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La educación, así como la labor docente, han sido a lo largo del tiempo temas
debatibles y cuestionables cuando de la construcción de una sociedad exitosa se
habla. Ambas, sociedad y educación, coexisten en una relación estrecha en la cual,
se construyen y nutren la una de la otra. Una sociedad sin educación carecería de
sus bases formadoras y una educación ignorante de los cambios sociales, existiría
fuera de contexto, sin objetivos ni funciones claras. En esta relación, el papel del
educador es una pieza fundamental sobre la cual se sustenta la instrucción de los
sectores sociales en los cuales su labor influye.
Sin embargo, a pesar de que las tareas del educador se han incrementado y
evolucionan, es un hecho que su presencia social y su relevancia han sido objeto
de desvalorización y denigración. Bajo estas premisas, el siguiente ensayo intenta
explicar y defender la labor del docente, concibiendo; además de su trabajo en el
desarrollo y la comprensión de saberes de sus educandos; las funciones nuevas
que la educación del siglo XXI le demandan.
El docente del siglo XXI debe ser capaz de atender otras tareas. Es
importante para el docente, además de cumplir con los requerimientos de
actualización que su asignatura demande, contar con características de adaptación,
humanización y empatía; debe ser un agente motivador, propiciar la armonía, el
respeto, la curiosidad y, además, ser dinámico. Aunado a esto, el educador debe
considerar en todo momento la inclusión, pues las particularidades de los alumnos
son cada vez mas variables y de orden distinto.
1
PRIETO, E. (2008) El papel del profesorado en la actualidad. Su función docente y social. España,
Foro de Educación, p. 328
en la actualidad, el papel fundamental de la familia como eje formador de valores,
ha sido relegado a la escuela. Al respecto, Prieto (2008) menciona que
Es en este punto en el cual, cabe cuestionarse las razones por las cuales el
trabajo del docente se ha denigrado en los últimos años. En apariencia, existe una
generalidad en la cual la labor docente se divide en dos grupos: “buen maestro” y
“mal maestro”. Strickland (1998)4 a través de Sánchez et al (2007, p.12) enlista siete
atributos que caracterizan a un “mal maestro”: desconocimiento de los contenidos
de la asignatura que imparte, indisciplina, falta de profesionalismo, incapacidad de
detectar y atender problemas de aprendizaje en sus alumnos, metódicos, carentes
de objetivos y metas confiables en su labor educativa.
2
PRIETO, E. (2008) El papel del profesorado en la actualidad. Su función docente y social. España,
Foro de Educación, p. 330
3
MATURANA, H. (1985) Biología del fenómeno social. España, Talleres de Investigación del Desarrollo
Humano, p. 12
4
SÁNCHEZ, S. A. et al (2007). Buenos Maestros vs. Malos Maestros. Psicología Iberoamericana, 15(2), p. 12
Sin embargo, el pensamiento colectivo del docente clasificado bajo este
concepto, es el cual ha permitido que el trabajo, la dedicación, el compromiso y la
vocación de todos los educadores, pertenezcan o no a este porcentaje de “malos
maestros”, sean sujeto de juicios y cuestiones en su quehacer diario. Es en este
punto donde es inevitable cuestionarse cómo un agente constructor de una
sociedad, quien es a su vez producto de la sociedad que construye, puede
pertenecer y ser rechazado al mismo tiempo del grupo social al cual pertenece. En
otros términos, es rechazar el producto de algo que fue construido socialmente por
la misma sociedad que eleva al docente al papel de constructor social y es producto
y generador al mismo tiempo.