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Gelli Art. 75 Inc. 22 Puntos 1-7
Gelli Art. 75 Inc. 22 Puntos 1-7
Aunque el Art. 75, inc. 22, debe articularse con lo dispuesto en los Arts. 27 y 31 de la
Constitución Nacional—normas que establecen la supremacía de la Ley Suprema sobre el
ordenamiento interno argentino— la sanción de aquella norma en 1994 puso en cuestión el
principio de supremacía(604).
El Art. 75, inc. 22, contiene varias disposiciones. En efecto, establece la competencia del
Congreso Federal para aprobar o rechazar los tratados y concordatos —celebrados con las
demás naciones, las organizaciones internacionales, y la Santa Sede,
respectivamente— en concordancia con lo dispuesto por el Art. 99, inc. 11, respecto del
Poder Ejecutivo; declara que los tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes;
enumera una serie de convenciones sobre derechos humanos a las que reconoce jerarquía
constitucional, bajo determinadas condiciones y efectos; dispone los requisitos de la
denuncia de esos tratados y habilita la jerarquización constitucional de otros tratados de
derechos humanos, bajo ciertos recaudos.
2. PROCEDIMIENTO DE CELEBRACIÓN Y APROBACIÓN DE LOS TRATADOS
El presidente de la Nación, como jefe del Estado negocia y firma los tratados
internacionales con las demás naciones y con los organismos internacionales y los
concordatos con la Santa Sede, conforme lo dispone el Art. 99, inc. 11, de la Constitución
Nacional. No obstante, los tratados requieren, además, la aprobación del Congreso Federal,
quien por medio de una ley formal consiente lo obrado por el Poder Ejecutivo. Sobre el
punto, la Constitución argentina se diferenció de su fuente norteamericana, que exige la
aprobación de los tratados por una mayoría calificada del Senado Federal (608).
Pero no basta con la aprobación del Congreso para que el país se obligue
internacionalmente. Para que ello ocurra el presidente de la Nación debe ratificar el
instrumento de que se trate, conforme a las reglas del derecho internacional y a las
establecidas en el mismo tratado(609).
La reforma constitucional de 1994 dispuso expresamente que todos los tratados tienen
jerarquía superior a las leyes, sean bilaterales, multilaterales, acuerdos de integración o
concordatos con la Santa Sede. Salvo en el caso de los Tratados de Derechos Humanos
con jerarquía constitucional, los convenios internacionales están por debajo de la
Constitución Nacional.
Ahora bien, aun cuando la norma constitucional es muy clara sobre el punto, los demás
tratados que no tienen jerarquía constitucional —están por debajo de la Ley Suprema y, en
consecuencia, son susceptibles de control de constitucionalidad desde la perspectiva del
derecho interno— plantean una inconsistencia desde la perspectiva del derecho
internacional y de las responsabilidades que en el sistema contrae el Estado argentino si,
luego de incorporados a su ordenamiento jurídico, los desconoce o resiste su aplicación.
Por cierto, puede alegarse que quien contrata con la República Argentina, conoce su
ordenamiento legal, su sistema de fuentes jurídicas y el principio de supremacía que la rige;
por tanto está alertado acerca de las eventualidades futuras. No obstante, la ruptura de los
convenios —salvo que se usen los medios de defensa que ellos mismos proveen expresa
o implícitamente, o se aleguen las posibles nulidades, las eventuales violaciones de las
garantías del debido proceso, todos ellos patrimonio común de los sistemas políticos
liberales— genera problemas que exceden lo jurídico(611).
Las condiciones de vigencia de los tratados indican tanto el modo en que fueron
aprobados y ratificados por la República Argentina, es decir, con las reservas
respectivas(612), como el alcance interpretativo dado a las cláusulas del tratado por la
jurisprudencia internacional(613).
El Art. 2.1 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, determina que
la reserva es la declaración unilateral, cualquiera que sea su enunciado o denominación,
hecha por un Estado al firmar, ratificar, aceptar o aprobar o al adherirse a él, con objeto de
excluir o modificar los efectos jurídicos de ciertas disposiciones del tratado en su aplicación
a ese Estado.
De su lado, las declaraciones interpretativas que formulan los Estados —como bien
dice Bazán— se asimilan en todos sus efectos a las reservas, en el caso en que impliquen
dar un alcance menor a la obligación que emerge del tratado (614). En cambio si, a través
de la declaración interpretativa, el Estado en cuestión se obliga —o entiende obligarse a
más—, esa declaración constituye un deber que asume hacia adentro del propio país.
Por otra parte, entender que las condiciones de vigencia de los Tratados de Derechos
Humanos implica la interpretación que al respecto hagan de ellos los organismos
internacionales suscita el problema de las relaciones del orden jurídico interno con el
derecho internacional y del mantenimiento o no de la supremacía de la Corte Suprema
frente a la protección internacional de los derechos humanos y las competencias
respectivas de la Comisión y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Dado que, todavía, las instituciones internacionales son débiles; que las personas que las
integran son designadas por los gobiernos de los Estados parte y —más allá de las
cualidades y prestigio jurídico de aquéllas— tienen clara conciencia de sus límites políticos,
parece natural que se ocupen de las violaciones más graves a los derechos humanos(616).
Por su lado, los ciudadanos, agotadas las instancias internas, emplean la otra vía de
protección de los derechos humanos, alentados, también, por la línea interpretativa que ha
desarrollado la Corte Interamericana.
Todo ello, configura, a mi modo de ver, una transformación sustantiva que impacta en el
derecho interno de los Estados y genera variadas tensiones en un proceso aún no
consolidado. Por de pronto, puede afirmarse que las Opiniones Consultivas de la Corte
Interamericana constituyen una fuente del derecho interno a la que recurren los tribunales
y, en especial, la Corte Suprema(618).
La regla que lució en la opinión del Procurador es por demás estrecha y cuestionó, en los
hechos, la pauta de "Almonacid Arellano v. Chile" en el que el tribunal internacional
consagró el deber de los jueces de efectuar "control de convencionalidad" entre las normas
de la Convención y el derecho interno de los Estados parte(626). Por cierto, cabe el
interrogante acerca de si el criterio del jefe del Ministerio Público fue general y aplicable a
todos los casos posibles —como parece predicarse en el dictamen— o, en cambio,
selectivo e intenso cuando se trata de preservar el poder punitivo del Estado sobre delitos
de lesa humanidad. Si este es el caso, otra vez emergen los problemas de la aplicación
igualitaria de las garantías de la libertad y de la defensa que se deben a todas las personas
en el Estado de Derecho. Eso es lo que diferencia, precisamente, al Estado Constitucional
y Convencional de Derecho de los autoritarismos y de las dictaduras(627).
Por su lado, la Corte Suprema al emitir la sentencia en el caso "Acosta" sostuvo que
compartía los argumentos vertidos por el Procurador, con exclusión de los apartados IV y
V. En estos apartados, precisamente, el jefe del Ministerio Público ciñó el carácter
vinculante de la jurisprudencia internacional para los tribunales judiciales argentinos a los
casos en que el Estado nacional fuese condenado dado que "el fallo de la Corte [IDH] será
definitivo e inapelable" y que "los Estados parte en la Convención se comprometen a cumplir
la decisión de la Corte [IDH] en todo caso en que sean parte"(628). Pese a esa reserva, el
Tribunal mantuvo la prisión preventiva, inaplicando "en el caso" la pauta
de "Bayarri" siguiendo, para ello y en parte, el dictamen del Procurador(629).
Pero, sin duda, el valor de esa jurisprudencia es mayor cuando emana de la jurisdicción
contenciosa de la Corte Interamericana, sobre todo, en casos en los cuales el país es la
parte demandada y condenada. O cuando sin serlo, porque el Estado parte se allana, la
Corte Interamericana dicta sentencia de todos modos(630). Los demás fallos, tienen valor
de precedente y para su aplicación específica a otros casos, los supuestos de hecho de la
regla deben ser idénticos(631).
El caso tuvo sus peculiaridades. El actor, ex juez de la provincia de Chubut, fue destituido
de su cargo por un gobierno de facto. En consecuencia inició un reclamo solicitando la
nulidad de la medida y la reparación de los daños materiales y morales causados pero no
la reposición en sus funciones. La demanda fue rechazada por considerarse la cuestión no
justiciable. En virtud de ello, el afectado presentó una petición a la Comisión Americana
contra el Estado argentino, alegando que éste había violado sus derechos a las garantías
judiciales y a la protección judicial a fin de obtener una definición sobre la cuestión
sustantiva. Por su parte, la Comisión, una vez sustanciado el proceso, reiteró las
recomendaciones del informe emitido con arreglo al Art. 50 de la Convención Americana,
esta vez en un informe definitivo previsto en el Art. 51 de ese tratado. En ambas
recomendaciones se instaba al Estado argentino a indemnizar a Carranza Latrubesse, por
haberle impedido la obtención de una decisión sobre el fondo de la cuestión presentada
ante la judicatura argentina. Ante ello, el afectado inició una acción declarativa ante la Corte
Suprema contra el Estado Nacional y la provincia de Chubut a fin de que se le diera certeza
a su derecho y se lo indemnizara por el incumplimiento estatal de la recomendación de la
Comisión Americana. Declarada la incompetencia de la Corte, la justicia en lo contencioso
administrativo dio razón al reclamante, quien fijó la respectiva indemnización. A su turno, la
Corte Suprema confirmó por mayoría la sentencia de segunda instancia pero en voto
dividido.
Según lo interpreto, el foco del decisorio —por lo menos en el primer voto de la mayoría
de fundamentos— se centra en el tipo de Informe al que se le reconoció valor vinculante
por parte de la mayoría de la Corte Suprema. Al tratarse del informe definitivo previsto en
el Art. 51 de la Convención, quedaba obturado para el afectado el análisis de sus derechos
ante la Corte Interamericana, todo lo contrario de lo que podía hacer el Estado argentino
reclamando ante ella, atribución que no ejerció(633). Dicho de otro modo, de esta sentencia
no se sigue que las recomendaciones de la Comisión tengan el mismo valor que las
sentencias de la Corte Interamericana, único órgano jurisdiccional del sistema
americano(634).
Pero, ¿qué significa que los tratados con jerarquía constitucional no derogan artículo
alguno de la Primera Parte de la Constitución? Una interpretación posible sostiene que los
tratados no deben derogar las normas de la primera parte de la Constitución pero que, en
los hechos, pueden hacerlo, en cuyo caso prevalecen las cláusulas de la Constitución y los
tribunales deben ejercer el control de constitucionalidad sobre las disposiciones de los
tratados. La hermenéutica, efectuada en minoría por el ministro Belluscio en el
caso "Petric", relativiza la jerarquía constitucional otorgada a los tratados de derechos
humanos hasta hacerla desaparecer(636). Ese criterio fue mantenido por el
juez Belluscio en su disidencia en el caso "Arancibia Clavel". Dijo el juez que los textos
mencionados en el Art. 75, inc. 22 de la Constitución Nacional—y con igual o mayor razón,
aquellos que este artículo autoriza a incorporar, puesto que ni siquiera emanan del poder
constituyente— configuran normas constitucionales de segundo rango(637). Del mismo
modo, en su disidencia, el ministro Fayt sostuvo la jerarquía inferior a la Constitución, de los
Tratados de Derechos Humanos(638).
Sin embargo, desde otra perspectiva, consistente con los propósitos de la reforma
constitucional de 1994 sobre el punto, la frase puede significar que las convenciones de
derechos humanos no han derogado ninguna de las normas constitucionales cuando se
otorgó jerarquía constitucional a los mentados tratados. En consecuencia, éstos y aquéllas
son compatibles y sólo cabe a los tribunales armonizar sus disposiciones en los casos
concretos. Esta es la interpretación sustentada por la mayoría de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, para quien los convencionales constituyentes ya han efectuado el
juicio de compatibilidad entre los Tratados de Derechos Humanos y la Constitución, al
momento de declarar la jerarquía constitucional de esos tratados. En efecto, el Tribunal ha
sostenido que los constituyentes han efectuado un juicio de comprobación en virtud del cual
han cotejado los tratados y los artículos constitucionales y han verificado que no se produjo
derogación alguna [de la primera parte de la Constitución], por lo cual la armonía o
concordancia entre los tratados y la Constitución es un juicio del constituyente que los
poderes constituidos no pueden discutir(639).
Con todo, esa jurisprudencia en un caso concreto llevó a aplicar la Declaración Universal
de Derechos Humanos y la Convención Americana de Derechos Humanos —en tanto estos
tratados disponen que los derechos a la seguridad social serán garantizados en la medida
de los recursos disponibles del Estado— para limitar el alcance de la movilidad de las
jubilaciones reclamadas(640).
Ahora bien, en "Arancibia Clavel" retornó la ríspida cuestión de las fuentes y la jerarquía
constitucional de los Tratados de Derechos Humanos, y no sólo por las disidencias de los
ministros Belluscio y Fayt, quienes sostuvieron que esas convenciones pueden, en los
casos concretos, ser examinadas en su constitucionalidad por la Corte Suprema y que ésta
debe efectuar el juicio de comprobación de la compatibilidad entre esas normas, para ellos,
de diferente rango. En efecto, Fayt, examinando los precedentes del Tribunal en los que se
sostuvo la opinión contraria —esto es, que el juicio de comprobación ya lo había efectuado
el constituyente—, se ocupó de señalar que en ninguna de las sentencias que indica los
votos que sostuvieron ese criterio pasaron de cuatro. En otros términos, Fayt pareció
interesado en señalar que la mayoría lograda en punto a la jerarquía constitucional de los
Tratados de Derechos Humanos fue, en esos fallos, relativa(641). La réplica a esta
afirmación corrió por cuenta del ministro Boggiano, quien en "Espósito, Miguel Ángel
s/incidente de prescripción" [caso Bulacio] enumeró esas mismas sentencias pero
señalando que en una de ellas —"Cancela" (Fallos 321:2637)— los votos que sostuvieron
la doctrina en cuestión fueron cinco(642).
Sin embargo, lo que estimé como un intento exitoso de la Corte Suprema por
compatibilizar las disposiciones del texto constitucional con las cláusulas de los Tratados
de Derechos Humanos con jerarquía constitucional, en "Ministerio de Relaciones Exteriores
y Culto" el Tribunal efectuó lo que podría denominarse una afinación o corrección
interpretativa de la jurisprudencia analizada, por la que inclinó la balanza hacia la primacía
del sistema jurídico nacional(643).
Además de esta problemática, debe considerarse que el Art. 75, inc. 22 de la Constitución
Nacional, al disponer que la jerarquía constitucional de los Tratados de Derechos Humanos
no deroga artículo alguno de la Primera Parte de la Ley Suprema, ha sido consistente con
el sistema. Ello así porque que en la Segunda Parte de la Constitución se organiza el Poder,
sus atribuciones y sus límites. Sin embargo, de sendas atribuciones de los poderes
legislativo y ejecutivo —por ejemplo, las de sancionar amnistías y las de dictar indultos o
conmutar penas, respectivamente— pueden emanar derechos adquiridos de los eventuales
beneficiarios. Cabe, en consecuencia, interrogarse si en estos casos también rige la
inderogabilidad y de qué manera deben de armonizarse los derechos convencionales con
los constitucionales.
La Constitución dispone que los Tratados sobre Derechos Humanos deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías de la Constitución. Como se ha señalado, las
convenciones referidas a los derechos civiles respetan el fondo común valorativo de
Occidente pero, por la misma índole de los tratados, autorizan a los Estados firmantes, a
efectuar limitaciones legislativas(644). Además, las convenciones sobre derechos sociales
y económicos constituyen, en realidad, compromisos que asumen los Estados firmantes y
que requieren reglamentación interna. Así y dado que la Corte Suprema reconoció
operatividad a los Tratados sobre Derechos Humanos a partir del precedente "Ekmekdjian
c/Sofovich" se plantea a los tribunales una tarea de armonización, compleja y extensa(645).
Pues bien, la Corte Suprema había sentado doctrina acerca de la cuestión, pero no lo
había hecho en el primer momento —en materia económico-social, como ya se dijo— para
ampliar el catálogo de los derechos, sino para admitir las restricciones estatales sobre ellos.
De todas maneras, los derechos reconocidos en los tratados constituyen un plus que se
adiciona a los declarados en el orden interno. Si el alcance de esos derechos fuese menor,
prevalece el derecho interno, o, por el contrario, el del tratado que otorgue mayor protección.
Cuando la Corte Interamericana condena al Estado de que se trate por violación a los
derechos reconocidos en la Convención y esa violación emerge de lo resuelto en una
sentencia definitiva emanada de la Corte Suprema de ese país —tal como sucedió en el
caso "Cantos" respecto a la República Argentina(651)— ¿de qué modo debe satisfacerse la
responsabilidad internacional en el orden interno? ¿Qué órgano estatal se encuentra
vinculado por el fallo de la Corte Interamericana y debe cumplirlo? Pero, ¿qué significa la
ejecución de esa sentencia? ¿Cabe algún grado de interpretación del fallo internacional?
¿Qué ocurre si, eventualmente, la ejecución de la sentencia involucra a terceros que no
fueron parte en la instancia internacional? ¿Puede dejarse sin efecto una sentencia, con
efecto de cosa juzgada en el orden interno?
Estas cuestiones fueron examinadas por la Corte Suprema, las concurrencias y las
disidencias elaboradas en la "resolución 1404/03", a propósito de la presentación efectuada
por el Procurador del Tesoro ante el Tribunal, quien solicitó a éste que instrumentara el
cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana en el caso "Cantos"(652).
Aunque ninguno de los integrantes del Tribunal rehusó desconocer las obligaciones
internacionales del Estado bajo las cláusulas de la Convención, sólo existió unidad de
criterio acerca de la preservación de los derechos —por lo menos a ser oído— de quienes
no fueron parte en el proceso internacional pero resultaron afectados por él. En cambio,
existieron discrepancias acerca de cuál poder del Estado es el obligado, en primer lugar, a
cumplir con la sentencia, de qué modo y con cuál extensión.
La sentencia es importante porque los siete ministros que votaron coincidieron acerca de
que los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en los casos en que el
Estado argentino fuera parte, resultan vinculantes para éste y para la Corte Suprema como
órgano de ese Estado(659). Sin embargo, esa obligatoriedad tiene matices en los diferentes
votos y éstos denotaron la distinta percepción que los jueces de la Corte Suprema tenían,
entonces, del papel que cabe al Tribunal ante las sentencias de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos(660).
El criterio empleado por la Corte argentina en "Mazzeo" es, a mi modo de ver, demasiado
rígido, porque los fallos de la Corte Interamericana, aun cuando disponen una condena a
un Estado parte en concreto, pueden dar lugar a reinterpretaciones, según esté redactada
aquella sentencia. Más aún cuando un fallo del tribunal regional se emplea como precedente
por otro Estado parte pues, en esos casos, los jueces locales deberían examinar si el
supuesto de hecho del precedente coincide en un todo con el del conflicto que deben
resolver en el orden interno. Si existe alguna singularidad específica, a los tribunales locales
se les ofrecen alternativas de interpretación y, entre estas, diversas opciones.
En cambio, en "Aparicio", invocando el derecho de toda persona a ser oída por un juez o
tribunal independiente e imparcial, reiteradamente reconocido por la Corte Interamericana,
la Corte argentina volvió a sostener que esa jurisprudencia debía servir de guía para la
interpretación pues el principio de independencia judicial es un pilar básico del debido
proceso adjetivo(664). El Tribunal lo sostuvo en una controversia en la que declaró la
inconstitucionalidad de la designación de conjueces de la Corte Suprema por no haberse
logrado la mayoría requerida de los dos tercios de los miembros presentes en el Senado,
para aprobar los respectivos pliegos.
Por otro lado y aunque el caso de las sentencias condenatorias por parte de la Corte
Interamericana parece el más sencillo de resolver, como también se anticipó, esa situación
no está exenta de problemas en el cumplimiento del fallo en el orden interno, según sea lo
que declare y disponga la sentencia del tribunal regional. Por ejemplo, las reparaciones
simbólicas que ha dispuesto la Corte Interamericana pueden generar mayores conflictos
que los que se intentan reparar. Al respecto, una situación paradigmática de lo que se afirma
lo constituyó el caso "Castro Castro v. Perú". La condena al Estado peruano por violaciones
gravísimas de una serie de derechos, en especial a la vida, a la integridad física y a la
dignidad de las personas que habían pertenecido a la organización insurgente "Sendero
Luminoso" en la represión de quienes, adujo el Estado, habían intentado la fuga del Penal
Miguel Castro Castro, incluyó una reparación simbólica singular. El tribunal regional dispuso
que los nombres de los fallecidos en esa represión se incluyeran en las piedras que
rodeaban al monumento denominado "El Ojo que Llora", conmemorativo de los muertos por
aquella organización(665).
Pero, además de los conflictos sociales que pueden desatar las denominadas
reparaciones simbólicas hacia adentro de los Estados que padecieron enfrentamientos
violentos graves, la obediencia de las sentencias de la Corte Interamericana ha generado —
y no sólo en la República Argentina— problemas jurídicos de difícil solución, tal como se
indicó, y problemas político-institucionales referidos a la calidad suprema de la Corte. Un
caso ilustra, al respecto, la sentencia emitida en el caso ya mencionado "Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto"(666).
Ese fallo fue la consecuencia de los requerimientos de las oficinas ministeriales del Poder
Ejecutivo Nacional a fin de que la Corte Suprema cumpliera, en lo que corresponda y de
conformidad con su competencia con lo dispuesto por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en el caso "Fontevecchia y D'Amico v. Argentina". En el proceso internacional la
Corte Interamericana había declarado la violación de la libertad expresiva de Fontevecchia
y D'Amico, tal como la garantiza el Art. 13 de la Convención Americana de Derechos
Humanos, por parte del Estado argentino.
En la parte dispositiva el tribunal regional dispuso que "el Estado debe dejar sin efecto la
condena civil impuesta a los señores Jorge Fontevecchia y Héctor D'Amico, así como todas
sus consecuencias, en los términos del párrafo 105 de la misma [sentencia]"(667). En este
párrafo el tribunal regional dispuso que "el Estado debe dejar sin efecto [las sentencias
locales] en todos sus extremos, incluyendo en su caso, los alcances que éstas tengan
respecto de terceros, a saber: a) la atribución de responsabilidad civil de los señores Jorge
Fontevecchia y Héctor D'Amico; b) la condena al pago de una indemnización, de intereses
y costas y de la tasa de justicia; tales montos deberán ser reintegrados con los intereses y
actualizaciones que correspondan de acuerdo al derecho interno y; c) así como cualquier
otro efecto que tengan o hayan tenido aquellas decisiones. A efectos de cumplir la presente
reparación, el Estado debe adoptar todas las medidas judiciales, administrativas y de
cualquier otra índole que sean necesarias, y cuenta para ello con el plazo de un año a partir
de la notificación de la presente sentencia"(668).
Las cuestiones que emergen de esa sentencia internacional pueden sintetizarse en tres:
a) ¿cómo se satisface la responsabilidad internacional del Estado, mediante el obrar de qué
órgano de poder a fin de dar cumplimiento a la sentencia internacional? b) ¿qué significa la
ejecución de ese fallo? y, c) ¿puede —o debe— la Corte Suprema, sin dejar de serlo,
revocar una sentencia del Tribunal o basta con eliminar los efectos del decisorio que afectan
a los reclamantes?
Haciendo pie en la ya recordada expresión del Art. 72, inc. 22 acerca de que la jerarquía
constitucional de los Tratados de Derechos Humanos "no derogan artículo alguno de la
Primera Parte de la Constitución", la mayoría consideró que para la Corte Suprema el Art.
27 de la Constitución constituye un "valladar infranqueable" para los tratados
internacionales. Por su parte, la concurrencia sostuvo que no es posible, sin más, de modo
automático, hacer prevalecer "sin escrutinio alguno, el derecho internacional —sea de
fuente normativa o jurisprudencial— sobre el ordenamiento constitucional". He ahí, también
sostenidos de modo expreso, los límites del control de convencionalidad que, así lo
interpreto de este voto, debe pasar, para ser aplicado, el escrutinio del derecho público
argentino, aunque se trate de una sentencia de la Corte Interamericana.
Por otro lado, conviene poner de resalto el interesante criterio desplegado por la
concurrencia a propósito de la "esfera de reserva" del Art. 27 de la Constitución Nacional,
norma de la que el juez Rosatti derivó "un margen de apreciación nacional" en la aplicación
de los Tratados de Derechos Humanos y la necesidad de recurrir a una interpretación
armónica entre lo dispuesto por la Corte Interamericana y el ordenamiento constitucional
argentino(674). Porque, conviene tenerlo presente, el Estado cuando firma y ratifica tratados
de cualquier tipo, se obliga a sí mismo y no debe borrar por vía oblicua aquello a lo que se
comprometió en el orden internacional. En algunos casos para proteger derechos humanos
en sentido estricto. En otros, además, para preservar la seguridad jurídica y la confianza
internacional en la República Argentina.