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VIOLENCIA Y ACTUACIÓN

PATOLOGÍA DEL ACTO


Julio Moscón *

L a experiencia clínica constata una forma particular de padecimiento del


acto, un “pathos” de la acción, diría, ya sea que se presente generalizado,
como disparado por múltiples situaciones −aunque ninguna de ellas pueda
ser significativa como explicación−, o bien que aparezca indeterminado, difuso,
en la nebulosa en cuanto a su motivación. Me estoy refiriendo a los casos (no psi-
cóticos) reconocidos hace tiempo por el psicoanálisis, en los que esta modalidad
de respuesta por medio del impulso a la acción, constituye un estado permanente
y no sólo una episódica y circunstancial suspensión de la neurosis.
Justamente, lo característico en estos casos es la resistencia, la gran dificultad,
y hasta la imposibilidad para cristalizar un síntoma en tanto enigma subjetivo di-
rigido al sujeto supuesto al saber. Por el contrario, el paciente tiende a permanecer
sumido en un constante malestar, del cual intenta salir fallidamente con repetidas
puestas en acto, manteniéndose en el registro del signo, sin poder asumir su valor
significante y, por lo tanto, no receptivo a la interpretación, rechazando la deriva-
ción hacia un trabajo analítico respecto de algún saber no sabido, quedando de
hecho dependiendo de una mágica solución del Otro que nunca llega.
La angustia y la depresión reiteradas, un tono melancólico de fondo, el impul-
so adictivo y una oralidad muy marcada, suelen asociarse en la trama de esta for-
ma clínica.
Ahora bien, ya sea que en el curso de un análisis persista de esta manera, sin
una modificación fundamental, o que se vaya resolviendo en la estructuración del
síntoma neurótico, cabe preguntarse si vamos a considerarla una estructura pro-
pia, inestable pero diferenciable de la neurosis, o si la vamos a pensar solamente
como un estado incluido y subordinado a la estructura neurótica.
Me parece que esta última opción idealiza la noción de estructura, a la que
deja como una referencia abstracta, independiente de la existencia o no del sínto-
ma como retorno de lo reprimido exigible para hablar de “estructura neurótica”,
y, además, termina desconociendo lo estructural de estos “estados” cuyo meca-
nismo específico no es la represión.
En todo caso, creo que lo importante sería entender cuál es la incidencia de
uno u otro punto de vista en la dirección de la cura.

* Dr. Julio Moscón. Psicoanalista. Médico Psiquiatra del Servicio de Guardia del Hospital
de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear. Buenos Aires.

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PSICOANÁLISIS Y EL HOSPITAL N° 24: ¿PATOLOGÍAS DE ÉPOCA?

En principio, además de los signos descriptos, también otro tipo de cuestiones


que seguimos verificando en la clínica llevaron clásicamente al aislamiento de
este “cuadro”. Me refiero a la reacción terapéutica negativa y al rechazo de la in-
terpretación, típicos en estos pacientes y que ya Freud comprobara, por ejemplo,
en el Hombre de los lobos (a propósito del cual Lacan llegó a decir alguna vez
que sería un “borderline”), llevándolo a innovar en sus intervenciones como lo
prueban el trabajo de construcción de la escena primordial y la puesta de un límite
temporal al análisis.
Es que un sujeto que es refractario a tratar su padecimiento por la vía del dis-
curso, que está determinado por una relación fallida con lo simbólico, y también
por una tela narcisística poco consistente −inmersa sobre todo en lo real y en lo
imaginario−, se encuentra más bien en un registro en el que la pulsión domina sin
una ligadura fantasmática suficiente como para balancear el goce con el deseo, en
función de una inestabilidad crónica del fantasma.
Habría una cierta homología con la estructura del momento de transferencia
como resistencia, en el cierre de la pulsación del inconsciente, cuando Lacan de-
signa la transferencia como “la puesta en acto de la realidad [sexual] del incons-
ciente”. Pero lo que allí puede pensarse como el efecto puntual de un límite ine-
vitable de lo simbólico, en el borde del agujero traumático, aquí nos vemos forza-
dos a concebirlo como la manifestación de una falla de mayor calibre en la ins-
cripción simbólica.
En lugar de la letra en suspenso propia del síntoma que hace al “tiempo para
comprender” y prepara, en el análisis, “el momento de concluir” en acto, presen-
ciamos un impasse a nivel del signo −a lo sumo mostrativo de una verdad disfra-
zada que le suponemos−, pero sin poder medio-decirla siquiera, tomado el sujeto
como está por la certeza de un goce que lo descarta del Otro en lo que tiene de
pasaje al acto, o impulsado por la incertidumbre respecto del deseo del Otro al
cual se dirige en lo que tiene de acting-out.
Impedido para el acto, sin un síntoma definido para trabajar, y diluyéndose al
no poder focalizarse en algún punto traumático específico que permita un hilo
conductor, el sujeto se debate en la irresolución ante ese Otro que se le presenta
cerrado y completo, al no poder tacharlo, y al cual eleva sus demandas y le factu-
ra sus frustraciones.

Una paciente, cuyo motivo de consulta había apuntado a encarar la separación


de una relación afectiva por la que venía sufriendo al no sentirse deseada, llama-
tivamente durante el primer tiempo del tratamiento, iniciaba las sesiones progre-
sivamente vencida por un creciente deseo de dormir, exteriorizado por bostezos
irrefrenables y un dificultoso intento por seguir despierta.
Lo que también la caracterizaba, era que el esfuerzo asociativo en relación con

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este fenómeno o bien se empantanaba, o si parecía avanzar en relación a su punto


traumático le provocaba un empeoramiento de la angustia y la depresión, así co-
mo exacerbaba sus actuaciones impulsivas. Estas últimas llegaron a tomar el ses-
go de pasajes al acto con alguna peligrosidad suicida.
Recién más avanzado el tratamiento pudo empezar a hablar acerca de lo que
se convirtió en el foco traumático de su historia, orientando renovadamente su
análisis y comenzando a perfilarse un anudamiento sintomático, aunque sin poder
evitar, al mismo tiempo, las recaídas impulsivas.
La muerte trágica de un hermano, anterior a su nacimiento, le había sido
ocultada por sus padres. El sorpresivo descubrimiento en su pubertad de lo que
para ella había sido cercenado, quedando por fuera de toda simbolización, la dejó
situada en una peligrosa identificación con ese objeto desechado. De allí en más,
el retorno de fantasmas de exclusión y de abandono −referidos en última instancia
a su madre−, tiñeron su inseguridad afectiva y alimentaron los desbordes de su
acción.
Podemos plantear entonces como hipótesis para este caso en particular, como
para otros casos de patología del acto en general, el efecto de cercenamiento de
una parte de lo simbólico, al modo de una “Verwerfung” localizada en una de-
terminada zona de la red significante que determinaría retornos en lo real del acto
y de los demás signos de goce mencionados.
Esto es compatible con la suposición de que, no tratándose de psicosis, la me-
táfora paterna ha operado fundando la posibilidad de simbolización de la castra-
ción, pero teniendo en cuenta que su efectivización será función del cumplimiento
de los tiempos lógicos subsiguientes de subjetivación de la ley edípica.
Que en este caso la paciente haya empezado a interrogarse alrededor de un
síntoma y a abrirse al registro simbólico, nos lleva a preguntarnos: ¿de qué de-
pende que del plano del signo se pueda pasar al significante, es decir, a la forma-
ción del síntoma analítico y a su trabajo de elaboración? Lo que no necesaria-
mente ocurre, como venimos señalando.
Podemos suponer que, en gran medida, depende de que los pasos lógicos
efectivamente dados en la institución de la ley de castración hayan reafirmado
una orientación al Otro, una dirección hacia el padre, una père-version, de tal
modo que hagan posible sostener una tarea de inscripción significante allí donde
no la hubo.
Hay que agregar que respecto de otros casos, nos hemos visto llevados a con-
jeturar el efecto de un mecanismo de renegación (Verleugnung) de la castración, a
veces dando cuenta de cierto modo de positivización de goce, relacionada con una
nota marcada de transgresión en las actuaciones.
Teniendo en cuenta esta base estructural que se revela distinguible de la neu-
rosis, podría entenderse que la constante puesta a prueba del Otro en la transfe-

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rencia sea algo ineludible en el tratamiento de estos pacientes. La demanda del


sujeto puede ser muy intensa, ubicando al analista en un lugar omnipotente y a la
vez frustrante. Se le piden hechos, decisiones, que sus palabras tengan peso de
acto, que responda totalmente, como si sólo así, en el límite de su capacidad de
contención, el paciente pudiera vislumbrar la apertura de un lugar en el deseo del
Otro. La transferencia como tiempo y espacio que ordena y circunscribe en rela-
ción con el analista, juega de esta manera un papel muy importante de apoyo al
anudamiento del síntoma.
Las intervenciones del analista en lo real, poniendo en juego su palabra en
acto, responden al límite de castración que impone la pulsión desmedida y mortí-
fera, mientras que, en lo imaginario, atienden a la necesidad de dar más consis-
tencia al frágil tejido narcisístico.
Por último, de acuerdo con lo que hemos planteado, puede darse la contingen-
cia del acto analítico que opere aquí sobre lo real y lo imaginario dominantes,
provocando un efecto de corte que abra al registro simbólico, haciendo pasar del
signo al significante y precipitando de ese modo el síntoma y la transferencia
analíticos.

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