustración.
—Sí —respondió ella con voz tensa.
Pero Colby no dio muestras de tener prisa por marcharse.
—Entonces, te veré el miércoles, ¿de acuerdo?
—Sí.
A Greer se le cayeron las llaves de la mano y se agachó a recogerlas. Colby
también se agachó. Él las alcanzó primero y, mientras Greer se enderezaba, el aliento
de Colby le movió el cabello.
Le quitó las llaves de la mano y sus dedos se rozaron.
—Gracias —dijo ella con repentina ronquera en la voz.
—De nada.
—Bueno, me voy.
Casi a ciegas, presa del pánico y casi corriendo, Greer salió de allí para ir a por
el coche.
Colby y a Jamie, el primer relámpago cruzó el cielo, que desde el amanecer estaba
gris plomo.
—Me temo que no vamos a poder ir al zoo hoy, Jamie —se oyeron truenos
mientras Greer ayudaba al niño a quitarse el ligero anorak—. Me parece que vamos a
tener que cambiar de planes.
—Puedo quedarme a ver la televisión —dijo Jamie subiéndose las gafas, un
gesto que a Greer estaba empezando a resultarle enternecedor.
—Buenos días, Greer.
Hasta el momento, Greer había evitado mirar a Colby, pero ahora no tenía
alternativa. Colby llevaba una camisa blanca, una corbata de seda a rayas y unos
pantalones oscuros, una combinación perfecta para un hombre atractivo; pero esa
combinación en Colby era dinamita.
—Buenos días.
Greer contuvo la respiración cuando sus miradas se encontraron. ¿Iban a
discutir? No. Greer vio en sus ojos que ese día tenían una tregua. Con alivio, los
condujo a los dos al cuarto de estar. Colby rodeó la mesa de centro de cristal y bronce
y se acercó al enorme ventanal.
—Vaya tormenta —murmuró él—. Tienes una vista maravillosa. Ven, Jamie,
mira.
Jamie se reunió con su padre y éste le puso una mano a su hijo en los hombros.
—Esa es la torre CN, Jamie, la de la derecha. Tenemos que ir un día, te gustará.
Pero hoy no, ¿eh?
—¿Qué es esa agua que hay detrás de esos rascacielos? ¿Es el mar? —preguntó
Jamie.
—No, es el lago Ontario. Y ahí, al fono, está el New York State.
Jamie y su padre parecían entenderse bien, y Greer se alegró mucho de ello. Se
trataban con una naturalidad que no había visto entre ellos hasta el día de la pelea de
musgo.
—Colby, ¿cuándo vas a volver? —le preguntó Greer.
Colby se volvió.
—La agencia ha arreglado seis entrevistas. La última es a la una. ¿Te parece
bien que vuelva a las dos?
—Sí, perfecto.
—Estupendo.
Esos ojos azules la recorrieron y, al detenerse en sus senos, Greer sintió que la
cabeza le daba vueltas. Al momento, salió al pequeño vestíbulo y abrió la puerta.
Colby revolvió el cabello de su hijo.
—Bueno, que lo pases bien.
La lluvia empezó a caer con una ferocidad que la sorprendió. Golpeó los
cristales de las ventanas como si quisiera derribar el apartamento. Después de lanzar
un tembloroso suspiro, Greer se enderezó y fue hacia Jamie.
El niño estaba junto a la ventana.
—Papá tenía razón, ¡vaya tormenta!
—Yo… estaba pensando en una cosa que tengo que hacer… en alguien a quien
tengo que ver… en el taller… dentro de un rato.
A juzgar por la expresión de Colby, se dio cuenta de que no la creía, que sabía
que sus pensamientos habían ido por otros derroteros. Que habían tomado un
camino que a él le parecía interesante.
Con las mejillas encendidas, Greer se apartó y fue a acercarse a la puerta.
Casi la había alcanzado cuando él la sujetó por el brazo y al mismo tiempo cerró
la puerta con el pie.
Indefensa, Greer se lo quedó mirando.
—Por el amor de Dios, no me mires así —dijo él—. No voy a morderte. Al
menos… no si tú no quieres.
«Sí, claro que sí que quiero», pensó ella casi histérica.
Colby leyó la respuesta en sus ojos. La atrajo hacia sí bruscamente, la abrazó y
se apoderó de ella con un beso que Greer sintió en todo el cuerpo. Cuando terminó,
la soltó con la misma brusquedad con que la había tomado, y ella retrocedió hasta la
puerta casi mareada.
—Sí —dijo él con voz queda—, ya veo que quieres que te muerda. Y me dará un
gran placer complacerte, pero éste no es momento ni lugar. Y no volverá a ocurrir en
ninguna cocina de un apartamento. Cuando te haga el amor, quiero ver tus rubios
cabellos extendidos sobre una almohada de plumas, tumbada boca arriba
completamente desnuda, y con esos preciosos ojos verdes abiertos y la luz de la luna
iluminándote la piel…
Greer quiso gritar para que callara, pero apenas podía respirar, mucho menos
emitir ningún sonido. Lo único que pudo hacer fue deslizarse por la pared, pegada a
ésta, e indicarle con un gesto de la mano que se marchara.
Por fin, Colby salió.
Pero antes recogió la chaqueta del respaldo de la silla y acabó con el resto de las
defensas de Greer con una mirada con la que le prometió que había un paraíso en el
futuro, un paraíso de pasión.
Como si ocurriera en otro planeta, Greer oyó a Jamie apagar el televisor y decir:
—¡Hasta luego, tía Greer!
Al cabo de unos momentos oyó cerrarse la puerta del apartamento.
—Está bien. Jamie, a mí tráemelo de vainilla. Toma, con eso te sobrará. Y de una
bola sólo, ¿de acuerdo? —Colby volvió a meterse la cartera en el bolsillo—. No
quiero que se te quite el hambre, que luego tienes que cenar.
Cuando Jamie salió corriendo, Greer dijo sin rodeos:
—Colby, la señora Malone no. Bebe.
Colby no cuestionó el veredicto ni le preguntó cómo se había dado cuenta. Se
limitó a sacudir la cabeza antes de decir:
—Dios mío, y yo que creía…
Frustrado, se aflojó ligeramente el nudo de la corbata y se desabrochó el primer
botón de la camisa, moviendo la mandíbula mientras hacía ese gesto típicamente
masculino, y a Greer le dio un vuelco el estómago.
«No hagas eso, por favor», rogó ella en silencio. «¿Es que no te das cuenta de
que me estás volviendo loca?»
Clavó los ojos en sus sandalias, sólo para recordar con culpabilidad una más de
sus debilidades: caro calzado italiano.
Greer lanzó un suspiro.
—En fin, esperemos que la siguiente sea buena. De no ser así, tendrás que
volver al principio.
—Sí.
Se quedaron en silencio unos momentos; pero no fue un silencio tenso, sino
agradable.
—Cuántos edificios nuevos —murmuró Colby—. Toronto ha cambiado mucho
desde la última vez que estuve aquí.
—¿Te gustaba Melbourne?
Colby se encogió de hombros.
—Sí, pero me alegro de haber vuelto.
—¿Y tu negocio allí?
—Ya he empezado los trámites para venderlo, y hay varias personas que
quieren comprarlo, así que eso no es ningún problema.
—Colby… —Greer vaciló antes de continuar—. Creo que deberías saber que los
intereses han subido mucho aquí, lo que ha provocado un cierto estancamiento en el
sector inmobiliario. Los créditos hipotecarios no dejan de subir, y no parece que la
situación vaya a mejorar en el futuro próximo. No quiero ser pesimista, pero no me
parece un buen momento para empezar otra vez con Construcciones Daken aquí y…
—Tengo pensado dedicarme a las renovaciones, ya he hecho cosas con éxito en
esa dirección, en Melbourne, y estoy convencido de que la forma de actuar aquí y
ahora es ésa. Cuando la economía de un país pasa por un buen momento, la gente
invierte en casas y hay más demanda de viviendas; sin embargo, cuando el momento
económico es incierto, lógicamente, las personas no están confiadas, no saben si van a
poder conservar el trabajo o lo van a perder y, por lo tanto, no compran, sino que
hacen arreglos en las casas que tienen; por ejemplo, añaden una habitación o cambian
la cocina o lo que sea.
Greer sintió alivio. Debería haber supuesto que Colby controlaba a la perfección
su negocio.
—¿Le has dicho a la tía Cecilia que te vas a establecer aquí?
—Le envié una nota el otro día.
—¿Qué tal se lleva con Jamie?
Colby lanzó una cínica carcajada.
—Ya conoces a tu tía, o la conocías. No ha cambiado nada. ¿Te imaginas a esa
mujer encariñada con alguien?
—No —respondió Greer—. Desde luego, no conmigo. Y la abuela la conocía
bien. La abuela me dijo que cuando mis padres murieron la tía Cecilia se ofreció para
criarme.
—Sí, y me imagino que lo hizo en tono de sumo sacrificio.
Greer sonrió.
—Gracias a Dios que la abuela quiso criarme. Lo único malo fue que la abuela
insistía en que, como éramos familia, teníamos que mantener el contacto, y por eso
me mandaba todos los años a Australia a pasar dos semanas con la tía Cecilia.
—Pero ahí tenías a tu prima… siempre tuve la impresión de que la adorabas…
—Toma, papá, tu helado.
Greer no había visto acercarse a Jamie, y estaba casi segura de que a Colby le
había pasado lo mismo. Pero el momento en que Jamie llegó fue perfecto, la salvó de
tener que hablar de Eleanor o de su relación.
Jamie había elegido un helado de chocolate y lo estaba chupando cuando le dio
a su padre el suyo.
—Gracias —dijo Colby antes de meterse las vueltas en el bolsillo.
—¿Puedo ir a los columpios? —preguntó Jamie.
—Sí, pero quédate donde pueda verte.
Colby volvió a ponerse cómodo en el banco y luego la miró.
—¿Quieres una chupada? —le preguntó ofreciéndole el helado.
Ella vio un brillo travieso en sus ojos. Sabía que Colby esperaba que ella lo
rechazase.
—Sí, gracias.
Greer no se prestaba a ese tipo de juegos, pero Colby Daken sacaba lo peor de
ella. Con una sonrisa, extendió una mano y le sujetó la muñeca a Colby; después, se
inclinó hacia él y comenzó a chupar el helado al tiempo que batía las pestañas.
—Mmmmm…
Después, lo soltó, se levantó, dejó a Colby ahí sentado y se encaminó hacia los
columpios pensando que Colby se merecía sufrir un poco.
Alice Kerr era inglesa y hacía poco que había llegado a Toronto. Sus referencias
eran impecables, su último empleo había sido en la casa de un primo lejano de la
familia real británica. Tenía veintinueve años, pelirroja y con pecas, y unos modales
exquisitos. Y su expresión honesta impresionó a Greer al momento.
Cuando concluyó la entrevista, Colby le dijo a la señorita Kerr que la llamaría al
día siguiente para darle una contestación definitiva.
Después de que se marchara, Colby le dijo a Greer:
—¿Qué te ha parecido?
—Excelente. Perfecta para el trabajo —contestó Greer antes de volverse a
Jamie—, ¿Y a ti qué te ha parecido la señorita Kerr, Jamie?
—Bien.
—¿Te ha gustado más que la señora Malone? —le preguntó Colby.
—La señora Malone olía raro —Jamie se acercó a la ventana para ver a dos
palomas que había en una terraza.
—A los niños no se les escapa nada —comentó Colby asombrado.
Greer rió.
—Con él, no me necesitabas. Bueno, ¿la vas a contratar?
—Sí, la llamaré mañana para decírselo. No quería hacerlo ahora porque prefería
que me dieras tu opinión primero.
—Pues ya te lo he dicho, me ha gustado mucho. Ahora, lo único que necesitas
es la amante. ¿Quieres que también te ayude a buscar una?
¡No! ¿Por qué tenía que estropearlo ahora? Se preguntó Greer con pesar.
Colby se la quedó mirando como si él estuviera pensando exactamente lo
mismo.
—No, para eso no necesito tu ayuda. ¿Quieres que te lleve en el coche al sitio
que tengas que ir?
—No, tengo mi coche aquí.
¿Por qué estaba desilusionada? ¿Había esperado que Colby la invitase a cenar?
—Entonces, todo solucionado —Colby se acercó a la puerta y la abrió—.
Nosotros vamos a volver al lago esta tarde, así que te veremos el fin de semana.
—No, no voy a ir este fin de semana.
Colby frunció el ceño.
Capítulo 9
El sábado, el calor en Toronto era insoportable.
Greer se alegraba de marcharse. Curiosamente, había tenido que quedarse
trabajando en la oficina la noche anterior hasta las once y estaba tan cansada cuando
llegó a casa que no había podido dormir. Sin embargo, durante el trayecto hacia el
norte, comenzó a relajarse.
Pero al llegar al lago, Colby se materializó antes de que le hubiera dado tiempo
a cerrar la puerta del coche, y la tensión volvió a apoderarse de ella.
Sólo llevaba puesto un calzón de baño color negro, y estaba irresistible. Greer se
enfadó consigo misma por querer pasear la mirada por aquel cuerpo y clavó los ojos
en su rostro, pero ése tampoco resultó ser territorio sin peligro. Cuando esos ojos
azules la miraron, se quedó casi sin respiración.
Abrazando una bolsa de papel marrón con comida, cerró la puerta del coche de
un empujón.
—Hola.
—Tienes buen aspecto, Greer —dijo Colby fijándose en tanta piel que los
pantalones cortos y la minúscula blusa de Greer dejaban al descubierto—. ¿Qué tal el
viaje?
—Bien —para vengarse, Greer lo miró de arriba a abajo antes de volver a fijar
los ojos en los de él; después, arqueó las cejas—. ¡Nada mal!
Las pupilas de Colby brillaron.
—Tocado.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres, Colby? No, no, deja que vuelva a hacer la
pregunta. ¿Querías decirme algo?
—Jem ha ido a Parry Sound con Lisa y las niñas, y me ha pedido que te dijera
que volverán a eso de las dos.
—Gracias —Greer se aferró a la bolsa con la compra como si fuera un escudo—.
¿Dónde está Jamie?
—Con Chris, entre los dos me están pintando unos maderos. He estado
arreglando las paredes de la caseta del barco y hace un momento he acabado de
clavar el último clavo. Había venido a por unos refrescos —Colby se pasó la mano
por el pecho—. ¿Te apetece algo?
«Sí, tú», pensó ella. Y lo mejor que podía hacer era marcharse de allí antes de
que Colby notase su debilidad y actuase.
—¿Y bien? —le urgió él.
—No, gracias. Yo… prefiero estar sola un rato.
—¿Mucho trabajo esta semana?
—Sí.
—Un baño te relajaría —dijo él—. Tenía pensado ir a nadar un rato después de
servir los refrescos a mis dos obreros. Vamos, ponte un bikini. Te encontraré en la
plataforma.
Greer frunció el ceño.
—En serio, creo que…
—Ha ocurrido algo y… —de repente, ese brillo travieso desapareció de su
mirada y su expresión se ensombreció—. Tengo que hablar con alguien… o voy a
estallar.
Colby se alejó, dejándola allí, insegura. ¿Qué podía haber ocurrido? ¿Sería algo
referente a Jamie? No, eso no habría producido la furia que notaba en Colby.
Después de llegar a su casa y de meter la comida en el frigorífico, Greer fue a su
dormitorio para desnudarse y ponerse un bikini.
Unos minutos más tarde, estaba nadando hacia la plataforma.
—La verdad es que, durante estos últimos años, lo más importante para mí era
el trabajo y, desgraciadamente, no vi a Jamie tanto como debería.
Greer sintió una extraña tensión en él, algo que la hizo sentirse incómoda. Pero
cuando advirtió que Colby ya no la miraba a los ojos, su incertidumbre aumentó.
¿Qué estaba ocultándole Colby? Algo, de eso estaba segura. Había admitido no haber
prestado la atención adecuada a Jamie, y Greer sabía que él no era la clase de hombre
que haría eso en circunstancias normales, en cuyo caso… ¿qué le había forzado a
ello?
—El abogado me ha dicho que en un caso como éste las probabilidades de que
me den a mí la custodia o a ella son del cincuenta por ciento, depende del juez.
También me ha dicho que hay una vía que, si la sigo, tendría absoluta certeza de
quedarme con la custodia de mi hijo.
—¿Y qué vía es ésa?
Colby se volvió a Greer con los hombros tensos.
—Me ha aconsejado que me case. Maldita sea, no quiero casarme otra vez.
Con las piernas temblorosas, Greer se acercó a un extremo de la plataforma y se
quedó mirando las aguas del lago.
¿Por qué era la vida tan complicada? ¿Por qué, cuando se solucionaba un
problema, otro ocupaba su lugar? Tan segura estaba de que Colby adoraba a su hijo
como de que haría todo lo que estuviera en su poder para evitar que se lo quitaran. Si
ella pudiera hacer algo…
Se dio media vuelta y vio a Colby que también estaba con los ojos fijos en el
agua.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Greer.
Se hizo una larga y agonizante pausa.
—Buscar a alguien.
—¿Quieres decir que… te vas a casar sólo para asegurarte de que te dan la
custodia de Jamie? —preguntó ella con voz débil.
—¡Nada de sólo, Greer! No digas sólo cuando te refieras a Jamie, como si no
valiese…
—No, Colby, no he querido decir eso. Sabes perfectamente que no he querido
decir eso.
—Sí, me casaré si eso significa que voy a quedarme con mi hijo, y no me voy a
casar por ningún otro motivo.
Colby guardó silencio y, al cabo de unos segundos, a pesar de estar con él,
Greer sintió como si la hubiera abandonado, como si estuviera en un lugar distante.
De repente, a Greer se le ocurrió una idea completamente loca, que rechazó al
momento. ¡No! No podía hacerlo. ¡En qué estaba pensando! ¡Cómo se le podía
ocurrir semejante barbaridad! Sin embargo, ¿no era cierto que sólo hacía unos
momentos lo que más había deseado era poder ayudar a Colby?
Podía ser ella. Sí, podía ser ella la que se casara con Colby. Además, era
imprescindible actuar con rapidez y… ¿dónde iba a encontrar Colby una mujer que
estuviera dispuesta a casarse con él tan repentinamente y, según suponía ella, en
unas condiciones tan poco normales?
Alguien que no pidiera nada a cambio.
Greer se aclaró la garganta.
—¿No has pensado en nadie? ¿Alguna amiga o…?
—No, no tengo mujeres amigas —le espetó él—. Cuando quiero amigos, son
hombres. A las mujeres las quiero para… —Colby se interrumpió, cerró los ojos y
levantó una mano con la palma hacia arriba en señal de disculpas—. Perdona, lo
siento. Pero la respuesta, en serio, es no, no tengo ninguna amiga que pueda sacarme
de este apuro.
—Antes tú y yo éramos amigos.
Colby se la quedó mirando sin comprender.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Yo lo haré, Colby.
—¿Qué?
—Casarme contigo. Es decir, por lo menos para cubrir las apariencias.
—¡No!
—¿Por qué no? No voy a pedirte nada a cambio, lo único que tenemos que
hacer es firmar un contrato de separación de bienes antes de la boda. Podríamos
seguir llevando nuestras vidas por separado; aunque, como es natural, tendríamos
que vivir en la misma casa, al menos al principio.
—¿Es que no me has oído? —Colby la agarró por los hombros con fuerza—. He
dicho que…
—¡Eh, papá, ya hemos terminado!
El grito de Jamie desde la playa fue impactante. Colby la soltó con brusquedad
y ella perdió el equilibrio. Como había estado de pie al borde de la plataforma, cayó
de espaldas y acabó en el agua.
Cuando volvió a salir a la superficie, vio que Colby la estaba mirando con
expresión angustiada.
—Dios mío, Greer, no era mi intención… ¿Te encuentras bien? ¿No te has hecho
daño?
—Piensa en lo que te he dicho —contestó ella desde el agua—. Pero la oferta
acaba esta noche a las doce. Según lo veo yo, soy tu única opción. Pero recuerda una
cosa, lo hago por Jamie, no por su padre. Tú eres el último hombre con el que me
casaría.
Al momento, echó a nadar hacia la orilla.
Jem llegó unos minutos antes de las dos, pero cuando confesó el motivo del
viaje a Parry Sound, Greer reaccionó con aprensión.
—¿Que has ido a ver al médico? Abuela, ¿qué es lo que…?
—¡Vamos, no hagas una montaña de un grano de arena! —Jem hizo un gesto
altivo con su bastón—. Querida, ponme un vaso de agua.
Al momento, se dejó caer en una de las sillas de la cocina.
Greer se apresuró a servirle un vaso de agua.
—Dime qué es lo que te pasa, abuela. Por favor.
Jem bebió un sorbo de agua antes de dejar el vaso en la mesa.
—El estómago empezó a molestarme otra vez ayer, así que esta mañana he ido
a pedirle a Lisa que me llevara a la clínica. El médico me ha dicho que no se trata de
nada serio, sólo los últimos coletazos de lo que me atacó la semana pasada. Me ha
dado unas pastillas y me ha dicho que tenga cuidado con las cosas que como durante
unos días.
Jem alzó un hombro con gesto de no darle importancia.
—Eso es todo, querida. Así que, como ves, no hay razón para preocuparse.
—¿Pero por qué no me llamaste ayer? Sabías que habría venido directamente
después del trabajo si lo hubiera sabido.
—Pensé hacerlo, pero entonces fue cuando llamaste tú para decirme que tenías
mucho trabajo y que no ibas a poder venir hasta hoy.
Greer se sintió culpable.
—Lo siento, abuela. Pero si hubiera sabido que no te encontrabas bien, lo habría
dejado todo…
—Claro que lo habrías dejado todo, y por eso era por lo que no quería
molestarte. Aunque hay algo que…
—¿Qué, abuela?
—Nuestra cena en la posada, tenemos una mesa reservada. Lo único que quiero
tomar esta noche es un huevo pasado por agua y una tostada, y para comer eso no
voy a pagar los precios que se pagan ahí.
—No hay problema. Ahora mismo voy a llamar para cancelar…
—No es necesario. He hablado con Colby hace un momento y le he preguntado
si no le importaría ir en mi lugar, y me ha dicho que lo hará encantado. Vendrá a
buscarte a las siete. Y Lisa ha invitado a Jamie a que se quede a dormir allí, así que no
tienes que darte prisa en volver —Jem apartó la silla y se levantó—. Y ahora creo que
me voy a echar una siesta. El médico me ha dicho que ya es hora de que me tome las
cosas con tranquilidad y voy a seguir su consejo.
Furiosa con su abuela por haberle organizado la noche sin consultarle, Greer
abrió la boca para protestar, pero Jem se le adelantó.
—¡Dios mío! —exclamó en tono grave y provocativo—. ¡Eres tú! ¡Colby Daken,
mi primer amor! Oh, cielo…
Atónita, Greer se quedó mirando cómo esa mujer se arrojaba a los brazos de
Colby. Lo miró con expresión de adoración, entreabrió los labios pintados de fucsia y
su piel de alabastro brilló bajo las luces del bar. Sus pechos prominentes se
aplastaron contra el de Colby, y Greer imaginó perfectamente la respuesta del cuerpo
de él a tan erótica invitación.
Odiándose a sí misma por no poder contenerse, lanzó una mirada a Colby para
ver cómo estaba reaccionando él; al momento, sintió como si le hubieran clavado
varios puñales en el corazón. La expresión de Colby, que estaba sonriendo a esa
mujer, era lobuna, rapaz y devoradora. ¡La estaba comiendo con los ojos!
—Vaya, Bettina Boom-boom Grantham…
Bettina Boom-boom Grantham le obligó a bajar la cabeza y lo besó.
Greer se quedó sin respiración. ¡Qué beso! A cada segundo que pasaba, Greer
sentía que se le hacía un nudo más en el estómago.
¿Y cómo era posible que una mujer casada besara así a otro hombre delante de
su marido?
Pero cuando el beso terminó, Zach, con expresión indulgente, dijo:
—Cielo, si puedes controlarte un momento, me gustaría preguntarle a Colby
que ha estado haciendo estos últimos años y si sigue en el negocio de la construcción.
Bettina hizo una mueca.
—Oh, papá, ¿por qué siempre tienes que hablar de negocios? ¡Es aburridísimo!
¿Papá? ¿Y Colby había sido el primer amor de esa muñeca? Greer esperó que su
rostro no mostrara el desagrado que le provocaba la morena.
—Greer, ésta es mi hija, Bettina. Como ves, está terriblemente mimada. La única
excusa que tengo es que es todo lo que me queda después de que mi segunda esposa,
Dorothy, falleciera también hace unos años. Betti, ésta es la amiga de Colby, Greer
Alexander.
—Encantada —murmuró Bettina casi sin mirar a Greer antes de volverse a
dirigir a Colby—. Bueno, encanto, cuéntale a papá lo que has estado haciendo.
Mientras Colby le daba a Zach un resumen de su vida durante los últimos años,
Bettina se aferró a su brazo y a cada palabra que él decía. Y cuando Colby, a su vez,
le hizo la misma pregunta a Zach y éste respondía, la morena seguía colgada del
brazo de Colby mirándolo como hipnotizada.
Por su parte, Greer prestó atención a la conversación.
Era la primera vez que veía a Colby hablando de negocios, y la seguridad con la
que los dos hombres hablaban la llenó de admiración.
—¿Greer?
Se dio cuenta de que Colby se estaba dirigiendo a ella.
—Sí, perdona.
—Creo que será mejor que nos vayamos ya si queremos tomar una copa antes
de la cena —dijo Colby mirándose el reloj.
—Sí, claro —dijo ella forzando una sonrisa.
Zach asintió.
—Y nosotros tenemos que irnos. Es una pena que no hayamos cenado juntos,
Colby —los dos hombres se estrecharon la mano—. Te llamaré. Y espero poder
conseguirte clientes ahora que vuelves a establecerte aquí.
Bettina le pasó la mano a Colby por la solapa de la chaqueta del traje y le lanzó
una mirada seductora.
—Ven pronto a casa, cielo.
Después de que padre e hija se hubieran marchado, Greer se volvió para
dirigirse a la mesa en la que habían pensado sentarse, pero Colby la detuvo.
—Creo que deberíamos tomar la copa en el comedor. El encuentro nos ha
demorado bastante y nuestra mesa debe estar ya preparada. Lo siento.
Greer encogió los hombros con gesto altanero.
—No es necesario que te disculpes, me ha resultado muy interesante ver… la
clase de mujeres con las que salías cuando eras más joven.
A continuación, Greer ladeó la cabeza y, con una sonrisa maliciosa, le sacó el
pañuelo del bolsillo de la chaqueta y le limpió la mancha de carmín de labios fucsia
que tenía en la boca.
—Ya, así estás mejor. Cielo, el fucsia no te sienta bien.
Una hora y media más tarde, después de una maravillosa cena a base de
ensalada, langosta y una exquisita tarta de queso con chocolate y fresas, Colby se
tomó la última gota de café, dejó la taza en el platillo y miró a Greer.
Ella le sostuvo la mirada. Apenas habían hablado durante la cena, aunque
Greer reconocía que había sido culpa suya, porque cada vez que Colby había
intentado decir algo, ella le había cortado.
—Estás de muy mal humor—comentó él en tono ligero con un brillo travieso en
los ojos—. En mi opinión, se debe a que Bettina me ha besado.
—¡Tonterías! —Greer recogió la servilleta de su regazo y la puso en la mesa a
un lado del plato; después, lo miró furiosa—. ¡A mí que me importa que te pongas en
ridículo con una muñequita que se llama Boom-boom!
Colby se recostó en el respaldo del asiento.
—No sé, no sé… —murmuró él—. Pero si no es por eso, ¿por qué…?
—Me encantaría.
—Estupendo —Nick le puso las manos encima de los hombros y le dio un beso
en la frente.
Después, le corrió la silla para que se volviera a sentar y a continuación lanzó
una mirada a Colby.
—Hasta la vista, Colby.
Al momento, Nick se marchó con aire de absoluta confianza en sí mismo.
Greer se puso cómoda en su asiento y, jugueteando perezosamente con la
servilleta, murmuró:
—Qué hombre más encantador. ¡Y tan listo! Es cirujano, uno de los mejores del
país según tengo entendido. Pero no sólo es inteligente, sino también sofisticado y
encantador. Aunque claro, yo siempre he tenido debilidad por los rubios, tienen algo
que les falta a los morenos. Me encanta que haya vuelto a Toronto. Sí… Nick
Westmore es muy buen partido.
Greer lanzó una mirada a Colby con los párpados medio cerrados y vio que sus
labios, muy apretados, estaban casi blancos.
—Si ese tipo es tan buen partido, ¿por qué lo dejaste escapar? —preguntó Colby
fríamente—. Por lo que ha dicho, me ha dado la impresión de fuiste tú la que rompió
la relación. ¿Cuál era el problema? ¿Que no podía satisfacerte?
Indignada, Greer apoyó los codos firmemente en la mesa y le miró a los ojos
furiosa.
—¡Pues a mí también me ha parecido que fuiste tú quien rompió la relación con
Bettina Boom-boom Grantham! ¿Cuál era el problema, cielo? —Greer esbozó una
cínica sonrisa—. ¿Te tenía agotado?
Durante varios segundos, se limitaron a mirarse con una ira casi tangible. Y
entonces, incluso mientras Greer intentaba calmar los galopantes latidos de su
corazón, vio de repente el humor de la situación.
Le entró una risa incontenible, y justo en el momento en que ya no pudo más,
vio que los labios de Colby se curvaban en una sonrisa. Al final, los dos estallaron en
carcajadas.
—Si Jem nos pudiera ver ahora… —dijo Colby con los ojos brillantes mientras
veía a Greer taparse la boca con un pañuelo de papel para ahogar la risa.
Colby indicó la elegante cafetera que había encima de la mesa y añadió:
—Creo que nos tiraría eso a la cabeza.
La risa rompió la tensión que habían estado generando durante toda la velada.
Colby pidió que les sirvieran más café y licores, y se pusieron a charlar de los libros
que habían leído, de las películas que habían visto y de los discos que habían
comprado… hasta que Greer se miró el reloj y dijo con un suspiro:
—Deberíamos marcharnos, se está haciendo tarde…
La luna brillaba y el ambiente aún era cálido cuando salieron de la posada.
Quizá fuera por el vino que había bebido y la copa de licor, pero Greer se encontraba
muy bien mientras caminaba con Colby por la playa durante el camino de regreso.
—Greer.
La voz de Colby la sacó de su estado contemplativo.
Se volvió y vio que él había dejado de caminar. Ella también se detuvo.
—¿Sí?
Al quedarse mirándolo, se sintió casi mareada. La luz de la luna hacía que su
rostro pareciese un retrato de belleza masculina.
—Respecto a tu oferta…
Aquellas palabras la devolvieron a la dura realidad. De repente, se sintió
desorientada. Se había olvidado de la oferta que le había hecho aquella mañana, y
había supuesto que a él también se le había olvidado. Colby le había dejado muy
claro que no le interesaba; en ese caso, ¿por qué sacaba el tema ahora?
Colby se metió las manos en los bolsillos del pantalón y la miró con una
expresión totalmente impenetrable.
—Acepto.
—¿Qué… qué has dicho? —Greer se preguntó si había dicho realmente lo que
ella había oído—. ¿Has dicho que…?
—Que nos vamos a casar.
Greer se estremeció y se pasó las manos por los brazos mientras trataba de
pensar y, mientras lo hacía, Colby se quitó la chaqueta del traje.
—Toma, póntela, tienes frío —le dijo él al tiempo que le echaba la chaqueta por
los hombros.
El suave tejido conservaba el calor del cuerpo de Colby al igual que su aroma,
una erótica mezcla que le pareció más peligrosa que cualquier droga.
—Gracias.
Greer cerró los ojos y, con pánico, se dio cuenta de que la situación se le estaba
escapando de las manos. ¿Qué iban a hacer? ¿Qué pasaría a partir de ese momento?
—Dijiste que la oferta estaba en pie hasta las doce de la noche. No he contestado
demasiado tarde, ¿verdad? —Colby se miró el reloj—. No, aún faltan unos minutos.
Aunque… te veo un poco sorprendida. ¿Querías… echarte atrás?
Greer cerró las manos sobre las solapas de la chaqueta y echó a andar de nuevo
con los ojos fijos en las luces de las casas que se veían en la distancia.
—No, no me voy a echar atrás.
Capítulo 10
Greer le dio la noticia a su abuela al día siguiente durante el desayuno, y le
sorprendió que su abuela se quedase tan poco sorprendida.
—Gracias a Dios —dijo Jem sonriendo—. Te lo dije, ¿no? Te dije que los tres
parecíais una familia. Siempre he pensado que Colby Daken y tú estabais hechos el
uno para el otro.
—Pero abuela —protesto Greer—, no va a ser un matrimonio de verdad. Es por
Jamie por lo que voy a casarme con Colby.
—Hija mía, ¿crees que no me he fijado en cómo te mira ese hombre? Si esto no
acaba en un matrimonio de verdad, te prometo que me comeré el sombrero que me
pongo para ir a la iglesia el día de Acción de Gracias.
Greer no pudo evitar echarse a reír.
—Oh, abuela…
—En cualquier caso —continuó Jem en tono repentinamente serio—, aunque
sólo os casarais por evitar que Jamie caiga en las garras de tu tía Cecilia, tenéis mi
bendición. Jamás entenderé qué es lo que vio mi hijo en esa mujer. Me llevé el
disgusto de mi vida cuando Taylor me dijo que se iba a casar con ella, pero yo no
podía influenciarle. Taylor estaba atontado por lo guapa que era y no pudo ver que
iba a casarse con una mujer absolutamente superficial. Y después…
Jem se interrumpió y sacudió la cabeza.
Y después la historia se repitió con Eleanor y Colby. Jem no lo dijo, pero no
necesitaba hacerlo porque Greer sabía lo que su abuela estaba pensando: ¡Cómo
podían ser los hombres tan idiotas!
Colby apareció con Jamie un rato más tarde y, después de que Jem lo felicitase,
dijo:
—Jamie, dile a tu tía Greer lo que me has dicho cuando te he contado que
vamos a casarnos.
Greer apartó la mirada de Colby, algo que le resultaba increíblemente difícil, y
la fijó en Jamie.
Jamie se subió las gafas.
—Sólo he dicho…
Su padre le revolvió el cabello.
—Vamos, continúa.
Jamie tragó saliva.
—Sólo he dicho que… por mí, bien.
comenzó a colocarle una pieza de seda alrededor de los pechos—. Oye, gracias por
pasarte por aquí, pero ahora tengo mucho trabajo. Es la primera vez que voy a
preparar una boda, así que no me había dado cuenta de que todo estaría reservado.
La iglesia no puede celebrar la boda hasta octubre; en cuanto al banquete, los mejores
sitios están…
—Sí, suponía que tendrías ese problema, para eso precisamente he venido.
Greer, no he venido sólo a hacerte una visita —Colby le tocó el hombro, obligándola
a darse la vuelta—. Llevo un par de días viendo casas y he encontrado una que me
parece perfecta para nosotros. Quiero que la veas.
—¿Tiene que ser ahora? En este momento no tengo tiempo para ir a ver casas.
Además, estaré de acuerdo con lo que tú elijas.
—Greer, no te pongas nerviosa.
—¡No estoy nerviosa! —la voz de Greer tembló.
—Sí, lo estás —dijo él con voz suave—. Escucha, no tardaremos; además, quiero
irme a vivir allí lo antes posible. Cuando veas la casa, creo que comprenderás por
qué corre tanta prisa. Lo único que te pido es un par de horas, nada más.
Greer jamás había podido resistirse a esa sonrisa y lanzó un suspiro de
resignación.
—Está bien, pero sólo un par de horas.
Por fin llegó el día de la boda. A las cinco y media de la tarde, una limusina de
color blanco se detuvo delante de la puerta de la mansión Rosedale y salieron sus
pasajeros. Durante un momento, Greer se quedó de pie, muy quieta, con un ramo de
rosas color melocotón en la mano mientras Gillian, su dama de honor, le ajustaba la
falda de organdí y satín del vestido de novia. El tiempo era perfecto, el cielo estaba
azul con una o dos nubes cruzándolo perezosamente, y la brisa era tan suave que no
movió el cabello de Greer, que caía en una melena de elegante sencillez hasta sus
bronceados hombros.
—Este vestido es un sueño —dijo Gillian—. Me encanta que el encaje del cuello
se repita en los bajos. Tu madre tenía un gusto excelente.
Gillian se enderezó y añadió:
—Y ahora, deja que te arregle el velo.
—Necesito hacer pipí.
Con manos diestras, Gillian le arregló el velo.
—No, no necesitas hacer un pipí. Has ido al baño antes de salir de casa, así que
son sólo los nervios. Vamos, respira hondo y piensa en otra cosa.
El viento llevó los acordes de un órgano desde el jardín posterior de la casa y
Greer levantó la cabeza al cielo, el sol le dio en los ojos, cegándola
momentáneamente.
Pero unos minutos más tarde, aún se sintió más cegada cuando salió al jardín
posterior y vio una gloriosa cascada de rosas amarillas, melocotón y crema… y a
Colby.
Con esmoquin estaba más guapo que nunca y, el oscurecimiento de sus ojos al
verla indicó que a él también le gustaba lo que estaba mirando.
El pulso se le aceleró y Greer casi se tropezó.
«Vamos, contrólate. ¡Y no te acerques demasiado a él!»
Cuando llegó hasta Colby, hizo justamente eso, pero con los ojos fijos en el
sacerdote. Colby se le acercó y pegó su brazo al suyo. A ella le tembló el corazón.
Amaba a ese hombre y siempre lo amaría.
Y era un amor que sólo podía crecer con el tiempo.
Fuera lo que fuese lo que el futuro les deparase, Greer decidió que ese día fuera
algo especial en su vida. Se olvidaría de los malentendidos que se interponían entre
ambos, y se permitiría soñar que Colby estaba locamente enamorado de ella.
Un sueño, desde luego, pero no tenía nada más.
ocurrido pensar que podía imaginar que todo era maravilloso cuando esa misma
noche ella y Colby iban a acabar teniendo una horrible pelea? Y los dos saldrían
perdiendo.
Durante las horas siguientes, Greer se puso en el semblante una sonrisa
artificial y fingió estar pasando una tarde maravillosa, aunque por dentro lo único
que sentía era dolor. Y cuando la música empezó a sonar, se dio cuenta, a juzgar por
la proximidad con que Colby bailaba con ella, de que estaba impaciente por que se
quedaran a solas.
Al dar las nueve, la paciencia se le agotó.
Colby le rodeó la cintura con un brazo y la sacó de la pista de baile.
—Venga, vámonos de aquí.
—¿Quieres… que nos vayamos ya?
Colby le pasó una mano por el brazo con gesto posesivo y después la agarró de
la muñeca.
—Sí, ya es hora —respondió él con voz ronca.
—Está bien —con las mejillas encendidas, Greer miró a su alrededor—. ¿Dónde
estará Gillian? Me ha prometido acompañarme arriba para ayudarme a quitarme el
vestido y a guardarlo.
Colby extendió una mano y acarició el encaje del cuello del vestido.
—¿Es el vestido de tu madre?
—Sí —respondió ella en un susurro apenas audible.
—Se habría sentido muy orgullosa de ti hoy. Eres una novia encantadora.
A su alrededor, la gente charlaba y reía, pero a Greer le pareció que estaban en
otro mundo.
—Gracias —le dijo a Colby.
—Greer —la voz de Gillian la devolvió a la realidad—. ¿Has dicho que estás
lista para marcharte?
Colby le puso la mano en el cuello un momento; después, bajó el brazo.
—Sí, queremos irnos ya.
Greer se vistió con un elegante traje de lino, adornado con unos pendientes y
una pulsera de oro que hacían juego con el anillo que Colby y ella habían elegido
juntos en Birks, a pesar de sus protestas.
—Bueno, ya está —anunció Gillian—. Ya hemos guardado el vestido de tu
madre para la posteridad. Y ahora, si no te importa dejar de mirarte ese anillo tan
maravilloso que tu marido te ha regalado, puedes ir a buscar a tu igualmente
maravilloso esposo.
—Colby…
Greer se quedó helada.
—Oh, Dios mío, Colby, no sabía que estabas aquí… —susurró Lisa llevándose
una mano a la garganta.
¿Cuánto tiempo llevaba allí Colby? ¿Qué era lo que había oído? Debía haber
estado en el estudio, ya que la puerta sólo se encontraba a dos pasos de donde
estaban ellas.
Aterrorizada, Greer se obligó a darse la vuelta.
—Colby… Oh, Dios mío, Colby… —gimió Greer apoyándose en la pared.
Quería mirar a otro lado, pero no podía. El rostro de Colby había perdido el
color y sus ojos habían oscurecido. Pero él no la estaba mirando a ella, sino a Lisa.
—¿Estás diciendo… estás diciendo que no fue Greer, sino Eleanor, quien…
estuvo con tu marido aquella noche?
Lisa miró a Greer, vio angustia y también un ruego en su expresión. Sin decir
nada, Lisa le estaba diciendo a Greer con la mirada que comprendiese lo que iba a
hacer. Y cuando Greer recibió el silencioso mensaje, se sintió como si Lisa la hubiera
abofeteado.
«No, Lisa, por favor», rogó Greer en silencio.
Lisa cerró los ojos un momento, respiró profundamente y después, abriéndolos,
los clavó en Colby.
—Sí, fue Eleanor —respondió Lisa con un gesto de cansancio—. Brad había ido
a dar un paseo por la playa y ella lo siguió, y prácticamente se le echó encima.
Accidentalmente, Greer había ido también a dar un paseo porque no podía dormir y
se los encontró.
Colby se pasó la mano por los ojos. Después, con una agonizante lentitud, miró
a Greer. La miró como si fuera una desconocida.
—¿Por qué? —preguntó él con dolor—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No me lo preguntaste —Greer no pudo contener las lágrimas.
En voz baja y de disculpa, Lisa dijo:
—Greer, cielo, lo siento. Sé que no querías que Colby se enterase, que querías
evitar que sufriera, pero…
—No te preocupes, Lisa, no es culpa tuya. Tú no tienes la culpa de nada.
Lisa lanzó un suspiro.
—En ese caso, creo que me voy ya.
Lisa se dio media vuelta y se alejó.
Greer estaba destrozada, pero eso no era nada comparado con lo que Colby
debía estar sintiendo. Ahora sabía que Eleanor lo había traicionado, y lo último que
le apetecería en el mundo era irse de luna de miel.
Capítulo 11
Colby apagó el motor del coche, se metió las llaves en el bolsillo de la camisa y
se recostó en el respaldo del asiento.
Greer seguía dormida.
La luz de la luna iluminaba sus cabellos y acentuaba la dulce curva de sus
labios. Era un verdadero ángel, pensó Colby con dolor.
Tenía un aspecto tranquilo e inocente. Y era inocente. Colby ahogó un gruñido
de angustia, un gruñido lleno de arrepentimiento y culpa. ¿Cómo podía haber sido
tan estúpido? ¿Cómo podía haber estado tan ciego? ¿Cómo podía haber…?
Greer se movió, parpadeó y lo sorprendió contemplándola.
Ella se lo quedó mirando unos segundos; después, murmuró con voz
adormilada:
—¿Ya hemos llegado?
—Sí. ¿Aún estás cansada?
—No, ya estoy mejor —respondió Greer mientras se desabrochaba el cinturón
de seguridad—. ¿Había mucho tráfico en la carretera?
—No, bastante poco.
—¿Qué hora es?
—Algo más de las doce.
—Oh, creí que sería más tarde…
Hablaban como si fueran dos desconocidos, pensó Colby. Y eso eran
exactamente. En el pasado, habían sido amigos, pero él había destruido esa amistad.
¿Irremediablemente?
Le abrió la puerta y Greer salió. Se quedó de pie, con la espalda muy recta,
delgada y elegante… y muy tensa. Colby abrió el maletero del coche y sacó la bolsa
de viaje de ella y la suya.
—No has traído mucho —comentó él al cerrar el maletero—. Imaginé que
llenarías el maletero de trajes de diseño.
—Si hubiéramos ido a París, lo habría hecho —una leve sonrisa suavizó la voz
de Greer y echaron a andar hacia la casa—. Pero como los dos queríamos venir al
lago, lo único que he metido en la bolsa son pantalones cortos y bikinis.
—Y ahora que estamos aquí, no te arrepientes, ¿verdad? —Colby dejó las bolsas
en el suelo, abrió la puerta de rejilla y se hizo a un lado para dejarla pasar—.
Podríamos haber ido a París, a Nueva York, a San Francisco, a Hawaii, al Caribe…
—No, éste es mi lugar favorito.
—Y lo tenemos todo para nosotros.
—Bueno, ya sé que Alice y Jamie van a pasar la semana en Toronto con Jem;
pero Lisa, Brad y los niños…
—Después del banquete, se iban a ir a Florida todos para visitar a los padres de
Brad.
La vio vacilar delante de la puerta antes de entrar. ¿Había esperado que cruzara
el umbral con ella en brazos? Greer era una romántica y a él le dolió desilusionarla…
Pero esa desilusión sólo iba a ser momentánea, se dijo a sí mismo pensando en
la sorpresa que llevaba tres semanas preparándole, antes de descubrir la verdad. Y
rezó porque eso le demostrara a Greer que, desde el principio, había querido que ese
matrimonio fuera real.
Ahora, lo único que le quedaba por descubrir era si Greer podría perdonarle.
Y se lo iba a preguntar esa misma noche.
pensar que me hubiera engañado de esa manera, así que me refugié en el trabajo.
Cecilia tiene razón, me convertí en un adicto al trabajo, pero era la única solución que
se me ocurrió para no perder la cabeza.
Colby la miró fijamente y añadió:
—Cuando salió del hospital después de que la ingresaran por primera vez,
Eleanor se fue a vivir con Cecilia; cosa que, dadas las circunstancias, no extrañó a
nadie. Quería que Jamie estuviera con ella y, como yo sabía que el niño iba a perder
pronto a su madre, accedí. Fue un error que descubrí cuando volví a recuperar a mí
hijo: Cecilia había destruido su naturalidad y espíritu de aventura, y Eleanor lo había
vuelto contra mí.
—Oh, Dios mío, Colby… ¿por qué no me has contado todo esto antes?
—¿Orgullo? ¿Ego? Supongo que no quería que te enterases de que mi
matrimonio había resultado ser un estruendoso fracaso.
—Tu matrimonio fue un fracaso, pero tú no fracasaste —respondió Greer—. De
lo único que eres culpable es de haberte enamorado de la deslumbrante belleza de
Eleanor. Pero ya no está entre nosotros, Colby. Ya no tiene sentido seguir hablando
de ella.
Involuntariamente, Greer tembló.
Colby frunció el ceño.
—¿Tienes frío?
—No, no es eso. Es sólo que… estoy tan sorprendida.
—Ven, vamos a la caseta del barco, quiero enseñarte una cosa —dijo Colby
tomándole la mano.
—No has comprado otro barco, ¿verdad? ¡No se te habrá ocurrido vender el
Sprite!
—No, nada de eso. Jamás venderé el Sprite.
Pero si no era eso, ¿qué sorpresa podría ser?
Colby la llevó a unos peldaños a la entrada de la caseta.
—¡Esto es nuevo! —exclamó Greer sorprendida.
—Sí. Y no sabes lo que me he alegrado de que estas tres últimas semanas
estuvieras ocupada y no pudieras venir aquí; de haber venido, dudo que yo hubiera
podido mantener en secreto la sorpresa. Y era fundamental, ya que es el regalo de
boda que te he hecho.
—Pero Colby, yo no te he comprado un regalo…
Él le puso un dedo en la boca y sacudió la cabeza; después, se hizo a un lado y
esperó a que ella subiera las escaleras.
Mordiéndose los labios, Greer comenzó a subir la estrecha escalinata. Cuando
llegó arriba, se quedó esperándolo en la plataforma cuadrada. ¿Un regalo de boda?
¿Qué podía haber guardado ahí? El ático estaba sucio, lleno de telarañas…
Colby le agarró los hombros y la obligó a volverse; después, le tomó las manos
en las suyas.
—¿Qué era lo que creías?
—Creía que… —Greer balbuceó antes de continuar apesadumbrada—. Creía
que… al ver lo que has hecho, creía que lo habías hecho para… los dos. Ya sé que la
noche que aceptaste mi proposición te dije que nuestro matrimonio sólo sería de cara
a la galería, y eso era lo que quería cuando lo dije. Pero ahora la situación ha
cambiado, ya no tengo secretos contigo.
«Ya no tengo que mantener en secreto mi virginidad». Pero no lo dijo porque
sabía que no hacía falta, Colby debía saber a qué se refería.
—Pero de todos modos, tú me dijiste que tendríamos una noche de bodas. Y
cuando estábamos bailando esta tarde, por la forma como me abrazabas y me
mirabas, pensé que… que me deseabas. Creía que querías que estuviéramos juntos.
Colby entrelazó los dedos con los de ella, sus ojos reflejaban la agonía por la
que estaba pasando.
—¿Es eso lo que quieres, que estemos juntos?
Los ojos de Greer se llenaron de lágrimas.
—Eso es lo que siempre he querido.
—¿Estás diciendo que… me amas?
—Te he amado toda la vida.
—¿Y me perdonas? —preguntó él con voz temblorosa.
Las lágrimas corrían ahora por las mejillas de Greer libremente.
—Perdonarte es la cosa más fácil del mundo para mí.
—Oh, Dios mío…
Colby la estrechó en sus brazos y ocultó el rostro en su cuello, sus labios
temblaban sobre la piel de Greer.
—Claro que quiero que estemos juntos y, por supuesto, soñaba con que esta
habitación fuera para los dos. Pero esta tarde, cuando Lisa me lo contó todo y me di
cuenta de lo equivocado que había estado contigo, me juré a mí mismo que te daría
exactamente lo que querías, un matrimonio sólo en apariencia. No te merezco, Greer,
no me merezco tu perdón. ¿Cómo puedes perdonarme después de la forma como te
he tratado?
—Eso ya ha pasado, Colby.
Colby levantó la cabeza y le cubrió el rostro con las manos.
—Sabía que había perdido algo maravilloso cuando nuestra amistad se vino
abajo, pero también sentí una gran pérdida. No conseguí darme cuenta de lo que era,
no podía comprender por qué el hecho de que estuvieras con otro hombre me había
vuelto loco de furia.
—¿Te acuerdas que te dije que, cuando te hiciera el amor, te quería tumbada en
la cama con el cabello cubriendo la almohada e iluminado por la luz de la luna?
—Sí.
Colby le acarició la cabeza.
—Qué hermosura —susurró él con voz ronca—. Más bonito de lo que había
imaginado.
—¿Imaginabas esto entonces?
Colby le besó el cabello.
—Muchas veces desde que nos volvimos a ver.
—¿Y qué más imaginaste? —preguntó ella con timidez.
—Imaginé esto —Colby le besó las cejas—. Y esto…
La besó en la punta de la nariz.
—Y esto…
Se apoderó de los labios de Greer con un beso mucho mejor de lo que ella
habría podido imaginar. Con un suspiro de satisfacción, Greer le rodeó el cuello con
los brazos y se sometió al urgente poder de su cuerpo. Y con tierno amor y exquisita
habilidad, él la llevó a un paraíso sensual donde se olvidaron de los secretos del
pasado.
Más tarde, cuando un rosado amanecer tiñó el cielo y Greer se estaba quedando
dormida en los brazos de Colby, recordó algo.
—Colby, ¿estás despierto? —susurró ella.
—No, no estoy despierto —respondió Colby adormilado.
Pero Greer le sacudió ligeramente.
—¿Qué hay de la tía Cecilia? ¿Le parece a tu abogado que con la boda todo se
solucionará?
Haciendo un esfuerzo, Colby se apoyó en un codo. A pesar de que tenía los ojos
medio cerrados, Greer vio que aún quedaban en ellos brasas de pasión. Pero vio algo
más además de pasión… ¿vergüenza?
—Colby, ¿qué pasa?
—Cecilia… ha retirado la demanda. Al parecer, fue sólo una reacción
momentánea a la nota que le mandé para comunicarle que me iba a quedar aquí.
Después de pensarlo, se dio cuenta de que lo último que quería en este mundo era la
responsabilidad de un niño.
Greer parpadeó.
—¿Desde cuándo lo sabes?
Fin.