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II República Definitivo
II República Definitivo
INTRODUCCIÓN
La Segunda República española (1931-36) representa la mayor experiencia
democrática de la Historia de España hasta entonces y una apuesta decidida por la
modernización del país. El ambicioso plan de reformas de inspiración regeneracionista
puesto en marcha con tal fin hubo de enfrentarse, sin embargo, a obstáculos muy
poderosos. Las tensiones derivadas de ello desembocaron en la Guerra Civil (1936-39).
Fue, no obstante, la más democrática que España había tenido, arbitrando incluso
mecanismos de democracia directa como el plebiscito o la iniciativa popular para el
referéndum. Junto a ello, la mayoría de izquierdas impuso una única cámara
parlamentaria -Congreso de los Diputados- como expresión directa de la voluntad
popular, que no sufriría, de ese modo, los recortes ulteriores de un Senado, que,
contra los deseos de las derechas, ahora desaparece. Cortes unicamerales que,
además de sus funciones legislativas y presupuestarias, ejercerían un control efectivo
sobre el Ejecutivo mediante mociones de censura o de confianza, e incluso
destituyendo al Jefe del Estado, como le ocurrió a Alcalá Zamora en 1936. En virtud de
este espíritu ultrademocrático, hay quien ha observado cierta debilidad del Poder
Ejecutivo, del Presidente de la República –elegido por seis años-, frente al Legislativo.
Pese al inicial intento de definir a España como “República de trabajadores”, al
entender esta formulación como excesivamente revolucionaria, las derechas
impusieron finalmente el añadido de “trabajadores de toda clase”. Junto a lo social, el
cierto idealismo de aquella carta era visible, por ejemplo, al renunciarse a la guerra
como instrumento de las relaciones internacionales.
Se reconocía, cómo no, una amplia declaración de derechos y libertades. Pero junto
a los individuales y políticos clásicos del liberalismo decimonónico, se añaden ahora
los derechos sociales -derecho al trabajo, considerado también como un deber;
seguros sociales; vacaciones pagadas…-; derechos económicos –reconocimiento de la
propiedad privada, pero admitiendo la primacía de su función social, lo que abría la
puerta a una reforma agraria-; incluso derechos culturales. Gran avance histórico fue la
concesión del voto femenino. Se establecían, también, el matrimonio civil y el divorcio.
Pero el aspecto fundamental en este terreno fue la Reforma Agraria, una de las
cuestiones más importantes y polémicas de la Segunda República. El fuerte
latifundismo del sur peninsular condenaba al hambre a un campesinado sin tierra que
esperaba en la plaza de los pueblos una contratación a precios miserables para
trabajos temporeros (100/150 días al año: aceituna, vendimia…). Por ello, con la
proclamación de la República los jornaleros creyeron llegada al fin la hora del reparto
de la tierra. Tras meses de intensa discusión sobre el modo más adecuado de
proceder, se aprobó (septiembre de 1932) la Ley de Bases para la Reforma Agraria, que
acabó siendo un fracaso por su enorme lentitud burocrática y por la falta de fondos.
También aquí la reseñada sanjurjada aceleró el proceso, al decretarse la expropiación
sin indemnización de las tierras de los grandes de España. Aquella reforma-sanción se
granjeó, así, el odio de los poderosos; pero tampoco contentó a los campesinos, que se
sintieron traicionados por la República: cuando cae el gobierno Azaña (otoño de 1933),
se habían asentado poco más de 8.000 familias, cuando el objetivo eran millones.
En este mismo ámbito cultural deben destacarse también las llamadas Misiones
Pedagógicas, que llevaron al mundo rural actividades teatrales, musicales, recitales de
poesía, bibliotecas ambulantes y reproducciones de famosas obras pictóricas. En las
mismas participaron figuras como Antonio Machado, Miguel Hernández o Federico
García Lorca, este último al frente de su propia compañía teatral, la Barraca. No se
ignore, junto a ello, la efervescencia artística de fondo en aquel primer tercio de siglo:
en poesía, la gran Generación de 1927: Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre…; Gaudí,
en arquitectura; Picasso, Miró, Dalí en pintura; en la música, Falla, Albéniz y Granados.
La cuestión militar fue uno de los asuntos más espinosos. En este terreno, el
objetivo de Azaña, ministro de Guerra, era conseguir un ejército más eficaz y fiel al
nuevo régimen. Así, por el decreto de “retiros” se ofrecía el retiro voluntario con el
sueldo íntegro a los militares que se negaran a jurar fidelidad a la República. 8.000
oficiales, de 21.000, decidieron retirarse. Otras medidas fueron la creación de la
Guardia de Asalto, cuerpo de seguridad afín a la República; el cierre de la Academia
Militar de Zaragoza (tachada de antirrepublicana), dirigida por Franco; y la supresión
de ascensos por méritos de guerra, lo que supuso la pérdida de grado, y la indignación,
de muchos militares africanistas, Franco también entre ellos. Azaña fue acusado,
desde ese momento, de querer “triturar” al Ejército.
El nombramiento de Gil Robles como ministro de Guerra –designó a Franco jefe del
Estado Mayor del Ejército- subrayó la derechización del gobierno. Finalmente, los
escándalos de corrupción (estraperlo, Nombela) propiciaron la caída de Lerroux y,
poco después, las elecciones de febrero de 1936.
Con este escenario de fondo, se aceleraron los preparativos de una rebelión militar
contra la República. El objetivo común de acabar con la anarquía del país y el peligro
de una revolución bolchevique unió a los diversos elementos de la conspiración: civil
(Gil Robles, Calvo Sotelo, José Antonio); financiero (Juan March); y militar (con
generales africanistas: Mola, Varela, Goded, Franco…) El primero de ellos fue el
“Director” de la trama golpista en la que Franco no confirmó su participación definitiva
hasta el asesinato, el 13 de julio, de Calvo Sotelo, en represalia por el del teniente
Castillo de la Guardia de Asalto, de ideas izquierdistas, un día antes.
Pero todo estaba ya más que preparado: la tarde del 17 de julio comenzaría la
rebelión militar que derivaría en una guerra civil de tres años (1936/39). La victoria de
los golpistas propició la larga dictadura de Franco, prolongada hasta 1975.