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FUNDAMENTAL
UD 3.- LA “ACCIÓN
HUMANA”: AMOR, VERDAD
Y LIBERTAD
1. El dinamismo y la moralidad de la acción
1.1. Libertad humana: trascendencia e inmanencia
1. La libertad es esencial en la experiencia moral, porque nos hace dueños
y responsables de nuestros actos, objeto de alabanza o de reproche y, en
cierto modo, “nuestros propios progenitores”.
2. Pero no una libertad absoluta, sino creada (“imagen de Dios”),
encarnada (“cuerpo-alma”) e histórico-salvíficamente situada (‘caída’
-antes de Xto.- y ‘redimida’ -después de Xto.-): cf. CEC 1739ss; VS
102ss. Es por tanto:
Una libertad despertada: por la presencia y la llamada del otro (vs.
individualismo, que ve en él un límite): en la familia, donde el amor es origen y
fin de la libertad; y en la Iglesia, que vincula Alianza y Liberación, pertenencia y
libertad.
Una libertad abierta a la caridad: la amistad pide y crea libertad (reciprocidad) y
la caridad la abre a Xto., que nos ofrece la comunión con Dios como ‘principio’
de nuestra acción (libertad filial): actuamos ‘movidos’ por Él:
DIOS (norma objetiva suprema de la moralidad)
LEY NATURAL (norma objetiva mediata de la moralidad)
RECTA RAZÓN (norma objetiva próxima de la moralidad)
CONCIENCIA MORAL (norma subjetiva de la moralidad)
Libertad de indiferencia
Libertad de calidad (“finalidad”)
(“arbitrariedad”)
Definición: poder elegir entre cosas contrarias (la Definición: poder obrar con calidad y perfección (la
elección entre el bien y el mal es la esencia de la elección del mal es una deficiencia de la libertad). La
libertad). La libertad depende de la sola voluntad. libertad depende de la razón y la voluntad.
1. Excluye las inclinaciones naturales del acto libre 1. Parte de inclinaciones naturales a la verdad y al
al someterlas a la elección. La libertad es bien, la calidad y la perfección. Procede del atractivo
‘indiferente’ frente a estas inclinaciones. y del interés por lo que aparece verdadero y bueno.
2. Se pone entera desde el comienzo de la vida moral. 2. Se da en germen al comienzo: necesita desarrollo,
No requiere etapas de formación o progreso. No hay educación, ejercicio, disciplina, en etapas sucesivas.
término medio entre ser libre o no serlo. El progreso gradual es esencial a la libertad.
3. Entera en cada elección libre: cada acto humano 3. Reúne los actos en un conjunto ordenado por la
es independiente de los demás (atomismo) y se toma pretensión de un fin, que es la intención que los
sólo en el instante de la decisión (actualismo). enlaza internamente y los inscribe en la duración.
4. No necesita de la virtud, que se convierte en una 4. La virtud es una cualidad dinámica constitutiva
costumbre y se usa libremente, ni de la finalidad, de la libertad, “habitus” necesario para su
que se convierte en una circunstancia de los actos. despliegue; la finalidad es un elemento principal del
obrar libre.
5. La ley aparece como una constricción exterior y 5. La ley ayuda al desarrollo de la libertad, con el
una limitación de la libertad; ambas mantienen atractivo de la verdad y el bien interior a la libertad.
entre sí una tensión irreductible. Es más necesaria al principio y se interioriza por las
virtudes de la justicia y de la caridad.
UD 3.- LA ACCIÓN HUMANA : VERDAD, AMOR Y LIBERTAD 1. El dinamismo y la moralidad de la acción - 4
2) El objeto se refiere, pues, a “lo que hago” (no a “por qué” o “para que”
lo hago), o sea, a la intencionalidad objetiva de la acción, fruto de una
elección deliberada y voluntaria. Por eso:
Actos físicamente idénticos pueden tener un significado y valor moral distinto:
no por la “intención subjetiva” («finis operantis») –como si una reflexión
mental pudiese cambiar la moralidad de los actos–, sino por el “fin objetivo”, o
sea, por el “significado intrínseco” del acto («finis operis»), que no se define
sólo por la “observación exterior”, sino por la «elección deliberada que
determina el acto del querer de la persona que actúa» (VS 78).
2) Por eso, las normas morales absolutas son siempre negativas: prohíben
actos que niegan el “bien integral” –verdad y dignidad– de la persona.
Los actos en sí mismos buenos (por su objeto) requieren la bondad del resto de
sus elementos (intención y circunstancias) y no son siempre obligatorios, sino
que exigen una valoración prudencial de las circunstancias: de oportunidad,
modo, medida, lugar, tiempo, cantidad, efectos, etc.
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2) Las principales son las “virtudes cardinales” (de cardo, quicio o gozne)
porque alrededor de ellas gira y descansa la vida moral del hombre,
como la “puerta” que nos conduce a la vida plena y verdadera:
«Al virtuoso le aparece como bueno lo que verdaderamente es bueno en sí. No
sólo lo reconoce, sino que ‘gusta’ en cierto modo el bien honesto, en un tipo de
saber que implica toda su persona. La virtud moral, haciéndole connatural el
bien, le abre a la verdad. El virtuoso puede ser así reconocido como medida y
criterio del bien» (L. Melina). Integra bien la racionalidad y la afectividad.
UD 3.- LA ACCIÓN HUMANA : VERDAD, AMOR Y LIBERTAD 3. Las virtudes ‘teologales’ y ‘morales’ - 8
Nivel pulsional: elemental e imprescindible («lo más alto no se sostiene sin lo más
bajo»); por la pulsión, busca la posesión física y el placer; no quiere el bien-amado en
cuanto tal, sino en cuanto ‘objeto de placer’. Confunde el deseo y el amor.
Nivel afectivo: emotivo y sentimental; nace de la simpatía o sintonía con el bien-
amado (‘complacencia’) y desea la unión afectiva; se apoya también, si es intenso, en
una “idealización” exagerada del bien-amado; es también involuntario, pasional y
pasajero. Puede quedarse en el “sentimiento” sin tocar la “realidad” del otro.
Nivel personal: propiamente humano (voluntario), por el discernimiento racional y el
consentimiento libre propios del amor; nace la ‘admiración’ del bien-amado como
‘valor’ que deslumbra por sus cualidades, pero más allá de ellas: único e insustituible,
con una dignidad y belleza que atraen y seducen (el ‘bien honesto’, frente al ‘bien
útil’ o ‘deleitable’); se quiere “el bien del amado” más que el propio bien, mediante el
“don de sí” que hace posible el “gozo de la comunión” (en la ‘reciprocidad’ que es
propia del amor).
Nivel teologal: el bien-amado, más allá de su valor o dignidad, revela un “misterio”
que lo trasciende, pero se hace presente en él: el misterio de Dios; suscita estupor,
veneración y respeto en cuanto “sacramento” de Dios, lugar de su presencia; la
respuesta adecuada es la caridad, que busca la comunión con Dios mediante la
comunión con el bien-amado; su gozo propio es la beatitud (“ya, pero todavía no”).
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d) VICIOSO: no ha integrado su afectividad ni su razón, sino que identifica el ideal (la ‘vida
buena’) con el placer (la ‘buena vida’). No conoce el “bien honesto” ni la “vida buena”
(fiel, justa, veraz…) y, por eso, no se hace problema cuando actúa mal. No tiene ninguna
de las tres propiedades del virtuoso. Su drama es que, queriendo el placer por el placer
(como un fin en sí mismo, que no refiere al verdadero bien), se encuentra insatisfecho,
vacío y empobrecido humanamente, incapaz de lograr la felicidad a la que aspira.
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La templanza nos descubre la verdad del deseo (el “logos del eros”: el ‘agape’), su racionalidad
intrínseca (la “promesa” contenida en él) y el camino de su plena realización: quien descubre esa
promesa, puede “querer y prometer” (no sólo probar y tantear).