Está en la página 1de 4

Termina la era de las promesas

andinas
Bolivia y Ecuador. La represión y los límites a la libre expresión jaquean los
rumbos políticos de dos gobiernos que se reivindicaron multiculturales y hoy
intentan cercenar libertades y críticas opositoras.
POR MARISTELLA SVAMPA

HTTP://WWW.REVISTAENIE.CLARIN.COM/IDEAS/TERMINA-PROMESAS-ANDINAS_0_1417058291.HTML

Ecuador. Pueblos originarios cerraron varias carreteras en una huelga nacional hace una semana.

América del Sur vive un momento político-social muy inquietante, de fuerte polarización
en diferentes países y de crisis del pluralismo político. Aunque el espectro regional es
amplio, quiero referirme aquí a aquellos dos países que más expectativas políticas
transformadoras concitaron desde las llamadas izquierdas progresistas latinoamericanas
en la última década: Bolivia y Ecuador. La razón de ello es que en el último mes asistimos
a dos hechos elocuentes que ponen de relieve la amenaza y cercenamiento de libertades
políticas en ambos países.

Bolivia y Ecuador (y, en menor medida, por su carácter siempre controversial, Venezuela)
lideraron el ranking de los gobiernos de izquierda en la región, cuyo correlato fue un
proceso de innovación social e institucional, protagonizados por organizaciones indígenas
y movimientos sociales. Así, a través de la Asamblea Constituyente el gobierno de Evo
Morales estableció el reconocimiento de los derechos colectivos y la creación del Estado
Plurinacional y las Autonomías indígenas. Por su parte, Ecuador constitucionalizó los
Derechos de la Naturaleza y estableció un Plan del Buen Vivir que apuntaba a la salida del
modelo primario-exportador, acompañando esto con la propuesta innovadora como la de
dejar parte del petróleo bajo tierra (Iniciativa Yasuní).

En 2015, las promesas de generar “otros modelos de desarrollo” parecen ya muy lejanas.
Así, en Bolivia, el 9 de agosto pasado, el vicepresidente Alvaro García Linera, connotado
intelectual y sociólogo, fustigó con una retórica virulenta a cuatro ONG nacionales, a las
cuales trató de mentirosas, amenazándolas con expulsarlas del país (sic), debido a que sus
informes contradicen el discurso oficial (pues muestran el avance del agronegocio), o bien
porque defienden las comunidades indígeno-campesinas frente a la expansión del
extractivismo (así, acusó a una de estas ONG de hacer “trotskismo verde”).

Días más tarde, con un conjunto de intelectuales, entre ellos Boaventura de Sousa Santos,
Leonardo Boff, el ecuatoriano Alberto Acosta y la expareja del vicepresidente, la mexicana
Raquel Gutiérrez, y varios argentinos (Beatriz Sarlo, Roberto Gargarella, Rubén Lo Vuolo
y la autora de esta nota, entre otros), enviamos una carta abierta a García Linera
rechazando las descalificaciones y amenazas, las que de concretarse, implicarían una
violación de los derechos civiles y, por consiguiente, un enorme retroceso para la
democracia boliviana. En dicha carta, de gran circulación en Bolivia, subrayamos también
que “la disidencia o la crítica intelectual no se combate a fuerza de censura y efecto de
amenazas y descalificaciones, sino con más debate, más apertura a la discusión política e
intelectual; esto es, con más democracia”. García Linera contestó con otra carta, la cual si
bien abre a una discusión pendiente sobre extractivismo y modelos de desarrollo, insiste
en que las ONG en el banquillo mienten y que no fueron amenazadas de expulsión, sino
de defender “los intereses de la derecha política internacional”.

La posición de García Linera tiene antecedentes. Así, en 2011, cuando el gobierno de Evo
Morales generó el conflicto en el Tipnis (Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro
Secure), por la construcción de una carretera, García Linera escribió un libro, Geopolítica
de la Amazonía (2012) donde criticaba el “ambientalismo colonial” y demonizaba las
ONG y las agencias de cooperación (situándolas en el mismo plano) así como a diversas
organizaciones indígenas históricas que se habían opuesto a dicha carretera.

En Ecuador, la situación es de mayor gravedad, pues los dichos y amenazas suelen


convertirse en hechos. Así, el pasado 13 de agosto tuvo lugar una importante marcha
liderada por la Confederación Nacional de Pueblos Originarios del Ecuador (Conaie), la
que terminó –como sucede en los últimos tiempos en ese país– en represión. En la misma
fue golpeada la periodista franco-brasileña Manuela Picq, residente desde hace 8 años en
el país, donde es profesora universitaria y pareja de un líder indígena. Mientras estaba en
el hospital, Manuela Picq se enteró de que su visa había sido cancelada y que estaba
obligada a abandonar el país. Finalmente, gracias a la solidaridad nacional e
internacional, Picq no fue deportada.

Tampoco es la primera vez que el gobierno de Rafael Correa lleva a cabo este tipo de
acciones, que lo colocan muy lejos de la idealización política e intelectual que se ha venido
haciendo de los gobiernos progresistas, por ejemplo, en la Argentina. En 2009, Correa
despojó de su personería jurídica a la reconocida ONG Acción ecológica, pero tuvo que
retroceder frente al rechazo internacional. En diciembre de 2013 expulsó del país a la
Fundación Pachamama, y en 2014, canceló súbitamente la visa de Oliver Utne, consultor
de origen estadounidense (yerno de Alberto Acosta, reconocido economista y político
opositor) que debió abandonar el país. Por otro lado, el carácter autoritario del gobierno
de Correa tiene su correlato en la creciente criminalización de estudiantes y
organizaciones indígenas-campesinas que luchan contra el extractivismo, hay más de 200
personas procesadas (varias de ellas, bajo la figura de terrorismo).

¿A qué se debe el corrimiento político en estos países, impensable unos pocos años atrás?
Desde mi perspectiva, hay dos inflexiones mayores que ayudan a explicarlo: por un lado,
la acentuación del extractivismo; por otro lado, el retorno del populismo. En primer lugar,
asistimos al fin de las llamadas “tensiones creativas” propias del comienzo de ambos
gobiernos y a la consolidación de una política netamente extractivista que colisiona con
los derechos consagrados por las constituciones, reclamados por las organizaciones
indígenas y ecologistas. Con ello, Bolivia y Ecuador traicionaron sus promesas políticas
originales de Buen Vivir y respeto a la Naturaleza y lejos de alentar cualquier escenario de
transición y salida del extractivismo, hoy proceden como cualquier otro gobierno
latinoamericano, promoviendo la expansión de las fronteras del capital y la exportación
masiva de commodities, a través de la multiplicación de megaproyectos extractivos
(minería, expansión de la frontera petrolera, soja, entre otros).

En segundo lugar, este proceso significó una estigmatización creciente de la narrativa


indigenista y ecologista, desplazada por la narrativa populista, donde convergen visión
estatalista y culto al líder, bajo esquemas hiperpresidencialistas. Asistimos así al retorno
de un populismo de alta intensidad, asociado al ejercicio de la política como permanente
confrontación entre dos polos antagónicos (el nuevo bloque popular versus oligarquía,
medios de comunicación dominantes y el “ambientalismo colonial” o el “ecoterrorismo”).
La inflexión no es menor, pues el populismo, como fenómeno político complejo y
contradictorio, presenta una tensión constitutiva entre elementos democráticos y no
democráticos. Tarde o temprano, ello hace que nos preguntemos sobre el tipo de
hegemonía que se va construyendo en esa tensión peligrosa entre una concepción plural
y otra organicista de la democracia; entre la inclusión de las demandas y la cancelación
de las diferencias. Los dos hechos reseñados, aunque revisten una gravedad diferente
(Ecuador está varios pasos adelante), forman parte de esta tentación de corrimiento de
las fronteras.

Por último, no es lo mismo hablar de nueva izquierda latinoamericana que de populismos


del siglo XXI. En el pasaje de una caracterización a otra algo importante se perdió, algo
que evoca el abandono, sino la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la
evolución hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en el culto al líder
y su identificación con el Estado.

Miembro de Plataforma 2012

También podría gustarte