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UNIVERSIDAD DE VALLADOLID

FACULTAD DE MEDICINA

Máster-Título propio en Psicopatología y clínica psicoanalítica

ANALISIS DE LOS ESTADOS


FRONTERIZOS DESDE LA PERSPECTIVA
PSICONALÍTICA.
Revisión histórica del concepto. Nosología,
semiología y patogenia. Influencia del desarrollo
sociocultural en su surgimiento y expresión.

Autor:
Daniel Gómez Pizarro

Director:
Irene Muñoz León
Valladolid, Septiembre de 2018
INDICE:

Resumen………………………………………………………………………………3

Introducción…………………………………………………………………………..3

Metapsicología Freudiana de las estructuras…………………………………..5

Antecedentes históricos……………………………………………………………7

Psicopatología y funcionamiento psíquico……………………………………12

(De) negación (verneinung) y renegación (verleugnung) en el


limítrofe……………………………………………………………………….14

El trauma temprano, el desvalimiento y el déficit identificatorio…..19

La relación con el otro……………………………………………………..22

La cuestión diferencial. Estructura o Estado………………………………….24

Influencia de la cultura…………………………………………………………….27

Bibliografía…………………………………………………………………………..29

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RESUMEN

Las organizaciones fronterizas constituyen una realidad de difícil abordaje para


la psicología patológica actual. A través del presente trabajo se propone una
mirada integradora del fenómeno desde el prisma del psicoanálisis, haciendo un
recorrido por las diferentes posiciones desde los orígenes en Freud. Nuestro
objetivo no es otro que analizar las divergencias surgidas ante esta entidad
clínica tan controvertida como frecuente en nuestras consultas, pero también
poner de manifiesto los espacios de consenso a cerca de su origen y
funcionamiento.

Palabras clave: estados fronterizos, estructuras limítrofes, psicopatología,


mecanismos de defensa, estructura, castración, Edipo, desvalimiento, déficit de
identidad.

“Grises son las teorías, en cambio verde y dorado el árbol de la vida”.


Johann Wolfgang Von Goethe.

INTRODUCCIÓN

Desde mediados del siglo XX la psicopatología clínica viene siendo testigo de la


irrupción de un fenómeno de expresión clínica singular y diferente a lo que se
había descrito hasta ahora, tanto desde al ámbito de la psiquiatría clásica y
académica como de la psicología y el psicoanálisis. Se trata de individuos cuyo
estudio y análisis escapa de los márgenes nosológicos tradicionalmente
descritos desde Freud y que permitían diferenciar entre dos formas diferentes de
funcionamiento, dos estructuras básicas, psicosis y neurosis.

Los llamados Trastornos Límites constituyen entidades de manifestación


variable, polimorfa y de aparición precoz, caracterizadas por la presencia de un
patrón estable de inestabilidad multidimensional, fundamentalmente afectiva,
conductual e interpersonal, con tendencia a la pérdida de control sobre el
individuo y asociada a sentimientos crónicos de insatisfacción vital y vacío
existencial que surge como producto del desarrollo de herramientas defensivas
primitivas e inmaduras que implican a una pobre y frágil construcción yoica.

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En este sustrato descrito, desarrollan un esquema relacional interpersonal
complejo, intenso a la par que inconstante e inconsistente, tormentoso y pérfido
que habitualmente desemboca en el rechazo y abandono por parte del entorno.
Estos individuos, y su complejo funcionamiento, ponen a prueba constante la
pericia del clínico y consumen todos los recursos asistenciales y sociales a su
disposición, generando un notable impacto, no solo a nivel sociosanitario, sino
también cultural. Es por ello, que su abordaje requiere un encuadre y un
acercamiento muy cuidadosos de cara a establecer un vínculo terapéutico que
precisa ser especialmente resistente, pero también muy flexible.

La propia denominación y definición del cuadro supone un extenuante ejercicio


de funambulismo por parte del psicopatólogo, ya que nos encontramos
caminando sobre la delgada línea que delimita los confines de los modelos
explicativos desarrollados hasta ahora. Si damos un paso más y, nos
adentramos en el territorio de la hipótesis a cerca de su origen y mecanismos de
organización y funcionamiento psíquicos, la acrobacia ha de realizarse en
ausencia de red. El empleo de constructos como borderline, sujetos fronterizos
o estados marginales, no es, por tanto, una antojo más del psicoanálisis.

Existe una vasta literatura en el campo psicoanalítico al respecto del surgimiento


y proliferación de estos modos de estar y defenderse en el mundo, sin embargo
la tónica general nos sumerge en el desconcierto y la falta de consenso; ¿se
trata de una forma psicosis larvada? ¿Quizás estemos ante un morfotipo de
expresión grave de la neurosis histérica? o ¿nos enfrentamos realmente a un
modelo independiente y diferente de organización defensiva de la psique?.
Mientras la escuela objetal defiende la hipótesis de la tercera estructura, el
psicoanálisis Lacaniano postula que la emergencia de estos estados obedece a
presentaciones inusuales de la psicosis o la neurosis producto de los efectos de
un “nuevo Otro”, en definitiva, del propio desarrollo sociocultural. Entre ambos
extremos existe una amplia amalgama de posicionamientos, si bien todos ellos,
incluidos objetales y lacanianos, están de acuerdo en algo; y es que, parece que
el eje fundamental sobre el que se asienta el problema gira alrededor de una
defectuosa cristalización de los complejos de Edipo y de Castración.

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El objetivo del presente trabajo no es otro que aglutinar y exponer las diferentes
propuestas emitidas bajo la mirada del psicoanálisis, desde los inicios en Freud
hasta la actualidad, en relación a esta entidad clínica que, a pesar de las
controversias que genera, constituye una realidad, ya no emergente, sino
omnipresente nuestras consultas. Una vez presentado el escenario,
realizaremos algunas consideraciones finales a cerca de la vinculación del
proceso con la realidad sociocultural actual. Si la histeria fue la entidad con
mayúsculas de la era Freudiana, las organizaciones limítrofes son el caballo de
batalla de la postmodernidad, en palabras del psicoanalista André Green “El
prototipo mítico del paciente de nuestro tiempo no es tanto Edipo, como en la era
Freudiana, sino Hamlet”.

METAPSICOLOGÍA FREUDIANA DE LAS ESTRUCTURAS.

No es nuestro fin revisar la teoría del funcionamiento de la psique a través del


examen de la primera y segunda tópica de Freud. Mas bien proponemos analizar
la evolución del pensamiento y teoría Freudianos a través de la referencia en su
obra de los mecanismos de producción del síntoma y, como a partir de estos
establece una clara diferenciación entre las principales estructuras de
funcionamiento.

En su obra de 1894 “Neuropsicosis de defensa”, Freud constituye al mecanismo


defensivo como elemento diferenciador y definitorio entre psicosis y neurosis. En
este sentido atribuye una herramienta común a la génesis de las neurosis
obsesiva, histérica y fóbica; la represión (Verdrängung). Cuando la defensa
fracasa el histérico experimenta la conversión, el obsesivo las ideas intrusas y el
fóbico el objeto de temor. Sin embargo, para el sujeto psicótico describe una
estrategia diferente; el repudio (Verwerfung), más tarde rebautizado por Lacan
como Forclusión “El Yo se arranca de la representación insoportable, pero esta
se entrama de manera inseparable en un fragmento de realidad objetiva, de
donde surge la vivencia alucinatoria”. Posteriormente en “Nuevas
puntualizaciones sobre la neuropsicosis de defensa”, describiría el mecanismo
de proyección, típico de la psicosis.

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Ya en 1924, una vez instaurada la segunda tópica, en su obra “Neurosis y
psicosis”, establece ya una clara separación entre ambas estructuras, no solo ya
referida al modo de defenderse, sino aludiendo también al origen del conflicto;
“La neurosis es resultado del conflicto entre el yo y el ello, mientras que en la
psicosis la perturbación ocurre entre el yo y el mondo exterior”.

Mas tarde, en “la pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis” afinaría aún


mas al referirse al diferente manejo de la realidad que hacen sujetos neuróticos
y psicóticos. Mientras los primeros evaden aquello inconciliable sepultándolo
bajo la losa de la represión y desplazando el afecto hacía el síntoma neurótico
jugando con el deseo, los segundos se defienden a través del rechazo categórico
y la elaboración de un constructo paralelo mas atractivo. Dicho de otro modo; el
neurótico no desmiente la realidad, se limita a no querer saber de ella y colorear

aquellos grises inaceptables, en cambio el psicótico la repudia y además trabaja


en la creación de una nueva a través del delirio.

Finalmente, el Freud más tardío, ya en el ocaso de su vida, abre por primera


vez la puerta a la existencia de formas intermedias del yo para estar y
defenderse. Esa posible ordenación intermedia no es otra que la perversión, a la
que, años más tarde, Lacan dotaría de independencia como estructura de
funcionamiento subjetivo en relación al deseo . A pesar de que las perversiones
son abordadas por Freud mucho antes, desde 1905 en “Tres ensayos sobre la
teoría sexual”, no es hasta sus textos respectivos de 1927 y 1938 “Fetichismo” y
“Escisión del yo en el proceso defensivo” cuando sugiere la posibilidad de que
las leyes que rigen el funcionamiento de los sujetos perversos sean diferentes
de las de psicóticos y neuróticos. Esta primera aproximación en Freud constituye
el preludio de los estudios e hipótesis posteriores a cerca de las
conceptualizaciones sobre de los estados fronterizos. El planteamiento de Freud
no solo es revelador desde el punto de vista estrictamente nosológico, sino que
también pone el foco sobre los mecanismos implicados en su génesis. Y es que,
como ya describiera sobre las perversiones, todo en los sujetos fronterizos
apunta hacia un fracaso de los mecanismos represivos en la vida adulta producto
de una inadecuada resolución de los complejos de Edipo y/o Castración en la

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infancia. De este modo, en su texto “Fetichismo” alude un tercer mecanismo de
defensa típico en los sujetos perversos, si el neurótico reprime y el psicótico
repudia y proyecta, el perverso Re-niega y, en consecuencia, se escinde.

El perverso encontraría una tercera vía de escape a través de la Verleugnung o


renegación, que permite la coexistencia de realidades contrapuestas en relación
a la castración y le conduce hasta a la escisión. En palabras del propio Freud;
“…el perverso, ante el temor a la castración, no acepta la prohibición a través de
la represión ni tampoco la repudia, mejor dicho hace las dos cosas
simultáneamente…por un lado rechaza la realidad objetiva y no se deja prohibir
nada; por el otro reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia
como un síntoma a padecer y luego busca defenderse de él, el resultado de esta
contradicción genera una desgarradura en el yo que, lejos de repararse, se hará
cada vez mas grande y subsistirán como un núcleo escindido”. Este mismo
mecanismo, con matices, es el que opera predominantemente el sujeto limítrofe,
como veremos más adelante.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Una vez asentados sobre la teoría Freudiana, nos proponemos realizar un breve
recorrido por la evolución histórica del concepto, navegando a través de
diferentes autores, desde sus inicios. A lo largo de este viaje descubriremos que
la tarea definitoria del mismo esta presidida por la disparidad de criterios y las
dificultades para el establecimiento de una delimitación nosológica unánime.

Aunque en la época clásica ya se definieron estados de inestabilidad emocional,


hechizamiento o contradicción, nos tenemos que desplazar hasta el siglo XVII
para encontrar una primera referencia que recoge la esencia de los estados
fronterizos. Fue Thomas Sydenham quien describió el comportamiento de
algunos sujetos en los que “Todo es capricho, aman sin medida a aquellos que
pronto odian sin razón. Son extremistas que dividen el mundo en exageradas
visiones de lo bueno y lo malo, son emocionalmente infantiles, no toleran la
ambigüedad, nada es neutral, todo es personal”.

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Fue el Psiquiatra Ingles Huges quien cito por primera vez los estados fronterizos
de la locura en 1884, para referirse a aquellos sujetos que pasan la vida en la
frontera de la psicosis. No obstante, ha sido al psicoanalista Adolf Stern a quien
se le atribuido la primera descripción del fenómeno que nos ocupa allá por el año
1938. Citado por Gunderson “identificó a un subgrupo de pacientes que no
encajaban en los límites habituales de la psicoterapia ni en el sistema
clasificatorio de la época, centrado básicamente en la división entre psicosis y
neurosis”. Él fue quien describió la mayoría de los síntomas a través del concepto
de “hemorragia psíquica” que hacía referencia fundamentalmente a la grave
intolerancia a la angustia que presentan estos pacientes. A pesar de todo lo
expuesto, la comunidad psicoanalítica internacional reconoce el acuñamiento del
término Límite al autor Robert Knitght en sus trabajos “Psiquiatría y
psicopatología psicoanalítica” y “psiquiatría psicoanalítica, psicoterapia y
psicología medica” de 1943 y 1954 respectivamente, a través de los cuales
describe una nueva entidad clínica que linda en la frontera entre la psicosis y la
neurosis, añadiendo además que estos estados son permanentes en el sujeto.
Es, por tanto, a partir de los trabajos de Knight cuando surge el nacimiento de
esta nueva categoría clínica distinta de las conocidas hasta el momento.

Cabe destacar autores como Helen Deutsch, quien en 1942, describió las
personalidades “como si”, precursoras del concepto lacaniano de Psicosis
Ordinaria, para definir a un tipo de sujetos que, teniendo una estructura de base
psicótica, se visten con las telas propias de la neurosis. Deutsch pone especial
énfasis en los defectos en los procesos de identificación por parte de estos
individuos, quienes incapaces de desarrollar auténticas identificaciones yoicas y
superyoicas, actúan “como si” las tuvieran.

En 1949, Hoch y Polatin, describieron un cuadro denominado Esquizofrenia


pseudoneurótica, de similares características al de Deutsch. Según argumentan,
detrás de una serie de síntomas aparentemente neuróticos y muy polimorfos se
esconden síntomas primarios de una esquizofrenia.

Años mas tarde, en 1957, Bychowski hablaría de la psicosis latente, para


referirse aun grupo de individuos con una vulnerabilidad especial para el

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desarrollo de la psicosis. Se caracterizan por un Yo débilmente estructurado, con
mecanismos de defensa primitivos entre los que prima la negación y la escisión,
así como una internalización parcial de los objetos. Según su teoría, si en este
terreno abonado se planta la semilla oportuna, la psicosis germinará.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, casi todas las escuelas de orientación
psicoanalítica han abordado, de un modo u otro, la problemática y casi todos los
autores mas destacados de la época se han referido a esta entidad sin alcanzar
un consenso en lo referente su nosología y delimitación. Sin embargo, como
citábamos en nuestra introducción, en el territorio de la hipótesis explicativa de
su génesis parece existir cierta unanimidad, con matices, entre los diferentes
autores, entorno a la importancia de la integración del Edipo y la Castración.
Dicho de otro modo, todos están de acuerdo en el florecimiento de una nueva
forma de expresión de clínica y, en líneas generales, coinciden en la hipótesis
sobre su génesis, pero no tienen claro cómo definirla y dónde ubicarla.

Donald W. Winnicott, en la década de los 60, también abordó el asunto a través


de su concepto de falso Self, desde el cual entiende el funcionamiento limítrofe
como independiente de las estructuras psicótica y neurótica. El psicoanalista
inglés atribuye un papel preponderante a un ambiente de crianza incapaz de
realizar la función de sostén del niño, a partir del cual el infante fracasaría en la
integración de un yo maduro. Este falso self implicaría una ineficiencia en los
mecanismos de simbolización y desembocaría en la ausencia del conflicto
intrapsíquico, de ahí los crónicos sentimientos de vacío.

Siguiendo la línea trazada por Winnicott, Heinz Kohut, afirma que el self de estos
individuos sufre una grave fragmentación permanente, a modo de una psicosis
no desencadenada. Lo concibe como un trastorno del narcisismo en el que han
claudicado los mecanismos que permiten la formulación de una autoimagen
integrada y deposita la responsabilidad de este fracaso en unos progenitores
incapaces de proporcionar una respuesta de arropo a las necesidades de
autoafirmación del niño. En consecuencia, la deficitaria edificación edípica no es
constituyente de la identidad del sujeto.

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Uno de los autores más prolíficos de los últimos años en relación a los estados
que nos ocupan es Otto Kernberg. Para el psicoanalista de origen austriaco,
constituye una entidad de estructuración diferente e independiente de lo descrito
por el modelo psicoanalítico tradicional. Kernberg delimita tres formas diferentes
de funcionamiento surgidas como resultado de la interacción entre
temperamento, carácter y moral y con un origen, por tanto, fundamentalmente
intrapsíquico. Durante su practica clínica, observo que, a lo largo la cura, algunos
sujetos de apariencia neurótica, se adentraban fugaz y transitoriamente en el
terreno de lo psicótico, desarrollando lo que denomino psicosis trasferencial.
Según Kernberg, las organizaciones fronterizas de personalidad, como él las
denomina, representan a “sujetos con una organización patológica de la
personalidad, estable y específica, no un estado transitorio que oscile entre la
psicosis y la neurosis”. En su modelo explicativo atribuye un papel protagonista
a la ausencia integración afectiva en la infancia, lo cual, como veremos más
adelante, desemboca en la escisión del sujeto y en su incapacidad para un
desarrollo identitario maduro. En otras palabras, según Kernberg, naufragarán
en la labor de síntesis de imágenes contradictorias del objeto, disociándolos de
manera antagónica como “absolutamente buenos” o “absolutamente malos”. Sin
embargo, la propuesta de Kernberg resulta demasiado amplia y en ocasiones
implica el solapamiento con otras entidades como la perversión o las histerias
graves.

En oposición a Kernberg, Jean Bergeret discrepa en la categorización como


estructura de estos estados, ya que, según manifiesta, no cuentan con
mecanismos defensivos estables y permanentes, ni con una identidad propia y
auténtica. Aunque reconoce la existencia y magnitud del fenómeno, prefiere
denominarlo como a-estructuras, caracterizadas por un funcionamiento inestable
pseudo-normal. Diferencia cuatro modelos básicos: formas menores de psicosis,
formas mayores de psicosis, formas de pasaje entre neurosis y psicosis y
subformas nosográficas independientes.

Desde la escuela Lacaniana surgen no pocas divergencias entorno a la figura


del limítrofe, desde quienes niegan la existencia del fenómeno achacando su
surgimiento al desarrollo de diferentes variaciones y presentaciones de sujetos

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neuróticos, psicóticos o perversos como Jacques Alain Miller, hasta aquellos
como Rassial o Lebrun que si reconocen la entidad, pero como un estado
particular y transitorio de la estructuras clásicas, que no encaja con el
funcionamiento tradicionalmente descrito para cada una de ellas. A diferencia de
Kernberg, proponen un origen extrapsíquico, atribuyendo al Otro, y sus efectos,
el desencadenamiento de estos procesos en el sujeto. Mientras Winnicott alude
al papel destacado de una función materna incompetente, el psicoanálisis
Lacaniano otorga el protagonismo al fracaso de la figura del Padre en su labor
de lazo que sostiene la entrada del niño en lo social. Desde la mirada aportada
por Lacan, la resolución del complejo de castración permite la entrada del niño
en el lenguaje y por tanto en la cultura a través de la interdicción paterna. Más
adelante observaremos como este óbito de las funciones materna y paterna
durante el desarrollo edípico, genera un déficit de narcisización y la escisión
yoica del sujeto.

No podemos dejar pasar la notable aportación de Grinker, que constituye una de


las mas valiosas y rigurosas labores de investigación llevadas a cabo sobre los
sujetos limítrofes. Grinker planteó una sistematización diagnóstica a través del
análisis estadístico de los datos provenientes de alrededor de medio centenar de
internos penitenciarios. Según su estudio el funcionamiento borderline viene
definido por la presencia de: rabia o ira como principal o único afecto;
establecimiento de relaciones afectivas anaclíticas, dependientes y parciales; el
desarrollo de un modelo identitario inconsistente y finalmente un trasfondo
emocional de tintes depresivos, sin culpa sino mas bien producto del vacío de
sus vidas. Para Grinker y sus colaboradores el sujeto fronterizo surge fruto de un
defecto en el desarrollo de la esfera yoica, produciéndose una inestabilidad que
afecta a diferentes dimensiones de su vida. A pesar de manifestar clínica
psicótica, su característica definitoria es la resistencia a la psicosis. Como
conclusión de sus estudios, definieron cuatros subgrupos de estructura
fronteriza: El Grupo I o “border psicótico”, el grupo II o “síndrome fronterizo
central”, el grupo III o “personalidad como si” y el grupo IV o “límite neurótico”.

De forma paralela, y en un momento inicial al abrigo del psicoanálisis, la


Psiquiatría más ortodoxa también se ha ocupado de estos estados. Los

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manuales de clasificación empleados a escala mundial, DSM y CIE, vienen
haciéndose eco de ello desde la década de los setenta del pasado siglo. Por su
parte, la APA adoptó de las publicaciones psicoanalíticas de la época los
principales criterios que definirán el diagnóstico del Trastorno Límite. La
necesidad de adaptarse al modelo médico, con todo lo que ello implica, ha
desembocado en el establecimiento de una desafortunada nosotaxia alrededor
del, tan inespecífico como sobre utilizado, concepto de personalidad. Y es que
resulta difícil encontrar un término más ambiguo, inconcluso, abstracto y poco
riguroso como el de personalidad. Más cacofónico y estigmatizante resulta aún,
a nuestro juicio, el constructo Trastorno de Personalidad. El DSM viene
incluyéndolos desde su primera edición, a mediados del siglo XX, impulsados
por la hegemonía del psicoanálisis norteamericano de aquel momento y el
interés del mismo por este ámbito de la psicología patológica. Pero no es hasta
su tercera edición cuando incluye al Trastorno Límite dentro de un subgrupo de
personalidades supuestamente inmaduras. Siguiendo la tónica de la psiquiatría
más academicista, el DSM propone unos criterios diagnósticos un tanto
difuminados y confusos, superponiéndose con otras entidades diagnósticas y
con un carácter meramente descriptivo, haciendo especial énfasis en el
establecimiento de un catálogo inerte de síntomas entre los que se solapa lo
psicótico y lo neurótico sin una conexión aparente y sin prestarle ninguna
atención al desarrollo psicoevolutivo ni ofrecer ningún tipo de cuestionamiento
acerca de su génesis. A consecuencia de esto, la entidad se ha convertido en un
depósito, a modo de cajón desastre, donde incluir todo aquello que, por
exclusión, no tiene ensamble en ningún otro lado, contribuyendo al
sobrediagnóstico y la desvirtuación del concepto. A pesar de las dificultades
propias de su delimitación diagnóstica y su abordaje terapéutico, podemos
aseverar, sin miedo de equivocarnos, que los estados límites constituyen el más
frecuente diagnóstico dentro de los Trastornos de Personalidad según criterios
DSM en la actualidad. Por citar algunas cifras, los estudios actuales señalan que
la prevalencia actual se sitúa en torno al 5% en la población general, implicando
entre el 10 % y el 20 % de los todos pacientes atendidos en las consultas de

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Salud Mental y mas del 50% de todos los diagnosticados de Trastorno de
personalidad.

PSICOPATOLOGÍA Y FUNCIONAMIENTO PSIQUICO.

Desde el punto de vista exclusivamente fenomenológico la clínica que expresan


estos individuos es variada y polimorfa y, en general, florida y explosiva.

En la esfera afectiva predomina un patrón estable y permanente de inestabilidad


emocional, de tendencia natural depresiva y con intensa ansiedad, asociada a
sentimientos de vacío y temores desmesurados de abandono. Producto de esta
asfixiante angustia vital que les devora no es infrecuente que manifiesten
fenómenos psicosomáticos vinculados a vivencias de tipo disociativo e incluso
de carácter alucinatorio.

Su relación con el Deseo es tormentosa, se mueve entre la insatisfacción y el


exceso, que se traduce en una incapacidad para el control de las pulsiones y
que, a menudo, desemboca en accesos auto y heteroagresivos, conductas
sexuales de riesgo, consumo abusivo de tóxicos, comportamientos regresivos y
toda clase de acting outs.

Esta “hemorragia psíquica” es producto de la construcción de un yo carente de


identidad, frágil, inmaduro, inconsistente e incompetente cuyas defensas
claudican ante el conflicto o, más bien, ante la ausencia del mismo, porque, como
veremos más adelante, el limítrofe está sumergido en la más profunda vaciedad
yoica. A consecuencia de ello vive con sentimiento continuo de insostenible
desvalimiento que rechaza y proyecta sobre el entorno.

Su relación con la realidad también es particular. Si, como veíamos en el


apartado anterior, el neurótico se limita a no querer saber de ella y el psicótico,
incapaz de mentir, la rechaza para elaborar su verdad absoluta a través del
delirio, el límite, en tanto que coexisten ambas vías y se produce una escisión
del sujeto, sufre vivencias de irrealidad. Reformulando a Winnicott, su vida es
una ficción en la que el protagonista es un “falso self”.

Todo este elenco de manifestaciones no son producto sino de los yermos


intentos de acaparar la atención, el reconocimiento y el amor del Otro. Un amor

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que tienden a parcializar puesto que, como desvalidos, son incapaces de existir
separados de Otro-objeto. Como sucede en el niño pequeño, la angustia de
separación lo es de muerte, de ahí que con frecuencia llamen a las puertas de la
regresión para refugiarse de ella. Habitualmente establecen relaciones
interpersonales que viajan desde la dependencia hasta la tiranía y la violencia,
pasando por la instrumentalización y el retraimiento. Dicho de otro modo, viven

continua y desesperadamente buscando en el Otro aquello que les permita


rellenar la insoportable oquedad en la que se encuentran imbuidos, en
consecuencia desarrollan vinculaciones parcializadas, asimétricas y
tormentosas que suelen desembocar en el fracaso.

Una vez descritos los fenómenos manifestados en la clínica de estos individuos


nos proponemos adentrarnos en el territorio de las hipótesis a cerca del origen
causal de los mismos y los mecanismos implicados en su génesis y desarrollo.

(De) negación (verneinung) y renegación (verleugnung) en el limítrofe

Antes de abordar el estudio de algunos conceptos específicamente ligados al


devenir psíquico de la evolución de los estados fronterizos, creo necesario
regresar a Freud para profundizar en los mecanismos defensivos primarios que
operan en la génesis de estos estados. Si bien es cierto que, como veremos más
adelante, algunos autores otorgan una importancia crucial a la presencia del
trauma precoz en el infante, no es menos trascendental el estudio de la
maquinaria que se pone en marcha desde el inicio para que el funcionamiento
psíquico del sujeto se organice en la esfera de lo limítrofe. En apartados
anteriores citamos la existencia de un mecanismo fundamental que permite la
diferenciación de estos estados de la psicosis y la neurosis, a propósito de la
perversión. Ahora veremos con mayor detenimiento como se construye el
concepto de RENEGACIÓN que define el funcionamiento del sujeto limítrofe,
pero también observaremos como otra defensa típicamente neurótica, la
(DE)NEGACIÓN, opera de manera desproporcionada en estos individuos.

Para aproximarnos al adecuado entendimiento de estas defensas, considero


imprescindible realizar un breve análisis sobre las diferentes concepciones que,

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a cerca de ellas, desarrolla inicialmente el propio Freud. Y es que éstos, y otros,
términos descritos a propósito del funcionamiento de neuróticos, psicóticos y
perversos por Freud, han sido, en ocasiones, empleados de manera confusa.
Mientras el entendimiento del concepto de represión (Verdrängung) no genera
grandes dificultades, la delimitación de los constructos (de)negación
(Verneinung), repudio o rechazo (Verwerfung) y desmentida o renegación
(Verleugnung) resulta más compleja debido a su cercanía y el empleo solapado
que muchos autores han hecho de ellos.

La dificultad para la comprehensión de estos conceptos viene definida por varios


factores que intervienen de manera determinante: en primer lugar la falta de rigor
del propio Freud, quien en el desarrollo evolutivo de su propia obra se ve
obligado a rectificar hipótesis pretéritas, lo que desemboca, en no pocas
ocasiones, en el empleo del mismo término para definir mecanismos diferentes
y viceversa; por otro lado la adscripción que hace de cada mecanismo a una
determinada patología es dinámica y cambiante a medida que su propia
experiencia clínica y, con ella su construcción teórica a cerca del funcionamiento
del aparato psíquico, va evolucionando, lo cual contribuye a difuminar aun más
las fronteras de ciertas conceptualizaciones; por último está el problema de la
traducción, no solo desde el alemán al castellano, sino también por el trasiego
que han sufrido algunos de sus textos viajando por el francés.

En su texto de 1925, “Die Verneinung”, Freud trata el aspecto del ser bajo la
presencia del no-ser. Dicho de otro modo, representa el momento en que aquello
reprimido está a punto de ser evocado, pero aún no se puede reconocer como
propio y se manifiesta en el paciente como una negativa. A pesar de que la
teorización del concepto data de 1925, este mecanismo aparece en la obra de
Freud mucho antes, como por ejemplo en su famoso caso de “El hombre de las
ratas”. En palabras de Laplanche y Portalis es el “procedimiento en virtud del
cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o
sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le
pertenezca”. Con frecuencia en traducciones del francés podemos observar este
mecanismo bajo la denominación “de-negación”, que además de la negación en
sentido gramatical o lógico, implica oposición enérgica. Y es que no estamos

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ante una negación cualquiera, ya que ésta lleva implícita la presencia de un sí
subyacente, de modo que aquello reprimido está ya realizando el tránsito que lo
encamina hacia el territorio de la consciencia. En este sentido, el mecanismo de
(de)negación trata de inadvertir toda experiencia inconciliable, aún a sabiendas
de su presencia, siendo una defensa habitual en la neurosis. En cambio el
psicótico, incapaz para la falacia, declara su incompetencia para la (de)negación
a través del delirio, que se erige en única realidad para él. En el limítrofe, la
(de)negación, por potencia y hábito, se torna devastadora, siendo el negador, no
ya un individuo que miente, sino que es en si mismo una fábula. De aquí dimana
el concepto de “como sí” de Deutsch y que otros autores luego propusieron a
través de la fórmula del “falso self”. Este mecanismo (de)negador en el sujeto
fronterizo tiene unas implicaciones atroces en su desarrollo, otorgándole una
vaciedad insoportable a su vida ya que le impide concebir toda experiencia
subjetiva. En este sentido, resulta llamativa la pobreza de la vida inconsciente en
estos sujetos, que se traduce en superficialidad afectiva. En ocasiones, estas
vivencias provocan un sentimiento de irrealidad muy acentuado en el que pueden
tener cabida las alucinaciones y otros fenómenos propios de la psicosis, aun sin
tratarse de sujetos psicóticos.

No es hasta 1927, cuando, en su texto “Fetichismo”, Freud nos habla de la


“Verleugnung” o “Renegación”. Se trata de un constructo mas complejo y
vacilante a lo largo de la obra de Freud, cuya circunscripción concluye de manera
definitiva en “La escisión del yo en el proceso de defensa” de 1938,
constituyendo la continuación natural del escrito anteriormente citado. Son
muchos los vocablos empleados para la traducción de “Die Verleugnung” desde
“la desmentida”, hasta “repudio”, término desafortunado por solaparse de
manera contradictoria en algunos autores con “Die Verwerfung”. No obstante,
parece existir cierto consenso en la comunidad psicoanalítica castellanoparlante
en el empleo del término “Renegación”. Según Laplanche y Portalis; “modo de
defensa consistente en que el sujeto rehúsa reconocer la realidad de una
percepción traumatizante, principalmente la ausencia de pene en la mujer. Este
mecanismo fue especialmente invocado por Freud para explicar el fetichismo y
las psicosis”. Pero esta afirmación no es del todo correcta.

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Como hemos señalado un apartado anterior, la Verleugnung se introduce en la
epistemología psicoanalítica, a través del estudio del fetiche para el perverso,
como mecanismo psíquico que opera durante el desarrollo del complejo de
castración. Este proceso, según el propio Freud, puede resolverse recorriendo
dos caminos divergentes. Por un lado, el rechazo categórico de la misma
conduciría al sujeto hacia el proceso psicótico, mientras que su aceptación daría
lugar a la entrada en la neurosis y por tanto en la cultura, permitiendo al sujeto
la represión. Si nos situamos en el primer supuesto, entraríamos dentro del
campo semántico que la “Verwerfung” Freudiana, que sería el equivalente en
Lacan al concepto de “Forclusión”. Y es que, es Lacan quien consolidaría este
supuesto como mecanismo distintivo del hecho psicótico. En la terminología
Lacaniana, la Forclusión señala la ausencia, dentro del mundo simbólico del
sujeto, del significante fundamental de la castración (el Falo). Al faltar dentro se
alucina desde fuera, desde lo real. En otras palabras, la aceptación de la
castración -nombre del padre- daría acceso al niño al territorio del lenguaje, y
con éste a la neurosis, mientras que la forclusión del -nombre del padre- abriría
las puertas de la psicosis.

En el caso el perverso Freudiano, se ponen en marcha ambos mecanismos de


manera simultánea. El perverso, reconoce y rechaza a la par el hecho de la
castración, produciéndose un estado de escisión, o de no-elección, en el seno
del individuo que lo conduce al nombramiento del fetiche como objeto sustitutivo.
Esta tercera vía defensiva primaria que no es ni neurótica ni psicótica, pero tiene
algo de ambas, es la que Freud denominó con el término “Verleugnung”, y en
tanto que implica una doble negación y se ha traducido bajo el término
renegación.

La renegación es el mecanismo primario fundamentalmente operante en los


estados fronterizos. Sin embargo, mientras en el sujeto perverso se configura
una estructura de funcionamiento estable, sólidamente instalada y que
permanece prácticamente inmutable, en el limítrofe, se presenta de manera muy
variable e inconsistente. La renegación emerge como consecuencia del
desplome de la organización edípica, aunque el agente detonante de ésta es
muy diferente en ambos fenómenos. Es importante señalar que la Verleugnung

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se da en el seno del yo ante la percepción del hecho real exterior, y no como
resultado de un conflicto interno entre el yo y sus pulsiones, a diferencia de lo
que ocurre con la represión, que es un mecanismo de aparición más tardía y por
tanto más evolucionado. Como ya señalábamos anteriormente, la vida
inconsciente de estos sujetos es tremendamente pobre.

Bajo este prisma, podemos observar como lo descrito por Laplanche y Portalis
en su Diccionario de Psicoanálisis no es del todo correcto, puesto que la
Verleugnung no es el mecanismo característico de la psicosis, aunque en su
concepción comparta el rechazo de la percepción de lo real, Forclusión en Lacan
y Verwerfung en Freud, que desencadena en la misma. La Verleugnung, implica
pues, además del rechazo, cierto grado de aceptación de la realidad
representada.

En este escenario, con la renegación como protagonista, nos encontramos ante


el surgimiento de un mecanismo que no es ni neurótico ni psicótico en sentido
estricto, que permite de la coexistencia de dos subestructuras de funcionamiento
antagónico en el sujeto, narcisista y edípica, y que ha propiciado el desarrollo de
nuevos y modernos planteamientos psicoanalíticos. Esta doble actitud inicial
ante el hecho de la castración y el estado de escisión derivado de la misma,
pueden progresivamente consolidarse como la base de afrontamiento de la
realidad, constituyendo los cimientos del desarrollo de una arquitectura
disfuncional de la estructura yoica del sujeto. Si nos detenemos en el estudio de
los estados afectivos contradictorios, las identificaciones antagónicas y otros
conceptos definidos por Kernberg y otros autores de la época, no estamos sino
ante el último capítulo de la obra inacabada de Freud. Para algunos autores
como A. Green, Marucco o Zuckerfeld, esta teoría de la escisión del yo a través
del desarrollo del mecanismo de renegación, constituiría la “Tercera Tópica
Freudiana”.

Una vez deshecho del nudo del concepto de renegación, tenemos que ver cómo
opera en el sujeto limítrofe este mecanismo y las consecuencias de su
funcionamiento defectuoso, ya que, a diferencia del fetichista, su uso se extiende
más allá de la amenaza de castración, aunque lo hace de manera inconsistente.

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Pero para ello, antes debemos recorrer otros espacios implicados, como la
importancia del trauma precoz, los estados de desvalimiento o la incompetencia
identificatoria.

El trauma temprano, el desvalimiento y el déficit identificatorio.

A lo largo de los capítulos previos hemos estudiado como, desde los principios
de la psicología patológica, los clínicos venían observando la presencia de un
tipo de locura que no calzaba en las hormas propias de las estructuras clásicas
del psicoanálisis, siendo el propio Freud, ya en el ocaso de su vida, quien advirtió
la presencia de un mecanismo defensivo operante en los sujetos perversos, que
no pertenecía al entorno de psicóticos ni neuróticos, pero que se encontraba
cabalgando entre ambos, al que denominó renegación. La presencia de este
elemento, abre las puertas a la posibilidad de un nuevo modo de organización
psíquica que podría explicar lo observado en las consultas. Ya hemos visto como
se constituye la renegación como defensa primaria, que sería elemento
necesario para el desarrollo de una organización psíquica en la esfera de lo
limítrofe, pero ¿es suficiente con su presencia?. Como venimos aseverando
desde el principio, parece haber consenso dentro del campo psicoanalítico
entorno a la importancia del fracaso en la estructuración edípica, produciéndose
un grave defecto en el desarrollo del narcisismo primario, pero para alcanzar este
punto en el desarrollo de una organización limítrofe deben suceder más cosas.

Desde hace años, es habitual encontrar en la literatura psicoanalítica otro


elemento común y coincidente para la mayoría de los autores, y es que todos
parecen estar de acuerdo en la importancia del acontecimiento traumático
precoz en el origen de estos estados.

En el límite, el trauma sucede por primera vez antes del desarrollo del lenguaje,
e implica inexorablemente un desencuentro con el objeto primario de la función
materna. Esta precocidad en la vivencia del desamparo primigenio podría estar
estrechamente relacionada con el colapso de la figura edípica, la falla narcisista
primaria y el desarrollo del mecanismo de renegación, el cual, producto del
mantenimiento de la experiencia de abandono, se consolidaría como defensa
principal generando en la vida adulta una reactivación de las vivencias derivadas

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de aquel trauma inicial cada vez que se enfrenta a una desavenencia. Es por ello
que muchos autores se refieren al Borderline como la patología del desamparo.
Es frecuente encontrar en la patobiografía de estos individuos experiencias
tempranas de abandono, orfandad, abusos físicos o sexuales reiterados, etc. por
parte de sus progenitores o aquellas figuras de referencia que les sustituyeron
en caso de ausencia. En otras ocasiones este desabrigo no es tan gravemente
dramático y se limita a una figura materna incompetente en su labor sostenedora
o investidora del niño, lo que A. Green describe como Síndrome de la madre
muerta. Anteriormente Winnicott se había aproximado a este concepto con su
definición de “madre no suficientemente buena”.

En suma, si se perpetúa el estado de desvalimiento, desde el inicio de la vida del


sujeto, la angustia de separación se acabará tornando en angustia de muerte.
La ausencia de amor y sostén por parte de la madre impide al sujeto integrar los
afectos y con ello las identificaciones primarias, construyendo una estructura
yoica frágil y vacía.

Ese asfixiante y mortal temor a la soledad fraguado a través de la ausencia de


sostén mas primario paraliza el proceso de individuación, impidiendo la creación
del espacio subjetivo y conduciendo al sujeto a la identificación proyectiva, otra
dimensión habitual en la esfera limítrofe. Este mecanismo, que ha sido objeto de
tediosas polémicas a lo largo de la historia del psicoanálisis, es descrito por
Melanie Klein en su teorización sobre la posición esquizoparanoide, que alude,
a grandes rasgos, a un momento, durante el proceso de desarrollo del niño, en
el que éste vive con tremenda angustia el hecho de la separación de la madre.
Esta angustia es experimentada como un temor atroz hacia la aniquilación,
despertando en el bebé miedos persecutorios. El niño, que aún se concibe como
una extensión del pecho materno, percibe experiencias contradictorias en
relación al mismo; de gratificación cuando le nutre y de profunda sensación de
vacío y abandono cuando no lo hace. La integración de ambos afectos como
conformantes de un mismo ente desembocará en la entrada en la posición
depresiva que permitirá al niño separarse del objeto y empezar a crear su propio
espacio subjetivo independiente de la madre. Durante este periodo
esquizoparanoide, el sujeto, al no concebirse como separado del objeto, se

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introduce en él para controlarlo o poseerlo ante el temor de perderlo. En esto
consiste la identificación proyectiva, constituyendo un mecanismo defensivo
arcaico propio de estados psicóticos precoces. Aunque algunos autores han
debatido profundamente sobre los límites de proyección e identificación
proyectiva, simplificaremos aludiendo a su enraizamiento común, siendo la
identificación proyectiva un mecanismo de la misma naturaleza que la
proyección pero de aparición más precoz y elaboración más arcaica. Según
Klein, si el distanciamiento de la madre no se produce, y no se tiene acceso a la
posición depresiva, no se desarrolla la subjetividad, en consecuencia la
confusión con el otro se convierte en habitual y el mecanismo de proyección se
consolida, depositándose en él fantasías, emociones y temores como si
carecieran de identidad propia y como reflejo de aquellos temores persecutorios
primarios. De la misma manera que en la psicosis la omnipresencia de una figura
materna de poder absoluto impide el distanciamiento y el paso a la posición
depresiva, la ausencia total de aquella figura sostenedora primaria conduce al
sujeto a un estado de indefinición con graves consecuencias. Por un lado, al no
existir un objeto inicial del que distanciarse y con el que identificarse, la
experiencia subjetiva no tiene cabida y por tanto los espacios entre sujeto y
objeto se funden, por otro lado, en tanto que persistentemente abandonado,
permanece en el temor persecutorio y mortal de la posición esquizoparanoide,
desarrollándose el mecanismo de proyección como defensa accesoria a través
de la cual inviste al objeto como depositario de aquellos aspectos más
vulnerables e indeseables de si mismo.

La proyección sería, por tanto, fruto de esa angustia de separación permanente


que no ha permitido aclarar el proceso de pérdida. En palabras de Bergeret, “El
limítrofe vive imbuido en una especie de estado depresivo anaclítico,
desvitalizado, derivado de su propia precariedad yoica y el asfixiante temor ante
la presencia flotante de la separación, que no de la pérdida, ya que para darse
esta es necesaria la experiencia subjetiva alejada del otro”.

El producto de todo lo expuesto hasta ahora constituiría la esencia de una


organización de la psique en la esfera de lo limítrofe, sus consecuencias serán
demoledoras para el sujeto. Su pobre arquitectura yoica derivada de una

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configuración escindida desde los inicios unida a la incapacidad para la
delimitación subjetiva les ocasiona profundos sentimientos de vacío existencial
y auto rechazo. Lo que subyace bajo estas vivencias no es otra cosa que la
ausencia de ese sostén primario. El vacío es existencial y afectivo, si los objetos
primarios no ejercen esa labor amorosa originaria no hay suficiente
“narcisización” del sujeto y en consecuencia no hay identificación ni existencia.
Derivado de ello, el limítrofe, por un lado experimenta intensas, primitivas y
apremiantes necesidades afectivas y por otro lado, en tanto que fragmentado,
frágil e incompetente para la experiencia subjetiva, sufre severos trastornos de
la identidad, en lo que autores como Kernberg han definido como el “Síndrome
de difusión de identidad”.

La relación con el otro

En otro orden de cosas, la rememoración de aquellos estados de desvalimiento


primarios, les atormentan continuamente, reactivándose la vivencia traumática
iniciática ante cualquier acontecimiento displicente. Cuando esto sucede la
angustia les invade con un tono funesto y necrótico. Incapaces de sostenerla, en
su lucha por mitigar esa asfixia aniquiladora, emprenden una desenfrenada
cruzada en aras de colmar su oquedad a través de las experiencias subjetivas
del otro. Pero La falta de integración identitaria yoica por parte del sujeto le aboca
a la parcialización de las relaciones con iguales, que viajan desde la dependencia
hasta la más burda manipulación, pasando por el rechazo absoluto y la expresión
de conductas auto y heteroagresivas. En otras palabras, establece relaciones
dicotómicas, de igual manera que el niño en posición esquizoparanoide es
incapaz de integrar la “teta buena” y la “teta mala” en su madre, para el limítrofe
las personas son absolutamente maravillosas cuando les placen y terriblemente
odiosas y malvadas cuando no lo hacen, reaccionando de manera dependiente
ante el primer supuesto y con auto y/o heterodestrucción en el segundo, es decir
tienden a la idealización o a la devaluación extrema. En este sentido, buscan
siempre un objeto depositario de las angustias inconciliables que les desgarran,
proyectando como ajeno todo aquello que, aun perteneciéndoles, son incapaces
de sostener. Esta precaria estructuración narcisista del sujeto que, en definitiva,
lo convierte en fronterizo, también lo sitúa al borde del abismo de la psicosis, a

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cuyo precipicio se asoma con frecuencia. De igual modo actúan con la carencia
de mundo interior que les invade, desde su ausencia escenográfica, tratan de
pergeñar una obra a partir de copias desde el exterior, aportando un tinte
deliroide y casi alucinatorio a sus vidas.

¿Cómo acercarse al mundo interior del otro en falta de uno propio? Esta cuestión
solo puede encontrar respuesta en el fracaso. Al no disponer de un territorio
experiencial subjetivo elaborado en plenitud y legitimidad no tienen acceso a una
escena amorosa y afectiva real y madura. Construyen personajes inertes e
impostores a través de la apropiación del otro en vez de amarlo, como si de una
prótesis se tratara. Como hemos señalado anteriormente, los límites con el otro
se difuminan en ausencia de espacio interno, al igual que ocurre entre el bebé y
el pecho materno. Del mismo modo que el niño trata de poseer perversamente
el objeto nutricio materno, el sujeto fronterizo, incapaz para la experiencia
amorosa completa, basa la relación con el otro en el poder y la posesión,
empleando la instrumentación para su control. Cuando se produce una perdida,
la reacción suele ser desproporcionada y violenta y responde a una angustia casi
existencial, más que de separación lo es de exterminio, ya que no es la pérdida
del afecto lo que esta en juego, sino la del propio objeto poseído. Y, al igual que
el perverso Freudiando encuentra en el fetiche una salida para la no elección, el
limítrofe hallará el oxígeno que le falta a su vaciedad a través de experiencias
tan extremas como arriesgadas, con las que acercarse a encontrar el estímulo
interno del que carecen. El consumo abusivo y descontrolado de drogas y
alcohol, el juego, el sexo impulsivo y desnaturalizado y las experiencias de riesgo
constituyen el refugio habitual de estos individuos.

Es inevitable, una vez llegados a este punto, advertir que todo en la vida de estos
sujetos tiende a la contradicción, su hábitat natural es la cuerda floja, el alambre,
la frontera, la lucha entre la vida y la muerte, entre el temor al abandono y el
anhelo de ser independiente. Son, en si mismos, una batalla constante entre su
necesidad de reconocimiento y sus profundos sentimientos de autodesprecio.
Recorren en décimas de segundo el vasto trecho existente entre insatisfacción y
plétora, de manera casi compulsiva y con un patrón repetitivo. Se debaten en el
empeño de quien, sabiéndose incapaz de amar, trata de poseer al otro cada

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minuto para mitigar el dolor causado por el vacío de amor y de ser. El motor de
su existencia es más el terror a perder aquello que rellena artificialmente lo que
no se es que el propio deseo de, legítimamente, ser. Su razón es el miedo y su
vida, en definitiva, es vivida en el límite, en la frontera.

LA CUESTION DIFERENCIAL. ESTRUCTURA O ESTADO.

No es nuestro objetivo revisar la colección de ítems que definen los criterios del
Manual de Diagnóstico y Estadístico para establecer el diagnóstico de Trastorno
Límite de Personalidad o de Inestabilidad Emocional, como lo denomina el
manual de Clasificación internacional del enfermedades. Como ya comentamos
en apartados anteriores, la confusión imperante en este entorno de la psiquiatría
y la psicología ha contribuido a la desvalorización del concepto. Tampoco
pretendemos aquí recopilar la lista de síntomas y mecanismos de defensa que
interesan a estos estados, puesto que han sido perfectamente definidos de
manera sobresaliente por autores como Kernberg, Green o Grinker. Nuestra
labor irá más bien encaminada a acercarnos, ya no aquello que es, tarea como
hemos visto no exenta de obstáculos, sino lo que no es. La meta de una
respuesta concluyente sobre de la delimitación estatutaria del fenómeno quizás
no esté aun a nuestro alcance, pero en base a lo descrito hasta ahora, y, a través
del análisis diferencial con otras entidades, podremos realizar un planteamiento
que nos aproxime a ella.

Parece clara la separación entre el limítrofe y la estructura psicótica, como


venimos viendo, y aunque las vivencias psicóticas caben en el fronterizo, la
cualidad y el origen de las mismas son muy diferentes. En la psicosis no tiene
asiento la creencia solo la certeza absoluta, su delirio está fraguado sobe la
alucinación, que surge producto de la ausencia de lenguaje de lo simbólico en el
sujeto y constituye un modo de crear una realidad que suplante el espacio social
que se ha roto. El limítrofe huye de su propia debilidad a través de la elaboración
de escenas copiadas de y a través de otros, más que un esbozo delirante,
elabora fantasías. Existe un amplio debate en la escuela Lacaniana en relación
al concepto de psicosis ordinaria. Desde el punto de vista fenomenológico puede
guardar semejanzas con las organizaciones fronterizas, pero no se trata sino de

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estructuras psicóticas latentes, que ha desarrollado herramientas defensivas de
apariencia neurótica para apuntalar una construcción que se encuentra
resquebrajada desde lo más profundo de sus cimientos. Ante un terremoto de
suficiente magnitud, la edificación se derrumba y la psicosis emerge en todo su
esplendor.

La neurosis puede expresarse bajo muy diferentes máscaras, de hecho la


histeria es la gran simuladora de la psicopatología, haciendo una analogía con
la atribución que sobre la sífilis hacía la medicina clásica. Y aunque muchos de
los síntomas manifestados por los sujetos limítrofes pueden solaparse con los
de aquella, si ahondamos en su origen, desde la metapsicología freudiana pronto
encontramos la diferencia. El neurótico ha resuelto el conflicto edípico con mayor
destreza, en consecuencia dispone de un equipamiento defensivo mas
elaborado, evolucionado y adaptativo. En su organización, constitutivamente
más estable, predomina la represión, mientras en el limítrofe, estancado en un
estadío anterior, operan la renegación, la (de)negación y la proyección.

No cabe duda de la evidente coincidencia con el perverso en el sentido estricto,


pero no debemos dejarnos influir por la presencia de conductas impulsivas y
anormativas o pseudo-perversas en el limítrofe, que no suponen sino una
herramienta defensiva más. Es cierto que, como ya definiera Freud, en palabras
de Luis Sales, ambos comparten algo esencial; perversos y límites son
incompetentes para la represión. En el ámbito de la sexualidad encontramos las
primeras diferencias, y es que mientras es precisamente su conducta sexual lo
que define al perverso, que se mantiene constante en cuanto a su modelo de
goce, el borderline ejerce un patrón cambiante y polimorfo impulsado por sus
urgencias afectivas y su necesidad de huida del dolor psíquico generado por su
vaciedad. La renegación adquiere un papel esencial en ambos, pero la actuación
de elementos secundarios y el protagonismo de su intervención de permite
diferenciar ambas entidades. Ya hemos descrito en páginas previas como el
mecanismo de la renegación surge como tercera vía para enfrentar la castración,
y es necesariamente aquí donde radica la principal diferencia entre perversos y
limítrofes, el primero la circunscribe casi exclusivamente en el territorio de la
esfera sexual, en cambio en el segundo se extiende como herramienta habitual

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frente al sufrimiento. En el sujeto perverso mantiene la representación
inconsciente de una madre, y por extensión todas las mujeres, dotada de pene.
En él la renegación interviene, con el auxilio del fetiche (identificación con el falo
materno), para permitir la relación sexual con una mujer. Es frecuente, aunque
no constante, encontrar en la biografía del perverso el hallazgo de una madre
“fálica”, que mantiene con el niño un vínculo indisoluble, como si de un fetiche
se tratase. En este sentido, se produce una suficiente narcisización del fetichista,
lo cual le permite acceder aunque sea de manera parcial y defectuosa a cierto
grado de neurotización y por tanto a la represión. El límite, en cambio, al no
gozar de una figura materna sostenedora, además de derrumbarse en la figura
edípica, no tiene acceso a ningún tipo de suerte de identificación primaria,
careciendo de esa narcisización que le de acceso al desarrollo de defensas
neuróticas, operando de manera casi exclusiva la renegación y constituyéndose
como una estructura mas débil, primitiva y proclive al colapso. En este sentido,
podemos sugerir que la estructuración identitaria del perverso es mas
consistente, permitiéndole un mayor grado de estabilidad y adaptación, que
limita su desorden, casi de manera exclusiva al ámbito de lo sexual. Citando a
Marcelo Edwards “El sujeto perverso sabe de su goce, mientras que el limítrofe,
la mayoría de las veces no sabe que quiere, lo cual lo deja en dependencia y a
merced de otros”.

En base a lo expuesto, parece claro, pues, que estamos ante una entidad bien
diferenciada de la psicosis y de la neurosis, pero también de la perversión,
sugerida como tercera vía por Freud y constituida como entidad de pleno
derecho en Lacan. Como hemos visto a lo largo del presente trabajo, esta
separación atañe no solo a la forma, sino al origen y al funcionamiento. Así
mismo, parece evidente que la clínica pone de manifiesto lo constante de su
inestable funcionamiento desde la adolescencia, de modo que se trata de
estados permanentes y no transitorios. Sin embargo, a pesar de las numerosas
e incuestionables pruebas a cerca de la existencia del fenómeno como entidad
clínica que no calza en las vestiduras tradicionales de las estructuras definidas
por el psicoanálisis, siguen existiendo no pocas divergencias entorno a su
atribución categórica como estructura independiente. Como ha señalado

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Bergeret “los trabajos de las diferentes escuelas disienten todavía en cuanto a la
posición nosológica precisa que debe acordarse a tales organizaciones, para
algunos se trata de aparentes formas menores de psicosis, para otros
constituyen formas mayores de neurosis, una tercera posición defiende la
existencia de una forma de transición entre ambas, y por último un cuarto grupo
que aboga por su independencia estructura como entidad nosológica”. En
nuestra opinión, estas divergencias parecen obedecer más a luchas territoriales
y de poder por parte de las escuelas que a la ausencia de evidencias sólidas
sobre la autenticidad del fenómeno.

INFLUENCIA DE LA CULTURA

Resulta incuestionable la relación que viene estableciéndose desde los inicios


del psicoanálisis entre sujeto y cultura, que permanecen en una simbiosis
indisoluble siendo el uno determinada por el devenir la otra y viceversa. Ya
Freud, de alguna manera, se hacía eco de ello en su ensayo de 1930 “El malestar
en la cultura”.

Una de las razones por las cuales persiste la controversia sobre la legitimidad
para la estatutarización independiente de los estados fronterizos se basa en la
posible influencia del desarrollo sociocultural en su génesis. Ya en la década de
los setenta A. Green se preguntaba si la proliferación de los diagnósticos se
debía realmente a un incremento de su prevalencia o más bien a un cambio de
las reglas establecidas. Algunos autores ligados la vertiente francesa del
psicoanálisis como Rassial, Lebrun o Kristeva rechazan la hipótesis de la
estructura independiente apoyándose en este hecho de su relación con lo social.
Para estos, y otros, autores la irrupción de este fenómeno en la clínica actual
obedece al surgimiento de un nuevo paradigma entorno al desarrollo de la
subjetividad, fruto de algunas transformaciones sociales acontecidas en la
segunda mitad del siglo XX. Los nuevos modelos de éxito social basados en la
tenencia por encima de la esencia, supeditan el Ser al poder del consumo, y
limitan el desarrollo de la experiencia subjetiva más allá de la mera posesión del
objeto. Vivimos en envueltos en un tejido social rancio, homogeneizado,
desvitalizado y clónico, en el que no hay cabida para la subjetividad del espacio

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afectivo. La emoción ha dado paso a la cognición y a la posesión. En este caldo
de cultivo, los medios, al servicio de los círculos de poder, manejan a las masas
sociales a su antojo, pues con la decapitación de la experiencia subjetiva, se
aniquila también el régimen del criterio. Estamos asistiendo a la decadencia del
modelo moral hasta ahora establecido, y con ello la caída del Padre con
mayúsculas. Su ausencia y el desarrollo de figuras maternas incompetentes en
la función de sostén podrían estar contribuyendo a un colapso del modelo edípico
tradicionalmente establecido. Como advierte Carlo Mongardini, el modelo de
hombre postmoderno ya no es el científico decimonónico, ni el artista del
renacimiento, ni siquiera el titan de la época clásica, o el galán cinematográfico
de la primera mitad del siglo XX. La responsabilidad de enfrentar ya no constituye
un valor en alza que caracterice a nuestros héroes, la sociedad actual premia,
más bien, al que se desentiende y huye de ella. El entorno comunitario
postmoderno es irresponsable por definición dejando caer ese peso en el grueso
de la masa o en el propio estado, cayendo en la falacia de no asumir la
pertenencia a este todo. Esta visión de uno mismo hace al sujeto dependiente y
desvalido, pues un individuo sin criterio propio siempre estará a merced de los
otros. En suma podríamos decir que, de alguna manera, la emergencia de los
estados limítrofes forma parte de todos estos cambios sociales que vienen
aconteciendo desde hace unos 5 decenios. Lejos de caer en el reduccionismo
de afirmar que el desarrollo social en sí mismo sea la causa de la aparición de
un trastorno o enfermedad, no podemos desvincularnos de la reflexión a cerca
de los lazos que unen a ambos.

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