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LA DINÁMICA DE LA TRANSFERENCIA
[1369] 1912
Ahora bien: nuestras investigaciones nos han revelado que sólo una
parte de estas tendencias que determinan la vida erótica han realizado una
evolución psíquica completa. Esta parte, vuelta hacia la realidad, se halla a
disposición de la personalidad consciente y constituye uno de sus
componentes. En cambio, otra parte de tales tendencias libidinosas ha
quedado detenida en su desarrollo por el veto de la personalidad
consciente y de la misma realidad y sólo ha podido desplegarse en la
fantasía o ha permanecido confinada en lo inconsciente, totalmente
ignorada por la conciencia de la personalidad. El individuo cuyas
necesidades eróticas no son satisfechas por la realidad, orientará
representaciones libidinosas hacia toda nueva persona que surja en su
horizonte, siendo muy probable que las dos porciones de su libido, la capaz
de conciencia y la inconsciente, participen en este proceso.
Una vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean
grandes dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más
claramente va viendo el enfermo que las deformaciones del material
patógeno no constituyen por sí solas una protección contra el
descubrimiento del mismo, más consecuentemente se servirá de una clase
de deformación que le ofrece, sin disputa, máximas ventajas: de la
deformación por medio de la transferencia, llegándose así a una situación
en la que todos los conflictos han de ser combatidos ya sobre el terreno de
la transferencia.
Señoras y señores:
PARA el profano son los síntomas lo que constituye la esencia de la
enfermedad, y, por tanto, la considerará curada en el momento en que los
mismos desaparecen. En cambio, el médico establece una precisa distinción
entre ambos conceptos y pretende que la desaparición de los síntomas no
significa, en modo alguno, la curación de la enfermedad. Mas como lo que
de ésta queda, después de dicha desaparición, es tan sólo la facultad de
formar nuevos síntomas, podremos adoptar provisionalmente el punto de
vista del profano y admitir que analizar los síntomas equivale a comprender
la enfermedad.
Los síntomas —y, naturalmente, no hablamos aquí sino de los
síntomas psíquicos (psicógenos) y de la enfermedad psíquica— son actos
nocivos o, por lo menos, inútiles, que el sujeto realiza muchas veces contra
toda su voluntad y experimentando sensaciones displacientes o dolorosas.
Su daño principal se deriva del esfuerzo psíquico, que primero exige su
ejecución y luego la lucha contra ellos; esfuerzo que en una amplia
formación de síntomas agota la energía psíquica del enfermo y le incapacita
para toda otra actividad. Resulta, pues, esta incapacidad dependiente de
las magnitudes de energía dadas en cada caso, y de este modo
reconocemos que el «estar enfermo» es un concepto esencialmente
práctico. Mas si nos colocamos en un punto de vista teórico y hacemos
abstracción de tales magnitudes, podremos decir que todos somos
neuróticos, puesto que todos, hasta los más normales, llevamos en
nosotros las condiciones de la formación de síntomas.
De los síntomas neuróticos sabemos ya que son efecto de un
conflicto surgido en derredor de un nuevo modo de satisfacción de la libido.
Las dos fuerzas opuestas se reúnen de nuevo en el síntoma,
reconciliándose, por decirlo así, mediante la transacción constituida por la
formación de síntomas, siendo esta doble sustentación de los mismos lo
que nos explica su capacidad de resistencia. Sabemos también que una de
las dos fuerzas en conflicto es la libido insatisfecha, alejada de la realidad y
obligada a buscar nuevos modos de satisfacción. Cuando ni aun sacrificando
su primer objeto y mostrándose dispuesta a sustituirlo por otro logra la
libido vencer la oposición de la realidad, recurrirá, en último término, a la
regresión y buscará su satisfacción en organizaciones anteriores y en
objetos abandonados en el curso de su desarrollo. Lo que la atrae por el
camino de la regresión son las fijaciones que fue dejando en sus diversos
estadios evolutivos.
La ruta que conduce a la perversión se separa claramente de la que
termina en la neurosis. Cuando las regresiones no despiertan ninguna
oposición por parte del yo, no aparece la neurosis y la libido logra una
satisfacción. Pero cuando el yo, que regula no solamente la consciencia,
sino también los accesos a la inervación motriz, y, por consiguiente, la
posibilidad de realización de las tendencias psíquicas; cuando el yo,
repetimos, no acepta estas regresiones, surge el conflicto. La libido
encuentra cerrado el camino y se ve obligada a buscar, conforme a las
exigencias del principio del placer, un distinto exutorio para su reserva de
energía. Deberá, pues, separarse del yo, y lo conseguirá apoyándose en las
fijaciones que fue dejando a lo largo del camino de su desarrollo y contra
las que el yo hubo de protegerse por medio de represiones. Ocupando en
su marcha regresiva estas posiciones reprimidas, se hace la libido
independiente del yo y renuncia a toda la educación que bajo su influencia
hubo de recibir. Con la esperanza de hallar la buscada satisfacción, pudo
dejarse guiar durante algún tiempo; pero bajo la doble presión de la
frustración interior y exterior se insubordina contra toda tutela y añora la
felicidad de los tiempos pasados. Las representaciones a las que la libido
aplica desde este momento su energía forman parte del sistema de lo
inconsciente y se hallan sometidas a los procesos propios del mismo, o sea,
en primer lugar, a la condensación y al desplazamiento. Nos hallamos aquí
ante una situación idéntica a la de la formación de los sueños. Así como en
esta última tropieza el sueño formado en lo inconsciente con un fragmento
de actividad preconsciente que le impone su censura y le obliga a una
transacción, cuyo resultado es el sueño manifiesto, así también la
representación libidinosa inconsciente se ve obligada a someterse en cierto
grado al poder del yo preconsciente. La oposición que contra ella ha surgido
en el yo la fuerza entonces a aceptar una forma expresiva transaccional,
surgiendo así el síntoma como un producto considerablemente deformado
de una realización de deseos libidinosos inconscientes, producto equívoco
que presenta dos sentidos totalmente contradictorios. Mas en este último
punto se nos muestra una precisa diferencia entre la formación de los
sueños y la de los síntomas, pues en la primera la intención preconsciente
no tiende sino a proteger el sueño y a impedir que llegue hasta la
consciencia aquello que pudiera perturbarlo, pero no opone al deseo
inconsciente una rotunda negativa. Esta tolerancia queda justificada por el
menor peligro de la situación, dado que el estado de reposo basta por sí
solo para impedir toda comunicación con la realidad.
Vemos, pues, que merced a la existencia de fijaciones puede la libido
escapar a las circunstancias creadas por el conflicto. El revestimiento
regresivo de tales fijaciones permite eludir la represión y conduce a una
derivación —o satisfacción— de la libido dentro de las condiciones
establecidas en la transacción. Por medio de este rodeo a través de lo
inconsciente y de las antiguas fijaciones consigue llegar la libido a una
satisfacción real, aunque extraordinariamente limitada y apenas
reconocible. Permitidme haceros dos observaciones a propósito de este
resultado. En primer lugar, quiero llamaros la atención sobre la íntima
conexión existente entre la libido y lo inconsciente, por una parte, y entre
el yo, la consciencia y la realidad por otra, aunque al principio no se hallen
esos factores ligados entre sí por ningún lazo. En segundo lugar, he de
advertiros que todas estas consideraciones y las que a continuación voy a
exponeros se refieren únicamente a la formación de los síntomas en la
neurosis histérica.
Mas ¿dónde encuentra la libido las fijaciones de que precisa para
abrirse paso a través de las represiones? Indudablemente, en las
actividades y los sucesos de la sexualidad infantil, en las tendencias
parciales abandonadas y en los primitivos objetos infantiles. A todo esto es
a lo que retorna la libido en su marcha regresiva. La época infantil nos
muestra aquí una doble importancia. Durante ella manifiesta el niño por vez
primera aquellos instintos y tendencias que aporta al mundo a título de
disposiciones innatas, y experimenta, además, determinadas influencias
exteriores que despiertan la actividad de otros de sus instintos, dualidad
que creo perfectamente justificado establecer, dado que la manifestación
de las disposiciones innatas es algo por completo evidente y que la hipótesis
—fruto de la experiencia psicoanalítica— de que sucesos puramente
accidentales, sobrevenidos durante la infancia, son susceptibles de motivar
fijaciones de la libido, no tropieza tampoco con dificultad teórica ninguna.
Las disposiciones constitucionales son incontestablemente efectos lejanos
de sucesos vividos por nuestros ascendientes; esto es, caracteres
adquiridos un día y transmitidos luego por herencia. Esta última no existiría
si antes no hubiese habido adquisición, y no podemos admitir que la
facultad de adquirir nuevos caracteres susceptibles de ser transmitidos por
herencia termine precisamente en la generación de que nos ocupamos. A
nuestro juicio, es equivocado minorar la importancia de los sucesos
acaecidos durante la infancia del sujeto y acentuar, en cambio, la de los
correspondientes a la vida de sus antepasados o a su propia madurez. Por
el contrario, habremos de conceder a los sucesos infantiles una
particularísima significación, pues por el hecho de producirse en una época
en la que el desarrollo del sujeto se halla todavía inacabado, traen consigo
más graves consecuencias y son susceptibles de una acción traumática. Los
trabajos de Roux y otros hombres de ciencia sobre la mecánica del
desarrollo nos han mostrado que la más mínima lesión —un simple
pinchazo con una aguja— infligida al embrión durante la división celular
puede producir gravísimas perturbaciones del desarrollo. La misma lesión
infligida a la larva o al animal perfecto no produce ningún efecto perjudicial.
La fijación de la libido del adulto, introducida por nosotros en la
ecuación etiológica de la neurosis, a título de representante del factor
constitucional, puede descomponerse ahora en dos nuevos factores: la
disposición hereditaria y la disposición adquirida en la primera infancia.
Como sé que los esquemas son siempre bien acogidos por todos aquellos
que tratan de aprender algo, resumiré estas relaciones en la forma
siguiente:
Causación de la neurosis =
Disposición por fijación de la libido + Sucesos accidentales [del adulto]
(traumáticos)