Está en la página 1de 3

RESUMEN: Sobre la psicoterapia de la histeria

Cuando intenté aplicar a una serie mayor de enfermos el método de Breuer para la curación de
síntomas histéricos por vía de busca y abreacción en la hipnosis, tropecé con dos dificultades,
persiguiendo las cuales di en modificar tanto la técnica como la concepción. 1) No eran
hipnotizables todas las personas que mostraban síntomas inequívocamente histéricos y en las
cuales, con toda probabilidad, reinaba el mismo mecanismo psíquico. 2) Debí tomar posición
frente al problema de saber qué, en verdad, caracterizaba a la histeria y la deslindaba de las otras
neurosis.

Hasta donde se podía hablar de una causación por la cual las neurosis fueran adquiridas, la
etiología debía buscarse en factores sexuales.

Llegué a la conclusión de que la neurastenia respondía en verdad a un monótono cuadro clínico en


el que no desempeñaba ningún papel un “mecanismo psíquico”. De la neurastenia se separó
tajantemente la neurosis obsesiva, en la que se pudieron discernir un complejo mecanismo
psíquico, una etiología semejante a la histérica y una vasta posibilidad de reducirla mediante
psicoterapia.

La neurosis de angustia sobreviene por la acumulación de una tensión psíquica que es, por su parte,
de origen sexual; tampoco esta neurosis tiene un mecanismo psíquico.

El método catártico es harto capaz de eliminar cualquier síntoma histérico, mientras que, como
fácilmente se averigua, es por completo impotente frente a los fenómenos de la neurastenia y sólo
rara vez, y por unos rodeos, influye sobre las consecuencias psíquicas de la neurosis de angustia.

Hay una segunda barrera para la eficacia del método catártico: no influye sobre las condiciones
causales de la histeria, y por tanto no puede impedir que en lugar de los síntomas eliminados se
generen otros nuevos.

El método catártico no pierde valor por ser sintomático y no causal.

Etiología de las neurosis à su génesis las más de las veces está sobredeterminada.

Mediante mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una fuerza que contrariaba el
devenir-conciente (recordar) de las representaciones patógenas. Se me ocurrió que esa podría ser
la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del síntoma histérico y en aquel momento
impidió el devenir-conciente de la representación patógena.

Unas representaciones patógenas, olvidadas y llevadas fuera de la conciencia, eran de naturaleza


penosa, aptas para provocar los efectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación
de un menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas vivenciado,
preferiría olvidarlas. De ello no se desprendía, como naturalmente, la idea de la defensa.

Ante el yo del enfermo de había propuesto una representación que demostró ser inconciliable, que
provocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a esa representación
inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la representación correspondiente fue esforzada
afuera de la conciencia y del recuerdo, y en apariencia era ya imposible pesquisar su huella
psíquica. Empero, esa huella tenía que estar presente. Cuando yo me empeñaba en dirigir la
atención hacia ella, sentía como resistencia a la misma fuerza que en la génesis del síntoma se
había mostrado como repulsión.

El no saber de los histéricos era en verdad un no querer saber, más o menos conciente, y la tarea
del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico,
mediante un esforzar, orientar la atención de los enfermos hacia las huellas de representación
buscadas.

Con este propósito yo me sirvo en primer término de un pequeño artificio técnico. Anticipo al
enfermo que le aplicaré enseguida una presión sobre su frente; le aseguro que mientras dure esa
presión y al cabo de ella, verá ante sí un recuerdo en forma de imagen, o lo tendrá en el
pensamiento como ocurrencia, y lo comprometo a comunicarme esa imagen o sea ocurrencia,
cualquiera que ella fuere.

Es signo de una defensa lograda que las representaciones patógenas hayan de aparecer como de
tan escasa sustancia en su reafloramiento; de ahí uno puede inferir en qué consistió el proceso de
la defensa: en tornar débil la representación fuerte, arrancarle el afecto.

La perduración de la resistencia del enfermo se muestra en que los nexos permanecen desgarrados,
faltan las soluciones, las imágenes recordadas acuden no nítidas e incompletas.

La histeria se genera por la represión, desde la fuerza motriz de la defensa, de una representación
inconciliable; de que la representación reprimida permanece como una huella anémica débil
(menos intensa), y el afecto que se le arrancó es empleado para una inervación somática:
conversión de la excitación. Entonces, justamente en virtud de su represión, la representación se
vuelve causa de síntomas patológicos, vale decir, patógena ella misma. A una histeria que muestre
este mecanismo psíquico se le puede adherir la designación de histeria de defensa.

Las más de las veces no se tiene un síntoma histérico único, sino un conjunto de ellos en parte
independientes entre sí, en parte enlazados. No se debe esperar un único recuerdo traumático y,
como su núcleo, una única representación patógena, sino que es preciso estar preparado para
encontrarse con series de traumas parciales y encadenamientos de ilaciones patógenas de
pensamiento.

El material psíquico de una histeria así se figura como un producto multidimensional de por lo
menos triple estratificación:

En primer lugar estuvieron presentes un núcleo de recuerdos en los cuales ha culminado el


momento traumático o halló su plasmación más pura la idea patógena. En torno de este núcleo
hallamos una muchedumbre de un material mnémico de diversa índole que en el análisis es preciso
reelaborar y presenta, como dijimos, un triple ordenamiento.
1. Primero, es inequívoco un ordenamiento lineal cronológico que tiene lugar dentro de cada
tema singular.
2. Una segunda manera de ordenamiento: estratificados de manera concéntrica en torno al
núcleo patógeno. Son estratos de resistencia, creciente esta última hacia el núcleo, y con
ello zonas de igual alteración de conciencia dentro de las cuales se extienden los temas
singulares. Los estratos más periféricos contienen, de diversos temas, aquellos recuerdos
(o fascículos) que se rememoran con facilidad y fueron siempre claramente concientes;
cuanto más hondo se cala, con mayor dificultad se disciernen los recuerdos aflorantes, hasta
que, en la proximidad del núcleo, se tropieza con aquellos que el paciente desmiente aun
en la reproducción.
3. Un tercer tipo de ordenamiento, el más esencial y sobre el cual resulta más difícil formular
un enunciado universal, es el ordenamiento según el contenido de pensamiento, el enlace
por los hilos lógicos que llegan hasta el núcleo, enlace al cual en cada caso puede
corresponderle un camino irregular y de múltiples vueltas. Ese ordenamiento posee un
carácter dinámico, por oposición al morfológico de las dos estratificaciones antes
mencionadas.

Es imposible instalarle al enfermo nada acerca de las cosas que presuntamente él no sabe o influir
sobre los resultados del análisis excitándole expectativas.

Si en virtud de una resistencia el enfermo dilata mucho la declaración, la tensión de la sensación


se vuelve insoportable y, si uno no puede esforzar la declaración, sobreviene realmente el síntoma.
Así se cobra una impresión plástica de que el síntoma remplaza a una acción psíquica (aquí la de
declarar), tal como lo afirma para la histeria la teoría de la conversión.

Obstáculo externo à Este caso sobreviene cuando el vínculo del enfermo con el médico se ve
perturbado, y significa el más enojoso obstáculo con que se pueda tropezar. Si esa relación de la
enferma con el médico es perturbada, también se deniega su buena disposición; cuando el médico
quiera averiguar la siguiente idea patógena, a la enferma se le cruzará la conciencia de los cargos
que se han acumulado contra aquel. Hasta donde llega mi experiencia, ese obstáculo sobreviene
en tres casos principales:

1. El de una enajenación personal, cuando la enferma se cree menospreciada


2. Cuando la enferma es presa del miedo de acostumbrarse demasiado a la persona del
médico, perder su autonomía, y
3. Cuando la enferma se espanta por trasferir a la persona del médico las representaciones
penosas que afloran desde el contenido del análisis. La trasferencia sobre el médico
acontece por enlace falso.

También podría gustarte