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La resistencia piedra angular del psicoanálisis.

Represión y resistencia.

Bástenos con que en este punto intervenga


Ifl teoría psicoanalítica y asevere que tales representaciones
no pueden ser concientes porque cierta fuerza se resiste a
ello, que si así no fuese podrían devenir concientes, y en-
tonces se vería cuan poco se diferencian de otros elementos
psíquicos reconocidos. Esta teoría se vuelve irrefutable por-
que en lá técnica psicoanalítica se han hallado medios con
cuyo auxilio es posible cancelar la fuerza contrarrestante y
hacer concientes las representaciones en cuestión. Llamamos
represión {esfuerzo de desalojo) al estado en que ellas se
encontraban antes de que se las hiciera concientes, y ase-
veramos que en el curso del trabajo psicoanalítico sentimos
como resistencia la fuerza que produjo y mantuvo a la
represión.

Si comunicamos a un paciente una representación que él


reprimió en su tiempo y hemos logrado colegir, ello al prin-
cipio en nada modifica su estado psíquico. Sobre todo, no
cancela la represión ni, como quizá podría esperarse, hace
que sus consecuencias cedan por el hecho de que la repre-
sentación antes inconciente ahora devenga conciente. Al con-
trario, primero no se conseguirá más que una nueva desauto-
rización " de la representación reprimida. Pero de hecho el
paciente tiene ahora la misma representación bajo una doble
forma en lugares diferentes de su aparato anímico; primero,
posee el recuerdo conciente de la huella auditiva de la repre-
sentación que le hemos comunicado, y en segundo térmi-
no, como con certeza sabemos, lleva en su interior (y en la
forma que antes tuvo) el recuerdo inconciente de lo viven-
ciado.'' En realidad, la cancelación de la represión no sobre-
viene hasta que la representación conciente, tras vencer las
resistencias, entra en conexión con la huella mnémica in-
conciente. Sólo cuando esta última es hecha conciente se
consigue el éxito. Por tanto, para una consideración superfi-
cial parecería comprobado que representaciones concientes
e inconcientes son trascripciones diversas, y separadas en
sentido tópico, de un mismo contenido. Pero la más somera
reflexión muestra que la identidad entre la comunicación y el
recuerdo reprimido del paciente no es sino aparente.

En
la medida en que impulsamos {antreiben] al enfermo a
superar sus resistencias en la comunicación, educamos a su
yo para que venza su inclinación a los intentos de huida y
para que soporte la aproximación de lo reprimido. Al final,
cuando se ha logrado reproducir en su recuerdo la situación
de la represión, su obediencia es recompensada brillante-
mente. Toda la diferencia de épocas corre en su favor, y
a menudo al yo adulto y fortalecido le parece sólo un juego
de niños aquello frente a lo cual su yo infantil emprendió la
huida aterrorizado.

Por lo tanto, es de ].\ doctrina de la represión de donde


extraemos nuestro concepto de lo inconciente. Lo reprimido
es para nosotros el modelo de lo inconciente. Vemos, pues,
que tenemos dos clases de inconciente: lo latente, aunque
susceptible de conciencia, y lo reprimido, que en sí y sin
más es insusceptible de conciencia.

La apreciación de los fenómenos de


la resistencia permitió obtener uno de los pilares de la doctrina psicoanalítica de las
neurosis: la teoría de la represión.

Cabía suponer que las mismas fuerzas que en el presente se


oponían al intento de hacer conciente el material patógeno
habían exteriorizado con éxito ese mismo empeño en su
momento. Así se llenaba una laguna en la etiología de los
síntomas neuróticos. Las impresiones y mociones anímicas,
de las cuales los síntomas hacían ahora las veces de susti-
tutos, no habían sido olvidadas sin fundamento ni como re-
sultado de una incapacidad constitucional para la síntesis,
según creía Janet, sino que por el influjo de otras fuerzas
anímicas habían experimentado una represión, cuyo resul-
tado y cuyo signo eran justamente su apartamiento de la
conciencia y su exclusión del recuerdo. Sólo a consecuencia
de esta represión devinieron patógenos, es decir, se pro-
curaron expresión, en calidad de síntomas, por caminos in-
habituales.

Como motivo de la represión y, por tanto, como causa


de la contracción de toda neurosis, era preciso ver el con-
flicto entre dos grupos de aspiraciones anímicas. Y ahora la
experiencia enseñaba un hecho enteramente nuevo y sor-
prendente acerca de la naturaleza de esas fuerzas en recí-
proca lucha. La represión partía regularmente de la perso-
nalidad conciente (el yo) del enfermo, e invocaba motivos

éticos y estéticos; afectaba a mociones egoístas y crueles que


en general podían resumirse bajo el nombre de mociones

malas, pero, sobre todo, a mociones sexuales de deseo, a me-


nudo de las más flagrantes y prohibidas. Los síntomas pato-
lógicos eran, entonces, un sustituto de satisfacciones prohibidas, y la enfermedad parecía
corresponder a un domeñamiento imperfecto de lo inmoral en el ser humano.

El progreso del conocimiento fue poniendo cada vez más


en claro el importantísimo papel que las mociones de deseo
sexuales desempeñan en la vida anímica, y dio ocasión a
estudiar en profundidad la naturaleza y el desarrollo de la
pulsión sexual.^ Pero también se tropezó con otro resultado,
puramente empírico, cuando se comprobó que las vivencias

y conflictos de la primera infancia cumplen un papel in-


sospechadamente- importante en el desarrollo del individuo,

y dejan como secuela, para la edad adulta, predisposiciones

imborrables. Así se llegó a descubrir algo que hasta enton-


ces había sido radicalmente omitido por la ciencia: la se-
xualidad infantil, que desde la más tierna edad se exterioriza

tanto en reacciones corporales como en actitudes anímicas.

Para armonizar esta sexualidad infantil con la llamada «nor-


mal» del adulto, y con la vida sexual anormal de los per-
versos, fue preciso que el concepto mismo de lo sexual

experimentara una rectificación y una ampliación justifica-


bles por la historia de desarrollo de la pulsión sexual.

Desde que la hipnosis fue sustituida por la técnica de


la asociación libre, el procedimiento catártico de Breuer se
convirtió en el psicoanálisis, que por más de un decenio fu<-'
desarrollado por el suscrito (Freud) solo. En ese lapso,
el psicoanálisis poco a poco entró en posesión de una teoría
que parecía dar suficiente razón de la génesis, el sentido y
el propósito de los síntomas neuróticos, así como ofrecer
una base racional a los empeños médicos tendientes a su
primir el sufrimiento. Resumiré otra vez los factores que

constituyen el contenido de esta teoría. Ellos son: la insis-


tencia en la vida pulsional (afectividad), en la dinámica

anímica, en el hecho de que aun los fenómenos anímicos en


apariencia más oscuros y arbitrarios poseen pleno sentido y

determinismo; la doctrina del conflicto psíquico y de la na-


turaleza patógena de la represión, la concepción de los sín-
tomas patológicos como satisfacciones sustitutivas, el dis-
cernimiento de la significatividad etiológica de la vida se-
xual, en particular de los principios de la sexualidad infan-
til. En el aspecto filosófico, esta teoría debió adoptar el

punto de vista de que lo anímico no coincide con lo con-


ciente, de que los procesos anímicos son en sí inconcientes

y sólo se harían concientes por la operación de órganos

particulares (instancias, sistemas). Para completar este re-


cuento, agrego que entre las actitudes afectivas de la infan-

* Cf. Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905íi).

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cia se destacó el complicado vínculo de sentimientos con


los progenitores, el llamado complejo de Edipo, en el que
se discernió cada vez más nítidamente el núcleo de todos

los casos de neurosis; también, que en la conducta del ana-


lizado hacia el médico llamaron la atención ciertos fenóme-
nos de la trasferencia de sentimientos, que adquirieron una

gran significatividad tanto para la teoría como para la


técnica.

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