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Objetivos de la Unidad
Conocerá los elementos que se requieren para poder valorar el aspecto moral de los
actos humanos.
Conocerá cuáles, dentro de los actos que realiza el ser humano, implican
responsabilidad.
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Los Actos Humanos
Para que una acción sea calificada como propia y específica del hombre, tiene que
haber sido realizada libre y voluntariamente. El acto es voluntario cuando procede del
principio activo intrínseco: la voluntad. La voluntad es un apetito de la razón; es una
inclinación del ser hacia el bien; es una tendencia iluminada por la inteligencia cuyo objeto
principal es el bien considerado en su universalidad. Esto significa que un acto sólo puede
ser atribuido a alguien cuando lo ha deseado. De ahí que para evaluar el aspecto moral de
una actividad se requiere haberla realizado voluntariamente y libre de todo obstáculo. Sobre
este último aspecto, Peinado Navarro escribe, con razón, lo siguiente: “En donde el hombre
no actúa libremente, allí no puede darse lo moral o la moralidad. La libertad es aquella
condición del acto humano por virtud de la cual es el hombre dueño de su hacer o de su dejar
de hacer”. (Moral Profesional, Pág. 14).
De aquí se deduce que la moral es, en el hombre, un valor que resulta del ejercicio de
la libertad, la cual es un poder de autodeterminación orientado hacia el bien; tiene sus raíces
en la razón, pues la razón es capaz de aprehender el bien como universal y los bienes
particulares como particulares.
Como se puede observar, la moralidad de los actos humanos está en estrecha relación
con el problema de la libertad. Aunque, a través de la historia, han existido personas capaces
de negar la libertad del hombre. Por ejemplo, los deterministas, quienes afirman que el
hombre no es dueño de sus actos, puesto que su comportamiento está rigurosamente
predeterminado. Si esto fuese cierto, ya podríamos imaginar el caos que se
produciría tanto a nivel ético como a nivel91religioso. En cuanto a lo ético, no habría
distinción entre el bien y el mal; la palabra responsabilidad no significaría nada concreto. En
cuanto a lo religioso, Dios sería un injusto.
Nos solidarizamos totalmente con esta posición, pues, al igual que muchas personas,
consideramos que la libertad es un don inapreciable. Tan inapreciable que nos atrevemos a
afirmar que el hombre no es hombre sino a partir del momento y en la medida en que se
siente libre. No se trata, por supuesto, de una libertad absoluta, a la que nada limita o
condiciona. Por libres que nos creamos debemos contar con los límites que nos imponen las
condiciones culturales, económicas y sociales de la época en que vivimos.
La obligación moral y la realización del acto moral no pueden ser realizados sin
presuponer la libertad.
El tema de la libertad tiene una decisiva importancia en la ética, ya que sin ella esta
disciplina es prácticamente imposible. Si no es factible hablar de libertad, entonces la moral
queda anulada, y lo mismo puede decirse de una ciencia, como la ética, encargada de
reflexionar sobre ella. La libertad es la conditio sine qua non de la ética, esto es, su
condición de posibilidad.
Determinismo
El determinismo parte del principio de que todos los acontecimientos están causados,
tienen un antecedente. Según el determinismo los mundos natural y humano están regidos
por el principio de causalidad (a toda causa corresponde necesariamente un efecto). Un
acontecimiento es un cambio o persistencia del estado o posición; estar causado significa que
los acontecimientos están de tal manera conectados con algún acontecimiento precedente,
que, si éste no hubiera ocurrido, aquél tampoco habría sucedido. El determinismo es, pues,
la teoría de que cada acontecimiento A está tan íntimamente conectado con un
acontecimiento posterior B que, necesariamente debe ocurrir B.
A finales del siglo pasado y comienzos del actual, con el desarrollo de la psicología y
la sociología, el determinismo se manifiesta en el ámbito de lo humano. Así, el psicólogo
estadounidense B. F. Skinner escribe una obra con el título: Más allá de la libertad y la
dignidad, donde sostiene que “el comportamiento de una persona está determinado por la
dote hereditaria y por circunstancias ambientales”, de tal manera que no es el individuo,
sino el medio, el responsable del comportamiento humano. Según Skinner es posible reducir
el comportamiento a un mecanismo susceptible de control.
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Las consecuencias del determinismo en la ética son peligrosas, pues si, como acaba de
verse, todo está determinado, entonces la responsabilidad moral, el control de los actos
quedan anulados, no son posibles; no hay culpa ni mérito alguno en el individuo que no
puede dejar de hacer lo que hace. Si se acepta plenamente la teoría determinista en la ética,
entonces el individuo no actúa responsablemente.
Indeterminismo
Fatalismo
Más radical que el determinismo es el fatalismo; esta doctrina afirma que en definitiva
el hombre no es libre, puesto que su comportamiento está descrito de antemano por un destino.
Los griegos llamaban Moira al destino inexorable, que mueve la voluntad de los hombres
como si éstos fueran títeres movidos al capricho de los dioses o del hado.
Según el fatalismo, el destino que nos ha dado nuestro propio ser y nuestra propia
condición humana nos ha hecho tales, de este modo, que, siendo humanos, nos felicitamos de
nuestras ventajas, que tomamos por realizaciones nuestras; nos quejamos de las fallas del
mundo, que designamos como nuestra mala fortuna, y apenas pensamos en el destino, que
dispensa arbitrariamente tanto lo uno como lo otro.
La libertad es una facultad que tiene todo ser humano por su propia esencia. Es un
hecho natural.
No es “un derecho, que le regala la Constitución del país”, ni “un privilegio de los
estados democráticos”. Uno es libre, porque es “hombre; porque es mujer. Nadie, ni Estado
mismo, puede en justicia privarle a un hombre de su derecho”.
Pero para que alguien pueda gozar de libertad social, es preciso que use rectamente de
su libertad desde el punto de vista antropológico. Para que a alguien se le trate como persona
hace falta que se comporte como gente.
Nadie se merece su libertad social, si no usa bien de su libertad personal. El que usa
mal de su libertad personal, pierde el derecho a su libertad social.
Siempre que alguien elige el camino del mal, se está degradando, se está
deshumanizando, se está degenerando, se está embruteciendo.
Cuando la capacidad de elegir (es decir, la libertad) queda limitada por la verdad, la
dignidad humana no sufre menoscabo. Yo no soy menos hombre por reconocer que dos y
dos son cuatro ni que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los
catetos.
Pero cuando la capacidad de elegir queda limitada por los bajos instintos, la dignidad
humana sí sufre menoscabo. Yo soy menos hombre si me dejo esclavizar por el alcohol, la
droga, el juego, el sexo, la ambición o la codicia.
“La conciencia (dice el Concilio Vaticano II) es el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, quien hace resonar su voz en el recinto más
íntimo de aquélla”.
“Esa voz que resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole
que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello”.
“La dignidad humana (volvemos al96Concilio), requiere, por tanto, que el hombre
actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna
personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El
hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones,
tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con
eficacia y esfuerzo crecientes”.
“Un hombre de Estado puede emprender una reforma radical en la vida económica de
su país y fracasar en su intento, por causas imprevistas. Aquí, manifiestamente, hubo un acto
volitivo, indiscutible libertad de opción, y, sin embargo, faltó la libertad de obrar, la
posibilidad de sacar avante sus ideas de política económica”
Tanto la libertad de querer (voluntad) como la libertad de actuar (tener los medios
necesarios para llevar a cabo nuestra acción) pueden encontrar severos obstáculos a su paso.
Como lo vio Aristóteles, las acciones libres o voluntarias son aquellas que son
producidas sin coacción alguna; coartar significan estorbar, limitar o impedir la libertad de
alguien. Las coacciones que limitan u obstaculizan la libertad pueden ser internas o
psicológicas (temores, deseos irresistibles, pasiones, etc.). Por ejemplo, la falta de voluntad
para abandonar un hábito o un vicio, como dejar de fumar o de beber, o, simplemente de
vencer la apatía para realizar una empresa que se considera valiosa. “Querer es poder”, reza
el refrán. Pero también pueden ser externas, como aquellas presiones provenientes de agentes
externos a la voluntad, tales como amenazas, castigos, chantajes o toda suerte de factores
circunstanciales que obstaculizan de diversas maneras el actuar humano, factores que, como
se dice, nos obligan a “actuar en contra de nuestra voluntad”. “Si un tirano nos fuerza – dice
Aristóteles – a cometer un acto malo (por ejemplo asesinar a nuestro vecino) amenazándonos
con represalias (por ejemplo con la muerte de un hijo nuestro) en caso de que no le
obedezcamos, estamos entonces obligados a hacer algo involuntariamente (porque no
queríamos hacerlo) y a la vez voluntariamente (porque hemos elegido, a pesar de todo,
hacerlo).
Son muchas las situaciones que se presentan en la vida cotidiana y que, de una
manera u otra, pueden anular la posibilidad de establecer responsabilidades. Las mismas se
convierten en obstáculos a la libertad cuando son tan intensas que minimizan la conciencia y
anulan la capacidad de razonar. Veamos a continuación, y en forma sintetizada, algunas de
esas situaciones:
La Violencia
Es una coacción que se ejerce desde el exterior. No puede nada sobre la voluntad, ya
que la voluntad es algo interior. Es un atentado a la libertad de los actos externos, no tiene
poder sobre el acto de voluntad. 97
Pero la turbación que es capaz de producir, puede disminuir la conciencia y la libertad
interior. Por ejemplo, el estupro. Generalmente las muchachas atracadas son obligadas a
materializar el acto sexual en una forma violenta, es decir, sin haberlo decidido. La presión
que se ejerce sobre ellas les impide optar por una cosa o la otra; su poder de elección ha sido
anulado. Esto significa que la violencia sólo se convierte en un obstáculo a la libertad cuando
es tan intensa que coloca a la persona en un callejón sin salida.
Miedo
Ignorancia
Clases de Ignorancia
1. Ignorancia Antecedente
2. Ignorancia Concomitante
Es aquella en la que ignoro la naturaleza real del acto que ejecuto, pero si la conociera haría
este acto. El acto no es voluntario. Por no ser voluntario, no puede haber responsabilidad
alguna.
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3. Ignorancia Consiguiente
Una persona con trastornos mentales pierde el dominio del sí misma, por lo tanto, no
se le puede imputar ninguna acción. Los enfermos mentales no tienen la fuerza necesaria
para impedir materializar acciones que riñan con la moral. De ahí que sus actividades no sean
consideradas como morales o inmorales, ya que hay ausencia de libertad y de voluntad.
Hemos estudiado el comportamiento humano en dos órdenes, por decirlo así: el de los
actos, tomados uno a uno, y el de la vida en su totalidad unitaria. El hombre hace sus actos y
se hace a sí mismo. ¿Qué relación hay entre uno y otro hacer? La respuesta ha sido ya
adelantada al decir que el hombre se hace a sí mismo a través de sus acciones. Pero es
menester ahora explicar, desarrollar esta respuesta.
Que el hombre tenga que hacer su vida significa, dicho negativamente, que ésta no le
es dada hecha. Una descripción, en términos operacionales, del comportamiento humano, en
contraste con el comportamiento animal, nos aclarará la distinción entre una vida como
faciendum y otra como factum.
El comportamiento vital, lo mismo del hombre que del animal, es desencadenado por
un estímulo. Este suscita una respuesta que, en caso del animal, viene unívocamente
determinada por el estímulo, en relación con la correspondiente estructura psicológica, y se
ajusta perfectamente a él. En el hombre, en cambio, no siempre es dada esta conexión directa,
esta “contigüidad”, como la llaman los conductistas, entre estímulo y respuesta. El organismo
humano, demasiado complicado, demasiado formalizado, no puede dar espontánea e
inmediatamente respuesta adecuada y queda en suspenso ante el estímulo, libre de él. Pero
esta situación es insostenible y el animal humano, para su viabilidad, necesita salir de ella.
¿Cómo? Mediante la inteligencia en el sentido de hacerse cargo de la situación, convertir el
estímulo en realidad estimulante y conferir al medio animal al carácter de mundo. La
respuesta al estímulo tiene que producirse también, claro está, en el caso del hombre, pero
ahora ya no le viene dada por el organismo, sino que ha de darla él. ¿De qué manera?. No
por contigüidad entre dos realidades, la realidad del estímulo y la realidad de la respuesta,
sino por introducción entre una y otra de la irrealidad o “variable intermedia” (por seguir
empleando el lenguaje conductista), que es la posibilidad” puesta en juego. Más ¿Qué
significa aquí “posibilidad?”. Significa que al dejar los estímulos de ser puramente tales para
cobrar el modo de ser de realidades, se han hecho susceptibles de servir a la inteligencia como
instancias, como recursos, como resistencias o apoyos, como facilidades o dificultades. Los
estímulos no determinan ya unívocamente nuestro comportamiento, sino que, en función de
nuestra inteligencia proyectiva, que inventa o100saca posibilidades de ellos, sirven al
hombre para el quehacer de sus actos. Ahora bien, las posibilidades, como “irreales” que son
aún, como inventadas por la inteligencia (aunque atenida a la realidad), son muchas (más o
menos, según se sea más o menos inteligente, y según sea más o menos abierta). Es por tanto
necesario elegir entre ellas.
El hombre prefiere, en cada caso, entre sus varios actos posibles, y lo hace eligiendo
previamente entre los varios proyectos imaginados. Estamos ante la segunda dimensión de la
libertad humana: libertad no ya meramente, como al principio, del engranaje estímulo
respuesta, sino libertad para preferir entre las diversas posibilidades de realidad.
Este proceso de preferencia o elección se repite a lo largo de la vida. Todos los actos
verdaderamente humanos (los actus humani de los escolásticos) son decididos de este modo;
y así acto tras acto, se va decidiendo, se va haciendo la vida entera. Las posibilidades
sucesivamente preferidas van siendo realizadas. Pero realizadas, ¿dónde? Por supuesto, en la
realidad exterior a mí, en el mundo. Pero también – ésta es la vertiente que aquí nos importa,
porque es la vertiente moral – en sí mismo, incorporadas a mi propia realidad. Si, por ejemplo,
mato a un hombre, en la realidad exterior a mí he introducido la modificación consistente en
destruir una vida, reduciéndola a cadáver. Pero en sí mismo también he introducido una
modificación: me he convertido irrevocablemente en homicida. La posibilidad del crimen ha
sido transformada por mí y para mí en realidad. Y repárese en que también esta incorporación
de posibilidades, igual que su elección, ocurre en cada acto y acto tras acto, ocurre una y otra
vez, siempre, a lo largo de la vida humana.
Hemos visto en el apartado anterior cómo procede, cómo tiene que proceder el hombre,
a diferencia del animal, para salir de una situación determinada: eligiendo, entre las varias
posibilidades que sea capaz de inventar, la que va a ejecutar. Pero ya adelantábamos al
principio que los actos humanos no siempre tienen este carácter tan absolutamente original.
Las situaciones humanas, aunque irrepetibles y únicas, presentan entre sí semejanzas. Otros
hombres, antes que yo, se vieron en una situación parecida a la mía. Si yo sé de antemano lo
que hicieron en aquella circunstancia, puedo echar mano de su respuesta, sin necesidad de
inventarla por mí mismo. Ahora bien, la cultura consiste precisamente en el repertorio total
de respuestas a la vida. Las nuevas respuestas, cuando poseen suficiente importancia, son
objetivadas e incorporadas a ese acervo cultural. Surgen así pautas o patrones de
comportamiento. Estos patrones, cuando no se refieren al mero hacer técnico (facere), sino al
“quehacer” (agüere) o hacerse a sí mismo, se denominan “reglas morales”. Desde esa
perspectiva se advierte en seguida, dicho sea simplemente de pasada, la exageración en que
consiste la llamada “ética de la situación”. Para que el hombre tuviese que inventar, en cada
situación y por sí solo, la respuesta que ha de dar, sería necesario concebirle siempre como un
primer hombre, solidario y cultural. De lo contrario es menester reconocer de antemano,
elementos de respuesta, que les han sido proporcionados por la sociedad en que vive (cultura
como formación y como información). Estos elementos de respuesta o pautas de
comportamiento, de ninguna manera despojan al acto de su carácter verdaderamente humano
(actus humanus, a diferencia del actus hominis, semejante a los de los animales). En primer
lugar, porque la cultura es peculiaridad humana: una cultura no es un sistema de “reflejos”,
sino “ver” y “sentir” la realidad, que toma cuerpo en un conjunto unitario de prácticas,
saberes y mores establecidos. Y en segundo lugar, porque la existencia de pautas nunca
elimina totalmente el momento de elección; siempre habrá que elegir entre diversas pautas
observables o, al menos, entre seguirlas o no, es decir, entre adaptarse a la sociedad o
constituirse en inconformista y rebelde frente a ella.
Lo que nos importa ahora subrayar es que, paralelamente a la moral como estructura
en el sentido antropológico, hay que hablar también de una moral como estructura en sentido
socio-cultural. Pues es verdad que nos hacemos a nosotros mismos, pero también lo es que la
sociedad en que vivimos y el mundo histórico-cultural a que pertenecemos condicionan, en
muchos casos decisivamente, nuestro quehacer y en definitiva nuestro ser moral y, por tanto,
en buena medida – que no nos exime nunca completamente de responsabilidad individual –
nos hacen. Y esto tanto positiva como negativamente, tanto brindándonos posibilidades
reales, que por nosotros solos nunca podríamos haber alcanzado, como cercenándonos otras, y
dejándolas reducidas a proyectos irrealizables, a meros ensueños o castillos en el aire. Por otra
parte, sin la cultura que hemos recibido – y no inventado – no habríamos podido llegar a ser
lo que somos. Pero, por otra, la cultura constituye un marco o cauce del que no es fácil salir:
muchos hombres, especialmente los que viven dentro de un medio cultural primitivo o
anacrónico, respiran una “moral cerrada”, como decía Bergson, y su libertad para hacerse a sí
mismos es más formal que real. Y en el orden social ocurre lo mismo que en el cultural. (En
realidad, sólo por abstracción pueden102distinguirse el uno del otro). Las
posibilidades reales y no meramente nominales, las oportunidades, como suele decirse, que la
sociedad da a los diferentes hombres son o suelen ser atrozmente desiguales.
Para bien o para mal, el hombre sólo en una medida limitada, sólo hasta cierto punto
se hace a sí mismo. En buena parte es hecho por la cultura y por la sociedad a que pertenece.
La moral social, ya lo estamos viendo, no es un simple aditamento o una mera aplicación de
la moral individual. Es cierto que no debe caerse tampoco en el extremo opuesto de reducir la
moral a un capítulo de la sociología. Pero se debe advertir que la moral es social desde la raíz
misma. Es lo que hemos intentado hacer ver al poner de manifiesto esta segunda vertiente de
la moral como estructura.
La idea fundamental que esta palabra encierra no es otra cosa que la atribución de una
acción a alguien como autor libre de ella. Se imputa una acción a aquél que la ha realizado
con conciencia plena y en el uso total de su libertad.
Como se ve, la imputabilidad entraña en sí los mismos elementos que hemos visto
entrar en la composición del acto humano: el conocimiento y libertad. O lo que es igual, la
conciencia de lo que se hace y la liberación de todo condicionamiento.
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RESUMEN
No todos los actos que realiza el ser humano implican responsabilidad. Sólo somos
responsables de aquellos actos que realizamos libre y voluntariamente.
Un acto es voluntario cuando lo deseamos o queremos. Por eso, se dice, con razón, que
la voluntad es un apetito de la razón.
El tema de la libertad tiene una decisiva importancia en la ética, ya que sin ella esta
disciplina es prácticamente imposible.
Los deterministas niegan la libertad del ser humano. Arguyen que su comportamiento
está rigurosamente predeterminado.
Las consecuencias del determinismo en la ética son peligrosas, pues si todo está
determinado, entonces la responsabilidad moral, el control de los actos quedan
anulados, no son posibles; no hay culpa ni mérito alguno en el individuo que no puede
dejar de hacer lo que hace.
La libertad es la fuente de donde surgen todas las significaciones y todos los valores del
ser humano. No pertenece en el mismo grado a todas las personas.
Todo lo que el ser humano hace, según Aristóteles y, en cierto modo, la escolástica, lo
hace con vistas a un fin.
Es verdad que nos hacemos a nosotros mismos, pero también es verdad que la sociedad
en que vivimos nos condiciona en nuestro quehacer.
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ACTIVIDADES SUGERIDAS
“Lo propio de toda moral es considerar la vida humana como una parte que puede ganarse o
perderse, y enseñar al hombre el medio de ganarla…La libertad es la fuente de donde surgen
todas las significaciones y todos los valores del hombre”.
b) Con apoyo de otros textos, elabora un resumen sobre la postura del determinismo
respecto a los actos humanos. Escribe tu posición personal al respecto.
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PREGUNTAS PARA EL REPASO
1. ¿Ameritan todos los actos ser considerados como propios y específicos del ser
humano? ¿Por qué?
2. ¿Cuáles, dentro de los actos que realiza el ser humano, implican responsabilidad?
4. ¿Qué es la libertad?
9. ¿Qué diferencia existe entre los actos realizados por las personas y los que realizan los
demás animales?
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EJERCICIO DE AUTOEVALUACIÓN
2. Para poder evaluar el aspecto moral de una acción se requiere haberla realizado
voluntariamente y libre de todo obstáculo._______
10. Todos tenemos la obligación de rendir cuenta de los propios actos delante de un tribunal
competente._______
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BIBLIOGRAFÍA
5. Rene Le Senne. Tratado de Moral General. ED. Gredos, S. A., Madrid, 1973.
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