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Es a traves de resistencia que se presentan en la clínica que Freud se da cuenta de lo

reprimido y lo reprimido fue por la represi´n

Las doctrinas de la resistencia y de la represión, de lo

inconciente, del valor etiológico de la vida sexual y de la im-


portancia de las vivencias infantiles son los principales com-
ponentes del edificio doctrinal del psicoanálisis. Lamento

poder describir aquí sólo las piezas por separado, y no el


modo en que se componen y encajan unas con otras. Es
tiempo de que atendamos a los cambios que poco a poco se
han producido en la técnica del procedimiento analítico.
La primera práctica de vencer la resistencia mediante el

esforzar y asegurar, utilizada al comienzo, había sido indis-


pensable para procurar al médico las primeras orientaciones

en cuanto a lo que debía esperar. Pero a la larga resultaba


demasiado penosa para ambas partes y no parecía a salvo de
ciertos obvios reparos. Se la remplazó entonces por otro
método, que en cierto sentido era su opuesto. En vez de
impulsar [antreiben} al paciente a decir algo sobre un tema

determinado, ahora se lo exhortaba a abandonarse a la «aso-


ciación» libre, o sea, a decir lo que se le pasase por la cabeza,

previa abstención de toda representación-meta conciente.


Sólo que debía comprometerse a comunicar efectivamente
todo lo que se ofreciese a su percepción de sí y a no ceder

a las objeciones críticas que pretendieran dejar de lado cier-


tas ocurrencias aduciendo cualquiera de estos motivos: que

carecían de importancia suficiente, no venían al caso o eran


un completo disparate. En cuanto al pedido de sinceridad en
la comunicación, no hacía falta repetirlo de manera expresa,
puesto que era la premisa de la cura analítica.

Acaso parezca sorprendente que este proceder de la aso-


ciación libre con observancia de la regla psicoanalitica fun-
damental rindiera lo que se esperaba de él: aportar a la

conciencia el material reprimido y mantenido lejos de ella


por medio de resistencias. Pero debe repararse en que la

asociación libre no es efectivamente tal. El paciente perma-


nece bajo el influjo de la situación analítica aunque no
dirija su actividad de pensamiento a un tema determinado.
Se tiene derecho a suponer que no se le ocurrirá otra cosa

que lo relacionado con esta situación. Su resistencia a re-


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producir lo reprimido se exteriorizará ahora de dos maneras.


En primer lugar, mediante aquellas objeciones críticas a las
que está dirigida la regla psicoanalítica fundamental. Mas
si por obediencia a la regla él supera esas coartaciones, la
resistencia halla otra expresión. Conseguirá que al analizado
nunca se le ocurra lo reprimido mismo, sino sólo algo que se
le aproxima al modo de una alusión, y mientras mayor sea la
resistencia, tanto más distanciada de lo que uno busca estará

la ocurrencia sustitutiva comunicada. El analista, que escu-


cha en una actitud de recogimiento, pero no tensa, y a quien

su experiencia en general ha preparado para recibir lo que


acuda, puede emplear de acuerdo con dos posibilidades el

material que el paciente saca a luz. O logra, en caso de resis-


tencia pequeña, colegir lo reprimido mismo a partir de las

indicaciones, o, si la resistencia es más intensa, puede discer-


nir en las ocurrencias que parecen distanciarse del tema la

complexión de esa resistencia y comunicarla al paciente.


Ahora bien, el descubrimiento de la resistencia es el primer
paso para su superación. Así se obtiene en el marco del

trabajo analítico un arte de interpretación cuyo exitoso ma-


nejo exige, por cierto, tacto y práctica, pero que no es difí-
cil de aprender. El método de la asociación libre tiene gran-
des ventajas sobre el anterior, y no sólo la de resultar menos

penoso. Expone al analizado a una mínima medida de com-


pulsión, no pierde el contacto con el ahora objetivo {real},

ofrece amplias garantías de que no se pasará por alto ningún


factor en la estructura de la neurosis y de que no se injertará
en ella nada que provenga de la expectativa del analista. En
lo esencial se deja librado al paciente determinar la marcha
del análisis y el ordenamiento del material, lo que vuelve
imposible la elaboración sistemática de cada uno de los

síntomas y complejos. En cabal oposición al curso del trata-


miento hipnótico o impulsionante, uno averigua lo que co-
rresponde a épocas diversas y a diferentes pasos del trata-
miento. Para un espectador —en la realidad no se permite

que lo haya—, la cura analítica sería, por eso, enteramente


impenetrable.
Otra ventaja del método es que en verdad no tiene por
qué fallar nunca. En teoría siempre debe ser posible tener

una ocurrencia, en tanto y en cuanto se abandone toda exi-


gencia respecto de su índole. No obstante, el método falla

con total regularidad en un caso, pero justamente su carácter


aislado lo vuelve también interpretable.
Ahora abordo la descripción de un factor que agrega un
rasgo esencial al cuadro del análisis y tiene derecho a recla-
mar para sí la máxima significación tanto en lo teórico como
en lo técnico. En todo tratamiento analítico, y sin que el
médico lo promueva en modo alguno, se establece un intenso
vínculo de sentimiento del paciente con la persona del ana-
lista, vínculo que no halla explicación alguna por las cir-
cunstancias reales. Es de naturaleza positiva o negativa, varía
desde el enamoramiento apasionado, plenamente sensual,
hasta la expresión extrema de rebeldía, encono y odio. Esta
«trasferencia» —tal se la llama de manera abreviada— pron-
to remplaza en el paciente al deseo de sanar y pasa a ser,
mientras es tierna y moderada, soporte del influjo médico y
genuino resorte impulsor del trabajo analítico en común.
Más tarde, si se ha hecho apasionada o se ha trocado en
hostilidad, se convierte en el principal instrumento de la
resistencia. Y en ese caso puede paralizar la actividad de
ocurrencias del paciente y poner en peligro el éxito del tra-
tamiento. Pero sería un disparate querer evitarla; un análisis
sin trasferencia es una imposibilidad. No se crea que la en-
gendra el análisis y únicamente se presenta en él, pues este
sólo la revela y aisla. La trasferencia es un fenómeno humano
universal, decide sobre el éxito de cada intervención médica
y aun gobierna en general los vínculos de una persona con
su ambiente humano. Fácilmente se discierne en ella el mis-
mo factor dinámico que los hipnotizadores llamaron «suges-
tionabilidad», portador del rapport hipnótico y cuya índole
impredecible atrajo quejas también contra el método catár-
tico. Donde esta inclinación a la trasferencia de sentimientos
falta o se ha vuelto enteramente negativa, como en la demen-
tia praecox y la paranoia, tampoco hay posibilidad alguna
de ejercer una influencia psíquica sobre el enfermo.

Es del todo correcto que también el psicoanálisis, como


otros métodos psicoterapéuticos, trabaja con el recurso de
la sugestión. Pero la diferencia está en que no deja librada
a ella —a la sugestión o la trasferencia— la decisión sobre el
éxito terapéutico. Antes bien, la emplea para mover al en-
fermo a rendir un trabajo psíquico —la superación de sus

resistencias trasferenciales— que significa una alteración

permanente de su economía anímica. El analista torna con-


ciente al enfermo de su trasferencia, y ella es resuelta cuando

se lo convence de que en su conducta de trasferencia revi-


vencia relaciones de sentimiento que descienden de sus más

tempranas investiduras de objeto, provenientes del período


reprimido de su infancia. Mediante esa vuelta {Wendung],

la trasferencia, que era el arma más poderosa de la resisten-


cia, pasa a ser el mejor instrumento de la cura analítica. De

todos modos, su manejo es la parte más difícil, así como la


más importante, de la técnica analítica.

La primera tarea del psicoanálisis fue el esclarecimiento

de las neurosis. La doctrina analítica de las neurosis des-


cansa en tres pilares: las doctrinas 1) de la represión {re-
pression), 2) de la significatividad de las pulsiones sexuales,

y 3) de la trasferencia {transference).

1. En la vida anímica hay un poder censurador que ex-


cluye del devenir-conciente y del influjo sobre la acción a
las aspiraciones que le resultan desagradables. De estas, se
dice que están reprimidas. Permanecen inconcientes; cuando
uno se empeña en que el enfermo se haga concien te de ellas,
provoca una resistencia (resistance). Empero, tales mociones
pulsionales reprimidas no siempre se han vuelto impotentes;
en muchos casos consiguen procurarse influjo sobre la vida

anímica a través de unos rodeos, y las satisfacciones susti-


tutivas de lo reprimido, así alcanzadas, forman los síntomas

neuróticos.
2. Por razones culturales, las pulsiones sexuales son las
más intensamente afectadas por la represión, pero es sobre
todo en ellas donde esta última fracasa, de suerte que los
síntomas neuróticos aparecen como la satisfacción sustitutiva

de la sexualidad reprimida. No es correcto que la vida se-


xual del ser humano sólo comience con la pubertad; más

bien se la registra desde el comienzo de la vida extrauterina,


alcanza una primera culminación alrededor del quinto año
(período temprano) y luego experimenta una inhibición o
suspensión (período de latencia) a la que pone término la
pubertad, el segundo apogeo del desarrollo.
La acometida en dos tiempos de la vida sexual parece
característica de la especie humana. Todas las vivencias de
este primer período infantil poseen gran importancia para
el individuo y, junto con la constitución sexual heredada,
producen las disposiciones para ulteriores desarrollos del

carácter y patológicos. No es correcto hacer coincidir sexua-


lidad con «genitalidad». Las pulsiones sexuales atraviesan

un complicado desarrollo y sólo a su término se instaura el


«primado de las zonas genitales». Por el camino se establecen
varias organizaciones «pregenitales» a las que la libido puede
«fijarse» y a las que en caso de ulterior represión regresa

(regresión). Las fijaciones infantiles de la libido son deci-


sivas para la posterior elección de la forma de enfermedad.

Así, las neurosis aparecen como inhibiciones del desarrollo


de la libido. No se encuentran causas específicas para la
contracción de la neurosis; las proporciones cuantitativas
deciden si el desenlace de los conflictos será la salud o la
inhibición funcional neurótica.
La más importante situación de conflicto que el niño debe
solucionar es la del vínculo con sus progenitores, el complejo

de Edipo; los destinados a la neurosis por regla general fra-


casan en dominarlo. De las reacciones frente a las exigencias

pulsionales del complejo de Edipo surgen las operaciones


más valiosas y de mayor significatividad social del espíritu

humano, tanto en la vida del individuo como, probablemen-


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te, en la historia de la especie humana en cuanto tal. A raíz

de la superación del complejo de Edipo nace también la ins-


tancia moral del superyó, que gobierna al yo.

3. Se denomina trasferencia a la llamativa peculiaridad


de los neuróticos de desarrollar hacia su médico vínculos
afectivos de naturaleza tanto tierna como hostil, vínculos
que no se fundan en la situación real, sino que provienen
del vínculo con los progenitores (complejo de Edipo) de
los pacientes. La trasferencia es una prueba de que el adulto
no ha superado todavía su dependencia infantil de antaño;
coincide con aquel poder que ha recibido el nombre de
«sugestión». Su manejo, que el médico debe aprender, es
lo único que permite mover a los enfermos a superar sus

resistencias internas y a cancelar sus represiones. El trata-


miento psicoanalítico se convierte, de esta manera, en una

reeducación del adulto, en una enmienda de la educación


del niño.

Son muchos los temas merecedores del interés más uni-


versal que no pueden exponerse en este compendio del psi-
coanálisis; entre otros, la sublimación de las pulsiones, el

papel del simboUsmo, el problema de la ambivalencia. Por


desdicha, tampoco pueden considerarse aquí las aplicaciones

del psicoanálisis, nacido en el suelo de la medicina, a cien-


cias del espíritu como la historia de la cultura y de la lite-
ratura, la ciencia de la religión y la pedagogía, que día a día

cobran mayor importancia. Baste apuntar que el psicoaná-


lisis —como psicología de los actos anímicos inconcientes,

profundos— promete convertirse en el eslabón que une la


psiquiatría y todas esas ciencias del espíritu.

la agencia
representante de pulsión se desarrolla con mayor riqueza y
menores interferencias cuando la represión la sustrajo del
influjo conciente. Prolifera, por así decir, en las sombras y
encuentra formas extremas de expresión que, si le son tra-
ducidas y presentadas al neurótico, no sólo tienen que pare-
cerle ajenas, sino que lo atemorizan provocándole el espe-
jismo de que poseerían una intensidad pulsional extraordina-
ria y peligrosa. Esta ilusoria intensidad pulsional es el resul-
tado de un despliegue desinhibido en la fantasía y de la so-
breestasis [Aufstauung] producto de una satisfacción dene-
gada. Esta última consecuencia se anuda a la represión, lo
cual nos señala el rumbo en que hemos de buscar la genuina
sustancialidad {Bedeutung) de esta

Lo reprimido ejerce una


presión {Druck} continua en dirección a lo conciente, a raíz
de lo cual el ​equilibrio​ tiene que mantenerse por medio de
una contrapresión {Gegendruck] incesante." El manteni-
miento de una represión supone, por tanto, un dispendio
continuo de fuerza, y en términos económicos su cancelación
implicaría un ahorro. Por otra parte, la movilidad de la re-
presión encuentra expresión en los caracteres psíquicos del
estado del dormir, el único que posibilita la formación del
sueño.^' Con el despertar, las investiduras de represión reco-
gidas se emiten de nuevo.

Su activación no tendrá, por cierto, la conse-


cuencia de cancelar directamente la represión, sino que pon-
drá en movimiento todos los procesos que se cierran con la
irrupción en la conciencia a través de rodeos.

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