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RESUMEN
ABSTRACT
It is a test with the objective of promoting the Epistemology as a guide of the Methodology when
the researcher subject is conducting a study. Critical hermeneutics is used with the technique of the
document review to assess the priority to be given by the researcher to define its epistemological
approach, since this will determine the ownership of a particular discourse and praxis, as in the case
of the Complex-Dialogic approach, which epistemological basis is the Complexity, with the
ultimate goal of the construction of the phenomenic reality.
El concepto de epistemología según Thuillier, citado por Mardones (1994) es de hecho empleado de
diversas maneras: se habla de epistemología (una palabra de aspecto serio, “científico”) o también
de filosofía de las ciencias (que parece más “literario” y despierta la desconfianza). Dicho concepto
sirve para designar una teoría general del conocimiento (de manera filosófica), o bien para estudios
más pormenorizados sobre la génesis y la estructura de las ciencias. Es así que la epistemología no
quiere ser un sistema a priori, dogmático, que dicte autoritariamente lo que debe ser el
conocimiento científico. En una primera aproximación la epistemología general se propone estudiar
la producción de conocimientos científicos bajo todos los aspectos: lógico, lingüístico, histórico,
ideológico, entre otros.
El punto de partida
Desde nuestros primeros pasos intentando “hacer ciencia” hasta el presente, hemos realizado
investigación percibiendo la realidad desde la matriz epistémica positivista, esto ha sido así de
forma inconsciente y automática la mayoría de las veces. En muy contados casos cuando cursamos
los postgrados en Salud Ocupacional, Medicina Familiar y Epidemiología, se nos hizo evidente que
no existía una sola concepción del mundo, especialmente del proceso salud-trabajo-enfermedad y
de la salud pública, sino que este se podía abordar desde los paradigmas del positivismo, del
estructuralismo, de la fenomenología y del materialismo dialéctico entre otros.
Esta primera apertura de la prisión mental del positivismo inicialmente no fue muy placentera para
nosotros, de hecho hizo aflorar muchas contradicciones internas, cambios de ánimo y resistencia al
cambio, en tanto nos dimos cuenta de la existencia de otros puntos de vista, otras categorías y otros
niveles de análisis diferentes del que siempre nos habíamos servido para vincularnos con la realidad
de una forma “aséptica”, respetando la escisión sujeto-objeto. Por otro lado -y con sorpresa-
percibíamos la contradicción de nuestros profesores de metodología, quienes daban algunas
pinceladas acerca de la epistemología y de la necesidad de abrirse a nuevos paradigmas, y sin
embargo sus frutos eran cosechados casi exclusivamente desde el “nefasto positivismo” que ellos
decían era insuficiente para aprehender la realidad.
Hoy día continúan vivas esas contradicciones, por ejemplo en la mayoría de los círculos
académicos, comités editoriales de revistas científicas y comisiones coordinadoras de postgrados,
puesto que en muchos casos se subvaloran aquellas investigaciones que no responden a la estructura
tradicional positivista (introducción, materiales y métodos, resultados, discusión y referencias),
además de que se perciben como “poco serias” y de escasa profundidad las publicaciones periódicas
que dan cabida a artículos contentivos de reflexiones o abordajes poco “ortodoxos”, no ceñidos a
“lo que debe ser”. De hecho en un intento por ajustarnos estrictamente a la lógica formal, se llega a
sugerir que investiguemos en lo que siempre hemos trabajado para así tener menos problemas y
lograr el objetivo, es decir, investigar por compromiso y para satisfacer un requisito.
La reflexión por supuesto también tiene que ser a lo interno, puesto que como facilitadores de
metodología de la investigación en pregrado, si bien hemos tratado de respetar las inclinaciones de
nuestros participantes en cuanto a que indaguen sobre los temas que tengan a bien hacerlo,
particularmente que investiguen en una área que les despierte interés, no hacemos una reflexión
sobre las distintas concepciones epistémicas de la realidad, que son a su vez las que implican un
tipo de metodología particular. De hecho en la práctica se sigue dando como sobreentendido que la
investigación que tiene “valor científico” y que merece trascender es la enmarcada en el
positivismo, esto puede tener muchas razones: la urgencia de tener un proyecto que satisfaga el
requerimiento (apenas 36 horas académicas), la inclinación de los facilitadores a sentirnos más
cómodos haciendo lo que siempre hemos hecho, el temor a ser catalogados o lo que es peor
descalificados por nuestros pares como gente que no hace ciencia si no nos ajustamos a lo
tradicional, el cuestionamiento de los colegas tutores especialistas quienes son habitualmente
ortodoxos… fin, nuestros frutos siguen siendo el espejo de aquello en lo que nos intentaron
encasillar consciente o inconscientemente: el modo de producción positivista del conocimiento.
En este orden de ideas, Quiroga (2008), citando a Ken Wilber, señala que la mente es la apariencia
interna de nuestra conciencia mientras que, por otra parte, el cerebro constituye su apariencia
externa. El cerebro es localizable físicamente, tiene un peso y unas dimensiones. Tiene, en
definitiva, lo que Wilber denomina, una localización simple. Sostiene que se puede señalar el
cerebro, una roca o una ciudad pero no es posible hacer lo mismo con la envidia, el orgullo, la
conciencia, el valor, la intención o el deseo. ¿Qué es el deseo? No podemos señalarlo del mismo
modo que apuntamos a una roca, porque el deseo es una dimensión interna y carece, por tanto, de
localización simple. ¡Pero eso no significa que no sea real! Tan sólo significa que carece de
localización simple. El deseo no se puede ver pero se puede interpretar.
Quizás todas estas reflexiones nos llevan al famoso relato de los ciegos y el elefante, en el que un
maharajá mandó reunir a todos los ciegos del pueblo, pidió que los pusieran ante un elefante y les
pidió que tratasen de identificar qué era. Unos dijeron, tras tocar la cabeza: “Un elefante se parece a
un cacharro”; los que tocaron la oreja, aseguraron: “Se parece a un cesto”; los que tocaron el
colmillo: “Es como una reja de arado”; los que palparon el cuerpo: “Es un granero”. Y así, cada uno
convencido de lo que declaraba, comenzaron a disentir enfáticamente entre ellos.
Se dice que esta historia la contó Buda en respuesta a las reiteradas rencillas entre seguidores de
distintas escuelas metafísicas y religiosas. Y se cuenta que agregó que la visión parcial entraña más
desconocimiento que conocimiento y que aunque todos están parcialmente correctos, dada la
limitación de sus facultades, todos están errados dada la realidad evidente. Dice Wilber que las
superficies pueden ser vistas pero las profundidades deben ser interpretadas como señala Quiroga
(Ob cit). Este parcelamiento y subespecialización nos ha venido afectando en el proceso de
enseñanza-aprendizaje de todas las áreas del conocimiento, particularmente de los futuros
profesionales de la salud.
Sin embargo debemos reconocer que no todo ha sido malo, puesto que de alguna forma hemos
logrado acercarnos a la realidad, sólo que nuestra percepción de ella en la mayoría de los casos ha
sido sectorizada y sesgada por nuestro objetivismo ilusorio. Actualmente consideramos que ni
siquiera en la investigación positivista que hemos hecho la objetividad ha sido tal, puesto que hay
en nosotros una natural tendencia a asumir la realidad como compleja, como sistema de
interrelaciones entre partes conectadas dinámicamente. Por ejemplo cuando se obtienen hallazgos
no previstos que se salen de la lógica lineal de la relación causa-efecto, lo que ocurre en la mayoría
de los casos al investigar el proceso salud-trabajo-enfermedad y la salud pública. Debemos asumir
la realidad con una visión no lineal, interdimensional, que incluye lo borroso y lo impreciso, con
todas sus interacciones, retroacciones, implicaciones e incertidumbres (García, 2006; Leal, 2009;
Morin, 2003; Morin et al., 2003; Ugas, 2006).
Asimismo, más que una realidad parcelada, dividida, analizada, abordada por las disciplinas
escindidas unas de otras, debemos asumir la realidad como un sistema abierto y complejo, cuya
integración hace posible un todo que es más y menos (por las retroacciones negativas, lo que queda
inhibido por la misma dinámica del sistema) que la suma de sus partes según el principio sistémico
de la complejidad (Morin et al., 2003; García, 2006). Visto desde la ontología sistémica, el ser
humano es un todo físico-químico-biológico-social-cultural-ético-moral-espiritual compuesto por
una serie compleja de otras subestructuras o subsistemas, y todas juntas, supeditadas unas a otras en
el orden y jerarquía señaladas, forman una superestructura dinámica de un altísimo nivel de
complejidad que es la persona humana, siendo evidente la necesidad de adoptar una metodología
interdisciplinaria para integrar los aportes de las diferentes áreas del saber en un todo coherente y
lógico con base en el principio de la complementariedad, como lo señalan Martínez (1998), Soto
(1999) y Garciandía (2005).
Hay que tener presente el componente caórdico de la realidad, es decir, que todo orden tiene un
caos implícito y que el desorden puede ser generador de una frágil estabilidad con base en el
principio de recursividad organizada, más allá del orden estático que da por sentado el positivismo;
de igual manera, el principio hologramático (Morin et al., 2003; Garciandía, 2005) según el cual el
todo contiene a cada parte y cada parte contiene en sí misma al todo, lo cual dejaría sin efecto el
imperativo positivista de estudiar una muestra suficientemente grande y representativa.
De hecho, Morin (2000) señala que las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas pero de la
misma manera nos han revelado innumerables campos de incertidumbre, por lo cual nos propone
que aprendamos a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza.
Se pasa entonces a una metodología fraguada en la praxis investigativa propiamente dicha, se hace
camino al andar y no en la camisa de fuerza de un proyecto cuyas modificaciones, aun en estudios
desde el paradigma positivista suelen ser muy numerosas, reconociéndose así en la práctica la
inconveniencia de la rigidez metodológica, no así de la rigurosidad y respeto al paradigma escogido,
porque lo mejor ante la realidad compleja es acercársele sin prejuicios y sin planes que pueden
truncar que esta emerja en toda su riqueza. Por lo cual Morin et al (2003) proponen que la
Complejidad es un estilo de pensamiento y de acercamiento a la realidad que genera su propia
estrategia inseparable de quienes lo desarrollan, poniendo a prueba en el caminar los principios
generativos del método. Sin rechazar el análisis, la disyunción o la reducción (cuando es necesaria),
el pensamiento complejo rompe la dictadura del paradigma de simplificación. Pensar de forma
compleja es pertinente allí donde (casi siempre), nos encontramos con la necesidad de articular,
relacionar, contextualizar, donde no se puede reducir la realidad ni a la lógica ni a la idea, donde
buscamos algo más que lo sabido por anticipado. Finalmente, se debe pasar del lenguaje de la lógica
formal (lineal, causal, predecible) al de la lógica configuracional (no lineal, interconectada,
imprecisa y no predecible).
Como parte de esta nueva racionalidad debemos hablar de la hermenéutica, lo cual es referirse
según Beuchot (2007) al arte de interpretar, se refiere al significado de entender el sentido sobre o
de algo, de hecho todo acto de conocer es un acto hermenéutico, conlleva un acto interpretativo.
Interpretar es poner un texto en su contexto cultural y de tradición.
Estos textos pueden ser documentos escritos, obras de arte, diálogos, incluso conductas y hasta la
misma realidad. Interpretamos a las personas para conocer y comprender sus expectativas y sus
ilusiones, esto es, todo aquello que les da significado.
Para Garciandía (2005) el lenguaje es el medio con el que conocemos, con el que transmitimos el
conocimiento, organizamos la experiencia, el que nos provee de un aparato simbólico de
conocimientos previos, para finalmente constituirse como el vínculo fundamental con la sociedad
en que vivimos. El lenguaje es fundamental para la intersubjetividad, articula el mundo de los
significados particulares de cada individuo constituyéndose en el sustrato fundamental de lo social.
En el mundo humano cada individuo es un intérprete que mira el universo desde su propia e
inevitable perspectiva. Frente a la posición excluyente del positivismo en constante búsqueda de
leyes y explicaciones para la realidad, Gadamer (1996) asume una postura crítica, propone la
anterioridad de la experiencia, sobretodo la vinculada a los conocimientos estéticos y éticos, los
cuales considera previos a la experiencia de conocimiento metódica. Son las experiencias del vivir,
las que están antes de cualquier método y que remiten al acto interpretante. En la perspectiva
hermenéutica la relación sujeto-objeto está mediatizada por la interpretación, de tal manera que
esta, más allá de ser un recurso que se utiliza para la comprensión de algo, es la comprensión
misma, porque, comprender es interpretar. Ricoeur (2008) afirma que ser humano es ser
interpretativo, porque la verdadera naturaleza de la realidad humana es interpretativa, por lo tanto,
para este autor la hermenéutica no es un instrumento para adquirir conocimientos, sino el modo
natural de ser de los seres humanos.
La posibilidad del observador neutral se desvanece, tanto observador como observado están
conectados de manera íntima por la interpretación. De ahí que para Garciandía (2005) el lenguaje
adquiera en la hermenéutica un carácter gnoseológico, ontológico y epistemológico. Si bien la
ontología nos dice cómo son las cosas, la ontología del lenguaje nos habla de cómo interpretamos
que son las cosas.
En el siglo XX según Garagalza (1990) los románticos encuentran continuadores en los simbolistas
como Heidegger y Gadamer. Sólo que hay algo intermedio entre lo literal (el univocismo) y lo
simbólico (que tiende a la equivocidad), y eso es la analogicidad, tocada en forma parcial por Paul
Ricoeur y su hermenéutica metafórica. Para la hermenéutica, lo más importante es que la analogía
se aleja de la univocidad con lo cual permite abrir el espectro del conocimiento, dando margen para
que no haya una sola verdad o una sola interpretación válida, sino varias; pero como también se
aleja de la equivocidad, esas varias posibilidades de verdad se dan jerarquizadas según su
acercamiento o alejamiento de la verdad textual, y el criterio de esa cercanía o lejanía se da por el
acuerdo intersubjetivo y dialógico de los interlocutores, así se evita el relativismo y la equivocidad
radical propios del posmodernismo, solo se da cabida a un sano pluralismo. La hermenéutica
analógica trata de lograr un equilibrio entre univocidad y equivocidad, un equilibrio complejo
basado en la proporción en el que a cada cosa se le da la proporción que le es debida, tratando de
hacer justicia a las partes, sin traicionar la diferencia, pero conservando lo que es posible alcanzar
de semejanza superando así el conflicto de las interpretaciones postulado por Ricoeur (2008).
Es así que De Sousa (1996) considera la hermenéutica necesaria para superar los interrogantes
epistemológicos nuevos (dado que no hay respuestas epistemológicas consagradas, paradigmáticas,
que puedan servir al respecto), para reinscribir lo científico en lo social. Si asumimos que la ciencia
es “sentido común transformado”, podemos pensar su retraducción al lenguaje del sentido común
del cual surgió inicialmente por ruptura. De igual forma, sostiene que el intelectual debe seguir
jugando un rol imprescindible de compensación social frente a los abusos de poder, dejando de lado
el conformismo, y reconociendo que, aunque el investigador no es un demiurgo del cual depende la
realidad, puede colaborar al autoconocimiento y la autoconciencia social, es decir, con la
reabsorción social de la ciencia, pero son los actores directos los responsables de sus propias
decisiones, aquellos que podrán advertir qué hacer con ese saber que pone de manifiesto los puntos
de fricción, las dominaciones, los poderes, todo aquello que estructura lo social sin explicitarse.
Reflexión final
Referencias Bibliográficas