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FACULTAD DE MEDICINA
Autor:
Daniel Gómez Pizarro
Director:
Irene Muñoz León
Valladolid, Septiembre de 2018
INDICE:
Resumen………………………………………………………………………………3
Introducción…………………………………………………………………………..3
Antecedentes históricos……………………………………………………………7
Influencia de la cultura…………………………………………………………….27
Bibliografía…………………………………………………………………………..29
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RESUMEN
INTRODUCCIÓN
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En este sustrato descrito, desarrollan un esquema relacional interpersonal
complejo, intenso a la par que inconstante e inconsistente, tormentoso y pérfido
que habitualmente desemboca en el rechazo y abandono por parte del entorno.
Estos individuos, y su complejo funcionamiento, ponen a prueba constante la
pericia del clínico y consumen todos los recursos asistenciales y sociales a su
disposición, generando un notable impacto, no solo a nivel sociosanitario, sino
también cultural. Es por ello, que su abordaje requiere un encuadre y un
acercamiento muy cuidadosos de cara a establecer un vínculo terapéutico que
precisa ser especialmente resistente, pero también muy flexible.
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El objetivo del presente trabajo no es otro que aglutinar y exponer las diferentes
propuestas emitidas bajo la mirada del psicoanálisis, desde los inicios en Freud
hasta la actualidad, en relación a esta entidad clínica que, a pesar de las
controversias que genera, constituye una realidad, ya no emergente, sino
omnipresente nuestras consultas. Una vez presentado el escenario,
realizaremos algunas consideraciones finales a cerca de la vinculación del
proceso con la realidad sociocultural actual. Si la histeria fue la entidad con
mayúsculas de la era Freudiana, las organizaciones limítrofes son el caballo de
batalla de la postmodernidad, en palabras del psicoanalista André Green “El
prototipo mítico del paciente de nuestro tiempo no es tanto Edipo, como en la era
Freudiana, sino Hamlet”.
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Ya en 1924, una vez instaurada la segunda tópica, en su obra “Neurosis y
psicosis”, establece ya una clara separación entre ambas estructuras, no solo ya
referida al modo de defenderse, sino aludiendo también al origen del conflicto;
“La neurosis es resultado del conflicto entre el yo y el ello, mientras que en la
psicosis la perturbación ocurre entre el yo y el mondo exterior”.
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infancia. De este modo, en su texto “Fetichismo” alude un tercer mecanismo de
defensa típico en los sujetos perversos, si el neurótico reprime y el psicótico
repudia y proyecta, el perverso Re-niega y, en consecuencia, se escinde.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Una vez asentados sobre la teoría Freudiana, nos proponemos realizar un breve
recorrido por la evolución histórica del concepto, navegando a través de
diferentes autores, desde sus inicios. A lo largo de este viaje descubriremos que
la tarea definitoria del mismo esta presidida por la disparidad de criterios y las
dificultades para el establecimiento de una delimitación nosológica unánime.
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Fue el Psiquiatra Ingles Huges quien cito por primera vez los estados fronterizos
de la locura en 1884, para referirse a aquellos sujetos que pasan la vida en la
frontera de la psicosis. No obstante, ha sido al psicoanalista Adolf Stern a quien
se le atribuido la primera descripción del fenómeno que nos ocupa allá por el año
1938. Citado por Gunderson “identificó a un subgrupo de pacientes que no
encajaban en los límites habituales de la psicoterapia ni en el sistema
clasificatorio de la época, centrado básicamente en la división entre psicosis y
neurosis”. Él fue quien describió la mayoría de los síntomas a través del concepto
de “hemorragia psíquica” que hacía referencia fundamentalmente a la grave
intolerancia a la angustia que presentan estos pacientes. A pesar de todo lo
expuesto, la comunidad psicoanalítica internacional reconoce el acuñamiento del
término Límite al autor Robert Knitght en sus trabajos “Psiquiatría y
psicopatología psicoanalítica” y “psiquiatría psicoanalítica, psicoterapia y
psicología medica” de 1943 y 1954 respectivamente, a través de los cuales
describe una nueva entidad clínica que linda en la frontera entre la psicosis y la
neurosis, añadiendo además que estos estados son permanentes en el sujeto.
Es, por tanto, a partir de los trabajos de Knight cuando surge el nacimiento de
esta nueva categoría clínica distinta de las conocidas hasta el momento.
Cabe destacar autores como Helen Deutsch, quien en 1942, describió las
personalidades “como si”, precursoras del concepto lacaniano de Psicosis
Ordinaria, para definir a un tipo de sujetos que, teniendo una estructura de base
psicótica, se visten con las telas propias de la neurosis. Deutsch pone especial
énfasis en los defectos en los procesos de identificación por parte de estos
individuos, quienes incapaces de desarrollar auténticas identificaciones yoicas y
superyoicas, actúan “como si” las tuvieran.
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desarrollo de la psicosis. Se caracterizan por un Yo débilmente estructurado, con
mecanismos de defensa primitivos entre los que prima la negación y la escisión,
así como una internalización parcial de los objetos. Según su teoría, si en este
terreno abonado se planta la semilla oportuna, la psicosis germinará.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, casi todas las escuelas de orientación
psicoanalítica han abordado, de un modo u otro, la problemática y casi todos los
autores mas destacados de la época se han referido a esta entidad sin alcanzar
un consenso en lo referente su nosología y delimitación. Sin embargo, como
citábamos en nuestra introducción, en el territorio de la hipótesis explicativa de
su génesis parece existir cierta unanimidad, con matices, entre los diferentes
autores, entorno a la importancia de la integración del Edipo y la Castración.
Dicho de otro modo, todos están de acuerdo en el florecimiento de una nueva
forma de expresión de clínica y, en líneas generales, coinciden en la hipótesis
sobre su génesis, pero no tienen claro cómo definirla y dónde ubicarla.
Siguiendo la línea trazada por Winnicott, Heinz Kohut, afirma que el self de estos
individuos sufre una grave fragmentación permanente, a modo de una psicosis
no desencadenada. Lo concibe como un trastorno del narcisismo en el que han
claudicado los mecanismos que permiten la formulación de una autoimagen
integrada y deposita la responsabilidad de este fracaso en unos progenitores
incapaces de proporcionar una respuesta de arropo a las necesidades de
autoafirmación del niño. En consecuencia, la deficitaria edificación edípica no es
constituyente de la identidad del sujeto.
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Uno de los autores más prolíficos de los últimos años en relación a los estados
que nos ocupan es Otto Kernberg. Para el psicoanalista de origen austriaco,
constituye una entidad de estructuración diferente e independiente de lo descrito
por el modelo psicoanalítico tradicional. Kernberg delimita tres formas diferentes
de funcionamiento surgidas como resultado de la interacción entre
temperamento, carácter y moral y con un origen, por tanto, fundamentalmente
intrapsíquico. Durante su practica clínica, observo que, a lo largo la cura, algunos
sujetos de apariencia neurótica, se adentraban fugaz y transitoriamente en el
terreno de lo psicótico, desarrollando lo que denomino psicosis trasferencial.
Según Kernberg, las organizaciones fronterizas de personalidad, como él las
denomina, representan a “sujetos con una organización patológica de la
personalidad, estable y específica, no un estado transitorio que oscile entre la
psicosis y la neurosis”. En su modelo explicativo atribuye un papel protagonista
a la ausencia integración afectiva en la infancia, lo cual, como veremos más
adelante, desemboca en la escisión del sujeto y en su incapacidad para un
desarrollo identitario maduro. En otras palabras, según Kernberg, naufragarán
en la labor de síntesis de imágenes contradictorias del objeto, disociándolos de
manera antagónica como “absolutamente buenos” o “absolutamente malos”. Sin
embargo, la propuesta de Kernberg resulta demasiado amplia y en ocasiones
implica el solapamiento con otras entidades como la perversión o las histerias
graves.
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neuróticos, psicóticos o perversos como Jacques Alain Miller, hasta aquellos
como Rassial o Lebrun que si reconocen la entidad, pero como un estado
particular y transitorio de la estructuras clásicas, que no encaja con el
funcionamiento tradicionalmente descrito para cada una de ellas. A diferencia de
Kernberg, proponen un origen extrapsíquico, atribuyendo al Otro, y sus efectos,
el desencadenamiento de estos procesos en el sujeto. Mientras Winnicott alude
al papel destacado de una función materna incompetente, el psicoanálisis
Lacaniano otorga el protagonismo al fracaso de la figura del Padre en su labor
de lazo que sostiene la entrada del niño en lo social. Desde la mirada aportada
por Lacan, la resolución del complejo de castración permite la entrada del niño
en el lenguaje y por tanto en la cultura a través de la interdicción paterna. Más
adelante observaremos como este óbito de las funciones materna y paterna
durante el desarrollo edípico, genera un déficit de narcisización y la escisión
yoica del sujeto.
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manuales de clasificación empleados a escala mundial, DSM y CIE, vienen
haciéndose eco de ello desde la década de los setenta del pasado siglo. Por su
parte, la APA adoptó de las publicaciones psicoanalíticas de la época los
principales criterios que definirán el diagnóstico del Trastorno Límite. La
necesidad de adaptarse al modelo médico, con todo lo que ello implica, ha
desembocado en el establecimiento de una desafortunada nosotaxia alrededor
del, tan inespecífico como sobre utilizado, concepto de personalidad. Y es que
resulta difícil encontrar un término más ambiguo, inconcluso, abstracto y poco
riguroso como el de personalidad. Más cacofónico y estigmatizante resulta aún,
a nuestro juicio, el constructo Trastorno de Personalidad. El DSM viene
incluyéndolos desde su primera edición, a mediados del siglo XX, impulsados
por la hegemonía del psicoanálisis norteamericano de aquel momento y el
interés del mismo por este ámbito de la psicología patológica. Pero no es hasta
su tercera edición cuando incluye al Trastorno Límite dentro de un subgrupo de
personalidades supuestamente inmaduras. Siguiendo la tónica de la psiquiatría
más academicista, el DSM propone unos criterios diagnósticos un tanto
difuminados y confusos, superponiéndose con otras entidades diagnósticas y
con un carácter meramente descriptivo, haciendo especial énfasis en el
establecimiento de un catálogo inerte de síntomas entre los que se solapa lo
psicótico y lo neurótico sin una conexión aparente y sin prestarle ninguna
atención al desarrollo psicoevolutivo ni ofrecer ningún tipo de cuestionamiento
acerca de su génesis. A consecuencia de esto, la entidad se ha convertido en un
depósito, a modo de cajón desastre, donde incluir todo aquello que, por
exclusión, no tiene ensamble en ningún otro lado, contribuyendo al
sobrediagnóstico y la desvirtuación del concepto. A pesar de las dificultades
propias de su delimitación diagnóstica y su abordaje terapéutico, podemos
aseverar, sin miedo de equivocarnos, que los estados límites constituyen el más
frecuente diagnóstico dentro de los Trastornos de Personalidad según criterios
DSM en la actualidad. Por citar algunas cifras, los estudios actuales señalan que
la prevalencia actual se sitúa en torno al 5% en la población general, implicando
entre el 10 % y el 20 % de los todos pacientes atendidos en las consultas de
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Salud Mental y mas del 50% de todos los diagnosticados de Trastorno de
personalidad.
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que tienden a parcializar puesto que, como desvalidos, son incapaces de existir
separados de Otro-objeto. Como sucede en el niño pequeño, la angustia de
separación lo es de muerte, de ahí que con frecuencia llamen a las puertas de la
regresión para refugiarse de ella. Habitualmente establecen relaciones
interpersonales que viajan desde la dependencia hasta la tiranía y la violencia,
pasando por la instrumentalización y el retraimiento. Dicho de otro modo, viven
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a cerca de ellas, desarrolla inicialmente el propio Freud. Y es que éstos, y otros,
términos descritos a propósito del funcionamiento de neuróticos, psicóticos y
perversos por Freud, han sido, en ocasiones, empleados de manera confusa.
Mientras el entendimiento del concepto de represión (Verdrängung) no genera
grandes dificultades, la delimitación de los constructos (de)negación
(Verneinung), repudio o rechazo (Verwerfung) y desmentida o renegación
(Verleugnung) resulta más compleja debido a su cercanía y el empleo solapado
que muchos autores han hecho de ellos.
En su texto de 1925, “Die Verneinung”, Freud trata el aspecto del ser bajo la
presencia del no-ser. Dicho de otro modo, representa el momento en que aquello
reprimido está a punto de ser evocado, pero aún no se puede reconocer como
propio y se manifiesta en el paciente como una negativa. A pesar de que la
teorización del concepto data de 1925, este mecanismo aparece en la obra de
Freud mucho antes, como por ejemplo en su famoso caso de “El hombre de las
ratas”. En palabras de Laplanche y Portalis es el “procedimiento en virtud del
cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o
sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le
pertenezca”. Con frecuencia en traducciones del francés podemos observar este
mecanismo bajo la denominación “de-negación”, que además de la negación en
sentido gramatical o lógico, implica oposición enérgica. Y es que no estamos
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ante una negación cualquiera, ya que ésta lleva implícita la presencia de un sí
subyacente, de modo que aquello reprimido está ya realizando el tránsito que lo
encamina hacia el territorio de la consciencia. En este sentido, el mecanismo de
(de)negación trata de inadvertir toda experiencia inconciliable, aún a sabiendas
de su presencia, siendo una defensa habitual en la neurosis. En cambio el
psicótico, incapaz para la falacia, declara su incompetencia para la (de)negación
a través del delirio, que se erige en única realidad para él. En el limítrofe, la
(de)negación, por potencia y hábito, se torna devastadora, siendo el negador, no
ya un individuo que miente, sino que es en si mismo una fábula. De aquí dimana
el concepto de “como sí” de Deutsch y que otros autores luego propusieron a
través de la fórmula del “falso self”. Este mecanismo (de)negador en el sujeto
fronterizo tiene unas implicaciones atroces en su desarrollo, otorgándole una
vaciedad insoportable a su vida ya que le impide concebir toda experiencia
subjetiva. En este sentido, resulta llamativa la pobreza de la vida inconsciente en
estos sujetos, que se traduce en superficialidad afectiva. En ocasiones, estas
vivencias provocan un sentimiento de irrealidad muy acentuado en el que pueden
tener cabida las alucinaciones y otros fenómenos propios de la psicosis, aun sin
tratarse de sujetos psicóticos.
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Como hemos señalado un apartado anterior, la Verleugnung se introduce en la
epistemología psicoanalítica, a través del estudio del fetiche para el perverso,
como mecanismo psíquico que opera durante el desarrollo del complejo de
castración. Este proceso, según el propio Freud, puede resolverse recorriendo
dos caminos divergentes. Por un lado, el rechazo categórico de la misma
conduciría al sujeto hacia el proceso psicótico, mientras que su aceptación daría
lugar a la entrada en la neurosis y por tanto en la cultura, permitiendo al sujeto
la represión. Si nos situamos en el primer supuesto, entraríamos dentro del
campo semántico que la “Verwerfung” Freudiana, que sería el equivalente en
Lacan al concepto de “Forclusión”. Y es que, es Lacan quien consolidaría este
supuesto como mecanismo distintivo del hecho psicótico. En la terminología
Lacaniana, la Forclusión señala la ausencia, dentro del mundo simbólico del
sujeto, del significante fundamental de la castración (el Falo). Al faltar dentro se
alucina desde fuera, desde lo real. En otras palabras, la aceptación de la
castración -nombre del padre- daría acceso al niño al territorio del lenguaje, y
con éste a la neurosis, mientras que la forclusión del -nombre del padre- abriría
las puertas de la psicosis.
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se da en el seno del yo ante la percepción del hecho real exterior, y no como
resultado de un conflicto interno entre el yo y sus pulsiones, a diferencia de lo
que ocurre con la represión, que es un mecanismo de aparición más tardía y por
tanto más evolucionado. Como ya señalábamos anteriormente, la vida
inconsciente de estos sujetos es tremendamente pobre.
Bajo este prisma, podemos observar como lo descrito por Laplanche y Portalis
en su Diccionario de Psicoanálisis no es del todo correcto, puesto que la
Verleugnung no es el mecanismo característico de la psicosis, aunque en su
concepción comparta el rechazo de la percepción de lo real, Forclusión en Lacan
y Verwerfung en Freud, que desencadena en la misma. La Verleugnung, implica
pues, además del rechazo, cierto grado de aceptación de la realidad
representada.
Una vez deshecho del nudo del concepto de renegación, tenemos que ver cómo
opera en el sujeto limítrofe este mecanismo y las consecuencias de su
funcionamiento defectuoso, ya que, a diferencia del fetichista, su uso se extiende
más allá de la amenaza de castración, aunque lo hace de manera inconsistente.
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Pero para ello, antes debemos recorrer otros espacios implicados, como la
importancia del trauma precoz, los estados de desvalimiento o la incompetencia
identificatoria.
A lo largo de los capítulos previos hemos estudiado como, desde los principios
de la psicología patológica, los clínicos venían observando la presencia de un
tipo de locura que no calzaba en las hormas propias de las estructuras clásicas
del psicoanálisis, siendo el propio Freud, ya en el ocaso de su vida, quien advirtió
la presencia de un mecanismo defensivo operante en los sujetos perversos, que
no pertenecía al entorno de psicóticos ni neuróticos, pero que se encontraba
cabalgando entre ambos, al que denominó renegación. La presencia de este
elemento, abre las puertas a la posibilidad de un nuevo modo de organización
psíquica que podría explicar lo observado en las consultas. Ya hemos visto como
se constituye la renegación como defensa primaria, que sería elemento
necesario para el desarrollo de una organización psíquica en la esfera de lo
limítrofe, pero ¿es suficiente con su presencia?. Como venimos aseverando
desde el principio, parece haber consenso dentro del campo psicoanalítico
entorno a la importancia del fracaso en la estructuración edípica, produciéndose
un grave defecto en el desarrollo del narcisismo primario, pero para alcanzar este
punto en el desarrollo de una organización limítrofe deben suceder más cosas.
En el límite, el trauma sucede por primera vez antes del desarrollo del lenguaje,
e implica inexorablemente un desencuentro con el objeto primario de la función
materna. Esta precocidad en la vivencia del desamparo primigenio podría estar
estrechamente relacionada con el colapso de la figura edípica, la falla narcisista
primaria y el desarrollo del mecanismo de renegación, el cual, producto del
mantenimiento de la experiencia de abandono, se consolidaría como defensa
principal generando en la vida adulta una reactivación de las vivencias derivadas
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de aquel trauma inicial cada vez que se enfrenta a una desavenencia. Es por ello
que muchos autores se refieren al Borderline como la patología del desamparo.
Es frecuente encontrar en la patobiografía de estos individuos experiencias
tempranas de abandono, orfandad, abusos físicos o sexuales reiterados, etc. por
parte de sus progenitores o aquellas figuras de referencia que les sustituyeron
en caso de ausencia. En otras ocasiones este desabrigo no es tan gravemente
dramático y se limita a una figura materna incompetente en su labor sostenedora
o investidora del niño, lo que A. Green describe como Síndrome de la madre
muerta. Anteriormente Winnicott se había aproximado a este concepto con su
definición de “madre no suficientemente buena”.
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introduce en él para controlarlo o poseerlo ante el temor de perderlo. En esto
consiste la identificación proyectiva, constituyendo un mecanismo defensivo
arcaico propio de estados psicóticos precoces. Aunque algunos autores han
debatido profundamente sobre los límites de proyección e identificación
proyectiva, simplificaremos aludiendo a su enraizamiento común, siendo la
identificación proyectiva un mecanismo de la misma naturaleza que la
proyección pero de aparición más precoz y elaboración más arcaica. Según
Klein, si el distanciamiento de la madre no se produce, y no se tiene acceso a la
posición depresiva, no se desarrolla la subjetividad, en consecuencia la
confusión con el otro se convierte en habitual y el mecanismo de proyección se
consolida, depositándose en él fantasías, emociones y temores como si
carecieran de identidad propia y como reflejo de aquellos temores persecutorios
primarios. De la misma manera que en la psicosis la omnipresencia de una figura
materna de poder absoluto impide el distanciamiento y el paso a la posición
depresiva, la ausencia total de aquella figura sostenedora primaria conduce al
sujeto a un estado de indefinición con graves consecuencias. Por un lado, al no
existir un objeto inicial del que distanciarse y con el que identificarse, la
experiencia subjetiva no tiene cabida y por tanto los espacios entre sujeto y
objeto se funden, por otro lado, en tanto que persistentemente abandonado,
permanece en el temor persecutorio y mortal de la posición esquizoparanoide,
desarrollándose el mecanismo de proyección como defensa accesoria a través
de la cual inviste al objeto como depositario de aquellos aspectos más
vulnerables e indeseables de si mismo.
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configuración escindida desde los inicios unida a la incapacidad para la
delimitación subjetiva les ocasiona profundos sentimientos de vacío existencial
y auto rechazo. Lo que subyace bajo estas vivencias no es otra cosa que la
ausencia de ese sostén primario. El vacío es existencial y afectivo, si los objetos
primarios no ejercen esa labor amorosa originaria no hay suficiente
“narcisización” del sujeto y en consecuencia no hay identificación ni existencia.
Derivado de ello, el limítrofe, por un lado experimenta intensas, primitivas y
apremiantes necesidades afectivas y por otro lado, en tanto que fragmentado,
frágil e incompetente para la experiencia subjetiva, sufre severos trastornos de
la identidad, en lo que autores como Kernberg han definido como el “Síndrome
de difusión de identidad”.
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cuyo precipicio se asoma con frecuencia. De igual modo actúan con la carencia
de mundo interior que les invade, desde su ausencia escenográfica, tratan de
pergeñar una obra a partir de copias desde el exterior, aportando un tinte
deliroide y casi alucinatorio a sus vidas.
¿Cómo acercarse al mundo interior del otro en falta de uno propio? Esta cuestión
solo puede encontrar respuesta en el fracaso. Al no disponer de un territorio
experiencial subjetivo elaborado en plenitud y legitimidad no tienen acceso a una
escena amorosa y afectiva real y madura. Construyen personajes inertes e
impostores a través de la apropiación del otro en vez de amarlo, como si de una
prótesis se tratara. Como hemos señalado anteriormente, los límites con el otro
se difuminan en ausencia de espacio interno, al igual que ocurre entre el bebé y
el pecho materno. Del mismo modo que el niño trata de poseer perversamente
el objeto nutricio materno, el sujeto fronterizo, incapaz para la experiencia
amorosa completa, basa la relación con el otro en el poder y la posesión,
empleando la instrumentación para su control. Cuando se produce una perdida,
la reacción suele ser desproporcionada y violenta y responde a una angustia casi
existencial, más que de separación lo es de exterminio, ya que no es la pérdida
del afecto lo que esta en juego, sino la del propio objeto poseído. Y, al igual que
el perverso Freudiando encuentra en el fetiche una salida para la no elección, el
limítrofe hallará el oxígeno que le falta a su vaciedad a través de experiencias
tan extremas como arriesgadas, con las que acercarse a encontrar el estímulo
interno del que carecen. El consumo abusivo y descontrolado de drogas y
alcohol, el juego, el sexo impulsivo y desnaturalizado y las experiencias de riesgo
constituyen el refugio habitual de estos individuos.
Es inevitable, una vez llegados a este punto, advertir que todo en la vida de estos
sujetos tiende a la contradicción, su hábitat natural es la cuerda floja, el alambre,
la frontera, la lucha entre la vida y la muerte, entre el temor al abandono y el
anhelo de ser independiente. Son, en si mismos, una batalla constante entre su
necesidad de reconocimiento y sus profundos sentimientos de autodesprecio.
Recorren en décimas de segundo el vasto trecho existente entre insatisfacción y
plétora, de manera casi compulsiva y con un patrón repetitivo. Se debaten en el
empeño de quien, sabiéndose incapaz de amar, trata de poseer al otro cada
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minuto para mitigar el dolor causado por el vacío de amor y de ser. El motor de
su existencia es más el terror a perder aquello que rellena artificialmente lo que
no se es que el propio deseo de, legítimamente, ser. Su razón es el miedo y su
vida, en definitiva, es vivida en el límite, en la frontera.
No es nuestro objetivo revisar la colección de ítems que definen los criterios del
Manual de Diagnóstico y Estadístico para establecer el diagnóstico de Trastorno
Límite de Personalidad o de Inestabilidad Emocional, como lo denomina el
manual de Clasificación internacional del enfermedades. Como ya comentamos
en apartados anteriores, la confusión imperante en este entorno de la psiquiatría
y la psicología ha contribuido a la desvalorización del concepto. Tampoco
pretendemos aquí recopilar la lista de síntomas y mecanismos de defensa que
interesan a estos estados, puesto que han sido perfectamente definidos de
manera sobresaliente por autores como Kernberg, Green o Grinker. Nuestra
labor irá más bien encaminada a acercarnos, ya no aquello que es, tarea como
hemos visto no exenta de obstáculos, sino lo que no es. La meta de una
respuesta concluyente sobre de la delimitación estatutaria del fenómeno quizás
no esté aun a nuestro alcance, pero en base a lo descrito hasta ahora, y, a través
del análisis diferencial con otras entidades, podremos realizar un planteamiento
que nos aproxime a ella.
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estructuras psicóticas latentes, que ha desarrollado herramientas defensivas de
apariencia neurótica para apuntalar una construcción que se encuentra
resquebrajada desde lo más profundo de sus cimientos. Ante un terremoto de
suficiente magnitud, la edificación se derrumba y la psicosis emerge en todo su
esplendor.
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frente al sufrimiento. En el sujeto perverso mantiene la representación
inconsciente de una madre, y por extensión todas las mujeres, dotada de pene.
En él la renegación interviene, con el auxilio del fetiche (identificación con el falo
materno), para permitir la relación sexual con una mujer. Es frecuente, aunque
no constante, encontrar en la biografía del perverso el hallazgo de una madre
“fálica”, que mantiene con el niño un vínculo indisoluble, como si de un fetiche
se tratase. En este sentido, se produce una suficiente narcisización del fetichista,
lo cual le permite acceder aunque sea de manera parcial y defectuosa a cierto
grado de neurotización y por tanto a la represión. El límite, en cambio, al no
gozar de una figura materna sostenedora, además de derrumbarse en la figura
edípica, no tiene acceso a ningún tipo de suerte de identificación primaria,
careciendo de esa narcisización que le de acceso al desarrollo de defensas
neuróticas, operando de manera casi exclusiva la renegación y constituyéndose
como una estructura mas débil, primitiva y proclive al colapso. En este sentido,
podemos sugerir que la estructuración identitaria del perverso es mas
consistente, permitiéndole un mayor grado de estabilidad y adaptación, que
limita su desorden, casi de manera exclusiva al ámbito de lo sexual. Citando a
Marcelo Edwards “El sujeto perverso sabe de su goce, mientras que el limítrofe,
la mayoría de las veces no sabe que quiere, lo cual lo deja en dependencia y a
merced de otros”.
En base a lo expuesto, parece claro, pues, que estamos ante una entidad bien
diferenciada de la psicosis y de la neurosis, pero también de la perversión,
sugerida como tercera vía por Freud y constituida como entidad de pleno
derecho en Lacan. Como hemos visto a lo largo del presente trabajo, esta
separación atañe no solo a la forma, sino al origen y al funcionamiento. Así
mismo, parece evidente que la clínica pone de manifiesto lo constante de su
inestable funcionamiento desde la adolescencia, de modo que se trata de
estados permanentes y no transitorios. Sin embargo, a pesar de las numerosas
e incuestionables pruebas a cerca de la existencia del fenómeno como entidad
clínica que no calza en las vestiduras tradicionales de las estructuras definidas
por el psicoanálisis, siguen existiendo no pocas divergencias entorno a su
atribución categórica como estructura independiente. Como ha señalado
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Bergeret “los trabajos de las diferentes escuelas disienten todavía en cuanto a la
posición nosológica precisa que debe acordarse a tales organizaciones, para
algunos se trata de aparentes formas menores de psicosis, para otros
constituyen formas mayores de neurosis, una tercera posición defiende la
existencia de una forma de transición entre ambas, y por último un cuarto grupo
que aboga por su independencia estructura como entidad nosológica”. En
nuestra opinión, estas divergencias parecen obedecer más a luchas territoriales
y de poder por parte de las escuelas que a la ausencia de evidencias sólidas
sobre la autenticidad del fenómeno.
INFLUENCIA DE LA CULTURA
Una de las razones por las cuales persiste la controversia sobre la legitimidad
para la estatutarización independiente de los estados fronterizos se basa en la
posible influencia del desarrollo sociocultural en su génesis. Ya en la década de
los setenta A. Green se preguntaba si la proliferación de los diagnósticos se
debía realmente a un incremento de su prevalencia o más bien a un cambio de
las reglas establecidas. Algunos autores ligados la vertiente francesa del
psicoanálisis como Rassial, Lebrun o Kristeva rechazan la hipótesis de la
estructura independiente apoyándose en este hecho de su relación con lo social.
Para estos, y otros, autores la irrupción de este fenómeno en la clínica actual
obedece al surgimiento de un nuevo paradigma entorno al desarrollo de la
subjetividad, fruto de algunas transformaciones sociales acontecidas en la
segunda mitad del siglo XX. Los nuevos modelos de éxito social basados en la
tenencia por encima de la esencia, supeditan el Ser al poder del consumo, y
limitan el desarrollo de la experiencia subjetiva más allá de la mera posesión del
objeto. Vivimos en envueltos en un tejido social rancio, homogeneizado,
desvitalizado y clónico, en el que no hay cabida para la subjetividad del espacio
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afectivo. La emoción ha dado paso a la cognición y a la posesión. En este caldo
de cultivo, los medios, al servicio de los círculos de poder, manejan a las masas
sociales a su antojo, pues con la decapitación de la experiencia subjetiva, se
aniquila también el régimen del criterio. Estamos asistiendo a la decadencia del
modelo moral hasta ahora establecido, y con ello la caída del Padre con
mayúsculas. Su ausencia y el desarrollo de figuras maternas incompetentes en
la función de sostén podrían estar contribuyendo a un colapso del modelo edípico
tradicionalmente establecido. Como advierte Carlo Mongardini, el modelo de
hombre postmoderno ya no es el científico decimonónico, ni el artista del
renacimiento, ni siquiera el titan de la época clásica, o el galán cinematográfico
de la primera mitad del siglo XX. La responsabilidad de enfrentar ya no constituye
un valor en alza que caracterice a nuestros héroes, la sociedad actual premia,
más bien, al que se desentiende y huye de ella. El entorno comunitario
postmoderno es irresponsable por definición dejando caer ese peso en el grueso
de la masa o en el propio estado, cayendo en la falacia de no asumir la
pertenencia a este todo. Esta visión de uno mismo hace al sujeto dependiente y
desvalido, pues un individuo sin criterio propio siempre estará a merced de los
otros. En suma podríamos decir que, de alguna manera, la emergencia de los
estados limítrofes forma parte de todos estos cambios sociales que vienen
aconteciendo desde hace unos 5 decenios. Lejos de caer en el reduccionismo
de afirmar que el desarrollo social en sí mismo sea la causa de la aparición de
un trastorno o enfermedad, no podemos desvincularnos de la reflexión a cerca
de los lazos que unen a ambos.
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BIBLIOGRAFÍA
ÁLVAREZ, JM; ESTEBAN, R. Y SAUVAGNAT, F. (2004): “Fundamentos de
psicopatología psicoanalítica”. Madrid, Ed. Síntesis. 2004.
BERGERET, J. (1974): “La personalidad normal y patológica”. Barcelona,
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