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M
e interesa comentar y discutir en estas notas algunas reflexiones surgidas en
relación a la experiencia y práctica del psicoanálisis en la Guardia de un
hospital. Sostener esta clínica difícil y exigente y la reflexión acerca de ella
fue conformando una pregunta que me interroga desde hace un tiempo y que será la
que guíe mi presentación: ¿hay una supuesta especificidad clínica en la urgencia o se
trata de un lugar inherente a la práctica psicoanalítica y su lógica?
La propongo, desde el inicio, al debate, porque aún encuentro argumentos a favor
y argumentos en contra para ambas afirmaciones; nuestro recorrido intenta aportar
algunas vías para seguir pensando y discutiendo esta cuestión, es decir, si se trata de
un lugar inédito para el psicoanalista que requiere de nuevas formulaciones teóricas o
si más bien, enfrentar la urgencia subjetiva es una experiencia inherente a la práctica
del analista y propicia para poner a prueba cada vez el descubrimiento freudiano
cuestionando sus alcances y sus límites.
Quisiera aclarar que esta pregunta sólo se pudo formular con claridad después de
la lectura de dos artículos: “La lógica de la urgencia es la lógica del psicoanálisis” de
Daniel Paola que apareció en el Nº 6 de Psicoanálisis y el Hospital, y “La subjetividad
y la urgencia” de M. Pujó, en la Revista El Otro de Julio de 1996. Los interesantes
planteos que allí se proponen resultaron claves para este comentario.
Si soportamos, entonces, mantener abierta la pregunta avancemos un paso más.
Primeros argumentos - Del tiempo de sostener la práctica en la guardia del hospital
sólo diré que intentar acercarme a la idea de urgencia en psicoanálisis, implicó, desde
el comienzo, la separación del modelo médico de urgencia que domina en la práctica
hospitalaria (me refiero aquí fundamentalmente al tiempo automático de la respuesta
a priori que caracteriza al discurso médico). En verdad, la urgencia psi, la urgencia
subjetiva, se separa ella misma del discurso médico al poner en jaque su efectividad,
dejando en un impasse al accionar médico que debe reconocer allí su incapacidad de
maniobra, su falta de respuesta, frente a estas consultas.
Muchas veces al ser llamada por el médico de guardia, éste solicitaba nuestra
intervención en términos de: “hay un loquito/a para vos en el box, no tiene nada”. “No
tiene nada” que no promueve un interrogante en el saber médico sino que señala su
límite.
Es cierto, acepto que no es fácil ni se responde rápidamente qué tiene Adriana, la
joven que me espera en el box. Con los ojos cerrados y el cuerpo agitado por
temblores, no logra responder al interrogatorio médico y debió ser traída en
ambulancia porque, según cuenta su madre, después de una discusión con ella, se
encerró en el baño, se cortó el cabello, y al llegar su padre a la casa y recomenzar la
pelea se desmayó y ya no pudo volver a hablar.
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Clínica de la urgencia 16
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