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126511594-Vinculos-Individuacion-y-Ecologia-Humana (1)-53-98
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La antropología del oikos y del ethos hace surgir las ideas, el pensamiento, la
representación, la emoción, la reflexión y la mente como fuentes de sentido,
de modo que la postura eco-eto-antropológica reposa sobre la conjugación
de esos regímenes heterogéneos –biológicos, evolutivos, psicológicos, so-
ciales, históricos, políticos, etc.– como dimensiones irreductibles, cada una
con sus propias pautas de operación. Por esto, para abordar los procesos de
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En el ser humano, los circuitos del ethos –los comportamientos– y del oïkos
–los contextos donde se despliegan– incluyen tanto procesos interactivos mar-
cados por los efectos de la reflexión, la conciencia y la intencionalidad, como
procesos involuntarios e inconscientes que escapan a su control. El ethos y
el oïkos se transforman mutuamente y evolucionan según formas recursivas
de gran diversidad, de modo que aún las funciones biológicas prototípicas
(sexuales, reproductivas, parentales, filiales, etc.) se reorganizan a partir de
la doble articulación del lenguaje y de las producciones simbólicas que crean
una neo-realidad. La lucha por la supervivencia, el ejercicio de la sexualidad,
la maternidad y la paternidad, adoptan formas variadas, correspondientes a
las diferencias culturales, a pesar de que los dispositivos biológicos son los
propios de la especie.
En este sentido, según Morin (Cyrulnik y Morin, 2000, p. 18), cerebro y es-
píritu son absolutamente indisociables y sus relaciones sólo se comprenden
desde la idea de emergencia; es decir, operan como un conjunto organizador
que genera nuevas cualidades que no están presentes en ninguna de las partes
aisladas. En otras palabras, para que emerja el psiquismo, se requiere no sólo
que funcione el cerebro, sino que ese funcionamiento sea estimulado en un
ambiente protector por el lenguaje y la cultura. El psiquismo sólo es posible
si hay cerebro y cultura. Por tanto, sin la noción de emergencia como prin-
cipio de comprensión, continuaremos cortando en pedazos y separando las
dimensiones biológicas, psicológicas, sociales y culturales que constituyen lo
humano. Con respecto a esto, en la misma obra, Cyrulnik (p. 65) formula una
analogía entre el cuidado maternal y el devenir del ser humano. Afirma que
la función de la madre consiste en darle al hijo los medios para que la pueda
dejar, de la misma manera que se requiere de la materia –el cerebro y el
cuerpo-, para trascender sus leyes, alcanzar la condición humana y habitar el
mundo de los signos, las palabras y las historias.
pluridisciplinaria que estudia los seres vivos desde una perspectiva evolutiva,
basada en la biología del comportamiento y en un método comparativo que
reúne datos genéticos, neurológicos, psicológicos, sociológicos y lingüísticos
(Cyrulnik, 2007, p. 23).
Abordar los procesos de vinculación con esta óptica exige diferenciar las di-
mensiones que intervienen en ella en función de la autonomización (Mier-
mont, 2000):
Esto implica que en toda relación participan en variada proporción todas esas
dimensiones, de modo que por ejemplo la relación madre–hijo abarca ciertas
reacciones fisiológicas propias de la especie, mediatizadas por el momento
evolutivo de la madre (no es lo mismo ser madre adolescente que adulta
joven o adulta mayor), las condiciones especificas de su historia personal y las
particularidades de su contexto sociocultural.
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Los vínculos nacen, asimismo, de un efecto de sistema que define los estilos
de comportamiento y de discurso. Esto significa que los vínculos se inscriben
y son definidos por unidades suprapersonales o contextos (parejas, familias,
clanes, instituciones, grupos, etc.), los cuales a su vez evolucionan en contex-
tos geofísicos e histórico-sociales específicos.
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4. SISTEMAS DE SIGNIFICACIÓN:
EPISTEMES, MITOS Y CREENCIAS
4.1 Epistemes
mentan y forman una unidad. Este planteamiento presupone además que los
problemas y su evolución dependen del saber y de las prácticas discursivas
que los abordan; es decir, no se podría sostener que el problema y su evolu-
ción obedezcan exclusivamente a predeterminaciones genéticas, biológicas o
sociales, sino que adoptan una forma y un proceso coherentes con el saber
que los interviene.
Por todo esto, el análisis arqueológico de las epistemes abarca tanto la com-
prensión de los contextos en sí como de los conceptos, teorías y enunciados
que allí transitan y de las interacciones entre los actores profesionales que
constituyen ese sistema. Existen saberes que son independientes de las cien-
cias, pero no existe saber sin una práctica discursiva definida y toda práctica
discursiva se puede definir por el saber que forma. Es necesario, por tanto,
distinguir entre los dominios científicos y los territorios arqueológicos, cuyos
cortes y principios de organización son completamente distintos. Sólo perte-
necen a un dominio de cientificidad las proposiciones que obedecen a ciertas
leyes de construcción y se consignan en documentos científicos, en tanto que
los territorios arqueológicos pueden atravesar también textos literarios, filo-
sóficos, documentos de trabajo, información institucional, legislaciones, nor-
matividades, testimonios o aún textos de ficción.
El sujeto sintomá-
El cuerpo y/o “Enfermo” tico, su familia u
Modelo médico: re-
Salud la “mente” otros profesionales
habilitación/ curación
enfermos del sistema de
ayuda
Violencia
familiar y sus La “víctima” o la
Modelo legal: dere- “Víctima” o
Protección efectos en institución de con-
chos y leyes. “victimario”
niños y ado- trol/protección
lescentes
Modelo pedagógico:
Escuela – Inadaptación “Estudiante
socialización y desa- El docente
familia escolar problema”
rrollo humano
Programas
“Víctima” o
para efectos Modelo psicosocial: Inclusión/ex-
“desadaptado Institución estatal
de la violencia inserción social clusión social
social”
sociopolítica
La tabla anterior resume la hipótesis de que las epistemes de cada ámbito or-
ganizan las interacciones que les son propias, designan los actores y los roles
que desempeñarán, estipulan las acciones ritualizadas como procedimientos y
técnicas y definen unos objetos de intervención que no necesariamente tienen
en cuenta al sujeto que los porta sino al rol que encarna.
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4.2 Mitos
El mito supone una construcción compleja que refiere por lo general una
historia sagrada que narra un acontecimiento sucedido durante el tiempo fa-
buloso de los comienzos y a su vez representa una historia simbólica cuya
alegoría describe acontecimientos periódicos de la naturaleza. Los mitos que
se transmiten en forma oral varían los detalles de generación en generación y
dan lugar a diferentes versiones, lo mismo que los que se trasmiten por escri-
to y son objeto de reelaboración literaria (Eliade, 2007, p. 16).
Por otras parte, las creencias son más específicas que los mitos porque se
refieren a dimensiones particulares de la vida. Una creencia es un modelo
creado por el hombre para satisfacer su deseo de entender y manejar un he-
cho real o imaginario, sobre el cual desconoce, rechaza o considera inapropia-
da una explicación racional. Todos aquellos individuos que compartan dicho
deseo, aceptarán y validarán la proposición que lo satisfaga y actuarán como
si fuese verdadera; así convierten las creencias en dogmas que definen una
moral que autovalida el circuito creencia-interacción-satisfacción. Hay creen-
cias abiertas que admiten discusión y contraste de cualquier tipo y creencias
cerradas, que solo admiten tales cuestionamientos por parte de ciertas per-
sonas, escogidas por su autoridad y afinidad a lo ideal, como ocurre con las
creencias religiosas, esotéricas y políticas.
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Los mitos han admitido distintas formas de lectura –literal, alegórica y simbó-
lica– que oscilan entre la creencia ciega y la interpretación, de acuerdo con la
función vital que cumplan para cada quien. La lectura literal cree que el mito
es la realidad. La alegórica propone interpretar a los personajes como metá-
foras de elementos naturales y sociales. La simbólica considera que el conte-
nido del mito refleja con veracidad los contenidos mentales de sus creadores
y usuarios, pero no aquello sobre lo que trata; por ejemplo, el mito sobre
cómo un dios instituyó la semana al crear el mundo en siete días, contiene
información veraz sobre cómo dividía el tiempo la sociedad que lo creó y qué
divisiones hacía entre lo inanimado y lo animado, los distintos tipos de anima-
les y el hombre, etc.
Afirma Campbell (1988, p. 31) que los mitos cumplen básicamente cuatro
funciones: mística, referente al darse cuenta de las maravillas del universo
y al temor reverencial que despiertan sus misterios; cosmológica, en la cual
se enfoca la ciencia, para mostrarnos la forma del universo; sociológica, para
fundamentar y validar un cierto orden social y una cierta ética, con grandes
variaciones de una cultura a otra; pedagógica, acerca de cómo vivir ciertos
momentos de la vida bajo determinadas circunstancias. En este aspecto, los
mitos nos proponen asuntos específicos, como por ejemplo a qué edad sere-
mos adultos, cómo es ser padre, madre o hijo, etc., y contienen pautas útiles
de comportamiento, modelos a seguir o a evitar e historias conocidas por
todos, en donde se conectan las experiencias individuales.
En síntesis, como afirma Eliade (2007, p. 34), el mito expresa, realza y codifica
las creencias; salvaguarda e impone los principios morales; garantiza la eficacia
de las ceremonias rituales y ofrece reglas prácticas para el comportamiento
humano. El mito garantiza la cohesión y la regulación de los grupos humanos,
estructura los sistemas de creencias y organiza la trasmisión de informaciones.
Así, la actividad mítica tiene un efecto generador de organización y de orden
o cosmogénesis que permite la diferenciación de las unidades sociales y le da
un orden a las relaciones entre los hombres y con el universo.
En este sentido, en todos los sistemas mitológicos hay dos temas fundamenta-
les: la inexorabilidad de la muerte individual y la permanencia del orden social.
Estos temas se han combinado simbólicamente y constituyen la fuerza nuclear
estructurante de los ritos y de la sociedad, en cuanto definen la supervivencia
como dependiente del orden social (Campbell, 1972, 1982, p. 22). En sínte-
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sis, los mitos y los ritos primitivos se inventaron para armonizar la mente, el
cuerpo y la vida de acuerdo con los dictados de la naturaleza; no obstante,
en las sociedades actuales las personas dan por hecho la existencia de un
orden social protector y en lugar de animar la defensa y el mantenimiento de
la integridad de la comunidad se centran en el desarrollo y la protección del
individuo, viéndolo no como parte del Estado, de la sociedad y del cosmos,
sino como un fin y una entidad en sí mismo.
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Ferreira (1981) propuso la noción de mitos familiares para dar cuenta de las
actitudes y los pensamientos defensivos que garantizan una cohesión interna
y una protección externa en este ámbito; el mito es un organizador familiar
con una función homeostática que se activa cuando el grupo experimenta un
sufrimiento, una dificultad, una crisis o una amenaza que lo obliga a transfor-
marse, dislocarse o desaparecer.
Un mito familiar agrupa una serie de creencias creadas y compartidas por los
miembros de un grupo familiar en relación con las formas de organización, los
rituales y el ethos de la familia. El mito es entonces el sentido que este grupo
busca darle a las acciones, los pensamientos y los sentimientos de cada uno,
aunque haya contradicciones entre ellos. De hecho, el contenido del mito se
desarrolla independientemente de las distorsiones que existen entre la creen-
cia y las actuaciones de quienes las comparten.
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Como puede apreciarse, los mitos, las creencias y las epistemes coexisten en
forma entrelazada y su análisis deconstruye la condensación de situaciones
humanas complejas que se convierten en fenómenos clínicos y en trastornos
psicológicos.
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5. ORGANIZACIÓN Y RITUALIZACIÓN
DE LA INTERACCIÓN HUMANA
Los modos de acción colectiva son soluciones específicas que actores rela-
tivamente autónomos, con recursos y capacidades, han creado, inventado e
instituido para la supervivencia y la adaptación de los grupos humanos, cada
vez más sofisticadas conforme se complejizan la sociedad y las relaciones hu-
manas. Estas soluciones son en muchos casos contingentes, indeterminadas y
arbitrarias, pero también limitantes, pues como modos de articulación y de in-
tegración ellas suponen e instituyen un mínimo de organización de los campos
de acción social. Esta estructuración es un artefacto que, orientando los com-
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Desde las ciencias sociales se han hecho propuestas variadas para compren-
der la interacción humana, teniendo en cuenta además el aspecto de la vida
humana que se ritualiza: la biología, las emociones y los objetivos individuales,
los aprendizajes en grupo, los valores culturales y las creencias cosmogónicas,
los cuales han sido estudiados por las tradiciones investigativas correspon-
dientes: sociobiología, psicología, sociología y antropología cultural (Stanfield
Tetreault y Kleine III, 1990). Con visión ecosistémica, están en primera ins-
tancia los aportes antropológicos y epistemológicos de Bateson, los aportes
sociológicos de Morin y Luhmann y en la clínica sistémica, los de Watzlawick
y demás terapeutas con orientación comunicacional, desde una epistemología
cibernética y constructivista.
Luhmann (1998, p. 363 y ss.) distingue entre sistemas sociales, sistemas or-
ganizativos y sistemas de interacción. Los primeros corresponden a institu-
ciones sociales como la familia, la pareja, la escuela, las religiones, etc.; los
segundos son las organizaciones del Estado y de la sociedad civil que ejecutan
en forma específica las funciones sociales de esas instituciones (preservación
de la salud, educación, protección, socialización); y los sistemas de interacción
son los constituidos por grupos de individuos concretos que se relacionan
con las organizaciones y la sociedad. Los sistemas interaccionales y sociales se
cristalizan en los episodios en donde se interpenetran la comunicación social y
los psiquismos individuales. Esta distinción resulta pertinente para diferenciar
las operaciones que caracterizan a cada uno de esos sistemas y aproximarnos
a la comprensión de sus interacciones complejas, las cuales en las tesis que
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aquí se toman como referentes incluyen a los individuos, las familias y las or-
ganizaciones de salud, educativas y de protección como contextos de acción.
Por otra parte, la noción de Morin (1980, pp. 81-83) de ecología de la acción
subraya cómo las acciones individuales con intenciones “egoístas”, desde el
momento en que se despliegan, entran en un circuito de inter-retroacciones
que se autoorganizan y adquieren un sentido imprevisto, a veces opuesto al
de su iniciador. Las acciones individuales dentro de sistemas de interacción es-
capan a la voluntad, al entendimiento y a la conciencia del actor; se desenraí-
zan de su autor, porque no son auto-lógicas, sino que entran inevitablemente
en procesos eco-lógicos. Describir y comprender esos dinamismos es otro de
los objetivos de esta investigación, bajo el supuesto de que la investigación es
intervención y por tanto el investigador debe dar cuenta de los mencionados
circuitos retroactivos y de sus efectos.
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Estos autores asumen que en toda comunicación cada uno de los participan-
tes trata de determinar la naturaleza de la relación y al responder desde esa
definición puede confirmar, rechazar o modificar la del otro. Este proceso es
de suma importancia porque en una relación con historia esta definición re-
quiere estabilizarse, pues de lo contrario tal relación se disolvería por ineficaz.
La regla de la relación es entonces esta estabilización de su definición, la cual
consiste en una formulación de las redundancias observadas en el nivel rela-
cional, incluso con respecto a una gama variada de contenidos. La naturaleza
de las relaciones equivale a saber si una pareja tiene un noviazgo, un matri-
monio, una amistad o una aventura sexual, mientras como contenidos pueden
tocar temas de dinero, proyectos, sentimientos, negocios, diversiones, etc.
Si deciden conversar acerca de la naturaleza de la relación se dirá que están
metacomunicando.
5.1 Ritualización
Siguiendo a Lorenz (citado por Miermont, 1987, 2001, p. 567), se pueden dis-
tinguir dos modalidades complementarias e intrincadas de ritualización en los
humanos, las cuales tienen como función común permitir al individuo anticipar
los actos de su interlocutor:
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Todos los autores están de acuerdo en dos condiciones del ritual: primera,
los rituales tienen efectos sociales y psicológicos, pueden verse como medios
para definir o mantener las fronteras del grupo, para conferir estatus, para
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afrontar conflictos, permitir catarsis, etc. Segunda, los rituales son significati-
vos, es decir, su simbolismo puede ser comprendido como expresión de ideas
y valores culturales idiosincráticos del grupo que actúa en el ritual.
• Como los rituales no tanto dicen, sino que hacen, la comunicación lingüís-
tica es un modelo pobre para comprender el ritual; lo que más cuenta no
es el contenido semántico de las formas de expresión, las cuales son con
frecuencia oscuras o muy ambiguas, sino el acto mismo de decirlas dentro
de unas condiciones preestablecidas. Lo que le da sentido a la frase “este
es mi cuerpo”, es que sea pronunciada dentro de la misa católica por un
sacerdote investido de autoridad para realizar este ritual.
• Los elementos dispares que se juntan en el ritual están casi siempre arti-
culados de una forma aparentemente paradójica. Típicamente, tales re-
laciones implican la condensación de modos normalmente incompatibles
de relación, de modo que afirmaciones de identidad son al mismo tiempo
testimonios de diferencia, demostraciones de autoridad lo son también de
subordinación, la presencia de personas o de otros seres es a la vez corro-
borada y negada, secretos son simultáneamente disimulados y revelados,
etc. En la medida en que los rituales incorporan tales situaciones excep-
cionales, se reconocen y se distinguen de la interacción cotidiana porque
no pueden ser considerados en términos de las intencionalidades ni de las
pautas de relación ordinarias.
• Tanto las cualidades afectivas como los efectos observables de los rituales
testimonian que lo que está en juego es mucho más que una simple ac-
tuación. La significación de las acciones rituales implica un cierto grado de
autovalidación que les confiere una autoridad indiscutible, de modo que
los participantes no necesitan tener una conceptualización del ceremonial
para aceptar las consecuencias de participar en él, ya que la ejecución de
las performances en sí mismas es el terreno para la emergencia de ver-
dades irrefutables. Por ejemplo, en el rito católico del matrimonio, no es
indispensable comprender las explicaciones teológicas de la liturgia para
admitir las consecuencias de vivirlo. Tampoco el paciente diagnosticado,
si le confiere autoridad al médico, exige conocer la conceptualización de
su trastorno, sino que asume su inclusión en ese grupo como un hecho
incuestionable que le permite interpretar todas sus reacciones desde ese
marco de referencia.
• Los participantes del ritual no controlan sus secuencias como en las rela-
ciones ordinarias, porque hay una previa aceptación de las premisas prag-
máticas sobre las cuales se fundamenta. La interacción cotidiana se basa
en la noción de que, en principio, las conductas expresan sentimientos.
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• En el ritual, las acciones implicadas son muy ambiguas, de manera que los
sentimientos y los motivos apropiados son difíciles de determinar. Podría
decirse que en la interacción ordinaria la pregunta es ¿dado lo que siento y
lo que infiero acerca de los sentimientos del otro, qué debo hacer?, mien-
tras en el ritual es ¿dado lo que estoy haciendo y lo que percibo que hace el
otro, qué debo estar sintiendo? En la interacción cotidiana, el presupuesto
sobre las disposiciones individuales es el punto desde el cual opera la ne-
gociación de la conducta social; en el ritual es lo contrario, son los patrones
predefinidos de conducta social los que aportan las bases tangibles para la
evocación de las disposiciones individuales de los participantes. Esto per-
mite experimentar una mezcla de sentimientos contradictorios.
• Estos dos aspectos del “trabajo” del ritual generan las condiciones en las
cuales, las experiencias y los conocimientos previos y consecuentes de los
participantes pueden ser redefinidas. El tipo de cambio o de reevaluación
mediado por el ritual incluye no sólo a sus protagonistas sino a todo un
conjunto de relaciones, como ya se anotaba con respecto a las conse-
cuencias del matrimonio. El cambio efectuado a través del ritual implica
un cambio definitivo y aquellos que lo realizan no son los mismos de antes.
Sin embargo, en la medida en que tal cambio implica una confirmación de
un conjunto previo de interconexiones entre varias personas y otras enti-
dades involucradas, se corrobora el orden preexistente que se presupone.
Es decir, en el tipo de reevaluación global que se favorece en la acción
ritual, se implican sistemáticamente discontinuidades locales dentro de la
confirmación de continuidades más amplias. Continuando con el ejemplo
del matrimonio, los padres de los novios lo siguen siendo a pesar de que
la forma de relación con su hijo deba cambiar como uno de los efectos del
casamiento.
Según este punto de vista, un ritual estructura derivas, no tanto por una se-
cuencia preestablecida de conductas (un guión), sino por la configuración re-
lacional de la cual la conducta hace parte. Tal forma relacional subyacente per-
mite a un evento ceremonial dado ser reconocido como tal; al mismo tiempo,
en virtud de sus cualidades sistémicas, acomoda las variaciones históricas y
personales que inevitablemente ocurren. Asimismo, al acentuar el acompasa-
miento de los participantes a los ritmos afectivos y a los efectos escénicos, las
actividades coordinadas generan el tono emocional y la aparición de ciertos
rasgos expresivos emergentes en el curso del ritual.
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Por su parte, Luhmann (1998, p. 179) remarca que las ritualizaciones sirven
para traducir las incertidumbres externas en un esquematismo interno inva-
riable que neutraliza así la capacidad de engaño, de mentira y de comporta-
miento discrepante. Las ritualizaciones reducen la complejidad de los sistemas
humanos y por tanto coadyuvan a la absorción de inseguridades e ansiedades,
lo cual explica la incesante creación de ceremoniales y de procedimientos en
cada sociedad.
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Hay diversos criterios para clasificar los rituales según las preferencias de los
autores. Algunos usan el criterio temporal, otros sus efectos y otros más la
relación del individuo con el grupo.
Los rituales de paso ocurren una sola vez e introducen una discontinuidad en
el tiempo; son la transformación misma de un vínculo que toma una forma
consagrada, legítima e instituida. Van Gennep (1909) sugiere que el rito de
paso es eficaz no tanto por lo que expresa y significa, sino porque él mismo
opera un cambio real y no sólo simbólico. Todo rito de pasaje hace reconocer
como legítimo un límite arbitrario. Al marcar con solemnidad el paso de una
línea que instaura una división fundamental del orden social, el rito llama la
atención del observador sobre el pasaje, dado que lo importante es la línea
que diferencia entre un antes y un después, entre un status y otro y entre dos
grupos diferentes. Al notificarle a alguien lo que es ahora, el acto solemne de
investidura (de pasaje) produce aquello que designa (“magia performativa”),
generándose un efecto de asignación de estatus que estimula a la persona
promovida a vivir según las expectativas sociales relativas a su rango. Es decir,
el carácter social del rito es lo que constituye su propia eficacia.
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una etapa del ciclo vital a otra conjugan los rituales de pertenencia y de inclu-
sión. Las relaciones de pertenencia aparecen hipertrofiadas en las familias con
transacción psicótica y casi completamente ausentes en las familias desligadas
que presentan problemas delincuenciales y de comportamiento. Por tanto,
las primeras se muestran renuentes a toda tentativa de inclusión en el cuerpo
social, mientras que las segundas se infiltran en grupos exteriores (programas
asistenciales, robos con violencia, invasiones, etc.). La aparición de los sínto-
mas revelará necesidades de inclusión en los psicóticos y de reconocimiento
de pertenencia en los problemas de conducta, en tanto que la sociedad se
protege por la inclusión de los excluidos en el primer caso (asilos) y la exclu-
sión de los incluidos en el segundo (prisión).
Como otras formas de expresión simbólica, los rituales son flexibles y, por
muy precisa que sea su articulación formal, son abiertos, variables, modifica-
bles con los cambios del ambiente y esenciales en los grupos multifuncionales,
es decir, los grupos donde las personas desempeñan al mismo tiempo diversos
roles en un espacio limitado (Gluckman, 1962, citado por Boscolo y Cecchin).
Desde mediados del siglo pasado, varios autores ligados sobre todo a la tera-
pia familiar se interesaron por aplicar la noción de ritual a la vida familiar, dado
que los antropólogos se han dedicado más al estudio de los rituales colectivos
que a los de pequeños grupos. Así, en 1950, Bossard y Boll (citados por Wolin
y Bennett, 1984), publicaron en “Ritual in Family Living”, un estudio panorá-
mico sobre la conducta ritual de 186 familias, basado en autobiografías pu-
blicadas y en autorreportes de estudiantes. Remarcaron en sus conclusiones
que estos eventos simbólicos, repetitivos y altamente valorados por la familia
encarnan la cultura familiar y son un indicador del nivel de integración familiar,
gracias a su función de transmisión de valores, actitudes y metas familiares.
En ese mismo sentido, David Reiss (1981) subraya el papel del ritual en el
mantenimiento y perpetuación del “paradigma familiar” o sistema de creen-
cias compartidas, con base en los cuales se configura su estilo interaccional.
Reiss propone que el ritual es un mecanismo primario de la familia para pre-
servar su paradigma y perpetuar sus formas de transar con el mundo.
Por su parte, Wolin y Bennett (1984) identificaron en las familias tres tipos de
rituales: celebraciones, tradiciones e interacciones cotidianas pautadas. Inde-
pendientemente de sus condiciones sociales, culturales y étnicas, observaron
que todas las familias reconocen en las celebraciones ritos de paso asociados
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Cada familia tiene sus preferencias y su propio estilo ritual. Cada ritual se
refiere a aspectos específicos de la identidad familiar, de modo que las ce-
lebraciones fortalecen su identidad dentro de la cultura de su contexto, las
tradiciones remarcan su idiosincrasia, su cohesión y su continuidad interna, y
las rutinas cotidianas configuran la identidad individual.
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Los rituales estabilizan a la familia en dos aspectos del tiempo: tienen el poder
de conectar la secuencia pasado, presente y futuro y favorecer la permanen-
cia de ciertas características idiosincrásicas, y en el aquí y ahora, son un ancla
que fortalece a la familia y permite a sus miembros moverse entre lo espon-
táneo y lo deliberado, entre lo nuevo y lo conocido.
Afirman estos autores que las familias con alto nivel de ritualización prestan
mucha atención al pasado y confrontan su situación con las tradiciones fami-
liares antes de emprender cualquier cambio, pues su principal fuente de sen-
tido es la perspectiva histórica. Su organización busca orden y predictibilidad
a través de la participación en grupos altamente estructurados, de iglesias,
deportes o actividades sociales. Internamente están movidos por necesidades
de control y constancia y externamente muestran una alta identificación con
grupos religiosos, étnicos, políticos, etc., que le confieren aún mayor sentido
a sus propios rituales. Estas familias tienden también a preservar su estructura
a través de las generaciones, cuidan la jerarquía intergeneracional y disfrutan
organizando eventos rituales que reafirman su mitología. Un riesgo de estas
familias es que los rituales queden vacíos de sentido.
Las familias con bajo nivel de ritualización están orientadas al presente; poco
se refieren al pasado y muestran poco interés en planes futuros. Tienen pocas
referencias históricas sobre su vida y baja retrospección y anticipación. Su
organización tiende a ser horizontal, las fronteras generacionales son menos
precisas y tampoco cuidan su pertenencia a grupos que fortalezcan su identi-
dad. En situaciones extremas, estas familias muestran un mínimo sentido de
identidad como grupo y en general le reconocen poco valor a las actividades
rituales. Esta tendencia puede ser una reacción ante una generación previa
excesivamente ritualista. Las familias flexibles son capaces de ajustar sus ri-
tuales a los cambios vitales del ciclo de vida, para responder a las cambiantes
necesidades evolutivas.
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En los animales que viven en un mundo donde los rituales son organizados
por las emociones, la violencia se controla por los comportamientos. En los
humanos, estos rituales son organizados por las representaciones, de modo
que una teoría o una creencia podrán siempre justificar la destrucción del
otro y provocar así un sentimiento de purificación; esas representaciones se
convierten en un estimulante ideal, perfecto e intangible de la acción.
Los animales no son violentos en tanto que los procesos biológicos y ecológi-
cos estén equilibrados. Los hombres en cambio son violentos porque tienen
la intención de darse la posibilidad de eliminar aquello que viven en otra re-
presentación. La ausencia de ritual trae el caos, así como la hegemonía de un
ritual trae la destrucción del otro, siendo dos formas de violencia que llegan
a lo mismo.
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• Contener una fuerte carga simbólica para sus actores, que serían consul-
tantes y terapeutas, y para sus testigos, que serían en primer término los
remitentes, la familia extensa, la escuela o el contexto dentro del cual haya
surgido el motivo de consulta. Esa carga emocional de malestar es justa-
mente el motor de la intervención y del cambio.
En cuanto a los cuatro polos que propone Rivière (1995) para la estructura-
ción del rito, se diría que en la terapia:
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4. Los signos y símbolos por medio de los cuales se expresan los mensajes
en juego estarían representados por las diversas clasificaciones metafóri-
cas y teóricas utilizadas para comprender y redefinir tanto los motivos de
consulta como las soluciones deseadas y el estado al cual quieren llegar
los consultantes.
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Se espera entonces ilustrar esas distinciones con los hallazgos de las tesis,
a partir de las preguntas siguientes: ¿cómo son los rituales familiares y las
prácticas institucionales identificados en el abordaje de los fenómenos clínicos
investigados? ¿Cuáles los efectos vinculares de tales rituales y las prácticas dis-
cursivas institucionales? ¿Cómo se explica el curso de tales fenómenos? ¿Qué
implicaciones tienen para una psicología clínica compleja?
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Fuentes de Mitos y efectos pragmáticos del ritual Saber científico, legal y normativo
legitima- sobre las emociones y las relaciones
ción entre los participantes
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