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El Tema

Manuel Fernández Blanco


(ELP, La Coruña)

El tiempo de la psicosis ordinaria*


La psicosis ordinaria es una propuesta de definición clínica de
Jacques-Alain Miller, a partir del trabajo de investigación
desarrollado en tres encuentros sucesivos de las secciones clínicas
francófonas que forman parte del Instituto del Campo Freudiano.
Esta propuesta tuvo un eco inmediato, al menos entre los
psicoanalistas del Campo Freudiano. Tal vez este éxito fue el que
llevó a Jacques-Alain Miller a precisar esta aportación clínica diez
años después de su formulación. Así, en julio de 2008, realiza una
intervención que ha sido publicada con el título de “Efecto retorno
sobre la psicosis ordinaria”. Al inicio de ese texto podemos leer:
“[…] la psicosis ordinaria no tiene una definición estricta. Todo el
mundo es alentado a dar su opinión y su definición de la psicosis
ordinaria. No he inventado un concepto con la psicosis ordinaria.
He inventado una palabra, he inventado una expresión, he
inventado un significante, al dar un apunte de definición para atraer
a los diferentes sentidos […]. He apostado que este significante
podía provocar un eco en el clínico, el profesional. Lo que he
querido es que cobre cada vez más importancia y ver hasta dónde
podía llegar esta expresión. […] Si intentamos dar una definición
será pues una definición après-coup”i.

Hemos mencionado de inicio el tiempo cronológico de la


producción de la noción de psicosis ordinaria para introducir otras
dimensiones del tiempo en las psicosis. Una de estas dimensiones
es la del tiempo concebido según la perspectiva continua o
discontinua de los cuadros psicopatológicos. Otra de las
dimensiones del tiempo es la más general: es el tiempo entendido
como el momento de la civilización, las claves de la época y su
incidencia en la psicopatología, que nos abre a la pregunta: ¿es
ahora la psicosis más frecuente? Pero antes es necesario situar la
fenomenología clínica que caracteriza a la psicosis ordinaria y su
especificidad nosológica y estructural.

Formalización de las psicosis ordinarias

A la hora de intentar precisar a qué puede responder la categoría


de psicosis ordinaria, tenemos que partir de las preguntas más
básicas. Por ejemplo, ¿cómo encuadraríamos a un sujeto que ha
desencadenado una psicosis antes del desencadenamiento? En
una perspectiva discontinua, como la que representan las
estructuras clínicas freudianas, no nos quedaría otra posibilidad
que pensarlo como psicótico, con los matices que se quieran añadir
(como podría ser el de que se trataba de una psicosis no
desencadenada o de una psicosis latente).

Pero, ¿y aquellos que no se desencadenan nunca? Desde una


perspectiva estructural (lacaniana) solo quedaría pensar que han
tenido la fortuna de que ninguna contingencia vital los habría
confrontado a la particularidad que reviste para ese sujeto la
forclusión del nombre del padre. Pensando en estos términos, la
referencia fundamental es el escrito canónico de Lacan sobre la
psicosis, publicado en 1959, con el título “De una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. En este
escrito, Lacan afirma lo siguiente: “Tratemos de concebir ahora una
circunstancia de la posición subjetiva en que, al llamado del
Nombre-del-Padre responda, no la ausencia del padre real, pues
esta ausencia es más que compatible con la presencia del
significante, sino la carencia del significante mismo […]. En el punto
donde, ya veremos cómo, es llamado el Nombre-del-Padre, puede
pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la
carencia del efecto metafórico provocará un agujero
correspondiente en el lugar de la significación fálica. […] Está claro
que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más
íntima de sentimiento de la vida en el sujeto”ii.

Las clasificaciones basadas en la discontinuidad, en las


estructuras, plantean problemas actualmente al clínico. Todos nos
encontramos con casos de difícil clasificación que están al origen
del éxito de categorías como los borderline o los trastornos límite.
El propio Lacan se refería ya a lo que denominaba “fenómenos de
franja” y estados “prepsicóticos”.

La clínica de las psicosis admite una temporalidad que no es solo


la de la sincronía (gobernada por el desencadenamiento y su
coyuntura particular) que está presente en las psicosis
extraordinarias. También debemos contemplar la temporalidad
diacrónica en aquellos casos donde no encontramos un momento
claro de ruptura.
Esto nos lleva de una clínica discontinuista (que permite fundar
clases) a otra que posibilita la última enseñanza de Lacan a partir
de los desarrollos de sus seminarios RSI y El sinthome.

Muchos casos clínicos, y sus posibilidades de tratamiento, se


aclaran mejor preguntándonos qué permite anudar los registros de
lo real, lo simbólico y lo imaginario. Es una clínica basada en
localizar lo que sirve de enganche al Otro y, también, lo que le
desengancha. Esto permite, al mismo tiempo, enfocar la dirección
de la cura hacia un posible reenganche.

Como mencionábamos al principio, diez años después de formular


la noción de psicosis ordinaria, Jacques-Alain Miller vuelve sobre
ella en su intervención titulada “Efecto retorno sobre la psicosis
ordinaria”. Este texto, que seguiré a continuación, resitúa las
coordenadas de esta categoría clínica. Miller sitúa la invención de
este sintagma como un intento de esquivar la rigidez de la clínica
binaria (neurosis o psicosis). Pero aclara que, si bien la psicosis
ordinaria es una manera de introducir el tercero excluido por la
rigidez binaria, debemos introducirla en el campo de las psicosis.

La neurosis es una estructura muy precisa, si durante mucho


tiempo (incluso años) no encontramos elementos evidentes para
reconocerla claramente en un paciente, deberíamos pensar en la
posibilidad de una psicosis velada que debería poder deducirse de
pequeños indicios, de signos discretos. Una neurosis es una
formación estable, que se organiza por medio de la constancia en
la repetición. Si no encontramos esto, debemos buscar los signos
discretos de “desorden en la juntura más íntima del sentimiento de
la vida en el sujeto”. Miller, en este punto, precisa lo siguiente: “El
desorden se sitúa en la forma en la que se siente el mundo que nos
rodea, en la forma que se siente el cuerpo y en la forma de
referirse a nuestras propias ideas. Pero, ¿qué desorden es este, ya
que los neuróticos también lo sienten? Un sujeto histérico siente
este desorden en la relación con su cuerpo, un sujeto obsesivo
siente un desorden con respecto a sus ideas. ¿Cuál es, pues, este
desorden que llega a la juntura más íntima del sentimiento de la
vida en el sujeto”iii?

Miller propone reconocer ese desorden en base a una triple


externalidad: una externalidad social, una externalidad corporal y
una externalidad subjetiva.

Respecto a la externalidad social, la pregunta es por la función de


la identificación social que nos da un lugar, un sostén (una
identificación profesional, por ejemplo). Miller precisa que “el más
claro indicio se encuentra en la relación negativa que el sujeto tiene
con su identificación social. Cuando hay que admitir que el sujeto
es incapaz de conquistar su lugar al sol, asumir su función social.
Cuando se observa un desamparo misterioso, una impotencia en la
relación con esta función. Cuando el sujeto no se ajusta, no en el
sentido de la rebelión histérica o de la manera autónoma del
obsesivo, sino cuando existe una especie de foso que constituye
de forma misteriosa una barrera invisible. Cuando se observa lo
que yo llamo una desconexión, una desunión”iv. Este foso, esta
barrera invisible, la constatamos con frecuencia en la clínica.

La dificultad con la identificación social puede ser un signo de


psicosis ordinaria, pero también una identificación demasiado
intensa a la posición social, a la profesión por ejemplo. En estos
casos, la pérdida puede desencadenar la psicosis porque ese lugar
social hacía las veces del Nombre-del-Padre que no hay.
La segunda externalidad que establece Miller es la externalidad
corporal. Lacan afirma que “no somos un cuerpo, sino que tenemos
un cuerpo”. Esto sitúa al cuerpo como Otro para el sujeto. Es algo
que percibimos de modo claro en la histeria, donde “el cuerpo hace
lo que quiere”. También, en el cuerpo masculino, una parte no
siempre obedece. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las
neurosis, Miller señala que “En la psicosis ordinaria hay que tener
algo más, un desajuste. El desorden más íntimo es una brecha en
la que el cuerpo se deshace y donde le sujeto es inducido a
inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su
cuerpo, para “estrechar” su cuerpo contra el mismo. Para decirlo en
términos de mecánica, necesita una abrazadera para aguantar con
su cuerpo”v. En la histeria los fenómenos corporales están
limitados por la castración y los límites que la neurosis impone,
“[…] mientras que se siente el infinito en la falla presente en la
relación del psicótico ordinario con su cuerpo”vi.

La tercera externalidad que sitúa Miller es la subjetiva. Cuando se


trata de la dimensión del Otro subjetivo: “La mayoría de las veces
esto lo encontramos en la experiencia del vacío, de la vacuidad, de
lo vago, en el psicótico ordinario. Podemos encontrarlo en
diferentes casos de neurosis, pero en la psicosis ordinaria se busca
un indicio del vacío o de lo vago de una naturaleza no dialéctica.
Existe una fijeza especial de este indicio. […] También debemos
buscar la fijación de la identificación con el objeto a como desecho.
La identificación no es simbólica, sino muy real, porque no utiliza la
metáfora. […] Digo que es una identificación real ya que el sujeto
va en la misma dirección a realizar el desecho en su persona”vii.
Otra dimensión de la externalidad subjetiva es que, en las psicosis
ordinarias, “las identificaciones se construyen con un batiburrillo”viii,
no son identificaciones que tienen un centro sólido y claro.

Estas tres externalidades (aunque Miller apunta que cabría precisar


una cuarta: la externalidad sexual), nos permiten un marco donde
encuadrar las particularidades de la psicosis ordinaria. Los detalles
clínicos remiten a un desorden central. A diferencia de los casos
llamados borderline, no se plantea que se trate de sujetos que no
son ni psicóticos ni neuróticos. La psicosis ordinaria es una clínica
de los pequeños indicios de la forclusión, es una clínica de la
psicosis por lo tanto. Tampoco es reductible a la categoría de
psicosis no desencadenada, que se sitúa en el horizonte temporal
de un posible desencadenamiento, ya que “[…] algunas psicosis no
llevan a un desencadenamiento: son psicosis, con un desorden en
la juntura más íntima, que evolucionan sin hacer ruido, sin
explosionar, pero con un agujero, una desviación o una
desconexión que se perpetúa”ix.

Fenomenología clínica de las psicosis ordinarias

Muchos colegas del Campo Freudiano han contribuido a precisar


los signos sutiles, discretos, que nos ayudan a tomar en cuenta la
posibilidad de encontrarnos ante un caso de psicosis ordinaria. Es
el caso, por ejemplo, de François Ansermet en su artículo
“Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria”x. La
clínica de la psicosis ordinaria se presenta bajo la forma de
pequeños indicios que pueden pasar inadvertidos. Ansermet señala
los siguientes: “[…] Puede tratarse de extravagancias, de un
manejo particular del lenguaje, de disturbios del pensamiento, de
ataques de angustia no reconocidos como tales, que surgen como
acontecimientos del cuerpo. El sujeto puede también encontrarse
socialmente desinsertado, con obstáculos en las relaciones, un
brusco rechazo al otro, sin premisas, sin historia, desconectado del
tiempo de los otros”xi. Ansermet aclara que debemos distinguir el
signo discreto de la solución que engendra precisamente porque
“[…] El signo puede volverse discreto debido a la solución puesta
en juego. Del mismo modo que podría decirse que hay signos
discretos que no detectamos. Y hay soluciones que resisten y
soluciones que no resisten”xii.

Especialmente esclarecedoras, sobre la clínica de las psicosis


ordinarias, me parecen las aportaciones que hizo Gustavo Dessal
en una entrevista sobre “Continuidad y discontinuidad en las
psicosis ordinarias”. Gustavo Dessal precisa diferentes fenómenos
clínicos que deben ser tomados en cuenta para pensar un posible
diagnóstico de psicosis ordinaria. Enumera los siguientes: “[…] se
trata de sujetos que suelen carecer de discurso en lo que se refiere
a su historia. Se apoyan en un limitado ramillete de frases más o
menos coaguladas en su significación para referirse a su pasado y
a las circunstancias relevantes, pero en las que se destaca muchas
veces con gran nitidez la ausencia de implicación subjetiva. […] es
frecuente que se trate de personas cuya vida sexual es o bien
inexistente, o que muestran signos a veces sutiles y otros más
marcados de una relación lábil con la identidad sexual. Las
dificultades en el lazo social suelen ser también manifiestas,
aunque también nos encontramos con muchas excepciones en
este plano, especialmente en aquellos sujetos que son exitosos en
alguna actividad profesional, artística o comercial. Pero incluso en
estos casos percibimos que con frecuencia el vínculo social está
atravesado en distintos grados por signos de agresividad,
desconfianza paranoide, o pasajes al acto generalmente discretos,
pero que muestran puntos de forclusión inequívocos. Otro aspecto
interesante, es el hecho de que muchos sujetos a los que
consideramos psicóticos ordinarios suelen manifestar de forma
espontánea una extraordinaria tendencia a recrear en su discurso
una novela «edípica» poco filtrada por la censura”xiii. Gustavo
Dessal añade: “Las psicosis ordinarias, como cualquier otra entidad
clínica, presentan muy distintas fenomenologías. Desde el exceso
de normalidad, hasta la apariencia de una neurosis caracteropática
grave. En cualquier caso, nunca falta el núcleo delirante,
evidentemente encapsulado, apenas un atisbo de ideación que el
paciente confiesa de forma subrepticia, o que mantiene a
resguardo mediante circunloquios o elipsis del discurso. También
podemos añadir que en ocasiones se aprecia una fijeza muy
particular en la significación, son aquellos casos en los que el
paciente es capaz de mantener un discurso fabricado a partir de
sintagmas que ha ido seleccionando aquí y allá, que suplen su
imposibilidad de metaforizar lo real, pero que le sirven como una
forma de nominación. Lo advertimos en el uso constante de
tópicos, refranes, frases hechas, giros retóricos, citas, incluso
chistes, que conforman una suerte de «ideología» verbal que el
paciente repite para encuadrar el vacío de la enunciación”xiv.

Encontramos, en la descripción de Gustavo Dessal, indicaciones


claras para orientarnos en la fenomenología de las psicosis
ordinarias. Me parece especialmente interesante la apreciación de
cómo la referencia literal al complejo de Edipo suele ser un signo
de su inexistencia ya que, en el neurótico, el Edipo se deduce, se
lee entre líneas, pero no se enuncia como tal.
Igualmente, la dificultad incomprensible para realizar tareas o
actividades, supuestamente al alcance de la capacidad del sujeto, y
que con frecuencia desempeñaba con normalidad en el pasado,
puede ser el signo de una ruptura psicótica no evidente. Sirva
como ejemplo la imposibilidad absoluta, y no dialectizable, de
acudir a clase de algunos adolescentes y jóvenes con un
desempeño escolar previo normal.

La relación al lenguaje también está alterada. A menudo hablan a


partir de refranes, o lugares comunes, que recubren el vacío de
una enunciación propia. También podemos observar, como ha
señalado Eric Laurent, un “uso casi neológico de palabras
comunes”xv.

Es posible que la psicosis sea más frecuente de lo que pensamos.


Considero que estamos hablando de una clínica que, al menos en
su expresión formal, podemos reconocer todos, y cuyas
manifestaciones no responden a la lógica de los síntomas
neuróticos. En este punto, se impone una pregunta: ¿la psicosis es
más frecuente en el momento actual de la civilización? Y si es así,
¿a qué podría deberse este incremento de casos que no podemos
encuadrar en la neurosis, pero tampoco presentan los síntomas
que definen clásicamente a los trastornos psicóticos, como son los
delirios o las alucinaciones?

Civilización, discurso y psicosis

Como hemos subrayado antes, la psicosis ordinaria es una psicosis


y, por lo tanto, podríamos pensar que debería poder ser reductible
de algún modo a las categorías clásicas de la psicosis. En las
psicosis ordinarias los signos no son espectaculares, son discretos.
Tampoco los déficits son espectaculares. Por esto podemos hablar
en estos casos de la locura normalizada tal como la denomina José
María Álvarez. Desde su perspectiva, la locura normalizada
describe un conjunto de psicosis en las que las manifestaciones
son discretas pero que deben contemplarse como formas
achicadas, subclínicas o atenuadas, de paranoia, esquizofrenia o
melancolía-excitación. José María Álvarez destaca que “con la
psicosis enloquecida, la normalizada comparte las experiencias
genuinas que la identifican como psicosis o locura y la separan de
la neurosis. Se trata de experiencias que se caracterizan, en lo
tocante al saber y la verdad, por la certeza, la revelación y el rigor;
en lo que atañe a las relaciones con los otros, por la autoreferencia,
la extrañeza, la intrusión xenopática, la soledad por excelencia y el
perjuicio; en cuanto a la satisfacción, el placer y el goce, por la
plenitud, el exceso y la intensidad insoportable; con respecto al
cuerpo, por la fragmentación y la desunión”xvi. Para José María
Álvarez la gravedad, o la adecuación a la realidad común, no es lo
determinante para el diagnóstico de psicosis sino compartir
experiencias genuinas como las referidas.

Los psicóticos ordinarios son psicóticos que se confunden con lo


común, mientras los extraordinarios siempre son excepcionales. Es
algo constatable en la clínica: el sujeto de la persecución, el del
delirio mesiánico o el de la erotomanía, no se piensan a sí mismos
en el registro de lo común sino en el registro de la excepción.

Marie-Hélène Brousse, en un artículo titulado “La psicosis ordinaria


a la luz de la teoría lacaniana de discurso”xvii, sostiene que el
campo de las psicosis parece desarrollarse y modificarse en la
actualidad. Lo relaciona con que el declive de la función paterna,
del poder del Nombre-del-Padre, va acompañado de la
pluralización de su función. Así, sí en las psicosis extraordinarias
(de las que el caso Schreber sería un paradigma), el sujeto tiene
que encarnar la excepción que falta (Schreber tiene que encarnar
la mujer que le falta a Dios), “[…] En la psicosis ordinaria los
pacientes no se dedican a encarnar ellos mismos la función de la
excepción que falta en la organización simbólica. “Ordinaria” en la
psicosis ordinaria significa pues no excepcional, común, banal”xviii.

Al lugar de la evaporación del padre vienen las normas sociales.


Ante el declive de la Ley proliferan las normas, el sentido común
(ordinario). Por eso, dice Marie-Hélène Brousse, “Cuando
hablamos de psicosis ordinaria se trata de comportamiento
supersocial, de sumisión absoluta, metonímica sin duda y no
metafórica, a los usos comunes, a la banalidad tal como se define
por la mediana de la curva. Las estadísticas no se contemplan ya
dentro de marco de la probabilidad, sino con valor de certeza”xix.
Marie-Hélène Brousse retoma la proposición de Lacan, “estar loco
ya no es un privilegio” para relacionarla con la función de la
excepción: “La psicosis ordinaria parece retorcerle el cuello a la
psicosis, ser la adaptación de la psicosis a la época en que el
Padre, la excepción, ha sido reemplazado por el número. ¿Es la
psicosis del número y no del nombre?”xx.

La precariedad simbólica que caracteriza a nuestra época tiene


efectos en la clínica. Tal vez esté justificado pensar que, en la
época del número, la tendencia sea hacia la norma, hacia lo
normal. Pero, como ha expresado nuestro colega Vicente
Palomera, cuando se habla de lo normal, por ejemplo de una
persona normal, hay algo del vacíoxxi. La clínica que viene puede
ser, en gran medida, una clínica del vacío. Vacío ya presente en las
formas ordinarias de la locura.

i* Versión resumida del texto que, con este mismo título, se


publicará en la revista El Psicoanálisis.

Miller, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, en


Freudiana nº 58, 2010, p. 77.

ii Lacan, J. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento


psicoanalítico de la psicosis” [1957-1958], en Escritos 2 (décima
edición). México, Siglo XXI editores, 1984, pp. 539-540.

iii Miller, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, p. 17.

iv Ibid., p. 18.

v Ibid., p. 19.

vi Ibid., p. 20.

vii Ibid., p.20.

viii Ibid., p. 21.

ix Ibid., p. 26.

x Ansermet, F. “Paradojas de los signos discretos en la psicosis


ordinaria”, accesible en

http://www.psicoanalisisinedito.com/2016/09/francois-ansermet-par
adojas-de-los.html

xi Ibid.
xii Ibid.

xiii Dessal, G. “Continuidad y discontinuidad en las psicosis


ordinarias. Tres preguntas a Gustavo Dessal, en Nodus.
L’Aperiòdic Virtual de la Secció Clínica de Barcelona, accesible en
http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/article.php?art=274&rev=37&
pub=1

xiv Ibid.

xv Laurent, E. “La interpretación ordinaria”, en Freudiana nº 76,


2016, p. 151.

xvi Álvarez, J.M. “Sobre las formas normalizadas de la locura. Un


apunte”, en Freudiana nº 76, 2016, pp. 83-84.

xvii Brousse, M.-H. “La psicosis ordinaria a la luz de la teoría


lacaniana de discurso”, en Freudiana nº 76, 2016, pp. 99-112.

xviii Ibid., p. 104.

xix Ibid., p. 107.

xx Ibid., p. 108.

xxi Palomera, V. Las psicosis ordinarias: sus orígenes, su presente


y su futuro. Granada, Editorial Universidad de Granada, 2011, p.
43.

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