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Posiciones subjetivas en las psicosis

María Eugenia Munin y Luciano Salinas

La clínica de las psicosis es, para los analistas, siempre un desafío. Sabemos del no retroceder ante dicha estructura, y
entendemos a su vez que ello no implica necesariamente avanzar.

Es a partir de nuestra experiencia clínica en este campo que intentaremos asumir el compromiso al cual nos invita Jacques
Lacan a través de su comentario sobre el “al menos dos” del analista, el de los efectos y el que se ocupa de teorizarlos.

Orientados por la enseñanza de Lacan,


abordamos la clínica de las psicosis reconociendo
su mecanismo fundamental, a saber: la forclusión
del significante del Nombre-del-padre, y sus
consecuencias, la más inmediata: la ausencia de
significación fálica. El déficit que ubicó Lacan en
relación al polo metafórico del lenguaje hunde sus
raíces en el rechazo del significante primordial,
circunstancia que habilita el advenimiento de los
trastornos del lenguaje que dejan en evidencia la
no operatividad del padre como metáfora.

Ahora bien, más allá de las cuestiones de


estructura, sabemos que el esfuerzo de Lacan
también estuvo dado en advertir sobre los avatares
que el sujeto psicótico enfrenta como consecuencia
de ese rechazo radical en lo simbólico que
retornará en lo real. Su lectura del caso Schreber
nos permite vislumbrar no sólo fenómenos de
estructura, sino también el modo singular de dar respuesta a lo que retorna.

Consideramos que este punto es esencial, puesto que el riesgo del clínico muchas veces está dado en perderse en los
fenómenos, descuidando el modo de respuesta singular de cada sujeto.

Colette Soler, en “El fin y las finalidades del análisis” (SOLER, 2011, 47) nos recuerda la importancia de distinguir el efecto de
la estructura -que no se transgrede- de lo que es una opción subjetiva. Y allí reside, a nuestro entender, lo más importante que la
clínica psicoanalítica tiene para ofrecerle a un pa(de)ciente: una posibilidad. El sujeto, si así lo desea, podrá elegir tomar a su
cargo la oportunidad de posicionarse de una manera distinta, muchas veces novedosa, respecto de aquella toma de posición por
la cual ha pagado un alto precio a nivel subjetivo.

Más allá de la estructura


Nos interesa ahora desarrollar las tempranas formulaciones de Sigmund Freud que se ocupan de distinguir los diferentes
modos en que un sujeto se defiende de aquello que él denominó idea intolerable o representación inconciliable.

En 1894[2], Freud logra diferenciar los mecanismos neuróticos de los psicóticos, según el tipo de defensa implementado ante
el encuentro con una idea intolerable. Asegura en ese escrito que en la psicosis nos encontramos con una defensa en la cual el yo
“rechaza la representación intolerable conjuntamente con su afecto y se conduce como si la representación no hubiese jamás
llegado a él” (FREUD, 1894).

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Un año después, en su Manuscrito H (FREUD, 1895), Freud compara las distintas formas de defensa en diversos cuadros.
Hablará allí de la histeria, la idea obsesiva, la confusión alucinatoria y la paranoia; dedicándole a esta última un apartado más
relevante en relación a la puesta en marcha de sus mecanismos.

Lo que nos interesa recapitular de ambos escritos, es que Freud parte del síntoma en busca de sus determinaciones.
Identifica en él, a nivel estructural, el fracaso de una defensa implementada con anterioridad. Así es como explica que en las
neurosis será el retorno de lo reprimido lo que evidenciará el fracaso de la defensa. Mientras que en las psicosis, los retornos
darán cuenta del fracaso de una defensa que no es “ni siquiera en el sentido de la represión". Y si bien se trata de una defensa
distinta a la represión, a su vez más enérgica y radical que ésta, es igualmente una defensa fracasada.

Hasta aquí, el modelo freudiano comprende la puesta en marcha de mecanismos defensivos ante una idea intolerable, y la
consecuente formación de síntomas a raíz del fracaso de la defensa.

Entonces, podríamos decir que una vez puesto en marcha el mecanismo defensivo se produce una automatización que
conduce a la conformación de los síntomas.

Ahora bien, para pensar en un más allá de la estructura tomamos las referencias que Gabriel Lombardi propone en su artículo
“Predeterminación y libertad electiva” (LOMBARDI, 2011), para preguntarnos acorde a sus lineamientos ¿qué fue lo que puso en
marcha el mecanismo?, y además ¿existe una acción intermedia entre la irrupción de la representación inconciliable y el inicio de
los movimientos de engranajes del mecanismo defensivo?

“Encontramos en Lacan una prudencia que concierne a la ética del psicoanálisis, dejando abierta la pregunta acerca de si la
puesta en marcha del mecanismo no fue precedida, e incluso encendida por una elección, una toma de posición del ser. Esa
prudencia nos deja la posibilidad de trabajar todavía con seres capaces de elegir, en lugar de reparar autómatas, órganos enfermos o
errores cognitivos” (LOMBARDI, 2011).

La prudencia lacaniana, entonces, nos permite leerlo electivo como aquello que representa una actitud subjetiva, una
condición ética y que en el caso de la preferencia defensiva dará cuenta de la toma de posición previa del sujeto respecto del
funcionamiento de la estructura. La particularidad de la defensa denunciará entonces la elección, la toma de posición del sujeto[3].

Inocencia paranoica e indignidad melancólica


Colette Soler, en sus “Estudios sobre las psicosis”, propondrá una lectura de la paranoia y la melancolía teniendo en cuenta la
particular posición subjetiva en juego en cada una de ellas.

Orientada por su detallada lectura de Freud y Lacan, resumirá las posiciones subjetivas en la paranoia y en la melancolía
como opuestas: “El melancólico asume la culpa, el paranoico la carga sobre el Otro” (SOLER, 1991, 40).

Explica que ambas subestructuras comparten el “retorno en lo real de la instancia negativa del lenguaje”, producto de la
forclusión del significante del Nombre-del-Padre. Pero que su diferencia radica en la etapa siguiente, en el momento de subjetivar
ese daño primario. Es por ello que, insiste, debemos distinguir los “efectos de” y la “respuesta a” la forclusión. Siguiendo esta
lectura, podemos pensar que es la toma de posición respecto de aquellos retornos lo que dará como resultado un sujeto paranoico
o bien melancólico.

En la melancolía, la “incidencia de una posición subjetiva” (SOLER, 1991, 37) es la que hace al sujeto asumir el mal. Se
observa que la instancia de la sola pérdida se ha desencadenado y absolutizado y lo que retorna en lo real será la castración
forcluida. El sujeto melancólico asumirá entonces la culpa delirantemente y lo llevará a un delirio de ser indigno. Justamente el
polo opuesto será la posición paranoica, cuya inocencia lo deja en un lugar de excepción, circunstancia que se evidencia a todas
luces en la megalomanía.

El sujeto melancólico es excepcionalmente culpable. En la paranoia el sujeto es excepcionalmente víctima de agravios. “Dos
polos extremos: el paranoico inocente y el melancólico culpable.” (SOLER, 1991, 85).

Clínica
En el marco del sector Clínica de la psicosis, perteneciente a la Cátedra Clínica de Adultos de la Facultad de Psicología de la

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Universidad de Buenos Aires, nos encontramos, junto a otros colegas integrantes del plantel docente, a cargo de la organización
del dispositivo de presentación de enfermos; actividad que se lleva adelante en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires durante
los cuatrimestres correspondientes al año académico. Hemos decidido extraer de dicho dispositivo dos recortes clínicos que, a
nuestro entender, son de suma utilidad para pensar los desarrollos planteados y que nos permitirán avanzar, luego, hacia la
posición del analista en la clínica de las psicosis.

Ambas presentaciones se llevaron a cabo durante el año 2013, y los analistas intervinientes fueron Martín Alomo, en el primer
caso, y Gabriel Lombardi en el segundo.

Primer recorte: Una mujer arriba al servicio de consultorios externos a raíz de una orden judicial. Se trata de una señora que
nunca antes ha consultado a un profesional de la salud mental. Luego de una entrevista individual, es invitada a participar del
dispositivo de presentación de enfermos. Ella acepta gustosa.

En el trascurso de la presentación, no tarda en dar testimonio de sus padecimientos, todos a causa de una serie de
perseguidores que hacen de su vida un verdadero infierno. Explica que luego de la muerte de su madre, acontecida hace quince
años, dos sujetos que desconoce intentan ingresar a su vivienda para dar con una herencia, de la cual ella no tiene noticia, pero
que sin embargo, resalta, los ladrones bien saben que su madre la ha dejado en la casa. Estos perseguidores la acosan todas las
noches desde entonces. Ve sus sombras, intentan entrar por todos los medios, primero por las puertas, luego por las ventanas,
por la terraza, han llegado a hacer túneles debajo de su vivienda con el afán de dar con la herencia.

En la línea de perseguidores ingresa uno de sus hermanos, puesto que este le ha propuesto vender la casa, situación que la
conduce a denunciarlo. Esto lleva a la apertura del expediente judicial y su consecuente arribo al hospital.

Luego de un extenso relato, dice de su situación de perseguida, “Todo esto parece increíble” y a ello le sigue un gesto de
cansancio. El analista se apoya en dichas palabras para expresarse del siguiente modo: “Difícil de creer”.

Seguida a la intervención, la paciente repone enérgica: “Pero es así”, afirmando el punto que la conduce a certificar su
posición. ¡Defensa!, diríamos con Freud.

Nuestra lectura del recorte nos lleva a pensar que el analista abre allí un espacio que puede permitirle al sujeto escucharse.
En otras palabras, darle la posibilidad de tomar a su cargo sus propias consideraciones acerca de aquello que le ocurre y, al
mismo tiempo, de lo increíble que parece resultar la situación narrada.

En primera instancia podemos inferir que es la posición del analista la que permite que la paciente asuma el lugar de único
sujeto en el dispositivo, logrando de esta manera que ella, la inocente perseguida, que no deja de sufrir desde hace quince años,
se exprese del modo en que lo hace. La frase “todo esto parece increíble”, indica un punto de inconsistencia en su relato, cuestión
que habilita al analista a intervenir es esa vía, permitiéndole al sujeto elegir o no interrogarse acerca delo increíble de la situación.

Detengámonos en este punto, que retomaremos más adelante, para pasar ahora al siguiente caso.

Segundo recorte: se trata de un paciente que acepta la invitación a participar del dispositivo, manifestando sus ganas de
conversar. Él ha pasado por varias internaciones y sostiene, en la actualidad, un tratamiento ambulatorio de casi diez años de
duración.

–Es una larga historia, empieza en el jardín… un familiar mío pedófilo…. Yo tendría nueve o diez años… un día me quedé a
dormir en casa de mi abuela, éramos ella, mi tío el pedófilo y yo. Ella se acuesta en su cama, mi tío se pone en un sofá cama y a
mí me arman un colchón con unas frazadas al lado de mi tío y tuve que dormir ahí. Llevo muchos años de terapia, lo puedo decir
ahora… mi tío me agarra del brazo y se masturba con mi mano.

–¿Fue una única oportunidad?

–Lo de mi tío… si bien hubo agresión, mayormente agresión verbal, comentarios cuando había gente, siempre hablaba de la
sexualidad, me humillaba, le fui tomando bronca, yo era chico, adolescente y estaba tomado por su manipulación. Él vino a mi
casa en el año 98, 97, por eso estuve internado, y yo estaba mirando televisión, y saca el tema de la nada de que él fue abusado
de chico, y yo lo tomé como una amenaza porque de la nada me dijo que fue abusado por alguien poderoso de la política, un
militar y que pensó en vengarse pero le dio miedo por los contactos que él tenía. Yo había pensado… hoy yo tengo todo tipo de

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fobias…

–Usted había pensado…

–Yo había pensado en vengarme, en hacerle el mayor daño posible, incluso en matarle al hijo, cosa que nunca pasó.

–¿La primera internación cuando fue?

–Primero vino el rechazo de una chica que me gustaba, después surge la amenaza de mi tío, una amenaza directa y después
la internación, en el 98.

–¿Por qué amenaza?

–Y… fue un comentario completamente fuera de lugar. Yo estaba comentando algo de una comida, un asado del domingo y
él cambia de tema… yo salgo de la internación…

–¿Pero por qué dice que fue una amenaza?

–Si no lo hubiera dicho al lado mío, si me hubiera enterado por mi mamá o mi abuela… no pude no tomarlo como una
amenaza. ¿Por qué lo tuvo que contar delante mío?... Lo hizo para amenazarme. No pude no tomarlo como una amenaza.

–Para amenazarlo…

–Para que me calle la boca, porque iba a tomar represalias… yo lo entendí de esa manera… mi cabeza empezó a trabajar.
Empecé consultorios externos, me dieron medicación, al tiempo tuve una crisis y me internaron[4].

¿A qué apunta la intervención del analista al interrogar la amenaza? ¿Será acaso para distinguir un punto de certeza en lo que
podríamos llegar a tomar incluso como una interpretación delirante? ¿Acaso buscará evidenciar la inconsistencia, lo infirme de sus
decires?

Una lectura posible es que a través de dicha pregunta, y habiendo el sujeto habilitado la intervención, se abre la posibilidad de
su implicación, con la concomitante división subjetiva que permitirá, quizá, la opción de posicionarse de una manera diferente
respecto de aquello acontecido.

Este segundo ejemplo nos permite hacer un contrapunto respecto del primero. Creemos que es bien diferente el modo de
respuesta que dan los sujetos ante las intervenciones de los analistas en uno y otro caso.

“Pero es así” dice la paciente para refutar una intervención que no ha hecho más que señalar un punto de inconsistencia en
su relato que, vale decir, había sido indicado por el propio sujeto en un momento previo a la intervención del analista. Esta
respuesta expulsa de plano toda posibilidad de revisar su posición. Agregamos que en ese primer caso, y luego de la respuesta
defensiva del sujeto, el analista no insiste por esa vía, y la presentación continúa por la senda que elige tomar la paciente.
Retornará así, en su relato, al lugar de padeciente, de inocente víctima de todos los increíbles males que sus perseguidores le
destinan.

En el segundo ejemplo el sujeto, ante la pregunta del analista, no le escapa a sus propias palabras, tampoco se pone a la
defensiva –utilizando ahora el término en el sentido rioplatense de la expresión–, asume como posibilidad que la escena que
relata no sea comprendida del todo cuando se la interroga desde la pregunta “¿pero por qué dice una amenaza?”Es cierto que la
respuesta justifica su posición, ya que opta por explicar las coordenadas del contexto en que acontecieron los hechos,
estableciendo que la cosa bien podría haber sido diferente si ese tío pedófilo hubiese optado por expresarse en otras condiciones.
Sin embargo, creemos que existe un punto de implicación que se lee cuando fundamenta su explicación con las frases “no pude
no tomarlo como una amenaza” y “yo lo entendí de esa manera. Mi cabeza comenzó a trabajar”. Es él quien no pudo tomarlo de
otra manera, no se trata entonces de un “pero es así” lapidario, automático, que excluye al sujeto capaz de elegir.

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“No pude no tomarlo como una amenaza” dice el paciente acerca de aquella situación que fue la causante de una crisis
nerviosa y su consecuente internación. Distinguimos que el punto que ha interrogado el analista, durante la presentación, deja
establecido que la toma de posición es previa al desencadenamiento de la crisis. Y al mismo tiempo que el sujeto ha podido
reconocerse allí, dejando en suspenso la posibilidad, la libre elección, de revisar o no su posición frente a lo acontecido.

A modo de conclusión. La posición del analista en las psicosis

“Semejante hallazgo no puede ser sino el premio de una sumisión completa, aun cuando sea advertida, a las posiciones
propiamente subjetivas del enfermo, posiciones que son demasiado a menudo forzadas al reducirlas en el diálogo al proceso mórbido,
reforzando entonces la dificultad de penetrarlas con una reticencia provocada no sin fundamento en el sujeto.” (LACAN, 1958, 511)

Para concluir tomaremos esta frase de Lacan con el fin de resaltar su potencia, ya que entendemos que en la misma queda
señalada no sólo la posición del analista en las psicosis sino también una posible dirección de la cura.

A nuestro entender suele homologarse “sumisión” a “posición de testigo”, quedando implícito que el lugar del analista en las
psicosis debe ser una posición pasiva.

Sumado a esto, la doble indicación del no retroceder pero no avanzar, parece dejar relegado al analista a una posición poco
activa, cuestión que puede ser tomada como un simple consejo terapéutico: dialogue con el enfermo, pero no intente hacer nada
más que eso, no intervenga, no interprete, nunca vaya más allá; todo ello, muchas veces, como acción preventiva que evite la
desestabilización del sujeto psicótico. Evidentemente, esta sería la forma errónea de comprender el qué lugar, puesto que va en
desmedro del discurso analítico.

Entonces, ¿qué lugar frente al sujeto psicótico?

“El analista instaura ante su paciente, sea éste neurótico o psicótico, una distribución subjetiva que es específica del discurso
analítico. Lo primero que cumple el analista con su acto, es la cesión de la posición de sujeto al paciente” (LACAN, 1958, 67).

Como pudimos observar en los recortes clínicos presentados los analistas, lejos de quedar a la espera, intervienen
activamente, no sin antes sumirse a las posiciones subjetivas propias del enfermo, único sujeto ubicable en el dispositivo.

Esta referencia nos devuelve al punto en el que Lacan supo dedicar todos sus esfuerzos, no en vano, en discutir con los
postfreudianos acerca de la concepción del dispositivo analítico, el cual no puede pensarse como relación dual.

“La intersubjetividad, ¿no es acaso lo más ajeno al encuentro analítico? Con solo que asome, la eludimos, seguros de que es
preciso evitarla. La experiencia freudiana se paraliza cuando aparece” (LACAN, 1961, 20).

Será a través del acto del analista que se evitará la paralización de la experiencia, permitiendo la aparición del sujeto del
lenguaje, que es también sujeto de goce. Entendemos entonces que la reticencia a la que se refiere Lacan es provocada en el
sujeto cuando sus posiciones propiamente subjetivas son reducidas al diálogo.

“No hay posición mejor para el analista ante su paciente psicótico que la posición de… analista, es decir la que se define como
semblante de objeto a, que es la única que permite una sumisión completa a las posiciones subjetivas del enfermo” (LOMBARDI,
2004, 128).

La posición del analista en las psicosis será también la de evitar la intersubjetividad, puesto que ella no hará más que
despertar la reticencia del sujeto. Dejemos en suspenso a qué se refiere Lacan cuando insinúa el hecho de penetrar las
posiciones propiamente subjetivas del enfermo. Entendemos que esa indicación puede ser leída desde diversas aristas a la hora
de abordar la clínica de las psicosis, y quedará, al menos para nosotros, como punto a revisar en futuras ocasiones.

Por lo antes planteado, comprendemos el no avanzar como un no ir más allá, pero no de cualquier cosa, sino específicamente
un no ir más allá del trabajo de la psicosis. Trabajo autónomo que el sujeto psicótico toma a su cargo como modos de tratar las

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irrupciones de los retornos en lo real. Porque el analista no puede orientarse por otra cosa que no sea dar cuenta de lo que
preexiste a la entrada del sujeto psicótico en análisis, y la de su propia entrada, como analista, en la experiencia de la cura.

Habiendo avanzado sobre las concepciones ligadas a la posición del analista, realizamos ahora una última indicación
referente a lo electivo, que no escapa al campo de la psicosis. Encontramos dicha referencia en las palabras de Martín Alomo,
quien se ha dedicado a explorar profundamente la noción de lo electivo en la clínica en publicaciones de reciente aparición
(ALOMO, 2013). De él tomamos las siguientes consideraciones:

“En cada punto en que lo necesario ve tambalear su consistencia, donde la realidad parece que puede no ser la que es, que las
cosas podrían ser de otro modo y no fatalmente predestinadas, allí aparecen opciones, alternativas frente a las cuales el sujeto
deberá posicionarse. Lo electivo en la clínica psicoanalítica se presenta bajo la irrupción de lo contingente, es decir lo que puede ser y
puede no ser” (ALOMO, 2012, 79).

La apuesta será la de brindarle al sujeto la posibilidad de revisar sus posiciones; y quedará de su lado, entonces, tomar a
cargo aquello de lo que es responsable y de lo que, sin embargo, siempre tendrá la libertad de elegir responsabilizarse. Es allí
donde reside la ética del psicoanálisis.

“Consolémonos diciéndonos que le dimos al sujeto algo que es del orden de una luz, nosotros le permitimos esclarecerse y a
él le toca elegir” (FREUD, 1937).

María Eugenia Munin


marumunin@gmail.com
Luciano Salinas
lucianosalinas@gmail.com
Bibliografía
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-Alomo, M. (2013). Clínica de las elecciones I, por el lado de Freud . Buenos Aires: Letra Viva.
-Alomo, M. (2013). Clínica de las elecciones II, por el lado de Lacan . Buenos Aires: Letra Viva.
-Alomo, M. (2013). La elección en psicoanálisis, fundamentos filosóficos de un problema clínico. Buenos Aires: Letra Viva.
-Alomo, M.; Lombardi, G. (2013). “Puntualizaciones sobre las estructuras lógicas y la elección de la paranoia en la obra de Sigmund Freud (en
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-Soler, C. (2011). El fin y las finalidades del análisis. Buenos Aires: Letra Viva.

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[1] María Eugenia Munin es psicoanalista. Licenciada en Psicología. Docente de la Cátedra Clínica de Adultos I de la Facultad de Psicología de la
Universidad de Buenos Aires. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata.
Luciano Salinas es psicoanalista. Licenciado en Psicología. Docente de la Cátedra Clínica de Adultos I de la Facultad de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Escuela Internacional de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano.

[2]Freud, S. “Neuropsicosis de defensa”, en Obras completas, Vol. I. Buenos Aires: Amorrortu.


[3] En este punto es indispensable la lectura del artículo “Puntualizaciones sobre las estructuras lógicas y la elección de la paranoia” de Martín Alomo y
Gabriel Lombardi. Allí los autores realizan una lectura en clave electiva de los textos freudianos pertenecientes al período 1895 – 1911, profundizando en
detalle la presente línea argumentativa.

[4]La transcripción de la presentación de enfermos fue realizada por los alumnos del sector “Clínica de la psicosis”, de la materia Clínica de Adultos, Cátedra
I. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires.

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