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6/4/24, 09:47 La Rumania, una escuela que devuelve las identidades robadas - El Diario de la Educación

Foto: Cátedra UNESCO de Educación para la Justicia Social

Foto: Cátedra UNESCO de Educación para la Justicia Social

REPORTAJE FAMILIA E INFANCIA

La Rumania, una escuela que devuelve


las identidades robadas
por Pablo Gutiérrez de Álamo • 04/02/2020
Segueix @PabloGutierrezA

Silvana Corso es la directora de la Escuela de Enseñanzas Medias nº 2 Rumania. Su osesión es la inclusión


de todo el alumnado, sin etiquetas, a base de responsabilidad y mucha, mucha formación. También de
trabajo en equipo entre docentes, familias, chicas y chicos y otras organizaciones cercanas.

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6/4/24, 09:47 La Rumania, una escuela que devuelve las identidades robadas - El Diario de la Educación

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“¿Se puede hacer escuela inclusiva? No lo sé. Estamos trabajando en líneas de inclusión”, Habla así Silvana Mabel Corso,
profesora de Historia. También es directora de un centro de enseñanzas medias en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace
algunos años se ha convertido en referente de educación inclusiva. Ella y la escuela que dirige. Entre otras cosas porque estuvo
nominada a eso que llaman “el Nobel” del profesorado. En cualquier caso, después de 10 años dirigiendo la EEM (escuela de
enseñanzas medias) nº2 Rumanía, ha demostrado ampliamente su implicación y su trabajo para hacer de la educación inclusiva
una realidad tangible.

El centro se encuentra en una barriada de Buenos Aires conocida como ‘Fort Apache’ (“como una favela de Brasil”, aclara Corso)
en la que las condiciones de vida son realmente complicadas. Con altos niveles de pobreza y exclusión social, también de
delincuencia de diferentes tipos. Chicas y chicos que son estudiantes al tiempo que madres y padres, alumnado con su familia
ausente o en la cárcel, chicas y chicos con medidas judiciales. A este grupo se une una gran cantidad de alumnado con
necesidades educativas especiales. Un grupo diverso en el que hay cabida para chicos con enfermedades mentales, para chicas
que utilizan silla de ruedas, o tienen asperger, o trastorno generalizado del desarrollo o… la lista parece no terminar nunca. Da
vértigo.

Y entre toda esta diversidad, una línea recta y clara: La Rumania (como se conoce el centro) ha de poder escolarizar a todo el
alumnado que se acerque a él y garantizar que aprenden.

Desde hace años, igual que en España, en Argentina la ley consagra la obligación de que la escuela sea inclusiva. E igual que aquí,
allí no ocurre. La Rumania se fue convirtiendo, con la llegada de Corso en el centro que admitía a todo el alumnado que llamase
a su puerta. Mucho de este venía rebotado de otros centros de la zona. Explica esta docente que su centro, así como muchos
otros parecidos, se abrieron en 1990 para hacer frente a la escolarización en barrios complicados y que no estaba siendo
garantizada en los existentes, fundamentalmente para rescatar a las y los menores del abandono escolar.

Tras años de trabajo, comenta Silvana a este periódico, las familias son ahora las que andan buscando cómo entrar en el centro.
Si hace unos años, las alumnas y alumnos de primer curso de secundaria llegaban con 14 o 15 años, desde hace un par de ellos
empiezan a llegar con 12.

La clave para que esto sea así, además de que Silvana Corso tenga muy claro cuál es el norte, la dirección a la que caminan, está
en el cómo. La idea es que todo el mundo esté escolarizado y aprenda. Y para ello, lo primordial es darle a cada cual en función
de sus necesidades. Parte de la premisa del Diseño Universal de Aprendizaje, es decir, tener en cuenta el mayor número de
miradas posibles para que, cuando se vaya a programar una determinada materia, se haga teniendo en cuenta que ninguna
persona aprende igual que otras, que unas tendrán unas necesidades y otras, otras.

Eso sí, no es un trabajo de la dirección únicamente. Ahí entra la responsabilidad del personal docente. La necesidad de que se
formen es una constante en La Rumania. “¿Vamos a estudiar lo que dé respuesta o lo que dé créditos para el ascenso y nada
más?” pregunta Silvana durante su intervención en una jornada en la Universidad Autónoma de Madrid organizada por la
Facultad de Formación de Profesorado y Educación de la Universidad, la Cátedra UNESCO de Educación para la Justicia Social,
UPLA-LA UNIÓN, y Luz en la Finestra. “Hay mucho que estudiar que no te va a dar crédito pero te enseña a cómo mirar el aula.
Ahí está la ética profesional”.

Ella cuenta con un total de 145 docentes. El equipo más o menos estable, el núcleo duro, lo conforman 45. El restotrabaja
algunas horas allá. Unos más y otros menos. El sistema educativo argentino contempla que un docente trabaje por unas horas
en un centro y otras en otro… Dado que los salarios sobn bajos, dice Corso, lo habitual es que un docente pase unas 70 o 72
horas al frente del aula (solo horas lectivas) para conseguir un salario que le dé, por ejemplo, para hacer vacaciones. Aunque con
los años y la experiencia se consiguen mejoras salariales “nadie trabaja menos de 45 horas semanales”, comenta a este medio.

El caso es que en La Rumanía se ha generado un espacio de formación continua del profesorado; todos los miércoles pasan por
este espacio. Quienes tienen más responsabilidades están obligados a hacerlo, como las y los jefes de departamento.

Para paliar las dificultades que comporta la movilidad docente, además de la asociada a las complejidades de la población
escolar que allí se cita cada día, se hace toda esta formación. A esta se suma que Corso no lleva a cabo una dirección
unipersonal. “Pensamos la escuela juntos. Los profesores me decían que estaban en la trinchera… un lugar de resistencia, pero
no de avance. Te invito a pensar la escuela conmigo”, asegura. En el centro no se discute si un alumno estará o no en el aula, se
discute la manera de hacer que esto sea efectivo. “Son los docentes los que ponen el cable a tierra. Pero yo sé que siempre es
con el norte de que todos los chicos deben estar adentro y aprendiendo”.

La clave está en un cambio de mirada radical. ¿Cómo se hace esto? Según Silvana Corso, en su centro fue posible una vez que el
alumnado con necesidades educativas especiales comenzó a entrar en el aula. “La teoría la estudié y la compartí con mis
docentes. Pero lo importante fue el trabajo de cambio de mirada; es la única barrera para hacerlo real”. “Solo con la presencia de
los chicos, ese es el cambio; para mí esa es la clave, cambió la mirada cuando empezaron a trabajar con ellos”. Según cuenta, a
los docentes no se les habla de las etiquetas con las que llegan niñas y niños. El objetivo es que conecten con la persona y no con
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“¿Cómo vamos a ir al aula con la misma propuesta, el mismo texto, imagen…o el mismo video para todos?”. De ahí la apuesta por
el Diseño Universal de Aprendizaje y asegura que es responsabilidad del equipo generar las condiciones de educabilidad. Corso
afirma que gracias al DUA son capaces de eliminar buena parte de las adaptaciones curriculares. Lo primero es observar cómo
aprenden chicos y chicas “para ver cómo enseñar”.

“Si hiciera política pública, los directivos y supervisores (inspectores) serían los primeros que capacitaría en estos temas”, afirma
Corso. Desde su punto de vista no puede dajerse la cuestión a la voluntad de un docente determinado.

Valen, Carolina, Nico


TGD no específico, TEA, meningocele, asperger y síndrome de Tourette. Estas son algunos de sus diagnósticos. Son tres de los
ejemplos que Silvana Corso describe.

Valentín mueve los brazos y gira sin parar. También salta. Es su forma normal de estar. Un día, las responsables del patio hablan
con Silana. El niño está más inquieto de lo habitual. Le dicen que habría que hablar con su madre para que lo comente con el
neurólogo que trata al niño y que le aumente la medicación. “Es la respuesta típica de la escuela”, comenta Corso. Ella se
pregunta si esta expresión corporal no será la foma en la que el chaval se comunica, de alguna manera. “Y pienso que si salta
diferente, algo le pasó”, así que le pregunta. “Tuve una sensación muy rara en el aula de hora libre”, explica el chico, “me sentí
como un homo sapiens rodeado de homo erectus”.

El aula de hora libre es un espacio en el que el alumnado está, vigilado por un adulto, haciendo tareas, por ejemplo. Pero por lo
general todo el mundo está haciendo otra cosa. Los chicos chocan fuerte las manos, las chicas se hacen selfies, juegan a las
cartas a escondidas. De manera que, cuenta Corso, “ve a los compañeros y piensa que los chicos no evolucionan”.

Otro día en su despacho (un lugar de puertas abiertas, con una única mesa de reuniones, al que cualquiera puede entrar), Valen
está allí, con Silvana. También está Franco, otro alumno. Es final de curso. El caso es que Valen les dice que no tiene amigos. “Qué
mal lo estamos haciendo si no tienes amigos”, le dijo la directora. “¿Tú no tendrás asperger como yo?” le dice Franco a su
compañero. “Ni idea”, contesta. “¿Tú entendés los chistes?”, “No, pero aprendí a reirme cuando se ríen”, le contesta Franco. Corso
lo tiene claro, a partir de ese momento, Franco enseña a Valentín a entrenar los códigos sociales de sus compañeros. “Son
pautas sociales que tenemos que aprender”, afirma la maestra, “todos tenemos códigos sociales”.

Carolina se maneja con un andador. Tiene también problemas con el habla. Llegó a la escuela a los 16 años después de pasar
por otros centros educativos, rebotada. La madre está resignada al rechazo de las escuelas. Silvana tiene una primera reunión
solo con la niña, para conocerla un poco mejor. “¿Por qué insistís? ¿Qué esperás?”, le pregunta después de que la hubieran dado
como solución entrar en algún curso de formación profesional. “Ella respondió que no quería dejar de aprender”, rememora
Silvana Corso. “Si veo eso, me olvido de las dificultades. Ahora tiene 25 años y sigue dando pelea”.

A Nico le pasa parecido a Valen. Al final del curso celebran una fiesta con toda la comunidad educativa. Se cocina y se come, hay
actuaciones del alumnado… Nico protesta: “No quiero estar acá, no quiero quedarme más, quiero ir a casa a jugar a la Play”.
Valentín, recuerda Corso, se sitúa cerca de él y le dice a un profesor: “Yo también opino lo mismo, pero aprendí a disimular”.
Para Silvana estas cuestiones son fundamentales. Alumnos y docentes se enseñan habilidades y herramientas de manera que,
finalmente los chicos “pueden leer a la sociedad”.

Francisco tiene síndrome de Tourette. No consigue aprobar nada en el colegio. Cuando llega a casa las tardes son terribles, con
ruidos, descargas, gritos. Se desfoga en casa para poder concentrarse en no hacerlo en el centro educativo y pasar más
desapercibido. A los meses, otro chico con Tourette se entrevista con Silvana para ver si ella les puede ofrecer alguna orientación
a él y su familia. No le cabe más gente en el colegio, pero siente esa responsabilidad.

Cuando ve al chico en su despacho “tan desinhibido”, haciendo ruidos, gritando, moviéndose, piensa que si lo escolariza con
Francisco podrá habilitarle para que se relaje en el colegio. Esto ocurrió en el tercer curso. Ahora están en 5º y Francisco, hoy día,
se hace llamar Tourette. “De la negación total a la vida plena de esta realidad”.

Son solo algunos de los ejemplos con los que Silvana y su grupo de docentes trabaja desde hace más de una década. Una forma
de estar en el centro, en el mundo que ella resumen diciendo que “si me muevo de la patología y me conecto a la persona,
cuántas respuestas puede ensayar la escuela. Lo patológico nos nubla”.

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EDUCACIÓN INCLUSIVA

Pablo Gutiérrez de Álamo

Periodista especializado en educación. Director de El Diario de la Educación. Antes en Periódico Escuela

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1

María Fernanda Sanzberro dice:

24/07/2022 a las 16:05

Pablo, te agradezco la nota. En estos tiempos es un norte. Un abrazo enorme!

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One response to “La Rumania, una escuela que devuelve las


identidades robadas”
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