1.

El modernismo

La etapa de fin del siglo (final del XIX y comienzos del XX)
en España está marcada por la pérdida de las últimas colonias en el
Desastre del 98, en un contexto político de crisis del sistema de la
Restauración, a lo que se suma la gran conflictividad social. En la esfera
cultural y del pensamiento se cuestionan, por toda Europa, los valores
de la civilización burguesa, como el pragmatismo y el racionalismo, a
través de actitudes provocadoras y esteticistas (decadentismo, ideal
del “arte por el arte”). Surgen así movimientos literarios que reflejan
este espíritu de época: el parnasianismo y el simbolismo en Francia, el
modernismo y la Generación del 98 en España.

El modernismo surge en Hispanoamérica, fundamentalmente

en el género lírico, y estos son algunos de sus temas y motivos
literarios: la experiencia del hastío o “spleen”, que les lleva a evadirse
a través de un pasado legendario, de la mitología o del cosmopolitismo;
la creencia en una armonía universal, que se manifiesta a través de la
belleza sensorial de los símbolos; la sacralización del arte como forma
suprema de conocimiento; el erotismo, a veces relacionado con lo
inmoral y con la simbología religiosa, por influencia del decadentismo.

El lenguaje poético se renueva a través de un léxico exquisito

e inusual; abundantes referencias sensoriales y símbolos; la búsqueda
de la musicalidad mediante efectos rítmicos, aliteraciones e
innovaciones métricas (uso del verso alejandrino, nuevas estructuras
del soneto).

El poeta nicaragüense Rubén Darío, que trajo el movimiento a

España, escribió Azul, primer gran libro del movimiento. En Prosas
profanas (1901) recorre la temática del escapismo (la Edad Media
idealizada, los mundos palaciegos y versallescos, la mitología), y busca
en los símbolos (el cisne) el ideal de la belleza que da sentido al mundo.
Por último, en Cantos de vida y esperanza el autor introduce un tono
pesimista y reflexivo.

En España, el modernismo se manifiesta en dos grupos de

escritores: por una parte, los que se identifican con el movimiento
durante toda su trayectoria. Salvador Rueda fue el iniciador, al que
siguieron Ricardo Gil (La caja de música) y Manuel Reina. También
Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina, autores de un teatro
modernista en verso que recupera la historia de España de un modo
idealizado (Las hijas del Cid, de Marquina). Manuel Machado supo
introducir en la estética modernista motivos del folclore andaluz, tanto
en su poesía (Cante hondo), como en obras teatrales que escribió junto
con su hermano Antonio (La Lola se va a los puertos).

En el otro grupo encontramos a los tres grandes autores que

iniciaron su trayectoria literaria en el modernismo, pero que
posteriormente evolucionaron hacia otros planteamientos estéticos:
Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle-
Inclán. En la lírica, Soledades, galerías y otros poemas (1907) de
Antonio Machado recoge la herencia del simbolismo francés, y del
intimismo de Bécquer. Juan Ramón Jiménez, que pertenece a una
generación posterior, denominó como “sensitiva” a su primera etapa
modernista, en la que muestra un anhelo de infinito.

Valle-Inclán es un escritor profundamente modernista,

especialmente hasta 1920. Recoge el tema de la evasión a través del
mundo primitivo de su Galicia natal; siente la fascinación por el pecado
y el erotismo, temas típicos del decadentismo, junto con la exaltación
de la belleza sensorial del simbolismo, a través de un lenguaje
exquisito. Cultivó la poesía modernista (Aromas de leyenda), y
también fue el máximo representante del movimiento en la narrativa
(las Sonatas, cuatro novelas cortas; los relatos de Jardín umbrío), y en
el teatro modernista (farsas como La marquesa Rosalinda).

En definitiva, Generación del 98 y modernismo son movimientos

complementarios que introducen el nuevo siglo y crean un clima de
renovación literaria. Con ellos se abre paso la llamada Edad de Plata
de la literatura española, excepcional periodo de las letras en el primer
tercio del siglo XX.