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BIODESCODIFICACIÓN

Biológica

Clase 4 módulo III

SANDRA VILLARRUEL GERMÁN STAROPOLI


¿Cómo funciona nuestro cerebro?

Como ya hemos visto durante todo el curso de biodescodificación, somos: Unidad cuerpo cerebro
mente y medio ambiente, sus siglas son UCCMM.

UCCM
UNIDAD
MENTE MEDIO
CUERPO CEREBRO
AMBIENTE

UNIDAD MEMOR

UNIDAD MAYOR
La unidad cuerpo-cerebro-mente en neurociencia se refiere a la idea de que estos tres
elementos están igualmente interconectados y funcionan juntos como un sistema integrado. El
cuerpo incluye todos los órganos, tejidos y sistemas que componen nuestro organismo físico,
como los músculos, los huesos, el corazón, los pulmones, el sistema digestivo, entre otros.

El cerebro es el centro de control del cuerpo y es responsable de procesar información


sensorial, coordinar movimientos y regular las funciones corporales. La mente se refiere a
nuestra experiencia subjetiva de la realidad, que incluye la percepción, las emociones, el
pensamiento y la conciencia. En conjunto, la unidad cuerpo-cerebro-mente implica que
cualquier cambio o alteración en uno de estos componentes puede afectar a los otros dos. Por
ejemplo, la depresión puede manifestarse tanto en cambios en la actividad cerebral como en
síntomas físicos como fatiga y dolores corporales. Por lo tanto, en neurociencia se estudia la
interconexión de estos tres elementos para comprender mejor cómo funcionan en conjunto y
cómo las alteraciones pueden afectar la salud y el bienestar.

Sin olvidar el medio ambiente, que es fundamental para conformar la comprensión de la


mente humana como organismo completo integrado e interactivo con el ambiente físico y
social.

Debemos tener en cuenta esto en cada sesión, saber cuál fue el ambiente, sobre todo en la
infancia, cómo fue su evolución y su actualidad, que vida esta llevando, la información está
siempre en la infancia. Y ese resultado es la realidad que está viviendo en el aquí y ahora.

Nuestro trabajo es encontrar los patrones que hacen al cliente/a estar pasando por estadios
emocionales y físicos difíciles. Para poder cambiar su sistema de pensamiento y por ende su
realidad. Para esto se necesita cambios de hábitos, ejemplo: ejercicios, estudiar algo nuevo
que le guste, encontrar su propósito de vida y meditar, de esta forma sacas a la persona de el
circulo de patrones negativos.

El cerebro es como el hardware de las computadoras y la mente, el software. Desde hace


tiempo sabemos que las conexiones entre neuronas están modificándose constantemente,
esto se llama NEUROPLASTICIDAD, y que el cerebro tiene la capacidad para generar nuevas
neuronas, NEUROGENESIS a cualquier edad.

La neurogénesis es el proceso mediante el cual el Sistema Nervioso crea nuevas neuronas. Este
proceso ocurre a partir de las células madre del cerebro. La neurogénesis es especialmente
importante en la etapa embrionaria. No obstante, en los últimos años se ha podido comprobar
que es un proceso que también tiene lugar en la edad adulta, aunque de forma mucho más
limitada. Es un proceso importante por varias razones. En primer lugar, ayuda a reponer la
población de neuronas en el cerebro, que se agota constantemente debido a la muerte celular.
En segundo lugar, ayuda a mantener el cerebro flexible y adaptable, ya que se pueden generar
nuevas neuronas para reemplazar las que se han perdido o dañado.

Finalmente, la neurogénesis se ha relacionado con una mejor cognición y memoria, así como
con un menor riesgo de deterioro mental relacionado con la edad. Se cree que la generación
de nuevas neuronas puede desempeñar un papel en el aprendizaje y la memoria, y en la
respuesta a los cambios en el entorno.
LA METÁFORA DEL CARRUAJE

La metáfora del carruaje:

Vamos a usar la metáfora del carruaje. Para comprender la dinámica interior del ser humano,
vamos a usar una analogía. Dicha analogía compara al ser humano con un conjunto formado
por un carruaje, un caballo que tira de él, un cochero que dirige el caballo y el amo y señor,
sentado en el carruaje, detrás del cochero.

El carruaje representa el cuerpo físico.

El caballo, las emociones.

El cochero, la mente.

El señor, la esencia de lo que somos verdaderamente (cualquiera que sea el nombre que se le
dé: conciencia superior, alma, Ser superior, Maestro interior, Guía, etc.).

El conjunto físico, emocional y mental constituye lo que a menudo llamamos «personalidad» o


«ego». En esta obra utilizaremos los dos términos indistintamente.

Imagina un carruaje llevado por caballos, en el que el cochero es tu mente, el carruaje tu


cuerpo, los caballos tus emociones y tú eres el viajero que comunicas al cochero tu objetivo.
Para viajar bien, los tres son necesarios y si los tres están equilibrados, vamos bien; sin
embargo, para conocer la meta del viaje necesitamos al viajero, sólo él sabe adónde vamos,
sólo él sabe el objetivo del viaje… Él es quien da sentido a este viaje.
El cuerpo físico, el carruaje

Según esa analogía, el estado en que se encuentre el cuerpo físico —el carruaje— no sólo
depende del mantenimiento que le procure un cochero inteligente, sino también de la forma
en que sea llevado por el caballo. Así pues, dado que el estado del cuerpo físico se puede
observar y evaluar con facilidad, nos dará preciosas indicaciones respecto al grado de dominio
del cochero sobre el conjunto formado por el caballo y el carruaje.

Las emociones, el caballo

En la palabra emoción está «moción», o sea, movimiento. Las emociones son las que inician el
movimiento, y lo hacen a través del fenómeno del deseo. Si bien es cierto que hay diversos
tipos de deseo (aquí distinguiremos dos grandes categorías) no es menos cierto que la palabra
«emoción» conlleva en su esencia un vasto depósito de energía accesible a todo el ser. Por
eso, en esta analogía, el caballo representa las emociones: es él el que posee la energía
necesaria para tirar del carruaje. Así pues, es un elemento básico en la realización del viaje.

¿Cómo se utilizan las emociones? Ésa es una pregunta importante, fundamental. A lo largo del
libro iremos descubriendo, entre otras cosas, el arte de utilizar el inmenso depósito emocional,
porque el buen gobierno de las emociones requiere gran maestría…

La mente, el cochero

La mente es la sede de los procesos del pensamiento. Podemos distinguir en ella dos aspectos
del ser humano, ambos muy complejos. Gracias al desarrollo de su inteligencia, las funciones
del cochero son, en principio, las siguientes:

1) transmitir a su amo y señor las informaciones procedentes del exterior,

2) entender sus directrices en respuesta a las informaciones recibidas,

3) ser capaz de dominar el caballo y llevarlo en la dirección que el amo le haya indicado en su
respuesta, y

4) cuidar con eficacia del carruaje.

Así pues, resulta fácil comprender hasta qué punto es importante el papel de la mente, no sólo
porque es el vínculo entre el Ser superior y el ego sino porque, además, a través de ella el ego
expresa en el mundo la voluntad del señor, el Maestro interior. Subrayemos que esta analogía
pone de relieve un elemento importante relativo a las emociones, y es que el comportamiento
del caballo depende sobre todo del modo en que sea dirigido por el cochero. Eso significa que
los diversos estados emocionales dependen en gran parte de los pensamientos y no de lo que
ocurre en el exterior, como acostumbramos a creer.

Ahora imaginemos tres carruajes con tres cocheros distintos.

Los cocheros se preparan para un importante objetivo.

Uno de ellos cuidará mucho a sus dos caballos y les dará todas las atenciones posibles.
Amor y Miedo, que así los llama se volverán caprichosos, sin embargo, el cochero cederá a
todos sus deseos y olvidará cuidar su carruaje, que con el tiempo, quedará oxidado y
destartalado.

El segundo cochero en cambio, empleará toda su energía y conocimientos en mejorar su


carruaje. Siempre buscando información y materiales para tenerlo a la última. Pero sus
caballos estarán descuidados y flacos porque no le quedará tiempo ni recursos para ellos.

El tercer cochero buscará el equilibrio entre la atención que dedicará a sus caballos y al
carruaje. Éste es modesto, pero está bien ajustado, y sus caballos estarán sanos, pues no cede
a todas sus exigencias.

El día tan importante del recorrido llegó, y todos estarán muy seguros de sí mismos. Tras unos
metros, los caballos del primero se desbocaron porque no querían correr más y rompieron el
carruaje, el carro del segundo era demasiado pesado para sus hambrientos caballos, que
frenaron en seco y lo hicieron volcar. Mientras, el tercer cochero con paso firme y tranquilo
continuará hasta llegar a la meta indicada por el viajero.

Los caballos y el carro forman un equipo indivisible, al igual que las emociones y la mente, pero
para que todo funcione, el viajero es quien tiene que tomar las decisiones.

El cochero mantendrá y reparará el carruaje cuando haga falta, pero no se obsesionará con él,
y alimentará y cuidará a los caballos, pero no se someterá a ellos.

El viajero es quien conoce la meta y es quien realmente nos puede llevar a ella, subido a una
mente serena, impulsado por un cuerpo y unas emociones equilibradas.

La mente es el vínculo entre el ser superior y el ego. A través de este canal el ser superior se
expresa en el mundo. El comportamiento del caballo depende de cómo el cochero lo dirige.
Por tanto, los estados emocionales (el caballo) dependen en gran parte de los pensamientos
(el cochero) y no de lo que ocurre en el exterior.

Nosotros tenemos cuerpo, emociones y mente y espíritu. El espíritu es la esencia del ser, es el
alma, es el amo del carruaje. Lo ideal es que el amo del carruaje (el espíritu) tu viera una
misma voluntad con la mente (el cochero) actuaran al unísono. Este contacto tan directo y
enriquecedor permitirá al cochero actuar con inteligencia y dominio del carruaje y de los
caballos. A este sistema físico, emocional y mental le llamamos ego. Un ego bien dirigido por el
espíritu la esencia superior llena de cualidades el viaje con sabiduría, amor, inspiración y
libertad. Nuestro viaje estará lleno de plenitud, creatividad, amos, fortaleza, equilibrio, etc.

En la actualidad es posible que muchos de nosotros estemos llevando este carruaje casi sin
comunicación entre la mente y el espíritu.

Tenemos que funcionar desde el corazón en comunicación con la cabeza.

El funcionamiento ideal

Según dicho modelo, el funcionamiento ideal del ser humano sería el siguiente: el señor (el
Ser), portador del conocimiento y de la sabiduría, transmitiría sus directrices al cochero (la
mente) en forma de ideas que él/ella, despierta y abierta, transformaría en pensamientos
inspirados, necesarios para la ejecución perfecta de la voluntad del dueño del vehículo.
La voluntad del cochero y la del dueño serían una sola y única voluntad. El contacto entre
ambos sería tan directo y enriquecedor que permitiría al cochero actuar con la inteligencia y
competencia necesarias para tener un dominio perfecto del caballo (las emociones). Además,
dirigiría con armonía y eficacia el conjunto formado por el carruaje y el caballo (el ego),
conduciéndolo por el camino designado por el señor —que es el único que lo conoce— sin
extraviarse por sendas peligrosas o callejones sin salida. El caballo, perfectamente dominado,
actuaría con toda su fuerza (potencial emocional disponible por completo) y tiraría del carruaje
con rapidez, armonía y eficacia (máximo potencial creador). Si a esto se añadiera una
conducción inteligente, se conseguiría el buen estado del carruaje (buena salud y mucha
energía física). De esta forma, el conjunto formado por los sistemas mental, emocional y físico,
es decir, el ego, podría expresar perfectamente en el mundo material la voluntad del alma,
nuestra esencia. Y así manifestar de modo concreto las elevadas cualidades del corazón y del
espíritu que el dueño del carruaje (el alma) porta en sí: inteligencia superior, sabiduría,
compasión, inspiración, etc.

Se viviría entonces en un estado de plenitud, creatividad, fortaleza y amor que nada ni nadie
podría alterar. Se estaría en condiciones de hacer frente a las dificultades y desafíos de la vida
con sabiduría, inteligencia, serenidad y equilibrio. Y por lo que respecta al caballo (el sistema
emocional consciente e inconsciente), permanecería abierto y sensible, pero sin dejarse
perturbar por otros caballos o carruajes que, mejor o peor dirigidos por sus correspondientes
cocheros, circularan por el mismo camino. Perfectamente guiado, podría continuar su ruta
cualquiera que fuera el comportamiento de los demás y cualesquiera que fueran las
circunstancias externas. Sin la barahúnda emocional habitual, nuestras relaciones serían
dichosas y enriquecedoras y, como es natural, se convertirían en ocasiones para celebrar el
viaje de la vida. Podríamos disponer de toda nuestra energía para crear e irradiar plenamente
nuestra luz en el mundo.

El funcionamiento actual

Hasta ahora, el conjunto formado por el carruaje y el caballo ha sido dirigido a lo largo del
camino de la evolución por un cochero relativamente aislado del señor, pues apenas había
desarrollado la capacidad de entrar en contacto con él. Esta desconexión con tu Ser más
elevado hace que el carruaje tenga mucha potencia y poco control.

Sin la sabiduría y el discernimiento del Maestro interior no es capaz de llevar a cabo sus
funciones de manera eficaz, armoniosa y creativa, ni de controlar correctamente el caballo,
que más bien le domina a él casi siempre. El caos y las dificultades cotidianas que vivimos en la
época actual, tanto a nivel personal como planetario, proceden del mencionado
funcionamiento que tenemos actualmente.

La esencia del ser, el alma, el señor

La filosofía materialista no acepta la esencia del ser humano, niega que exista. Pero todas las
tradiciones y la propia experiencia de la vida nos recuerdan que, aunque es evidente que
tenemos cuerpo físico, emociones y pensamientos, también es evidente que somos algo muy
distinto. Los nombres que se atribuyen a esa parte esencial del ser son tan diversos como las
culturas. La nuestra, la judeocristiana, la denomina «alma». A lo largo del libro utilizaremos a
veces esa palabra, que nos resulta familiar, pero no en el sentido religioso (que en su grado
más elevado lo incluye), sino en el de «esencia», como cuando se habla del «alma de las
cosas». Otras veces utilizaremos el término «Ser», que es lo que somos en realidad.
En el siglo pasado es posible que dominara la razón, la mente racional y casi no se hablara de
las emociones. En esa época se medía la inteligencia que solamente estaba en el cerebro y se
usaba el C. I. el cociente intelectual. Pero las emociones casi no se usaban para determinar la
inteligencia, sin embargo, existían en todos los ámbitos, familiares, laborales, relaciones, etc.

Este mundo emocional desconocido y sin embargo muy activo domina aspectos de la sociedad,
de la vida. Estamos con las emociones no reconocidas, no expresadas y mal llevadas. Esas
emociones que no se digieren y, o no se descargan correctamente, vuelven a salir en otros
momentos de la vida en detrimento de esta. Este mundo emocional no resuelto puede crear
actividad destructiva, agresividad, confusión, desprecio, malestar físico, falta de cooperación,
falta de comunicación, venganzas, mala voluntad, etc. Estas emociones conscientes o
inconscientes manipulan nuestra mente racional. La vida se convierte en un mar de lucha y de
incongruencias. Se piensa que la mente racional es la única base de la inteligencia,
desprestigiando el gran potencial de las emociones. Tenemos un carruaje llevado por partes
separadas, las emociones van por su camino, la mente por el suyo y el espíritu desconectado
de todo. En el nuevo camino en esta nueva era de la consciencia tenemos que unificar todos
estos aspectos y descubrir una fuente de inteligencia e inspiración mucho más elevada.

Ya se observó que ese C.I. coeficiente de inteligencia no hacía a las personas más exitosas, más
felices, más creativas ni más inteligentes. En cambio, personas con menos C.I. menos dotadas
en el campo intelectual eran más dichosas, más felices y en su entorno eran bien queridos
viviendo en armonía y amor.

Después de los años 1960 ya se empezaba a hablar de la inteligencia emocional con cualidades
como: Individuos que son capaces de reconocer y expresar sus emociones. Pueden llevar una
vida dichosa, pueden comprender de qué modo se sienten los demás y pueden crear y
mantener relaciones interpersonales satisfactorias y responsables sin convertirse seres
dependientes. Tienen una visión positiva de sí mismo y actitudes y potencialidades. Son
personas realistas y optimistas que consiguen resolver bastante bien sus problemas y afrontar
el estrés sin perder el control.
EL DESARROLLO DEL CEREBRO
Daniel Goleman

Para comprender mejor el gran poder de las emociones sobre la mente

pensante —y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la

razón— consideraremos ahora la forma en que ha evolucionado el cerebro. El

cerebro del ser humano, ese kilo y pico de células y jugos neurales, tiene un

tamaño unas tres veces superior al de nuestros primos evolutivos, los primates no

humanos. A lo largo de millones de años de evolución, el cerebro ha ido

creciendo desde abajo hacia arriba, por así decirlo, y los centros superiores

constituyen derivaciones de los centros inferiores más antiguos (un desarrollo

evolutivo que se repite, por cierto, en el cerebro de cada embrión humano).

La región más primitiva del cerebro, una región que compartimos con todas

aquellas especies que sólo disponen de un rudimentario sistema nervioso, es el

tallo encefálico, que se halla en la parte superior de la médula espinal. Este

cerebro rudimentario regula las funciones vitales básicas, como la respiración, el

metabolismo de los otros órganos corporales y las reacciones y movimientos

automáticos. Mal podríamos decir que este cerebro primitivo piense o aprenda

porque se trata simplemente de un conjunto de reguladores programados para

mantener el funcionamiento del cuerpo y asegurarla supervivencia del individuo.

Éste es el cerebro propio de la Edad de los Reptiles, una época en la que el siseo

de una serpiente era la señal que advertía la inminencia de un ataque.

De este cerebro primitivo —el tallo encefálico— emergieron los centros

emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante

—o « neocórtex» — ese gran bulbo de tejidos replegados sobre sí que configuran

el estrato superior del sistema nervioso. El hecho de que el cerebro emocional

sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con

claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el

sentimiento.

La raíz más primitiva de nuestra vida emocional radica en el sentido del


olfato o, más precisamente, en el lóbulo olfatorio, ese conglomerado celular que

se ocupa de registrar y analizar los olores. En aquellos tiempos remotos el olfato

fue un órgano sensorial clave para la supervivencia, porque cada entidad viva, y a

sea alimento, veneno, pareja sexual, predador o presa, posee una identificación

molecular característica que puede ser transportada por el viento.

A partir del lóbulo olfatorio comenzaron a desarrollarse los centros más

antiguos de la vida emocional, que luego fueron evolucionando hasta terminar

recubriendo por completo la parte superior del tallo encefálico. En esos estadios

rudimentarios, el centro olfatorio estaba compuesto de unos pocos estratos

neuronales especializados en analizar los olores. Un estrato celular se encargaba

de registrar el olor y de clasificarlo en unas pocas categorías relevantes

(comestible, tóxico, sexualmente disponible, enemigo o alimento) y un segundo

estrato enviaba respuestas reflejas a través del sistema nervioso ordenando al

cuerpo las acciones que debía llevar a cabo (comer, vomitar, aproximarse,

escapar o cazar).

Con la aparición de los primeros mamíferos emergieron también nuevos

estratos fundamentales en el cerebro emocional. Estos estratos rodearon al tallo

encefálico a modo de una rosquilla en cuy o hueco se aloja el tallo encefálico. A

esta parte del cerebro que envuelve y rodea al tallo encefálico se le denominó

sistema « límbico» , un término derivado del latín limbus, que significa « anillo» .

Este nuevo territorio neural agregó las emociones propiamente dichas al

repertorio de respuestas del cerebro.”

Cuando estamos atrapados por el deseo o la rabia, cuando el amor nos

enloquece o el miedo nos hace retroceder, nos hallamos, en realidad, bajo la

influencia del sistema límbico.

La evolución del sistema límbico puso a punto dos poderosas herramientas: el

aprendizaje y la memoria, dos avances realmente revolucionarios que

permitieron ir más allá de las reacciones automáticas predeterminadas y afinar

las respuestas para adaptarlas a las cambiantes exigencias del medio,

favoreciendo así una toma de decisiones mucho más inteligente para la

supervivencia. Por ejemplo, si un determinado alimento conducía a la


enfermedad, la próxima vez seria posible evitarlo. Decisiones como la de saber

qué ingerir y qué expulsar de la boca seguían todavía determinadas por el olor y

las conexiones existentes entre el bulbo olfatorio y el sistema límbico, pero ahora

se enfrentaban a la tarea de diferenciar y reconocer los olores, comparar el olor

presente con los olores pasados y discriminar lo bueno de lo malo, una tarea

llevada a cabo por el « rinencéfalo» —que literalmente significa « el cerebro

nasal» — una parte del circuito límbico que constituye la base rudimentaria del

neocórtex, el cerebro pensante.

Hace unos cien millones de años, el cerebro de los mamíferos experimentó

una transformación radical que supuso otro extraordinario paso adelante en el

desarrollo del intelecto, y sobre el delgado córtex de dos estratos se asentaron los

nuevos estratos de células cerebrales que terminaron configurando el neocórtex

(la región que planifica, comprende lo que se siente y coordina los movimientos).

El neocórtex del Homo sapiens, mucho mayor que el de cualquier otra

especie, ha traído consigo todo lo que es característicamente humano. El

neocórtex es el asiento del pensamiento y de los centros que integran y procesan

los datos registrados por los sentidos. Y también agregó al sentimiento nuestra

reflexión sobre él y nos permitió tener sentimientos sobre las ideas, el arte, los

símbolos y las imágenes.

A lo largo de la evolución, el neocórtex permitió un ajuste fino que sin duda

habría de suponer una enorme ventaja en la capacidad del individuo para superar

las adversidades, haciendo más probable la transmisión a la descendencia de los

genes que contenían la misma configuración neuronal. La supervivencia de

nuestra especie debe mucho al talento del neocórtex para la estrategia, la

planificación a largo plazo y otras estrategias mentales, y de él proceden también

sus frutos más maduros: el arte, la civilización y la cultura.

Este nuevo estrato cerebral permitió comenzar a matizar la vida emocional.

Tomemos, por ejemplo, el amor. Las estructuras límbicas generan sentimientos

de placer y de deseo sexual (las emociones que alimentan la pasión sexual) pero

la aparición del neocórtex y de sus conexiones con el sistema límbico permitió el

establecimiento del vínculo entre la madre y el hijo, fundamento de la unidad


familiar y del compromiso a largo plazo de criar a los hijos que posibilita el

desarrollo del ser humano. En las especies carentes de neocórtex —como los

reptiles, por ejemplo— el afecto materno no existe y los recién nacidos deben

ocultarse para evitar ser devorados por la madre. En el ser humano, en cambio,

los vínculos protectores entre padres e hijos permiten disponer de un proceso de

maduración que perdura toda la infancia, un proceso durante el cual el cerebro

sigue desarrollándose.

A medida que ascendemos en la escala filogenética que conduce de los

reptiles al mono rhesus y, desde ahí, hasta el ser humano, aumenta la masa neta

del neocórtex, un incremento que supone también una progresión geométrica en

el número de interconexiones neuronales. Y además hay que tener en cuenta

que, cuanto mayor es el número de tales conexiones, mayor es también la

variedad de respuestas posibles. El neocórtex permite, pues, un aumento de la

sutileza y la complejidad de la vida emocional como, por ejemplo, tener

sentimientos sobre nuestros sentimientos. El número de interconexiones existentes

entre el sistema límbico y el neocórtex es superior en el caso de los primates al

del resto de las especies, e infinitamente superior todavía en el caso de los seres

humanos; un dato que explica el motivo por el cual somos capaces de desplegar

un abanico mucho más amplio de reacciones —y de matices— ante nuestras

emociones. Mientras que el conejo o el mono rhesus sólo dispone de un conjunto

muy restringido de respuestas posibles ante el miedo, el neocórtex del ser

humano, por su parte, permite un abanico de respuestas mucho más maleable, en

el que cabe incluso llamar al 911. Cuanto más complejo es el sistema social, más

fundamental resulta esta flexibilidad; y no hay mundo social más complejo que

el del ser humano.' Pero el hecho es que estos centros superiores no gobiernan la

totalidad de la vida emocional porque, en los asuntos decisivos del corazón —y,

más especialmente, en las situaciones emocionalmente críticas—, bien

podríamos decir que delegan su cometido en el sistema límbico. Las

ramificaciones nerviosas que extendieron el alcance de la zona límbica son

tantas, que el cerebro emocional sigue desempeñando un papel fundamental en

la arquitectura de nuestro sistema nervioso. La región emocional es el sustrato en


el que creció y se desarrolló nuestro nuevo cerebro pensante y sigue estando

estrechamente vinculada con él por miles de circuitos neuronales. Esto es

precisamente lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario

para influir en el funcionamiento global del cerebro (incluyendo, por cierto, a los

centros del pensamiento).

Primero los sentimientos, luego los pensamientos

Debido al hecho de que la mente racional invierte algo más de tiempo que la

mente emocional en registrar y responder a una determinada situación, el

«primer impulso» ante cualquier situación emocional procede del corazón, no

de la cabeza. Pero existe también un segundo tipo de reacción emocional, más

lenta que la anterior, que se origina en nuestros pensamientos. Esta segunda

modalidad de activación de las emociones es más deliberada y solemos ser muy

conscientes de los pensamientos que conducen a ella. En este tipo de reacción

emocional hay una valoración más amplia y nuestros pensamientos —nuestra

cognición— determinan el tipo de emociones que se activarán. Una vez que

llevamos a cabo una valoración —«este taxista me está engañando» , o « este

bebé es adorable» — tiene lugar la respuesta emocional apropiada. Este es el

camino que siguen las emociones más complejas, como, por ejemplo, el

desconcierto o el miedo ante un examen, un camino más lento que el anterior y

que tarda segundos, o incluso minutos, en desarrollarse.

En cambio, en la modalidad de respuesta rápida los sentimientos parecen

preceder o ser simultáneos a los pensamientos.

Esta reacción emocional rápida asume el poder en aquellas situaciones

urgentes que tienen que ver con la supervivencia porque ésta es precisamente su

función, movilizarnos para hacer frente inmediatamente a una urgencia.

Nuestros sentimientos más intensos son reacciones involuntarias y nosotros no

podemos decidir cuándo tendrán lugar. «El amor —escribió Stendhal— es como

una fiebre que viene y se va independientemente de nuestra voluntad.» Este tipo

de respuesta, que no sólo tiene que ver con el amor sino también con nuestros
enojos y nuestros miedos, no depende de nuestra elección, sino que es algo que

nos sucede. Es por ese motivo por lo que puede ofrecemos una coartada puesta

que, como afirma Ekman. «El hecho de que no podamos elegir las emociones

que tenemos» permite que las personas justifiquen sus acciones diciendo que se

encontraban a merced de la emoción. Del mismo modo que existen caminos

rápidos y lentos a la emoción —uno a través de la percepción inmediata y otro a

través de la intermediación del pensamiento reflexivo—, también existen

emociones que vienen porque uno las evoca. Un ejemplo de esto lo constituye el

sentimiento intencionalmente manipulado, el repertorio del actor, como las

lágrimas que llegan cuando deliberadamente evocamos recuerdos tristes. Pero

los actores son simplemente más diestros que el resto de nosotros en el uso

intencional del segundo camino a la emoción (el sentimiento que procede vía

pensamiento). Y, si bien no podemos saber qué emoción concreta activará un

determinado pensamiento, sí que podemos —y con frecuencia así lo hacemos—

decidir sobre qué pensar. Del mismo modo que una fantasía sexual puede

llevamos a sensaciones sexuales, así también los recuerdos felices nos alegran y

los melancólicos nos entristecen.

Pero la mente racional no suele decidir qué emociones «debemos» tener,

sino que, por el contrario, nuestros sentimientos nos asaltan como un fait accompli

(Hecho consumado. En francés en el original). Lo único que la mente racional

puede controlares el curso que siguen estas reacciones. Con muy pocas

excepciones, nosotros no podemos decidir cuándo estar furioso, ni tristes,

etcétera.
EJE INTESTINO-CEREBRO: EL INTESTINO, NUESTRO
SEGUNDO CEREBRO

En los últimos años, la comunidad científica ha empezado a profundizar en la relación


existente entre el intestino y el cerebro, una relación que existe desde que el ser humano es
ser humano, pero a la que no se le ha prestado la atención merecida durante demasiado
tiempo. Afortunadamente, ahora disponemos de muchos más estudios sobre el tema, que
aportan luz y conocimiento sobre el eje intestino-cerebro, una conexión bidireccional en toda
regla que puede explicar interesantes consecuencias que se ven en un sistema cuando el otro
se ve afectado. Por ello, en este artículo hemos querido profundizar sobre cómo se desarrolla
dicha relación, cuáles son sus vías de comunicación y la importancia de una microbiota sana en
nuestro organismo.

¿Qué relación hay entre el intestino y el cerebro?

En primer lugar, es importante mencionar que cuando hablamos del intestino, es inevitable
pensar en la famosa microbiota. Es el conjunto de millones de microorganismos que viven en
perfecta simbiosis en nuestro organismo, sobre todo en el tracto digestivo. Pero también
existe microbiota en la boca, en la piel, en los genitales, etc. 1 Diferentes factores como el tipo
de dieta, más o menos rico en productos fermentados y probióticos, el consumo de
antibióticos, el tipo de parto o el estrés influyen en la composición de la microbiota intestinal.

En humanos, la evidencia más convincente de que existe una interacción entre la microbiota-
intestino-cerebro, surgió hace más de 20 años a partir de la observación de la mejoría de
síntomas en pacientes con encefalopatía hepática, después de que se les administraran
antibióticos orales. Mientras tanto, ha ido surgiendo diferente evidencia científica que apoya
el papel de la microbiota en la influencia de la ansiedad y de los comportamientos depresivos.
Más recientemente, se ha visto cierta relación entre la disbiosis intestinal (el desequilibrio
constante de la flora intestinal) y el autismo. De hecho, los pacientes con autismo presentan
unas alteraciones específicas de la microbiota según la gravedad de la enfermedad 2.

Si nos preguntamos, pues, qué es el eje intestino-cerebro, deberemos considerar como una
red de comunicación bidireccional que vincula el sistema digestivo con el sistema nervioso
central (SNC) y el sistema nervioso entérico (SNE). Anteriormente, se pensaba que solo el
cerebro era el que mandaba comunicaciones al intestino. Pero se ha visto que esta interacción
también funciona en sentido contrario. Esta red no es solo anatómica, sino que se extiende
para incluir también vías de comunicación endocrinas, humorales, metabólicas e inmunitarias

Otro ejemplo de esta conexión bidireccional intestino-cerebro es que la simple idea de comer
permite la liberación de los jugos del estómago antes de que la comida llegue al estómago. Un
intestino con problemas puede enviar señales al cerebro, al igual que un cerebro con
problemas puede enviar señales al intestino. Por ello, el malestar estomacal o intestinal que
sufrimos puede ser la causa o el producto de la ansiedad, el estrés o la depresión.
Dada la estrecha interacción entre intestino-cerebro, es más fácil entender por qué podemos
sentir náuseas antes de hacer una presentación o sentir dolor intestinal en momentos de
estrés. El tracto gastrointestinal es sumamente sensible a las emociones, ya sea ira, ansiedad,
tristeza o alegría… Todos estos sentimientos -y muchos otros- pueden desencadenar síntomas
en el intestino 5. De ahí que existan múltiples expresiones del tipo “sentir un nudo en el
estómago”, “cagarse de miedo” o” mearse de la risa”.

Comunicación desde la microbiota al cerebro

Diferentes estudios en animales han demostrado que la colonización bacteriana del intestino
es fundamental para el desarrollo y la maduración tanto del SNE como del SNC. La ausencia de
colonización microbiana se asocia con una expresión alterada de los neurotransmisores de
ambos sistemas nerviosos. Además, su ausencia también se asocia con alteraciones de las
funciones del sistema motor y sensorial del intestino. Esto conlleva un retraso del vaciado
gástrico y del tránsito intestinal.

Comunicación desde el cerebro a la microbiota

El cerebro tiene un papel destacado en la modulación de funciones intestinales (motilidad,


secreción de ácido, de bicarbonato y de moco, manejo de fluidos intestinales…). Estas
funciones son esenciales en el mantenimiento de la capa mucosa dónde crecen grupos
individuales de bacterias en diferentes microhábitats. Una desregulación del eje intestino-
cerebro puede afectar a la microbiota intestinal a través de la perturbación del hábitat mucoso
normal.

¿Por qué se dice que el intestino es nuestro segundo cerebro?

Como decía Hipócrates: “toda enfermedad comienza en el intestino”. A finales del siglo XVIII,
el escocés Robert Whytt afirmaba que el intestino tenía muchas terminaciones nerviosas y se
hablaba de él como el “gran cerebro abdominal”. De hecho, el sistema digestivo presenta más
neuronas que la espina dorsal. Por aquel entonces, ya se pensaba que muchos de los
problemas de salud del cuerpo y de la mente se debían al “trastorno mental gástrico”, dando
lugar a cansancio, fatiga e insomnio. Ahora, sabemos que existe una relación simbiótica.
Sabemos, por ejemplo, que la alimentación puede modificar la fabricación endógena de
serotonina y dopamina, neurotransmisores esenciales para un estado de ánimo óptimo.

Es cierto que, en la actualidad, cuesta que todos los profesionales de la medicina entiendan la
importancia del eje intestino-cerebro. Esto es debido al surgimiento de subespecialidades de la
medicina. El que se dedica al ojo, no va a parar ni un segundo en pensar en la microbiota.
Asimismo, las afecciones del cerebro las trata el neurólogo, que no se parará tampoco a
analizar el intestino. La buena noticia es que algo está cambiando y vamos en la dirección de la
medicina integrativa, que permite conectar todos los órganos con las tripas y la microbiota
intestinal.

Vías de comunicación del eje intestino-cerebro

Una vez que sabemos que existe un papel bidireccional entre la microbiota del tracto digestivo
y el sistema nervioso central, es importante conocer cuáles son las diferentes vías de
comunicación del eje intestino-cerebro. Por un lado, a través del sistema nervioso por el nervio
vago. Por otro lado, por la vía sistémica (liberación de hormonas, metabolitos y
neurotransmisores). Y, por último, gracias al sistema inmune y a la liberación de citoquinas.

Veamos cada vía más en detalle:

Nervio vago

El nervio vago es el nervio autónomo más largo y de distribución más amplia que se origina en
el tronco encefálico y se extiende hacia abajo a través del cuello, el tórax y el abdomen para
finalizar en el colon. Forma parte del sistema nervioso autónomo, más concretamente, del
sistema nervioso parasimpático. Posee información motora y sensorial y proporciona
inervación a los múltiples sistemas. Por ello, está involucrado en aspectos críticos de la
fisiología humana, incluida la frecuencia cardiaca, la presión arterial, la sudoración, la digestión
e incluso el habla.

Por sus terminaciones, capta todo lo que sucede en la microbiota y en el intestino y se lo


comunica al cerebro. De hecho, algunos virus y proteínas son capaces de viajar por el nervio
vago hasta el cerebro. Su nombre viene por el hecho de que “vaga” por todo el cuerpo, siendo
por tanto la principal vía de comunicación intestino-cerebro. Diversos estudios han
evidenciado que la estimulación del nervio vago puede ser una herramienta útil para tratar la
depresión o el dolor crónico.
Sistema circulatorio o vía sistémica

El sistema circulatorio es el encargado de distribuir diferentes sustancias producidas por la


microbiota intestinal, como las neurohormonas. Constituye, por lo tanto, un sistema de
comunicación muy importante para el eje intestino-cerebro.

Diferentes neurohormonas como la serotonina (la hormona de la felicidad), se liberan desde


las células neuroendocrinas del intestino y permiten actuar en la modulación del
comportamiento. La serotonina se sintetiza esencialmente en el intestino (en un 90%) e influye
en gran medida en el control de las emociones, en el estado de ánimo y en la regulación del
apetito.

Por otro lado, el triptófano es un aminoácido esencial y es precursor de la síntesis de


serotonina, por lo que su producción se ve también regulada por la microbiota. Como ya
sabemos, existen síndromes como la depresión, cuyo mecanismo de acción principal es el
déficit de serotonina.

La dopamina es otro neurotransmisor que también tiene estrecha relación con la microbiota.
Hay evidencia de que su síntesis ocurre justo en el intestino. En estudios en los que se
utilizaron ratones sin microbiota (denominados como germ free), se pudo detectar una menor
cantidad de dopamina, lo que evidencia que los microorganismos del intestino influyen en su
producción. Además, esta sustancia está involucrada en la regulación de la motivación, del
placer, de la relajación y de la duración de los recuerdos.

Finalmente, la microbiota produce la hidrólisis de los ácidos grasos de cadena corta (AGCC)
como el propionato, el butirato o el acetato. Estos AGCC son capaces de atravesar la barrera
hematoencefálica. Y, por tanto, llegar al hipotálamo, donde regulan los niveles de GABA (ácido
gamma-aminobutírico). Esta sustancia es también un aminoácido y un neurotransmisor que
regula la excitabilidad cerebral. Permite aliviar la ansiedad y produce calma, razón por la cual
hay muchos complementos con esta sustancia indicados para la ansiedad o para dormir mejor.

Sistema inmune

El sistema inmune es capaz de identificar lo que es propio al organismo. Puede identificar qué
puede tolerar, dejándolo estar. O bien reconocer lo que es dañino y, en consecuencia, poner
en marcha todo un sistema de defensa basado en ataques inflamatorios. Existen dos tipos de
células involucradas cuando se pone en marcha el sistema de defensa: Por un lado, las células
como los linfocitos. De muchas subclases: monocitos, células dendríticas y macrófagos;
neutrófilos, eosinófilos, mastocitos… Por otro lado, las sustancias para los mecanismos
humorales. Aquí están involucradas las citoquinas, como la interleucina o el interferón-gamma;
y los anticuerpos, que circulan por la sangre actuando en todo el cuerpo.

En el síndrome del intestino irritable, por ejemplo, las poblaciones anormales de la microbiota
activan respuestas inmunitarias innatas de la mucosa. Esto provoca un aumento de la
permeabilidad epitelial del intestino. Además de una activación de las vías sensoriales del
dolor intestinal, que provoca la desregulación del SNE. Disrupciones en el eje intestino-cerebro
afectan a la motilidad y secreción intestinal, lo que contribuye a una hipersensibilidad visceral
y alteraciones celulares de los sistemas entero-endocrino e inmunológico.
El sistema inmunitario asociado al intestino se denomina GALT, de sus siglas en inglés (Gut
Associated Lymphoid Tissue) y es el que se encarga de valorar si cuando nos alimentamos
entra algún patógeno con la comida. Por ello, siempre que comemos se produce una ligera
inflamación, por si acaso, y después se desinflama. El consumo de ciertos alimentos o estar
comiendo a todas horas puede provocar una inflamación crónica mantenida. Al generarse un
ambiente inflamatorio, al cerebro se le comunica que el intestino está colonizado por bacterias
que están provocando la inflamación y genera automáticamente una conducta de enfermedad
típica (cansancio, falta de energía, fiebre, apatía o incluso depresión).

En resumidas cuentas, todos los metabolitos anteriormente citados se producen en la


microbiota intestinal y sirven como señales, como vía de comunicación con el cerebro para
alertar de que existe una disbiosis intestinal. Se dice que el intestino es el que siente y el
cerebro el que se encarga de procesar la información.

El papel de la flora intestinal en el eje intestino-cerebro

Diferentes estudios en individuos gemelos han demostrado que hay un gran componente
hereditario en la microbiota intestinal. Sin embargo, factores ambientales relacionados con la
dieta, los medicamentos y las medidas antropométricas son más determinantes e importantes
en la composición de la microbiota. La microbiota intestinal proporciona unas características
esenciales para la fermentación de sustratos no digeribles como las fibras dietéticas y el moco
intestinal endógeno. Esta fermentación promueve el crecimiento de microbios especializados
capaces de producir ácidos grasos de cadena corta (AGCC) y gases. Los principales productos
son el acetato, el propionato y el butirato. Este último metabolito es la fuente principal de
energía para los colonocitos (las células que recubren el epitelio del intestino grueso o el
colón) en humanos. Además, puede inducir la apoptosis de las células causantes de cáncer de
colon, así como activar la gluconeogénesis intestinal teniendo efectos beneficiosos sobre la
glucosa y la homeostasis energética. Por otro lado, el propionato se transfiere al hígado, dónde
regula la gluconeogénesis y controla la señalización de la saciedad a través de la interacción
con los receptores de ácidos grasos intestinales.

El acetato, el ácido graso de cadena corta más abundante, es un metabolito esencial para el
crecimiento de otras bacterias. Permite llegar a los tejidos periféricos donde se utiliza en el
metabolismo del colesterol y en la lipogénesis, desempeñando un papel central en la
regulación del apetito. Además, la microbiota intestinal parece tener un papel en el desarrollo
y en la progresión de la obesidad. La mayoría de los estudios en personas con sobrepeso y
obesidad mostraron una disbiosis caracterizada por una diversidad de bacterias menor. La
obesidad conlleva complicaciones metabólicas que involucran una desregulación de la
inmunidad, una alteración de la regulación de la energía, de las hormonas intestinales y de los
mecanismos proinflamatorios.

Consecuencias en el cerebro del desequilibrio en la flora intestinal

Como hemos mencionado anteriormente, en una situación de disbiosis, todas estas moléculas,
que sirven de señales, se ven alteradas. Esto puede justificar la aparición de diferentes
enfermedades como los trastornos de comportamiento, la enfermedad de Alzheimer o el
autismo.

Por ello, se llega a pensar que el desequilibrio en la microbiota es una de las causas
responsables de las enfermedades neurológicas como la esclerosis múltiple, el trastorno por
déficit de atención o la enfermedad de Parkinson. Una de las limitaciones en estudios de este
tipo es que la mayoría de estos resultados se han visto en animales y no en humanos, cuya
microbiota puede ser muy diferente y, por tanto, las conclusiones difícilmente extrapolables.

Sin embargo, en algunos otros estudios con pacientes con la enfermedad de Alzheimer, se
trató a los individuos con probióticos durante meses evidenciando una mejora cognitiva
importante. Este tipo de investigaciones son esperanzadoras y atestiguan la estrecha relación
intestino-cerebro. Sin embargo, todavía se desconoce mucho sobre este tema, como cuál es el
mecanismo por el cual los probióticos funcionan, las dosis que se tienen que usar, durante
cuánto tiempo, qué cepas son las más indicadas, etc. Cada vez se van conociendo con más
precisión qué cepas son las que son beneficiosas para nuestra microbiota y cuales otras
promueven la disbiosis. Por ejemplo, se ha visto que determinadas bacterias como Bacteroides
dorei, Campylobacter jejuni y Coprococcus eutactus promueven la aparición de ansiedad.

Actualmente, están muy en auge los psicobióticos, organismos vivos que cuando se consumen
en cantidades adecuadas contribuyen a mejorar la salud mental, ya que permiten modificar la
composición y las funciones de la microbiota intestinal.

Consecuencias en el intestino del desequilibrio en la salud mental

Alteraciones en nuestro cerebro tienen un efecto claro en nuestra microbiota. Un ejemplo es


el temido estrés que muchos sufrimos a diario. Cuando este nos invade, nuestra corteza
suprarrenal comienza a secretar cortisol lo cual se inicia en el sistema nervioso central (SNC). El
estrés no solo influye a nuestro sistema inmune a nivel sistémico, pero también localmente, en
nuestro propio intestino. Cuando tenemos el cortisol elevado de manera crónica, la
permeabilidad intestinal de la microbiota aumenta. Una permeabilidad intestinal aumentada
provoca una alteración de la pared del intestino delgado dejando que sustancias y
microorganismos pasen la barrera y lleguen al torrente sanguíneo. El resultado es que la
composición de la microbiota se ve alterada, lo que demuestra que la actividad cerebral
termina modificando la colonia bacteriana.

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