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¿Qué cura el psicoanálisis y cómo?

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Dr. Alfredo Eidelsztein

El psicoanálisis posee la capacidad de curar tanto el síntoma como la neurosis,


pero tal facultad opera siempre y cuando el psicoanalista se lo proponga; la cura vie-
ne por añadidura, pero de un trabajo que la tenga por meta; evidentemente que el
analista padezca de un furor sanandi –como de cualquier otro furor- entorpece el pro-
ceso curativo; esteriliza la práctica el que renuncie desengañadamente a la oportuni-
dad de curación que cada caso autoriza.
Se entiende por síntoma un exceso de sufrimiento causado cuando lo que es el
verdadero acto del deseo para alguien es resignado crónicamente y sustituido por un
falso acto; los motivos de tal sustitución deben localizarse en una economía. Esta
economía es entendida como ‘economía política’2 de la comunidad en la que ese al-
guien vive (donde en esa época de su existencia se la juega la vida): pareja amoro-
sa, grupo de trabajo, fraternidad de amigos, sociedad de analistas, etc., todo visto a
la luz de lo que fue y es ‘familia’3 para él; será síntoma de uno la resultante en apa-
riencia más barata para la comunidad en cuestión. Se trata de un conflicto y de un
goce ‘inter’.
A su vez, se entenderá al síntoma en forma singular, a diferencia de cualquier
pluralidad de síntomas (fóbicos, conversivos, etc.) que un caso pueda presentar en
sentido médico, psiquiátrico o psicológico. Este ‘el’ síntoma en singular es producido
en análisis como resultado del trabajo entre el padeciente (el que padece por demás)
y el analista –ya activo en la elaboración del material que permite leer lo que es sín-
toma para ese caso-; su lógica singular deriva de su condición de sustituto impropio
del verdadero acto del deseo, el que también es singular.
Así definido el síntoma no se confunde con ninguna modalidad del malestar en
la cultura, ni con ninguna dimensión de sufrimiento que pueda justificarse mediante la
lógica de la estructura. En todo caso, si fuese posible suponer que alguien demande
un análisis por tales motivos, el analista nada podrá hacer al respecto. El psicoanáli-
sis no cura la castración, la falta en ser, el no hay relación sexual o  mujer no existe;
al menos no lo hace caso por caso; está por verse si en este sentido puede ofertar
algo a la sociedad; por ahora sólo incide radicalmente en lo que hace de síntoma
para cada uno que acepte sumergirse en su práctica.
El que el deseo sólo sea interpretable en forma elíptica no quita que el acto
pertinente, en las coordenadas histórico-espaciales correspondientes, sea de la índo-
le de lo uno; se rechaza así la concepción que equipara deseo con metonimia.4 Para
que la interpretación sobre cuál es el síntoma pueda producirse no alcanza con esta-
blecer lo que produce el mayor sufrimiento, ni siquiera el que la persona considera el
fundamental, sino que es necesario que se haya puesto a trabajar con relación a ello:
a) al inconsciente entendido como discurso sobre la falla del Otro –el representante
de la autoridad e insuficiencia del orden simbólico, sostenido en y por la lengua- que
le atañe al padeciente y b) la lógica impulsada por la pregunta “Pero, yo ¿qué de-
seo?”.
Ésta es necesariamente la primer parte de la cura, equivalente al diagnóstico
del sujeto (tema o asunto) y del conflicto causante del sufrimiento; que así y a pesar
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Artículo publicado en la Revista Imago Agenda Nº 94, “¿Qué cura el psicoanálisis y cómo?, Octubre
2005.
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Distribución -entrada y salida- de goce (tanto como uti, lo que se utiliza, como frui, de lo que goza).
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Conjunto de personas con las que se referencia para el padeciente su lengua materna y su metáfora pa-
terna.
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Lo que en realidad no es más que el fantasma histérico del deseo.

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de las críticas originadas en las teorías cognitivo conductuales, se evidencia como
una tarea focalizada. La asociación libre sólo será un recurso para la constitución del
sujeto y no el sujeto mismo o la finalidad del análisis.
La segunda es la cura de la neurosis, entendida no como se lo hace habitual-
mente, como la posición que surge del trío neurosis, perversión y psicosis, sino aque-
lla que se caracteriza por la renuncia sacrificial del propio objeto del deseo, en térmi-
nos de Lacan el objeto del fantasma () y la aceptación en su lugar de la deman-
da del Otro ().
La clínica psicoanalítica surgió fundamentalmente de las neurosis de transfe-
rencia y abreva en ellas justamente debido a que la posición deudora de esta resig-
nación habilita por parte del padeciente la puesta en juego de la palabra del que será
el analista –el que originalmente cumple la función de receptor de las quejas por un
sufrimiento no medicalizable pero particular- como parte del texto a considerar como
material del análisis, lo que equivale a decir que el analista opera como Otro.
Superada la cura del síntoma y comenzada la cura de la neurosis, el padeciente
será cabalmente analizante; la pregunta en este momento tendrá la forma de ¿Por
qué me hice cargo de la falta del Otro?, que destinará al proceso hacia aquello que
en la enseñanza de Lacan se designa  y S().
Desde el comienzo será necesario como posibilidad del análisis que tanto pade-
ciente como analista por advenir acepten renunciar en la experiencia a sus posicio-
nes individualistas y admitan recíprocamente la inmixión5 de Otredad. Lo que es lo
mismo que afirmar que el inconsciente existe, ex-siste: ya que no habita dentro de
nadie ni es idéntico a sí mismo. Es en este ámbito en donde más tiende a manifestar-
se la resistencia del analista, ya que así son atacados los principales ideales moder-
nos: autonomía, libertad e inmunidad.
Así planteado el análisis, la noción de responsabilidad resulta incompatible con
la de sujeto del inconsciente, si el mismo es entendido como el asunto o tema que se
plantea entre analizante y analista; quienes dirijan la cura intentando que la persona
se haga responsable, lo lograrán en la misma medida en que refuercen los reclamos
superyoicos, creando así las condiciones para neurotizar más a quienes los consul-
tan.
Si neurosis no es equivalente a “Ha operado el complejo de castración o la me-
táfora paterna”, es posible curarla, en la medida en que ello signifique recuperar el
objeto a del que se trata –no último ni definitivo, pero ése y no otro cualquiera-; la fi-
nalidad del análisis será su puesta en funcionamiento y se convertirá así en una
práctica finita.
No sólo por la cura de ‘el síntoma’, que evita suponer que al fin del análisis ya
no hay más síntomas fóbicos, obsesivos u otros, sino por la posibilidad abierta a
quien desee someterse a la experiencia al hallazgo de una interpretación válida de
su deseo que habilite, a su vez, un acto que se localizará en el origen de un sujeto -
tema, asunto o materia- nuevo, el psicoanálisis queda planteado como una práctica
no nihilista en la medida en que no se conforma con las concepciones reinantes en
nuestra cultura: “No hay Otro” y “No hay verdadero objeto”, etc. Esta dimensión de la
cura no será tampoco sin efectos sobre la comunidad de existencia del sujeto en
cuestión, dado su cambio en relación al Otro la emergencia del acto de su deseo no
dejará de incidir sobre el deseo del Otro.
¿Cómo cura el psicoanálisis? Dado que el conflicto se produce ‘entre’, la cura
también requiere de un “entre”; el psicoanálisis es una clínica en transferencia. El
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Inmixión: mezcla en la que luego de producida las aparentes identidades de los elementos constituyen-
tes quedan disueltas.

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material, como ya se afirmó, resulta del entramado de los textos de ambos partenai-
res; pero debe establecerse una especificidad más: el analista debe permanecer en
lo que dice y hace en cuanto tal en estado de cierta nesciencia.6
Para concebir y poder practicar esto último son requeridas dos nociones: es-
tructura y significante. El analista cuenta, o debería hacerlo, con el saber de los efec-
tos de la estructura sobre los entes hablantes –lo que distingue su posición de una
simple ignorancia-, pero desconoce cómo estos operan en el caso por caso; para po-
der sostener una clínica que no lo olvide debe hacer uso de la noción de significante.
Aquí se plantea una dificultad. Si el analista sabe o reconoce en el texto del pa-
deciente aquello de lo que se trata, entonces reconocerá aquello que justamente no
es lo particular de ese caso y se comportará como psicólogo –lo que no está mal
pero es otra cosa-; si el analista, por el otro lado, hace del texto del padeciente un
‘todo significante’, esto es, que todos y cada uno de los significantes no significan
nada –lo que es verdad- nunca podrá intervenir en ningún sentido, especialmente en
el de una posible cura; la misma estará destinada al infinito y a la ausencia de resul-
tados, salvo los casuales; las intervenciones del analista tenderán a un silencio mudo
y al corte caprichoso de la sesión.
La única salida es la siguiente: de los textos producidos ‘entre’ deberá el analis-
ta elegir una sección –establecida por apuesta al equívoco, o a la repetición, o a la
condensación de sentido, etc.- a la que le dará estatuto de significante y en torno a
ésta dirigirá la cura sometiéndola a un trabajo orientado por: ‘Que diga por qué’ –no
la persona que consulta sino el mismo material y/o la historia-; así hasta que otra
sección del mismo, a la que se arriba como consecuencia de la lógica del recorrido –
imprevisible antes, pero necesaria luego-, obligue a su relevo; mientras tanto con el
resto del material deberá hacer como que entiende, pero sin creérselo.
Aunque en psicoanálisis se comienza por hablar del Otro y especialmente del
familiar, no se tratará de una revisión de la historia por sí misma, no se gana nada re-
visando la historia; salvo que se introduzca una pregunta que, originada en el sínto-
ma, sea capaz, por el trabajo lógico, de modificarla.
Se podría decir que el recorrido total tendrá la forma espacial de un bucle o de
línea cerrada que, tal como un litoral cerrado, circunscribirá cierta dimensión del obje-
to a.
Se propone designar este análisis como un ‘psicoanálisis local’. Tal ‘psicoanáli-
sis local’ se distingue de un asociar libremente e interpretar más libremente aún y de
un trabajo orientado por el saber previo del psicoanalista, ni siquiera por el saber pro-
ducido en su propio análisis.
La cura del síntoma no sucederá sin la aparición de una nueva modalidad del
conflicto, aquella que en el medio implicará la redistribución del sufrimiento, motivo
por el cual la misma tiende a demorarse en el tiempo; pero dada la necesaria presen-
cia de la función interpretativa del analista, cabe afirmar que el fin del análisis -la cura
de la neurosis-, implicará, además, la caída del analista. Tal caída no sucederá si no
se sustituye respecto de sus intervenciones la función que cumplió como Otro por la
función de una lógica que sea expresable, comunicable y aplicable per se. Así es ne-
cesario que se produzca un trabajo, causado por el propio analista, de sustitución de
la verdad de lo establecido en el apoyo en su propia persona –la sugestión inelimina-
ble en la empresa- por una modalidad del saber que sea válida más allá de quién sea
el que la analice.
Para los que deseen ser analistas este trabajo no puede dejar de atravesar la
relación de cada uno con Freud, Klein, Lacan, Miller, etc., y realizar la misma elabo-
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Nescience en francés designa la ignorancia de aquello que no se tiene la posibilidad de conocer.

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ración: deberá sustituir en los argumentos que sostenga del psicoanálisis la función
de prestigio, sugestión o creencia en la palabra de los grandes maestros (“Freud
dijo”; “Lacan dijo”), por una lógica válida que sea puesta a prueba por medio de la
práctica clínica, la comunicación y la confrontación.
Esta misma modalidad es la requerida para la transmisión del psicoanálisis y el
intercambio entre analistas. Es inevitable, además, para una próspera supervivencia
del psicoanálisis, que esta lógica sea de alguna forma apta para articularlo con sabe-
res vecinos (lingüística, historia, etc.). El psicoanálisis como los psicoanalistas sólo
sobrevivirán por fuera de la extraterritorialidad.

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