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Caso Pescanova
Caso Pescanova
Igualmente, la sentencia hace algunas referencias a la declaración del Sr. Sañé y concluye que
sus manifestaciones exculpatorias (en ocasiones inexistentes) carecían de lógica, al mismo
tiempo que afirma que la prueba practicada desvirtúa en todo caso la mínima razonabilidad
que pudieran tener las mismas.
En definitiva, la sentencia no acoge la hipótesis de que el Sr. Sañé fuera engañado por la
sociedad, por mucho que se haya acreditado que Pescanova le ocultó una parte de la
contabilidad, en concreto, las cinco filiales extranjeras utilizadas para trasladar la deuda desde
la matriz que la sociedad mantuvo ocultas fuera del perímetro de consolidación que era
revisado por BDO y que, por tanto, no podían ser objeto de evaluación por el auditor.
Lógicamente, los auditores externos pueden ser engañados por los directivos y
administradores de la sociedad a la hora de realizar sus labores de revisión y supervisión de
las cuentas, pero, en este caso, la sentencia descarta expresamente que esto pudiera haber
ocurrido en el presente supuesto, dada la acreditada disparidad entre la verdadera situación
patrimonial y la contabilidad y sus pilares documentales a disposición de BDO.
Por tanto, aunque no toda irregularidad contable puede ser constitutiva de delito “per se”, la
sentencia no se plantea que pudiéramos encontrarnos ante un escenario de negligencia
profesional de los auditores que sería penalmente irrelevante, pues considera que el auditor
validó las cuentas con conocimiento de que las mismas contenían datos que no respondían a la
realidad, afirmación que se halla en relación directa con la acreditada conducta de clamoroso
abandono de sus labores y responsabilidades como auditor.
En relación con la condena al auditor objeto de análisis, ya dijimos que para la sentencia no es
determinante si BDO conocía en detalle el plan delictivo ideado por el Presidente Sr. Sousa
con la colaboración de personas de distintos departamentos internos de la compañía (que tuvo
varios estadios diferenciados tanto desde el punto de vista fáctico como penal), ni tampoco si
el citado Sr. Sañé se conchabó con aquellos para llevar a cabo ese propósito criminal cuyo
objetivo final era conseguir inversiones de terceros. Así, la sentencia no le otorga relevancia
al hecho de si, por ejemplo, BDO sabía que lo que se pretendía con los créditos
documentarios era financiar a la sociedad a costa de las filiales, o si la intención real de
Pescanova encajaba o no encajaba propiamente con las operaciones financieras empleadas
para perpetrar el fraude.
Lo relevante para la sentencia, insistimos, es que el auditor conocía que otorgaba su
aquiescencia a unas cuentas que no reflejaban la realidad económica de la compañía y que, en
consecuencia, aceptaba como posible que se generase un perjuicio económico a la sociedad y
a los terceros que pudieran relacionarse con ella en lo sucesivo.
Por otra parte, también son irrelevantes en términos de justificación de la condena las razones
que pudieron llevar al auditor a no informar de lo que conocía y a evitar poner de manifiesto
el fraude, por lo que la sentencia tampoco hace ninguna alusión a esta cuestión. Al respecto, si
tuviera que darse necesariamente una respuesta dialéctica acerca de la más posible o probable
causa de la implicación de BDO en el fraude, la hipótesis más razonable sería aquella que
parte de la dependencia del auditor, engendrada ésta desde la perspectiva del riesgo de perder
a uno de sus clientes que le generaba mayor cifra de negocio.
Así las cosas, dadas las peculiaridades y notas características del caso Pescanova, en el que
existieron una serie de actividades delictivas diferenciadas y concatenadas en el tiempo, que
partieron de la simulación de operaciones comerciales y creación de facturas y contratos
falsos para engañar a la banca y conseguir financiación, continuaron con la formulación de
unas cuentas falsas y culminaron con el engaño al inversor, es evidente que se encuentra a una
gran distancia fáctica y, por consiguiente, a una muy diferente consideración jurídica de otros
asuntos con trascendencia pública. Entre ellos, puede citarse el caso Bankia, en el que el
auditor externo, al igual que el resto de acusados, ha resultado absuelto, por no haberse
demostrado que hubiera falsedad en las cuentas, además de que el proceso de la salida a bolsa
contó con el beneplácito de todas las instituciones.
Así, desde la perspectiva del derecho penal, para que las falsedades o artificios contables
puedan encajarse en un delito debe existir dolo, es decir, la persona debe ser plenamente
consciente de que comete una falsedad o, en el caso del auditor externo que no elabora las
cuentas, debe conocer la falsedad y, aun así, permitirla y ratificarla con sus informes.
Por lo tanto, no es jurídicamente posible mantener que los auditores externos que aprueban
una contabilidad falsa sin saberlo actúan dolosamente, porque ello implica ausencia de
intencionalidad maléfica alguna en esa falsificación o en generar perjuicio para terceros.
Es innegable que el auditor tiene que actuar bajo el paraguas de unas normas y
procedimientos, pero sin que ello signifique que sea posible atribuirle con automatismo los
delitos que pudieran haber cometido los gerentes de la sociedad u otras personas que la
representan.
Como es lógico, no es exigible a una persona, ni siquiera aun cuando ésta cumple una labor de
supervisión o comprobación como el auditor externo que revisa las cuentas anuales que le
presenta la sociedad, que descubra o advierta algo que no conoce. Porque lo que no se conoce,
no se puede evitar.
Por lo tanto, cuando la información contable que se facilita al auditor está manipulada y existe
una ocultación de información, es posible que el auditor no detecte incorreciones materiales
en los estados financieros aun habiéndose realizado adecuadamente por éste el procedimiento
de auditoria de conformidad con las normas vigentes.
Y en este contexto es propio traer a colación la norma NIA-ES 240, que regula las
limitaciones inherentes al trabajo de auditoria en los casos de fraude. En su apartado nº 5, esta
norma indica:
“El auditor que realiza una auditoría de conformidad con las NIA es responsable de la
obtención de una seguridad razonable de que los estados financieros considerados en su
conjunto están libres de incorrecciones materiales debidas a fraude o error. Debido a las
limitaciones inherentes a una auditoría, existe un riesgo inevitable de que puedan no
detectarse algunas incorrecciones materiales en los estados financieros, incluso aunque la
auditoría se haya planificado y ejecutado adecuadamente de conformidad con las NIA.”
Por consiguiente, en aquellos casos en que existan elementos que permitan concluir que el
auditor fue engañado por los responsables del fraude y que éstos le ocultaron las prácticas
irregulares, es inviable que pueda ser penalmente responsable como consecuencia de las
falsedades o artificios contables que se pongan de manifiesto. Piénsese, por ejemplo, en aquel
supuesto de hecho en que las comunicaciones electrónicas entre los implicados evidencien
que tales mecanismos se hacían a espaldas de los auditores externos y que aquéllos realizaban
actos precisos para que la información que pudiera haberles hecho sospechar o dudar acerca
de si las cuentas contenían inexactitudes estaba deliberadamente oculta y fuera de su
perímetro de supervisión.
En este tipo de supuestos, situándonos en el peor escenario posible, lo que podría apreciarse
es un incumplimiento de las normas de auditoría a título de negligencia profesional, en el caso
de que pudiera demostrarse con datos objetivos que las cuentas anuales que ratificaron los
auditores externos no cumplían con los principios y normas contables generalmente
aceptadas.
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