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UNIDAD 6: LOS ACTOS HUMANOS Y SUS COMPONENTES

Orientaciones para el estudio

En esta unidad encontrarás las herramientas necesarias para comprender el mundo de


la ética. Conocerás los dos elementos más importantes de la ética: la libertad y la voluntad.
Sin estos elementos resulta imposible calificar una acción como buena o como mala. Ambos
son imprescindibles para poder atribuir responsabilidades. Estúdialos con detenimiento.

Objetivos de la Unidad

Al terminar esta unidad, el alumno:

Conocerá los elementos que se requieren para poder valorar el aspecto moral de los
actos humanos.

Conocerá cuáles, dentro de los actos que realiza el ser humano, implican
responsabilidad.

Explicará el problema de la libertad, las corrientes que la niegan y su importancia.

Definirá la libertad y mencionará los factores que la obstaculizan.

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Los Actos Humanos

“Si desconocemos la vigencia del valor de la libertad, nos precipitamos a


una esclavitud ciega y suicida, a la destrucción de la autonomía y de la
propia responsabilidad”.
(Autor)

6.1 La Libertad y la Voluntad

En las unidades anteriores tocamos superficialmente varios aspectos importantes del


acto humano. Dejamos bien establecido que no todos los actos ameritan ser considerados
como propios y específicos del hombre. En esta sección analizaremos con mayor
profundidad los elementos que permiten determinar cuáles, dentro de los actos que realiza el
hombre, implican responsabilidad. Se trata, pues, de un capítulo de vital importancia para
cada uno de nosotros.

Para que una acción sea calificada como propia y específica del hombre, tiene que
haber sido realizada libre y voluntariamente. El acto es voluntario cuando procede del
principio activo intrínseco: la voluntad. La voluntad es un apetito de la razón; es una
inclinación del ser hacia el bien; es una tendencia iluminada por la inteligencia cuyo objeto
principal es el bien considerado en su universalidad. Esto significa que un acto sólo puede
ser atribuido a alguien cuando lo ha deseado. De ahí que para evaluar el aspecto moral de
una actividad se requiere haberla realizado voluntariamente y libre de todo obstáculo. Sobre
este último aspecto, Peinado Navarro escribe, con razón, lo siguiente: “En donde el hombre
no actúa libremente, allí no puede darse lo moral o la moralidad. La libertad es aquella
condición del acto humano por virtud de la cual es el hombre dueño de su hacer o de su dejar
de hacer”. (Moral Profesional, Pág. 14).

De aquí se deduce que la moral es, en el hombre, un valor que resulta del ejercicio de
la libertad, la cual es un poder de autodeterminación orientado hacia el bien; tiene sus raíces
en la razón, pues la razón es capaz de aprehender el bien como universal y los bienes
particulares como particulares.

Todo acto humano, voluntario, por consiguiente, y libre, es asimismo moral. La


moralidad es aquella propiedad por la cual el acto deliberado se conforma con las leyes o
normas éticas.

Como se puede observar, la moralidad de los actos humanos está en estrecha relación
con el problema de la libertad. Aunque, a través de la historia, han existido personas capaces
de negar la libertad del hombre. Por ejemplo, los deterministas, quienes afirman que el
hombre no es dueño de sus actos, puesto que su comportamiento está rigurosamente
predeterminado. Si esto fuese cierto, ya podríamos imaginar el caos que se
produciría tanto a nivel ético como a nivel91religioso. En cuanto a lo ético, no habría
distinción entre el bien y el mal; la palabra responsabilidad no significaría nada concreto. En
cuanto a lo religioso, Dios sería un injusto.

Muchos autores han expresado su oposición a los postulados deterministas. Por


ejemplo, Simone de Beauvoir, quien en nombre del existencialismo Sartreano escribió lo
siguiente: “lo propio de toda moral es considerar la vida humana como una parte que puede
ganarse o perderse, y enseñar al hombre el medio de ganarla…La libertad es la fuente de
donde surgen todas las significaciones y todos los valores del hombre”.

Nos solidarizamos totalmente con esta posición, pues, al igual que muchas personas,
consideramos que la libertad es un don inapreciable. Tan inapreciable que nos atrevemos a
afirmar que el hombre no es hombre sino a partir del momento y en la medida en que se
siente libre. No se trata, por supuesto, de una libertad absoluta, a la que nada limita o
condiciona. Por libres que nos creamos debemos contar con los límites que nos imponen las
condiciones culturales, económicas y sociales de la época en que vivimos.

El poder de liberación no pertenece en el mismo grado a todos los hombres. Muchos


no son capaces de acceder sino a un nivel muy bajo de libertad, y por eso su nivel moral sólo
podría ser mediocre; podrán no hacer mucho mal, pero tampoco harán nunca mucho bien.

La libertad no es un bien humano estrictamente individual. El individuo sólo se libera


conjuntamente con otros individuos. La lucha por la liberación colectiva es un imperioso
deber moral.

De la noción de libertad es inseparable la de responsabilidad. Sólo un ser dueño al


menos parcialmente se sus deseos y de sus actos, puede ser considerado como responsable, y
el grado de su responsabilidad es estrictamente proporcional al grado de su libertad.

6.1.1 Problema de la Libertad

La obligación moral y la realización del acto moral no pueden ser realizados sin
presuponer la libertad.

El tema de la libertad tiene una decisiva importancia en la ética, ya que sin ella esta
disciplina es prácticamente imposible. Si no es factible hablar de libertad, entonces la moral
queda anulada, y lo mismo puede decirse de una ciencia, como la ética, encargada de
reflexionar sobre ella. La libertad es la conditio sine qua non de la ética, esto es, su
condición de posibilidad.

Aunque la libertad es el clima donde respira la ética, se presenta un problema


sumamente difícil, escabroso; ¿acaso existe la libertad?, ¿qué es la libertad?, ¿cómo es
posible hablar de libertad en un mundo donde todo está determinado?... ¿será el hombre
como una máquina, como un gran reloj estúpido que tiene la impresión de estar actuando
libremente, pero cuyos movimientos están completamente controlados por los engranes y
pesas que tiene dentro?
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Las doctrinas que tratan de responder estas interrogantes son fundamentalmente las
siguientes:

Determinismo

El determinismo parte del principio de que todos los acontecimientos están causados,
tienen un antecedente. Según el determinismo los mundos natural y humano están regidos
por el principio de causalidad (a toda causa corresponde necesariamente un efecto). Un
acontecimiento es un cambio o persistencia del estado o posición; estar causado significa que
los acontecimientos están de tal manera conectados con algún acontecimiento precedente,
que, si éste no hubiera ocurrido, aquél tampoco habría sucedido. El determinismo es, pues,
la teoría de que cada acontecimiento A está tan íntimamente conectado con un
acontecimiento posterior B que, necesariamente debe ocurrir B.

El determinismo sostiene que no puede negarse un mundo determinado, ligado a una


causa. Así, un trigal contiene en cada momento un determinado número de granos en
proceso de madurez, que ha alcanzado exactamente el grado de madurez, que exhibe y
presenta un determinado color y matiz, una forma y un tamaño exactos; un individuo, en
cualquier momento de su vida está perfectamente determinado hasta en las células más
diminutas de su cuerpo. Mi propio cerebro y mis nervios, incluso mis pensamientos,
intenciones y sentimientos, son en cada momento lo que específicamente son. El mundo tal
cual es ahora, y cada una de sus partes y todo detalle de cada una de éstas, parecen ser lo
único que puedan ser, dado lo que ha sido anteriormente.

El determinismo ya se vislumbra en los antiguos griegos, en filósofos como Leucipo


(siglo V a. c.) y demócrito (460-370 a. c.) que sostenían una teoría, materialista y atomista.
Según estos filósofos la naturaleza está formada por partículas diminutas e indivisibles
llamadas átomos. Todo está formado por una misma sustancia material. Lo que llamamos
espíritu forma parte de la materia, y en este mundo material todo acontece por necesidad.
Esta teoría, en sus rasgos más sobresalientes, fue recogida por los epicúreos y llega hasta los
tiempos modernos ligándose a interpretaciones materialistas científicas.

Un ejemplo de determinismo, en los tiempos modernos, lo encontramos en el


astrónomo y matemático francés Pierre Simon Laplace (1794-1827) quien sostiene que la
realidad física está totalmente determinada.

A finales del siglo pasado y comienzos del actual, con el desarrollo de la psicología y
la sociología, el determinismo se manifiesta en el ámbito de lo humano. Así, el psicólogo
estadounidense B. F. Skinner escribe una obra con el título: Más allá de la libertad y la
dignidad, donde sostiene que “el comportamiento de una persona está determinado por la
dote hereditaria y por circunstancias ambientales”, de tal manera que no es el individuo,
sino el medio, el responsable del comportamiento humano. Según Skinner es posible reducir
el comportamiento a un mecanismo susceptible de control.
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Las consecuencias del determinismo en la ética son peligrosas, pues si, como acaba de
verse, todo está determinado, entonces la responsabilidad moral, el control de los actos
quedan anulados, no son posibles; no hay culpa ni mérito alguno en el individuo que no
puede dejar de hacer lo que hace. Si se acepta plenamente la teoría determinista en la ética,
entonces el individuo no actúa responsablemente.

Indeterminismo

El indeterminismo es la doctrina opuesta al determinismo. Si el determinismo, como


se vio, enseña que todo está determinado, el indeterminismo niega rotundamente esta
determinación, pues hay algún acontecimiento B que no está conectado con un
acontecimiento A tan íntimamente que, dado A, necesariamente debe ocurrir B.

Una de las razones en que se apoya el indeterminismo descansa en la convicción de


que las ciencias naturales en la actualidad se han abocado hacia un indeterminismo; por
ejemplo, el caso del indeterminismo físico. Los físicos muestran ahora que las afirmaciones
descriptivas sobre la forma de comportamiento de los cuerpos son realmente afirmaciones de
carácter estadístico.

En ética el indeterminismo adopta la forma de un libertarismo, según el cual no hay


nada necesario, el hombre puede actuar en forma totalmente distinta de como lo hace, incluso
puede obrar en contra de su propio carácter y convicciones, como dice Cambell.

El indeterminismo surge como una reacción contra el determinismo, pero lo cierto es


que coincide con él, toda vez que niega la conducta libre, voluntaria y responsable. Si bien el
indeterminismo elimina la causa, en su lugar habla del azar, de lo indeterminado. En efecto,
según el indeterminismo el hombre es determinado por el azar. Como bien observa R. Taylor,
en el indeterminismo, la concepción que emerge no es la de un individuo libre, sino la de un
fantasma intermitente y errabundo si ton ni son. La descripción que hace Taylor del
comportamiento indeterminista no puede ser más elocuente: siguiendo al indeterminismo
“podría acaso agarrar un garrote y asestar un golpe en la cabeza de la persona que se
hallara más cerca, para sorpresa no menor de ella que la mía. Jamás tendrá el menor
objeto preguntar el porqué de tales movimientos o tratar de explicarlos, ya que, en las
condiciones supuestas, carecen en absoluto de explicación. Ocurren sencillamente, pero
sin causa alguna”

Como se verá, no es negando o eliminando al antecedente o la causa como puede


justificarse o explicarse la libertad. El indeterminismo es tan peligroso como el determinismo.
Según el indeterminismo el hombre actúa sin control alguno, por impulsos incontenibles, que
no se sabe de dónde provienen.

Fatalismo

Más radical que el determinismo es el fatalismo; esta doctrina afirma que en definitiva
el hombre no es libre, puesto que su comportamiento está descrito de antemano por un destino.
Los griegos llamaban Moira al destino inexorable, que mueve la voluntad de los hombres
como si éstos fueran títeres movidos al capricho de los dioses o del hado.

Una persona fatalista es la que piensa que lo que le ocurre ha de suceder


necesariamente y que es incapaz de evitarlo. 94En el fatalismo el hombre se encuentra
desamparado, lo único que puede hacer es esperar qué ocurre.

Según el fatalismo, el destino que nos ha dado nuestro propio ser y nuestra propia
condición humana nos ha hecho tales, de este modo, que, siendo humanos, nos felicitamos de
nuestras ventajas, que tomamos por realizaciones nuestras; nos quejamos de las fallas del
mundo, que designamos como nuestra mala fortuna, y apenas pensamos en el destino, que
dispensa arbitrariamente tanto lo uno como lo otro.

Un ejemplo de fatalismo se encuentra en la tragedia griega, en donde el héroe se


enfrenta a un destino aciago que siempre sale vencedor; en vano el hombre se rebela a este
destino. Haga lo que haga, éste se ha de cumplir de manera fatal. Así, ya el destino, por
ejemplo, había determinado que Edipo matara a su padre, casara con su madre y se arrancara
los ojos.

Dentro de las corrientes filosóficas, el estoicismo reviste un fatalismo. Según el


estoicismo, es necesario que el hombre acepte su destino, porque es imposible resistir el curso
de los acontecimientos. Según los estoicos, el cosmos está regido fatalmente por Dios, en él
sólo acontece lo que Dios quiere, no hay libertad ni mucho menos azar. El hombre, como
parte del mundo, tiene que cumplir su destino, la sabiduría consiste en tomar conciencia de
esta necesidad, de este destino ineludible.

6.1.2 Dignidad Humana y Libertad

Hablamos mucho de derechos humanos. Es justo.


Hablamos mucho de libertad. Es natural.
Reconocer los derechos humanos es una obligación de justicia.
Reconocer la libertad humana es una exigencia de la naturaleza.

La libertad es una facultad que tiene todo ser humano por su propia esencia. Es un
hecho natural.

No es “un derecho, que le regala la Constitución del país”, ni “un privilegio de los
estados democráticos”. Uno es libre, porque es “hombre; porque es mujer. Nadie, ni Estado
mismo, puede en justicia privarle a un hombre de su derecho”.

La libertad, después de la vida, es el más fundamental de los derechos humanos. Se


basa en la misma naturaleza del ser humano.

El problema de la libertad consiste en que cada uno la interpreta a su manera.

Hablamos de libertad, creyendo que todos estamos utilizando el mismo lenguaje; y en


realidad no es así. Cada uno entiende una cosa distinta. Porque la libertad se puede ver desde
distintos puntos de vista. Tiene varios aspectos.

Hay un aspecto psicológico; un aspecto antropológico; un aspecto teológico; un


aspecto sociológico. 95
Cuando un preso pide libertad; cuando un universitario reclama libertad; cuando un
hijo de familia se toma libertad, se relacionan los tres con la libertad desde el punto de vista
de la sociedad (ya sea civil, ya sea académica, ya sea familiar), en la que los tres se
desenvuelven. La libertad social. Punto de vista sociológico.

Pero para que alguien pueda gozar de libertad social, es preciso que use rectamente de
su libertad desde el punto de vista antropológico. Para que a alguien se le trate como persona
hace falta que se comporte como gente.

Si el preso es un criminal, su sitio es la cárcel.


Si el universitario es un agitador, su lugar es fuera de las aulas.
Si el hijo de familia es un corrompido, hace bien su padre en “atarlo corto”.

Nadie se merece su libertad social, si no usa bien de su libertad personal. El que usa
mal de su libertad personal, pierde el derecho a su libertad social.

La libertad psicológica consiste en la capacidad de elegir. La libertad antropológica


consiste en la capacidad de elegir el bien. Para que una persona se realice existencialmente,
como persona, es preciso que, en cada instante de su vida, en cada acción elija el camino que
le lleva a realizarse como persona.

Siempre que alguien elige el camino del mal, se está degradando, se está
deshumanizando, se está degenerando, se está embruteciendo.

Cuando la capacidad de elegir (es decir, la libertad) queda limitada por la verdad, la
dignidad humana no sufre menoscabo. Yo no soy menos hombre por reconocer que dos y
dos son cuatro ni que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los
catetos.

Pero cuando la capacidad de elegir queda limitada por los bajos instintos, la dignidad
humana sí sufre menoscabo. Yo soy menos hombre si me dejo esclavizar por el alcohol, la
droga, el juego, el sexo, la ambición o la codicia.

Esa es la enorme importancia de la conciencia humana.

“La conciencia (dice el Concilio Vaticano II) es el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, quien hace resonar su voz en el recinto más
íntimo de aquélla”.

“Esa voz que resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole
que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello”.

En esto se fundamente la dignidad humana.

La dignidad humana consiste en obedecer a la propia conciencia.

Quien no obedece a su propia conciencia es una persona indigna.

“La dignidad humana (volvemos al96Concilio), requiere, por tanto, que el hombre
actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna
personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El
hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones,
tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con
eficacia y esfuerzo crecientes”.

6.1.3 Límites y obstáculos de la libertad

Ya vimos la decisiva importancia que el problema de la libertad tiene en la ética, pues


si no se concibe al ser humano como libre para decidir y actuar; no tendría ningún sentido
hablar de un comportamiento moral.

El concepto de libertad entraña dos aspectos: la libertad de querer y la libertad de


actuar, muchas veces algo que se quiere no puede ser realizado por múltiples circunstancias.

“Un hombre de Estado puede emprender una reforma radical en la vida económica de
su país y fracasar en su intento, por causas imprevistas. Aquí, manifiestamente, hubo un acto
volitivo, indiscutible libertad de opción, y, sin embargo, faltó la libertad de obrar, la
posibilidad de sacar avante sus ideas de política económica”

Tanto la libertad de querer (voluntad) como la libertad de actuar (tener los medios
necesarios para llevar a cabo nuestra acción) pueden encontrar severos obstáculos a su paso.

Como lo vio Aristóteles, las acciones libres o voluntarias son aquellas que son
producidas sin coacción alguna; coartar significan estorbar, limitar o impedir la libertad de
alguien. Las coacciones que limitan u obstaculizan la libertad pueden ser internas o
psicológicas (temores, deseos irresistibles, pasiones, etc.). Por ejemplo, la falta de voluntad
para abandonar un hábito o un vicio, como dejar de fumar o de beber, o, simplemente de
vencer la apatía para realizar una empresa que se considera valiosa. “Querer es poder”, reza
el refrán. Pero también pueden ser externas, como aquellas presiones provenientes de agentes
externos a la voluntad, tales como amenazas, castigos, chantajes o toda suerte de factores
circunstanciales que obstaculizan de diversas maneras el actuar humano, factores que, como
se dice, nos obligan a “actuar en contra de nuestra voluntad”. “Si un tirano nos fuerza – dice
Aristóteles – a cometer un acto malo (por ejemplo asesinar a nuestro vecino) amenazándonos
con represalias (por ejemplo con la muerte de un hijo nuestro) en caso de que no le
obedezcamos, estamos entonces obligados a hacer algo involuntariamente (porque no
queríamos hacerlo) y a la vez voluntariamente (porque hemos elegido, a pesar de todo,
hacerlo).

Son muchas las situaciones que se presentan en la vida cotidiana y que, de una
manera u otra, pueden anular la posibilidad de establecer responsabilidades. Las mismas se
convierten en obstáculos a la libertad cuando son tan intensas que minimizan la conciencia y
anulan la capacidad de razonar. Veamos a continuación, y en forma sintetizada, algunas de
esas situaciones:

La Violencia

Es una coacción que se ejerce desde el exterior. No puede nada sobre la voluntad, ya
que la voluntad es algo interior. Es un atentado a la libertad de los actos externos, no tiene
poder sobre el acto de voluntad. 97
Pero la turbación que es capaz de producir, puede disminuir la conciencia y la libertad
interior. Por ejemplo, el estupro. Generalmente las muchachas atracadas son obligadas a
materializar el acto sexual en una forma violenta, es decir, sin haberlo decidido. La presión
que se ejerce sobre ellas les impide optar por una cosa o la otra; su poder de elección ha sido
anulado. Esto significa que la violencia sólo se convierte en un obstáculo a la libertad cuando
es tan intensa que coloca a la persona en un callejón sin salida.

Miedo

Es una turbación interior causada por la amenaza de un mal inminente y difícil de


evitar. ¿En qué medida el miedo influye sobre el acto libre? Si es tan intenso que llega a
suprimir el uso de razón, suprime la libertad. Ahora bien, la responsabilidad del agente no
queda totalmente descartada, ya que habría que investigar si una resistencia inmediata podría
o no podría impedir que el miedo llegase a predominar hasta ese punto. Esto quiere decir que
solamente se convierte en un obstáculo cuando es tan fuerte que produce una turbación
interior capaz de anular la posibilidad de razonar. Generalmente esta turbación es causada por
situaciones muy embarazosas.

Ignorancia

La moralidad o inmoralidad de un acto está en estrecha relación con el grado de


conciencia que se tenga del mismo.

Todo lo que disminuye o aumenta el conocimiento de un acto disminuye o aumenta la


imputabilidad del mismo. La ignorancia implica ausencia de conocimiento. Sería injusto
imputar una acción a quien la haya realizado sin conocimiento. El ignorante no debe ser
condenado ni ética ni jurídicamente.

Clases de Ignorancia

1. Ignorancia Antecedente

Es la que procede al acto de la voluntad y no es voluntaria en modo alguno. La ignorancia no


ha sido querida. Es causa de un acto que no haría de voluntad. La libertad no está
comprometida. El acto no es imputable. Sería injusto atribuir responsabilidad a alguien que
materializara una acción sin saber que la misma encierra un acto de inmoralidad.

2. Ignorancia Concomitante

Es aquella en la que ignoro la naturaleza real del acto que ejecuto, pero si la conociera haría
este acto. El acto no es voluntario. Por no ser voluntario, no puede haber responsabilidad
alguna.
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3. Ignorancia Consiguiente

Es en sí misma voluntaria. Es querida directa o indirectamente. Ejemplo: quiero ignorar si es


falta o no hacer algo para poder pecar con más libertad. Por ser voluntaria, es imputable.

Los Trastornos Psiquiátricos

Una persona con trastornos mentales pierde el dominio del sí misma, por lo tanto, no
se le puede imputar ninguna acción. Los enfermos mentales no tienen la fuerza necesaria
para impedir materializar acciones que riñan con la moral. De ahí que sus actividades no sean
consideradas como morales o inmorales, ya que hay ausencia de libertad y de voluntad.

6.2 El Fin de los Actos Humanos y el Sentido de la Vida

Hemos estudiado el comportamiento humano en dos órdenes, por decirlo así: el de los
actos, tomados uno a uno, y el de la vida en su totalidad unitaria. El hombre hace sus actos y
se hace a sí mismo. ¿Qué relación hay entre uno y otro hacer? La respuesta ha sido ya
adelantada al decir que el hombre se hace a sí mismo a través de sus acciones. Pero es
menester ahora explicar, desarrollar esta respuesta.

Aristóteles y, en cierto modo, la escolástica, construyen el edificio del sistema ético en


torno a la idea del fin último. Hay una teleología general del universo en virtud de la cual –
es una afirmación metafísica – todas las cosas tiene un fin y tienden a él. En el hombre se da
un caso particular, si bien eminente, de este finalismo universal: todo cuanto él hace, lo hace
con vistas a un fin. La vida humana en cuanto comportamiento se concibe así como una
pirámide; hay actos que siempre se ejecutan por los otros: son los que están en la base de la
pirámide. Pero estos últimos tampoco se cumplen por sí mismos, sino, a su vez, por otros, y
así sucesivamente. La serie, sin embargo; no es infinita. En lo alto de la pirámide hay un bien,
y sólo uno, que nunca es tomado como medio, sino que, a la inversa, es aquél por el que todo
lo demás es hecho. Este fin estaría in intentione en el origen de toda nuestra actividad,
orientándola y dirigiéndola. Es el fin último, y como tal, el bien absoluto o supremo. Bien
absoluto, pero, en rigor, si se mantiene en toda su pureza la concepción finalista, más bien
único que supremo: los demás bienes sólo serían tales en cuanto a útiles para alcanzarle, es
decir, como medios para el fin y relativamente a él.

Un peligro amenaza a semejante concepción finalista, que estima la vida entera en


función exclusiva del fin. Es el peligro de reducir el valor de todos y cada uno de los actos a
su relación de adecuación o inadecuación, de acercamiento o apartamiento al fin último. La
razón de bondad de un acto consistirá, pura y simplemente, en su ordenación al fin, y se
agotaría en ella. La bondad y la maldad serían así extrínsecas a los actos, puesto que
únicamente dependerían de la relación con el fin, de que los actos conduzcan o no a él. El
finalismo riguroso es, éticamente considerado, utilitarismo: los actos son buenos o malos no
intrínsecamente, sino en tanto que medios adecuados o no para la consecución del fin último.
A este peligro que sustrae Aristóteles afirmando – más desde el punto de vista del sentido
común que desde el de su propia analítica – la existencia de ciertos actos que, aun siendo
realizados por el fin último, son también buenos por sí mismos. Y del mismo riesgo escapa la
escolástica mediante la mezcla con el finalismo de la moral de la ley natural, de tal modo que
habría entonces dos reglas de moralidad: una,99la regla suprema, que seguirá siendo, como
en Aristóteles, el fin último; y junto a ella, y puesto que la regla suprema no nos dicta lo que,
en concreto, hemos de hacer, y si tal acto es bueno o malo, una regla próxima que no es dada
en la ley natural.

El peligro opuesto existe también. Si renunciando a toda ordenación de unos actos a


otros tomamos cada uno aisladamente, para medir su valor intrínseco, hemos sorteado el
escollo anterior, pero al precio de perder de vista el sentido unitario de la vida, el valor de la
totalidad y el hecho de que un acto realza o aminora su valor según la relación en que se
encuentre con los demás. El resultado es la caída en una automatización de la vida moral. Es
el peligro que acecha a toda la ética pluralista de los valores, según la cual la moral consistiría
en la aprehensión del valor y en su realización en el acto correspondiente. Se incide así, como
ha visto Maritain, en una ética de carácter, por decirlo así, estético, por cuanto que en ninguna
parte como en la belleza aparece el valor, severamente, en sí mismo y por sí mismo. Pero,
evidentemente, la estructura del comportamiento moral tiene poco que ver con el esteticismo.

6.3 Estructura Interna del Acto Humano

Se afirmaba en el unidad III que el hombre es inexorablemente moral, en el sentido


primario de esta palabra, porque tiene que hacer su vida; y que este “quehacer” tiene, por
decirlo así, dos caras, una hacia fuera, el hacer cosas, y otra hacia dentro, el hacerse
simultáneamente a sí mismo.

Que el hombre tenga que hacer su vida significa, dicho negativamente, que ésta no le
es dada hecha. Una descripción, en términos operacionales, del comportamiento humano, en
contraste con el comportamiento animal, nos aclarará la distinción entre una vida como
faciendum y otra como factum.

El comportamiento vital, lo mismo del hombre que del animal, es desencadenado por
un estímulo. Este suscita una respuesta que, en caso del animal, viene unívocamente
determinada por el estímulo, en relación con la correspondiente estructura psicológica, y se
ajusta perfectamente a él. En el hombre, en cambio, no siempre es dada esta conexión directa,
esta “contigüidad”, como la llaman los conductistas, entre estímulo y respuesta. El organismo
humano, demasiado complicado, demasiado formalizado, no puede dar espontánea e
inmediatamente respuesta adecuada y queda en suspenso ante el estímulo, libre de él. Pero
esta situación es insostenible y el animal humano, para su viabilidad, necesita salir de ella.
¿Cómo? Mediante la inteligencia en el sentido de hacerse cargo de la situación, convertir el
estímulo en realidad estimulante y conferir al medio animal al carácter de mundo. La
respuesta al estímulo tiene que producirse también, claro está, en el caso del hombre, pero
ahora ya no le viene dada por el organismo, sino que ha de darla él. ¿De qué manera?. No
por contigüidad entre dos realidades, la realidad del estímulo y la realidad de la respuesta,
sino por introducción entre una y otra de la irrealidad o “variable intermedia” (por seguir
empleando el lenguaje conductista), que es la posibilidad” puesta en juego. Más ¿Qué
significa aquí “posibilidad?”. Significa que al dejar los estímulos de ser puramente tales para
cobrar el modo de ser de realidades, se han hecho susceptibles de servir a la inteligencia como
instancias, como recursos, como resistencias o apoyos, como facilidades o dificultades. Los
estímulos no determinan ya unívocamente nuestro comportamiento, sino que, en función de
nuestra inteligencia proyectiva, que inventa o100saca posibilidades de ellos, sirven al
hombre para el quehacer de sus actos. Ahora bien, las posibilidades, como “irreales” que son
aún, como inventadas por la inteligencia (aunque atenida a la realidad), son muchas (más o
menos, según se sea más o menos inteligente, y según sea más o menos abierta). Es por tanto
necesario elegir entre ellas.

El hombre prefiere, en cada caso, entre sus varios actos posibles, y lo hace eligiendo
previamente entre los varios proyectos imaginados. Estamos ante la segunda dimensión de la
libertad humana: libertad no ya meramente, como al principio, del engranaje estímulo
respuesta, sino libertad para preferir entre las diversas posibilidades de realidad.

Este proceso de preferencia o elección se repite a lo largo de la vida. Todos los actos
verdaderamente humanos (los actus humani de los escolásticos) son decididos de este modo;
y así acto tras acto, se va decidiendo, se va haciendo la vida entera. Las posibilidades
sucesivamente preferidas van siendo realizadas. Pero realizadas, ¿dónde? Por supuesto, en la
realidad exterior a mí, en el mundo. Pero también – ésta es la vertiente que aquí nos importa,
porque es la vertiente moral – en sí mismo, incorporadas a mi propia realidad. Si, por ejemplo,
mato a un hombre, en la realidad exterior a mí he introducido la modificación consistente en
destruir una vida, reduciéndola a cadáver. Pero en sí mismo también he introducido una
modificación: me he convertido irrevocablemente en homicida. La posibilidad del crimen ha
sido transformada por mí y para mí en realidad. Y repárese en que también esta incorporación
de posibilidades, igual que su elección, ocurre en cada acto y acto tras acto, ocurre una y otra
vez, siempre, a lo largo de la vida humana.

Llegados aquí se comprende el pleno sentido primario según el cual el hombre es


constitutivamente moral. El hombre es moral porque no se limita, como el animal, a dar la
respuesta predeterminada por el estímulo y su disposición biológica, sino que es responsable
de cada uno de sus actos. Y es responsable porque los proyecta y realiza libremente; pero con
una paradójica libertad necesaria porque, según vio ya Ortega, somos “a la fuerza libres”. Esta
realidad constitutivamente moral, esta moral como estructura, no consiste únicamente en el
“quehacer” o ir haciendo libremente mi vida, sino también – lo acabamos de ver – en mi vida
tal como va quedando hecha; en la incorporación o apropiación de las posibilidades elegidas.
Lo moral resulta ser así, visto a posteroiori, una “segunda naturaleza”, como decía Aristóteles,
es decir, una auténtica realidad: el ethos, carácter o personalidad moral que he adquirido
viviendo.

Hemos expuesto el concepto de la moral como estructura siguiendo metódicamente a


Xavier Zubiri. Pero no hay duda de que estas tres ideas de Ortega, la de la forzosidad de ser
libre, la de la vida como invención y quehacer y, en fin, la de que la moral no es un añadido u
ornamento, sino el ser mismo del hombre, estaba anticipado casi todo lo que acabamos de
decir. Lo cual, por otra parte, sólo aparentemente rompe con la tradición escolástica. A ella no
pertenece de ninguna manera el uso de la palabra “inmoral”, que no existía en latín y es de
invención reciente. Al contrario, los escolásticos reconocían, como previa a la especialización
de los actos en buenos y malos, en género moral o moralistas in genere, que abarca todos los
actos humanos, a diferencia de los procesos naturales, que pertenecen al genus natural. De lo
que se trata ahora es simplemente – y siguiendo el precedente insinuado en la obra de algunos
de los grandes escolásticos jesuitas españoles – de transportar esta distinción desde el plano
meramente lógico al plano antropológico. Si se reconoce que el hombre persigue
inexorablemente el bien, ¿por qué no advertir, paralelamente a la analogía del concepto de
bien, la analogía del concepto de moral? El101hombre es siempre, es en cuanto tal
inexorablemente moral, en el sentido de la moral como estructura, aun cuando ciertamente
pueda no serlo – es decir, pueda ser inmoral”.

6.4 El Acto Humano desde el Punto de Vista Socio-cultural

Hemos visto en el apartado anterior cómo procede, cómo tiene que proceder el hombre,
a diferencia del animal, para salir de una situación determinada: eligiendo, entre las varias
posibilidades que sea capaz de inventar, la que va a ejecutar. Pero ya adelantábamos al
principio que los actos humanos no siempre tienen este carácter tan absolutamente original.
Las situaciones humanas, aunque irrepetibles y únicas, presentan entre sí semejanzas. Otros
hombres, antes que yo, se vieron en una situación parecida a la mía. Si yo sé de antemano lo
que hicieron en aquella circunstancia, puedo echar mano de su respuesta, sin necesidad de
inventarla por mí mismo. Ahora bien, la cultura consiste precisamente en el repertorio total
de respuestas a la vida. Las nuevas respuestas, cuando poseen suficiente importancia, son
objetivadas e incorporadas a ese acervo cultural. Surgen así pautas o patrones de
comportamiento. Estos patrones, cuando no se refieren al mero hacer técnico (facere), sino al
“quehacer” (agüere) o hacerse a sí mismo, se denominan “reglas morales”. Desde esa
perspectiva se advierte en seguida, dicho sea simplemente de pasada, la exageración en que
consiste la llamada “ética de la situación”. Para que el hombre tuviese que inventar, en cada
situación y por sí solo, la respuesta que ha de dar, sería necesario concebirle siempre como un
primer hombre, solidario y cultural. De lo contrario es menester reconocer de antemano,
elementos de respuesta, que les han sido proporcionados por la sociedad en que vive (cultura
como formación y como información). Estos elementos de respuesta o pautas de
comportamiento, de ninguna manera despojan al acto de su carácter verdaderamente humano
(actus humanus, a diferencia del actus hominis, semejante a los de los animales). En primer
lugar, porque la cultura es peculiaridad humana: una cultura no es un sistema de “reflejos”,
sino “ver” y “sentir” la realidad, que toma cuerpo en un conjunto unitario de prácticas,
saberes y mores establecidos. Y en segundo lugar, porque la existencia de pautas nunca
elimina totalmente el momento de elección; siempre habrá que elegir entre diversas pautas
observables o, al menos, entre seguirlas o no, es decir, entre adaptarse a la sociedad o
constituirse en inconformista y rebelde frente a ella.

Lo que nos importa ahora subrayar es que, paralelamente a la moral como estructura
en el sentido antropológico, hay que hablar también de una moral como estructura en sentido
socio-cultural. Pues es verdad que nos hacemos a nosotros mismos, pero también lo es que la
sociedad en que vivimos y el mundo histórico-cultural a que pertenecemos condicionan, en
muchos casos decisivamente, nuestro quehacer y en definitiva nuestro ser moral y, por tanto,
en buena medida – que no nos exime nunca completamente de responsabilidad individual –
nos hacen. Y esto tanto positiva como negativamente, tanto brindándonos posibilidades
reales, que por nosotros solos nunca podríamos haber alcanzado, como cercenándonos otras, y
dejándolas reducidas a proyectos irrealizables, a meros ensueños o castillos en el aire. Por otra
parte, sin la cultura que hemos recibido – y no inventado – no habríamos podido llegar a ser
lo que somos. Pero, por otra, la cultura constituye un marco o cauce del que no es fácil salir:
muchos hombres, especialmente los que viven dentro de un medio cultural primitivo o
anacrónico, respiran una “moral cerrada”, como decía Bergson, y su libertad para hacerse a sí
mismos es más formal que real. Y en el orden social ocurre lo mismo que en el cultural. (En
realidad, sólo por abstracción pueden102distinguirse el uno del otro). Las
posibilidades reales y no meramente nominales, las oportunidades, como suele decirse, que la
sociedad da a los diferentes hombres son o suelen ser atrozmente desiguales.

Bajo la apariencia de unas pautas de comportamiento, unos mores y unos “derechos”


comunes a todos, hay en la sociedad una gran heterogeneidad, grupos, clases enteras
oprimidos o marginados, individuos de cuya inadaptación y asociabilidad no son ellos los
principales ni mucho menos los únicos responsables. ¿Cuántos campesinos, cuántos obreros
han elegido de verdad ser obreros o campesinos? ¿Y acaso ningún delincuente ha sido
condenado por actos a lo que se ha visto, de una manera o de otra, “empujado” por la misma
sociedad que lo condena?

Para bien o para mal, el hombre sólo en una medida limitada, sólo hasta cierto punto
se hace a sí mismo. En buena parte es hecho por la cultura y por la sociedad a que pertenece.
La moral social, ya lo estamos viendo, no es un simple aditamento o una mera aplicación de
la moral individual. Es cierto que no debe caerse tampoco en el extremo opuesto de reducir la
moral a un capítulo de la sociología. Pero se debe advertir que la moral es social desde la raíz
misma. Es lo que hemos intentado hacer ver al poner de manifiesto esta segunda vertiente de
la moral como estructura.

6.5 La Imputabilidad del Acto Humano

En un curso de la Ética Profesional no podemos prescindir de la teoría de la


imputabilidad jurídica del mismo, de los valores fundamentales conocidas por todos con el
nombre de derecho y de deber, que por necesidad juegan un papel importantísimo en la
relaciones humanas de todo profesional.

La idea fundamental que esta palabra encierra no es otra cosa que la atribución de una
acción a alguien como autor libre de ella. Se imputa una acción a aquél que la ha realizado
con conciencia plena y en el uso total de su libertad.

Como se ve, la imputabilidad entraña en sí los mismos elementos que hemos visto
entrar en la composición del acto humano: el conocimiento y libertad. O lo que es igual, la
conciencia de lo que se hace y la liberación de todo condicionamiento.

La palabra imputabilidad es sinónimo de “conciencia” o de “responsabilidad”. Todos


tenemos la obligación de rendir cuenta de los propios actos delante del tribunal competente.

Cuando el tribunal es la propia conciencia, tenemos la responsabilidad moral. Cuando


el tribunal es el poder público, tenemos la responsabilidad legal; que a su vez es civil o penal,
según se trata de responder de los actos comunes del ciudadano, o el daño inferido que
requiere indemnización por la violación de las leyes.

103
RESUMEN

No todos los actos que realiza el ser humano implican responsabilidad. Sólo somos
responsables de aquellos actos que realizamos libre y voluntariamente.

Un acto es voluntario cuando lo deseamos o queremos. Por eso, se dice, con razón, que
la voluntad es un apetito de la razón.

En donde el ser humano no actúa libremente, allí no puede darse lo moral o la


moralidad. La libertad es aquella condición del acto humano por virtud de la cual el
individuo es dueño de su hacer o de su dejar de hacer.

La moral es un valor que resulta del ejercicio de la libertad, la cual es un poder de


autodeterminación orientado hacia el bien.

El tema de la libertad tiene una decisiva importancia en la ética, ya que sin ella esta
disciplina es prácticamente imposible.

Los deterministas niegan la libertad del ser humano. Arguyen que su comportamiento
está rigurosamente predeterminado.

Las consecuencias del determinismo en la ética son peligrosas, pues si todo está
determinado, entonces la responsabilidad moral, el control de los actos quedan
anulados, no son posibles; no hay culpa ni mérito alguno en el individuo que no puede
dejar de hacer lo que hace.

La libertad es la fuente de donde surgen todas las significaciones y todos los valores del
ser humano. No pertenece en el mismo grado a todas las personas.

La libertad no es un bien humano estrictamente individual. La lucha por la liberación


colectiva es un imperioso deber moral.

El concepto de libertad es inseparable del concepto de responsabilidad. Sólo un ser


dueño al menos parcialmente de sus deseos y de sus actos, puede ser considerado
como responsable, y el grado de su responsabilidad es estrictamente proporcional al
grado de su libertad.

La libertad humana es una exigencia de la naturaleza. Es un hecho natural. No es un


derecho que regala la constitución del país, ni un privilegio de los estados
democráticos. Somos libres, porque somos seres humanos.

La libertad es, después de la vida, el más fundamental de los derechos humanos.


104
La libertad puede verse desde distintos puntos de vista: psicológico, antropológico,
teológico y sociológico.

Nadie se merece su libertad social, si no usa bien de su libertad personal.

Cuando la capacidad de elegir queda limitada por la verdad, la dignidad humana no


sufre menoscabo. Pero cuando queda limitada por los bajos instintos, sí sufre
menoscabo.

La dignidad humana consiste en obedecer a la propia conciencia. Quien no obedece a


su propia conciencia es persona indigna.

Existen situaciones que, por su complejidad e intensidad, pueden anular la posibilidad


de que un acto sea imputable. Como, por ejemplo, un miedo intenso.

Todo lo que el ser humano hace, según Aristóteles y, en cierto modo, la escolástica, lo
hace con vistas a un fin.

El ser humano es moral porque no se limita, como el animal, a dar respuesta


predeterminada por el estímulo y su disposición biológica, sino que es responsable de
cada uno de sus actos.

Es verdad que nos hacemos a nosotros mismos, pero también es verdad que la sociedad
en que vivimos nos condiciona en nuestro quehacer.

105
ACTIVIDADES SUGERIDAS

a) Analiza y comenta el siguiente fragmento de un texto que escribió Simone de


Beauvoir respecto al problema de la libertad:

“Lo propio de toda moral es considerar la vida humana como una parte que puede ganarse o
perderse, y enseñar al hombre el medio de ganarla…La libertad es la fuente de donde surgen
todas las significaciones y todos los valores del hombre”.

b) Con apoyo de otros textos, elabora un resumen sobre la postura del determinismo
respecto a los actos humanos. Escribe tu posición personal al respecto.

c) Caracteriza en un resumen los obstáculos a la libertad y especifica cuándo


realmente anulan responsabilidades.

d) Elabora un resumen sobre la estructura interna de los actos.

106
PREGUNTAS PARA EL REPASO

1. ¿Ameritan todos los actos ser considerados como propios y específicos del ser
humano? ¿Por qué?

2. ¿Cuáles, dentro de los actos que realiza el ser humano, implican responsabilidad?

3. ¿Cuándo un acto es voluntario?

4. ¿Qué es la libertad?

5. ¿Cuál es la posición de los deterministas respecto a los actos humanos?

6. ¿Pertenece el poder de liberación a todos los seres humanos en el mismo grado?


Explique.

7. ¿Por qué se dice que la noción de libertad es inseparablemente de la noción de


responsabilidad?

8. ¿Cuáles son los principales obstáculos a la libertad?

9. ¿Qué diferencia existe entre los actos realizados por las personas y los que realizan los
demás animales?

10. ¿Cuál es la idea fundamental que encierra la palabra imputabilidad?

107
EJERCICIO DE AUTOEVALUACIÓN

a) Escriba verdadero o falso

1. Todos los actos que las personas realizan implican responsabilidad.______

2. Para poder evaluar el aspecto moral de una acción se requiere haberla realizado
voluntariamente y libre de todo obstáculo._______

3. En donde el ser humano no actúa libremente, allí puede darse lo moral o la


moralidad.________

4. La moral es un valor que resulta del ejercicio de la libertad.______

5. El poder de liberación pertenece en el mismo grado a todos los seres humanos.________

6. La libertad es un derecho que regala la constitución de un país determinado, un privilegio


de los actos democráticos.______

7. Nadie se merece su libertad social, si no usa bien de su libertad personal.______

8. Siempre que alguien elige el camino del mal, se degenera._______

9. Se puede responsabilizar a alguien de un hecho sin que lo haya realizado libre y


voluntariamente.______

10. Todos tenemos la obligación de rendir cuenta de los propios actos delante de un tribunal
competente._______

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BIBLIOGRAFÍA

1. Antonio Peinados Navarro. Moral Profesional. Madrid, 1962.

2. Arthur Freodolin Utz. Manual de Ética. ED. Herder, Barcelona, 1972.

3. José Luis Aranguren. Ética. Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1979.

4. John Hospers. La Conducta Humana. ED. Tecnos, S. A., Madrid, 1964.

5. Rene Le Senne. Tratado de Moral General. ED. Gredos, S. A., Madrid, 1973.

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