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PUNTO 5: Art. 75, inc.

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Aprobar o desechar tratados concluidos con las demás naciones y con las organizaciones internacionales y los
concordatos con la Santa Sede. Los tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes.
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de Derechos
Humanos; la Convención Americana sobre Derechos Humanos; el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo Facultativo; la
Convención sobre la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; la Convención Internacional sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial; la Convención sobre la Eliminación de todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer; la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes; la Convención sobre los Derechos del Niño; en las condiciones de su vigencia, tienen
jerarquía constitucional, no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos. Sólo podrán ser denunciados, en su caso, por el
Poder Ejecutivo Nacional, previa aprobación de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada
Cámara.
Los demás tratados y convenciones sobre derechos humanos, luego de ser aprobados por el Congreso, requerirán
del voto de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara para gozar de la jerarquía
constitucional.

Comentario por Samanta Biscardi


I. Jerarquía de los tratados internacionales de derechos humanos:

El art. 75, inc. 22 de la CN faculta al Congreso Nacional a aprobar o desechar tratados concluidos con las demás naciones
y con las organizaciones internacionales y los concordatos con la Santa Sede y dispone claramente que "los tratados y
concordatos tienen jerarquía superior a las leyes".
A su vez, el art. 31 de la CN establece que "esta Constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten por
el Congreso y los tratados que en consecuencia se dicten con las potencias extranjeras son la ley suprema de la Nación".
La cuestión de la jerarquía de los tratados frente a las leyes, sin embargo, ha producido mucho debate doctrinario y
jurisprudencial.

1.1. Jerarquía de los tratados internacionales antes de la reforma constitucional de 1994:


Los preceptos constitucionales precedentemente transcriptos no permiten extraer una pauta clara de interpretación
respecto de la jerarquía ostentada en nuestro sistema normativo por los tratados internacionales. En uno de sus primeros
precedentes, la Corte Suprema de Justicia de la
Nación hizo hincapié en la supremacía de los tratados internacionales respecto de las leyes. Luego, sostuvo la igualdad
jerárquica entre ambas fuentes, pues entendió que no surgía del texto de la Constitución un orden de prelación entre ellas,
sino una igualdad jerárquica; por lo que era aplicable —al tratarse de normas de igual jerarquía— el principio de "ley
posterior deroga ley anterior". Afirmó para ello que "ni el art. 31 ni el 100 de la CN de 1853 atribuyen prelación o
superioridad a los tratados respecto de las leyes válidamente dictadas por el Congreso de la Nación. Ambos ( leyes y
tratados) son igualmente calificados como Ley Suprema de la Nación, y no existe fundamento normativo para acordar
prioridad de rango a ninguno".

Esta indecisión parecía haberse terminado con la sentencia recaída en el caso "Ekmekdjian c. Sofovich", en el que la CS
afirmó (a partir de la entrada en vigencia de la Convención de Viena) que los instrumentos internacionales habían
adquirido jerarquía superior a las leyes. Su razonamiento se asentó en el art. 27 de la referida convención, que inhabilita a
los Estados signatarios, la invocación de normas de derecho interno como justificación para incumplir disposiciones de un
tratado internacional. Sin embargo, el precedente no zanja la cuestión, pues el argumento utilizado por la CS confunde el

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problema de la jerarquía de las normas con la existencia de una unidad en el ordenamiento jurídico. Ello es así porque, en
realidad, la Convención de Viena solo puede establecer que el derecho interno del país suscriptor no podrá nunca justificar
un incumplimiento en el orden internacional. Sin embargo, de ninguna manera se sigue de esta imposibilidad de evitar —
en el orden internacional— la eventual responsabilidad del Estado la existencia de una relación jerárquica en el orden
interno.

Esta objeción no evito que el Máximo Tribunal confirmara la postura fijada en "Ekmekdjian" (esto es, que la necesaria
aplicación del art. 27 de la Convención de Viena impone necesariamente a los órganos del Estado argentino dar prioridad
absoluta a un tratado internacional ante un eventual conflicto con una norma interna contraria) en fallos posteriores. Ello
ocurrió aun en los casos que esta primacía de los tratados internacionales se encontraba sometida a la aseguración de los
principios de derecho público constitucionales. Esta interpretación del art. 27 de la Convención de Viena parecía tener
como consecuencia necesaria la asignación de prevalencia de todo el derecho internacional sobre el derecho interno,
incluyendo la CN; dado que, según el art. 27 de la Convención de Viena, una manda constitucional tampoco podría ser
invocada a los fines de justificar el incumplimiento con un tratado internacional. Pese a ello, la CS se encargó de aclarar
que los tratados no eran jerárquicamente superiores a la Constitución Nacional.

1.2. Jerarquía de los tratados internacionales con posterioridad a la reforma constitucional de 1994:
La reforma constitucional de 1994 se propuso resolver la cuestión referida a la jerarquía de los instrumentos
internacionales. Así, se estableció de forma expresa en el "nuevo" art. 75, inc. 22 que los tratados "tienen jerarquía
superior a las leyes". Además, el artículo enumera una serie de convenciones de derechos humanos a las que se les
confirió "jerarquía constitucional", pudiendo adquirir igual estatus otros tratados de derechos humanos mediante la
intervención del Congreso, con una mayoría especial. Asimismo, el texto reformado calificó la referida "jerarquía
constitucional", afirmando que las enumeradas convenciones la recibían "en las condiciones de su vigencia", que dichos
instrumentos "no derogan artículo alguno de la primera parte de la Constitución", y que deben entenderse
"complementarios de los derechos y garantías en ella reconocidos". Cabe formular algunas aclaraciones al respecto.
A partir de la reforma ha quedado establecida una nueva pirámide normativa. En su cima la CN, a la que se le agregan los
instrumentos internacionales de DDHH, a los que se le otorga jerarquía constitucional y las que pueden luego obtenerla, lo
que conforma el denominado bloque de constitucionalidad.

1) "no derogan artículo alguno": La posición que actualmente sostiene la CS es que la afirmación del constituyente de
que los tratados en cuestión "'no derogan'" artículo alguno de la primera parte de la CN" ha sido descriptiva. En tal
sentido, sostuvo que en la afirmación importa que el constituyente ha examinado el contenido de los tratados al momento
de su incorporación, y ha verificado su adecuación a los preceptos constitucionales. Es por ello que "la armonía o
concordancia entre los tratados y la Constitución es un juicio constituyente. En efecto, así lo han juzgado al hacer la
referencia a los tratados que fueron dotados de jerarquía constitucional y, por consiguiente, no pueden ni han podido
derogar la Constitución pues esto sería un contrasentido insusceptible de ser atribuido al constituyente, cuya imprevisión
no cabe presumir". La necesaria conclusión del Tribunal ha sido que "las cláusulas constitucionales y las de los tratados
tienen la misma jerarquía, son complementarias y, por lo tanto, no pueden desplazarse o destruirse recíprocamente". Esta
doctrina es reiterada en casos posteriores.
De acuerdo con esta doctrina, pareciera ser que cuando el Congreso de la Nación otorga jerarquía constitucional a un
tratado internacional, conforme lo establecido en el art. 75, inc. 22, se encuentra en realidad ejerciendo funciones
constituyentes, pues realizaría el mentado juicio de comprobación de compatibilidad entre cada instrumento internacional
y las cláusulas constitucionales. La CS ha expresado que esta comprobación —por ser facultad constituyente— no puede
ser revisada por el Tribunal. Así, afirmó que "la armonía y concordancia entre los tratados y la Constitución es un juicio
del constituyente que los poderes constituidos no pueden discutir".

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2) "en las condiciones de su vigencia": Se ha dicho, en razón a esta afirmación contenida en la CN es ambigua; y así, ha
dado lugar a diversas interpretaciones. Parte de la doctrina ha sostenido que la condición expresada en la cláusula se
refiere al modo en que han sido aprobados y ratificados los tratados internacionales; esto es, con las respectivas reservas y
declaraciones interpretativas. Una reserva constituye una declaración unilateral realizada por el Estado al momento de
firmar, ratificar, aceptar, aprobar o adherirse a un instrumento internacional, con el objeto de excluir o modificar los
efectos jurídicos de ciertas disposiciones del tratado en su aplicación a ese Estado. Las declaraciones interpretativas han
sido asimiladas a las reservas en los casos en que el país pretenda dar un alcance específico a la obligación asumida.
La CS, por su lado, también se ha ocupado de interpretar el significado de la remisión a "las condiciones de su vigencia".
En el caso "Giroldi", la Corte Federal señaló que la jerarquía otorgada en la reforma constitucional de 1994 a la
Convención Americana de Derechos Humanos en las condiciones de su vigencia, importaba que la misma rige en nuestro
país del mismo modo que lo hace en el ámbito internacional, "considerando particularmente su efectiva aplicación
jurisprudencial por los tribunales internacionales competentes para su interpretación y Aplicación". En virtud de ello,
dictaminó que "la aludida jurisprudencia debe servir de guía para la interpretación de los preceptos convencionales, en la
medida en que el Estado Argentino reconoció la competencia de la Corte Interamericana para conocer en todos los casos
relativos a la interpretación y aplicación de la Convención Americana" porque actuar de otro modo "podría implicar
responsabilidad de la Nación frente a la comunidad internacional".
El Máximo Tribunal abordó una vez más la cuestión en "Arancibia Clavel", afirmando que la interpretación correcta de la
CN implicaba que los tratados "deben ser aplicados en la Argentina tal como funcionan en el ordenamiento internacional
incluyendo, en su caso, la jurisprudencia internacional relativa a esos tratados y las normas de derecho internacional
consuetudinario reconocidas como complementarias por la práctica internacional pertinente". Como puede apreciarse,
conforme las decisiones reseñadas, la jurisprudencia de la Corte Interamericana da
Derechos Humanos (Corte IDH) pasó de ser una "guía" para los tribunales internos a ser obligatoria, en línea con lo dicho
en "Ekmekdjian" acerca imposibilidad de alegar normativa de origen interno para no cumplir con los tratados
internacionales.
Lo cierto es que, la corte ha dicho que los 3 supuestos que comprenden la condición de su vigencia son:

1-Que estén en vigor. El tratado es obligatorio para el estado siempre y cuando esté vigente en el ámbito internacional.
Tenga o no jerarquía constitucional. Una vez que está en vigencia es obligatorio para los estados. Por ejemplo, un
instrumento internacional va a estar en vigencia y entrar en vigor cuando haya consenso internacional, cuando una
determinada cantidad de estado lo ratifique (esto es una condición suspensiva). A partir de la ratificación o adhesión nos
obligamos a un tratado y a partir de la entrada en vigencia de un tratado significa que se vuelve obligatorio el tratado.

2-Reservas y declaraciones interpretativas. Las reservas son declaraciones que hace el estado para modificar o excluir
ciertas partes del tratado y las declaraciones interpretativas son simples aclaraciones que se hacen para compatibilizar los
términos del tratado con el estado argentino. También hace referencia a cómo serán interpretadas las cláusulas de esos
instrumentos en el estado argentino.

3-Jurisprudencia internacional. De la corte interamericana de justicia y los informes de la comisión interamericana de


derechos humanos.

A partir de 1994 a la constitución nacional y los instrumentos internacionales de derechos humanos, se denominan bloque
de constitucionalidad.

Evolución Jurisprudencial:
Los mejores esfuerzos frente a la Comisión IDH

1996 – caso “Bramajo”: la CSJN extendió su doctrina a los informes de la comisión IDH, al decir que la opinión de esa
comisión debe de servir de guía para la interpretación de las normas convencionales.

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1998- caso “Acosta”: la CSJN limito la interpretación ya que sostuvo por ajustada mayoría, que los informes o
recomendaciones de la comisión no son decisiones vinculantes para los jueces de Argentina.

2000 – caso “Felicetti Roberto y otros”: la CSJN reitero lo expuesto en el fallo Acosta.

2013 – caso “Carranza Latrubesse”: la CSJN sostuvo el carácter vinculante y obligatorio de los informes de la
Comisión IDH en el marco del art 51 de la Convención.

Obligatoriedad de las sentencias de la Corte IDH antes y después de la reforma de 1994

1992 – caso “ekmekdjian c/ sofovich”: aquí la CSJN afirmo que los instrumentos internacionales tenían jerarquía
superior a las leyes, alegando el artículo 27 de la CVDT (inhabilitación por parte de los estados de invocar normas de
derecho interno para justificar incumplimientos).

1994 – reforma de la CN.

1995 – caso “Giroldi”: aquí la CSJN afirmo que las condiciones de su vigencia significan “tal como la convención rige
en el ámbito internacional rige en nuestro país”. Tomo a la jurisprudencia como “guía”.

1996 – caso “Bramajo”: la CSJN extendió su doctrina a los informes de la comisión IDH, al decir que la opinión de esa
comisión debe de servir de guía para la interpretación de las normas convencionales.

1998- caso “Acosta”: la CSJN limito la interpretación ya que sostuvo por ajustada mayoría, que los informes o
recomendaciones de la comisión no son decisiones vinculantes para los jueces de Argentina.

2000 – caso “Felicetti Roberto y otros”: la CSJN reitero lo expuesto en el fallo Acosta.

2003 – caso “Esposito” – la Corte IDH reconoce la responsabilidad internacional de Argentina sobre la muerte de Walter
Bullacio, victima de represión policial. Aquí la CSJN acepta un recurso que se plantea luego del fallo de la Corte IDH,
haciendo caso u obediencia a lo que determino la Corte IDH.

2004 – caso “Arancibia Clavel”: la CSJN condena a Arancibia clavel por crimen de lesa humanidad, receptando la
imprescriptibilidad de delitos de lesa humanidad como lo hizo la Corte IDH en el caso Barrios altos vs Peru, y aquí ya
deja de ser una guía la jurisprudencia internacional convirtiéndose en algo obligatorio.

2005 – caso “Simon” y caso “Mazzeo” 2007: la CSJN se sostuvo a favor de las decisiones internacionales a reconocer el
principio de retroactividad en crímenes de lesa humanidad. Aquí se da una acentuación de la influencia de las decisiones
interamericanas.

2007 – caso “Derecho”: en el caso, luego de que la Corte IDH reconozca la responsabilidad internacional de Argentina,
la CSJN entendio que por lo que dictamino la Corte IDH la CSJN debia aplicar el precedente del caso “Esposito”.

2013 – caso “Carranza Latrubesse”: la CSJN sostuvo el carácter vinculante y obligatorio de los informes de la
Comision IDH en el marco del art 51 de la Convencion.

2017 – caso “Fontevecchia”: aquí es donde se produce un GIRO, cuando la CSJN a pesar de que la Corte IDH allá
implicado la responsabilidad internacional de Argentina, la CSJN sostuvo que el sistema interamericano de protección de
DDHH es de carácter subsidiario, por lo que no constituye una “cuarta instancia” que revisa o anula decisiones
jurisdiccionales estatales, sino que es “SUBSIDIARIA, COADYUVANTE Y COMPLEMENTARIA”.

La relación con la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos

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2.1. La obligatoriedad de las sentencias
Se ha planteado ante la Corte Suprema la específica cuestión relativa al impacto que una sentencia en la instancia
internacional tiene respecto de un fallo de nuestro Máximo Tribunal.
En el fallo "Espósito", la Corte Suprema analizó el caso de la muerte de Walter Bulacio, víctima de represión policial. En
el proceso penal local se había declarado extinguida la acción penal por prescripción de la acción. La cuestión fue luego
llevada a los estrados internacionales, donde el
Estado argentino reconoció su responsabilidad internacional. Luego de la condena a la Argentina en sede internacional, se
planteó un recurso ante la Corte Suprema y el tribunal aceptó el recurso apartándose de las reglas generales de su
competencia (esto es, aun frente a la inexistencia de cuestión federal) pues de lo contrario "contravendría lo decidido por
la Corte Interamericana”. Afirmó que es deber de la Corte "subordinar el contenido de sus decisiones a las de dicho
tribunal internacional" dado que "el ámbito de decisión de los tribunales argentinos ha quedado considerablemente
limitado"; tanto así que, a pesar de protestar que "esta Corte no comparte el criterio restrictivo del derecho de defensa que
se desprende de la resolución del tribunal internacional mencionado", remarcando asimismo que "hacer caer sobre el
propio imputado los efectos de la infracción a ese deber (...) produce una restricción del derecho de defensa difícil de
legitimar a la luz del derecho a la inviolabilidad de dicho derecho conforme el art. 18CN", sobre todo cuando "el acusado
no ha tenido posibilidad alguna de discutirlos", la CS no tiene otra opción más que seguir la decisión de un tribunal
internacional juzgando la responsabilidad del Estado.
Así, asumió que "se plantea la paradoja de que sólo es posible cumplir con los deberes impuestos al Estado Argentino por
la Jurisdicción internacional en materia de derechos humanos restringiendo fuertemente los derechos de defensa y a un
pronunciamiento en un plazo razonable, garantizados al imputado por la Convención Interamericana debe fallar en sentido
inverso a su propio criterio".
La Corte dio un paso más en el caso "Derecho". René Derecho había sido sobreseído parcial y definitivamente por la
extinción de la acción penal por prescripción en una causa originada por la supuesta tortura infligida en una comisaría en
1988 a Juan Francisco Bueno Alves, quien recurrió la decisión argumentando que se trataba de un crimen de lesa
humanidad.
La CS, haciendo suyo el dictamen del procurador, no estuvo de acuerdo con esa calificación y confirmó la extinción de la
acción. Paralelamente, Bueno Alves llevó su caso al sistema interamericano, proceso en el cual la Corte IDH dictó
sentencia considerando respecto de los hechos denunciados que si bien "no significaba que debían ser calificados 'per se'
como delito de lesa humanidad, sí se trataba de una violación grave de derechos humanos". En consecuencia, dispuso que
"el Estado debe realizar inmediatamente las debidas investigaciones para determinar las correspondientes
responsabilidades por los hechos de este caso y aplicar las consecuencias que la ley prevea. El Estado debe asegurar que la
víctima tenga pleno acceso y capacidad de actuar en todas las etapas e instancias de dichas investigaciones y procesos, de
acuerdo con la ley interna y las normas de la Convención Americana". Munido del decisorio, Bueno Alves ocurrió en
queja a la CS, que desechó el fallo anterior e interpretó que la orden de investigar de la Corte IDH implicaba aplicar el
precedente fallo "Bulacio", dado que "cuando la Corte IDH ha dado otro alcance a la reparación estadual ha sido
categórica". Ello, una vez más, para asegurarse de no incurrir en responsabilidad internacional.

En esa misma inteligencia, en la causa "Góngora", el Tribunal revocó una decisión de la Cámara Federal de Casación
Penal, y consideró que una interpretación de buena fe de la Convención Belem do Pará y sus objetivos, sumada a la
específica obligación de establecer un "procedimiento legal justo y eficaz para la mujer", que incluya "un juicio oportuno"
(cfr. el inc. f, del artículo citado), la adopción de alternativas distintas a la definición del caso en la instancia del debate
oral era improcedente; por lo que entendió que no correspondía otorgar al imputado el beneficio de suspensión de juicio a
prueba que correspondía según los parámetros del Cód. Proc. Penal.
Al respecto, me permito una crítica desde la lógica, pues considero que el argumento de la responsabilidad internacional
confunde dos órdenes.
El cumplimiento o no de ciertas obligaciones internacionales, en muchos casos por no reconocerles legitimidad o por
entender que se exceden de su ámbito funcional, es una cuestión predominantemente política, de la que no depende de

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modo alguno la aplicación en el ámbito interno de los tratados de derechos humanos incorporados por el art. 75, inc. 22.
Para que quede claro: la vigencia de los derechos allí reconocidos se debe a una decisión soberana del pueblo argentino
mediante su incorporación a la Constitución Nacional y son ley suprema de la Nación más allá de las decisiones de la
Corte IDH. Entonces, la posibilidad de cumplimiento de las sentencias internacionales, que debe evaluar el PEN por sus
atribuciones constitucionales no implica que no se encuentre vigente el tratado en el orden interno.

La inexistencia de cuarta instancia


La Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió luego, en una nueva composición, respecto de un pedido formulado
por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación para que cumpla, en lo que corresponda y de conformidad con su
competencia, la sentencia dictada por la Corte IDH en el caso "Fontevecchia y D'Amico c. Argentina", en fecha
29/11/2011.
En dicha sentencia se declaró que el Estado argentino había violado el derecho a la libertad de expresión de los
peticionantes (art. 13, CADH) en virtud del fallo dictado en la causa "Menem, Carlos Saúl c. Editorial Perfil SA y otros
s/daños y perjuicios - sumario". El tribunal interamericano dispuso que el Estado argentino debía: a) dejar sin efecto la
condena civil impuesta a Jorge Fontevecchia y Héctor D'Amico, así como todas sus consecuencias; b) publicar un
resumen oficial de su sentencia elaborado por la Corte Suprema, por una sola vez, en el Diario
Oficial y en un diario de amplia circulación nacional, así como publicar la sentencia completa de la Corte Interamericana
en la página del Centro de Información Judicial de la Corte Suprema y c) entregar las sumas reconocidas en dicho fallo,
comprensivas del reintegro de los montos de condena oportunamente fijados en la sentencia de la Corte Suprema de
Justicia, como de los correspondientes a las reparaciones admitidas en su decisión internacional (daño material, gastos
derivados del trámite del proceso interno como del procedimiento internacional). La Corte Suprema sostuvo que "las
sentencias de la Corte Interamericana, dictadas en procesos contenciosos contra el Estado argentino son, en principio, de
cumplimiento obligatorio para este" pero afirmó que "dicha obligatoriedad, sin embargo, alcanza únicamente a las
sentencias dictadas por el tribunal internacional dentro del marco de sus potestades remediales. En efecto, es con ese
alcance que el Estado argentino se ha obligado internacionalmente a acatar las decisiones de la
Corte Interamericana". Así, señaló que el sistema interamericano de protección de derechos humanos es de carácter
subsidiario según propia jurisprudencia de la CADH, por lo que no constituye "una "cuarta instancia" que revisa o
anula decisiones jurisdiccionales estatales, sino que es "subsidiaria, coadyuvante y complementaria".
En consecuencia, entendió que "dejar sin efecto la sentencia dictada por esta Corte Suprema en la causa ́Menem ́
implicaría transformar a dicho tribunal, efectivamente, en una 'cuarta instancia' revisora de las sentencias dictadas por esta
Corte, en clara violación de los principios estructurantes del sistema interamericano y en exceso de las obligaciones
convencionalmente asumidas por el Estado argentino al ingresar a dicho sistema". A su vez, aseguró que "dejar sin efecto
la sentencia de esta Corte pasada en autoridad de cosa juzgada es uno de los supuestos en los que la restitución resulta
jurídicamente imposible a la luz de los principios fundamentales del derecho público argentino". Así, interpretó que en el
art. 27 de la CN se consagra una esfera de reserva soberana, delimitada por los principios de derecho público establecidos
en la Constitución Nacional, a los cuales los tratados internacionales deben ajustarse y con los cuales deben guardar
conformidad; encontrándose entre dichos principios "el carácter de esta Corte como órgano supremo y cabeza del Poder
Judicial, conforme surge del art. 108 de la CN". Concluyó que "revocar la sentencia firme dictada por este Tribunal
implica privarlo de su carácter de órgano supremo del
Poder Judicial argentino y sustituirlo por un tribunal internacional, en clara transgresión a los arts. 27 y 108 de la CN".

Como se puede observar, se trata de un viraje importante respecto de su jurisprudencia reciente, decidido con la disidencia
del ministro Maqueda que insistió en los precedentes fallos "Bulacio" y "Derecho" considerando que el tribunal debía sin
más dejar sin efecto la sentencia y todas sus consecuencias posteriores.
El ministro Rosatti, quien integró la mayoría por su voto, intentó una tercera solución entendiendo que "en un
contexto de 'diálogo jurisprudencial' que procure mantener la convergencia decisional entre los órganos con
competencias para dirimir conflictos en los ámbitos nacional e internacional, reconociendo a la Corte IDH como

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último intérprete de la CADH (art. 62, ptos. 1 y 3 CADH) y a la Corte Suprema de Justicia de la Nación como
último intérprete de la Constitución Nacional argentina (arts.n116 y 117 de la CN), cabe concluir que la reparación
ordenada en la sentencia de la Corte Interamericana encuentra adecuada satisfacción mediante la concreción de las
medidas mencionadas (...) no siendo posible concretar la revocación formal del decisorio nacional —si es ello lo que se
pretende— sin violentar lo dispuesto por los arts. 27 y 75 inc. 22) de la CN, cláusulas por cuya observancia esta Corte
debe velar".
A pesar del diferente lenguaje, entendemos que esta posición suscribe por completo la posición mayoritaria expresada
precedentemente.

Notas críticas:
Desde un punto de vista democrático, la existencia misma del control de constitucionalidad de las decisiones mayoritarias
ya es problemática. Esta tensión, a la que se le ha dado el nombre de "dificultad contramayoritaria", expresa la objeción
que puede hacerse desde una teoría democrática a la potestad de juezas y jueces —quienes no son elegidos por el pueblo
— de invalidar una ley surgida del debate democrático.
Imaginemos cuánto se agudiza el problema si dejamos esta facultad en manos de un órgano que no es parte de nuestras
instituciones democráticas. Los miembros de nuestra CS tienen legitimidad democrática derivada por ser su
nombramiento conforme al procedimiento establecido en la Constitución y con intervención parlamentaria,
permitiendo cierto escrutinio y control por parte de la ciudadanía. También está establecido un mecanismo de control
democrático sobre su desempeño mediante un procedimiento para su remoción. Sumado a estos mecanismos de rendición
de cuentas formales, existen otros de carácter informal, como por ejemplo el hecho de que la CS precise conservar cierta
legitimidad para la observancia de sus fallos por otros poderes dada la inexistencia de mecanismos de coerción penal o
económica a su disposición; o el hecho de que, como todo tribunal, se encuentra restringido y limitado al fallar por su
pertenencia a cierta sociedad, o por la necesidad de mantener cierto capital simbólico. Sin olvidar, claro, que las normas
que aplican —a pesar de su inevitable interpretación— surgen de mecanismos de expresión de voluntad popular.
Ninguno de estos mecanismos, es aplicable a la jurisprudencia internacional. Aun cuando algunos tratan de señalar que
estos organismos, en especial la Corte IDH, tienen mecanismos de construcción de su jurisprudencia que con credenciales
democráticas, ellas son cuanto menos débiles. Entonces, si reconocemos tensiones entre el control de constitucionalidad
ejercido por la CS y nuestra soberanía normativa, más preocupante aún ha de ser la imposición de la interpretación dada a
nuestros derechos por la Corte IDH, un cuerpo sin crédito democrático y cuya función explícita y específica es aplicar la
Convención y en esa operación no tener aprecio por las normas e instituciones democráticas de los países. No existe
forma de compatibilizar la renuncia de la CS a su rol y el reconocimiento de otra autoridad como definitiva con la noción
de autogobierno colectivo. Estas objeciones encuentran más fuerza aun frente a los organismos de seguimiento de las
convenciones, dada su integración por "expertos independientes" que supervisan en todos los Estados parte la aplicación
del tratado de que se trate.

Las repercusiones
Es interesante comentar que la Corte Interamericana rechazó el razonamiento de la Corte Suprema en "Fontevecchia".
Sostuvo que "en el cumplimiento del deber de 'dejar sin efecto' las sentencias internas que se determinaron en la Sentencia
del presente caso como violatorias de la
Convención Americana, correspondía a Argentina identificar cuáles acciones implementar o por cuál vía de su derecho
interno podía cumplir con lo ordenado por este Tribunal". Sostuvo que la interpretación de que lo solicitado era "sinónimo
de revocar" la sentencia no era necesariamente correcta, puesto que la Corte IDH había establecido que el Estado
argentino debía implementar "las medidas judiciales, administrativas y de cualquier otra índole que sean necesarias" para
"dejar sin efecto" tales sentencias". Así, insistió que "el Estado podría adoptar algún otro tipo de acto jurídico, diferente a
la revisión de la sentencia, para dar cumplimiento a la medida de reparación ordenada, como por ejemplo la eliminación
de su publicación de la páginas web de la Corte Suprema de Justicia y del Centro de Información Judicial, o que se

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mantenga su publicación pero se le realice algún tipo de anotación indicando que esa sentencia fue declarada violatoria de
la Convención Americana por la Corte Interamericana".
Así, reafirmó que la Corte IDH "ya ha establecido que la determinación de la obligatoriedad de uno de sus fallos no puede
quedar al arbitrio de un órgano del Estado, especialmente de aquel que generó la violación a derechos humanos, tal como
en el presente caso, cuya violación se configuró por una decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, puesto que
sería inadmisible subordinar el mecanismo de protección previsto en la Convención Americana a restricciones que hagan
inoperante la función del Tribunal. Ello tornaría incierto el acceso a la justicia que es parte del sistema tutelar de los
derechos humanos consagrado en la Convención", y criticó a la CS por arrogarse "una función que no le corresponde, la
de determinar cuándo este Tribunal actúa en el marco de sus competencias. Se recuerda que es la propia Corte
Interamericana, como todo órgano internacional con funciones jurisdiccionales, la que tiene el poder inherente de
determinar el alcance de sus propias competencias" recordando que "bajo el derecho internacional siempre que un Estado
es encontrado responsable de un hecho internacionalmente ilícito que haya producido un daño, surge para ese Estado la
obligación de repararlo íntegramente, que no puede ser modificada o incumplida por el Estado obligado, invocando para
ello disposiciones o dificultades de su derecho interno. En lo relativo a las modalidades de reparación, el derecho
internacional ha considerado que la reparación puede adoptar distintas formas que van más allá de la indemnización".
Luego, sostuvo que "para el derecho internacional es absolutamente irrelevante el órgano del Estado cuya acción u
omisión causó el hecho internacionalmente ilícito, de manera tal que cualquier órgano del Estado, independientemente de
sus funciones o jerarquía, puede generar la responsabilidad internacional del Estado. Las decisiones de los máximos
tribunales internos pueden acarrear la responsabilidad internacional de los Estados, como lo ha declarado este Tribunal en
varios casos"; aclarando que "al pronunciarse sobre decisiones judiciales internas la Corte Interamericana no actúa como
una cuarta instancia revisora de las sentencias dictadas por los tribunales internos, sino que determina si estos han
incurrido en sus decisiones en alguna violación de los derechos humanos u obligaciones internacionales reconocidos en
los tratados sobre los cuales este Tribunal tiene competencia".
Asimismo, advirtió que "corresponde al Estado asegurar que no se torne ilusoria la efectividad del Sistema Interamericano
al someter a las víctimas a un complejo proceso a nivel internacional, para que después del mismo, quede al arbitrio de
órganos del Estado cuándo deben ser cumplidas las reparaciones ordenadas para subsanar la violación en su perjuicio. La
ejecución de las Sentencias de la Corte Interamericana es parte fundamental del derecho de acceso a la justicia
internacional. Lo contrario supone la negación misma de este derecho para víctimas de violaciones de derechos humanos
que se encuentran amparadas por una sentencia de la Corte Interamericana".
Por último, declaró constatado que "se encuentra pendiente el cumplimiento de la reparación relativa a 'dejar sin efecto' la
condena civil impuesta a los señores Fontevecchia y D'Amico, así como todas sus consecuencias, ordenada en el punto
dispositivo segundo y párr. 105 de la Sentencia" por lo que "se requiere que Argentina, teniendo en cuenta sus
obligaciones internacionales, así como que la medida no necesariamente implica revocar la sentencia interna, identifique
para este caso concreto alguna medida o acción que permita garantizar una adecuada reparación para las víctimas en lo
relativo a dicha atribución de responsabilidad civil".

Final:
La jurisprudencia vigente, entonces, parece haberse hecho de parte de las críticas que desarrollamos en trabajos anteriores
cuando sostuvimos que "la incremental deferencia y sumisión a la CADH y a sus organismos —Comisión IDH y Corte
IDH— no es constitucionalmente aceptable" y que "se ha abierto una vía de reforma constitucional distinta a la del art. 30:
cada decisión de la Corte IDH tiene potencial reformador, y cada vez que se otorga jerarquía constitucional a un tratado se
abre la puerta a interpretaciones autoritativas de organismos internacionales que, a su vez, pueden modificar el texto
constitucional, que ha pasado a segundo plano frente a una internacionalización de la Constitución". Ello, claro está, con
la exigencia de que los tribunales de la Nación deben cumplir sin dudas con lo establecido por el bloque de
constitucionalidad federal. Es decir que la postura que desde aquí abonamos es garantizar el efectivo cumplimiento de los
derechos humanos reconocidos en la Constitución —ya sea en su parte dogmática o mediante la incorporación de tratados
— mediante la efectiva aplicación de dichos instrumentos por los tribunales argentinos, sin depender del reconocimiento o

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interpretación que de ellos haga la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La omisión de proceder de este modo
hará incurrir en responsabilidad de los funcionarios públicos así obligados, no por los tribunales internacionales, sino por
nuestra Constitución Nacional.

Las relaciones entre el derecho interno y el derecho internacional: Comentario por Leonardo Filippini

El derecho constitucional argentino es receptivo del derecho internacional desde el texto original de la Constitución de
1853/60. A partir de la restauración democrática en 1983, además, la interpretación y la práctica constitucional fueron
abriendo progresivamente cada vez más espacios de intervención al derecho internacional. La reforma de 1994 y la
posterior interpretación de la Corte Suprema han terminado de definir un esquema de alta receptividad del derecho
internacional. Un monismo intenso con alta jerarquización interna de las normas internacionales.
El derecho argentino sirve como ejemplo de un arreglo institucional frente a las preguntas iniciales acerca de la
integración y jerarquía del derecho internacional. Por un lado, el Estado argentino es hoy intensamente monista en
términos de integración. Incluso asegura una acción de amparo judicial a cualquier habitante que pretenda exigir un
derecho consagrado en un tratado. Por el otro lado, también otorga un elevado nivel jerárquico a las reglas del derecho
internacional que hacen parte de su derecho. Varios tratados integran la Constitución y la Corte Suprema ha ofrecido
interpretaciones altamente receptivas de la costumbre internacional, modificando criterios jurisprudenciales anteriormente
vigentes sobre el alcance de algunos derechos de la
Constitución.
Cuatro normas de la Constitución —tres del texto de 1853/60 y el art. 75.22 de la constitución reformada en 1994—
ofrecen los lineamientos del arreglo constitucional argentino acerca de cómo abordar las preguntas por la integración y
jerarquía del derecho internacional. El derecho internacional integra el derecho argentino sin necesidad de ningún
procedimiento adicional y lo hace con rango superior a las leyes. La cuestión más discutida hoy, tal vez, es la del lugar del
derecho internacional frente a la propia Constitución. En materia de derechos humanos, las decisiones del constituyente en
1994 y luego en dos oportunidades del legislador ordinario han sido las de considerar que más de una decena de tratados y
dos declaraciones tienen igual jerarquía que la Constitución.

El art. 31 de la CN siempre consideró que los tratados internacionales eran "ley suprema de la Nación", es decir, derecho
federal que las provincias debían obedecer: el art. 118 (antes 102) siempre incluyó el reconocimiento a la existencia del
"derecho de gentes" una expresión que hoy podemos considerar sin mayores problemas como equivalente a "derecho
internacional", incluyendo en ella a la costumbre internacional y las demás fuentes. El art. 27, finalmente, dispone que el
Gobierno federal esté obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras por medio de
tratados que estén en conformidad con los principios de derecho público establecidos en esta Constitución. Sobre la base
de esos artículos, presentes en la CN de 1853/60, pueden realizarse dos afirmaciones: El derecho internacional no necesita
de ninguna aprobación adicional para ser parte del derecho argentino y esto abarca a todas las fuentes del derecho
internacional. Hasta aquí, los acuerdos fuertes.

No obstante lo recién señalado, la práctica constitucional debatió mucho hasta la reforma de 1994 la cuestión acerca de la
jerarquía de tales normas, la exigibilidad judicial o no de los derechos contenidos en los tratados y el alcance de la regla
del art. 118, CN.
Hasta 1992, la Corte sostenía que los tratados y las leyes tenían igual jerarquía. A consecuencia de ello, una ley posterior
o especial podía restringir el alcance de un tratado en el derecho interno. Respecto de la operatividad del derecho
internacional discutía si los derechos consagrados en los tratados, más allá de ser considerados parte del derecho interno,
eran inmediatamente exigibles o, en cambio, necesitaban de algún tipo de adaptación o autorización para regir. Bajo este
manto, en verdad, se ocultaba una pulsión dualista, pues considerar al derecho de un tratado como programático lo hacía
depender, en los hechos, de una decisión nacional adicional para regir efectivamente un asunto.

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Con relación al "derecho de gentes" existía —y para algunos todavía existe— la duda acerca de si en efecto, esa cláusula
permitía internalizar reglas internacionales surgidas de fuentes distintas a los tratados en la jurisdicción nacional, o si, en
cambio, el art. 118 era una regla jurisdiccional en virtud de la cual solo se afirma la jurisdicción nacional para delitos
cometidos fuera de la jurisdicción que, naturalmente, solo podían estar reglados por el derecho internacional y no por el
derecho argentino — como, por ejemplo, la piratería—. Para algunos, el art. 118 autoriza a los jueces argentinos a aplicar
"el derecho de gentes" en todos los casos. Para otros solo implica que los delitos ocurridos fuera de la jurisdicción
nacional podrán ser juzgados por jueces argentinos aplicando el derecho internacional. Esta última visión hoy es
minoritaria y la práctica constitucional argentina acude a la aplicación de reglas del derecho internacional consuetudinario
sin más comprobaciones que la efectiva verificación de la existencia misma de tal costumbre.
El caso "Ekmekdjian c. Sofovich" en 1992 y la reforma constitucional de 1994, poco después, intensificaron la presencia
del derecho internacional en el orden jurídico argentino. En 1992, la Corte varió de modo contundente su consideración
con relación a la jerarquía interna de los tratados y se pronunció también respecto de la operatividad inmediata de todas
sus cláusulas. Para llegar a su conclusión respecto de la superioridad de los tratados por encima de las leyes, el tribunal
expuso dos argumentos. Por un lado, asignó a la Constitución una interpretación de acuerdo con la cual no quedaban
dudas acerca de la superioridad del derecho de los tratados respecto de la las leyes. Por otro lado, y no obstante la
suficiencia, a juicio de la Corte, del argumento recién reseñado, el tribunal agregó que el otorgamiento de supremacía a
los tratados se seguía del art. 27 de la Convención de Viena. Además de ello, la Corte asignó a los tribunales encargados
de la aplicación de los tratados la función de orientar la recta aplicación del tratado respectivo.
En 1994, la Constitución fue reformada y la Asamblea Constituyente saldó definitivamente toda posible ambigüedad
interpretativa acerca de la jerarquía del derecho internacional de los tratados. La Constitución ahora ubica a todos los
tratados por encima de la ley y a más de una decena de instrumentos de derechos humanos en pie de igualdad con la
Constitución, con un mecanismo específico para incorporar nuevos tratados de derechos humanos con esta jerarquía.
Una de las consecuencias del nuevo arreglo ha sido, indudablemente, la necesidad de adecuar la ley nacional al derecho
internacional, ahora de mayor jerarquía. Un caso emblemático es "Giroldi", de 1995, en el que la Corte declaró
inconstitucional una limitación al recurso de casación establecida por el Cód. Proc. Penal por ser incompatible con el
derecho a recurrir del fallo de condena establecido en el art. 8o.2.h de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. La ley fue declarada inconstitucional por su incompatibilidad con el tratado, inaugurando un nuevo orden
jurídico interno. La reforma de 1994 estableció además que los instrumentos constitucionalizados regían "en las
condiciones de su vigencia".
La decisión de incorporar una serie de instrumentos internacionales a la Constitución ha iluminado aún más el
interrogante sobre modo adecuado de resolver los conflictos que pueden aparecer entre normas y principios de la
Constitución frente al derecho internacional constitucionalizado. Como regla, parece que no deberían existir demasiadas
tensiones entre una Constitución de corte liberal y una serie de tratados y declaraciones de derechos humanos. Empero, la
práctica constitucional y algunos ejemplos posibles generan interés en torno a la pregunta por la relación del derecho
internacional constitucionalizado y la Constitución.

Muchos creen que la Constitución siempre debe prevalecer. Y para algunos autores, existen dos reglas expresas del propio
texto constitucional que limitan, en efecto, la posibilidad de reducir el alcance de los derechos de la Constitución sobre la
base del derecho internacional. El art. 27 de la Constitución indica que ningún tratado negociado y ratificado por el
Gobierno federal puede violentar "los principios de derecho público establecidos en esta Constitución". Por otro lado, el
art. 75.22 expresamente señala que los instrumentos constitucionalizados "no derogan artículo alguno de la primera parte
de esta Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos". Sobre la base
de ambas normas, en caso de contradicción, la Constitución regiría por encima de las reglas del derecho internacional
constitucionalizado y del derecho internacional, cualquiera sea su fuente.
Ninguna regla del derecho internacional, cualquiera sea su fuente, bajo esta luz, podría contradecir el texto constitucional.
Es conocida la posición del juez Fayt en este sentido, señalando que el art. 27 de la Constitución limita la posibilidad de

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integración del derecho internacional y que incluso la ley que declaró la necesidad de la reforma constitucional en 1994 es
un límite adicional a la posibilidad de modificar la primera parte de la Constitución.
Otra corriente de opinión y la propia Corte, por cierto, no son tan contundentes y tienden a exigir, antes bien, un esfuerzo
interpretativo que impida considerar a ninguna regla internacional —al menos las de rango constitucional— en colisión
con la Constitución. Una contradicción reclama un nuevo examen del asunto y una nueva interpretación de las reglas en
juego hasta lograr una integración armónica de los materiales constitucionales e internacionales constitucionalizados. De
este modo, se arriba a un criterio de fuerte compromiso monista. Los instrumentos constitucionalizados deben entenderse
y aplicarse observado muy especialmente el modo en que los órganos internacionales respectivos los interpretan y aplican
(doctrina de "Ekemekdjian" y "Giroldi") y toda posible tensión entre los instrumentos y la constitución debe resolverse
privilegiando la armonía e integridad de todo el bloque constitucional de derechos ("Chocobar" y "Monges").
Esa manera de entender la cuestión se ha extendido expresamente incluso a ciertas reglas consuetudinarias que pueden
considerarse jus
cogens, en particular en lo relativo a la reapertura de los procesos penales por los crímenes del terrorismo de Estado. A la
luz de casos como "Arancibia Clavel" (2004) y "Simón" (2005), en efecto, discutimos la cuestión del principio de
legalidad en materia penal, la posible aplicación retroactiva de tipos penales fundados en la costumbre internacional, en
incluso la aplicación de fallos o resoluciones de los órganos internacionales de protección de los derechos humanos, como
el Informe CIDH 28/92, o del caso "Barrios Altos" de la Corte IDH. Discusiones similares, han aparecido también en la
práctica jurisprudencial argentina frente a la necesidad de cumplir con decisiones de órganos internacionales de
supervisión, tal como ocurrió en los casos "Cantos", "Espósito", "Derecho" o "Carranza Latrubesse".
La práctica constitucional dominante supone que la Constitución Nacional debía ser leída e interpretada de un modo
compatible con el derecho internacional constitucionalizados y con el derecho internacional consuetudinario con rango de
jus cogens, de modo de privilegiar la consistencia valorativa del bloque normativo de rango constitucional y de evitar
responsabilidad internacional por el incumplimiento de obligaciones internacionales. En el caso "Maza" de 2009, incluso,
el juez Zaffaroni llegó a hablar de la "obsolescencia" de algunas cláusulas constitucionales frente a los principios
expresados por el constituyente en 1994 a través de la inclusión de reglas del derecho internacional de los derechos
humanos.

Conclusión:
La integración armónica del derecho internacional constitucionalizado con la Constitución, aun cuando ello implica y
parece exigir la reinterpretación de reglas de la propia Constitución. La crítica aún vigente a esta posición es que, en
ciertos casos, la pretendida armonización estaría dejando de lado o directamente violentando la Constitución. Ambas
posiciones se vinculan fuertemente con las virtudes que cada una encuentra en la solución del monismo y del dualismo en
términos de recepción del derecho internacional y por ello la fuerte atención que venimos poniendo sobre el rango
constitucional o no del derecho internacional involucrado no termina de aportar soluciones definitivas. La pregunta por la
calidad de las reglas a las que estamos dispuestos a asignar autoridad —y con ello rendir obediencia— no se puede
responder de modo definitivo sobre la sola base del rango que la Constitución le otorgue en el derecho interno a cada
tratado, dispositivo o resolución del derecho internacional, en ausencia de un compromiso de nuestra comunidad acerca de
qué significa prometer algo a otras. No se trata tanto de precisar el lugar de un tratado en la Constitución como de una
reflexión acerca de si y cómo pretendemos, en términos constitucionales, participar de un sistema de reglas globales.
La presencia creciente del derecho internacional para la resolución de conflictos va generando además nuevos desafíos
frente a una realidad cambiante. En "Sancor", por ejemplo, la Corte argentina debió analizar si correspondía al tribunal o
no solicitar una opinión consultiva a un órgano del Mercosur a efectos de clarificar la recta interpretación de un arreglo
regional. Los jueces tuvieron posiciones encontradas acerca de la claridad del tratado y, con ello, sobre la necesidad de
recurrir a la consulta internacional.
El derecho internacional también plantea una ampliación de la esfera regulada por el derecho federal. En la medida en que
más cuestiones son definidas a través de tratados y procedimientos de arreglo internacional de disputas cada vez más

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sofisticados se hace notorio también que el espacio regulatorio de las provincias se acota. También se amplían con ello,
naturalmente, los casos susceptibles de ser atendidos por la jurisdicción federal.
Finalmente, y aun a costa de sugerir relativizar el interés de mucho de lo escrito aquí, es innegable que los procesos de
formación de reglas de comportamiento global, por un lado, permean las prácticas políticas a nivel subnacional y, por
otro, tampoco reflejan a nivel global la geografía de los Estados en sus interacciones internacionales. La dinámica de las
comunicaciones y los mercados exigen también pensar nuestras opciones constitucionales bajo formatos más dúctiles que
aquellos a los que recurrimos hace apenas 20 años, en el último ejercicio constituyente.

LA RELACIÓN CON LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS


HUMANOS LA OBLIGATORIEDAD DE LAS SENTENCIAS Y DE LOS INFORMES DE LA COMISIÓN
Se ha planteado ante la Corte Suprema la cuestión relativa al impacto que una sentencia en la instancia internacional
(Corte IDH) tiene respecto de un fallo de nuestro máximo tribunal (CSJN) Antes de la reforma, en el fallo
"Ekmekdjian c. Sofovich"de 1992 citó la Opinión Consultiva Nº7 de la Corte IDH como apoyo de su decisión
y sostuvo: "La interpretación del Pacto de San José de Costa Rica debe guiarse por la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.

b) Poco después de la reforma, en el fallo Giroldi, Horacio la CSJN afirmó que “las condiciones de su vigencia” significa
tal como la convención citada efectivamente rige en el ámbito internacional y considerando particularmente su efectiva
aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales competentes para su interpretación y aplicación. Esta
interpretación permite el ingreso al sistema jurídico argentino de la jurisprudencia de la Corte IDH.
El fallo en cuestión hizo suyos los criterios de la Corte IDH en materia de doble instancia e invalidó, con base en ella, una
ley del Congreso que la restringía. Manili agrega: La aplicación de la jurisprudencia de la Corte IDH debe hacerse de
forma dinámica, es decir, La aplicación de esa jurisprudencia como pauta interpretativa debe tomar en cuenta no sólo la
jurisprudencia dictada hasta el momento de la reforma constitucional o hasta la fecha del referido fallo, sino también toda
la que en el futuro emane de la Corte IDH. De esa manera se "refresca" en forma permanente el sistema
constitucional argentino con las interpretaciones de esa Corte, en una sana aplicación del principio de progresividad de los
derechos humanos y de diálogo entre las jurisdicciones.

c) Un año más tarde, la CSJN extendió su doctrina a los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al
sostener, en el fallo Bramajo, que la opinión de esa comisión debía servir de guía para la interpretación de los preceptos
convencionales de los tratados de derechos humanos, con lo cual podía colegirse que los informes individuales de la
Comisión también integraban las condiciones de vigencia del PSJCR y de la Declaración Americana de Derechos
Humanos.

d) Pero a fines de 1998, en el fallo Acosta la CSJN limitó esa posible interpretación ya que sostuvo que, si bien el Estado
argentino debe esforzarse por dar respuesta favorable a las recomendaciones de la Comisión, ello no equivale a consagrar
como deber para los jueces el de dar cumplimiento a su contenido al no tratarse aquéllas de decisiones vinculantes para el
Poder Judicial .
La jurisprudencia internacional por más novedosa y pertinente que se repute no podría constituir un motivo de revisión de
las resoluciones judiciales ello afectaría la estabilidad de las decisiones jurisdiccionales, la que constituye un presupuesto
ineludible de la seguridad jurídica es exigencia del orden público y posee jerarquía constitucional".
El voto de los Dres. Boggiano y Bossert, sostiene: "Frente a informes o recomendaciones emanadas de la Comisión
todos los jueces de jerarquía y fuero están obligados a atender a su contenido con el fin de procurar la protección de
los derechos humanos. Sagüés formuló una interpretación de los fallos "Bramajo" y "Acosta" en
el sentido de que las recomendaciones de la Comisión deben servir de guía para interpretar los instrumentos americanos
de derechos humanos, pero que los jueces pueden apartarse de aquéllas, puesto que dichas recomendaciones no son
vinculantes.

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e) En el fallo "Felicetti, Roberto 2000, la Corte reiteró lo sostenido en "Acosta" y agregó que la
recomendación que la Comisión IDH había formulado a la Argentina sólo tenía efecto en lo sucesivo pero que no podía
generar la revisión de un fallo pasado en autoridad de cosa juzgada, agregando que las recomendaciones no pueden
aplicarse retroactivamente a casos pasados, sino que son dirigidas al estado para que adopte medidas progresivas
adecuando sus leyes y constituciones .

f) En los fallos "Simón"de 2005 y "Mazzeo" de 2007 se verifica una acentuación de la influencia
de las decisiones interamericanas. En el primero de ellos la CSJN sostuvo: "La sujeción del Estado argentino a la
jurisdicción interamericana impide que el principio de "irretroactividad" de la ley penal sea invocado para
incumplir los deberes asumidos en materia de persecución de violaciones graves a los derechos humanos". Y
agregó: "Que la traslación de las conclusiones de la Corte Interamericana en "Barrios Altos" al caso
argentino resulta imperativa, si es que las decisiones del Tribunal internacional mencionado han de ser interpretadas de
buena fe como pautas jurisprudenciales.
Como se advierte en esos dos párrafos, la CSJN justifica la no aplicación del principio de irretroactividad de la ley
penal, contenido en el art. 18 CN, en la sujeción al sistema interamericano. la CSJN, prefirió aplicar a rajatabla la
doctrina del fallo "Barrios Altos" de la Corte IDH sin considerar que el derecho argentino era, en este
punto, distinto del peruano. Como surge del análisis realizado, el valor de la jurisprudencia de la Corte IDH ha sido, a
nuestro entender, sobrevaluado por la CSJN, que se apoyó en ella para inaplicar principios básicos y normas expresas de
la constitución nacional.

g) En 2013, en el caso "Carranza Latrubesse", la mayoría del tribunal sostuvo el carácter vinculante y
obligatorio de los informes de la Comisión IDH en el marco del art. 51 del PSJCR; mientras que la disidencia sostuvo: la
Corte Interamericana, aun cuando ha declarado la trascendencia de las recomendaciones que pudiera efectuar la Comisión
y, a su vez, alentado a los Estados a cumplir con ellas, no establece respecto de las mismas un criterio de obligatoriedad de
incurrir en responsabilidad internacional del Estado".

h En la sentencia dictada por la Corte IDH en el caso FONTEVECCHIA Y D´AMICO contra Argentina, el tribunal
interamericano dispuso que el estado argentino debía dejar sin efecto la condena civil impuesta a Jorge Fontevecchia y
Héctor D´amico. La CSJN sostuvo que las sentencias de la Corte IDH son en principio de cumplimiento obligatorio para
este, pero esa obligatoriedad alcanza únicamente a las sentencias dictadas por el tribunal internacional dentro del marco de
sus respectivas potestades. Es con ese alcance que el estado argentino se ha obligado internacionalmente a acatar las
decisiones de la Corte IDH.
Señaló que el sistema interamericano de la protección de Derechos Humanos es de carácter SUBSIDIARIO, por lo que no
constituye una cuarta instancia que revisa o anula decisiones jurisdiccionales estatales sino que es subsidiaria,
coadyuvante y complementaria.
En consecuencia entendió que dejar sin efecto la sentencia dictada por esta CSJN implicaría transformar a dicho tribunal
en una cuarta instancia revisora de las sentencias dictadas por esta corte, en clara violación a los principios del sistema
interamericano y en exceso de las obligaciones asumidas convencionalmente por el estado Argentino.
Revocar la sentencia firme dictada por este tribunal implica privarlo de su carácter de órgano supremo del poder judicial
argentino y sustituirlo por un tribunal internacional.
La disidencia del ministro Maqueda considero que el tribunal debía dejar sin efecto la sentencia y todas sus consecuencias
posteriores.

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2. El alcance de la competencia de los órganos internacionales
La competencia de los órganos internacionales instituidos en los tratados está limitada, en principio, a la aplicación del
instrumento que les dio vida y en las condiciones que ese instrumento estableció, es decir, Dichos órganos sólo poseen
competencia en la medida en que se la confiere el tratado que los crea .
No obstante, entendemos que esa interpretación extensiva de la competencia de los órganos internacionales de derechos
humanos sólo rige en el ámbito internacional y no implica que éstos puedan revisar el modo en que los tribunales
nacionales (la CSJN) aplican o interpretan la constitución nacional o el derecho interno. Así lo ha reconocido la Comisión
IDH en diversas oportunidades, en lo que se denomina la "fórmula de la cuarta instancia: La función de la Comisión
consiste en garantizar la observancia de las obligaciones asumidas por los estados partes de la convención, pero no puede
hacer las veces de un tribunal de alzada para examinar supuestos errores de derecho o de hecho que puedan haber
cometido los tribunales nacionales que hayan actuado dentro de los límites de su competencia. Por lo tanto la CSJN
siempre fue, y seguirá siendo, la última instancia en lo que hace a la interpretación de la constitución nacional y demás
normas de inferior jerarquía. La decisión que ella adopte sobre el tema es definitiva y no es susceptible de ser revisada ni
revocada por ninguna instancia internacional.

3. La reforma constitucional argentina de 1994 y la competencia de la Corte Suprema Antes de esa reforma, Sagüés
sostenía que la competencia de la Corte IDH y su facultad de decidir en forma definitiva e inapelable las causas que le
sean sometidas, violaba el art. 100 CN (hoy art. 116), pero esos problemas interpretativos han sido zanjados por el
constituyente de 1994 con la conformación del bloque de constitucionalidad ya que, sin haber reformado el art. 116 CN,
equiparó varios tratados que crean ese tipo de órganos a la constitución nacional, aclarando que son complementarios de
los derechos y garantías reconocidos por ésta.
Por lo tanto, desde hace años venimos sosteniendo que aquí se produce una especie de desdoblamiento del bloque de
constitucionalidad, pero que no ataca su carácter unitario, ni implica reconocer ninguna diferencia entre las normas que
conviven dentro de él. El desdoblamiento se produce por lo siguiente:
a) En cuanto a la interpretación de la Constitución Nacional y de todo el derecho interno, la CSJN sigue siendo la última
instancia.
b) En cuanto a la interpretación y aplicación de los instrumentos internacionales de derechos humanos, sus decisiones
pueden ser juzgadas por los órganos internacionales, pero solo pueden serlo cuando la aplicación que la CSJN haga del
derecho interno lesione alguno de los derechos contenidos en los instrumentos internacionales de derechos humanos, es
decir, los órganos internacionales no "revisan" la sentencia ya que su intervención no tiene por fin anular ni
revocar lo decidido por el tribunal nacional. Pero sí son competentes para "juzgar" si esa decisión
comprometió la responsabilidad internacional del Estado por ser violatoria de lo establecido en una norma internacional.
Los efectos de las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictadas respecto de la Argentina
En aquellos casos en que el tribunal internacional encuentre que una sentencia nacional viola normas
internacionales, deberá así declararlo y el Estado deberá adoptar todos los medios para hacer cesar los efectos de esa
sentencia o retrotraer los actos que se hubieren ejecutado en virtud de ella. Pero la sentencia nacional no es revocada por
la interamericana, sino que es el Estado argentino el que, en cumplimiento de esa sentencia, debe hacer cesar los efectos
de la sentencia nacional. Por ejemplo, si se trató de una condena civil que ya se cumplió, se puede ordenar devolver el
dinero pagado; si se trata de una condena penal se puede conmutar la pena o indultar o amnistiar al detenido. las
sentencias que la Corte IDH dicta respecto de la Argentina son de cumplimiento obligatorio para los tres poderes del
Estado, pero no implican anulación de normas internas ni revocación de sentencias nacionales firmes.

4. Conclusiones
— En cuanto a la interpretación de la CN y de todo el derecho interno la CSJN sigue siendo la última instancia; pero en lo
atinente a la interpretación de los instrumentos internacionales de derechos humanos y su aplicación en el ámbito interno,
sus fallos pueden ser "juzgados" por los órganos internacionales de derechos humanos.

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— También puede ser juzgada por los órganos internacionales la interpretación que la Corte haga del derecho interno
(incluida la Constitución Nacional) en caso que lesione alguno de los derechos reconocidos en los instrumentos
internacionales de derechos humanos.
—las decisiones de los órganos internacionales de derechos humanos no integran el bloque de constitucionalidad
argentino. No obstante de acuerdo a la jurisprudencia de la CSJN, las sentencias de la Corte IDH integran las condiciones
de vigencia de los instrumentos internacionales que conforman el bloque, mientras que los informes de la Comisión IDH
debe servir de guía a los jueces para la interpretación de esos instrumentos.
— Las sentencias de la Corte IDH no pueden "revocar" sentencias firmes de la CSJN argentina, no obstante si
el tribunal internacional decide que esa sentencia violó el derecho internacional, debe así declararlo y el Estado argentino
(sus tres Poderes) debe "hacer cesar sus efectos", sin que ello implique la "revocación" formal del
fallo.

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