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Universidad Nacional de Mar del Plata

Facultad de Psicología

Maestría en Psicoanálisis

TEMAS DE INVESTIGACIÓN:

A) PSICOANÁLISIS Y PSICOPATOLOGÍA, B) LOS HISTORIALES CLÍNICOS DE FREUD

Docente Responsable: Mg. Vanesa Baur

Alumno: Lic. Julián Abraham

Cohorte: 2023-2024
La propuesta del siguiente recorrido escrito será la de ubicar en relieve el material
con el cual se encuentra el psicoanálisis habitualmente en sus fines clínicos. Para dicho
motivo, es necesario realizar un establecimiento psicopatológico, de acuerdo a una
selección de autores con los cuales estaremos dialogando de aquí en más.

Parte de la motivación en la instancia de distinguir las cualidades que hacen del


psicoanálisis un apartado significativo de otras disciplinas encargadas de abordar las
patologías que influyen en la generalidad de los seres humanos, y tomando como
preponderante la influencia de la medicina, fundamentalmente en la especificidad de la
psiquiatría, intentaremos precisar cómo se posiciona la clínica psicoanalítica a la instancia
de nominar las patologías, realizar diagnóstico y tratar lo que podemos definir como una
cura de las afecciones. A su vez, tomando en gran medida la función para ello esencial
del psicoanalista a cargo de dicho diagnóstico.

Siguiendo lo expuesto por (Muñoz Pablo, 2011) “El psicoanálisis lidera el progreso,
ha dejado atrás la nosología psiquiátrica inconsistente y las confusiones posfreudianas…
El ideal psiquiátrico de la clasificación absoluta es un hecho”. (p. 27).

Podemos dar cuenta de los intereses a los cuales se presta esta distinción.
Interesándonos de agregar que en los sinfines de un recorrido analítico, no es sin la
necesaria postulación de tipificar lo que el psicoanalista se irá encontrando en el discurso
del analizante, y con esto poder distinguir como llevar a cabo la dirección del tratamiento.
Dicho lo anteriormente, ¿cómo piensa el psicoanálisis el diagnóstico, y por lo tanto, la
dirección de la cura, sin psiquiatrizar su discurso? Cuando hablamos de psiquiatrizar el
discurso nos referimos al deseo de la categorización que hace una necesidad de la práctica
médica para situar su nosología. Si realizamos un primer intento de responder esta
pregunta, se nos ocurre situar la singularidad sobre la definición del sujeto para el
psicoanálisis. En un breve señalamiento nos servimos de lo ya ubicado por (Lacan
Jacques, 1960/2002) quien refiere: “el significante es lo que representa a un sujeto para
otro significante” (p.779), es decir, lo que nos da muestra de la emergencia del sujeto para
el psicoanálisis es la relación que existe necesariamente entre los significantes. Como
especie de traducción a lo anteriormente dicho, podemos atar cabo con la propuesta
diversa de la nomenclatura que realiza la psiquiatría. En el denotado intento de clasificar
patologías donde los significantes encuentran como consecuencia un determinado
significado, y allí yace la universalidad de la estructura clínica. En la vertiente propuesta
por el psicoanálisis orientado por J. Lacan, en relectura de la obra freudiana. El
significante en sí mismo no vale nada, es un gran vacío y carente de posible lectura si no
está asociado a otro significante. Es a partir de esta cadena asociativa, que el psicoanálisis
pueda pesquisar al sujeto (y sólo de forma fugaz) y es desde allí, que tendrá los
indicadores pertinentes para leer la estructura subjetiva que compele a la relación
patologizante que deviene en función de su Otro. Es a partir de la situ-habilidad a edificar
en los albores de todo inicio de análisis, que conjugados en un mismo verbo analista-
analizante o su equivalente; transferencia, con los cuales la operatoria diagnóstica ingresa
al campo del psicoanálisis.

La clasificación psicopatológica ha sido un interés para el psicoanálisis desde su


gestación, y es desde Freud en su estadía con Charcot en La Salpêtrière (hospital de Paris)
para mediados de los 80’s en el siglo XIX, que fue fundamental distinguir las afecciones
que arrasaban las subjetividades de la época, y que tenían como principales derivas la
apropiación de un término exclusivo, repetitivo, abarcativo y totalitario como eran las
llamadas Histerias. Se hacía necesario un dispositivo terapéutico que para abordar toda la
variedad sintomatológica de aquellos tiempos, en principio pudiera distinguir unos de
otros. Es decir, ubicar nosográficamente, las particularidades de los relatos realizados por
aquellas pacientes que no habían encontrado hasta allí una respuesta de la medicina
clásica. Para ello fue necesario el Estudio sobre las Histerias en el cual el acercamiento
preciso y detallado de los relatos del cuadro que presentaban las pacientes tanto de Freud,
como de J. Breuer (Anna O.) devinieran una modalidad del todo particular en la instancia
de posicionarse ante aquello manifiesto del cuerpo tomado por el síntoma, pero que sin
lugar a dudas, y muchas décadas después, podríamos definir como lo que pide hablar y
que ha sido forzado a silenciarse. Es en relación a ello que el psicoanálisis comenzó a
pensar el padecimiento de aquellas denominadas histéricas, en relación a lo traumático de
la sexualidad infantil, por su carácter de prematuro, y que no es sino a partir de una
segunda instancia y pos pubertad, que se resignifica como constitutivo de las neurosis de
defensa. En esa época que podríamos definir aún como prepsicoanalítica (antes de La
interpretación de los sueños, 1900) Freud no había despejado del todo el campo de las
neurosis con respecto al de las psicosis. Por eso las mencionaba habitualmente como
psiconeurosis de defensa. El término de “defensa” comenzó a emparentarse y luego a
definirse como propio de las neurosis a partir de que ubicó a la represión como uno de
sus principales artificios técnicos, el cual luego situó de manera más amplia en su
publicación de 1915 “La Represión”. La hipótesis con la que trabajó en instancias
iniciales refería a una impronta económica del cual todo aparato psíquico debía mantener
inevitablemente un principio que denominó “Ley de constancia”, por el cual la suma de
excitación o monto de afecto, una vez que superaba cierto grado de tolerancia provocaba
una escisión entre dicho afecto y su homóloga representación sexual inconsciente, que
devendría en inconciliable para el yo. Sumado a esta hipótesis auxiliar, donde esa energía
tensional –años posteriores definió bajo el término libido- tenía las cualidades de
aumento, disminución, desplazamiento y descarga, con lo cual la modalidad que encontró
para la histeria es a partir del método de conversión, en las neurosis obsesivas por medio
de un falso enlace y en forma de reproches, y finalmente, para lo que en ese período
denominaba paranoias, el método del cual el aparato psíquico encontraría una defensa, lo
denominó verwerfung o como se ha traducido habitualmente, desestima. En estas
instancias, tanto el monto de afecto como la representación inconciliable quedaban
expulsadas del yo, pero las consecuencias de este acontecimiento serían para el enfermo,
recortar un plano de su realidad, y que la misma devenga en sus delirios, alucinaciones y
otros fenómenos elementales.

Habiendo realizado un breve repaso por la concepción del cuadro psicopatológico


para y desde el psicoanálisis, nos vemos precisados a esta altura determinar qué ocurre en
las distintas instancias de un análisis en el caso de no poder distinguir bien como acarrear
con las pautas generales que toda consulta demanda. Ya sea por la urgencia del síntoma,
el yerro en las intervenciones del analista, que retornan de alguna forma en modos de
acting out, o por qué no también en prolongaciones interminables de sesiones que
abundan en palabrerío inconducente. Una de las formas que esto así se expresa es por la
falta de orientación del analista a lo largo de un tratamiento, ya sea porque tiene que
supervisar de forma continua el material, por sus dudas diagnósticas o así también en cada
ocasión se encuentra con una inconformidad hacia su práctica clínica que lo dejan tomado
a él o ella de angustia, de aburrimiento, de cansancio, en fin, de resistencia.

Y es a partir de esta resistencia, ineludible en todo psicoanálisis, como a su vez


tendríamos que subir al escenario a la transferencia que el psicoanalista podrá acceder a
una lectura clínica del caso en particular, para proveer los recursos que cuenta y
autorizarse en la asunción de un mando, el mismo, del cual no reniegue ejecución alguna
en la direccionalidad que se proponga.

De Battista Julieta (2015) refiere sobra una paciente:


Ella siempre estaba muy atenta a mi manera de vestir y no evitaba hacer varios
comentarios al respecto… Un día, me sorprendió con un señalamiento sobre mi
ropa en plena sala de espera. Esta vez no se trataba de un elogio sino de un
problema que ella había detectado: la falda que yo llevaba se había corrido, el
cierre había quedado hacia adelante y estaba mal cerrado. Yo no me había dado
cuenta. Ella directamente puso las cosas en su lugar en medio de la mirada
sorprendida de los otros pacientes que esperaban. Este gesto me permitió
escuchar que la cuestión de los vestidos era algo en verdad serio para ella y
empecé a valorizar esos comentarios que parecían hechos al pasar. (p.146)

A partir de este suceso, la analista encuentra vía un episodio regulado por el amor de
transferencia, una posible lectura clínica. Que devendrá en que de allí en su continuidad,
por supuesto no sin vaivenes, encuentre en este significante “vestimenta” una posibilidad
para que pueda decir en una futura instancia: “ahora me di cuenta que hay otra vida, se
me apareció otra vida”. Resultado que surge a medida que reconoce haber pasado gran
parte de su vida vistiéndose como una vieja. De allí en más, el detalle a como la paciente
estaba vestida, la comanda incipiente de la pulsión escópica, y la envoltura que presenta
todo ropaje para un cuerpo, refieren a los fines particulares de toda consulta, bastante más
que si se trataba de una melancolía, paranoia y de sus episodios pseudomaníacos.

Otra de las afecciones psíquicas que ha dado recurrente material de estudio y posturas
diversas en la tipología clínica, es la melancolía. Desde lo abordado por Freud en “Duelo
y Melancolía (1915), como así también en su escrito “Neurosis y Psicosis (1925),
encontramos a esta respuesta patológica que se dirige hacia los procesos de duelo y
teniendo que caracterizar a qué llamamos melancolía en la actualidad, en qué instancias
se independiza de la depresión, si es o no una modalidad dentro del campo de las psicosis,
si se trata de las denominadas “neurosis narcisistas” a las cuales refirió Freud en el último
texto aquí citado (1925), y por las que definió un entrecruce que deviene en conflicto
entre los intereses del yo y los del superyó. La respuesta contraria con la que Freud
pensaba a la melancolía era la de manía, sin embargo, otros autores encuentran que la
melancolía tendría un mayor parentesco con la paranoia. (Álvarez & Colina, 2016) nos
dicen: “el melancólico se nos presenta como un paranoico de sí mismo. Melancolía y
paranoia, culpa e inocencia, indignidad propia y maldad del Otro, certeza respecto al ser
y certeza sobre el objeto de goce que uno es para el otro, son elementos simétricos que
dan cuenta de la relación estructural que une esos dos polos de la psicosis”. Es decir, que
desde esta concepción, la melancolía tendría una distinción clínica desde la vertiente de
las psicosis y no de las neurosis como lo habría planteado Freud. No por este motivo
habría discordancia entre el importante agregado que realiza Freud para las melancolías,
y esto refiere a la incapacidad de amar, que en estas encontramos, y que en su mayoría
cualquier autor o teorización reconoce. Es decir, por fuera de si el trabajo con el sujeto de
la melancolía se lee desde una dirección de la cura que haga eje en la presencia o ausencia
de los significantes del Nombre del Padre, por lo tanto, psicosis o neurosis. Es de nuestra
consideración que postulamos una mayor relevancia si lo que se concibe es el conflicto
yacente entre el Sujeto y su imposibilidad de amar, como así también, los intentos de
restitución que del mismo se depreden, vía delirio sistematizado, por lo tanto: paranoia,
o en una constante lucha por reconocerse ante una pérdida que no encuentra
representación “él sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él”. Freud (1917)

No queremos dejar por fuera del campo psicopatológico, sobre cual hemos realizado
un breve recorrido, lo atinente a la que solemos reconocer como “locuras”, desde una
mención sociohistórica referida por los filósofos de cada era, hasta la nosología médica y
pasando por el uso del vulgo, la locura ha sido clasificada de diversas formas. En muchas
de las ocasiones quedaba restringida, marginada de la aceptación social. Podíamos
encontrarnos con el “acto del loco” hasta consolidaciones estructurales como formas de
respuestas en el ingreso forzado del ciudadano a las normas de convivencia, los usos y
costumbres de una comunidad en particular, o por historias de vidas que en sus tempranas
infancias hicieron de un sujeto una respuesta singular que devendría en lectura de otras
subjetividades adyacentes como nominaciones en torno a la locura o el ser loco. Estas
posibles acepciones, sumadas a otras de índole genética o hereditaria, dieron lugar a que
el psicoanálisis como discurso propio tuviera que forjar una posición clínica con respecto
a las locuras. Podríamos decir en primera instancia que desde Freud en la constitución del
psiquismo, ya abordaba desde los cimientos de la constitución yoica, un necesario paso
por el engrandecimiento del yo, a partir de una sobreinvestidura de libido de objeto en el
yo, de forma tal que el infans encuentre su lugar en la realidad (como constructo
interior/exterior) a partir de esta incorporación del objeto a modo de construcción de un
cuerpo. Parte de este proceso Lacan lo describe en el estadio del espejo. No entraremos
en mayor y detallado desarrollo de estos conceptos, ya que la extensión de este escrito no
pretende definir estos titulares que, en sí mismo ya prestarían un despliegue aparte. Sin
embargo, es desde allí que podríamos señalar que la locura desde el psicoanálisis habita,
o tiene posibilidades de ser, allí donde todo sujeto tenga un ingreso al lenguaje. Por tal
motivo, no es preponderante deslindar a la locura de la exclusividad del campo en el que
habitan las psicosis, es decir, no toda locura es psicótica, ni viceversa. Para tomarnos de
un sustento fiable de lo anteriormente mencionado citaremos a lo que nos dice P. Muñoz
en “Las Locuras según Lacan”: “Es decir que la locura dependerá de un rasgo de la
identificación: de la mediación o inmediatez de las identificaciones ideales. Se advierte
entonces con claridad por qué puede considerarse la locura como inherente al hombre
genéricamente: porque concierne a la identificación, constitutiva de la subjetividad en
psicoanálisis”. P.87

Por lo tanto, como la identificación es un pasaje necesario en toda constitución


subjetiva, y la locura encuentra allí su devenir como posible, es decir, es un rasgo o
parcialidad a lo cual acceder. Es en este sustento que la indiferenciación: psicosis,
neurosis o perversión, en esta triada de basamentos para el psicoanálisis, que la locura no
encuentra distingo alguno.

CONCLUSIÓN:

Habiendo realizado un recorrido sobre algunos de los principales ejes del


psicoanálisis en contraposición, con otras disciplinas que piensan la psicopatología bajo
encuadres que sustenten su práctica o sus debates formadores de teoría. Llegamos a un
probable acuerdo con el devenir de nuestra práctica. Es decir, la posibilidad diagnóstica
que nos oriente ante la escucha incipiente de una subjetividad, facilitará el posterior
direccionamiento en el recorrido a transitar (tratamiento mediante) que hace a los fines
del psicoanálisis una ley primordial por encima de toda repregunta que lleve a un sustento
de nuestra práctica, y con esto nos referimos al dialogo que de igual forma deba prestarse
con otras disciplinas. Desde sus inicios el psicoanálisis intentó dar posibilidades de
resolución ante los padecimientos propios de las subjetividades epocales que no
encontraban respuesta en otros campos (medicina, religión, filosofía, etc). El
ordenamiento a partir de categorías que nomenclaran una patología y con ello, una
diferenciación a un tratamiento posible, no debe relegarse a que producto de esto mismo
se estandarice una práctica. Es a cuento de ello que toda escritura desde este horizonte
deje posibles conjeturas a trabajar en futuras narrativas, aquí se concluye un ejemplo más.
BIBLIOGRAFÍA

Freud, S. (1893-1895/1992) Estudios sobre la histeria (Josef Breuer – Sigmund Freud).


En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud, Vol. II.
Buenos Aires: Amorrortu. (Original en 1893-1895)

Freud, S. (1915/1992) Duelo y Melancolía. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras


Completas: Sigmund Freud, Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. (Original en
1915)

Freud, S. (1924/1992) Neurosis y psicosis. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras


Completas: Sigmund Freud, Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu. (Original en
1924/1923)

Muñoz, P. (2011) Las Locuras según Lacan. Buenos Aires: Letra Viva.

Lacan J. (1960/2002) Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente


freudiano. Editorial Siglo XXI. (2002)

De Battista, J. (2015) El deseo en las psicosis. Buenos Aires: Letra Viva.

Álvarez & Colina, (2016) Las voces de la locura. Xoroi Edicions.

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